Exterior Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

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    —Mini Ishi, anota en la listita de temas que toquemos alguno de Sakura o de Madoka —le dije lanzándole manotazos al brazo, inmediatamente después de que Emily mencionara dichos anime.

    —¿Listita? El pergamino, dirás.

    —¡Tú sólo anota!

    Recordaba una OST super bonita de Madoka, de hecho, pero su puta madre sería capaz de cantar esa cosa tan mística y angelical. Bueno, podíamos limitarnos a un cover en guitarra y ya. Estaba pensando posibilidades y pronto descarté el asunto para mostrarle a Emi el opening del cual le había hablado, aunque ella me mandó a callar y fruncí el ceño. No sentí molestia real, Ko empezó a cantar y pronto le dediqué mi entera atención a mi propia guitarra, esforzándome por acompañarlo y no errarle a los acordes.

    Claro que, al final, casi todo el trabajo lo hizo él. El hecho de que hubiera cantado me quitó responsabilidad de encima y noté que tocó más fuerte en las partes difíciles. Emi nos aplaudió, detalle que me ensanchó mucho la sonrisa y abrí los brazos, inclinando la cabeza en una suerte de reverencia. Kohaku se mantuvo sereno, con la vista puesta sobre ella, y asintió a su pregunta.

    —En casa hay varios instrumentos guardados. Aunque la mayoría son tradicionales y se usan en los eventos y demás, también hay unos pocos más occidentales que fueron acumulándose con el tiempo. Al principio mi abuela se planteó enseñarme a tocar el shamisen, pero no terminaba de convencerme... En algún punto probé la guitarra y me quedé ahí. Aprendí solo, sí, así que mis conocimientos no son demasiado técnicos y tampoco puedo hablar de técnicas de aprendizaje, pero me las apaño. En su momento le enseñaba a Chiasa, y algunas cosas me quedaron de ese entonces.

    La mención de su hermana me pilló un poco desprevenida. Atendí a su perfil, su tono de voz, pero nada había cambiado y supuse que a mí, a nosotras más bien, también nos correspondía fingir demencia. Lo mejor para él era que pudiera empezar a naturalizarlo, ¿cierto? Por... extraño y escabroso que fuera.

    —Estoy segura que es más importante tener la paciencia para enseñar que las dichosas técnicas —intervine, pretendiendo virar un poco el cauce de la conversación, y empujé mi bento hacia él—. ¡Ahora come, mini Ishi! Que estás flaquito y en pleno crecimiento.

    Tras eso nos quedamos comiendo y charlando, aunque Kohaku se mantuvo principalmente en silencio, con una ligera sonrisa y las manos ocupadas rasgando las cuerdas de su guitarra entre melodías suaves y serenas.


    intento de cierre por acá también, el final lo puse sólo porque ayer escuché esta canción mientras estudiaba y pensé que Kohaku se echaría el resto del receso tocándola bajito
     
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    Gigi Blanche

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    Me agaché frente a las peonías y suspiré ligeramente, detallando el aspecto que tenían una por una. Estiré el brazo y acuné en la palma de mi mano la que lucía cabizbaja, de un intenso color coral. La textura de sus pétalos era delicada, sentía que me acariciaban y le pregunté, en voz baja, qué le ocurría. ¿Necesitaría más luz? ¿Sus compañeras absorbían demasiada agua? Lo ponderé un rato y eventualmente me incorporé, regresando junto a la mesa.

    Había dejado la guitarra dentro de su estuche, apoyada en el espaldar de una silla, y la mochila extra tirada en el suelo; de allí había sacado el cargador del móvil y cuando estaba llegando la pantalla se iluminó con las notificaciones de turno, por lo que me senté a revisarlo. Se había agotado ayer por la madrugada, me di cuenta al despertarme y estaba un poco harto de todo ahora mismo, así que lo mandé a la mierda y resolví cargarlo durante el receso. No me moriría, ni yo ni nadie, por un par de horas de incomunicación.

    Estiré el cuello de lado a lado, comprimiendo las facciones, y volví a suspirar. El fin de semana se había licuado desde que me desperté en la enfermería de la escuela sobre la hora de salida. Kakeru me había quitado mis cosas para fumar y me pregunté, por un breve instante, con qué puto derecho se tomaba esas atribuciones. No lo demostré, le respondí los mensajes bromeando y me fui directo a casa, donde pillé más hierba; en la tienda de la esquina compré el resto.

    El resto fue una seguidilla de lugares y personas hasta que, el domingo al mediodía, la abuela básicamente me dio una patada en el culo. Suponía que llevaba razón, había sido un almuerzo familiar incómodo y, en sus palabras, "tenía que pensar en los niños". Vaya frase más cliché. De una u otra forma era consciente de que no estaba dando un buen ejemplo de nada y que tampoco dejaba que me ayudasen, así que metí un par de cosas en una mochila, entre ellas el uniforme de la escuela, y me fui a hacerme la vida. Si algo me sobraban eran casas donde pasar la noche, honestamente; de ahí a que descansara, esa era otra historia.

    Jalé de los chats en mi móvil y de la sonrisa de ángel y terminé organizando todo sin complicaciones, aún si en el fondo la sensación amarga, acuciante, crecía y crecía. Había evitado escribirle a Haru, él tampoco me contactó, a la escuela llegué con lo justo y apenas sonó la campana me pité del aula. Sólo hice la parada técnica en la sala de música para recoger mi guitarra y en la cafetería. Había dejado de fumar desde que la abuela me escupió el discurso de turno, lo cual teóricamente era algo bueno, pero que también volvía todo mucho más agobiante y cansador.

    Había mensajes en los grupos, que fueron cargándose de a poco, y de un momento al otro también subieron los chats de Cayden y de mamá. Husmeé los grupos por encima y, con eso leído, salí de la aplicación para leer a mamá desde afuera. Era una mujer dulce, pero también bastante directa y puntual.

    Ko, hoy vuelve a casa así hablamos

    No estaba seguro si interpretarlo como una orden o una súplica, tampoco le llevé demasiado el apunte. Descarté la idea de responderle ahora y abrí el chat con Cayden. ¿Era necesario que me sacara cita para almorzar? Nos echábamos toda la semana en el mismo edificio y ya lo había invitado al club cuando quisiera, si quería pasar tiempo juntos sólo tenía que aparecer, ¿no? Pensé en lo que habíamos hablado con Arata el otro día y me rasqué un ojo, parpadeando con fuerza. Estaba cansado y me ardían un poco. Si debía tirar de un hilo sería que tenía algo atorado en la cabeza y necesitaba distraerse o hacer catarsis.

    No me gustaban los lugares hacia donde iban mis pensamientos últimamente, por eso había ignorado a los chicos todo el fin de semana y no me había sumado a ninguno de los planes que hicieron. En fin, decía durante la semana y estábamos a lunes. No tenía que preocuparme por esto ahora mismo.

    Claro, ya te he dicho que puedes ir cuando quieras
    Sólo avísame por si estoy en otra parte


    Volví a mirar el chat con mamá y finalmente bloqueé el móvil, dejándolo boca abajo sobre la mesa. Eché mi peso contra el espaldar y me quedé un buen rato paseando la mirada entre las flores, sin pensar o sentir nada concreto.


    ahí queda el muchacho
     
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    Con toda la estupidez del vacío legal, sí que terminé cayendo rendido apenas toqué una de las camas de la enfermería. El sueño que me venció fue bastante pesado aunque no tan reparador como me habría gustado, pero era lo normal, ninguna siesta de resaca era muy buena. Me despertó el timbre, claro, y durante unos minutos me quedé sentado al borde de la cama mirando el vacío. Todavía sentía el estómago revuelto de lo lindo, así que descarté la idea de comer.

    Al bajar a la expendedora me encontré a Akaisa, estaba levantándose luego de recoger una botella de agua y me cedió espacio no sin antes hacerme un escaneo. La hija de puta podría haberse ido y ya, pero nunca hacía eso, así que me quedé esperando.

    Rough night?

    —Y tú estás por volverla una tarde difícil.

    —Estoy a nada de tomarme personal tu hostilidad, Sonnen.

    You better do.

    Pagué una botella de té helado de limón, la tomé y siquiera me despedí de la chica. Cualquiera podía juzgarme por ser demasiado brusco sin motivo, pero a Katrina le gustaba tocar los huevos un poco de gratis, otro poco esperando sacar información que ni sabía por qué le interesaba y yo prefería ahorrarme esa clase de acercamientos, hacían mi vida más fácil.

    A ella mi suerte de huida le vino en gracia, la escuché reírse, pero no le llevé el apunte y comencé a caminar sin un destino fijo. Salí al patio norte, me debatí un poco sobre dónde ir y pensé que igual era mejor que dejara de estar metido en espacios oscuros o iba a terminar convirtiéndome en un vampiro de verdad, aunque no se me apetecía mucho lidiar con la gente en sí. No que se me apeteciera alguna vez.

    Seguí el camino de piedra sintiendo los ojos irritados por la claridad del día, el sueño del que había salido recién y en sí la desvelada que recordaba de a cachos. Hablar con Anna temprano sí me había ajustado algo del humor, también algunas ideas y pensé que por ahora, quizás, ignorar ciertas cosas no fuese en realidad tan malo, que también darles demasiada cabeza solo alimentaba una paranoia que no tenía sentido y solo podía obstaculizar un camino que de por sí estaba un poco lleno de piedras.

    Entré al invernadero y me distraje de inmediato, tenía recuerdos mezclados de este lugar que parecían lejanos a pesar de no serlo. En sí este año escolar parecía una montaña rusa, habían cosas buenas, malas, sin valencia alguna; excesos y deudas, pero era lo que era. Miré algunas flores, seguí caminando y entonces lo vi un poco antes de llegar a la mesa, echado en la silla sin más. Daba la sensación de no estar usando el cerebro para pensar o para ver y a una parte de mí le dio algo de ansiedad, no sé, interrumpir un momento de soledad. Al menos yo los apreciaba, incluso si a veces parecían un poco... de ermitaño.

    En su defecto, ya había venido a meterme en un espacio que aunque de la escuela, a mí me parecía suyo y del club. Irme a hurtadillas parecía incluso más inapropiado, como si lo hubiese encontrado en el baño y le cerrara la puerta luego de una disculpa a las prisas.

    —Ishi —dije para anunciar mi presencia por fin y me acerqué a la mesa para dejar allí la botella de té helado—. Perdona si interrumpo un momento de meditación, ¿no importa si me quedo aquí? Hay luz y no tanta gente.


    whooosh here i am once again y con el mismo pelotudo de temprano
     
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    Había notado el movimiento más o menos desde la mitad del pasillo, pero me tomé un tiempo considerable para reaccionar a la nueva presencia. Exhalé por la nariz, parpadeé y giré el rostro, con las manos entrelazadas sobre el estómago. Altan saludó y le dediqué una sonrisa sosegada, siguiendo su recorrido hasta la mesa que se encontraba junto a mí. ¿Cuándo había sido la última vez que hablamos? Lo recordaba del campamento, pero... ¿aquella vez en el patio, quizá? Las primeras semanas aquí habíamos compartido bastante.

    —So... ¿Sonny? —sopesé, me di cuenta que sonaba como sunny y mi sonrisa se ensanchó; era tan contrastante que le pegaba—. Sonny.

    Lo reafirmé muy satisfecho y le eché un vistazo a la botella que depositó. Al regresar a sus ojos, meneé lentamente la cabeza.

    —En realidad no suelo meditar solo —murmuré, extendiendo la mano hacia otra de las sillas en una invitación silenciosa—. En casa organizan encuentros meditativos de tanto en tanto, los ayudo tocando la guitarra. Hay momentos de silencio y momentos de música, y mis favoritos son cuando todos cantamos los mismos mantras. A veces no hace falta la soledad, sólo fluir con la misma energía.

    Le dediqué una sonrisa y, para cerrar la idea, agregué:

    —Así que estás formalmente invitado a quedarte aquí.
     
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    Kohaku era la clase de persona a la que uno se acostumbraba rápido, era bastante tranquilo, no exigía nada en realidad y aunque eso alimentaba ciertos vicios del carácter, también brindaba la seguridad de que al volver a dar con él uno podía hablarle sin más. El resto de la convención social, la idea de que irme sin más habría sido como abrirle la puerta del baño, provenía más de nociones protocolarias internalizadas que de una reacción que pudiese recibir de él como tal. No decía que fuese de piedra, solo que era distinto a otras personas.

    Me sonrió, reflejé el gesto ya llegando a la mesa y cuando empezó creí que volveríamos al Sonnen-kun de toda la vida, a pesar de mi solicitud, pero al niño se le ocurrió que no y acabamos llegando a Sonny. Escucharlo me hizo algo de gracia, suficiente para estirarme la sonrisa, y me hizo gracia que sonara un poco a sunny por el origen del apellido en sí y la ironía de la vida con estas pintas.

    Dijo que no solía meditar solo, noté la invitación silenciosa a sentarme y le hice caso sin dejar de prestarle atención. Cuando dije lo de la meditación era chiste, pero al final del día era un chico de santuario, ¿no? Lo último sonó algo hippie, pero suponía que tenía razón. Aunque eso dejaba mis cuadros meditativos como cuadros ermitaños a secas, vaya cosa triste.

    —Me falta paciencia para la meditación de verdad —admití relajando la espalda contra la silla y me enjuagué los ojos, todavía un poco adormecido—, pero la idea de los mantras me gusta, digo, la intención de los mantras. Se le otorga un poder a las palabras o al sonido, bueno, eso es como la interpretación ultra-hiper-mega simplificada, pero se entiende.

    Me distraje unos segundos con las flores de nuevo, solo mirándolas.

    —¿En tu casa alguien más toca instrumentos a parte de ti? No me acuerdo si te lo pregunté antes.
     
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    Seguí sus movimientos con calma, lo vi sentarse, la forma en que relajó los músculos y cómo se rascó los ojos. Parecía adormilado, pero no tanto de acumular sueño, sino de haber dormido mucho, si es que tenía sentido. Asentí para darle la razón. Mejor que no me pidieran demasiada teoría porque no era muy bueno estudiando, las cosas tendía a aprenderlas por vías menos convencionales. Podía hablar de instantes y sensaciones, no tanto de las palabras impresas en un papel. Las historias que mi abuela y mi madre nos habían contado siendo pequeños eran las que perduraban por encima de los libros de cuentos.

    —Mi abuela solía tocar el koto y el shamisen en sus años mozos, pero ahora llevo mucho tiempo sin oírla practicar.

    Creía poder asociarlo al fallecimiento del abuelo, aunque tal vez fuese una idea mía. Luego había estado Chiasa, que también estaba aprendiendo la guitarra acústica, pero no vi necesario mencionarlo.

    —Sonny —lo llamé con un dejo de diversión, pese a disimularla en mi semblante—, ¿qué es para ti la "meditación de verdad"?
     
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    —Cuerdas también —reflexioné un poco al aire al escuchar los instrumentos que tocaba su abuela—. El koto es bastante curioso, me gustaba el sonido desde que estaba pequeño. Hasta en silueta es bastante distinto al prototipo que piensa mucha gente cuando se habla de instrumentos de cuerda.

    La cosa rozó un poco la asociación libre, pero no vi por qué detener el tren de pensamiento y solo hablé. La luz natural y las plantas me estaban terminando de despertar, lento, pero era mejor que haberme quedado en un espacio cerrado de cemento.

    —Lástima que lleves rato sin oírla practicar. Me habría gustado escucharla también.

    Giré la cabeza cuando me llamó, habituándome al apodo sacado del aire, y regulé la risa que quiso causarme. Su pregunta me hizo comprimir un poco las facciones, porque igual mi idea de la "meditación de verdad" provenía un poco del estereotipo y no me esperaba la pregunta, pero de todas formas relajé el rostro y estiré la mano para tomar la botella de té helado, sopesando el asunto.

    —La religiosa o espiritual, supongo, la que parte de esa clase de principios. Incluso el orar, en el cristianismo, es una forma de meditación. Hay técnicas, mantras, pasos y tal y yo no me considero demasiado paciente, me cuesta mantener el foco para alcanzar el objetivo y como no me identifico necesariamente con los principios espirituales de nada, digamos, creo que eso influye también. Algunos enfoques de psicología toman herramientas de naturaleza meditativa igual, el mindfulness se lo arrastraron de la meditación Vipassanā del budismo, por ejemplo. —Tremendo speech le estaba soltando al niño de repente, pero pues él había preguntado—. Lo más cercano a meditar que te ofrezco es aislamiento y no suele tener unos resultados de puta madre, si me preguntas.

    Decirlo así me sacó una risa floja, abrí la botella y le di un sorbo antes de decir algo más.

    —Pero hay mucha interferencia externa a veces como para poder pensar sin retroceder.
     
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    Gigi Blanche

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    Su apreciación me forzó a detenerme un instante y notar que, en efecto, todos los instrumentos que le había mencionado eran de cuerda. No se había tratado de una elección consciente, desde luego, y lo que encontraba curioso era precisamente eso: los hilos invisibles que tal vez enlazaban a las personas, a sus decisiones, de maneras que siquiera llegábamos a notar. Estaba en la admiración y en el respeto, en todas aquellas formas de observación que, poco a poco, tallaban la imagen que conservábamos de los demás. El sonido elegante y nostálgico de las cuerdas del koto se propagaba desde los comienzos de mi memoria; reverberaba entre las esquinas y a través de las paredes, acompañado de las cigarras en verano, de la lluvia otoñal, de las campanillas en invierno. Olía, también, a los jazmines de la primavera.

    Ahora que lo pensaba, lo extrañaba un poco. Desde que la abuela dejó de tocar y desde que Chiasa murió, ya no oía la música de nadie.

    —La familia de las cítaras, en general, se aleja bastante del arquetipo occidental —convine con él—. Igual es cierto que, aún dentro de las cítaras, instrumentos como el koto o el guzheng son particularmente diferentes. Aunque ¿sabes lo curioso? "Guitarra" proviene del mismo término griego que "cítara". Supongo que, al final del día, da igual lo mucho que se alejen unas de otras, siguen compartiendo un núcleo.

    Le solté la pregunta sin tener idea qué clase de respuesta me daría, y fue precisamente por eso que se la hice. Su respuesta navegó diferentes puntos y fui cazando ideas sueltas, pero era, en definitiva, más parecido a una definición de internet. Tal vez su mundo se estructurara de esa forma, desde los datos y las palabras que personas anteriores a él dejaron por escrito. La mención del aislamiento me estiró la sonrisa con un dejo de diversión y me pregunté por qué era tan honesto conmigo.

    —Yo tampoco tengo idea de la meditación nivel recorrer todas las cuentas del mala, ese es el trabajo de media vida —aclaré, riendo ligeramente—. Es cierto que dentro de algunos tipos de meditación hay reglas y hay estructura, pero al mismo tiempo, también tiene que ser lo que te sirva a ti y nada más. Un mantra puede ser cualquier cosa, cualquier encadenamiento de sonidos, en tanto cumpla su función. Lo importante es la vibración aquí —indiqué, llevándome la mano al centro del pecho—, que te relaja el cuerpo. Meditar tampoco es dejar la mente en blanco y ya está. Los pensamientos irán y vendrán, lo único importante es eso: que vengan y que vayan. Que no permanezcan.

    Me incorporé con calma y rodeé mi silla para situarme frente al estuche de la guitarra y comenzar a abrirlo.

    —Se parece un poco al mindfulness, sí. Cuando te esfuerzas por hacer consciente cada pequeña sensación, por sentir cada músculo, cada respiración, cada vibración en tu pecho, no te quedan muchas neuronas para preocupaciones del pasado o el futuro. —Me reí ligeramente—. Cantar ayuda mucho a enfocarse en eso, en el momento presente. Enfrentarse al silencio de una meditación en soledad o del... aislamiento, es difícil y agobiante para muchos. Y no tiene por qué ser lo mejor.

    Tomé la guitarra por el mástil y regresé a mi asiento, acomodando el instrumento en mi regazo y apoyando el brazo derecho sobre el aro. Rocé las cuerdas con la yema de los dedos, pero no emití ningún sonido.

    —Seguro algún monje ortodoxo me tiraría algo por la cabeza si me oyera, pero creo que los únicos principios espirituales con los que vale la pena identificarse son los que sientas tuyos, los que te sirvan a ti. Muchas personas se consideran espirituales y no religiosas precisamente por eso. Son conceptos relacionados que no necesariamente van de la mano.

    Ahora, sí, empecé a tocar las primeras notas. Lentas y moderadas, lo suficiente para que se deslizaran sobre el silencio y bajo nuestra conversación. Tintineaban en mi mente desde que le había puesto el apodo tonto, que me hizo pensar en Amaterasu y Tsukuyomi.

    —Hablas de pensar sin retroceder —retomé—, ¿para ti es algo malo?
     
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    Zireael

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    Puede que mi relación con la música fuese distinta, surgía de la admiración legítima y del amor que tenía por mi madre a pesar de todo, pues era ella mi primer puente con el tema. La veía conectar y desconectar gracias a su música, por raro que pareciera el concepto, la unía a nosotros, a sus compañeros de orquesta y al mundo, pero a veces también la separaba. Era allí donde entraba en frenesí y se volcaba cuando algo la superaba, mientras tanto papá y yo habíamos aprendido a leer esa especie de caos donde no había palabras.

    Kohaku habló de la familia de las cítaras y asentí con la cabeza, secundando lo que decía y me reí al escuchar que guitarra venía de cítara. Por algo estaban englobadas en la misma categoría a fin de cuentas.

    —Mamá toca el violín. Debemos ser algo así como el club de cuerdas sin haberlo pretendido —dije con algo de diversión en la voz—. Bueno, cuerda pulsada o frotada, cuerdas siguen siendo cuerdas. Comparten todas un núcleo, en efecto.

    Mi respuesta siguió la misma línea que otras veces, pescaba datos del mundo y los guardaba, era esa la función del archivo. Igual soltaba la información y luego lo que opinaba yo al respecto, digamos que era una suerte de ejercicio de introspección. Por demás, la honestidad me parecía natural y aunque quizás sonara extraño, en general no era dado a mentir con mis respuestas incluso cuando las respuestas en cuestión eran feas de oír. Mucho de lo que decía a veces rozaba la sinceridad grosera y desinteresada del que no le importa hacer daño, no era lo que se dice una cualidad. Quizás por eso me había comenzado a llevar bien con Shimizu, quién sabe.

    Volví a prestarle atención, ahora dándole vueltas a la botella de té helado entre las manos, aunque levanté la mirada cuando dijo que lo importante era la vibración y se llevó la mano al centro del pecho. Sonreí, descansé las manos en el regazo y lo dejé terminar sus ideas, también lo vi levantarse e ir al estuche de la guitarra, regresó a la silla con el instrumento, lo miré y seguí el movimiento de su mano al rozar las cuerdas.

    —Un día escuché un Pastor o Padre o la cosa que fuese decir que la biblia no hablaba de religión y fue un poco gracioso —comencé, atendiendo a las notas de la guitarra—. Fue una de las pocas veces que me pareció que se hacía esa diferencia, de algo relacionado, pero no necesariamente unido sin remedio. Aún así no me considero un individuo con tendencias espirituales demasiado marcadas, de ninguna clase. Supongo que todo lo que creo es que el mundo es el que es y ya está.

    Dio la sensación de que había ignorado su pregunta final, pero le había seguido dando vueltas en segundo, incluso si ya sabía mi respuesta.

    —¿Retroceder para pensar? No creo que sea inherentemente malo, de hecho el time-out es una estrategia. El tiempo fuera quiero decir, cuando algo te afecta reconocer debes apartarte es una forma de proceder. La idea es calmarte antes de volver a enfrentarte a eso —dije sin darme cuenta de que estaba siguiendo el ritmo de su guitarra con los dedos contra la botella—. El acercamiento a la estrategia es lo que cambia su naturaleza, ¿no te parece, Ishi? Cuando el retroceso nos lleva a un espacio demasiado lejano donde nada nos toca y permanecemos demasiado tiempo allí... Bueno, no cumple ninguna función. No pensamos ni nos enfrentamos a la cosa, solo vivimos con ella al lado y es lo mismo que tener una mierda en la nariz todo el día, la peste no se va nunca.

    Haber elegido la metáfora de la mierda me hizo reír, sin más, era sencilla, pero muy poco agradable de imaginar. Como fuese, volví a mirar al chico y me distraje en el rozar de cuerdas.

    —Todo en exceso es malo, hasta beber agua. No significa que vayamos a vivir sin excesos, claro. —Llegué al problema y de una vez a la idea de "oye, pero nada se arregla solo sabiendo que está mal". Las cosas tomaban tiempo, avances y retrocesos—. ¿Cuáles son tus opiniones sobre el tema de la clase de hoy hasta el momento, Kohaku?

    La pregunta la hice de lo más serio, poniéndome en el papel del profesor medio porque sí. Ninguno era el profe de esta charla, obviamente.
     
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    Elevé las cejas con una cuota de sorpresa y curiosidad al oír que la madre de Altan tocaba el violín. Tal y como él decía, todo se basaba en el sonido; más que eso, en las vibraciones. Las mismas vibraciones que reverberaban dentro de nuestro cuerpo, dentro de nuestro pecho, al cantar. Las cuerdas se asemejaban al corazón, a la gentileza o contundencia con la cual las tocábamos.

    Me resultaba bastante evidente que Altan, tal y como decía, no parecía ser alguien propenso a todo el rollo de la búsqueda espiritual, el autodescubrimiento, la paz interior y demás palabras bonitas con las que mucha gente se llenaba la boca. En este ámbito llegaba a haber tanta hipocresía como en cualquier otro, lo había visto y entendido de primera mano desde que era pequeño, y por el mismo motivo comprendía su postura. A mí tampoco me interesaba la idea de casarme con ningún dogma ni principio, por enriquecedores que sonaran.

    Había empezado a tocar la guitarra, y sobre la melodía respondió mi pregunta. En realidad creía que me había malinterpretado, pero no vi necesario ni oportuno corregir nada; era más importante aquello que él creyera necesario decir.

    Suponía que cualquier estrategia de afrontamiento implicaba beneficios y desventajas, pero el retroceso en particular era un arma de doble filo. Yo lo sabía bien. La idea me supo amarga al fondo de la garganta pero seguí oyéndolo y tocando la guitarra, nada más. Su risa navegó el espacio hasta perderse contra la altura del techo vidriado y me estiró una sonrisa silente en los labios. Al pedir mi opinión, pestañeé con calma y bajé la vista al instrumento, atendiendo a la posición de mis dedos en el mástil para cambiarlos de lugar.

    —Yo también creo que el mundo es lo que es y ya está —convine algunos segundos después, intercalando mi atención entre sus ojos y la guitarra de tanto en tanto—. No hay nada que podamos cambiar, nada que vayamos a salvar, nada que justifique nuestras decisiones. Sin embargo, que el mundo sea lo que es no significa que siempre lo percibamos igual. Lo mutable, lo salvable, el terreno sólido donde podemos asentar nuestras elecciones, somos nosotros mismos. El sol nunca sale por el mismo lugar dos veces, lo mismo aplica a las personas. Asimilar que todo existe en constante cambio es casi aterrador, ¿no? Lo es de verdad.

    Se trataba de la aceptación, lo sabía bien. El mundo se transformaba, las estaciones se sucedían las unas a las otras, y a la vida le seguía la muerte. No había nada que pudiéramos hacer al respecto, entonces ¿por qué resistirse? ¿Por qué éramos tan necios?

    —Por eso me gusta meditar. Para no perderme en la vorágine del pasado ni el futuro, para no retroceder en exceso. Para, al menos, mantenerme cerca de mí mismo, de la tierra que piso, de la piel que habito. Para aceptarme y, en el proceso, aceptar al resto. Hablar de dioses, familiares y espíritus no está mal, hay muchas enseñanzas y moralejas en la religión; pero son sólo eso: historias. Para mí, lo único importante es cómo se siente el corazón y qué vive en la mente.

    Dioses, qué manera de hablar de cosas extrañas. De verdad cada día parecía más y más un anciano. Sonreí con un dejo de resignación y miré a Altan.

    —¿Cómo se siente tu corazón?
     
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    Zireael

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    Dependiendo de a quien le preguntaras, podíamos llegar a emparentar los corazones a los instrumentos y así, tal vez, sobrellevar ciertas cosas era más sencillo. De hecho cada lectura de nosotros mismos y los otros permitía aproximaciones diferentes; intrumentos, elementos o máquinas, cada una respondía diferentes preguntas y sosegaba ciertas inquietudes. A veces, claro, también las duplicaba. El corazón de metal era demasiado rígido para ser moldeado y el de fuego demasiado caprichoso para conformarse, lo mismo aplicaba a todas las lecturas. En los corazones había cuerdas rotas, como en las guitarras y los arcos de los violines, era lo que era a fin de cuentas.

    Nada existía en un escenario de perfección absoluta.

    Quizás por eso no me interesaba la búsqueda de la iluminación, ni siquiera como un mecanismo para enfrentar la vida, y puede que venir a decirlo yo que tenía una gran casa, buena comida, buenos padres y dinero fuese hasta hipócrita, pero la vida era... Bueno, un amasijo gris desde que podía recordar. Por ello creía que buscar respuestas en algo más allá de mí mismo era una especie de despropósito, aunque también podía ser posible que mi falta de interés surgiera del fondo del agua. No podía separarme muy bien a mí mismo del Leviatán.

    Las notas de la guitarra de Kohaku siguieron deslizándose bajo nuestra conversación y me sentí tranquilo, había algo en la música que me calmaba de por sí, incluso si mi relación con el arte no era tan estrecha. Recordaba haberle cantado a Anna en algún momento, aunque fuesen estrofas sueltas, así que suponía que emparentaba eso a la calma y el amor en cierta medida.

    Por eso a veces me preguntaba, la versión de mí mismo en la que me había convertido por miedo, ¿qué buscaba proteger en verdad? No lo entendía, porque no me había hecho sentir mejor a mí ni a nadie, por eso consideraba los extremos del time-out una mala estrategia, pero a veces no podía evitarla. Era como si me quedara sin opciones.

    Parpadeé con algo de pesadez, seguí llevando el ritmo con los dedos sobre el envase y sonreí al escucharlo decir que también creía que el mundo era lo que era y ya. Sonaba algo... desesperanzador cuando otro lo decía, porque incluso si el mundo era esto y ya, al menos creía que todos anhelábamos salvar a algo o puede que la respuesta correcta fuese a alguien. Sin embargo, lo inevitable del mundo no lo volvía rígido, si no lo contrario.

    Lo mutable era aterrador.

    Y todos éramos rebeldes, todos nos resistíamos.

    Su siguiente pregunta me alcanzó, la recibí, la mastiqué y dejé el trago para después. Allí el terreno siempre se ponía espeso y difícil de atravesar, no tanto por recelo, solo por... confusión. Podía decir que era justamente perderme en la vorágine de ambos tiempos, del pasado y del futuro, de lo que era, pudo ser o podría no ser.

    —Y por eso no muchos lo asimilan, lo del constante cambio. No muchos lo asimilamos, no sé por qué lo dije como si yo sí procesara el asunto cuando no es así —empecé sin apartar la mirada de él—. Cuando ni siquiera nosotros somos los mismos al despertar que al irnos a dormir, ¿dónde queda la estabilidad? Visto desde afuera es como la fobia a los objetos de proporciones inmensas... El cambio, la mutabilidad de las vidas que vivimos, es el equivalente de un monstruo que podría tragarse la Tierra de un bocado. Es natural que angustie, creo.

    Mira el pedazo de discurso que estábamos sacando de una charla durante el receso, de verdad. Parecíamos un par de cuarentones sentados en la terraza a la medianoche, solo faltaba que nos pusieran un trago delante.

    Tomé aire por la nariz, separé una mano de la botella y la deposité sobre la mesa. Aparté la mirada del chico, volví a relajarme sobre la silla y alcé la vista a lo alto del invernadero.

    —Casi siempre siento el corazón pesado —confesé sin problema—. Me gustaría quitármelo y dejarlo en el suelo de vez en cuando, lo mismo con la mente. Es agotador tener siempre un monólogo corriendo en segundo plano como un podcast, aburre un poco incluso.

    Me permití una pausa, bebí algo de té helado y sentí un rescoldo de dolor de cabeza de la resaca. Levanté la botella y la apoyé en mi frente unos segundos, el frío hizo retroceder la sensación.

    —Aunque sería mentira decir que no siento el corazón diferente de tanto en tanto, sigo siendo parte del constante cambio del mundo. De vez en cuando pesa menos y la vida se siente distinta, menos fría y menos descolorida. Otros son mejores pintando este mundo que yo y se los agradezco, ¿sabes? A los que llegan, lanzan una salpicadura de pintura y rompen esa monotonía. Puede que no sea meditar, pero a veces sirve de recordatorio para evitar el... digamos atascamiento que mencionabas, en el pasado o en el futuro. Es agradable.

    Había cerrado la idea, pero vernos hablando así acabó por sacarme una risa algo resignada y medio me derretí en la silla. Teníamos diecisiete años al pedo, a este paso iba a tomarme a pecho lo de mi ancianidad.

    —¿Qué vive en tu mente, Ishi? —pregunté de todas formas, manteniendo el hilo de la conversación de viejos.
     
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    Gigi Blanche

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    Su primer instinto o desliz al arrancarse de la apreciación y luego regresarse a ella me estiró una sonrisa en los labios, mas lo dejé hablar. Era posible que una de sus dificultades primarias fuese la de reconocer, darle forma y entidad a sus propias emociones. La idea tomó forma entre lo que conocía de él y lo que llevábamos hablando hoy. Temerle a aquello inmenso... Recordé ver un post relacionado hacía un tiempo donde juntaban imágenes de videojuegos y películas que evocaban esta sensación.

    —El lugar que ocupamos en el espacio es diminuto e insignificante —murmuré, sin perder la sonrisa—. Una señora que conozco suele dirigir meditaciones así, va guiando a las personas para que se visualicen a sí mismas y luego cada vez más, más y más lejos. La habitación, el edificio, la manzana, el barrio, la ciudad, el país... así hasta salir del planeta. A mí no me gusta mucho porque no me sale muy bien, enseguida me distraigo y me pregunto cosas como "espera, ¿en la esquina había una tienda de conveniencia?", pero el punto se entiende. Es como cuando estamos en Google Maps y empezamos a alejar, alejar y alejar el zoom por mera curiosidad. Se supone que tomemos todo aquello angustiante y desesperanzador y... lo aceptemos.

    Respondió mi pregunta y seguí sus movimientos en silencio, fuera al beber o al apoyar la botella fría contra su frente. Le dolía la cabeza, suponía. Hablaba de una vida menos fría y descolorida, no más cálida y vibrante, y sentí que era una diferenciación importante. Habló, también, de las personas capaces de echarle color al mundo y sonreí, asintiendo levemente. Suponía que era un muchacho bastante gloomy, uno que reconocía sus carencias y estaba aprendiendo a compensarlas.

    —¿En mi mente? —sopesé, tomándome un rato para derivar en una respuesta con sentido—. Muchas veces me han dicho que tengo la cabeza llena de aire y sé que no es cierto, pero al mismo tiempo... no creo que haya tanto como en otras personas. No suele haber mucho ruido o muchas voces al mismo tiempo, no suelo sentirla pesada, o embotada, o confundida.

    Paseé la vista por el invernadero mientras hablaba, intentando darle forma a la idea.

    —Creo que en mi mente viven muchas verdades que he aceptado y tantas otras que aún intento hacerlo, pero la mayoría de ellas van y vienen, no permanecen. Suele ser bastante silencioso y no es algo malo per se, sólo que... hay veces que se me piden respuestas o decisiones a las que no sé llegar, o no sé expresar, y esa sensación de incapacidad es algo frustrante. No quiero lastimar a nadie, de veras que no, pero a veces parece que estoy... programado para hacerlo. Tengo todas estas verdades que muy rara vez me dan las respuestas, supongo que eso vive en mi mente.

    Bajé la vista a la guitarra y me reí en voz baja, acomodando mi posición ligeramente.

    —Las personas suelen callar mucho de lo que sienten, eso tampoco ayuda a los tontos como yo, y cuando no dicen nada porque "ya me conocen" es como si... me dijeran que no tengo arreglo, o que no esperan nada de mí, y es... por un lado está bien, por el otro me duele un poco. ¿Tal vez tengan razón? Ni idea.
     
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    Zireael

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    Quizás el temor no fuese tanto a la inmensidad como a lo desconocido, aquello que escapaba las pequeñas ilusiones de estabilidad y control tendía a asustarnos y yo lo sabía bien. Era el mismo que casi se había meado encima por ver aparecer un fantasma que se suponía se mantendría alejado de mí, era el mismo que había guardado una verdad por años porque sabía que no tenía razón de ser y el mismo que encontraba esa sensación de desconocimiento y lejanía en los recovecos de su propia mente. No era lo que se dice algo de lo que estar orgulloso, pero creía... quería pensar que estaba cambiando el curso de un destino inevitable, incluso si el mundo solo era lo que era.

    Kohaku dijo que el lugar que ocupábamos era diminuto e insignificante y pensé en mí mismo, pero también en otras personas, y tuve que preguntarme si no era una necedad pretender ser tan importante en un mundo que alguna vez nos olvidaría, que no registraría una pizca de lo que habíamos sido. La duda me estiró una sonrisa entre divertida y resignada y seguí oyendo al chico, lo de la meditación con este escenario rollo Google Maps seguro también acababa distrayéndome. Además, parecía más el viaje astral de alguien pegado con hongos que cualquier otra cosa y en cualquier momento el viajecito se desviaría a la angustia.

    —Suena tan complicado como es en realidad —apañé a lo tomar lo angustiante y desesperanzador y aceptarlo—. Te puedes despertar un día sintiéndote iluminado, aceptando lo que viene y lo que es y al siguiente abrir los ojos y sentir todo lo contrario. Negándote a aceptar nada de eso y queriendo resistirte, ¿pero no es una necedad? Ni idea.

    Hice la pregunta y me la autorespondí, lo que me sacó una risa floja. Lo que dije después en otro momento habría sonado a confesión, pero ahora no me lo pareció y lo dejé estar, me limité soltar la pregunta después y cuando la rebotó asentí con la cabeza, despacio, dejándole el espacio para contestar lo que le pareciera pertinente. Dudaba que alguien tuviera solo aire en la cabeza e incluso si Kohaku no parecía dado a tener un radio descompuesto en el cráneo, tampoco creía que no se sintiera pesado, embotado o confundido. ¿No era el mismo mocoso que había desaparecido de su casa y de los ojos de sus amigos hace un tiempo?

    Eso sonaba a pesadez, incluso si no había ruido interno aparente.

    Amplió la respuesta, yo seguí con la botella apoyada en la cabeza y sopesé si la sensación de incapacidad a la que se refería no provendría también de la ausencia de ecos, aunque no parecía posible. Si había demasiadas voces también llegaba un punto donde uno era incapaz de elegir algo y regresábamos a lo mismo, a una suerte de parálisis. El niño hablaba de no querer lastimar a nadie, de terminar haciéndolo por default y me quise reír, no porque me hiciera gracia, si no porque creía conocer esta historia incluso si sus elementos cambiaban.

    —La persona que era cuando entré a esta escuela donde todo se va a la mierda al menos tres veces por semana te habría dicho que, de hecho, no hay redención. Que así como el mundo, somos lo que somos y ya está... A veces es un consuelo pensar así, porque entonces debemos esforzarnos menos, porque cuando no se espera nada de nosotros, ¿por qué habría que cambiar algo? —dije con la mirada suspendida hacia arriba todavía—. Pero también tienes razón, duele ser percibido como incorregible. Decir que duele un poco es hasta modesto, yo diría que duele bastante, pero pues eso soy yo y soy un poco exagerado.

    Respiré con cierta pesadez, bajé la botella y regresé la mirada a él. Al final del día nadie estaba libre de pecado, todos lastimábamos a alguien, quisiéramos o no y eso era inherente a la naturaleza humana, porque éramos imperfectos.

    —Acabas de decirme que duele sentir que los otros no te dicen nada porque te conocen y que eso se siente como si no tuvieras arreglo, quizás no haga falta sacarle las cosas a la gente con cuchara, algunos solo se toman su sweet time pensando y a lo mejor sí quieren hablar, ¿pero has pensado en decirles eso? Que duele. —Era pregunta de respuesta obvia, pero no iba a pecar del "sé cómo eres, así que no preguntaré"—. No creo que ellos quieran lastimarte tampoco. Las personas que conozco y que te conocen... dudo mucho que quieran hacerte sentir algo así. Obvio es más fácil decirlo que hacerlo, como siempre, y a veces solo vamos a lastimar a los demás, punto, pero qué hacemos con eso creo que también importa. No solo existe el daño.
     
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    Gigi Blanche

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    —Es probable que sea una necedad, pero ¿seríamos humanos sin esas contradicciones? —Me encogí de hombros ligeramente, cosa de no alterar el rasgar de las cuerdas, y se me aflojó una risa suave—. En el punto donde, por distópico que suene, empezamos a ansiar diferenciarnos de las máquinas que creamos, los sinsentidos son los primeros en venir al rescate. No creo que se trate de romantizar esas cosas, que un día te levantas iluminado y al otro depresivo que te cagas, quizá sólo sea... aceptarlas.

    Mi sonrisa se ensanchó al notar que parecía un disco rayado, volviendo una y otra vez sobre la misma idea, pero era consciente de que, en el fondo, sólo se trataba de eso. Aceptar la impermanencia y la incertidumbre, aceptarlas como parte constituyente de nosotros, del mundo, incluso del universo. Aceptar aún sin entender. Aceptar y ya.

    Altan regresó a una versión de sí mismo no muy lejana, y me pregunté por qué había decidido colocar allí el punto de inflexión. No recordaba gran cosa suya de los primeros días y siempre había conservado la sensación de que nuestra relación progresó de forma... ¿natural? Pero claro, tampoco lo conocía demasiado. Aún con lo honesto que lo sentía y lo tranquilo que parecía a mi alrededor, debía haber mucho que ignoraba. ¿Él también se creía incorregible? ¿O, tal vez, otra persona se lo imprimió en la mente? Era un muchacho más bien taciturno y retraído, pero no me parecía malo. Lo había observado alrededor de Vólkov, preocupándose por Suzumiya y junto a Anna.

    Bajó la botella y recibí sus ojos con una pequeña sonrisa, serena. Fue como darle la bienvenida de regreso en silencio. Su sugerencia, sin embargo, me forzó a pensar lo suficiente para acabar neutralizando mi semblante. Arrugué el ceño conforme hablaba, reflexivo. Por estúpido que sonara, realmente nunca había sopesado la posibilidad de sentar a nadie y decirle nada. Era, de hecho, la imposibilidad de hablar con Haru lo que me escocía constantemente. Me quedaba en un punto intermedio esperando, sólo esperando a que él abriera la boca por algún motivo. Eso no iba a solucionar nada y lo sabía.

    El problema era que tampoco sabía cómo abordar la situación. ¿Le estaba dando muchas vueltas? Tal vez hubiera una explicación razonable a por qué guardaba el phone charm de Anna en su escritorio, pero estaba el dichoso sexto sentido, estaban los silencios, las ausencias inexplicables, su peculiar compañero de piso, y los interrogantes se apilaban. Temía romper algo y dejarlo descompuesto y sin retorno. Temía romperlo y ser incapaz de solucionarlo.

    —Soy consciente de que debo algunas honestidades —murmuré como respuesta preliminar, cerrando los ojos brevemente—, pero las personas que conoces y que me conocen... no son todo lo que me preocupa. Tampoco creo tener el derecho de devolver un "me lastimaste" con un "a mí me duele también", es una reverse card bastante rastrera. Tal vez sea cierto, pero seguiría siendo... irresponsable de mi parte. Sé que un poco caigo en mi propia trampa cuando callo cosas para no joder a personas que son más sensibles que yo, por muy nobles que vea a mis intenciones.

    Suspiré bajito, atendiendo las notas en la guitarra durante algunos segundos. No podía hablar de esto con Altan, no cuando involucraba a Anna y, ahora que lo pensaba, ni siquiera sabía si él se había enterado del robo. A decir verdad, no quería hablarlo con absolutamente nadie. No sabía qué creer de Haru, pero me resistía a que cualquier otra persona le clavara una diana en el pecho; no hasta comprender mejor el asunto.

    —En cualquier caso tienes razón. —Volví a mirarlo—. Sentar a las personas y hablarles te diría que prácticamente va en contra de mi naturaleza, pero nadie crece sin salir de su zona de confort de vez en cuando. Lo dijiste por experiencia, ¿verdad? —Sonreí—. Hablaste de quien eras en abril como si fuese una versión de ti que ahora ves a la distancia.
     
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    Zireael

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    Que volviéramos en círculo a la aceptación de las cosas me hizo reír, el gesto no cargó una pizca de malicia aunque se quiso convertir en una carcajada y me limité a escucharlo. Quise preguntar hasta dónde la aceptación no se fundía con la resignación, pero sentí que eso quebraba demasiado el asunto a una visión más negativa y no creí que fuese a cambiarnos la vida a ninguno. Si podíamos sustituir resignación por aceptación, ¿no era eso también una forma de compasión? No siempre había que pensar todo de formas nefastas.

    El asunto con lo de no tener arreglo era necio también, porque antes de que mi madre soltara lo de que era incorregible ya yo mismo había elegido no creer en la redención, pero cuando ella lo dijo... cuando la mujer que me había criado y visto crecer afirmó que no había manera de arreglarme, la mierda cambió por completo y dolió por primera vez en la vida, porque yo también pensé que solo estaba destinado a lastimar a las personas por defecto. A mis padres, a Anna y a cualquiera que se me acercara.

    Que todo lo que tenía para entregar era eso.

    Y por lo mismo no merecía la forma en que los ojos de ciertas personas me observaban.

    Trataba de no atascarme en la idea, no luego de haberle contado a Anna lo de mamá y de estar tratando, a conciencia, de cambiar lo que era, pero a veces volvía a tropezarme. No creerse merecedor era un defecto insistente que también debía buscar corregir, pero al final seguía siendo un mocoso y creía o quería creer que hacía lo que podía. Al menos lo intentaba.

    Como fuese, la pregunta, sugerencia, duda existencial o como quisiera verlo lo hizo volver los gestos a neutro y me quedó la duda de si siquiera habría pensando en la posibilidad de agarrar a quien fuese para hablar de una vez por todas. Parecía ir en contra de su naturaleza, que aunque amable y tranquila, tendía muy poco a las intervenciones directas. Lo dejé oxigenar neuronas, me limité a respirar y cuando me alcanzó su murmuro volví a prestarle atención.

    La conclusión me estiró una sonrisa resignada, porque estaba pecando de lo mismo que las personas en cuestión de las que hablaba, y pensé que igual muchos de sus embrollos quizás vinieran de que se relacionaba con gente parecida a él y también con algunas, digamos, flamitas. En el intento por proteger la sensibilidad ajena estaba haciendo más o menos lo mismo que los demás y supuse que eso solo creaba el círculo de siempre de "no te digo nada para no hacerte daño" y "como no te dije, te hice daño de todas formas".

    No sabía que la mierda involucraba a Anna o todo habría cambiado, tampoco que involucraba a Sugawara y lo que eso implicaba, pero bueno. Llevaba viviendo en una burbuja ya un tiempo, no sabía lo del robo y el que sabía no me lo había dicho, para variar. Era siempre el mismo embrollo sin fin, pero la ignorancia salvaba la cordura de las personas.

    —Creo que se siente más rastrero de lo que en verdad es dependiendo del acercamiento al asunto, por lo mismo lo equiparaste a una reverse card. No creo que se trate de invalidar el daño inicial al saltar a decir "a mí también me duele, ¿sabes?", debemos responsabilizarnos de lo que hicimos, porque lo contrario es irresponsable como dices, pero invalidar el propio dolor no tiene sentido. A veces... bueno, es el escenario ideal, pero a veces las personas no piensan en que lo que hicieron provocó algo así y si nunca se los dices, la tontería acabará estirándose al infinito. Tampoco digo que lo hagas ahora, claro, es solo una posibilidad y ya está.

    Suspiré también, me había cedido razón y tal, pero tampoco quería que sonara como si lo estuviera mandando a tener la charla más incómoda de su vida por las risas. Sabía que no lo haría de todas maneras, para este punto de por sí quién sabe cuántos días llevaba pensando en el asunto y aunque conocía buenas personas, también era cierto que algunas de sus amistades no eran lo que se dice las mejores cabezas del condado para solo escucharlo y ofrecer soluciones coherentes, no los que yo ubicaba al menos. Shimizu era un desastre por el asunto de su viejo y de por sí nunca en su vida había dado un buen consejo, Cayden llevaba semana y pico con el tanque hasta el culo de gasolina sin razón aparente. Con eso Anna parecía la más coherente, pero volvíamos a lo de la gente sensible.

    —Y sí, lo dije por experiencia. Si te contara la cantidad de charlas incómodas y confesiones que he tenido que soltar últimamente, bueno, parece novela de Wattpad. En el momento se siente muy mal, es como un escozor, como si al aproximarte algo quemara y la idea de solo retroceder es tentadora que te cagas, porque es más fácil, pero después cuando pasa ese shock existe algo de alivio. Al soltar las cosas algo deja de pesar de la misma forma, incluso si hay cuestiones que quizás no tengan remedio porque son lo que son y debemos aceptarlas. Al sacarte la estaca del pecho la sangre podrida deja de estar estancada y la aceptación se vuelve un poco más sencilla —retomé luego de unos segundos, la guitarra me tenía ya un poco adormecido de nuevo, pero me sentía tranquilo—. En cualquier caso, quizás me esté proyectando que da gusto, pero desde que te conozco me pareces un buen chico y sigue siendo el caso. La gente buena se manda cagadas igual y no por eso se vuelven el diablo encarnado, no quisiera que pensaras que no tienes arreglo.
     
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    Gigi Blanche

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    La noción de invalidar el propio dolor me dejó pensando un rato, en cierto modo me sorprendió oír tales cosas provenir de Altan; no porque lo creyera superficial o inmaduro, no era el hecho de que las pensara o no, sino que decidiera verbalizarlas. Se apiló con la diferencia que había puesto entre quien era hoy y quien había sido hace pocos meses, y fui consciente de cuánto era capaz de ocurrir entre las mismas cuatro paredes al juntar a tantas personas en un único espacio.

    —Puede que tengas razón —volví a conceder, junto a una sonrisa tranquila—. En teoría hoy me espera una... charla en casa, así que intentaré pensarlo un poco mejor. Deséame suerte, por cierto.

    La mueca se me ensanchó con una mezcla de amargura y resignación, y es que me sentía un mocoso esperando a ser regañado por romper el mismo jarrón por décimo novena vez. Sabía que no tenía que ser algo malo, que mis padres probablemente sólo estuviesen preocupados y quisieran dialogar conmigo; el problema era, en realidad, mi propia percepción de mí mismo y de mis errores. Aún me pesaba haber lastimado a Emily, pues no se lo merecía por nada del mundo, y aún le daba vueltas y vueltas al meollo con Haru, pues no tenía la menor idea de cómo abordarlo.

    Ya iba rasgando las últimas notas mientras lo oía responderme; podría haber seguido tocando, pero supuse que quedaba poco de receso y, la verdad, estaba un poco cansado de dividir el cerebro en dos. La imagen de la sangre podrida me arrugó el ceño, fue algo gráfica para mi gusto, y aguardé a que cerrara su idea. Alcé levemente la mano y mis dedos descendieron en cascada sobre las cuerdas una última vez, arrancándoles una frase grave y serena que reverberó en el espacio hasta desaparecer.

    —Creo que lo veo —murmuré, buscando sus ojos—. La forma en la que te expresas, tu semblante... Te ves más tranquilo.

    Le concedí una sonrisa y volteé el rostro, pues había sentido que alguien se aproximaba por el pasillo. Resultó ser Anna, quien alzó la voz tras alcanzar el corazón del invernadero para lograr alcanzarnos. De su mano izquierda colgaba una bolsa.

    —Conque aquí estabas —me dijo a mí y viró su atención a Altan, desviándose ligeramente en su dirección.

    —¿En cuántos lugares puedo estar?

    —Ya sé, no son muchos, pero me distraje en Instagram —reconoció, junto a una risa floja; al detenerse junto a Altan le sonrió desde arriba y apoyó la mano en su cabeza—. La sorpresa aquí eres tú. ¿Tuviste que escuchar tocar a Mini Ishi todo el receso? Pobrecillo.

    —Tengo la maldición de los guitarristas, ni modo. —Comencé a incorporarme para guardar el instrumento—. Me pones una guitarra cerca y tengo que tocarla.

    —Es verdad, ¿por qué son todos iguales? —Volvió a reírse mientras acariciaba el cabello de Altan en segundo plano, y alcé la vista al oír el susurro del plástico en mi dirección—. Toma esto. A Subaru le fue absurda, pero absurdamente bien en el arcade y acabamos con tantas fichas que la pobre chica del puesto de canje no sabía cómo explicarnos que ya se habían llevado casi todos los peluches. Un mal día para tener tanta suerte. Así que nos fuimos a las maquinitas gacha y Rei sacó un montón, así que nos los repartimos. Recién después se dio cuenta que sería un incordio cargar tantas pokebolas y me las enchufó a mí, que tenía mochila. "Igual tú lo ves el lunes en la escuela". En fin, mucho texto, toma tus pokemon. ¿Quieres uno, Al?

    Me reí con ligereza ante su imitación tan burlona del pobre Rei y acepté la bolsa, echándole un vistazo dentro. Tomé una pokebola y se la extendí a Altan, siendo que Anna ya le había ofrecido de mis pokemon y sin consultarme.

    —Son de segunda generación, lo único —aclaró, separándose del muchacho.

    Tuve la sensación de que había pretendido seguir hablando pero se cortó sobre la marcha, y le respondí rápidamente para disimularlo.

    —No pasa nada, aún me faltan un par. Eso, claro, si no me siguen saliendo Misdreavus...

    —Tenías razón, sí que estás maldito —bromeó, riéndose.

    Daba un poco igual, si insistían en salir se los seguiría regalando a Morgan y ya. Me eché la guitarra a la espalda, la bolsa quedó colgando de mi mano y me guardé el móvil en el bolsillo. Con el campamento levantado, le sonreí a los chicos.

    —Bueno, ¿vamos?


    por acá cierro con los panitas, gracias por caerme <3

    tiremos dado a ver qué poke le sale a Al sisisisisi
     
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    Zireael

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    Visto desde fuera no tenía idea de cómo me percibían algunas personas, no cuando me daba por soltar la lengua y poner dos pensamientos en fila, para variar. Tendía a pasar mucho tiempo en silencio, quizás por lo mismo tuviera tiempo de marinar mis ideas, pero con los eventos recientes me había esforzado de verdad por que en el marinado las cosas no se me pudrieran. Quería pensar con coherencia, pero también con compasión, ya no solo por mí, sino por los demás.

    Sonreí al escucharlo hablar otra vez, no porque me cediera razón, fue más por la charla que lo esperaba en casa porque yo también había tenido de esas. Puede que la aparente calma y amabilidad de Kohaku dificultaran el escenario de formas distintas a mi hostilidad, así que iba a ser un viajecito de igual forma. Aún así puede que al final en casa, bueno, ¿la gente no solo se preocupaba por uno? Se manifestaba de formas distintas, pero en su centro era eso, preocupación.

    Debíamos dar gracias porque teníamos gente que todavía se preocupaba por nosotros.

    —Te deseo toda la suerte del mundo y si luego solo necesitas sentarte con alguien a tener conversaciones de ancianos, me apunto. Me gusta cuando conversamos de por sí.

    Entre todo eso también fue estúpidamente sincero, los buenos deseos y lo de disfrutar la conversación, así que esperaba que eso le quedara. Quizás me pasé de gráfico con la metáfora, pero eso también debía servir de algo, ¿no? El asco era una emoción de supervivencia, más que algunas de las que surgieron después por la vida social.

    El último eco de la guitarra se quedó suspendido en el espacio, miré algunas flores y luego regresé a Kohaku cuando dijo que creía que lo veía. Me sonó ambiguo al principio, pero luego se aclaró y sonreí soltando una risa nasal. Después de haber sentido que perdería todo, ¿qué más podía hacer que alcanzar algo de paz? No se podía bajar más allá del fondo.

    —Quizás algún día hasta alcance el Nirvana y todo —bromeé en voz baja—, pero de alguna forma me alegra que se note.

    Ver aparecer a Anna no estaba en mis planes, pero apenas volteé el rostro siguiendo la mirada de Kohaku y la reconocí le dediqué una sonrisa, bastó para entrecerrarme un poco los ojos. Al acercarse apoyó la mano en mi cabeza y parpadeé en reflejo, como los gatos cuando les haces una caricia. Tenía razón en que la sorpresa era yo.

    —Ocupaba luz natural y no quería estar rodeado de mucha gente —expliqué aunque nadie me lo había pedido—. Y tuve serenata incluida, me dirás que pobrecillo, pero a mí me parece ganancia incluso si es porque Ishi no puede ver una guitarra y no tocarla.

    Aflojé el cuerpo por las caricias en el cabello, ahí fue donde guardé silencio y me limité a ver su intercambio, toda la historia terminó con Anna con un montón de pokémon en la mochila y cuando me preguntó si quería uno miré a pelo de nube, porque se los estaba dando a él, pero de repente me ofrecía uno a mí. Para el caso, el pobre niño cuyos pokémon no eran del todo suyos (y encima solo sacaba Misdreavus) sacó una poké ball de la bolsa y me la extendió.

    —Soy medio nostálgico del Pokémon y me gustan las generaciones viejas —murmuré después de que Ishi hablara, a la vez abrí el objeto y saqué un bichillo morado con pantalones, me tomó unos segundos ubicarlo y al lograrlo me reí—. Ah, la preevolución que le añadieron a la línea de los Hitmon.

    Kohaku levantó el campamento, yo me incorporé luego de haberme guardado la poké ball vacía en el bolsillo del pantalón, pero me dejé el Tyrogue en la mano y me enchufé la botella de té helado bajo el brazo. Con la mano libre le di una palmadita en la cabeza a Anna, volví a sonreírle y luego hablé para los dos ya cuando estábamos por emprender la marcha.

    —Gracias por el pokémon. Lo voy a poner en el escritorio.


    aventé un dado arriba por los 100 pokés de la segunda gen y salió 85 aka tyrogue :D *c lleva el poke que era de Ko-chan*

    por acá cierro también, fue un placer rolear a los muchachos con su charla de ancianos y esta aparición estelar de Annita <3
     
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    Bruno TDF

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    Por absurdo que pudiese parecer, el comentario sobre mi apellido logró cohibirme levemente, casi como si se hubiese tratado de alguna especie de halago. No sólo Cayden dijo que el hecho de significar “Luna” era bonito, sino que a eso añadió que le gustaba la luna propiamente dicha. A él y a cualquier persona, ¿tal vez? Terminé asintiendo con un dejo de timidez en respuesta, sin estar muy segura de si debía agradecerle por sus breves palabras. Cosa que al final no hice por temor a verme rara o seguir exponiendo mi torpeza social.

    También pensé fugazmente en la luna. Raras veces había alzado la vista para apreciar su blancura resplandeciendo al otro lado de la ventana de mi habitación. No recordaba con exactitud la última vez que asomé la cabeza hacia el cielo nocturno; tal vez fue antes de venir a la academia Sakura... Pero tenía muy presente el desgarrador pensamiento que me atravesó al verla allí, levitando en el manto negro interminable…

    Que la luna se veía melancólica y solitaria, no muy diferente a la otra Luna.

    Ya que estábamos en tema, intenté recordar el apellido de Cayden y fue allí cuando reparé en que no lo sabía, cosa que planteé sin demora. El suyo era Dunn. Cayden Dunn. Su historia se parecía a la mía: nacido y criado en Japón, en el seno de una familia que en su caso provenía de Irlanda. Lo que distinguía la historia de este chico era el detalle de que sus padres se habían instalado en Japón en diferentes épocas. Saber que coincidieron en esta tierra alejada de Europa me resultó una casualidad fascinante, aunque preferí no comentarlo por vergüenza. Para finalizar, Cayden sumó el ¿fun fact? de que su apellido estaba asociado al color marrón y… Yo alcé la mirada por reflejo, sin darme cuenta, directo a su flequillo.

    —Ah, p-perdón… —musité por lo bajo, al darme cuenta de que nuevamente lo estaba mirando de más.

    Lo cierto es que no creía que le molestase, ¿tal vez? S-sólo era yo cediendo ante mi propia inseguridad, que me llevaba a disculparme cuando no era necesario. E-en cualquier caso, un nuevo avance de la fila evitó otro silencio que a mí me habría incomodado, y ya frente al mostrador Cayden me indicó que le dijera el dulce que quería, luego de pedir para él unas galletas.

    —¿U-un dorayaki…? —sugerí al notar que había unos a la vista; mi respuesta fue tan instantánea que delató mi gusto por ellos.



    No mucho después, nos encontrábamos avanzando por el camino de piedra del invernadero, tras caminar bajo el cálido cielo que bañaba con su luz solar el patio norte. Había mucha gente fuera, lo que me causó una obvia incomodidad que pronto cedió cuando nos vimos rodeados las por las flores y sus aromas mezclados. Yo iba unos pasos delante, liderando la marcha sin darme cuenta.

    Hacía el camino de memoria, pues no fueron pocas las veces que me senté en la mesa que había al final del camino. Esa misma... donde tuve mi primer almuerzo con Rowan. A partir de donde algo en mí empezó a querer cambiar. Este invernadero era especial para mí, porque sentía que aquí se había empezado a fundar la persona que quería ser, pese a que todavía luchaba contra muchas cosas. Pero… de ser consciente que a Cayden le incomodaba estar aquí por sus propios motivos, me alcanzaría una culpa incalculable.

    Pasamos junto a unas magnolias blancas, que decoraban un lateral del camino. Posé la mirada en ellas por unos pocos segundos.

    —¿Hay alguna flor que te guste? —pregunté entonces a Cayden en un intento de añadir conversación; di un ligero respingo al notar que le había dejado levemente rezagado, y me acoplé inmediatamente a sus pasos, avergonzada.
     
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    Zireael

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    Si supiera en lo que había terminado mi suerte de halago inocente respecto a la luna podría haber intentado redireccionar sus ideas, porque en cierta forma lo entendía también. Había muchas nociones de objetos que, relacionados a mi figura, terminaba asociado a las fracciones más problemáticas y inseguras de mí mismo. La idea del fuego moribundo o del fuego caprichoso era una de ellas incluso no todo debía ser tan malo como uno lo imaginaba, ¿pero qué me daba derecho a opinar cuando me sentaba a lamerme las heridas hasta abrirme más la piel?

    Al soltarle el fun fact ella alzó la mirada a mi cabello y sonreí en automático, ligeramente divertido con la broma del destino, aunque Dunn también refería a los descendientes de Donn, del Oscuro, ancestro del pueblo gaélico y dios de los muertos. Era otra broma casi cruel cuando Kaoru existía, muerto, y su alma podría haber llegado al Tech Duinn.

    Beatriz se disculpó, supuse que por la manera evidente en que me había mirado, y negué con la cabeza para restarle importante. De todas formas no nos detuvimos mucho en eso, pedí su dorayaki y lo recibí junto a las galletas, me encargué de llevar todo porque era lo mínimo que podía hacer luego de casi infartarla. Sin darme cuenta ella guio la marcha al invernadero y desde el par de pasos detrás en los que me mantuve mis ideas se revolvieron de nuevo.

    Me sentí nervioso, patético también, y caminé con los ojos puestos en el suelo. No supe o no quise darle nombre a lo que sentía, por la razón que fuese, y volví a sentir las ansias por largarme a fumar.

    Sucedía que muchos de mis miedos eran infundados. Eran errores de cálculo, fallos en mis sistemas.

    Sentí el olor de las flores y aunque no pude acordarme en qué momento había apuñado los postres frente al pecho, junto a la botella de agua, fui consciente de los objetos cuando el plástico de la botella se quejó bajo la presión que ejercí sin darme cuenta y tuve que relajar el agarre. Mis ojos se deslizaron de inmediato a las plantas, las flores cuidadas con evidente cariño y algo se me removió en el pecho, necio, y la ansiedad dio un giro brusco cambiando su objetivo y origen. La volvió más amable, más compasiva conmigo mismo, pero también más vergonzosa.

    Quería verlo.

    Por mí y por él, porque la escena del pasillo del viernes no desaparecía.

    Fue la primera vez en que pensé que tal vez no debía ser tan duro con mis propias emociones, que no debía silenciarlas, enjaularlas y obligarlas a desaparecer, que estos sentimientos alguna vez habían sido los de un niño de catorce años demasiado confundido, los de un mocoso de quince o dieciséis demasiado asustado. Tal vez tenía que sentarme con esas versiones de mí y hacer las paces con ellas en vez de condenarlas por todo lo que no habían hecho, por todo lo que no haría ni siquiera mi versión de dieciocho, pues no había una receta mágica para reparar los errores ni eliminar las manías.

    La pregunta de la chica me regresó al espacio, había vuelto conmigo y la miré desde arriba, pues me había quedado atascado en algún punto del camino. La respuesta fue algo automatizada, ya no por protocolo, si no porque me alcanzó de inmediato. Algo parecido había pasado cuando hablé con Ilana el día en que no le estaba arrojando mordiscos a la pobre chica porque sí.

    —Girasoles —respondí algo más bajo de lo que pretendía—. Bueno, creo que me gustan varias, las prímulas también son lindas. Las amarillas.

    Bajé la vista a las cosas que traía entre los brazos, las galletas, el dorayaki y la botella. No era yo un experto en plantas, pero mamá era bióloga y me gustaba ver sus libros a veces, por las fotos bonitas.

    —Las... las recuerdo por flor de hierro en inglés, iron flower, pero creo que tenían otro nombre. Son botones de flores, un poco como los dientes de león, pero celestes o tirando más a violeta. Son nativas de Irlanda, solo las he visto en fotos.

    Retomé la marcha despacio con tal de no dejar a la pobre allí plantada como una legítima flor, tomé aire y lo solté. En sí igual pretendía que fuese ella quien indicara a dónde estábamos yendo.

    —¿Te gusta la música?
     
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    Bruno TDF

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    Tuve la esperanza de pasar junto a las magnolias sin que mi pecho retumbara, en un vano intento por demostrarme firmeza emocional. La intención falló en el preciso instante que reconocí sus pétalos a un costado del camino, los cuales atrajeron mi mirada hacia su color puro, níveo. En este instante de distracción, evoqué a Hubert sin poder evitarlo. Incluso terminé ruborizándome levemente ante la sola imagen de la sonrisa con la que me habló aquí mismo, frente a estas flores. Me había dicho que sus favoritas eran las magnolias, y desde entonces mi mente se negó a no dar relevancia a este conocimiento, grabándolo con tanto fuego que jamás caería en el olvido. Una marca eterna en mi memoria. Por tantos días… me dije a mí misma que no comprendía la razón por la que la magnolia estaba tan presente en mis pensamientos, por qué parecía ser importante…

    Hoy tenía en claro lo mucho que me había estado mintiendo por miedo.

    Por eso, mi pregunta hacia Cayden no contenía la simpleza que aparentaba. Fue mi modo de no desconectarme de nosotros y del almuerzo que quería celebrar en paz, porque la angustia había acercado sus garras a mi pecho. Fue tanto mi apremio en salvaguardarme, que la pregunta se basó en mi experiencia con Hubert: conocer su flor favorita. D-de todos modos, era un tema que iba en concordancia con este espacio, ¿no?

    El chico me miró en cuanto regresé junto a él. Él no vio mi rubor frente a las magnolias; yo ignoré, sin saberlo, su mirada caída y la fuerza con la que sostuvo los dulces y la botella de agua. Librábamos nuestras propias batallas contra nosotros mismos, anhelando una luz en medio de tanta tormenta. Su respuesta en esta ocasión no se hizo esperar, y fue entonces cuando nombró los girasoles.

    En mis ojos se notó la sorpresa. Estuve a punto de decirle algo, pero detuve el movimiento de mis labios al notar que tenía más por decir. Otras flores que le gustaban eran las prímulas amarillas y asimismo me habló de unas que eran nativas de Irlandas. Asentí, ya no angustiada, y fue al retomar la marcha que encontré mi espacio para hablarle.

    —A… A mí también me gustan los girasoles —revelé, con un sutil entusiasmo por la coincidencia—. Algún día… me gustaría visitar un campo rebosante de ellos. C-creo que se sentiría… como caminar entre un montón de pequeños soles, ¿tal vez?

    Podría haberle dicho más. Que me identificaba con los girasoles porque siempre buscaban el sol. Que mi alma era una tormenta entre cuyas ráfagas buscaba, a veces saliendo herida, rayos solares que me mostraran un camino. Como un girasol. No lo exterioricé por vergüenza y porque no deseaba darle al almuerzo un tono triste.

    Estábamos llegando al final del camino, a la distancia se veía la mesa y las sillas metálicas desocupadas, lo que me supuso un alivio enorme. La pregunta de Cayden me alcanzó entonces, recortándome el suspiro que había dejado escapar.

    Antes de responderle, recordé una cosa que me había dicho en la sala de arte: que encontraba paz en la música.

    —¿Creo… que sí? —respondí, sin estar muy segura— Q-quiero decir, sí me gusta, e-es que en casa no suelo… poner música. ¡P-pero la disfruto…! —nos acercábamos a la mesa, mientras tanto— Diría que… me gusta la música instrumental, de tono… fantástico o medieval, ¿tal vez? S-supongo que viene de mi gusto por los RPG de ese género… Ah, es por aquí…

    Llegamos a la mesa, en donde invité a Cayden a sentarse con un gesto muy tímido de la mano. Yo ocupé uno de los asientos para empezar a servirle la comida, suponiendo que debía tener hambre si había estado durmiendo desde el inicio de clases. Al destapar el bento, se vieron las verduras al vapor, la salsa española mezclada con el arroz japonés y las albóndigas, que eran pequeñas para facilitar su consumo. Había dos juegos de palillos y, además, unos pequeños tenedores de plástico; por si se complicaba tomar las albóndigas con los primeros. Mi madre era atenta.

    —¿Qué era… lo que tarareaste hace un momento? —pregunté, para no perder el hilo de nuestra charla; mientras tanto, pasaba la mitad del contenido del bento a su tapa, con cuidado— Sonaba bonito… y relajante.
     
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