Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

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    —Oh no, más bien eres un hombre de cultura. El verde es el mejor color del mundo. ¿Has visto que algunos ríos tienen un color verde menta aunque más suave? Es el punto definitivo entre el azul y el verde, es precioso —dije con toda la convicción del mundo y luego me reí previo a negar con la cabeza—. Claro que no me molesta, si te confié el nickname es para que lo uses, ¿no? Además, compartimos un color favorito, somos como secuaces de color ahora. Me gusta el verde también, pero el abanico de verdes de los árboles. Se pasea entre lo que parece amarillo y azul profundo. El otro color que me gusta es el amarillo cálido, más parecido al naranja.

    Lo de los chispazos de alegría fue algo que dije sin conectar e incluso aunque dijera algo así, tampoco condenaba el hecho de que a veces simplemente había que sentirse mal. Que a veces incluso puede que no hubiese una enseñanza en lo que pasaba, que ocurría y punto y había que lidiar con ello. De vez en cuando la vida era lo que era y punto, sin nada romántico o bueno de por medio, el secreto yacía en, de alguna forma, navegar ese caos.

    Tener que vivir en el fondo del pozo y la punta del obelisco.

    —Más o menos —acordé lo de las migajas de pan—. También podría ser un camino de granitos de arroz.

    Atendí a su respuesta sobre su lugar favorito en Shinjuku y que fuese el bar donde trabajaba su hermano me hizo sonreír. Hablaba de la relación que tenía con él, pero también de la manera en que estaba lazado a otras personas. Los espacios estáticos, donde el tiempo parecía suspendido, eran los únicos refugios que existían a veces.

    —Suena como el spot definitivo, lo reconozco —concedí ligeramente divertida—. Y suena agradable tener algo así, un recordatorio de que algunas cosas no cambian aunque todo lo demás lo haga, en cierta manera consuela. ¿Qué tal es Kabukichō, ya que estamos? Yo quiero información completa, Kakeru, ¡completa!

    No sabía si era porque todavía era pronto para poder dar una respuesta concreta sobre si el cambio había sido para mejor, pero el caso fue que no pude evitar darle vueltas a la pregunta y contestar con una honestidad similar a la de antes. No daba grandes cantidades de información ni nada, pero si decía algo, lo hacía desde la sinceridad porque me parecía lo correcto. Por eso le había dicho antes que sí quería quedarme aquí.

    Lo que no estimé fue que me saliera con la idea del trato, me dijo que si yo comía él iba a beber del jugo que le había dado y fruncí el ceño, ligeramente enfurruñada, ¿no estaba haciendo trampa? ¿O era al revés y estaba siendo excesivamente justo? Pensando en eso miré el bento, la caja de jugo y a él que tenía toda la cara de no aceptar negativas, además de verdad necesitaba que al menos le regresara algo de líquido al cuerpo o acabaría seco como Sponge Bob en... No me acordaba el capítulo, ¡pero así de seco!

    Fine —apañé todavía con los gestos algo comprimidos y fui desenvolviendo el almuerzo para destaparlo, cuando tuve todo listo preparé un bocado y me quedé mirándolo, esperando que cumpliera su parte del trato antes de comer nada.

    Aproveché ese breve lapso para pensar una vez más, nada más que eso, y no supe si calificar algunas cosas como desagradables en sí mismas o como desafortunadas, aunque no tenía idea de por qué diferenciaba unas de otras siquiera. Estaba Paimon sin haberme contestado cuando pregunté por Suiren, Katrina alegando ser una girls girl y el señorito Red Flag con el pedido del pacto de silencio; por otra parte estaban el resto de eventos, las personas que había conocido y las conversaciones que había mantenido como había sido con Joey y Morgan. Me había divertido conociendo nuevas personas.

    —No, diría que no... si acaso algunas cosas un poco raras, pero creo que tiene más que ver con que entré a un espacio donde ya había muchas dinámicas funcionando antes. Da la sensación de que me pierdo de algo todo el tiempo y poco puedo hacer al respecto, pero la mayoría de gente me ha recibido bien o eso me parece a mí —contesté por fin y comí un bocado de arroz con un trocito de carne. Estuve más segura que antes de no tener apetito, pero ni modo, negocios eran negocios—. ¿Tú que opinas de la academia, la gente y tal? Ya que estamos en el mismo barco de transferidos, aunque tú llevas un poco más tiempo, lo que te vuelve algo así como mi senpai de transferencia.
     
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    Gigi Blanche

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    ¿Ríos color verde menta? Intenté formar la imagen en mi mente, pero se asemejó a lo que sería en Los viajes de Gulliver o Alicia en el país de las maravillas y solté una risa floja, algo incrédula. No creía haberlo visto en mi vida, cosa poco extraña considerando mi historial de niño de ciudad. Si pisaba césped era en los parques del corazón de la metrópolis y durante el campamento escolar... bueno, la había pasado medio para el culo. No era que Anna me hubiera dejado, eso ya tenía un rato, pero sí había confirmado la existencia de Sonnen y luego tuve a Wickham tratándome de loner así como Dunn me había tirado el lesser en la cara. Acababa de decirlo, ¿no?

    Los niños eran crueles.

    Me confió sus colores favoritos y entonces me pidió ampliar la información sobre Kabukichō. Iba a quedar medio mal parado, ¿no? Ocurría que ahora mismo no veía motivos para cortarme. ¿Por qué debería importarme, para empezar?

    —¿Lo has pisado? Porque no te lo recomiendo, al menos de noche. —Una sonrisa ligeramente diferente danzó en mis labios—. Es un sitio bastante turístico, lleno de bares y lugares para comer. Supongo que a la gente le gusta porque son un puñado de callejones y recovecos donde se apiñan para tomar una cerveza y comer ramen, y eso es muy... ¿muy de aquí? Contrasta con Ginza, con sus rascacielos y avenidas kilométricas, o con la elegancia de Chiyoda. Pero vaya, si lo buscas en Google te pone "entretenimiento orientado a adultos" o algo así. Imaginarás el abanico de actividades.

    Una risa me vibró en el pecho y meneé apenas la cabeza. A veces era gracioso de ver, debía reconocer.

    —La clásica es engatuzar a los extranjeros y luego chuparles el dinero en los clubes con... damas de compañía. O damos, claro. —Mi sonrisa se amplió fugazmente—. Los rumores son que al distrito lo regentea la yakuza y yo creo que algo de cierto tienen. Cuando pasas mucho tiempo dentro empiezas a ver cosas. Lo gracioso es que de día es totalmente inofensivo, como si fuesen dos... dos mundos paralelos que coexisten en el mismo espacio y se intercambian con la puesta de sol.

    Siendo francos, nada de lo que le había soltado eran noticias nuevas para el japonés promedio. La yakuza jugaba por debajo hoy día, pero no habían transcurrido ni veinte años desde que podían pavonearse por la calle como los héroes de la ciudad. Esa clase de basura tomaba tiempo que se la llevara la corriente.

    Claramente aceptó mi trato y sonreí, satisfecho. Mientras Ilana preparaba su almuerzo yo me encargué de abrir el juguito y lo alcé a modo de brindis para beber al mismo tiempo que ella comía el primer bocado. Estaba... caliente, pero era mejor que nada, suponía. Me dediqué a darle sorbos modestos y escucharla. Asentí, en un acuerdo silencioso a sus palabras, y me alegró que su panorama no pareciera tan trágico.

    —Ser el chico nuevo nunca es fácil, en especial si te transfieres solo. Yo ya tenía algunos amigos aquí así que corrí con ventaja, aunque estamos desparramados por todos los años y clases, y no coincidí con ninguno. —Me reí ligeramente y la miré—. Podría presentarte a alguno si adaptarte aquí te está costando o si te gustaría recibir un centro. Son muy buenos chicos. Está Ko en la 3-3, calladito y medio cabrón pero muy fácil de llevar, y también están Anna y Emily en segundo año. Anna tiene más energía que una represa, pero es muy cálida y Emi es dulce y tranquila. Creo que podrías llevarte bien con todos.

    A la pobre Emily la había metido en el paquete de mis viejos amigos aún sin pertenecer a la categoría, pero en mi mente venía pegada a Anna y bueno. Su broma me vino en gracia y colé un "entonces trátame con respeto" en voz baja justo antes de pellizcar el sorbete con los dientes. Le di otro trago al jugo.

    —Pues... ha estado bien. Tuve algunas secuencias un poco tensas o incómodas por... cosas de la vida, pero también he conocido gente simpática. Creo que no me arrepiento de transferirme, aunque no estoy en el mejor momento para ponerme a decidir cosas. —La risa que me vació el pecho sonó más resignada y agaché la vista brevemente antes de volver a mirarla—. Al menos es una escuela pija y hay un montón de cosas para distraerse. ¿Has visto el observatorio? ¿O el tamaño del salón de actos? El invernadero también es muy bonito y la piscina debe tener agua más limpia que la de mi casa.
     
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    Zireael

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    Si uno no tenía la información de previo lo de los ríos de ese color debían sonar como algo sacado de la fantasía, pero existían. Ese tipo de cosas, junto al verde de los árboles y la infinidad de animales en el mundo casi debían valer para hacernos pensar que vivíamos en un libro, ¿no? A veces distraerme con ese tipo de cosas que podían parecer simples servía mejor que nada más. Quizás fuese el anhelo distante de perderme más allá, volver al lugar de donde sentía que me habían arrancado o quién sabe qué.

    Cuando me preguntó si había pisado esa zona del barrio negué con la cabeza, aunque me reí al escucharlo decir que no me lo recomendaba de noche. En sí salía poco de noche de por sí, la última vez fue con Mei y aquella amiga suya que desembocó en todo lo demás, pero tampoco era que tuviera tanta... libertad de movimiento, más bien ese día medio me excedí un poco con los permisos. Papá era sobreprotector y me tenía algunas zonas de los barrios casi marcadas con cruz, a lo que yo obedecía sin demasiado problema porque llevarle la contraria sonaba como una estupidez. Era amoroso, pero estricto.

    Al preguntarle a Kakeru contemplé la posibilidad de que no fuese demasiado específico con el asunto, creí notar el cambio de tinte en su sonrisa y en vez de preocuparme o hacerme echar atrás, me vino un poco en gracia. Lo escuché con mucha atención, me hizo reír que él mencionara el contraste en comparación con Ginza y Chiyoda y asentí por lo del "abanico de actividades" en una zona delimitada al entretenimiento para adultos.

    Oh God no, no los damos también —apañé encima de sus palabras junto a una risa que se quiso convertir en una carcajada que modulé al oír la mención a la yakuza.

    Lo que sabía era poco hasta para lo que había en internet y aunque papá trabajaba en una división de crimen organizado ahora, bueno, tampoco era que pudiera contar demasiado a los cuatro vientos. No me quedaba más que confiar en sus advertencias y en el cansancio con el que llegaba a casa, trabajando casi sin pausa por una guerra que quizás nunca ganaría ni aquí ni en América. Habían batallas perdidas desde su inicio.

    —He leído un poco del asunto de la yakuza en el país y bueno, no me parece una locura pensar que controlen los distritos o barrios completos de esa manera, es hasta más inteligente. Un poco sigue la ley del más fuerte, el que se adapta a lo que el mundo provee o lo que prueba funcionar. Quizás lo increíble sea la manera en que un lugar puede dar esa clase de giro del día a la noche —comenté un poco más seria y para no acabar metida en un terreno tan denso, volví con una tontería—. Igual me gusta el chismecito de Kabukichō directo de la fuente, esto es lo que es bueno.

    Fue después que cumplimos el trato con un pseudobrindis y todo, él bebió del triste juguito caliente y yo comí a pesar de que no se me apetecía demasiado, así que todo balanceado. Procuré comer un poco más sin demasiada prisa y lo fui escuchando, asentí a lo de que ser el nuevo no era fácil y sonreí con un dejo de resignación por la dificultad extra de hacerlo solo. No estaba sola en todas las de la ley, porque estaba Cayden y luego Mason, pero tampoco era que pudiese decir que fuesen mis amigos del alma. Uno huía como idiota apenas le preguntaba por una emoción compleja y al otro tenía demasiado tiempo de no tratarlo como para saber si era el mismo niño con el que solía jugar.

    El punto era que Kakeru estaba ofreciendo presentarme a sus amigos aunque estaban todos desparramados y volví a sonreír con un dejo de ternura, habló de Ko del otro salón aunque la descripción fue un poco graciosa y de Anna y Emily en segundo. La descripción de los tres me hizo sentir que podría llevarme bien con ellos y eso, de alguna forma, fue agradable. Su disposición de presentármelos también fue muy cálida.

    —Perdón, Kakeru-senpai~ —respondí por la tontería, hasta suavicé la voz como si con eso me fuese a evitar algún futuro regaño. En todo caso, desvié la mirada la comida un momento antes de volver a hablar—. Me gustaría conocer a alguno de tus amigos, no tanto porque me esté costando adaptarme ni nada, es más porque sí. Es lindo cuando otras personas me recomiendan hablar con alguien en particular o me ofrecen a presentarme a amigos suyos, me hace ilusión. Así que eso, espero que me presentes a Ko, Anna o Emily.

    Apenas terminé esa nueva sección de honestidad volví a mirarlo y le dediqué una sonrisa comprensiva a su conclusión sobre no estar en el momento de decidir cosas, aunque pensé que al menos dijera que no se arrepentía era una buena señal. Iba a decirle algo, pero lo de la escuela pija acabó por hacerme reír y moví un poco la cabeza en un gesto que secundó el argumento.

    —No hay por qué ponernos a decidir nada ahora mismo de todas maneras —concedí con calma, no fui directa con el asunto, pero me parecía lo correcto en vistas de cómo lo había encontrado—. Estuve en el observatorio, ¿verdad que es genial con ese estilo como medieval? Cuando fui estuve con un compañero de nuestra clase, el otro pelirrojo, Mason, y otra muchacha, Morgan, y tuvimos una conversación de lo más curiosa, me gustó mucho. ¿Tú has ido a la parte de arriba? ¡Y el salón de actos es inmenso! También estuve recién y la piscina, confirmo que esa agua tiene que estar más limpia que la que sale del grifo de la cocina en casa. Me falta el invernadero, lo que parece una ofensa viendo que me llamo árbol, ¿podríamos ir un día también?

    Pobre chico, de repente le estaba pidiendo cosas como si lo conociera de toda la vida y la idea repentina me dio vergüenza. Tomé aire, lo solté y enfoqué las neuronas en la comida como si fuese lo más interesante de la azotea. A veces agarraba demasiado impulso al conocer a las personas.
     
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    Gigi Blanche

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    —Los damos son los peores —convine a su broma antes de seguir con mi descripción del distrito, una risa se me coló en la voz y atendí a su reflexión sobre la yakuza—. Es su cualidad más admirable, supongo, si acaso puede hablarse de "cualidades" con esta gente. Pasaron de patrullar las calles a fundar empresas, quizá varios hayan caído en el camino, pero una buena porción supo adaptarse y puede que sean un fragmento de la sociedad más... imprescindible de lo que uno cree. Como las dos caras de Kabukichō, ¿no? Que se sostienen entre sí para que ninguna caiga. Llegados a este punto es probable que se condenen más los excesos que los crímenes en sí.

    ¿Ahora era el delivery de chismes turbios? Que pareciera tan entretenida no me extrañó, dudaba que la gente de nuestra edad adquiriera verdadera consciencia de lo que implicaba todo este... este mundo. Además, podía entender que atrajera o llamara la atención. Cualquier misterio o porción oscurecida de la realidad lo hacía. Palpitaba y susurraba, como la existencia del monstruo que imaginas al final del pasillo pero no te atreves a corroborar.

    —Para servirle, señorita —concedí, inclinando la cabeza y modulando una sonrisa más suave.

    Ella me brindó el respeto que le había pedido y asentí, como avalando su esfuerzo. Me dijo que le gustaría conocer a los chicos y tuve que preguntarme cuándo sería capaz de verlos a los ojos sin que el corazón se me doblara en dos. Tenía que hablar tanto con Anna como con Kohaku, lo sabía, sólo que... vaya. Era mucho que procesar aún. En cualquier caso, la oferta había sido mía y debía atenerme a las consecuencias. Volví a asentir y le dije, en un tono más caballeresco, que vería de hacer los arreglos pertinentes.

    El tópico sobre las instalaciones escolares pareció darle cuerda y la escuché, intentando seguirle el ritmo. Que mencionara a Morgan me hizo alzar las cejas con un dejo de diversión y acabamos bastante de repente con una tercera promesa. Más me valía empezar a tomar nota.

    —Conozco a Morgan, es amiga de Ko, precisamente —le conté, y evoqué un recuerdo fugaz—. También hablé con Mason, ahora que lo dices, en la biblioteca. Tenía galletas amnésicas muy ricas. Y no, no subí al piso de arriba del observatorio. Cuando fui me sentía un poco mal y me quedé pegado a la silla.

    Quizá pareciera que había omitido su último pedido porque quizá, sólo quizá, se me hubiese antojado molestarla un poquito. Ella había bajado la vista a su almuerzo y en el gesto creí encontrar cierto grado de bochorno, como si hubiese adquirido repentina consciencia de su... ¿arrebato? Suspendí un breve silencio, entonces, y apoyé el zumo en el suelo. Abrí la servilleta de una sacudida breve y, con cuidado, me colé en su espacio para alzar su bento y extender el papel debajo.

    —Ya te dije, ¿no? Puedes hacer lo que quieras —le recordé y sonreí, divertido, regresando a mi espacio—. ¿Cuándo vamos?
     
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    Zireael

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    Mira, yo quería disimular la risa, pero que acordara que los damos eran los peores quiso ponerme a carcajearme y tuve que llevarme la mano a la boca para contener la risa. Una parte de mí tenía claro que no debía reírme de estas cosas, que lo que me decía no era mentira ni una exageración, ¿pero qué quedaba? Cuando la desesperanza era tanta y el control de las bestias de sombras se extendía sin pausa incluso si yo no lo había visto de primera mano todavía. Aunque de cierta forma, podía decir que una bala me había susurrado en la oreja.

    La ignorancia era uno de los mayores privilegios del mundo.

    —Incluso en la decadencia, la vida encuentra una manera —acoté luego de un suspiro—. Al final una requiere de la otra, sin más. Puede que haya que aceptarlo tarde o temprano.

    Sonreí al oír su "para servirle, señorita", el gesto se me ensanchó por lo de los arreglos pertinentes para las presentaciones y asentí con una cuota de entusiasmo. De nuevo, no se me habría ocurrido las implicaciones de algo como eso ni en el peor sueño de fiebre, escapaba a cualquier cosa que pudiera pensar. De todas maneras, mi pedido no tenía por qué ser demasiado inmediato en el tiempo, en lo absoluto, más bien lo suyo era que me adaptara a él para eso en específico, pues a fin de cuentas eran sus amigos.

    —¿De verdad? Bueno, eso tiene que darme puntos extra o algo, siento que nos llevamos bien. —Lo de las galletas amnésicas me hizo reír por lo bajo, pero al final el gesto se tornó más comprensivo al escuchar que no había subido a la parte de arriba del observatorio porque se sentía un poco mal ese día—. Al menos la amnesia de las galletas no parece haberte durado para siempre y la ventaja es que el segundo piso del observatorio no se irá a ninguna parte, puedes ir en otro momento.

    Entre el exceso de conciencia de que estaba pidiendo cosas un poco a diestra y siniestra también noté que no me respondió de inmediato, estaba lista para retroceder en caso de haber rozado un límite sin quererlo y lo habría hecho sin demasiado problema, vergüenza o no, pero percibí su movimiento luego del silencio. Levantó el bento de mi regazo, dejó la servilleta abajo y me repitió lo que había dicho antes, de paso sumó la pregunta de cuándo íbamos.

    Quise decirle que cuando se sintiera mejor.

    ¿Pero por qué sentía que era demasiado pedir?

    —¿Lunes? ¿Martes? Bueno, el día que te sirva en verdad —sugerí porque no iba a arrastrarme al chico al día siguiente—. Te prometo comprar un jugo frío en la máquina, porque este a temperatura ambiente debe dar pena.

    Al decirlo miré la cajita de zumo como si tuviera la culpa de todos nuestros males, pero no tardé en relajar las facciones y entonces lo miré de nuevo. Le sonreí con genuina alegría y aunque dudé un momento, estiré la mano hacia él, alcancé su brazo y lo zarandeé suavemente. Me sirvió de excusa para tantear la temperatura de su cuerpo en este sol, más temprano que tarde tendríamos que volver adentro. No decía que tuviese que meterse a clase, claro, sólo dejar de tostarse las ideas.

    —Ya verás, seguro nos divertimos un montón... Cuando me digas que no reconoces una margarita —lo molesté por la pura gracia, luego me puse algo más seria, al menos lo intenté—. Por favor dime que sí la reconoces o pasará de visita al invernadero a clase de botánica.
     
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    Gigi Blanche

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    No había calculado ni por asomo que la tontería de los clubes le haría tanta gracia, pero verla reírse así fue agradable y, al menos temporalmente, me ayudó a sentirme un poco mejor conmigo mismo. Su reflexión sirvió para cerrar el asunto y entonces descubrimos ciertas personas en común. Estábamos todos apiñados en la misma escuela y casi en las mismas clases, al fin y al cabo, no eran descabelladas esta clase de coincidencias.

    —Sí, no eran lo suficientemente amnésicas... —me lamenté, meneando la cabeza y todo, y la miré con un dejo de asombro—. ¿De veras? Pensé que le salían piernas y escapaba de noche.

    Medio resolvimos visitar el invernadero la semana entrante e internamente lo agradecí. Desconocía qué sería de mí mañana, sólo me olía que me costaría un huevo levantarme de la cama... si es que lo lograba, claro está. Le eché un vistazo a mi pobre zumito boicoteado frunciendo apenas los labios y luego, al mirar su almuerzo, sonreí. Sólo debía seguir apilando pequeños proyectos para el futuro, para que no luciera tan inmenso y aterrador.

    —Yo me encargo de la comida, entonces —verbalicé, me forcé a hacerlo, y me erguí un poco para seguir bromeando—. Déjalo en manos de tu senpai.

    Al regresar a su rostro percibí el tinte de su sonrisa, pensé que quizá hubiese sido realmente afortunado topármela justo en este momento, y su zarandeo me arrancó una risa floja. Me sentí un poco vulnerable y bastante expuesto, pero eso no me generó la vergüenza o incomodidad que habría temido. En cierta forma... ya me había visto hecho una bola de mocos, ¿no? No podía caer más bajo.

    —¿Margarita? Las que son grandes y violetas, ¿no? —Poco me duró la seriedad, acabé riéndome de nuevo y asentí, tapándome la boca con el dorso de la mano por inercia—. Ahora me da un poco de miedo responder, pero... blancas y pequeñas, ¿cierto? Me quiere sonar que se parecen mucho a la manzanilla, sólo que una huele horrible y la otra no.

    Gracias a Dios había recuperado ese trozo de información de Ishi para no quedar tan burro frente a esta chica, ya bastante me había hundido por culpa de los halcones. Al llevarme el sorbete a la boca noté que el zumito se iba acabando y le eché un último vistazo al cielo antes de confirmar la hora en el móvil. Suspiré, pensando que quizá prefería quedarme en la enfermería, aunque una parte de mí se empeñaba en... mantenerse firme, quizá, e ir a clases. Aunque necesitaría una parada obligatoria en el baño para echarme algo de agua y desodorante encima.

    —Bueno, hora de dejar de rostizarnos —anuncié, poniéndome en pie.

    Me frené de extenderle la mano y en su lugar apoyé las palmas en mi pantalón, puesto que estaban un poco sudadas. Aguardé a que ella se hubiese incorporado para juntar algo de coraje y sonreírle una vez más. Como había pensado antes, no me quedaba mucho que perder.

    —Gracias por quedarte conmigo, Ilana.


    por acá cierro con el derretido we

    Gracias por haberme caído con la niña, estuvo muy lindo y me gustó que se conocieran <3
     
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    Zireael

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    Puede que fuese un poco contradictorio si partía de algunas de las cosas que hacía o pensaba, pero no creía que hubiese una receta mágica para nada en esta vida. Por ello en este escenario, al encontrarme a este muchacho en las condiciones en que lo había hecho, todo lo demás fue mera improvisación. Aún así quería pensar que si podíamos hablar y aunque fuese reírnos un poco, al menos algo era distinto. Una pequeña rueda había cambiado de dirección incluso si las demás no.

    —Podría escribir una historia de terror sobre cómo a un segundo piso le salen patas por la noche y ronda la ciudad, no me tientes —repliqué de lo más seria, solo por seguir haciendo el tonto.

    Quería pensar que no presionarlo tanto comprometiéndolo a algo mañana mismo también fuese un pequeño acierto, seguía sin tener idea de qué había pasado, sentía que preguntar no nos habría llevado a ninguna parte, pero tampoco iría a impedirle su derecho a sentir más si era necesario para él. No era agradable, pero forzarnos de más a apechugar también era cruel. En permitirse a uno mismo sentir había algo de compasión que a veces olvidábamos.

    Era necesario descansar en la tierra antes de siquiera mirar hacia el cielo de nuevo.

    Lo del juguito como objeto de nuestras desgracias fue una tontería, no me esperé que lo que siguiera en esa cadena fuese que él se encargaba de la comida, pero entre eso y lo de que lo dejara en manos de mi senpai percibí calidez de nuevo. Mantuve la sonrisa sin disimular que la oferta me ponía muy contenta y asentí con la cabeza.

    —¿Acabaré mal acostumbrada a que mi senpai se encargue de las cosas? —bromeé sin pensarlo mucho, luego suavicé la voz sin darme cuenta en realidad—. Gracias, Kakeru.

    Después lo molesté con las margaritas y aunque fruncí un poco el ceño ante la primera descripción acabé riéndome cuando él lo hizo. Cuando me dijo la respuesta que sí era, añadiendo al diferencia con la manzanilla, volví a reír y asentí de lo más orgullosa a pesar de que no era para tanto. Todo este receso lo había construido en un intento por no reventa el hilo finísimo que nos unía, como una distracción.

    —No me gusta ni el té de manzanilla —me lamenté en referencia al olor horrible—, pero felicidades, no tendremos clase de botánica.

    Como fuese, el tiempo se nos había agotado ya y cuando dijo que era hora de dejar de rostizarnos asentí con la cabeza, levantando el campamento. Me había quedado un poco de comida en el bento, una cucharada y algo de arroz, pero pues había cumplido con el trato. Al menos así no seríamos el deshidratado y la del estómago vacío.

    Me estaba sacudiendo un poco las piernas cuando sentí que me miraba, así que alcé la vista a él y sonreí de inmediato sin conferirle una pizca de pensamiento. Su agradecimiento se me antojó dulce y genuino, por lo que negué con la cabeza antes de darme cuenta del gesto en realidad. Mantuve el bento ya cerrado en una mano y la otra la estiré hacia él en un arrebato de confianza de los de siempre, le acomodé algunas hebras de cabello, nada más.

    —Dijiste que podía hacer lo que quisiera, pero tú también podrías haberlo hecho —empecé con calma regresando la mano a mi espacio—. Gracias por aceptar mi compañía.


    y por acá cierro yo también <3 se conocieron en condiciones extremas, pero estuvo bien bonito ;;
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado tall n' spicy

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    Aun si me distraje de manera considerable con el móvil, mi atención siguió del todo pendiente en las condiciones climáticas del exterior. Es decir, sabía que las probabilidades de que parara de llover justo cuando yo quisiera eran bastante bajas, pero... ¿acaso no me concedería la madre naturaleza el capricho? Suficiente tenía con aguantar a los hombres que habían decidido dejar de hacerlo porque sí. Para mi sorpresa, la señorita madre naturaleza me demostró porque la tratábamos en femenino.

    Salí dando saltitos en la pequeña escalinata que me separaba del exterior, de repente un poco más contenta por haber recibido aquella repentina bendición, y me acomodé en una esquina para... para... ¡un segundo! Había conseguido el porro, pero como yo normalmente no fumaba, nunca llevaba mechero conmigo. ¡Qué fallo! Tuve que sacar de nuevo el móvil para mandarle un nuevo mensaje a Alisha, y no mucho rato pasó hasta que la puerta se volvió a abrir para revelar su figura.

    You're very messy, Candy-chan~ —me recriminó, lanzándome el mechero con un movimiento de muñeca al pasar a mi lado.

    —Perdona, no estoy acostumbrada... —le dije con un leve mohín de labios, tras haber logrado cazar el mechero de puro milagro.

    Ella solo movió la mano para quitarle importancia y vi cómo se giraba para mirar hacia abajo, momento en el que aproveché para encender el cigarro y darle la primera calada. No pude evitar toser un poco tras la misma, mirando a la rubia con el ceño fruncido cuando giró la cabeza para prácticamente reírse en mi cara, y solo por puro orgullo le di otra calada más exitosa, para disimular el traspié de segundos atrás.

    So... ¿qué le ha pasado a la chica de los dulces para darse a la mala vida?

    —No soy ninguna niña inofensiva, ¿eh? —espeté ante su evidente tono de burla, frunciendo todavía más el ceño por la molestia, y ella respondió levantando los brazos en señal de inocencia, haciéndome suspirar con pesadez—. Nada, es solo que... Oye, ¿es más fácil salir con chicas?

    Pensé que mi pregunta le sorprendería un poco, sobre todo porque fue algo repentina, pero Alisha no pareció inmutarse en lo más mínimo. Se giró por completo, apoyando la espalda sobre la verja, y me miró con una expresión que hizo muy evidente lo mucho que se estaba divirtiendo a mi costa en esos momentos.

    —Es diferente. ¿Por qué? ¿Acaso tuviste la cita con Morgue-chan y te empezaste a cuestionar toda tu sexualidad~?

    —¿Eh? ¡No, no! No es eso... —me intenté justificar con rapidez, moviendo la cabeza de manera algo exagerada un par de veces—. Ni siquiera le he dicho nada a Morgana, me da vergüenza...

    Una vez más, la chica no respondió nada; su silencio, sin embargo, no se me hizo para nada tranquilizador. No supe muy bien cómo ni cuándo, pero de repente la chica acortó la distancia entre nuestras posiciones y, lo que fue peor, prácticamente me acorraló contra la pared con el movimiento. Levanté la mirada en busca de la suya, sin entender qué demonios pretendía, y antes de siquiera poder hacer el amago de preguntarle al respecto, sentí como se inclinaba hasta juntar sus labios con los míos. El primer contacto me pareció tentativo, como si estuviera esperando a que me separara en algún momento, pero por los motivos que fuera no lo hice, y ella lo interpretó como una señal para profundizar la unión. Se separó antes de que pudiera disfrutar del beso de verdad, eso sí, y el detalle me dejó sorprendentemente contrariada.

    Still sweet~ —murmuró a apenas unos centímetros de mi boca y, tras enfocar mejor la vista, me di cuenta de que en algún momento me había quitado el cigarrillo de la mano—. Habla con Morgan, I'm sure you'll have tons of fun...

    Me guiñó el ojo al alejarse de mi cuerpo como si nada, vi como le dio una calada al porro, y finalmente lo apagó contra la pared antes de despedirse con la mano y salir de la azotea tal y como había entrado. Parpadeé un par de veces, en completo estado de shock, y cuando por fin recuperé los sentidos, miré a mi alrededor sin comprender nada. ¿Yo para que había salido a la azotea para empezar...? Ya no me acordaba.

    me dejas sola dos minutos más y hago sesbian lex en la azotea
     
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    Gigi Blanche

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    No era ni por asomo el primer lunes que afrontaba con pocas horas de sueño, pero eso no lo volvía más fácil. Tuve que poner lo mejor de mí para enfocarme en la profesora, y aún así me encontré varias veces lejos, muy lejos del sonido de su voz. El cerebro se me desconectaba de a ratos sin pedirme permiso y, como contramedida, me empeñé en tomar nota de todo lo que pudiera. Escribir era mucho más sencillo que simplemente escuchar, aunque... cerca del receso, al repasar ciertos apuntes, encontré palabras azarosas coladas aquí y allá. Ni modo, no era mi día más brillante.

    Estaba notando precisamente esto e intentando corregirlo cuando sonó la campana. Alcé la vista al techo por inercia, bufé bajito y cerré el cuaderno con cierta fuerza. La verdad, ni tenía tantas ganas de esforzarme más de la cuenta. Recogí mi almuerzo, el que papá me había dejado preparado de la noche anterior dentro de la nevera, metí la botella de agua en la bolsa y, por qué no, también agarré el libro que Kenneth me había prestado. Al salir al pasillo, me quedé con la mirada perdida en la ventana y finalmente subí a la azotea. Tal vez me viniera bien el aire fresco y la calma... si es que no había nadie, claro.

    Así fue, y la pequeña victoria me permitió, de igual forma, una pequeña sonrisa. Apoyé la espalda en uno de los laterales, sentada en el suelo, y estiré las piernas, dejando el libro sobre mi regazo. Aún sin haber mucho sol, alcé el rostro y cerré los ojos, respirando profundamente. La resolana se sentía cálida contra mi piel y la sensación me agradaba, siempre lo había hecho.


    pues nada, ahí queda :D
     
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    Zireael

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    Tenía un mal hábito de llegar tarde a clases que no lograba enderezar, casi siempre se me pegaban las cobijas por la mañana y entre tratar de despertarme, prepararme para salir y tomar el tren acababa llegando cuando ya todo el mundo estaba en el salón. No era un alumno ejemplar por muchísimos motivos, pero puede que las tardías fuesen el principal.

    Como fuese, ayer había ido al supermercado a comprar las cosas que necesitaba para intentar preparar los daifuku, pillé algunas en oferta y me volví a casa en mi momento más señor, contento por haberme ahorrado unos yenes. Me eché la noche de domingo fumando y tratando de que el postre me saliera bien, pues porque estaba solo como casi siempre, y luego de algunos intentos fallidos conseguí resultados decentes y los rellené con un poquito de crema, trocitos de fresa, durazno y mango, diferenciándolos por color, claro.

    En la preparación la masa de harina de arroz glutinoso era la que se me había puesto rebelde o yo estaba un poco en Júpiter, tal vez, se me había ido un poco la mano con el humo. Para el caso, me alegraba haber traído más de la que creí ir a necesitar, o habría tenido que hacer una walk of shame, pero al supermercado para conseguir más harina.

    En fin, que traje todo refrigerado de casa y en una lonchera con cobertura térmica por dentro y asunto solucionado. Cuando la campana sonó, tomé mi carga de daifukus y en el desvío al baño debió ser cuando el objetivo se me escapó, porque al llegar a la puerta del salón no la encontré y arrugué un poco los gestos; al girar sobre mi eje para quedarme en el pasillo y escribirle, casi me choco con Sakai que al parecer estaba volviendo al salón.

    —¿A quién buscas, Foxy? —preguntó con el apodo que se había sacado del culo.

    —Sasha —respondí con sencillez pues a fin de cuentas eran compañero de clase.

    —Azotea. Me regresé a buscar el móvil, la vi subir y luego tú saliste del baño.

    No me dijo nada más, siquiera cambió de cara, y se metió a la clase así que yo simplemente seguí su indicación. Subí las gradas sin prisa y abrí la puerta despacio, asomando el rostro de inmediato para ubicarla; estaba apoyada en uno de los laterales, tenía un libro en el regazo y estaba recibiendo el sol que se colaba por las nubes con los ojos cerrados, como un gato bajo un rayo de luz.

    Entré sin ponerme a pensar si interrumpía un momento de soledad ni nada, dejé que la puerta se cerrara sola y caminé hasta ella, suponiendo que el sonido la hubiese alertado, preparé la sonrisa de antemano y una vez llegué con ella deposité la lonchera del postre a su lado. No me senté de inmediato, simplemente la miré desde arriba, con la sonrisa puesta.

    Hello there, love —saludé sin darme cuenta en realidad de que había suavizado la voz y luego solté un halago con tontería incluida—. Hasta ahora no se me había ocurrido que la luz del universo se recargara con solecito.


    planeaba ir a buscarla, así que todo lo demás se soluciona con el poder de las excusas pendejas uwu además no tengo autocontrol, sashie que veo, sashie que tomo (?
     
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    Gigi Blanche

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    Me había relajado un montón y bastante rápido, tanto, que el ligero sonido de la puerta se entremezcló con la somnolencia y no logró captar mi atención. Me mantuve así hasta que percibí movimiento cerca mío, un fugaz retazo de sombra, y al entreabrir los ojos noté la lonchera a mi lado, primero, y los zapatos masculinos, después. Me hizo gracia, pues parecía el regalo de Navidad que Santa dejaría a hurtadillas y, alzando la vista, tuve que usar la mano de visera.

    El tono del cabello fue lo primero que identifiqué, y con el correr de los segundos sus facciones se fueron aclarando contra la intensa resolana. Sonreí antes de eso, sin embargo, aún adormilada, y escuché la tontería sin que una parte de mí la escuchara realmente. Su saludo, pese a ello, se me antojó dulce y cálido.

    —¿Qué dices? —me quejé en voz baja, junto a una risilla, y estiré los brazos hacia él—. Come now, give me a huggie.


    look at that, one of my dearest boyfriends uwu
     
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    Zireael

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    La criatura estaba en la cúspide de su relajación, me di cuenta en el momento en que no reaccionó a la puerta, y eso le añadió un extra de diversión a todo el asunto porque dejar la lonchera se sintió casi como una suerte de travesura o el final de un plan maestro. Por supuesto que no era ninguno de los dos escenarios, pero no importaba.

    Cuando pudo identificarme o algo así sonrió, adormilada todavía, y notarlo amplió mi propia sonrisa. Su réplica me hizo reír por lo bajo y al escuchar lo siguiente no dije nada, si no que acaté al pedido sin siquiera pensarlo. Me acomodé a su lado, básicamente me arrodillé para poder enfrentarla y aparté un poco la lonchera para alcanzar su cuerpo con las manos, separándola de la pared con tal de poder abrazarla y al hacerlo la estreché con firmeza.

    My baby —murmuré muy muy suave y al aflojar un poco el agarre busqué su rostro para besar su mejilla—. ¿No te va a doler la espalda si duermes aquí sentada?

    La fui soltando despacio, pero al hacerlo busqué sus manos y alcé una para dejarle un beso en el dorso. ¿Por qué? Porque me dio la gana y punto. Ya de paso me senté de frente a la pared y medio de frente a ella, de momento me pareció más cómodo para poder hablarle y verla.

    —Ser la luz del universo no te libra de una columna torcida, cielo.

    damn sentí que nunca volvería a abrir el foro
     
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    Gigi Blanche

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    Al ver que se arrodillaba dejé el libro a un lado; tras eso, lo único que hice fue reajustar el ángulo en el cual le ofrecía mis brazos y esperar. Dejé mi cuerpo tan flojo como estaba, le permití despegarme de la pared y le rodeé el cuello apenas lo tuve al alcance, apretujándome contra él con gusto. Descansé la vista cerca de su cabello, allí la luz no impactaba tanto y absorbí su aroma, sonriendo casi sin darme cuenta. Su murmullo fue extremadamente suave, lo sentí acariciarme como una pluma el corazón y el beso en la mejilla, el apunte, me arrancaron una risilla.

    —He dormido en peores lugares —comenté, tallándome un ojo.

    Bostecé tras el dorso de mi mano mientras me soltaba, y luego, mientras parpadeaba para apartar las lágrimas, volví a reírme en voz baja al verlo dejarme otro beso allí, en la mano.

    Always a gentleman —lo molesté sin alzar el tono.

    Se sentó frente a mí y yo flexioné levemente las piernas, inclinando el torso sobre ellas para envolverlas entre mis brazos. Enganché apenas los índices, recorrí el espacio inmediato a nuestro alrededor con la vista y sonreí. Seguía con la tontería, ¿eh?

    —No creo que la luz del universo tenga huesos, y yo, lamentablemente, sí. —Fabriqué un suspiro, me detuve a mirarlo un par de segundos y le sonreí—. ¿Venías a almorzar aquí, cielo?

     
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    Zireael

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    Noté que dejaba el libro a un lado, aunque en el pequeño recorrido aproveché para husmearlo rápidamente y me dio algo de curiosidad, pero igual la prioridad era su pedido. Su cuerpo estaba flojo y pude arrastrarla para abrazarla y darle el beso en la mejilla; en el abrazo inhalé profundamente, absorbí su aroma y sentí el cuerpo liviano casi de inmediato.

    Lo de que había dormido en lugares peores me hizo reír por lo bajo, pues no lo dudaba, aunque igual me preocupaba su cansancio. Esta chica se echaba la vida haciendo mil cosas al mismo tiempo y a pesar de que era admirable, la realidad era que tampoco había que romantizar tanto el asunto. Era una cagada y punto, pero no estábamos aquí para entrar en esos dilemas existenciales.

    Su bostezo me hizo sonreír mientras le dejaba el beso en el dorso de la mano, claro, y al bajarla para reposarla en el espacio entre nosotros antes de soltarla el gesto se me ensanchó. No creía ser demasiado caballero ni nada, pero podíamos fingir que sí.

    —¿Contigo? Of course —bromeé sin mucho problema

    La vi cambiar de posición por lo que la repasé con la mirada sin ninguna intención específica y noté que sonreía, así que esperé a lo que diría. Al escucharla me desinflé los pulmones con aparente decepción.

    —Vaya incordio es tener huesos, ¿no? —dije por la gracia nada más y luego fingí pensarme la otra respuesta—. Podríamos decir que sí. La verdad es que pasé a buscarte al salón, ya no estabas, pero Sakai te vio subir y me pasó el chisme.

    Alcancé la lonchera con cierto aire solemne y la levanté un poco del suelo, pero todavía no la abrí ni nada. Un poco de teatro no mataba a nadie.

    —¿Recuerdas que hace unos días hablamos y quedé en preparar una cosa para ti?
     
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    Gigi Blanche

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    Mi comentario sobre su caballerosidad pareció causarle cierta gracia, y su respuesta se mantuvo en línea con lo que usualmente esperaba de él. Era demasiado bueno conmigo y quise soltarle, medio en serio y medio en broma, que me malcriaba mucho, pero recordaba habérselo dicho ya varias veces y ¿qué se suponía que la queja lograra? ¿Darle consciencia del hecho? Ya lo sabía. ¿Que cambiara su actitud, entonces? No parecía apetecerle. Me mantuve en sus ojos, busqué a tientas su mano que acababa de soltarme y le dejé, también, un beso en el dorso. Al separar el rostro, apoyé la otra mano como si pretendiera sellar el contacto y volví a sonreírle antes de soltarlo.

    —Imagina la cantidad de recovecos donde nos podríamos meter si no tuviésemos tantos huesos —bromeé, junto a una risa liviana.

    Resultó que me había buscado, detalle que alzó mis cejas con cierta curiosidad. Permanecí callada al notar que agarraba la lonchera y el carácter tan teatral que le imprimió al gesto, y comprendí entonces que probablemente no contuviera un almuerzo ordinario. Regresé a sus ojos en cuanto volvió a hablar y el recuerdo me alcanzó casi de inmediato, propagándome un chispazo de emoción por el cuerpo. La sonrisa se me estiró de oreja a oreja sin pretenderlo y, antes de soltar la lengua, tuve la mínima precaución de que quizá, sólo quizá, me estuviera equivocando.

    —¿... Los daifuku? —pregunté, tan precavida como curiosa.
     
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    Zireael

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    Todavía no determinaba si mi insistencia por seguir consintiéndola era un acto egoísta o no, la recordaba diciéndome que la malcriaba mucho, ¿pero acaso importaba? Una y otra vez llegaba a la conclusión de que era lo poco que podía hacer por ella; una comida, un postre, un abrazo o un beso. Visto desde fuera debía parecer exageradamente normal y sencillo, pero para mí significaba mucho y por la forma en que ella reacciona a pesar de todo, creía que era recíproco. No que yo fuese un experto, pero si había algo que mamá me había enseñado era la importancia de las pequeñas cosas cotidianas.

    Verla buscar mi mano para depositar un beso en el dorso también me amplió la sonrisa, el cuadro completo me dio algo de ternura y la sensación cálida que tenía en el pecho se expandió incluso si acabé riéndome por su respuesta a lo de los huesos. Lo que me hizo gracia fue la posibilidad de meternos en recovecos como los gatos, que cuando los veías estaban zambullidos en un jarrón por donde apenas les entraba la cabeza.

    —¿Cómo los gatos? Algo leí de que sus clavículas no están unidas o no sé qué huesos eran, pero que por eso se pueden escurrir por lugares como si fueran líquidos —comenté aunque sonó bastante a pensamiento en voz alta, pero había querido compartir la gracia con el resto de la clase.

    Fue después que le dije que había ido a buscarla, lo que la hizo alzar las cejas y consiguió arrancarme otra risa baja, pero pronto me compenetré con el espectáculo de anunciar mi gran maravilla culinaria (algo accidentada, también, pero eso no debía saberlo). Para el caso, la sonrisa se le estiró de forma bastante inconsciente y supuse que me podría gastar toda la harina del arroz de la tienda con tal de verla.

    —¡Los daifuku! —confirmé como si hubiese respondido bien una pregunta del Jeopardy o de cualquier juego del rollo y luego de alzar la lonchera sobre mi cabeza la deposité suavemente sobre su regazo, aprovechando que había dejado el libro a un lado—. Traje de los sabores que me dijiste y de mango, que fue el que dije yo.

    Mientras hablaba fui abriendo el cierre de la lonchera, pero no la abrí por completo para dejar que ella lo hiciera. Un poco podía verse como el equivalente de abrir un regalo, así que fue algo que sólo se me ocurrió.

    —Espero que te gusten, cariño.
     
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    Gigi Blanche

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    —Como los gatos, sí —afirmé tras dejarlo armar su idea, junto a una risa liviana—. Aunque nunca tuve gatos, no son... no son mi criatura favorita, supongo.

    Guardaba recuerdos muy vagos de cuando era pequeña y los gatos de los vecinos aparecían en el patio de casa. No comprendía por qué huían de mí al intentar alcanzarlos ni tampoco por qué no regresaban sin importar lo mucho que los llamara. Eventualmente desarrollé cierto recelo hacia su lejanía, la forma en que te observaban fijamente desde la distancia y cómo, en la oscuridad, aparecían reflejos extraños en sus pupilas. Me incomodaban un poco, tal vez. Eran criaturas solitarias e impredecibles.

    Mi sonrisa volvió a ampliarse en el instante que Maze confirmó mi sospecha y alcé un poco los brazos cuando depositó la lonchera en mi regazo, dejándole espacio de maniobra. Di un par de palmaditas frente a mi pecho y me removí, emocionada, esperando el pase libre para terminar de abrir el envase. Busqué sus ojos sólo un momento y entonces aparecieron los daifuku ante mí, tan redonditos y apetecibles.

    Estuve a punto de agarrar uno cuando me detuve, le eché un vistazo a mi almuerzo y volví a mirar alrededor, derivando finalmente en sus ojos.

    —¿No tienes bento, cielo? —inquirí, un poco confundida, y solté el aire por la nariz—. ¡No podemos comer el postre antes que la comida! ¿Qué clase de ejemplo le daré a los niños?

    Me moría de ganas de probarlos, pero, digamos, había reglas que me empeñaba en no romper. Las pocas que me quedaban a flote, tal vez. Regresé la tapa de la lonchera a su lugar con cuidado y la reemplacé por mi bento sobre mi regazo, abriendo éste. No tenía comida extra, lo había armado papá y él no tenía en cuenta esos detalles, pero suponía que entre eso y los daifuku podríamos quedar ambos satisfechos.

    —Creo que nunca te pregunté si tienes mascotas aquí —murmuré, preparando un bocado de arroz con un trocito de carne, y acercándolo a su boca con la otra mano debajo—. O si las tenías en Estados Unidos.
     
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    Zireael

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    Que dijera que los gatos no eran su criatura favorita me dejó pensando, la verdad tampoco los entendía muy bien. En el pueblo la gente tenía gatos una semana sí y la otra no, los bichos se iban, se los comía algo en el bosque o los arrollaba un coche en la autopista. Los que sobrevivían esos infortunios se volvían terriblemente astutos y descarados, más parecidos a zorros que otra cosa. Uno aprendía a tenerles respeto, la libertad los volvía cimarrones y si “tenían dueño” era porque comían en una casa específica o una serie de casas.

    —Creo que a mí tampoco me gustan especialmente —dije unos segundos más tarde.

    No tenía problema si un gato se me acercaba, no era esa clase de persona, los acariciaba si ellos venían, pero evitaba buscarlos activamente. Creía recordar que la abuela de Ilana, una señora un poco… fuera de sus cabales, alimentaba a varios gatos de su calle y ninguno me miraba de forma particularmente agradable, aunque una vez el más viejo se me había restregado entre las piernas. Yo no tendría más de ocho años, fue entre inquietante y gracioso, una combinación algo extraña. La señora me dijo algo de que el gato era cascarrabias, pero le gustaban los niños amables o no sé qué.

    Como fuese, no estábamos aquí por eso. Los daifuku seguían siendo protagonistas de la velada, por supuesto, y la emoción de Sasha seguía resultándome agradable. Puede que fuese culpa mía por siquiera intentarlo antes, pero había algo reconfortante en poder permitirme estos gestos con otra alma que no fuese mi madre, que se pasaba cada muerte de obispo. Además, Sasha se echaba la vida cuidando de otros, así que si había alguien que lo merecía, era ella.

    Estaba tan absorto en esto del postre y había estado así desde ayer que siquiera me detuve a pensar en mi propia comida. Lo que me recordó el asunto fue que ella preguntara y me llevé una mano a la nuca, me rasqué la piel un poco avergonzado por el evidente olvido y le dediqué una sonrisa.

    —¿Acaso los niños están viéndote ahora casi comer postre antes de la comida? —pregunté de todas formas con la diversión impresa en la voz.

    Igual entendía la lógica, ahora que estábamos en esto también pensé que era un poco extraño probarlos antes de haber comido, pero lo que dije lo hice para molestarla un poco nada más. De todas formas, la vi cerrar la lonchera y reemplazar el lugar en su regazo con el bento, a la vez atendí a su pregunta y negué con la cabeza luego de haber recibido el bocado que preparó para mí. Siquiera pensé en que había aceptado la comida sin más, fue bastante automático.

    —A mamá no le gusta el desorden y dice que con una mascota siempre hay algo de desorden, al menos eso decía en Estados Unidos. Ya cuando nos mudamos aquí mencionó el asunto un par de veces, una vez me ofreció adoptar un perro… pero no sé hasta dónde no fue pensando en que no me la pasara tanto tiempo solo. De todas formas le dije que no. Me daría pena ver al pobre triste cada vez que ella se va de nuevo —respondí sin molestarme en pensar en la sinceridad que decirlo de esa manera implicaba—. Lo que creo que sí te mencioné alguna vez fue que paseo a los perros de los vecinos a veces, entonces es como si tuviera varios. Se alegran cuando paso a recogerlos.

    El recuerdo de cada uno moviendo la cola o saltando me hizo la gracia suficiente para que soltara una risilla. Además, con la tontería me pagaban un poco y yo administraba bien los recursos luego.

    —¿No vas a quedar medio comida si me compartes el almuerzo? —cuestioné después, bajando la vista al bento—. No quiero que te dé hambre más tarde, yo podría bajar a comprar algo.
     
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    Gigi Blanche

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    Me dio algo de ternura notar el bochorno que pareció sentir al recordarle que no se había traído un almuerzo. ¿De verdad se lo había olvidado? ¿Y no se había dado cuenta hasta ahora? Sonreí sin tregua y mecí la cabeza, mordiéndome el labio inferior.

    You, poor, sweet thing —murmuré, estirándome para acunar su mejilla y dejarle un beso liviano en la opuesta; su señalamiento me arrancó una risa breve conforme regresaba a mi posición—. ¿Tú sólo te portas bien cuando hay alguien viéndote?

    Ahora que lo decía en voz alta, pues tenía pinta de que... sí. En cualquier caso, le ofrecí el primer bocado y, mientras él masticaba, preparé el mío. Lo escuché comiendo. Me habló un poco de lo que su mamá pensaba, del ofrecimiento y su propia opinión al respecto. No vi nada que comentar al respecto y renové la sonrisa al mencionarme de los perros que paseaba, pues recordaba haberlo oído de él en algún momento.

    —¿A cuántos paseas? ¿Son muy grandes? ¿Te hacen lío? —Las preguntas me salieron casi a tropel y volví a reírme, bajando la vista para darle de comer una vez más—. A veces me lío sólo paseando a Betty, en casa es una santa pero le encanta ladrarse con cuanto perro pueda cada que sale de su perímetro. Igual he oído que lo importante de los paseadores es que los perros lo reconozcan como el líder de la manada y eso... eso no tengo idea cómo se hace. —Suspiré, encogiéndome de hombros y sin perder la sonrisa—. Supongo que Betty no me respeta nada.

    Le extendí el bocado mientras hablaba y entonces destacó el asunto de la cantidad de comida. Bajé la vista al bento como si apenas me enterara del asunto y renové la sonrisa, agitando la mano libre de los palillos.

    —Ni te preocupes, cariño. Entre esto y los daifuku andaremos bien, y si nos queda algún huequito más tarde bajamos y compramos alguna tontería.
     
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    Zireael

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    No podía pedirle mucho a mis neuronas, ¡yo estaba aquí con una misión! Y la misión no incluía, al menos no en sus primeros niveles, mi propio estómago. Me daba vergüenza, obvio, pero me la aguantaba como los machos, eso y que aunque pensé en el hambre de Sasha, tampoco iría a quejarme tanto cuando estaba dándome de comer. Mucho decir que la malcriaba, pero ella también lo hacía conmigo.

    Me dejé hacer cuando acunó mi mejilla, recibí el beso y parpadeé con cierta pesadez, por la pura tontería hice un mohín, pero el berrinche no me duró ni tres segundos. Su pregunta me sacó una risa, siquiera la disimulé y antes de recibir el bocado solté la estupidez de turno.

    —Creo que sabes la respuesta a tu pregunta, cariño.

    Las preguntas sobre los perros que paseaba salieron en modo metralla, me le quedé mirando tratando de memorizar cada una aunque a mitad de su interrogatorio me permití otra risa liviana. Me contó que, para resumir, se hacía bolas paseando a Betty y eso nos llevó en círculo a que suponía que la perra no la respetaba nada y mi risa de antes ahora fue una carcajada.

    You, poor, sweet little thing —repetí la forma en que ella me había hablado hace cosa de un par de minutos y estiré la mano para pellizcarle la nariz aunque ya me estaba dando de comer de nuevo—. ¿Tendré que charlar con Betty para explicarle que eres una super líder de manada?

    Acepté el nuevo bocado, ella miró la comida como si recién se pusiera a cuestionarse lo que le había preguntado y me sonreí mientras masticaba. Sasha no tenía reparo en ofrecerle nada a los demás en tanto parecieran ser personas medianamente decentes, pero siempre me daba algo de ternura notar que había algo de automatizado en ello. No sabía si era por ser hermana mayor o sólo por ser ella. El caso fue que asentí a su respuesta y entonces volví sobre sus preguntas.

    —Los días que paseo más me llevo cuatro, el más grande es un akita y el que le sigue es un mutt, un cruce de cosas, que es un poquito más pequeño y de ojos claros, supongo que tendrá algo de husky. Los otros dos son pequeños —conté después de haber masticado—. Y no te creas, no soy ningún líder de manada, ¡a mí tampoco me respeta nadie! El que me ayuda en la tarea es el mutt, se llama Miso y tiene como diez años, cuando los más jóvenes se ponen muy tontos los acomoda de una trompada y todo se ordena. Es bastante gracioso de ver, seguro piensan que es un viejo sabio y por eso lo respetan, un día tendré que sentarme con él y preguntarle sus secretos.

    Lo último lo dije de lo más serio y puede que no fuese mentira, el cabrón tenía cara de saberse los secretos del universo o algo así. La idea quiso hacerme reír, la verdad con unas cervezas y un puro seguro Miso y yo teníamos la mejor conversación de la historia.

    —No sé si te pregunté antes, ¿tuviste otras mascotas en Australia? ¿O te habría gustado? Dejando de lado los gatos, claro.
     
    • Adorable Adorable x 1
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