Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Decir que algunas cosas que veía y pasaban me quitaban el sueño era una exageración, pero no significaba que dejaran de preocuparme o de incomodarme de vez en cuando. Era el hecho de que Paimon me había dejado en visto cuando le pregunté por Suiren, el mismo Suiren sin dar mucha explicación y ver a Cayden cruzar el camino de piedra con Verónica ayer durante el receso. Eran pequeñas cosas que parecían no tener mucha lógica en sí mismas.

    Al llegar a la escuela pasé por los casilleros, vi a Sasha a la pasada y preparé la sonrisa y el saludo por si me veía y fui a mi propio casillero para cambiarme los zapatos y seguir hacia el interior de la academia. El calor empezaba a sentirse con más intensidad, pero a pesar de ello cuando llegué al piso de arriba mis ojos se desviaron a las escaleras que llevaban a la azotea y subí sin mucha prisa. Al menos miraría el paisaje un rato antes de tener que lidiar con las clases de día.

    Estaba abriendo la puerta cuando escuché unos murmuros, no pude en sí entender qué decían y era muy tarde para irme por dónde había venido, apenas giré el rostro distinguí que por un costado del edificio caía la silueta de Akaisa. El cabello corto, negro y rojo, rebotó cuando sus piernas encontraron el suelo luego de haber bajado de la sección del techo que ahora sabía que se podía subir. Su rostro pasó de la molestia a la diversión al haberme reconocido y deslizó la mirada hacia arriba antes de volver a mí.

    —Imagino que no habrás venido aquí con cita agendada, Rookie —dijo dando algunos pasos en mi dirección y suspiré.

    —¿Ahora a quién estás fastidiando, Akaisa? —reconocí la voz de Cayden de inmediato, sonó molesto, y yo tensé el cuerpo.

    Ella no contestó, lo que obligó al chico a asomar la cabeza y me pareció notarlo cansado, pero no estaba muy segura.

    —No te metas con Ilana, ¿quieres? Eres un incordio, vete de una vez.

    —Sí, sí. Como digas~

    Fue extrañamente obediente, dejó la azotea y yo me quedé de pie allí sin saber muy bien si seguirla o no. Igual debí irme y ya, pero un poco necia sí que era.

    —¿Quieres subir? —preguntó el pelirrojo ya habiendo cambiado el tono—. Hace calor, pero el paisaje está bonito.

    Dudé, pero al final acepté y él estiró la ayudarme a subir, la brisa era cálida y el techo estaba caliente, así que usé el maletín para medio sentarme. Ya arriba vi el teléfono de Cayden desbloqueado, abierto en el que debía ser el mismo chat del otro día. Leí el nombre que tenía agendado junto a una nubecita y a los mensajes de la otra persona, de hace unos días, había reaccionado con unos corazones. El nuevo mensaje que iba a enviar esperaba en la caja de texto, a saber por qué, y no husmeé más porque Cay me habló.

    —¿Llegaste bien a casa ayer en la tarde? —preguntó pues nos habíamos ido juntos y le había tocado despertarme en mi estación.

    —Ah, sí. Perdona por quedarme dormida —apañé mirando el cielo—. ¿Es este el celeste que te gusta?

    Lo pregunté sin mirarlo, él no respondió de inmediato y se acercó al borde del techo para dejar caer las piernas, balanceándolas sobre el vacío. Fue allí que volteé a mirarlo, tenía las facciones relajadas y se enjuagó los ojos con una mano, adormilado. No iría a preguntar por qué parecía tener tanto sueño.

    —Es este —respondió por fin en voz baja, la brisa de verano le revolvió el cabello.

    Me reí por lo bajo, elegí no darle mucha cabeza a por qué estaba aquí con Akaisa ni a lo de ayer y luego de unos segundos escarbé el bolsillo de la falda para darle un caramelo que había tomado de la mesa de casa antes de salir, era unos que papá solía comprar y cargar en los bolsillos también. Lo aceptó sin más y al regresar el brazo a mi espacio volví a mirar el teléfono ajeno.

    —Al final sí necesitarás el equipo editorial —dije medio porque sí y me tomé el atrevimiento de estirar la mano para presionar el botón de enviar, sin leer el mensaje como tal. Él suspiró resignado—. ¿Vas a querer los apuntes de los días que te has ido de clase por un rato?

    Estaba aprendiendo qué no debía preguntar.

    —Me vendrían bien, gracias.


    Cuz no está en el post como tal, again Gigi Blanche yo con la cosa en mente y luego leyendo el post de Haru me fui en full clownery pero bueno, así es el mundo rolero JAJAJ a la respuesta de Ko del otro día le había reaccionado nomás con un corazoncito. Ahí cualquier cosa me chiflas, del post solo puedo intuir que el niño va a estar ausente, pero pues este tremendo pendejo no tiene una pizca de información

    Ko-chan, traje comida de casa
    Te puedo pasar a buscar a clase más tarde si quieres, podemos ir al club o donde gustes en verdad


    por demás ahí queda esta gente
     
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    Bruno TDF

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    Puse pie en el suelo de la azotea, en el pleno desconocimiento de que mi manifestación se produjo minutos después de unas eventualidades que trascendieron fuera de mi sintonía.

    La nota inicial de mi cerebro propuso que me mantuviera a resguardo en el salón de mi clase, en vistas de la bravura con la que el sol azotaba el mundo con su luz cegadora, sus lanzas blancas. Seguí esta línea los primeros minutos de la mañana, envuelto en la soledad que reinaba entre las sillas y los pupitres. Durante estos primeros minutos de la mañana, no había prestado mucha atención a lo que sucedía a mi alrededor. Pero, a pesar de que mi vista apuntaba al techo, de soslayo adivinaba las sombras que pasaban por el pasillo. Dejaban tras de sí estelas del color de sus cabellos, hasta me parecía ver el rastro flotando como fantasmas.

    Negro. Rojo. Dorado.

    Oscuridad, sangre y sol.
    Mientras estuve en el salón, los recuerdos comenzaron a surgir sin previo aviso. Sacaron sus garras, desde las profundidades del olvido artificial donde trataba de mantenerlos enterrados. Las memorias se entremezclaron con las notas de la música que construía en mi mente y, de súbito, el silencio quiso tornarse opresivo. Tuve que saberme derrotado en esta primera escaramuza contra el pasado, pues una profunda exhalación escapó de mi pecho. En ese momento supe que necesitaba tocar algo, y para mi buena fortuna había optado por traer algo del apartamento de Ginza.

    A mis pies, el estuche de los instrumentos de viento descansaba.

    Elegí la flauta traversa, cuyas piezas ensamblé con movimientos largamente repetidos. Cambié la boquilla por pulcritud y eficiencia, luego de lo cual la eché sobre mi hombro, como si fuera el mástil de un paraguas. Con esto, emergí al pasillo junto con el murmullo creciente de las personas que llegaban a clases.



    Había abierto con delicadeza la puerta de la azotea, a cuyo centro caminé con igual calma. Los rayos del sol, lanzas blancas, se estrellaron contra los oscuros cristales que cubrían mis ojos. Quedaban destrozadas contra el escudo oscuro... mas, algunas astillas luminosas conseguían dejarme levemente resentido, pero no lo suficiente para detener mi caminar.

    Me detuve en el centro de la azotea, me permití observar el cielo un momento. Acto seguido cerré los ojos, viendo oscuridad a pesar del día, y con movimiento solemne posicioné la flauta traversa cerca de mis labios.

    La larga melodía se elevó.


    Una gran pasión era puesta en cada nota, alimentada por mis sentires.

    Estaban los recuerdos que me habían asaltado sin piedad, hace un momento, en el salón de clases: de un hogar que seguía extrañando a pesar de mis esfuerzos, de personas convertidas en doloroso silencio, del encantador frío en los huesos. Al mismo tiempo, orbitando con ellos, rememoraba la fiesta sorpresa que Markus, Abby y Anna me habían hecho en la sala del club; rompiendo salvajemente con la soledad que, necio, asumí que sería parte de mi cumpleaños. Rememoraba los ojos de los espectadores durante el evento de baile, cuando toqué la trompeta... Así como la conversación en el patio norte con Ilana, y el encanto del caos...

    La mezcla de sentimientos servía de potencia.

    Entre las notas, lo sentí esta vez. Un sonido atípico contra el metal del instrumento, el claro roce de unas garras pequeñas. Se manifestó en la mitad de mi interpretación, lo que no me hizo abrir los ojos sino hasta terminar…

    Así lo hice tras la nota final. Para notar al ave blanca posada en el extremo de la flauta traversa. Por la posición en la que el presente instrumento debía ser sostenido, en horizontal, los ojos escarlatas quedaron a la altura de los míos. Intercambiamos una mirada estrafalaria, porque esto no dejaba de ser extraño… a pesar de ser la segunda vez que ocurría.

    Fruncí ligeramente el ceño.

    —Otra vez tú.

    Bajé con lentitud la flauta. El pájaro níveo, nombrado Copito, sacudió las alas al notar los movimientos, aunque se negó a abandonar su sitio en el instrumento. Me miró fijamente, inclinando la cabeza repetidas veces como si, vaya uno a saber, preguntara si el acto había terminado. En lo que a mí respecta, seguía observándole con sereno desconcierto.

    Volteé hacia la puerta, en la creencia de que la chica de cabello blanco se encontraría resonando por el lugar. No lo hallé, aunque sí volví a percibir el sol y la sangre. El dorado y el rojo, desde una zona del techo. Elevé la cabeza y me quedé mirándolos.

    No sabía que había tenido otros espectadores. El ave de luz tampoco, ya que comenzó a removerse sobre la flauta al notarlos... ¿como si los reconociera?
     
    Última edición: 9 Enero 2025
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    Quizás lo que sí debí preguntarme fue por qué fue tan naturalmente hostil con Akaisa, incluso si a mí no era que me cayera bien con lo metiche que parecía, pero entre que no era yo quien saltaría a defenderla y él no iba a darme explicaciones si se las pedía, pues mejor era dejar el asunto como estaba. Me limité a la pregunta de relleno, a la oferta esperable de los apuntes y ya, después de eso nos quedamos consumiendo el mismo aire.

    No estuve segura de oír la puerta de la azotea, pero entonces él giró apenas el rostro y algunos segundos después noté el destello dorado, al voltear la cabeza reconocí la silueta de Gaspar. Ninguno dijo nada, nos quedamos esperando quizás porque los dos notamos que el muchacho no nos había visto y así Gaspar recorrió la azotea hasta el centro, donde miró el cielo. Cayden me dio un toquecito en la pierna, el gesto tuvo la pinta de decir "Pero mira nada más" porque lo acompañó un movimiento de cabeza y me sonreí al ver que el rubio pretendía tocar.

    La primera nota se alzó y le siguieron las demás, elevándose y arrastrándose con ayuda de la brisa. Relajé la postura y el pelirrojo hizo lo mismo, lo miré un instante sólo para darme cuenta que había cerrado los ojos. Estábamos disfrutando la melodía, sí, pero en cierta medida también pecábamos un poco de chismosos porque Sóloviov no sabía que estábamos allí.

    Mantuve la vista en él de todas maneras, así que noté cuando el gorrión albino descendió y se posó en la flauta, por la ausencia de reacción por parte del muchacho me pregunté si sería la primera vez, pues continuó hasta la nota final que se alzó hasta diluirse con el sonido del viento. Allí el muchacho abrió los ojos, intercambió una mirada con el ave que me hizo algo de gracia y cuando escuché a Cay hablar en un murmuro que si acaso debió oír el mismo, poco me faltó para fruncir el ceño.

    —Parece que Vero ya llegó.

    —Y que Sóloviov está menos versado en el tema de tratar con pájaros que aparecen de la nada —respondí a un volumen parecido.

    El comentario lo hizo soltar una risa nasal, recogió el móvil del techo para guardarlo en el bolsillo y entonces Gaspar volteó hacia la puerta, quizás buscando a la chica, pero el gorrión tenía libertad de decisión. Debió haber oído la música y eso bastó para atraerlo a pesar del silencio que mantenía. El caso fue que en ese momento el chico se dio cuenta de que había tenido público, alcé una mano para saludarlo y entonces noté el movimiento de Dunn.

    Se levantó con cuidado, se acomodó del borde del lado de la azotea y se dejó caer al suelo, después estiró las manos hacia mí. Me debatí cómo demonios bajar de allí, pero unos segundos después me acomodé en la orilla del techo, acepté una de sus manos y me deslicé hacia el suelo, Cay medio que me atajó, su otra mano me sujetó la cintura apenas estuvo a su alcance y en el momento en que mis pies estuvieron en el suelo se apartó de mí.

    —Fue muy bonito escucharte tocar, me gustó mucho la melodía —dije caminando hacia el rubio y lo saludé a él y al ave con una reverencia ligera—. Buenos días, Sóloviov.

    —A Copito le gusta la música. No es la primera vez que te cae de la nada, por lo que veo —resolvió Cayden con una simpleza casi ridícula, cortó distancia de inmediato y creí que le pedía permiso a Gaspar con la vista para aproximarse a su instrumento, supuse que su idea era ofrecerle la mano a Copito. Luego miró al chico directamente de nuevo—. Tal vez deberías acostumbrarte si eliges seguir tocando al aire libre. A mí también me gustó, por cierto.
     
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    Bruno TDF

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    No hubo una sintonía de mi parte hacia el saludo que Rockefeller dedicó desde las alturas, su mano alzada siendo el elemento más cercano al cielo en ese preciso momento. Mi cuerpo se hallaba dominado por la inmovilidad, provocada por el desconcierto que continuaba tintineando entre mis sentidos y porque no deseé realizar un gesto que rompiese la armonía del ave blanca. Desde luego, mi quietud no debía confundirse con apatía, por mucho que se contrapusiera al estado del gorrión, que comenzó a entusiasmarse aun más al notar los movimientos con los que nuestros espectadores descendieron del techo.

    Observé con detenimiento la dinámica presentada ante mis ojos. Cayden, en quien detecté una energía adormilada que identificaba con precisión, fue el primero en posar sus pies en esta tierra elevada, paro luego recibir a la chica cuando ésta se dejó caer. Durante el descenso... El cabello de Ilana se extendió bajo la luz del sol como un ala dorada, o bien podía confundirse con una guadaña resplandeciente. Reparé en la mano en la cintura ajena, así como en la rápida recuperación de la distancia que impuso Dunn. Mientras todo esto aconteció, yo había bajado la flauta con cuidado, de donde el gorrión se negó a bajar.

    Mi gestó no mutó en dirección alguna, tan sólo me había permitido otra instancia de contemplación. Me pareció que ambas personas formaban una composición armoniosa… y al mismo tiempo no.

    Lo que solía suceder cuando ciertos silencios acechaban, como fantasmas.

    —Buenos días —correspondí al saludo de la chica, el cual a su vez estuvo dirigido a Cayden; Copito observó su reverencia desde el extremo de la flauta, mas pronto desvió la atención hacia el pelirrojo con un entusiasmo más resonante—. No tenía contemplado tocar con público, aun así agradezco que hayas disfrutado de esta espontaneidad.

    Acto seguido me tocó acompañar la mirada del gorrión, ambos mirando al pelirrojo cuando tomó la palabra. La simpleza con la que habló y cortó distancia me recordó, en parte, a la naturalidad con que la chica del cabello blanco se dirigió a mí persona el día que nos conocimos, aunque lo del chico era menos extremo. Al tenerlo más cerca, Copito infló las plumas del pecho y estiró las alas, un gesto animal que quiso recordarme a la actitud de quien va a propinar un abrazo. Fruncí el ceño, con los ojos (más bien, los lentes oscuros) dirigidos al pequeño pájaro. Pero pronto respondí al pedido que observé, antes, en la mirada de Cayden.

    Con suavidad, aproximé el extremo de la flauta hacia el muchacho, con gorrión incluido. Apenas tuvo la mano del otro a su alcance, el ave se zambulló en ella con una alegría difícil de describir con palabras, pero el sencillo detalle de que era la primera vez que atestiguaba algo así. El gorrión volvió a estirar las alas como si lo saludara y, cuando quisimos darnos cuenta, frotaba su pequeña cabeza sobre la mano del chico, como acariciándolo. Intuí que si Copito recibía alguna caricia, la recibiría con igual entusiasmo.

    Intercambié una mirada con Ilana antes de hablar. La actitud del ave albina seguía suponiéndome desconcierto.

    —Es la segunda vez que sucede —confirmé a Dunn, mirándolo; apoyé la flauta con desparpajo sobre mi hombro y exhalé por la nariz, en algo parecido a un suspiro muy ligero—. Tal como dices, es un hecho que aparecerá siempre que toque en las afueras. Es la sintonía que nos aguarda, visto lo visto. Pero… —hice una pausa y entorné los ojos desde detrás de las gafas—. Dijiste que a este gorrión le gusta la música... Y creo que te expresas desde cierta... experiencia, ¿o me equivoco?

    Hablaba con serenidad, en un tono muy neutro. Aún así se notó el interés que deposité en el interrogante. Descubrir la forma en que otras personas se relacionaban con la música… era unas de mis motivaciones predilectas en las conversaciones. En la vida, quizás.
     
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    En la madrugada al llegar a casa había notado los mensajes de Katrina, pero yo seguía con la cabeza vuelta aire y todo lo que hice fue decirle que llegara antes a la escuela y habláramos allí, porque al parecer quería comprar para alguien más y yo no sé qué mierdas. Fue por eso que Ilana nos encontró, el intercambio había sido breve, pero yo había llegado antes porque de por sí no dormí la gran cosa y me levanté a preparar lo que faltaba del almuerzo para Ko, que eran un par de cosas rápidas nada más.

    Sin saber que el mundo colapsaba sobre sí.

    Y que yo seguía llegando tarde, por imbécil.

    Ver aparecer a Ilana en la azotea no estaba en mi bingo card, para nada, pero al ver cómo Akaisa le habló lo que hice fue soltarle un regaño. Katrina era una hija de puta y tenía pinta de que ya la había agarrado de juguete, así que lo menos que pude hacer fue decirle que se largara aunque me sorprendió su extraña obediencia. El cuerpo de Ilana estaba tenso y, una vez más, creí notar algo fuera de lugar en ella, pero quise atribuirlo al pacto de silencio que cargaba encima todo el tiempo. Quizás sólo elegí ignorarlo porque sí y ya, porque era fácil.

    Mismo motivo por el que había consumido el amor que Verónica tenía para dar.

    Tenía sueño, la resaca me tenía con sed, pero no tenía el estómago revuelto ni nada y el dolor de cabeza se me había disipado con los restos de hierba que guardé justo para ese fin y que me fumé en una callejuela antes de subir al tren. Por eso el intercambio con Ilana fue breve y quizás debí ahorrarle la pena de tener que soportarme, pero subió al techo y envió los mensajes que yo tenía esperando en la caja de texto. Quizás si entendiera un poco cómo eran las cosas no habría hecho eso, porque medio que se estaba serruchando el piso, pero tampoco iría a decírselo. No era que le dijera nada en lo absoluto.

    El rubio del club de música apareció, el dichoso Sóloviov, y no se dio cuenta de nuestra presencia hasta que terminó de tocar. La música me calmó, ver aparecer a Copito delató la presencia de Vero y pues entre todo era demasiado simple para algunas cosas, así que decidí bajar para saludar al gorrión y ayudé a Ilana en su descenso. En el proceso pensé que nos desenvolvíamos con la confianza tácita de los cómplices, pero había una interferencia silenciosa.

    Un ruido blanco que interrumpía la música.

    —Y nosotros no contemplábamos tener un espectáculo musical a esta hora. Lo repentino fue agradable para todos quiero pensar, el músico y el público —dijo la rubia con la amabilidad y soltura que comenzaba a entender eran una característica suya.

    Me acerqué, Copito se esponjó y estiró las alas, notarlo me hizo sonreír con suavidad y creí sentir la mirada de Sóloviov tras el vidrio oscuro y la de Ilana, como el filo helado de un arma. No era tonta, ¿no? La familiaridad con el ave lanzaba un hilo directamente hacia Verónica y allí mi hipocresía saltó a la vista.

    Como fuese, Copito saltó a mi mano con alegría, estiró las alas de nuevo y pronto estuvo frotándose en mi mano. Seguí sonriendo sin ser muy consciente de ello y ajusté un poco los dedos, haciendo un pequeño nido para él, y con la otra mano empecé a acariciarlo con cariño. La cabeza, el pecho y entre las plumitas de las alas. A mi espalda Ilana continuaba mirándome y aunque no lo noté, Sóloviov intercambió una mirada con ella.

    —El gorrión se parece a su compañera, supongo —apañó con simpleza, pero me hizo preguntarme si se refería a lo confianzudo o a su comportamiento conmigo en específico, lo siguiente respondió la duda—. Imagino que a Vero también la pone así de contenta verte, Cay.

    ¿Y eso?

    No contesté, en su voz tampoco hubo hostilidad y el comentario del chico me hizo mirarlo aunque no dejé de mimar a Copito. Reí al oírlo aceptar que este era su destino y cuando preguntó lo de hablar desde la experiencia Ilana se acercó más a mí para poder arrimar la cara al ave. Le sonrió con mucha dulzura.

    —Conocí a Vero y Copito por la música —admití con facilidad, seguí acariciando al gorrión—. Me gustan mucho los animales. Vero estaba en el patio frontal tarareando para él, aparecí, le canté y desde entonces me asocia a eso, creo. Llegó otro día que estaba en el patio norte porque me oyó cantar y se quedó conmigo aunque Vero no estaba en el patio. ¿Quieres sujetarlo, Lana?

    La aludida negó con la cabeza retrocediendo para quedarse en un punto muerto entre Sóloviov, Copito y yo, la noté balancear su maletín. Me miró, el rosa de su mirada vibró y sonrió.

    —¿Es costumbre tuya cantarle a aves ajenas?

    Quizás lo fuese.

    —Es costumbre mía cantar —expliqué sin entrar en detalles—. ¿Y si le cantas tú? Quizás se anime a hacerlo él también, it's a gamble actually.

    —Creo que tiene favoritos, le canté cuando lo conocí y no hizo ni pío. Eso no quita sea muy lindo —resolvió en lo que sonó como una broma inocente y desvió la mirada al rubio—. Imagino que nunca habías visto un ave comportarse así, digo, un ave no doméstica. Entre lo de acercarse al oír la flauta y recibir a Cayden con lo debe ser el equivalente de un abrazo pajaril. Si hubiera que ponerlo en términos humanos... He folded like a beach chair, no puso ni un poco de resistencia. Copito, ten algo de vergüenza.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Tal y como había temido, a duras penas logré eludir el eco incesante de la declaración de Kou, tan repentina y contundente. No me creía lo suficientemente ingenuo para asumir que todo se resolvería con un regalo y buenas intenciones. La mugre llevaba años acumulándose contra los barrotes de la represa, cada vez más apestosa, cada vez más densa, y nos tomaría tiempo quitarla. Nos tomaría tiempo volver a ser quienes éramos, tener lo que habíamos tenido.

    Si es que lograrlo era posible en absoluto.

    Había barajado la idea de escribirle varias veces, pero quise creer que su forma de hacer las cosas no nacía de un capricho o un descuido, sino de una imposibilidad propia. ¿De qué quería hablar? ¿Le... pesaba? ¿Cuánto tiempo me había esperado? ¿Cuántos días? El tiempo corrió absurdamente lento durante el último período y la repetición de la campana me tensó los músculos. No tenía opciones, sabía que no. Eso no lo hacía más fácil.

    Salí al pasillo, observé brevemente los flujos de gente y tomé mucho aire antes de empezar a caminar hacia la azotea. Fuera lo que fuera, había tomado la decisión de regresar a Kou, de colarme en su vida y acompañarlo. Una parte de mí le había fallado el año pasado y no quería repetir la historia. No quería repetir ninguno de mis errores. Intenté convencerme, intenté tranquilizarme y abrí la puerta. Su silueta estaba allí, detenida en medio del espacio. Miraba hacia el cielo y la brisa acarició su cabello castaño al agachar la vista.

    —Y yo que creí ser rápido —bromeé, cerrando la puerta tras mi espalda, y comencé a recortar la distancia. Se sentía lejano—. ¿Te teletransportaste o algo?

    Había algo en su semblante, en su mirada, en él mismo que se sentía lejano, y la sensación, más grande que yo, más alta que los dos, me mordió la garganta. Ya había vivido esto. Ya conocía esta historia, ¿verdad? Y no quería repetirla, no quería volver. No quería...

    Dios, respira.

    —Estaba más cerca que tú —respondió él, su voz emanaba la tranquilidad usual pero no... no. No sonreía—. Y la clase era muy aburrida.

    Me forcé a sonreír yo aunque tuviera el pecho doblado en dos e intenté dejar de pensar, dejar de negarme a un monstruo que siquiera tenía forma, o nombre, o color. No podía reaccionar así a un simple "tenemos que hablar", me había prometido... cambiar. Quería cambiar, ver el mundo con nuevos ojos, respirarlo diferente. Dejar de temer.

    —¿Qué les tocó?

    De temerle.

    —Formación ciudadana.

    A mi mejor amigo.

    —Ah, qué pereza.

    El viento arrastró mi voz lejos, muy lejos, y bajé la vista al suelo. El sol rebotaba y brillaba con violencia. Quería que lo vomitara, pero no quería forzarlo a ello. No quería que leyera a través de mis pensamientos, tan ruidosos y molestos e incontrolables. Había tanto que ansiaba y tanto que no, y sabía que era estúpido, que el mundo no giraba a mi alrededor ni se adaptaría a mis demandas. Era débil. Era cobarde.

    Ya basta.

    —Sí... —Kou se acercó a mí, alcé la mirada y pasó a mi lado—. Vayamos allá.

    Ya para.

    Lo seguí hasta el costado del edificio. Apoyé la espalda contra la pared, intentando que mis movimientos no lucieran demasiado tensos o estructurados, y Kou le echó su peso a la reja. Exhaló con pesadez, pensativo, y de un momento al otro me miró. Una sonrisa nerviosa revoloteó en mis labios.

    —Estás raro, Kou... —murmuré, suponiendo que podía permitirme expresar esta pizca, que no encendería alarmas—. ¿Qué pasa?

    —Estuve pensando desde que pasaste a verme por mi cumpleaños —respondió al instante, como una grabación automática—. Pensando que tú hiciste tu parte de esfuerzo, y que ahora me toca a mí. Sería hipócrita de mi parte llamarme tu amigo y dejarte serlo sabiendo que tienes una versión... incompleta de mí en tu cabeza. Fueron muchos meses, Kakeru. Pasaron muchas cosas. Hice muchas cosas.

    El énfasis de aquella palabra me arrojó todas las sensaciones incorrectas al cuerpo y mi expresión se deformó en una mezcla de confusión y apremio. Sí... Le temía. Me daba miedo cuando se anudaba esa máscara de indiferencia y escupía las verdades como si nada lo tocara, pues no me permitía alcanzarlo y me dejaba creyéndome inútil. Imbécil. Incompetente.

    —Te refieres a los lobos, ¿verdad? —intenté rescatar, como un manotazo de ahogado—. Imagino que fue todo muy caótico, Kou, no tienes que...

    Él negó con la cabeza, arrebatándome el impulso por completo. Lo estaba haciendo de nuevo, ¿no? Anteponer mis emociones a su intención. Era egoísta.

    —Los lobos son una parte, pero no justificaré todo a través de ellos. —Volvió a exhalar con pesadez—. El proceso fue... rápido y escabroso. En cuestión de pocas semanas logramos localizar, retener y disponer de los disidentes. O esa es la forma bonita de decirlo. —Una mueca le torció la boca y frotó su pulgar contra el costado de su frente—. Les dimos caza, Kakeru. Fue violento, frenético y peligroso. La "depuración", la llamamos nosotros. La "purga", le puso el resto. Puedes elegir la versión que quieras.

    Permanecí quieto. Lo había oído entre los callejones y de bocas ajenas, los rumores fantasmales de aquel episodio corrían raudos cuando la noche caía. Todos ilustraban cadenas de eventos variadas, con diferentes involucrados y diversos resultados, pero nadie había dudado nunca de lo que fue: un auténtico baño de sangre. Desde entonces, Shibuya había cambiado drásticamente. Los lobos ya no eran una presencia palpable en las calles, ya no ostentaban su poder ni ocasionaban desastres. Se decía que se reunían en secreto, en un club privado, y desde allí manejaban sus negocios. Que estaban un paso más cerca de la yakuza y uno más lejos de nosotros. Veía ciertos patrones.

    Pues habían desaparecido como desapareció Hayato.

    —Había algo que debía hacerse, y se hizo, y no me avergüenzo de ello —prosiguió—. Si algún día quieres saber los detalles, pregunta y te lo diré. Te diré lo que sea, pero no hoy. Si te llamé aquí es por dos cuestiones que te conciernen directamente: algo que hice, y lo que no pude evitar. Considero que es la información que necesitas para tomar una decisión real, para saber si verdaderamente quieres seguir siendo mi amigo.

    El silencio que suspendió me carcomió la carne, los huesos, el cuerpo entero. Cuando bajó la vista ansié sacudirlo y que lo dijera, por Dios, que lo dijera de una puta vez. Y cuando volvió a mirarme quise que se callara. Que no dijera nada.

    Estaba en sus ojos.

    —A mediados de enero de este año, ¿recuerdas lo que pasó? Lo que le ocurrió a Kohaku Ishikawa.

    La sombra se cernió tras él.

    —Fui yo.

    Y lo devoró.

    En ese instante todas las voces se silenciaron. Las del miedo, la paranoia, las de la vergüenza y la ansiedad. Se hundieron, embotadas, y tocaron fondo. Las imágenes se sucedieron a velocidad. Los mensajes de Rei, el color chillón de las flores en el hospital, la sonrisa de Ko y su constante reticencia a darnos detalles. Fueron semanas y semanas recordando a diario la paliza que le habían dado, hasta que la inflamación cedió y los moratones por fin se desvanecieron. Las promesas de Rei jamás pararon.

    Lo voy a saber, decía.

    Voy a descubrir quién fue el hijo de puta.

    Y se arrepentirá toda su vida.

    —¿Fuiste... tú? —musité, incapaz de procesarlo, de comprender plenamente la gravedad de la situación.

    Kou asintió.

    —Era la apertura de una disco en Roppongi y nos habían cedido los derechos de venta. Exclusivos. Cuando Ishikawa se coló con su hierba y los demás lobos me lo informaron, no me quedó más remedio que intervenir. La hiena me había dejado a cargo, necesitaba... —Su discurso robótico por fin flaqueó y frunció el ceño—, tenía que estar a la altura de lo que esperaba de mí.

    —¿Por qué?

    Me miró, confundido, y las piezas comenzaron a caer. Los había visto, ¿cierto? A él y a Ko. Aquí, en los baños.

    —¿Por qué qué?

    —¿Por qué tenías que estar a la altura de ese demente? —demandé, pero el cuerpo me picó y seguí—. ¿Tenías que cagarlo a palos de esa manera? Lo mandaste al hospital, Kou. Al hospital.

    —Sí, y desearía no haberlo hecho, pero lo hice —espetó—. No pretenderé que entiendas lo que era ese grupo, lo que significaba convivir con esas personas. Tuve que hacer y padecer muchas, muchísimas cosas de las que no me enorgullezco, pero tampoco voy a mentirte: Ishikawa sólo me pesa porque es tu amigo, porque lo sabía y aún así lo hice.

    Era espeso, amargo y estaba oscuro. Las pastillas rodaron por mi garganta, la desesperación me consumió la cordura y los mensajes de la hiena aparecieron ante mí, su voz burlona a través del parlante, la foto que me confió. Su justa y certera tortura personal. Kou no lo sabía, no iba a saberlo, pero podía imaginarlo. Honestamente me aterraba pensar en lo que le había ocurrido desde que se metió con esos... esos hijos de puta.

    Aún así...

    —Ko nunca quiso decirnos nada —recordé, intentando ordenar mis pensamientos—. ¿Por qué?

    —Lo amenacé. Le dije que sería aún peor si hablaba.

    —¿Por qué? —insistí, frustrado—. ¿Qué podría cambiarte a ti que...?

    Vi la mirada en sus ojos y callé. Era un imbécil, ¿verdad? Y en el fondo lo sabía, siempre lo había hecho.

    —Pretendí sostener lo insostenible —murmuró, desviando la mirada—. Pretendí hacer y deshacer sin consecuencias reales. Fui estúpido e ingenuo, puede que egocéntrico también, y en esa época... —Su semblante se contrajo visiblemente—. Poco antes de la depuración, esa época fue la peor. Era como si la hiena se oliera que algo andaba mal. Si no hubiese hecho con Kohaku lo que él habría hecho, probablemente me lo habría hecho a mí en su lugar. Y no estaba solo, había... había basuras, perros hambrientos mirando. Me habrían vendido por una palmadita en la cabeza. Aún así... —Suspiró—. Ishikawa apareció y metió la pata, y yo estaba cabreadísimo. Cabreadísimo de verdad. No me enorgullece pero tampoco lo padecí, y esa es toda la verdad.

    No me dejó mucho tiempo a nada, volvió a mirarme y siguió hablando.

    —Eso fue lo que hice. Lo que no pude evitar se relaciona a Anna. —Una risa floja, amarga, le sacudió el pecho—. Esto de verdad es... es casi cómico. ¿El proyecto escolar, el de las entrevistas? Le pedí a mi tío que nos ayudara, vino aquí, se cruzó con Anna... y la reconoció. Le dijo que era amigo de su tío y no sé qué más. Como tal no le reveló información sensible, al parecer, pero si la niña tiene tres patitos en fila hará dos más dos. Mi familia no es precisamente la imagen de la santidad. El otro día se apareció en el tercer piso y me confrontó, de hecho, ¿lo recuerdas?

    Sí, lo recordaba. Los había visto justo sobre el final. La información seguía decantándose y amenazaba con fundirme los circuitos, ya ni siquiera era capaz de reaccionar acorde. Arrastré mi cabello hacia atrás, intentando ordenar las piezas. Esto... en el fondo siempre lo había sabido, ¿cierto? Que era inevitable. Cerré los ojos, tenso, y boté el aire de golpe.

    —Muy bien —resolví, parcialmente anulado—. ¿Algo más?

    Su mirada adquirió un tinte de precaución y tardó un poco en hablar.

    —¿Recuerdas cuando los llevé a ti y a Anna a la Cámara de Shibuya? Que la hiena empezó a mencionar... cosas extrañas. Esto no lo sé con certeza, sólo es una conjetura, pero... creo que algo ocurrió, algo que ella no recuerda. Esa noche de enero, en esa disco de Roppongi, pedí que aislaran y me trajeran a Ishikawa, y los imbéciles lo resolvieron echándole drogas encima a los demás. A Anna, que estaba con él.

    Abrí los ojos, grandes, y sentí el peso de una premonición aplastarme los huesos.

    —La encontré un rato después —concluyó—, con la hiena. No sé qué pasó, no sé qué hicieron, pero... estaban juntos. Definitivamente.

    El cuerpo se me volvió a doblar en dos con asco, miedo, ansiedad. El tipo que había atado, desvestido y ridiculizado a Kou, que se le había aparecido aquí a Anna, y del que corrían cientos de rumores e historias. Robos, vandalismo, acoso, tortura. Violación. Mi peso se venció contra la pared y me cubrí la boca con la mano. Las voces, los recuerdos, volvieron a solaparse.

    Lo viviste, ¿cierto, Anna?

    Ni siquiera deberías estar aquí, chiquilla. ¿No lo oíste lo suficiente? Sólo eres la zorra de ese debilucho.

    Y como tú hubieron más.

    Y pensar que estabas tan… dispuesta aquella noche.
    La mayoría con menos suerte que tú.

    Anda, inténtalo. Intenta recordar.

    Seguro te llevas una sorpresa.

    —Lamento todo esto, Kakeru. —La voz de Kou, obtusa, retumbó desde un lugar lejano—. Y lamento no habértelo dicho hasta ahora. Creo que ahora podrás tomar una decisión sensata. Tómate el tiempo que necesites, y búscame si tienes más preguntas.

    Se alejó, desapareció y escuché la puerta, pero no pude reaccionar. Una vez me supe solo, las piernas se me vencieron y me arrastré hasta el piso. Flexioné las rodillas, clavé los codos en ellas y escondí allí el rostro. Las corrientes del pasado, las voces, los fantasmas, todos se arremolinaban a mi alrededor y ya no me quedaban fuerzas para ahuyentarlos. Contaban historias oscuras, lloraban, se reían, gritaban. La voz de la hiena me perforaba los oídos con insistencia. Liviana, chillona. Repulsiva.

    Hola, hola. Joder, lo que me costó conseguir tu número, ¿eres el presidente del país o algo?

    Hayato cuestionaba mis decisiones.

    En fin, quería presentarme oficialmente. Es lo que corresponde, ¿no?

    Anna estaba empapada y me empujaba contra los arbustos.

    Conocí a tu noviecita el otro día, muy bonita, ¿eh? Lástima que parezca tan… temperamental. Pero quién sabe, quizá la amanso y todo.
    Los puños de Kou crujían contra mi piel.

    También dile a tu amiguito que se comporte mejor de ahora en más, no queremos repetir escenas tan desagradables.

    Kohaku sonreía, pero sus manos temblaban.

    Aunque pensándolo bien, si hubieras ido a la fiesta… Quizá nada de esto pasaba, ¿verdad?

    Las pastillas se me pegaban al paladar, se derretían y sabían amargas.

    Tu humilde servidor, Hideki Tomoya, se despide.
    Increíblemente amargas.

    Arrastré las manos por mi cabello, cerré los ojos con fuerza y el primer sollozo, silencioso, me desgarró el pecho. Esto era... Dios. Era demasiado.

    it was, indeed, a lot. La cantidad de lore que tuve que meter en este post lpm, tendría que haberlo hecho fic JAJAJA

    no regrets tho, what a trip


    pd: me fijé, 2400 palabras JAJAJAJAJ holy moly
     
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    Zireael

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    Desde ayer tenía una sensación extraña pegada al cuerpo, se repicaba como el sonido de una campana y me hacía sentir incómoda, puede que fuesen un amasijo de cosas de hecho. Ninguna era especialmente complicada o importante, o eso me quería hacer pensar, pero no significaba que pudiera dejarlas de lado y ya. Seguía pensando en Suiren, la falta de información y como fingía que nada pasaba, en cómo papá parecía tan molesto cada vez que terminaba un turno y todas las horas extra que había trabajado en tan poco tiempo. En el gorrión de Verónica, Katrina y todo lo que se unía por aproximación nada más; fue por eso que al salir al pasillo y notar la silueta oscura algo se me atascó en el estómago, mezcla de molestia y resignación.

    Era yo quien lo había mandado a casa luego de que lo dejaran sin nada y con la cara golpeada, ¿no?

    Yo y nadie más.

    El pensamiento fue raro, egocéntrico casi, y lo descarté cuando noté que Jezebel me estaba mirando desde el ascensor. Las saludé y despedí en automático, pero mi intención de irme no la pensé en lo absoluto más allá de señalar mi destino antes de quebrar el rumbo a las escaleras. Apenas bajé un escalón me detuve de forma un poco abrupta, pensando en que no se me apetecía mucho vagar por ahí, solo me faltaba encontrarme a Katrina de nuevo para variar, ¿pero entonces qué? ¿Me regresaba a clase?

    Luego de un suspiro giré el cuerpo para regresar sobre mis pasos y subir el escalón que había bajado de vuelta al pasillo de tercero. Caminé sin prisa, al final me desvié al baño un momento y al salir deslicé la vista a las escaleras de la azotea, bueno, esperaba no terminar en un escenario tan extraño como el día de los cuchillos voladores. Con eso en mente, subí sin prisa y al abrir la puerta repasé el espacio con la vista, solo porque en la mañana había gente, y fue cuando noté la silueta a un costado del edificio.

    —Fujiwara-kun —dije con suavidad al reconocerlo.

    No tenía buena pinta, ¿verdad? Y temí ser un incordio, pero a la vez tampoco me nació solo dejarlo así, si le había ocurrido algo no era mi asunto y eso lo sabía, pero quería pensar que un poco de compañía no había matado a nadie antes y que, tal vez, podía hacer más bien que mal. Esperé a recibir su atención, si la recibía para empezar, y preparé una sonrisa calmada en la que intenté que la preocupación no se me notara tanto. Me mantuve en mi posición para no ser tan invasiva y dejé que la puerta se cerrara despacio.

    —Perdona, no sabía si habría alguien o no —empecé y desvié la mirada al almuerzo, entre la tela que lo envolvía había metido una cajita de jugo de frutas de las que compraba mamá a veces. Lo malo era que estaba a temperatura ambiente—. Hace calor aquí arriba.

    La reflexión la solté un poco al aire, de hecho alcé la vista al cielo y entrecerré los ojos ante la claridad del día. Por otro lado también podía sugerirle dejarlo solo si le apetecía, pero antes prefería tantear si era el mejor curso de acción.


    hello there, no podía dejar a este hombre en estas condiciones *smiles in pain* como Kou está abajo no sé si habría reaccionado de alguna manera al verla subir, cualquier cosa me chiflas nomás
     
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    Gigi Blanche

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    Alguien arrancó el enchufe de cuajo. ¿Fui yo? Tenía que serlo, ¿cierto? No tenía idea. Apenas me supe solo, la angustia me tragó entero, mordisco a mordisco, y me encajó grilletes en los tobillos. Las voces se arremolinaron, cada vez más chillonas, cada vez menos comprensibles, hasta que todo quedó convertido en una tormenta opaca y ruidosa que giraba a mi alrededor, hambrienta. El vórtice tragaba arena, la arena me picaba en la piel y sobre ella volvían a imprimirse las sombras, volubles y caprichosas. Sirenas o sanguijuelas, ángeles o rapiña, se enredaban a mis piernas, me picoteaban el pelo, reían y perforaban mis oídos. Sabía que tenía que irme de allí, pero no podía. No quería escucharlos, no quería verlos, no quería...

    Fujiwara-kun.
    La voz ajena redujo el ruido a cero y abrí los ojos, congelado y muerto de miedo. Parpadeé, enfocando el pequeño espacio oscuro entre mis piernas, y noté mis pestañas empapadas de lágrimas. ¿Cuándo había...? ¿Qué...? Pasé saliva y, lentamente, erguí el cuello. Frente a mí reapareció la reja, las montañas solitarias, el amplio cielo azul, y volví a parpadear. Estaba en la azotea. Seguía en la azotea. Relajé los dedos a consciencia, presionados contra mis rodillas casi con violencia, y el movimiento me resintió los músculos. Ya no había risas ni ojos gigantes, en su lugar sólo estaba el amplio espacio luminoso y recordé la sensación de balancearme sobre la barandilla. La adrenalina atascada en mi estómago al echarle un vistazo al abismo, cinco pisos por debajo. Era el fino equilibrio de un péndulo, de un cuerpo frágil y efímero.

    Era... absurdamente sencillo.

    La voz ajena ganó claridad, la reconocí femenina y me di cuenta que... Dios, debía ser un desastre ahora mismo. Giré el rostro aún así, tal vez motivado por el chispazo de curiosidad, y repasé el color de su cabello, sus facciones por encima. Era... Sí, iba a mi clase. ¿Cómo era que se llamaba? Me tomó un momento extra alcanzar sus ojos y el color rosado, cristalino bajo aquella luz, quiso volver a arrancarme el corazón del pecho. No era momento.

    No era momento.

    Me sentía vacío y desconocido, me sentía de una forma imposible de explicar, pero las lágrimas volvieron a acumularse en mis ojos y agaché la mirada, presionando los labios. La había escuchado, sí, sólo me tomó un esfuerzo estúpido comprender lo que decía. Tenía que palmear por doquier hasta encontrar el enchufe y devolverlo a su lugar. Su señalamiento me impulsó a apoyar una mano en mi cabeza y solté una risa floja, amarga. Ah, estaba hirviendo.

    Estaba, de hecho, todo sudado.

    —Dios, qué desastre —murmuré, no sabía si llegaría a oírme y tampoco pude volver a mirarla; bajé la mano lentamente—. No te preocupes... —Tuve que detenerme y sonreí, avergonzado—. Perdóname, no... no recuerdo tu nombre. ¿Podrías decírmelo?

    Tenía los ojos clavados en sus pies y me pasé el dorso de la mano por la cara sin demasiado cuidado, buscando barrer los rastros de lágrimas.


    lo que quedó es derretido we

    nono, kou no hará nada si la ve, so dw
     
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    Zireael

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    Me quedé allí sin saber qué esperar, estaba en el medio de retroceder sobre mis pasos una vez más o cortar distancia hacia él, sólo bastaba una señal. Su reacción me dio la sensación de que previo a mi aparición no estaba en verdad en este espacio, que algo se había desconectado, y la idea se acrecentó cuando giró el rostro para mirarme. Noté su estado real entonces, el desastre que era, pero aunque el pecho me vibró con preocupación e inquietud me mantuve tranquila para no alterarlo o avergonzarlo.

    Jamás se me ocurrió que en mis ojos encontraría el fantasma de otros.

    Pero era así como funcionaban los corazones y nadie podía culparlo por ello.

    Por un instante llegué a preguntarme si se encontraba en la capacidad de escuchar lo que le había dicho. Noté las lágrimas en sus ojos antes de que agachara la vista de nuevo y al verlo llevarse la mano a la cabeza supuse que se habría dado cuenta de que estaba a un paso de alzar llama, de allí la risa amarga que soltó, aunque debía ser lo que menos le importaba ahora. Creí escuchar lo que dijo aunque fingí que no, pero atendí con cuidado al resto de su cuerpo y a su voz para ver si pescaba señales más claras de qué debía hacer.

    Al final todo el cuadro no hizo más que afirmar mi idea de que dejarlo solo no parecía ser el curso de acción, no se sentía correcto en lo absoluto y de momento no tenía pinta de ir a soltarme un mordisco como otros que conocía. Por ello a pesar de que no me miró de nuevo recorté algo de distancia y luego de contemplar qué hacer, elegí sentarme a su lado.

    —No te preocupes por eso —repetí con la misma suavidad que había llamado a su apellido—. Soy Ilana. Rockefeller que diga, llámame como gustes en realidad.

    Ni en el peor de los sueños de fiebre le preguntaría qué había pasado así de la nada, era una receta para meter la pata hasta el inframundo, por lo que saqué la caja de jugo de la envoltura del almuerzo, la abrí y asomé la mano por donde creí que sus ojos podrían captar el objeto. Lo mejor habría sido agua, pero pues una trabajaba con lo que tenía.

    —Bebe aunque sea un sorbo, por favor —pedí en voz baja, después barajé opciones una vez más—. ¿Quieres que hable o guarde silencio? No tengo problema con ninguna de las dos.


    el derretido is breaking my heart woah
     
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    Gigi Blanche

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    Sus pies avanzaron y la idea no me tensó, ni me preocupó, ni me alivió. Me daba un poco de vergüenza que una compañera de clase me hubiera encontrado así, pero eso era todo. La balanza apenas se había movido. Al separar las manos de mi rostro volví a pestañear con fuerza y sorbí por la nariz, exhalando pesadamente. La chica se sentó a mi lado, seguí sus movimientos de soslayo y junté coraje para regresar a sus ojos. Me sentaba mal rehuir de su mirada como un animal salvaje.

    O un cobarde.

    —Ilana —repetí en voz baja, detallando el rosado, y me las arreglé para dedicarle una sonrisa pequeña—. Bonito nombre.

    ¿Qué estaba diciendo? Ni yo sabía. No era mentira, en cualquier caso, tal vez fuera un miserable intento de regresarme al mundo real y ya. Aún sentía los ojos irritados y humedecidos, tuve que pestañear con fuerza y volví a distraerme sin querer; ni siquiera noté la desconexión hasta que un zumito apareció en mi campo de visión. Me pidió que bebiera, tomé consciencia de la piedra que tenía por estómago y de todos modos alcé el brazo, tomando el cartón entre mis dedos con suavidad. Lo observé un rato, repasé la bolsa de plástico que guardaba el sorbete con el dorso del pulgar y pasé saliva.

    Giré el rostro hacia ella y volví a mirarla. ¿Que qué quería que hiciera, preguntaba? Las preferencias se asemejaban a un lujo ahora mismo; pero quizá, sólo quizá, pudiera convertir su presencia en un hilo delgado. Un rastro de migajas. Una farola parpadeante.

    —¿Me veo tan deshidratado? —bromeé sin muchos ánimos y crucé las piernas, descansando la mano sobre mi rodilla; sentía mi postura encorvada y no me molesté en corregirla—. No respondas, por favor, puedo imaginar la respuesta.

    Le di vueltas al zumo entre mis dedos, lo hice lento y con cierta torpeza, y con la mano libre volví a secarme un poco los ojos.

    —Más que eso, ¿tú quieres quedarte aquí? —indagué aunque, también, podía imaginar la respuesta; por ello seguí hablando—. ¿Venías a almorzar? ¿Trajiste comida de casa?
     
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    No me angustiaba particularmente que no me mirara, más bien me parecía la reacción más natural del repertorio si teníamos en cuenta cómo había venido a encontrarlo, pero no por ello desacredité el hecho de que buscara verme. Recibí sus ojos, le dediqué una sonrisa pequeña que se ensanchó un poco al escucharlo decir que mi nombre era bonito. No iría a juzgar lo que eligiera decirme ahora, la verdad, tampoco evaluaría si era verdad o mentira.

    —Gracias —dije con sinceridad—. Tu nombre... Ah, era Kakeru, ¿verdad? Suena lindo también, me gusta.

    Fue sincero, no pude recordar qué caracteres solían usar para escribirlo ni nada, pero tampoco manejaba esas cosas tan al dedillo de por sí. Los nombres japoneses los dividía entre los que sonaban bien y los que sonaban regular una buena mayoría del tiempo, el suyo no se oía demasiado enredado ni nada. A nivel silábico era amable de pronunciar y agradable de oír.

    Me di cuenta que aceptó el jugo aunque no acató la indicación, pero elegí no presionarlo por ahora. No tenía idea de si había estado así desde el puro comienzo del receso, pues no recordar si lo vi salir o no, pero tampoco podía pedirle tanto. Ni idea de si se sentía en la capacidad de pasar un trago de lo que fuese, pero ya veríamos en un rato.

    ¿Qué hacía? ¿Por qué hacía esto de nuevo?

    Lanzar un hilo esperando que soportara el peso de una persona.

    La duda me alcanzó aunque no la reflejé en el cuerpo en lo absoluto, sostuve su mirada y esperé una respuesta, la que fuese, ninguna me ofendería ni nada parecido. Su broma sin ganas me sacó una risa nasal igual de apagada, no pretendía responder eso incluso antes de que me lo pidiera y eché la cabeza hacia atrás para mirar el cielo de nuevo.

    —¿Esa la puedo contestar? —bromeé en voz baja respecto a lo de si quería quedarme aunque no respondí. En su lugar tomé aire y asentí para ambas preguntas sobre el almuerzo—. Aunque te voy a contar un secreto. La verdad no tenía mucha hambre y venía más a, no sé, ¿a mirar el cielo?

    En un instante de claridad mental abrí la envoltura del bento, al hacerlo una solitaria servilleta se quiso resbalar de mi regazo y la pesqué antes de que alcanzara el suelo, mamá casi siempre ponía una. Sin ella el pobre habría tenido que aguantarse que le ofreciera la tela del bento, habría sido entre cómico y vergonzoso para ambos.

    —Ten, por si te quieres limpiar un poco mejor —le dije alcanzándole el papel y como no recibí una respuesta de las opciones que ofrecí, pues seguí hablando—. Ahora, claro, estás cordialmente invitado a mirar el cielo conmigo aunque debe sonar aburridísimo.

    Me reír al decirlo, no me importaba reconocerlo en lo más mínimo, pero a veces sólo me detenía a hacer eso. Miraba cachos de cielo por las ventanas, en las azoteas y entre los edificios, como un ave entre barrotes.

    —No creo que quieras entrar ahora, pero si por el calor te empiezas a sentir raro avísame y nos quedamos en el rellano, ¿de acuerdo?
     
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    Gigi Blanche

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    La pequeña sonrisa que había conseguido dedicarle permaneció en su lugar al oírla regresarme el cumplido y poco después agaché la mirada, sin responder realmente nada. Mi nombre era una puta ironía, llevaba tantos años pensándolo que la idea ya se había marcado como un hierro caliente en mi cerebro. Y entre hundirme y desaparecerlo, prefería arrancarlo. Mantuve la conversación a flote de alguna forma que ni yo comprendía y permanecí en su rostro incluso cuando ella alzó a mirar el cielo, pues porque no tenía motivos para buscar en ninguna dirección. De a ratos la veía, y de a ratos no la veía en absoluto.

    Aún pretendiendo ahogar una posible respuesta, ella replicó a mi pregunta y mi sonrisa, tan genuina como vacía, se ensanchó.

    —Puedes hacer lo que quieras —murmuré, arrastrando las palabras con suavidad.

    Recibí su secreto y agaché la vista por inercia al papel que atajó, el cual acabó extendiendo en mi dirección. La miré desde abajo con las cejas ligeramente alzadas y utilicé la mano libre para aceptarlo, trayéndolo a mi espacio como había hecho con el zumo. Lo observé largo y tendido, me invitó a hacer avistamiento de cielo y me recordó que podíamos volver adentro cuando quisiera. Murmuré un sonido afirmativo. Comprendía la amabilidad hacia un extraño en mal estado, yo mismo lo habría hecho en cualquier momento o eso me gustaba creer.

    Alcé el rostro hacia el cielo como me había invitado a hacer, la luminosidad me forzó a contraer el semblante y volví a sonreír, esta vez con un dejo amargo. Sentí la brisa mecerme el cabello y me vacié los pulmones, regresando al papel. Lo estiré sobre el suelo, entre los dos, y con el dedo índice fui trazando líneas específicas. Era algo enrevesado y probablemente imposible de seguir, pero en mi mente existía. En mi mente era la huella de un hierro caliente.

    Yo, que sólo estaba varado.

    —Es un solo kanji, Kakeru. Significa volar o remontarse —le conté, concentrado en mi tarea, y sin aviso previo empecé otro nombre junto a una risa floja—. El de mi hermano usa los kanji de halcón peregrino y persona. Hayato. Supongo que mis viejos tenían algo con el cielo.

    Me quedé mirando la servilleta como si realmente estuviese escrita, luego dejé el zumo entre mis piernas y ocupé ambas manos en doblarla con cuidado.

    —¿Sabes por qué te pusieron Ilana? —indagué, volviendo a sostener las dos cosas que me había dado y buscando sus ojos.
     
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    Zireael

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    Todo lo que pude asumir era que quizás no era bueno con los cumplidos o no lo era ahora mismo, pero tampoco era que se lo hubiese dicho para recibir algo o por compromiso, así que simplemente lo dejé estar. Lo que respondió sobre el remedo de broma me sacó una risa baja y no dije nada de inmediato aunque me cuestioné hasta dónde era cierto que podía hacer lo que quisiera cuando últimamente pasaba haciendo malabares con los límites ajenos, con los sí, los no y los más o menos. Con las señales mezcladas o las que me imaginaba.

    —Sí quiero —murmuré sin mirarlo en realidad, sonó inconexo pero fue la respuesta a la pregunta que había pretendido ahogar antes.

    No tenía por qué creerme, podía tomarlo como decencia humana básica o cualquier otra cosa, pero no vi por qué no ser sincera y punto. De haber querido irme habría regresado sobre mis pasos y cerrado la puerta, dejándolo aquí solo tostándose las ideas y ya. ¿Ahora? Bueno, seguía quemándose las neuronas, pero no solo y creía que era mejor que nada.

    Le ofrecí volver adentro cuando le apeteciera o si se sentía que el sol estaba por rostizarlo, para resumir, y su asentimiento me valió. Ambos miramos el cielo algunos segundos hasta que noté su movimiento, había extendido el papel y empezó a trazar líneas que seguí con cuidado. Un solo kanji. Apenas terminó deslicé la vista al cielo un instante antes de volver a seguir los trazos que empezó poco después, los de su hermano.

    Sonreí de forma más inconsciente, recordé un mito de los Haida y cómo creían que el cuervo había traído a los primeros hombres al mundo. El origen de todo muchas veces estaba en el cielo o en manos de las criaturas que en vez de manos tenían alas, en aquellos capaces de volar y remontar una corriente de viento. En cierta manera, los nombres nos volvían lo que éramos incluso si a veces no los comprendíamos porque se asimilaban más a condenas.

    —Y todavía vengo yo a invitarte a ver el cielo. —Me lamenté con una decepción de lo más impostada—. ¡Al del kanji de volar! Sincronicé las neuronas con tus padres sin querer, sólo me faltó invitarte a un tour de avistamiento de aves y hasta le hacía honor a tu hermano.

    Noté que no usó la servilleta, obvio, así como no había abierto el jugo tampoco y mis ojos se distrajeron en verlo doblar el papel. Dejé el bento al otro costado de mi cuerpo y arrastré las piernas para poder abrazar mis rodillas de manera que usé los brazos para apoyar el rostro, desde esa posición recibí sus ojos y le sonreí de nuevo. Quizás lo miré un poco más de la cuenta, ni idea, aunque eso no significó que no pusiera atención a su pregunta.

    —Fue sugerencia de mi padre y significa árbol, es todo lo que sé —conté con tranquilidad, sin apartar la mirada de él—. Para nada creativo de su parte teniendo en cuenta que vivíamos en pueblo rodeado de bosque. El hombre salió a trabajar, miró al otro lado de la calle y se negó a pensar en nada más, ¿califica como genio o vago?

    La pregunta fue más bien hipotética, la dejé suspendida e inhalé profundamente antes de mirar al frente.

    —Kakeru —murmuré, como procesando el nombre de nuevo ahora que sabía su significado, y me permití una sonrisa más amplia. Un poco de la nada la cuestión de "volar" hizo que las neuronas me derraparan en otra dirección y enderecé la postura de forma algo repentina—. Soaring! Es como la palabra que mezcla volar y remontar, depende de cómo lo traduzcas. ¿Te sabes la canción de High School Musical? La de... No me acuerdo de la canción completa, pero parte del coro era we're soaring, flying. There's not a star in heaven that we can't reach.

    Canté el fragmento bajito, pero acabé soltando una risa y luego me desinflé los pulmones. De paso relajé la postura de nuevo de la misma manera que antes, temí estar siendo demasiado parlanchina así que le bajé unas cuantas rayitas al asunto. Bueno, lo intenté al menos, porque medio confianzuda sí que era.

    Soar es una palabra curiosa y tu nombre es más lindo ahora que antes. Aunque... ¿Es como difícil de recortar? ¿Tendré que partirme la cabeza para acortar tu nombre algún día?

    mis neuronas y las de ilana leyeron volar y terminaron acá en medio de la misión "hacer boludeces para kakeru porque es todo lo que tenemos"
     
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    Gigi Blanche

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    Cuando respondió a la pregunta del siglo ya no la estaba mirando, pero algo en esas dos palabras tan simples, en la forma en que las dijo, consiguió calmarme un poco. El resto se decantó, me puse a dibujar kanjis invisibles y cuando empezó a hablar busqué sus ojos. Una voz tras mi espalda, bien aferrada a mi nuca, susurró que la estaba obligando a esforzarse de más con tal de levantarme el ánimo, pero no quise escucharla. Estaba cansado.

    La tontería del avistamiento de aves me hizo algo de gracia y agaché la vista.

    —Ni siquiera sé cuál es el halcón peregrino —admití, en voz baja.

    Pensé en las serpientes, el Krait que lo definía a él, el tatuaje en mi nuca, y me pregunté si habríamos acabado decepcionando a nuestros padres. Era un contraste... notorio. Ella acomodó su posición y me habló del significado de su nombre, que provenía de un pueblo rural. Tenía pinta de extranjera, ahora que lo pensaba. Su padre, ¿era un genio o un vago?

    —Ambos, diría —respondí, levemente divertido, y esta vez usé la baldosa del suelo—. Árbol... Hay varios kanji para eso, pero hay uno que se usa como nombre unisex: Itsuki. Ilana, Itsuki. Empieza igual que el tuyo.

    Lo fui escribiendo conforme hablaba, aunque honestamente a mitad de camino dudé estar haciéndolo bien y arrugué el ceño. Era bastante complicado, tenía... dieciséis trazos, si no mal recordaba. Pero ¿qué hacía empeñado en garabatear kanjis, para empezar? Tal vez me sirviera de distracción. Al final me rendí y alcé a verla cuando la oí pronunciar mi nombre. Pensé que seguiría hablando, pareció hundirse en pensamiento y me sorprendió un poco la forma en que se irguió como resorte. Una sonrisa revoloteó en mis labios y mantuve mi atención sobre ella, ahora con la intriga de qué se le habría cruzado por la mente. Soaring? ¿Esa era la versión inglesa de mi nombre?

    —Itsuki suena más bonito... —me quejé entre medio de sus palabras, por bromear más que otra cosa.

    Conocía High School Musical, aunque las pelis originales pertenecían más bien a una o dos generaciones anteriores a la nuestra. Escolarmente hablando, claro. No iba a ponerme a cantar y menos en inglés, qué tristeza sería mi pronunciación, pero asentí para hacerle saber que la ubicaba. A decir verdad, a Anna le gustaba bastante la franquicia y la reconocía más bien de ahí. ¿Cómo decía? ¿Que no había estrella en el cielo imposible de alcanzar? Alcé la vista al infinito turquesa y seguí el vuelo repentino de algunas aves a lo lejos.

    —Creo que nunca deseé volar —rumié, pensativo, y volví a mirarla—. Que tú estés en la tierra y yo en el cielo es curioso. Deberíamos intercambiar papeles.

    Su suerte de queja o realización me estiró una sonrisa un poco más amplia en los labios. No era la primera con ese problema, la verdad.

    —Es un trabajo de genios, aún nadie consiguió recortar mi nombre sin que suene horrible —admití—. Recortar mi apellido es más sencillo, así que se van por esa. ¿A ti cómo te dicen?
     
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    Zireael

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    Si podía calmarlo aunque fuese mínimo creía que esto no había sido en vano para ninguno de los dos, quizás fuese una manera poco convencional de entablar nuestra primera conversación como compañeros de clase, ¿pero no empezaban así las amistades incluso? Si no lo encontraba empapado en lágrimas y sudor mi vida habría seguido sin más, ¿y la suya? ¿Qué habría pasado en estos minutos de receso? Quizás era bueno que no tuviéramos que averiguarlo al menos por ahora.

    El resto sucedió, los kanji, el intercambio de significado de nuestros nombres y cuando admitió no saber cuál era el halcón peregrino alcé las cejas en un gesto bastante exagerado de "Are you joking?". No me duró mucho de todas formas, la sonrisa me suavizó los gestos casi de inmediato.

    —Parece que tendremos que ir a buscar enciclopedias en la biblioteca otro día entonces —comenté junto a una risa—. Porque el tour en la ciudad está como difícil.

    Que dijera que papá era tanto vago como genio me estiró una sonrisa en los labios, igual alguien tenía que revisar esto de los nombres. ¿Tres asociados a la naturaleza? Hasta podíamos escribir un cuento si nos daba la gana. Como fuese, volví a seguir el movimiento de su mano al escribir caracteres invisibles ahora en el suelo. No lo terminó y esta vez seguir el hilo me costó más, no iba a negarlo, una lástima porque Itsuki sonaba lindo.

    —¿Pero qué es eso? —murmuré un poco escandalizada y usé la mano para replicar algunos de los trazos en el suelo también, aunque acabé perdida incluso antes que él—. Me gusta mucho como suena, ¡pero me lo tienes que escribir otro día, no hay manera de que recuerde ni la mitad!

    Por un instante me quedé con el ceño fruncido mirando el kanji invisible, pero luego volví sobre la conversación. A pesar de que temí estar siendo ruidosa ver que una sonrisa se le quiso asomar me tranquilizó un poco y lo de que Itsuki sonaba más bonito me sacó una risa liviana, cristalina.

    —Pues claro, soar es un verbo y no puedo usar un verbo para llamarte, ¿o sí? No creo que haya un nombre equivalente más occidental o yo no lo conozco. Skyler, si acaso, que usa sky de cielo y ya, se perdió toda la noción de soaring. En resumen, sigue siendo mejor el original, Kakeru all the way.

    Luego siguió la iluminación de la canción de High School Musical, me bastó saber que la ubicaba y mi sonrisa se ensanchó, satisfecha con que pillara mi referencia sacada de la nada. De formas, seguí su mirada cuando la alzó hacia el celeste y lo escuché hablar de nuevo.

    —¿No? —cuestioné con algo de curiosidad más bien inocente, el querer volar parecía un deseo tan común que a veces quizás rozara lo corriente. A pesar de eso, el resto de lo que dijo me hizo soltar una risa por la nariz—. Me daría un poco de miedo estar sola en esa inmensidad, la verdad. De todas formas es cierto que lo del árbol a veces no tiene mucho sentido tampoco. ¿Tal vez deberíamos probar otro... espacio de la naturaleza? ¿Qué opinas?

    Fue una broma, más o menos, y una vez más relajé la cabeza hacia atrás. Parpadeé despacio, sin darme cuenta fruncí un poco los labios al escuchar su respuesta a lo de acortar su nombre y no atendí a la pregunta de inmediato.

    —Pero no cuenta irse por la fácil ahora, además, ¿tú que sabes si este el año en que me convertiré en una genio por fin? Kakeru, Keru, Karu, ¿Kae? ¿Kaekkun? No, eso es hasta más largo. Kecchan... ¡No! Demasiadas confianzas, finjamos que nunca lo dije. —Me llevé una mano a la cabeza, me rasqué el nacimiento del pelo y suspiré con pesadez—. Al final lo más aceptable puede que sea Kae y me comí tres letras de la manera en que me dio la gana. Va ser que heredé la vagancia, no la genialidad.

    A mi pobre padre le debían estar ardiendo las orejas, ¿pero quién lo mandaba a elegir el nombre fácil también? ¡Su problema!

    —A mí mis amigas me dicen Lana —contesté al fin—. Mi abuela me llamaba Illie, pero nadie usa ese ya.
     
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    Gigi Blanche

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    Mi desconocimiento del halcón peregrino le arrancó una reacción que se me asemejó bastante a ser juzgado intensamente. Yo también alcé las cejas, pero en un burdo intento de defensa, y hablé con una cuota de desconcierto.

    —¿Qué? ¿Es el halcón común? —pregunté, a riesgo de embarrarme aún más.

    ¿Había un halcón "común" para empezar? Quién sabe. La idea de las enciclopedias me hizo gracia pues pensé que hoy día cualquier persona de nuestra edad sugeriría buscar con el móvil, pero vi apropiado ahorrarme el comentario y asentí. Después intenté mostrarle la versión japonesa de su nombre y fracasé en el intento, y ella fabricó otra suerte de promesa. Sabía que eran cosas que la gente decía con liviandad y que no significaban nada realmente, aún si yo tendía a tomármelas con algo más de seriedad. Por eso la escuché y volví a asentir. Pensar en pequeñas tareas para el futuro volvía el asunto un poco menos angustiante.

    O al menos intentaba que así fuera.

    Lo de nunca haber deseado volar se me asemejó a una confesión. Era consciente de que cualquier niño fantaseaba con eso, al menos la mayoría. Correr con helicópteros de juguete alzados en el aire, doblar aviones de papel, eran cosas que había visto a los demás hacer cientos de veces. Su réplica me alcanzó aún mirando el cielo y me deslicé hasta apoyar la espalda en la pared. Dijo que esa inmensidad le daría miedo en soledad y volví a alzar el rostro. Los halcones eran rápidos, Hayato se había alejado a toda velocidad y en el cielo... sólo quedaba yo.

    —Supongo que sí da bastante miedo —musité, abstraído.

    Suponía que el concepto era el mismo, fuese sobre la tierra o en el aire, en tanto me resultara imposible avanzar en ninguna dirección. Intentaba reconstruirme de a poco y recuperar los fragmentos que perdí con el tiempo, pero ¿lo lograba realmente? ¿Anna era mi amiga? ¿Kou lo seguiría siendo? Y los chicos... ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Contarle la verdad a Rei? Ya se habían enfadado conmigo el año pasado por lo poco que debí revelarles. ¿Tendría que elegir entre ellos y Kou? ¿Y si... elegía mal?

    ¿Y si me quedaba solo de nuevo?

    Me había perdido en el cielo, en el ruido de mis pensamientos, y logré ponerle un freno cuando volví a sentir la angustia presionándome la garganta. Tuve que respirar por la nariz con cierta fuerza y tragarme las lágrimas, y la voz de Ilana me alcanzó interrumpida. ¿Que qué opinaba? Bajé a sus ojos y mi esfuerzo por recordar sus palabras fue evidente. Había dicho algo de... otro espacio, ¿no? Uno que no fuera la tierra ni el cielo.

    —No quedan muchas opciones, ¿cierto? —murmuré, esbozando una sonrisa modesta—. Agua y fuego, supongo. ¿Alguna preferencia?

    Me las arreglé para volver a encauzarme en la conversación, pero internamente me pinchaba la duda de qué ocurriría más tarde. En cualquier caso, la cuestión del recorte pareció darle un boost de energía y escuché sus divagaciones con atención, esforzándome por mantenerme en la realidad. Su repentina reacción al "Kecchan" me hizo gracia y me estiró una sonrisa en los labios, aún si no dije nada.

    —Descuida, es una misión imposible —la tranquilicé, con algo de diversión colada en la voz—. Una amiga me dice Fuji, otro amigo me llama Wan-chan, aunque es para molestarme más que nada, y mi hermano pues me dice "enano" a secas. Normal, si el tipo es una torre. El resto del mundo me dice Kakeru, y no puede ser que sean todos vagos, ¿o sí? De todos modos no me molesta. —Hice un breve silencio y mi sonrisa se suavizó—. Me gusta la forma en que ciertas personas lo dicen, así que no me molesta.

    Lana, ¿eh? Y... el de su abuela era un poco más raro.

    —Lana suena muy bonito —concedí, sincero, y noté que aún no había tocado su almuerzo—. ¿Eres de afuera? Puedo hacerte todas las preguntas del paquete o puedes facilitarme un breve resumen de cómo llegaste aquí, lo que tú prefieras.
     
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    Zireael

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    —No sé si hay un halcón "común" —confesé junto a una risa, me había venido un poco en gracia el desconcierto en su voz, pero en sí la risa no fue de burla—. Los peregrinos tiene que ser de las rapaces que se adaptaron mejor a la ciudad, eso es todo, así que no es raro verlos. Les gusta cazar palomas, vuelan rapidísimo y whoosh, las noquean en pleno vuelo o donde estén posadas. Es entre asombroso e inquietante, parecen el disparo de un francotirador.

    A veces cuando subía a edificios muy altos aquí en Japón miraba los bordes de las ventanas, donde les gustaba anidar, y de tanto en tanto había alguno. En Pennsilvania eran más bien migratorios, no los veía casi nunca como otros tipos de aves a pesar de que había más naturaleza y todo el asunto. Suponía que así era la vida, ¿no? Todos anidábamos en ventanas cuando no había más opción.

    Luego lo escuché acordar que sí daba bastante miedo y aunque no tenía motivo real para tener esa clase de duda, me pregunté si se sentiría solo allí en su cielo. Quizás fue lo abstraído que sonó o era simplemente porque había confesado nunca desear volar, no sabía si era realista de su parte o profundamente desesperanzador. La inquietud me rebotó en el pecho, ansiosa, y contuve la necesidad de preguntar.

    Temía cortar el finísimo hilo con el que lo sujetaba.

    Seguí parloteando después, pero cuando Kakeru volvió a mirarme me di cuenta que tuvo que esforzarse para reconectar y acordarse de lo que habría dicho. Que lo lograra me sorprendió más que la desconexión en sí misma, que era hasta comprensible viendo cómo estaba, así que sólo lo esperé.

    —Agua, creo. Sigue habiendo agua en el cielo o en la tierra, así que incluso si nos intercambiamos, ¿no acabaríamos llegando al otro? —contesté sin perder el hilo y la cosa sonó un poco abstracta incluso para mí, lo suficiente para que la risa que se me escapara sonara algo avergonzada—. ¿Tú? ¿Preferirías alguno de esos que dijiste?

    La misión del nombre sonaba imposible en sí misma, pero no era la clase de persona que se iba sin haberlo intentado y terminé desvariando, lo que al menos sirvió para hacerlo sonreír. El gesto se me contagió al escucharlo mencionar cómo se referían a él otras personas, afirmó que no le molestaba y lo que dijo después me ensanchó la sonrisa con algo de ternura.

    —A veces lo importante no es el nombre, es el tono y el cariño que usan las personas al llamarte lo que cambia todo —reflexioné mientras jugueteaba con mis dedos—. Además, Kakeru ya suena suavecito por sí solo.

    Al decirlo me reí, no sabía bien cómo explicar eso, pero era la sensación que me daba. Era el sonido más allá del significado o era la manera en que uno elegía escucharlo, ¿importaba siquiera? Con esa idea me distraje un poco, pero volví de inmediato al oírlo decir que Lana sonaba muy bonito, cosa que bastó para hacerme sonreír de nuevo.

    —¿Elegiste un resumen de mi hoja de vida en vez de entrevistarme? Un hombre práctico, por lo que veo —bromeé como si nada—. Soy de fuera, sí. Estados Unidos, pero no de las ciudades grandotas, qué va. -Mi madre planeó por años hacer un posgrado en biomedicina en Japón, era su sueño y mi padre siempre la apoyó, prácticamente todas nuestras vidas se moldearon con eso en mente. Ahorros, idioma, papeleo. Creo que habríamos acabado viniendo incluso si ella no era admitida en el posgrado, sólo que quizás habría pasado más tarde, ni idea. Tenía poco de haber cumplido quince años cuando nos movimos aquí y fue... Supongo que no fue muy divertido. Estaba en una escuela femenina antes que esta y las chicas eran crueles y se aliaban con los varones de otra escuela cercana para buscarme las cosquillas, me costó hacer mi primer grupo de amigas. En fin, estuve chusmeando otras escuelas este año y esta me gustó, vi que tenía afluencia de extranjeros y tal y pensé que podría sentirme más cómoda.

    Me di cuenta que había sido exageradamente sincera con mi respuesta, no me incomodó como tal, pero no supe si a él le vendría bien esa clase de honestidad ahora mismo. Busqué un mechón de mi cabello que caía sobre la camisa y empecé a hacer y deshacer un bucle, como de los que se usaban a veces para empezar la cadena de tejido.

    —No quiero que suene que no valoro a mis amigas. Sólo quería ver si cambiando de espacio... lo demás también se sentía diferente —dije aunque nadie me estaba pidiendo explicaciones. Al terminar de hablar solté un montón de aire por la nariz, sonreí en un intento de disculpa por haber acabado convirtiendo el resumen en una narración completa—. ¿Tú has vivido siempre en esta zona de Japón? Digo, Tokyo y los barrios especiales.
     
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    Gigi Blanche

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    Tenía sentido que no existiera un halcón que fuese más halcón que los demás halcones, la verdad, había arrojado la idea con pocas probabilidades de éxito y muy altas de estar soltando una tontería. Su risa, por ende, no me sorprendió ni me ofendió, comprendí que le hiciera gracia y recibí el resto de la información con cierto interés. Mis ojos se abrieron un poco más al saber que se habían adaptado a la ciudad. Yo no recordaba haber visto un halcón entre los techos de Tokyo en mi vida, pero quizá fuera por no haber estado lo suficientemente atento. En general no tendía a levantar la vista, era más bien lo contrario.

    Lo que pensé de todo esto fue que Ilana parecía tener ciertos conocimientos al respecto, lo cual se trasladaba fácilmente a su interés por el cielo.

    Cuando le extendí la elección, ella se quedó con el agua y la idea de utilizar el elemento como un puente entre los nuestros me arrancó una risa casi insonora. La verdad, yo también prefería eso. El fuego era volátil, ardía y se me antojaba mucho más peligroso e impredecible. Además, no había fuego en el cielo, ¿verdad? Cualquier explosión o llamarada se extinguiría en un parpadeo.

    Sería necio desearlo.

    —Podemos enviarnos mensajes en las gotitas de lluvia —continué su broma, moviendo los dedos suavemente para asemejar su caída—. Yo también prefiero el agua, así que... ¿una isla, tal vez? O lo alto, más alto de una montaña, con el árbol más cercano al cielo que exista.

    Honestamente ya ni siquiera sabía de qué estábamos hablando, pero con tal de distraerme me valía. Luego noté la ternura que se le imprimió a su sonrisa y asentí a sus palabras, quedándome en silencio. No me molestaba que halagara mi nombre, sólo no... no se me ocurría nada que responder. Agradecerle me sabía raro y acartonado en la boca.

    Me contó sobre ella, su país de origen y cómo había acabado aquí. Un posgrado en biomedicina sonaba fancy que te cagas y me pregunté qué haría su papá. No me extrañaría si de repente resultaba ser ingeniero de la NASA. Con esa porción de información imaginé que su familia debía estar cómoda económicamente hablando, lo cual la colocaba en la categoría default de alumnos del Sakura. En cualquier caso, ella parecía simpática y sencilla. Si debía ser sincero, no había esperado el grado de honestidad que me concedió y tampoco me molestó, por supuesto. Mi ceño se arrugó levemente al oír que la habían molestado y que de allí provino su motivación para transferirse aquí.

    Vi cómo pillaba un mechón de su pelo y aguardé por si deseaba seguir hablando. Al oírla intentando justificar algo que de por sí no veía necesario, subí a sus ojos y exhalé por la nariz. Recibí su sonrisa, sus preguntas y tal, pero primero quise responderle.

    —Apreciar a tus amigas y poder ir a la escuela tranquila creo que son dos cosas muy distintas —murmuré, con una pequeña sonrisa de simpatía—. A mi... a una amiga le pasó lo mismo. Se mudó a Japón un poco más pequeña que tú y le hicieron la vida imposible por ser extranjera, o por cómo hablaba el idioma, o vete a saber qué. Los niños pueden ser muy crueles. —Suspiré con cierta pesadez—. Para cuando la conocimos ya se había encerrado en sí misma, era enojona y arisca como un gato. Con el tiempo fue recuperándose y ahora ya... creo que ahora ya está bien. Igual que tú, decidió transferirse esperando que las cosas mejoraran, y mejoraron.

    Mi sonrisa se había suavizado hacia el final, incluso si en el pecho se me atenazó una clara sensación de tristeza. Anna se había recuperado, sí, pero fue gracias a Emily, a Sonnen, y a las demás personas que conoció aquí. Yo sólo le había ocasionado más problemas.

    —Yo... llevo toda mi vida en la misma casa, en la misma ciudad. Vivo en los suburbios de Shinjuku y siempre asistí a escuelas de la zona, fue este año que me transferí al Sakura a través de un amigo. Pasé por tres escuelas en dos años, no fue bonito pero imagino que algo siempre se aprende.

    Solté una risa floja al decir aquello. Flexioné un poco las piernas, utilicé las rodillas para dejar los brazos colgando y volví a mirarla. Esperé a recibir sus ojos para sonreírle.

    —¿Y qué tal? ¿Te sientes diferente aquí?
     
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    Zireael

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    Igual esto de llamar a ciertos animales la versión "común" era un poco raro, ¿no? Imaginaba que la categorización tendría un mínimo de sentido, pero visto desde fuera no tenía lógica si habían más bichos de la misma clase o el mismo nombre con un apellido distinto. Como fuese, una buena parte de las cosas que sabía eran por vivir cerca de la naturaleza, otra parte porque de pequeña me gustaba mirar el Animal Planet.

    Lo del agua presente en el cielo lo dije sin pensar, no contemplé que necesariamente fuese a darle cuerda a la idea, por eso cuando dijo que podíamos enviarnos mensajes con gotas de lluvia la sonrisa que me alcanzó el rostro me entrecerró los ojos. La isla sonaba relajante y el árbol más cercano al cielo transmitía cierta sensación de paz.

    Lejos, tan lejos del mundo que quizás no hubiese más ruido que el del viento.

    —Podrían ser mensajitos con los colores del arcoíris —dije casi en voz baja, de lo más encantada con la idea—. El agua fragmenta la luz. ¿Qué colores te gustan?

    La conversación no parecía responder a nada en particular, era un poco desordenada incluso, pero en tanto fuese una distracción era suficiente. Por el mismo cauce tal vez corría el resumen convertido en narración, quién sabe, y la sinceridad que me permití no fue algo que me diera vergüenza ni nada, tampoco pensaba mucho en cómo se escuchaba cuando decía todo lo que hacía mamá.

    Me justifiqué sin necesidad, creí que sólo seguiríamos el rumbo de la conversación, pero él quiso contestarme y me pregunté si veía la amabilidad que existía en gestos como esos. No compartió una experiencia suya, sino la de una amiga y supuse que la historia sonaba algo similar a sus oídos; le presté atención y una sonrisa algo amarga me alcanzó el rostro que fue una suerte de afirmación ante la crueldad de las personas. A mí las gemelas y Mei me habían salvado, pero aún existía algo fuera de lugar. Una diferencia imposible de negar.

    Quizás existiera toda la vida.

    —Me alegra mucho que las cosas hayan mejorado para tu amiga —respondí con sinceridad dejando ir el mechón de cabello—. Es bueno saber que no todo es siempre malo, creo. A veces los chispazos de alegría parecen pequeños, pero no dejan de existir y en ciertos momentos son todo lo que tenemos, esas pequeñas luciérnagas.

    Dejé la idea suspendida entre nosotros sin intención particular, además de que me enfoqué en prestarle atención. A una parte de mí le habría gustado eso, vivir siempre en la misma casa y, ni idea, sólo irme por la universidad y ya. Pasaba que una vez me cambiaron el escenario, pues no me quedó más que aprender algo de la ambición de mis padres.

    —Debe haber sido complicado tantos cambios, sí. Algo sale de todas las experiencias aunque a veces no sepamos qué fue lo que aprendimos de inmediato, procesamos los eventos más lento de lo que ocurren —dije en algo que pareció más un pensamiento en voz alta, luego volví a la mención que había vivido siempre en la misma casa—. ¿Tienes algún lugar favorito en Shinjuku o los alrededores?

    Recibí su mirada, también su sonrisa y al oír su pregunta tomé aire profundamente. No respondí de inmediato, me tomé algunos segundos para pensar en la vida desde que llegué aquí y se me ocurrió que parecía más caótica.

    —Un poco, pero no estoy segura de si para bien o para mal. Si te soy honesta, no sé hasta dónde habrá sido la decisión correcta o no —confesé junto a una risa floja—. Imagino que averiguarlo será un problema de la Ilana del futuro.
     
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    Gigi Blanche

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    La idea tonta de las gotas de lluvia se me había ocurrido en lo que podía calificar un desliz de pensamiento. No la analicé, siquiera la revisé, alcanzó mi boca sin filtros intermedios y al ver su sonrisa me detuve a observarla. Sonaba tierna, suponía, y si a ella le gustaba cumplía su propósito. Agregó los arcoíris a la ecuación y giré el rostro hacia el paisaje a través de la reja, concediéndome un instante para inhalar y disfrutar los soplos de brisa. ¿Mis colores favoritos...?

    —Azul y verde, supongo —elegí, y sonreí con cierta vergüenza—. Nada muy original, como verás, pero me gusta... el color del agua cuando es cristalina, y el tono de verde de mi camisa favorita. Como... un caramelo de menta. —Regresé a sus ojos—. ¿Los tuyos, Lana? Ah, ¿te molesta que te diga así? Mi teoría es que, cuando hay un apodo viable, el nombre completo suena demasiado formal o distante.

    Chispazos de alegría, decía. Los reconocía, por supuesto, el problema era que ahora mismo todos se me antojaban de improbables a angustiantes. El mundo se trastocaba cuando arrancaba el enchufe y las luces desaparecían, y ahora... Una cosa era mantener la conversación con esta chica, otra muy diferente era encontrar el bendito cable. La simple idea de buscarlo me resultaba cansina y molesta.

    —Como migajas de pan —rumié ante su imagen de las luciérnagas, enlazándola a mi idea previa—. Un rastro de migajas de pan, quiero decir.

    El aprendizaje con delay era un hecho, pero no dije nada al respecto pues ahora mismo no me apetecía verle lo bueno a... a nada. ¿Qué había aprendido del año pasado? ¿Que tantos ansiolíticos de sopetón podían matarte? Vaya obviedad.

    —El bar donde trabaja mi hermano, supongo —respondí, con la vista puesta en las colinas—. Está en Kabukichō y lleva mucho tiempo siendo nuestro punto de reunión. Todas las semanas vamos ahí, nos sentamos en la barra y hablamos de cualquier estupidez. Con mi hermano compartimos dos amigos que son un año mayores que yo, y después hay un par que van y vienen. Es una costumbre tonta y sin importancia, pero cuando pienso en eso... me hace bien. Me recuerda que algunas cosas se resisten a cambiar aún en medio del caos.

    Se tomó un tiempo para atender mi pregunta. Por algún motivo había esperado cierta respuesta de manual, no sabía por qué. Algo en la línea de que sí, se sentía diferente y que las cosas habían mejorado. Por ello, mientras la miraba fruncí levemente el ceño e intenté dilucidar el motivo. Volví a pensar en el almuerzo que no había tocado y alcé su zumito, el que no había soltado en ningún momento.

    —Te propongo un trato: si yo bebo de esto, tú tienes que comer de eso. —La miré con intención de no aceptar una negativa como respuesta y, tras relajar el brazo, corrí la vista a su cabello que caía; ¿tendría problemas? ¿Seguiría sola?—. Llevas poco aquí, ¿no? ¿Te pasó algo desagradable?
     
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