Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Había detalles que preferí omitir en mi respuesta sobre la flor, puesto que, de lo contrario, la vergüenza me habría anegado a un punto que hubiese sido complejo de manejar. M-me habría encantado, de todos modos, comentarle que había pedido a Cay que me tomara una fotografía para ver cómo lucía la Cosmos en mi cabello… Pero no podía decir que hubiese preferido contarle que, durante la mañana del sábado, la había tenido entre mis dedos mientras me revolvía con inquietud entre las sábanas, buscando calma en su aroma, en el tacto de sus pétalos y… en el gesto que la flor representaba, ¿tal vez? D-de cualquier manera, todo lo que le dije fue suficiente para que en el rostro de Ilana floreciera una sonrisa más amplia, que pareció hacerla brillar sutilmente, sin importar la sombra que nos cubría. Su reacción continuó trayéndome calma y, al mismo tiempo, acentuando la timidez de mis ademanes; seguía removiendo las manos sobre mi falda y la miraba con el rostro levemente apartado, ruborizada.

    Pude enfocarme con detenimiento en ella cuando me explicó cómo secar la flor, para que no perdiera su forma ni su color. Yo… ya había pensado con anterioridad en el inminente destino de la Cosmos. S-si debía ser honesta, lamentaba por dentro la certeza inevitable de que se marchitaría. Me gustaba mucho, tal como le dije a Ilana, y además la apreciaba como si se tratara de un regalo. Saber que existía un método para conservar su belleza… me trajo algo que podía definirse como esperanza, ¿tal vez? P-por eso, escuché la sugerencia de Ilana con suma atención, e incluso había detenido el movimiento de las manos sobre mi falda. Saber que un amigo suyo le había regalado una margarita me hizo sonreír tímidamente.

    Las flores eran un regalo encantador, ¿tal vez?

    —S-seguiré… tus consejos —aseguré suavemente; lo que dije a continuación volvió a surgir sin el filtro pertinente, algo en lo que reparé a la mitad de mi frase, sonrojándome en el proceso— Quiero conservar tu flo... T-t-tu flor… P-p-por mucho tiempo… ¿tal vez…?

    Había bajado la cabeza lentamente. Al hacerlo, intenté distraerme en las briznas de césped para no pensar en el calor de mis mejillas, y fue allí cuando, al seguir el recorrido del verde, noté sus salpicaduras en el dorado. Ha… Había bastantes briznas adheridas en las hebras de la chica, p-por lo que a la urgencia de avisar primó por sobre mi bochorno.

    Ilana respondió a mi advertencia, quitándose algunas de encima. Sin embargo, con cierto pesar noté que conservaba un buen número en las zonas que escapaban de su campo de visión. E-estuve a nada de otorgarle un segundo aviso, pero éste se vio interrumpido por el suspiro de la chica y, acto seguido, por el movimiento con el que dejó su espalda apuntando directamente hacia mí, sin previo aviso.

    Parpadeé, la confusión cruzándome el semblante, mientras caía en cuenta del manto dorado que se derramaba ante mis ojos, con sus salpicaduras de verde. La respiración se me cortó momentáneamente cuando me pidió que la ayudara a quitarse las briznas que no podía ver.

    —¿Eeeh? —musité, con un hilo de voz— ¿E-e-estás segura,
    I-Ilana-senpai? Yo… Y-yo, ¡con gusto…! D-digo, c-con gusto te ayudo, d-descuida… Y también… Eeh…T-te hablaré del libro, claro…

    Me había puesto nerviosa por el repentino giro de la situación. Sin embargo, tenerla de espaldas me supuso cierta ventaja, ¿tal vez? P-porque mi bochorno quedaba fuera de su vista y, así, mis nervios no serían indebidamente alimentados. Estaba fuera de los ojos de Ilana, y en su lugar tenía su cabello… que era espléndido, brillante y… Sacudí la cabeza.

    A-antes que nada… Tomé el libro y, desde atrás de Ilana, estiré el brazo por uno de los costados de su cuerpo para dejarlo en su campo de visión y, al mismo tiempo, invitar a que lo tomara. Para que pudiese apreciar el diseño de su portada, donde destacaban una luna llena y un remolque sobre un lago; y el título: El café de la luna llena.
    Y si la chica observaba el libro más de cerca… notaría que, desde el interior del remolque, le estaría sonriendo un gato muy grande… y de aspecto bonachón, ¿tal vez?

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    Mientras Ilana miraba el libro, me acomodé a sus espaldas y, con mucha delicadeza y una exagerada cautela; retiré la primera briznas de césped. El corazón me dio un vuelco cuando, al hacerlo, arrastré sin querer algunas hebras, que regresaron a ella brillando como hilos de oro. Ni de lejos le había dolido, pero aún así estuve a punto de disculparme.

    —Avísame si sientes alguna molestia… por favor —le pedí, mientras quitaba otro par de briznas— Trataré… de ser cuidadosa… contigo…

    >>S-Sobre el libro… —proseguí con lentitud, ya que la concentración que ponía en su cabello aminoraba el ritmo de mis palabras— A-apenas voy por la mitad, pero… c-cuenta la historia de diferentes personajes que están en un momento crucial de sus vidas, ya sea enfrentando el fracaso, el peso de sus decisiones o la necesidad de dar un significado a lo que hacen… Y todos ellos terminan encontrando un café que abre únicamente las noches de luna llena, y que sólo aparece ante quienes más lo necesitan —hice una pausa para quitarle un trozo de césped que quedó justo encima de su oreja, rozando ésta sin querer—. Es el Café de la Luna Llena, el cual es atendido por gatos —sonreí—. Uno de ellos, mi favorito, es el dueño del café. Él lee la carta astral de los personajes del libro, p-podría decirse que hace de maestro y guía para ellos. El libro incluye mucho elemento de astrología occidental, ¿tal vez?

    >>¿Te gustan los gatos, Ilana-senpai? Y… Eeeh… ¿La astrología, tal vez?
     
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    No tenía motivo alguno para presionar a esta muchacha ni a casi nadie, así que simplemente no lo hice más allá de mi pregunta sobre la flor. Por demás, el resto fue una suposición sacada de la proyección de mis propios hábitos; fuese en el bosque de Northwood o en los jardines y parques de Tokyo a veces tomaba una flor, me la llevaba a casa y la secaba. Luego se podían hacer stickers usando cinta adhesiva o pequeñas lamparitas de papel usando bolsas de té o simplemente dejarlas por ahí, como recuerdos.

    En cualquier caso, la margarita de Kakeru tal vez fuese a parar en el libro de mi abuela junto a las demás flores y plantas. Si había espacio en la página de las margaritas, pues quedaba allí, si no le hacía un añadido, uno de tantos. Para la abuela había sido una suerte de enciclopedia, para mí era un cofre de recuerdos. Estaba dándole vueltas a eso cuando ella dijo que seguiría mis consejos y se atropelló con el resto de palabras, solo Dios sabría por qué. ¿Quizás por admitir que quería conservar la flor? A mí no me parecía un gran drama, pero era cierto que yo era mucho más relajada y la ansiedad solo me respiraba en la nunca en casos puntuales.

    Con esta muchacha todas las tablas rechinaban de manera distinta y escucharlas requería de una conciencia distinta, menos personal para no tomarlo como ofensa y comprender que, quizás, el ruido no tenía nada que ver con los demás y era interno. Comprendía por qué Cayden parecía entenderla con facilidad y, a su vez, pude diferenciar a cada uno. Beatriz carecía de la voracidad con que él trazaba límites y se definía a sí mismo, incluso en su dulzura. Esta niña poseía una tormenta, era cierto, pero no parecía ser una que arrasara con los demás.

    Solo consigo misma.

    —Espero que logres secarla —dije en paralelo a mis pensamientos, tranquila—. Y si no, ¡no pasa nada! A veces son un poco caprichosas. Siempre puedo regalarte otra si algo pasa con esa.

    Con el comentario pretendí advertirle de la posibilidad de que la flor, a pesar de todo, se pudiera marchitar, pero que no pasaba nada y que podría intentarlo con otra que yo le regalara. De todas maneras intenté no ser exageradamente efusiva para no hacerla reaccionar de más, sobre todo porque luego sencillamente le entregué la tarea de quitarme las briznas de césped restantes.

    Su pregunta de si estaba segura, aunque la corrigió rápido, fue respondida por mí con un simple asentamiento de cabeza y me quedé esperando por su ayuda y por lo que tuviera que contarme del libro. De hecho lo recibí cuando me lo alcanzó y cuando vi la portada se me escapó un sonido de sorpresa que no pude contener a tiempo.

    Such a big kitty! This is so cute —solté sin filtrar el inglés ni de chiste y me reí—. Look at him. The night sky is so pretty as well, I love it.

    Me acerqué la portada al rostro para no mover la cabeza con tal de no dificultarle la tarea a Bea y me reí al detallar mejor el dibujo, era muy lindo. En sí al portada me parecía super bonita y siquiera me di cuenta de que la chica ya estaba quitándome la hierba del cabello.

    —¿Ah? Ah, sí. No te preocupes, Bea —apañé a lo de avisarle si sentía alguna molestia.

    En todo caso, me enfoqué en ponerle atención a su explicación de lo que llevaba del libro y mientras tanto fui pasando algunas páginas, donde leí uno que otro nombre y cosas así. Otro sonido de sorpresa se me escapó al escuchar que el café lo atendían gatos, cerré el libro y lo alcé pretendiendo mostrárselo a Bea como si no fuese suyo de por sí. A tientas señalé al gatote de la portada, como si acabara de descubrir un nuevo planeta en el cielo o quién sabe qué.

    —¿Este gato tan cute es el jefazo? ¿Y te lee la carta astral? —pregunté muy entretenida de repente y ante su pregunta volví a traer el libro a mí regazo, para husmear un poco más—. Me gustan, sí. Mi abuela le daba de comer a los gatos del vecindario, los callejeros, aunque igual soy más partidaria de que los gatos deberían ser animales de interior y controlar su población, ya que depredan algunos animales endémicos y tal.

    Su segunda pregunta me la pensé en poco.

    —Me gusta, pero no sé tanto como para entender una carta astral completa. Yo soy de Escorpio, al parecer se tiene la creencia de que somos los de peor carácter de los signos de agua, pero me abstengo a declarar... A mí me gusta la parte de que Escorpio busca la autenticidad en todas las cosas, además de que nos gusta la intimidad, quiero decir, conexiones reales —reflexioné pasando una página. No me puse a decir que se nos tachaba de hambrientos por el poder o manipuladores, porque no creía que fuese del todo cierto, ¿pero no era yo quién había accedido a sostener la otra punta del pacto de silencio?—. ¿Tú sabes de qué signo eres, Bea?

    ¿No avanzaba, escuchando los sonidos bajo mis pies?

    >>Me gustaría ir al café de estos gatitos —murmuré después todavía ojeando el libro y me reí por lo bajo—. Seguro me ordenarían un poco las ideas.
     
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    Momentos atrás, Ilana me había deseado éxito en mi cometido de secar la Cosmos, la sola frase me llevó a entender que el proceso quizá no saliese de acuerdo a mis deseos. Saber que podría marchitarse a pesar de mis esfuerzos me hizo suspirar por lo bajo, sin darme cuenta. Seguía con la mirada puesta en mis rodillas, porque aún no terminaba de lidiar con la vergüenza de haberle dicho tan sueltamente que deseaba conservar su obsequio por mucho tiempo. Pero cuando ella me dijo que siempre podría regalarme otra flor, elevé el rostro.

    —¿D-de verdad…?

    Mi voz había surgido en un tono ambiguo, que osciló entre la ilusión, la sorpresa y la vergüenza. Lo mismo podía afirmarse de mis ademanes físicos. A falta de decir algo mejor, me había puesto a juguetear con la tela de mi falda, a veces entrecruzando los dedos índices entre sí. El rubor encendía mis mejillas, pero éste era suave en comparación a mis otros tantos sonrojos.

    En la timidez de mi semblante alcanzó a divisarse el amague fugaz de una sonrisa, muy pequeña.

    Todo siguió arremolinándose, ya que, acto seguido, Ilana dejó su pelo a disposición de mis dubitativas manos. Me había sentido intimidada por la magnitud de su muestra de confianza y, por otro lado, ante el aspecto de su cabello. Era de un color claro espléndido, lucía muy bien cuidado y destilaba hermosura. ¿D-de verdad podía tocarlo… así como así? P-para colmo, mi mente intentó hacer una necia comparación contra mi melena corta y oscura, ante lo cual sacudí la cabeza para ponerle freno. ¡A-ahora mismo, l-lo más importante era quitar el césped sin quebrar una sola hebra, ¿tal vez?!

    Antes de ponerme manos a… ¿a la obra…?, la chica reaccionó con cierta efusividad al ver el libro que había dejado en sus manos. No me costó en lo absoluto entender los comentarios que hizo sobre la portada, gracias a que contaba con un buen dominio del inglés. Asentí para acompañar sus dichos, incluso si no podía verme por encontrarme en su espalda, y quizá fue por éste mismo detalle que no hice esfuerzo alguno en filtrar la ternura con la que sonreí. Que reaccionara de esa forma a algo que me gustaba… me hizo sentir una calidez. Supo dulce, ¿tal vez?

    —¿Verdad que es precioso? —convine— Q-quiero decir… El gato, el cielo, el remolque. O sea… t-todo, ¿tal vez?

    Comencé a quitarle el césped del cabello, pasando por el breve susto inicial por el que estuve a punto de disculparme, en mi mala costumbre de ser exagerada e intensa con ciertas pequeñeces. Sólo cuando ella me pidió que no me preocupara, con su voz tan suave, fue que me permití tranquilizarme. Pescaba cada brizna con los extremos de mis dedos, poniendo empeño en tocar su cabello lo menos posible, para luego retirarlas con movimientos suaves. Al mismo tiempo, le expliqué la historia de
    El café de la luna llena, al menos en sus rasgos generales, y fue en la mención de los gatos donde otro sonido de sorpresa brotó de la chica, que en ese momento lo hojeaba. Cuando lo alzó sobre su cabeza para señalar al gato de la portada, me elevé sobre mis rodillas para volver a detallarlo. Sus preguntas me sacaron una sonrisa suave.

    —Así es… —confirmé tímidamente.

    Si no añadí nada más en ese momento, fue porque me dediqué a oír sus respuestas. A Ilana, como a mí, le gustaban los gatos; mencionó que su abuela alimentaba a los callejeros y que era partidaria de que fuesen animales de interior y mantener bajo control su demografía, sobre todo por las otras especies que depredaban. Su respuesta me resultó muy amplia e interesante, ¿tal vez? N-nunca me había detenido a pensar, por ejemplo, en la influencia que los felinos podían tener sobre el ecosistema.

    —A mí también me gustan los gatos —dije, distraída en las briznas adheridas en los extremos, donde eran más abundantes— E-en mi casa no tenemos mascotas, p-pero… de vez en cuando, el gato de una vecina viene a visitarme. A veces le doy atún…

    Esto lo dije aprovechando la pausa que se permitió para pensar la pregunta en torno a la astrología, sobre la que me dio una respuesta tan detallada e interesante como la anterior. Mi dedos pescaban aquí y allá, sutiles como el picoteo de un ave; cada vez quedaba menos para terminar la labor de dejar limpia su cabellera. Mientras tanto, Ilana dijo que le gustaba la astrología pero que no tenía el conocimiento suficiente como para comprender una carta astral, lo que me resultó comprensible pues me encontraba en una situación parecida; lo justo, más bien, era decir que sabía mucho menos del tema, pues estaba dando mis primeras incursiones en la astrología a partir de mi lectura de
    El café…. Por demás, la chica me contó que su signo era Escorpio, ofreciéndome un panorama sobre lo que solía decirse del carácter de quienes poseían ese signo. Destacó los rasgos de la búsqueda de autenticidad y del gusto por la intimidad, entendido éste como la fundación de conexiones reales.

    —Yo… soy de Tauro —respondí a la pregunta que me hizo al final—. S-según lo que he leído… supuestamente, s-somos seres decididos, pragmáticos y con una gran fuerza de voluntad. Adoramos sentir seguridad y, por otro lado, podemos tender hacia la terquedad y el mal genio. También se dice que idolatramos… l-la belleza, la fidelidad y el cuidado… —agaché la cabeza, sin saber por qué me sentía avergonzada— Yo n-no sé qué tanto me definan esas cosas, p-pero… Me gusta la parte de… de la fuerza de voluntad… y lo del cuidado… Y s-supongo que... encuentro tranquilidad en lugares y personas que me hacen sentir... segura.

    Retiré las últimas briznas de césped de su cabello, le acomodé los mechones que habían quedado desordenados, no lo pensé mucho en ese momento. Murmurando un “Listo” por lo bajo, volví a acomodarme a su lado, para poder mirarla mientras murmurar que le gustaría visitar el Café de la Luna Llena. Asentí, esbozando apenas una sonrisa tímida.

    —Somos dos… —secundé— E-En este café… son los gatos quienes deciden qué vas a beber y comer; es algo así como un menú omakase. Te sirven cosas con nombres como “Tortitas con mantequilla de luna llena” o “Triffle de Acuario”. N-no sé qué sabor tendría algo así, pero… me gustaría probarlos, ¿tal vez? —hice una pausa, pensativa— Y el dueño es genial. Dan ganas de abrazarlo.

    Mientras decía esto, saqué mi móvil. Tras abrir la galería, enseñé a Ilana una ilustración que me había guardado, que era del mencionado personaje.


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    Última edición: 3 Agosto 2025
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    La manera en que Beatriz alzó la mirada ante mi oferta de regalarle otra flor me estiró una sonrisa en el rostro y me di cuenta que allí el suelo no se quejó, no lo hizo a pesar de que su tono estuvo manchado de emociones revueltas. No era difícil imaginar que darle comodidad a esta chica se basaba en ignorar sus nervios excesivos y, quizás, atender a lo que parecía querer aunque no comunicaba muy bien.

    Asentí con la cabeza como toda respuesta, a la vez atendí a la sonrisa que había asomado en sus labios y pensé que debajo de esas toneladas de ansiedad la niña era, de hecho, muy bonita. Era casi irónico que parte de sus colores coincidieran, medios invertidos, con los de Katrina con su personalidad impredecible y fuerte. Beatriz daba la sensación de ser más frágil, al menos emocionalmente hablando.

    —Es bellísimo —secundé a sus propios comentarios sobre la portada del libro y me reí por lo bajo—. Sí, todo el conjunto lo es.

    Siquiera notaba cómo me quitaba el césped del cabello, sus movimientos eran delicados y yo no estaba prestando ni una pizca de atención, ocupada con el libro. Ella me confirmó que el de la portada era el dueño del café y mi sonrisa se suavizó, era muy adorable imaginar un gran gato manchadito poniéndote un café y hablándote de las estrellas.

    Confirmé que me gustaban los gatos, mi respuesta me recordó por qué Kakeru decía que yo era la experta y la suerte de chiste interno me hizo soltar una risa nasal. De todas formas, atendí a su propia respuesta y me pareció tierno que le diera atún al gato de sus vecinos, además de que luego de ver lo de Copito con Melinda estaba segura de que los animales seguro relajaban a esta chica.

    —Si algún día en tu casa se animan a tener una mascota espero que me cuentes todo al respecto —solté en mis siempre presentes arrebatos de llevarme puesta a la gente.

    Ella me contestó lo de su signo, resultó ser de Tauro, un signo de tierra, y se me ocurrió que sus nervios tan a flor de piel no parecían muy propios de los supuestamente estables signos de dicho elemento. Habría estado gracioso saber que su dichoso big bro también era de ese elemento. En cualquier caso, me explicó algunas cosas del signo y como no la conocía mucho no podía opinar a profundidad, pero lo del cuidado me hizo sonreír mientras seguía viendo el libro.

    —Eres la chica de las curitas, yo digo que lo del cuidado pega bastante —dije con tranquilidad y también sumé algo en su susurro—, también lo de que encuentras tranquilidad con quienes te sientes segura. Lo noté mucho el otro día, en el invernadero.

    Me había avisado que ya estaba listo lo de mi cabello y había regresado a mi lado, así que habiendo dicho eso le dediqué una nueva sonrisa. De paso cerré con delicadeza el libro, lo dejé con cuidado frente a ella y presté atención a lo que decía sobre el Café de la Luna Llena. Por un momento alcé la vista a la copa del árbol, preguntándome qué me servirían a mí los gatos, pero su comentario de que daban ganas de abrazar al gatote me hizo reír y al devolver la vista abajo reparé en la ilustración que me enseñaba.

    No way! Es cierto, dan muchísimas ganas de abrazarlo —solté sin conferirle una gota de pensamiento—. Mira su carita, se ve muy... como reconfortante. ¿Qué es lo que más te ha gustado del libro hasta ahora, Bea?
     
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    —¿Beatriz?

    La voz ajena, masculina y de un tono suave, me alcanzó luego de unos minutos de inmersión en mi lectura. Un latido brincó con intensidad, a l-la vez que sensaciones contradictorias se disparaban. N-no supe, para colmo, si di un respingo por la sorpresa. Me giré… hacia la persona que me miraba de pie, desde uno de los costados de la banca que había elegido para sentarme, junto al cerezo del patio norte.

    —Hu… Hubert-senpai —llegué a decir, lo que consideré tan milagroso como el hecho de seguir mirándolo al rostro— B-B-buenos días…

    El chico me sonrió, justo como había ocurrido ayer en el pasillo: amable, gentil y cálidamente. Intenté regresar su sonrisa, p-pero… m-me había cohibido hasta un punto que me fue imposible, quedando todo en un patético amague de mis labios. Aparté el rostro, avergonzada, y agradecí a la voluminosa nube que, en ese momento, se interpuso entre el sol y nosotros. La sombra que cubrió el patio norte haría menos evidente el rubor que me cubría las mejillas, ¿tal vez?

    —Buenos días —dijo él; vi de reojo cómo llevaba un índice a su mejilla—. Disculpa la interrupción, parecías muy concentrada en tu lectura.

    —¿Eh…? —musité; demoré un par de segundos en recordar que aún tenía el libro abierto sobre mi regazo; lo cerré repentinamente, con un sonido sordo— ¡N-no es nada…! De… ¡D-de verdad…! Yo sólo… q-quise distraerme leyendo unos minutos en el exterior, porque el día está agradable, ¿tal vez? P-pero… N-no interrumpes nada… Descuida…

    No sé de dónde saqué las fuerzas para saltar mis barreras; pero logré voltearme por un instante, y mostrarle una sonrisa tímida con la que quise tranquilizarlo. Ya nos habíamos visto otras veces, y algo me decía que su gesto con el índice nacía de la duda, la vergüenza o la incomodidad, ¿tal vez? D-de hecho, al verme sonreír… Hubert bajó la mano y pareció aliviado…

    Yo… No podía culparlo…Últimamente me ponía muy nerviosa en su presencia… M-Más de la cuenta, quiero decir. Dudaba que algo así le fuera ajeno.

    Sólo rezaba para que no intuyera el por qué.

    Que jamás encontrara el secreto que habitaba en los ojos de cielo.

    —Eso me tranquiliza —dijo, manteniendo su sonrisa— ¿Puedo sentarme un momento, entonces?

    Mi corazón chocó con fuerza, creí que la respiración se me iba a cortar. Me estremecí ligeramente sobre la banca, la timidez hervía por todas partes, y contra mi voluntad terminé apartando el rostro. Asentí, moviendo la cabeza apenas unos milímetros.

    —Cla… Claro…

    En cuanto sentí que ocupaba lugar a mi lado, me pregunté si fue buena idea permitir que se acercara. Mi corazón estaba cada vez más acelerado. Latía con una mezcla de vergüenza y expectativa. El momentáneo silencio del chico no ayudó en lo absoluto a tranquilizarme… Sólo cuando habló de nuevo, entendí que se había tomado unos segundos para observar la portada del libro:

    El café de la luna llena —recitó, lo cual me hizo girarme hacia él, confundida.

    —¿Lo… lo conoces?

    Hubert se había sentado a un cuerpo de distancia, otorgándome un respetuoso espacio, supuse que su intención fue no incomodarme. Con la sombra que cubría el patio, su cabello se veía tan oscuro como una mancha de tinta, y sus ojos se convertían en dos agujeros infinitos. Debí hacer una fuerza descomunal para que, en mi cabeza, no asomara esa palabra.

    Lindo.

    —No, pero me llamó la atención la portada. Es muy bonita —comentó, y tras echarle otro vistazo, sonrió con un dejo de diversión— ¿Es un gato lo que veo?

    —¿Uh...? —parpadeé, como si despertara de un trance— ¡A-Ah! S-sí... —giré parte del cuerpo y alcé el libro para que pudiera verlo mejor; aproveché para ocultar buena de mi rostro detrás del mismo, sólo mis ojos asomaron por encima de su portada— T-trata sobre un café que sólo aparece en noches de luna llena… está regentado por gatos, y éste es el dueño. Le lee la carta astral a sus clientes…—regresé el libro a mi regazo, cuya portada quedé observando— Es adorable y también muy sabio... Como un maestro, ¿tal vez? S-siempre busca guiar a sus clientes, para que regresen al camino que las estrellas tienen reservados para ellos… —dudé un momento, hasta que me animé a añadir un comentario; lamentablemente, no sin ruborizarme una vez más— Una vez p-pensé que… que p-podría gustarte el libro por eso mismo... ¡A-aunque sé que la astrología y la astronomía son cosas completamente distintas, ¿ta vez…?!

    No lo veía. Pero sabía que sonrió, sin quitarme los ojos de encima. Siempre me sonreía… Jamás faltaba a la honestidad cuando lo hacía…

    —Ambas conectan con los cuerpos celestes, a su manera —apuntó, conciliador—. Me gustan las historias que toman las estrellas y el universo en sí mismo, como centro de sus narrativas. Y, de hecho, me parece oportuno que tengas en tus manos un libro así… —percibí un sonido susurrante proveniente desde su lugar… como si estuviera sacando algo de su maletín— Creo que combinará a la perfección con esto…

    Sentí curiosidad por sus palabras. Al mismo tiempo, por la visión lateral noté que me extendía algo de color azul oscuro. Por su forma rectangular, creí por un momento que, a lo mejor, se trataba de otro libro. Me giré lentamente, cuidando de no chocar accidentalmente con sus ojos y… Bajé la cabeza, hacia lo que me ofrecían sus manos.

    Era una caja, salpicada de brillantes estrellas doradas. Una luna llena destacaba en el centro de su tapa.

    Abrí mucho los ojos. Miré a Hubert. Algo de mi expresión pareció causarle ternura, o eso creí interpretar por el modo en que su sonrisa se suavizó. Con un firme movimiento de manos me instó a agarrar la caja, en cuya esquina había un pequeño lazo plateado. La tomé, y por un momento noté cuán pequeñas y blancas eran mis manos junto a las suyas. Cuando miré la caja más de cerca… sentí un matiz de aroma a chocolate. Enrojecí.

    Volví a sentir muchas cosas juntas.

    Otro intenso relámpago.

    —Hubert-senpai… —musité, sin poder creerlo— ¿D-de verdad…? ¿Tú hiciste… todo esto…? —posé los dedos sobre la luna.

    —La caja y los chocolates —confirmó él, mirándome— Tu apellido… Proviene del español, ¿no es así? Significa “Tsuki”.

    Me giré, sorprendida.

    —A-a-así es… P-pero… No recordaba… que te lo había dicho…

    Sonrió.

    —No lo hiciste… —dijo, confundiéndome más aún— Pero tenía una corazonada, así que averigüé por mi cuenta… —hizo una pausa, pareció dudar— Es bonito que tu nombre contenga la luna.

    Contrario a lo que los dos esperamos… Una risa, fugaz y solitaria, me brotó del pecho. Sonreí, no supe si enternecida o nerviosa, y sentí las lágrimas queriendo escapar de mis ojos. Me conmovía... Me conmovía profundamente que se hubiera tomado tantas molestias por mí. D-de hecho, no debería extrañarme, ¿tal vez?: Hubert era así. Pero tratándose de él, de entre todas las personas, esto impactaba fuerte. Mucho más fuerte. Hice fuerza para contener las lágrimas.

    —Gracias… D-digo… Por lo de mi apellido y esta caja… Es preciosa —dije con sinceridad—. Es preciosa... M-me… Me encanta. No sabes cuánto...

    Le sonreí nuevamente, mirándolo directo a los ojos, con un nudo en la garganta. Él se detuvo en mi mirada un instante... manteniendo su sonrisa serena, impasible. Finalmente asintió con solemnidad y se incorporó, lo que me hizo parpadear. Se llevó el índice a la mejilla.

    —Debo ir a la biblioteca; a regresar un libro, precisamente —dijo; me miró, pensativo— No sé si planeas quedarte un poco más. Podemos subir juntos, si quieres.

    Me encantaría.

    —L-L-Leeré un poco más —respondí— S-si no es molestia… L-lo siento. Y perdona por… no poder darte chocolates a cambio, ahora. T-tengo intención de hacerlos, p-pero soy mala en la cocina… ¡A-aun así…! ¡P-prometo que recibirás algo… a-antes de que termine la semana…!

    Me miró de pie, dedicándome una gesto tranquilizador con la mano. Una brisa ligera desprendió algunos pétalos del cerezo, que cayeron entre nosotros.

    —Tú eres tú —dijo, sus palabras me recordaron en parte a las de Jez; las sentí como una especie de consejo—. Ve a tu ritmo. No importa si es esta semana o la siguiente. Los estaré esperando, Luna.

    Con una última sonrisa, el chico giró y emprendió su regreso al edificio. Sin darme cuenta, me quedé observando su espalda, su cabello, su manera de caminar. Con las mejillas encendidas y un calor que me quemaba el corazón, mientras procesaba aquellas palabras y su amabilidad, tan infinita que bien podría llegar a las estrellas. Sólo cuando lo perdí de vista, me quedé mirando la caja, que ahora reposaba en mi regazo junto a El café de la luna llena. Sonreí con inmensa suavidad, mientras luchaba por desatar el nudo de mi garganta.

    La dulce tormenta... había crecido.
     
    Última edición: 10 Agosto 2025
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    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

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    Haberle robado una comida de boca a Rowan y llegar a encontrarme una bolsita de chocolates en mi pupitre no estaba en mi bingo card de ese día, para nada, de hecho me hizo gracia. No era que yo fuese a recibir regalos de mucha gente ni nada, siquiera me interesaba, pero no hacía falta para saber de dónde provenían incluso antes de husmearlos. Tan bonita, ¿debería reaparecer y ver qué pasaba? Sin duda la idea era tentadora.

    De cualquier forma, los guardé de momento y cuando sonó la campana los tomé antes de salir de la clase y comenzar a bajar las escaleras. En el trayecto a la cafetería me comí uno, antes de salir al patio compré un sándwich y salí al patio. Las nubes liberaban el espacio de algo del calor, de forma que pude navegar el espacio sin prisa hasta que encontré sombra en un árbol más allá del cerezo.

    En vez de almorzar primero, me quedé mirando la bolsa y comí algunos chocolates más. Estaban muy ricos y una tampoco era de piedra, ¿o sí?

    relleno de reacción a los chocolates de Emi-chan, Kat queda a servicio del pueblo cuz why not
     
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