Chiyoda Mansión Middel [Casa]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Gigi Blanche, 3 Marzo 2024.

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    Bruno TDF

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    Su primer asentimiento mostró que llegamos a alcanzar un fugaz instante de conexión, pues con mis palabras supe construir su pensamiento, su visión sobre lo que la elegancia traía consigo. Esa suerte de unión se estableció por pocos segundos, hasta que el giro que le di al concepto provocó que sus cejas amagaran con unirse en un gesto de curiosidad, que puede que rozase asimismo la confusión. Creía en que la elegancia podía tener una faceta natural, auténtica y desprovista de etiquetas; era, si se quiere, una visión literaria. No me preocupaba que hubiese discrepancia con Jenkin en este punto, pues creía que las diferencias nutrían las charlas, al punto de devenirlas en debate. Nuestra conversación podría tomar el derrotero que debería haber seguido desde el comienzo, si no hubiese respondido a cierta resistencia que no sabía por qué habían surgido.

    Al final asomó una sonrisa en sus labios y halagó mis respuesta, aunque… Lo de “pequeño” amenazó confundirme, el apelativo fue inesperado. Y el comentario que hizo al final, sobre lo de que no le extrañaba el porqué de mi amistad con Bleke… Intenté desapegarme de la faceta analítica, pero mi mente ávida no consiguió quedarse quieta. La duda se filtró.



    ¿Había más de un significado detrás de aquella frase?



    Pude mantener la sonrisa tranquila en mi semblante, y fue entonces cuando Bleke regresó con nosotros. No consideraba que su demora fuese condenable, pero su hermano no dejó pasar la ocasión para bromear al respecto, con carácter tan desenvuelto… Pero hubo una sombra de frialdad en la voz de Bleke. Me mantuve impávido ante el intercambio, sin saber muy qué pensar… Hasta que algo, otra disrupción en el aire, hizo desviara la mirada a Jenkin, cuando explicó la razón de su presencia en el jardín...


    ¿Por qué… afirmaba que me vio solo, si antes me dijo que había querido saludarnos a ambos?

    ¿A qué se debía el cambio de relato?


    La intriga hormigueó en mi piel y no supe si la extrañeza se manifestó en mis ojos. La sonrisa de Bleke, con todo, permitió que no me desviara del entorno. Le devolví el gesto a la que vez que negaba tranquilamente con la cabeza, para que no se preocupara por la demora. Y cuando sugirió la posibilidad de que Jenkin se quedara, lo miré con una cuota de interés, a la expectativa de su respuesta, que fue una negativa.

    Abrí los ojos, ahora sí con la confusión cruzando por completo mi expresión, al sentir su mano revolviendo mi cabello. Fue tanta la familiaridad de su despedida, que hasta parecía que yo era el hermano pequeño aquí. El contacto me alcanzó con la guardia baja, pese a lo cual logré esbozar una sonrisa cortés al mirarlo y asentir, en respuesta al comentario de las galletas.

    —El placer fue mío, Jenkin —llegué a responder, antes de que se marchara.

    Quedé a solas con Bleke, aún desconcertado por aquel contacto, y por el tono repentinamente dulce y cariñoso que había adquirido su voz. Alcé una mano y pasé los dedos suavemente por mis cabellos. Pensé en Cayden, quien también me había sorprendido de una manera similar, con una caricia en la cabeza. Pero lo suyo me había dejado una sensación más amena, de cercanía.

    No sabía muy bien qué pensar de este encuentro.

    —Una persona interesante, tu hermano —fue lo único que atiné a decir, mirando a Bleke; bajé la mano tras asegurarme de que estaba presentable, y le sonreí:—. Ahora que regresaste, supongo que podemos sentarnos, ¿verdad?

    La había esperado de pie, todo ese tiempo.
     
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    Gigi Blanche

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    El eco de mis pasos me siguió con la forma de una sombra silenciosa conforme recorría la casa. Volví al recibidor, subí las escaleras y atravesé los inmensos pasillos llenos de puertas eternamente cerradas, puertas que ya no veía, que no existían, y que aún así susurraban desde su letanía. Toqué tres veces a la habitación de Jenkin, repetí la acción, y al no oír respuesta alguna me tomé el atrevimiento de abrir. Mis ojos se pasearon por las paredes claras, el tablón de corcho abarrotado de notas y papeles, la librería que rozaba el techo, sus equipos deportivos, el edredón azabache y la mullida alfombra que amortiguaba el corazón de la recámara. Parpadeé y lo vi acurrucado allí mismo, cubriéndose la cabeza con ambas manos, gimoteando. Apestaba a vómito y saboreé el resabio de sus lágrimas, saladas, al fondo de la garganta.

    Como supuse, no se encontraba aquí.

    Probé con un par de espacios más hasta que me rendí y salí al jardín. Llegados a este punto, era muy probable que nos hubiese visto desde un primer momento y ya estuviese con Hubert. Lo único que llegué a escuchar fue una idea referida a nuestra amistad y entonces su atención, la atención de ambos, viró hacia mí. Lo invité a quedarse por cortesía, él se negó y finalmente se retiró. ¿Le daban curiosidad mis amigos? Era muy probable, pues su cabeza seguía sin ser capaz de comprender cómo existíamos y funcionábamos en el mundo. Cómo alguien, quien quiera que fuera, sentiría la inclinación de concedernos una pizca de simpatía. Su existencia era una disrupción, una interferencia y una amenaza en esta casa, en nuestras vidas.

    Era un recordatorio constante.

    Por eso sufría.

    Miré a Hubert. Su confusión había sido palpable al Jenkin revolverle el cabello, pese a ello mantuvo la gentileza y seguí en silencio su intento por acomodarse el pelo. ¿De qué habrían hablado? Jenkin era una disrupción, una interferencia, y como tal, era impredecible. Ni siquiera estaba muy segura a qué le temía en un primer lugar, si mis preocupaciones estaban fundamentadas o si sólo alimentaban una paranoia antigua, tan antigua como el tiempo y nuestras raíces.

    A su vez, respondían a un capricho contradictorio y egoísta.

    La voz de Hubert se alzó sobre el silencio y me acerqué a él, consumiendo parte de la distancia para observar con más detalle su pelo. Jenkin lo había tocado y la idea me resultaba extraña, ajena, como si existiera en una frecuencia inaudible. Las puntas de los dedos me cosquillearon y alcé el brazo, acomodando un único mechón de su flequillo. Tras acabar mi tarea bajé la vista a sus ojos y me permití volver a sonreír.

    —Interesante es una forma de verlo. —Fue una réplica y una confirmación, y asentí a su pregunta—. Discúlpame, tardé bastante. ¿Estuviste de pie todo este tiempo?

    Giré sobre mis talones y fui al banco que, desconociéndolo, había ocupado Jenkin. Esperé a que Hubert se reuniera conmigo y apoyé las manos en mi regazo, una encima de la otra. Interrumpí mis intenciones de hablar al oír que alguien se acercaba, y dos segundos más tarde apareció un par de las chicas que asistían a la señora Drika. Una de ellas sostuvo la bandeja mientras la otra sorteaba las escalinatas con el carrito donde traían las cosas. Aquí no había mesa, después de todo. Acomodaron la merienda frente a nosotros, con diligencia y en silencio, y al acabar les agradecí. Ellas inclinaron la cabeza y se retiraron.

    Estaban las dos tazas de cerámica que iban a juego con el resto del set, con la tetera, azucarera y lechera. En el centro de la bandeja, un centro de mesa de dos pisos contenía las famosas galletas de canela y otra variedad de delicatessen. Recogí la tetera con movimientos calmos y comencé a servirnos el té.

    —Puedes agregarle leche y azúcar como gustes, también hay miel. Aunque te recomiendo probarlo primero.
     
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    El silencio otra vez nos envolvió, cuando se desvanecieron nuestras distancias.

    Bleke se aproximó en unos pocos pasos, cercanía que recibí con calma, manteniendo la sonrisa. Ya lo había pensado durante el trayecto en el coche: que la falta de palabras era otra forma en la que conectábamos, en sí solíamos permitirnos algunos segundos de reflexión antes de contestarnos. Sin embargo, fue cuando busqué su mirada que noté sus iris apuntando por encima de mis ojos; no tardé a darme cuenta de que observaba mi cabello, y la sola idea estuvo a punto de hacerme sentir una chispa de pudor, por creer que no había corregido del todo mi cabello.

    Pero su mano no me dio tiempo a pensar nada más.

    Bleke me tomó tan desprevenido, del mismo modo que lo hizo su hermano. Parpadeé repetidas veces al percibir lo cerca que estaban sus dedos de mi rostro y, aunque la sonrisa logró mantenerse en mi semblante, ésta adquirió un tinte entre dubitativo y confuso. Con un contacto amable, mucho menos efusivo que el de Jenkin, ella acomodó un mechón de mi cabello que aparentemente había quedado desordenado. La vergüenza, que había quedado como un amague, finalmente se derramó en mi fuero interno como una ola pequeña, no muy estruendosa; y quién sabe si en eso también tuvo que ver el hecho de volver a sentir la piel de Bleke rozándome, sus yemas deslizándose tan cerca de mi frente. La sensación se asemejó a lo ocurrido momentos atrás, cuando tocamos el narciso.

    Por otra parte, me sentía gratamente sorprendido: era la primera vez que Bleke atravesaba esa suerte de muro invisible que había alrededor de su figura. Ni de lejos desmerezco la confianza que habíamos construido, con nuestras bromas y hasta permitiendo molestarnos un poco. Pero creo era la primera vez que ella me alcanzaba de esta manera...

    Poniendo su mano fuera de la capa de hielo.

    Terminada su tarea, me dirigió una sonrisa que reflejé con calidez. Las sensaciones se enderezaron a la misma velocidad con la que me azotaron, escuché la respuesta que me dio sobre Jenkin, sin estar seguro de si Bleke estaba confirmando o replicando mi dicho. Negué levemente con la cabeza cuando se disculpó por su tardanza.

    —Así es —confirmé, cuando preguntó si había estado en pie todo ese tiempo—. Creo que habría estado mal de mi parte no esperarte de pie. Pero descuida, no fue una contrariedad ni nada.

    Cuando ella me dio la espalda para acercarse al banco donde casualmente estuvo Jenkin, observé su cabello, sus hombros; fue sólo un instante fugaz, antes de que la siguiera para tomar asiento a su lado. Pareció estar a punto de decir algo más, pero entonces hicieron acto de presencias dos trabajadoras de la mansión. Me había adaptado bien al ambiente de esta fuente por si similitud con la que había en mi hogar, la biblioteca de Estocolmo; por lo que la aparición de estas personas hizo que volviera a tomar conciencia de la magnitud del lugar en el que me encontraba. Se movieron con una precisión y diligencia pasmosas, no supe muy bien qué expresión o postura debía tomar un en estas situaciones; Bleke, que debía estar más que acostumbrada, debió de haberse entretenido con la manera en que las miré, como fascinado. También las agradecía cuando terminaron de acomodar la merienda; incluso reflejé un poco la inclinación que nos dedicaron, algo que fue probablemente no era tan necesario. Pero supongo que no podía con mi carácter tan educado.

    Bleke nos sirvió el té, cuyo aroma no tardó en elevarse en el aire. Aún sin ser un experto en la materia, supe por la fragancia que la infusión era de una calidad extraordinaria, y lo mismo podía decirse de las variedades que habían dejado frente a nosotros. Era un poco abrumador en cierto punto.

    —Muchas gracias —dije una vez que estuvo mi taza servida.

    La tomé con cuidado, sin querer pensar mucho en lo caro que debía de ser el objeto. La acerqué a mi rostro y cerré los ojos para sentir su aroma una vez más; la sensación, sus notas, me arrancaron una sonrisa leve, y finalmente me permití darle un pequeño sorbo. Sabía bien, aún así estiré un brazo para proveerme con una pizca de miel para endulzar.

    —Es un té delicioso —convine tras beber otro poco, sereno; entonces tuve una pequeña idea—. ¿Es tu favorito, quizás?
     
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    Mi acercamiento repentino pareció sorprender a Hubert, lo pensé al posar mi atención fugazmente en su repetido parpadeo. La idea no derribó mis intenciones, no me encauzó hacia ninguna dirección específica, sólo me hizo más consciente de que, en ese momento, tenía un objetivo claro. No podía borrar el tacto de Jenkin, de por sí no había nada que limpiar, pero mi deseo palpitó allí y tuve que reconocerlo. Pese a no detenerme, sí obedecí al pequeño impulso de volver a buscar sus ojos y sonreírle. Fue un breve momento antes de retirar mi brazo y retroceder.

    Su primera respuesta me alcanzó desde la espalda, por lo que mi sonrisa, un poco más amplia, se evaporó y pasó desapercibida. ¿Habría sido incorrecto esperarme sentado? No lo creía para nada, pero suponía que tenía sentido viniendo de Hubert. Era un muchacho sumamente educado, formal y caballeroso.

    Al sentarnos, rápidamente trajeron el té y prepararon todo frente a nosotros. Husmeé de soslayo las reacciones de Hubert y me entretuve con ellas, ya que se asemejaron a las que había mostrado con anterioridad. Sabía que era demasiada parafernalia para casi cualquier persona pero no podía hacer mucho al respecto, tampoco le veía sentido a desviarme de la rutina siendo que nos encontrábamos aquí, en mi casa. Sonreí ligeramente al verlo inclinarse, fue involuntario y giré el rostro en su dirección.

    —¿Te incomoda? —busqué saber, agarrando la tetera.

    Serví el té y su aroma osciló hasta envolvernos con delicadeza. Me concentré en mi taza, la cual olfateé ligeramente antes de darle un sorbo a la bebida, y la regresé a su platillo para responderle a Hubert. Me alegraba saber que era de su agrado, ya que este resultado... no era lo que había solicitado. El detalle, sin embargo, me pareció innecesario compartirlo. Se asemejaba demasiado a una queja como para resultarme cómodo de verbalizar.

    —No lo es, pero sí está delicioso —convine—. ¿Dirías que prefieres el té o el café?
     
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    Sentí un poco de culpa cuando Bleke buscó saber si me sentía incómodo por la situación, ya que no se correspondía del todo con lo que me pasaba. Observé sus manos sosteniendo la tetera y, mientras el vapor del té empezó a elevarse desde una de las tazas, respondí a esa pregunta con una leve negación de cabeza.

    —No es eso —aclaré, a la vez que la segunda taza, la que me correspondía a mí, era servida—. Reconozco que me siento ciertamente abrumado, pero no vincularía eso con la incomodidad. Es, ¿cómo decirlo…? —hice una pausa, pensativo, aunque sólo necesité un segundo para hallar las palabra adecuadas— la emoción que sobreviene a uno, cuando se halla ante algo nuevo. Una aventura de descubrimiento —añadí al final, en tono de broma.

    Me reí discretamente, por lo bajo, aunque fue más un medio para no sentirme avergonzado por este arranque de sinceridad. Como no creía que mi visión era una falta de respeto hacia la noble posición de la familia Middel, no vi por qué no ser honesto con lo que pensaba sobre la etiqueta de su mansión. Siempre hablaba con la verdad ante las personas.

    Tras esto, fue cuando agradecí por el té servido y pregunté si se trataba de su favorito. Mi interés pudo pasar por un elemento más de una conversación casual, pero lo planteé con la entera intención de memorizar el dato, si Bleke confirmaba que la infusión en mis manos era, efectivamente, una que le gustaba particularmente. Esto se debía a que… se me ocurrió la idea de corresponderle por esta hospitalidad, invitándola en el futuro a merendar algo fuera, quizá luego de las clases. De ser posible, a un sitio donde sirvieran su té preferido.

    A mi pesar, negó que se tratara de tal cosa, aunque sí convino conmigo en el detalle de su delicia. Luego preguntó si yo era partidario del té o del café, lo que ayudó a despejarme la desorientación en la que quedé, debido a su respuesta anterior.

    —Diría que soy más inclinado al café —respondí, luego de beber otro discreto trago de la taza—. Es la bebida más común en los desayunos suecos. En la biblioteca de mi familia, hay una pequeña sala con una máquina café, de la que los socios del lugar pueden servirse cuando quieren descansar un momento de la lectura o de los estudios; Yo incluido, que soy socio desde mi nacimiento —bromeé, mirándola con una sonrisa—. Pero mi padre prefiere el té, lo solía acompañar en eso cuando lo visitaba en su trabajo o al enfrentarnos en el tablero de ajedrez.

    >>¿Y a ti, Bleke, que es lo que más te gusta? Algo cuyo aroma te relaje, o que quizás disfrutas junto a un libro.
     
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    Hubert comenzó a hablar mientras inclinaba la tetera para verter el líquido, por lo que sólo le concedí vistazos fugaces hasta acabar mi tarea. Su respuesta dibujó una sonrisa de entendimiento en mis labios y asentí, depositando la vajilla de regreso en su lugar. La cerámica tintineó con sutileza.

    —Suena acorde a ti —afirmé, mirándolo—. Hay algo aventurero en tu espíritu, más allá de las apariencias. Una... curiosidad que acaba reflejándose en tus ojos. —Suspendí un breve silencio y le sonreí—. Es agradable.

    Además de una suerte de inocencia, también reconocía en Hubert la búsqueda de alguien no inconforme, no desesperado, sino curioso. Incluso en medio de la calma que lo caracterizaba, el tono oscuro de su mirada chispeaba frente a aquello novedoso, extraño o sorprendente. Se trataba, quizá, de las cualidades que admiraba en los demás, aquellas que yo no poseía, que jamás acabaría de comprender. Me separaba de ellas una distancia similar a la que había entre mí y la pasión de Ophelia, tan voraz, tan cruda y valiente.

    Bebí de la taza de té mientras Hubert, otra vez, atendía a mi pregunta. Lo miré al oírlo hablar de los "socios", puesto que no logré enlazar el concepto con la noción que me había formado de su hogar. Guardé la duda a un costado de mi mente y esbocé una pequeña sonrisa. También me era agradable poder afirmar que compartíamos otro gusto.

    —Me considero bastante aficionada a probar variedades de café, sobre todo en otoño —contesté, recordando mi conversación con Altan donde le había comentado lo mismo—. Mi favorito actualmente es el geisha, una variante del arábigo. Es suave y muy aromático, algo dulce. Curiosamente, al servirlo me recuerda al té de jazmín. Es caprichoso, sin embargo, pues su sabor depende en gran parte del cultivo.

    Le di un sorbo al té y volví a mirarlo.

    —Hablaste de socios. ¿Qué clase de biblioteca posee tu familia? —Y ya que estábamos en tema, agregué—: ¿Más tarde te gustaría conocer la que tenemos aquí?
     
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    El tintineo de la porcelana se entremezcló con las suaves notas del agua, haciendo que me girara nuevamente hacia ella. Mis ojos se habían depositado por unos segundos en la amplitud del jardín. Así fue como, de los colores de las flores lejanas, pasé al celeste oscuro de ella. Devolví la mirada que me dirigió mientras la escuchaba reconocer que, en mi espíritu, existía un matiz aventurero, y que la curiosidad se manifestaba en mis iris oscuros. Se cernió el silencio entre nosotros, como tantas veces sucedía, y la sonrisa de Bleke afloró entre las notas del agua que brotaba de la fuente.

    “Es agradable”

    Para este punto de la conversación, antes de que tomara los derroteros subsiguientes, no le había contestado enseguida. Mi primera reacción fue la de apropiarme de la taza que me correspondía, a la cual quedé mirando, detallando las sombras y luces que se reflejaban en sus contornos lisos. Mis labios esbozaban una sonrisa muy sutil, en tanto. Este hecho fue, en verdad, muy fugaz. Pronto volví a girarme hacia Bleke, mi sonrisa se amplió ligeramente y entonces expresé el “Muchas gracias”, como refiriéndome al té servido.

    De fondo, quizá, también le agradecí que viese de ese modo mi forma de ser. Era tranquilizador.

    Hablamos entonces de la preferencia por el café. Aproveché el desarrollo de mi respuesta para insistir en la misión que me había propuesto. Mi pregunta sobre sus preferencias de brebajes fue más amplia, hasta invité a que relacionara la cuestión con lo que más nos atraía: los libros. A su vez noté que me había mirado al escuchar lo de los socios de la biblioteca, de modo que también me abrí a la posibilidad de que ese tema se retomara. Mientras tanto, estuve atento a su contestación.

    Ella había sonreído al escucharme, y asimismo lo hice yo en cuanto oí que probaba variedades de café. Fui muy atento al escucharla hablar, con la cortesía de siempre; pero, por supuesto, guardé entre mis memorias la mención del geisha, variante del arábigo. Asentí con una leve sonrisa durante el resto de su respuesta, dando cuenta de un pequeño sorbo de té.

    —Geisha y té de jazmín —repetí, mientras Bleke bebía de su taza—. Los tendré en cuenta. El té y el café tienen sus pequeños mundos de sabores y aromas, suena gratificante la perspectiva de viajar entre ellos.

    Mi planteo, que a su vez tuvo un poco de divagación, fue una manera poética de mirar el asunto. El té en mis manos me agradaba y, a su vez, era bueno encontrarme ante alguien que también disfrutaba del café. Estuve a punto de dar otro sorbo a mi taza cuando Bleke preguntó por la biblioteca de mi familia, pero fue la invitación a conocer la biblioteca de los Middel lo que hizo que detuviera la cerámica cerca de mis labios. En respuesta sonreí con la serenidad habitual, pero también se vislumbró el entusiasmo en la expresión.

    —Me encantaría —acepté, el gesto llegó a entrecerrarme los ojos; luego de lo cual miré al cielo, mientras rememoraba mi hogar—. La de mi familia es una biblioteca privada de acceso público, propiedad de los Leblanc. Así se apellida mi madre, Alice; actualmente es la dueña y administra el lugar con el apoyo de mi padre, empleados y un poco de ayuda gubernamental. Los usuarios pueden asociarse pagando una membresía y reciben un Carnet de Lector, que les da derecho a llevar libros en préstamo y acceder a materiales restringidos por su rareza o valor histórico.

    No era común que una biblioteca familiar se abriera al público, tenía consciencia respecto a tal punto. Cerré los ojos antes de proseguir.

    Sokrates bibliotek —pronuncié en acento sueco, con la taza humeando en mi mano; mi voz adquirió un tono más suave, el que siempre tomaba cuando le relataba una pequeña historia a Bleke— Así es como se bautizó. Empezó siendo una colección de libros por parte de mis tatarabuelos, que emigraron a Estocolmo desde Francia; en principio, era sólo de acceso familiar. Se centraron en las materias de Ciencias, Historia y Literatura. Esa colección se heredó a través del tiempo, en el proceso incrementó a su vez, mediante adquisiciones y donaciones. Mi bisabuela materna fue quien fundó la biblioteca y le puso su nombre, y se la legó a mi madre, pocos años antes de que yo naciera.

    Me llevé la taza a los labios y luego volví a mirar a Bleke, a los ojos. Fui yo quien suspendió un breve silencio en esta ocasión, con sus notas de agua y las sensaciones aromáticas del té.

    —Es una biblioteca modesta, pero lo suficientemente grande como para que un sector del edificio nos sirva de hogar, aunque allí también estamos rodeados de libros sin catalogar —dije—. Cuando la biblioteca cerraba poco antes del anochecer, admito que me gustaba disponer libremente de sus espacios. Crecí en sus pasillos, entre sus estanterías, desde que tengo memoria. Navegando el océano de papel, tinta y palabras, que parece infinito como el universo.

    Le sonreí, esperando alguna devolución de su parte. Quizá otra pregunta en torno a esta parte de mi historia personal, o tal vez... que me hablara un poco sobre los Middel. Lo que ella dispusiese.
     
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    Mi apreciación de su carácter no pareció calar profundamente en Hubert o alterar su calma, cosas que bajo ningún concepto había pretendido. Era consciente de que podía considerarse extraño de mi parte tomarme la molestia de expresar las impresiones que me construía de las personas, pero al mismo tiempo no veía el daño si se trataba de rasgos positivos. Tal vez pecara de asemejarse a la curiosidad natural de un niño pequeño y, por ende, no debiera satisfacer los estándares de mi familia; sin embargo, conservaba la diminuta esperanza de haber bebido al menos un poco de otras personas. ¿Podría aprender también de Hubert?

    La idea era agradable y angustiante a partes iguales.

    Su agradecimiento se entremezcló con el sabor del té y mi suerte de cumplido, o al menos yo lo vi así, y asentí suavemente. Pareció interesarse por los brebajes e infusiones que le mencioné, y me grabé una pequeña nota mental de prepararle un poco de cada uno para que los degustara en su casa. Mi invitación para conocer nuestra biblioteca le dibujó una sonrisa algo más entusiasmada en los labios y, aún sin expresarlo, sentí una pequeña mezcla de alivio y alegría. Seguía teniendo su relativa importancia ser un buen anfitrión.

    La historia de su biblioteca familiar era ciertamente curiosa. Me contó de sus tatarabuelos y su bisabuela, el legado que recibió su madre. Vivían en aquel mismo edificio, como si el orden de los factores se hubiera invertido. Los Middel habían cosechado una colección soberbia al cabo de las generaciones, habían recolectado y organizado casi todos los libros que se imprimieron sobre el papel que ellos manufacturaban. Sin embargo, era una habitación cerrada bajo llave como muchas en esta casa. La biblioteca comunitaria que Hubert había esbozado se asemejaba a una realidad paralela de la nuestra, y por un breve instante me replanteé si había sido buena idea invitarlo a conocerla; si al recorrer aquel pasillo infinito, oír el eco de la cerradura y poner pie dentro del inmenso sarcófago, no sería terriblemente consciente de nuestras diferencias.

    Había una ligera expectativa en sus ojos, una que sentí la responsabilidad de satisfacer. Podría haber seguido preguntándole sobre su familia, aquella lejana migración, los motivos de haber bautizado la biblioteca con ese nombre o por qué el legado había saltado de su bisabuela a su madre. Podría haberlo hecho y habría estado bien, pero al mismo tiempo había una noción de deber. O un espacio de apertura, tal vez.

    Bebí del té, ordenando mis ideas.

    —Los Middel se han dedicado a la industria del papel desde generaciones remotas —inicié, con calma—. Los registros me han permitido rastrearlos hasta el siglo XVI en Zaanstad, un municipio dentro de Países Bajos. Allí construyeron a fines del siglo XVII un molino de viento para papel, el De Schoolmeester, que adquirió relevancia histórica y cultural al conservarse como el único de su tipo funcionando en la actualidad. La época dorada del país le dio un impulso descomunal a la empresa de los Middel, logrando incluso firmar tratados comerciales con las colonias y zonas remotas del mundo. Entre ellas, Japón. Al asociarse con la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales establecieron contacto mediante Dejima, una pequeña isla artificial en la bahía de Nagasaki que los japoneses alzaron con el único propósito de impulsar relaciones de comercio internacionales sin tener que darle la bienvenida a los forasteros dentro de sus tierras. Eran muy recelosos. Fue un proceso lento, pero eventualmente los Middel construyeron la confianza suficiente y una rama de ellos se radicó aquí, en Japón. La otra permaneció en Países Bajos, donde fundaron en 1876 la empresa que aún existe hoy día, vendieron los molinos y construyeron fábricas a vapor en Zaandam, la ciudad capital de Zaanstad. —Esbocé una sonrisa sutil—. Tal vez imagines de qué rama provengo yo... pero la historia muchas veces es inesperada y anti intuitiva.

    Le di otro sorbo a mi taza, como si pretendiera inducir un breve suspenso al relato.

    —A partir del siglo XX, los movimientos se tornan repentinos y turbulentos. La estabilidad financiera de los Middel comenzó a flaquear en medio de los eventos internacionales y la Gran Depresión de 1929 forzó a la rama neerlandesa a reubicarse. Mi tatarabuelo, entonces, quien había mantenido buena relación con la rama japonesa, se mudó aquí en 1931 con la esperanza de escapar de la crisis que azotaba Europa; pero la guerra los alcanzó a los pocos años. En 1939, todos los Middel huyeron de Japón. La rama japonesa se asentó en Róterdam... donde un bombardeo alemán los borró de la historia un 14 de mayo de 1940.

    Fruncí ligeramente el ceño. No había ningún afecto que me enlazara a ellos, después de todo se habían escindido de mi familia hacía cientos de años. Sólo nos unía un apellido escrito en papel y un origen común, demasiado remoto. Sin embargo, su trágico destino fue el primer indicio que encontré de la maldición sobre la cual Ophelia había siempre susurrado bajo las voces ajenas. A partir de ellos, como un efecto dominó, se decantaron los demás.

    —Mi tatarabuelo había regresado a Zaandam —retomé—. Allí lograron sobrevivir y, tres décadas más tarde, reiniciaron las negociaciones con Japón. En 1970, mi abuelo decidió regresar aquí para continuar el legado interrumpido de su propio abuelo. —Miré alrededor—. Esta casa se erigió entonces. Mantuvieron como el núcleo de sus actividades la industria del papel y eventualmente expandieron la empresa a un conglomerado. Lo mire de la forma en que lo mire, los Middel perseveraron y triunfaron.

    Devorando a los demás en el proceso.

    Regresé la mirada a Hubert y, unos segundos más tarde, esbocé una pequeña sonrisa un poco ambigua, o quizás impenetrable. Su relato había sido cálido y personal, era la bonita historia de una familia que había abierto las puertas de un inmenso conocimiento a la comunidad donde vivían. Casi sonaba a un cuento de hadas. Era consciente del tinte que le había otorgado a mi propio relato, objetivo e impersonal, como si narrara un fragmento de un libro de historia. Me había obsesionado con el pasado de los Middel en busca de respuestas, respuestas que me permitieran comprender qué nos había ocurrido, por qué éramos así, y lo que encontré fue... sorprendente y desesperanzador. Yo era parte de ellos.

    —¿Vamos a la biblioteca? —le propuse.

    Y esa era la única verdad.

    en el capítulo de hoy tenemos: clases de historia con Bleke :D
     
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    Bruno TDF

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    Por la pausa que se permitió para beber su té, comprendí que ordenaba una serie de ideas. Supuse que no se trataría de preguntas respecto de mi familia o la biblioteca, lo cual elevó ligeramente mi expectativa. Bleke ya había apuntado sobre la curiosidad que residía en mis ojos, por lo que no sería de extrañar si admitía abiertamente que me interesaba saber un poco más sobre su origen familiar. Mas, debía reconocer que su vez, en el fondo de mi ser, latía una insistente intriga. Desde que atravesé las puertas de la mansión, no dejé de poseer la sensación de que en este sitio se elevaba un aura cargada de enigmas. Se hallaba presente en la amplitud de los espacios, la precisión con la que fue colocado cada ladrillo; estaba en el silencio, pero también en ese curioso intercambio con Jenkin. La propia Bleke se me hacía enigmática, principalmente cuando no lograba leer sus ojos.

    Deseaba entender mi alrededor.

    Sin pararme a pensar si este afán sería mi condena.

    Así, me fue legado el objeto de mi deseo. Bleke empezó enlazando el apellido de su familia con el papel, ese material del que nacían los libros. Llamó mi atención el hecho de que rastreara a los Middel hasta un tiempo tan remoto como lo era el siglo XVI, lo cual me disparó la pregunta fugaz de que si fue por la simple curiosidad de conocer sus raíces… o si hubo una motivación de otra naturaleza. Cualquiera fuese el caso, no desvié mi atención de su relato. Los distantes registros los ubicaban en un municipio de Países Bajos; supe del molino para fabricación de papel que llevaba el nombre de De Schoomester; y la enorme expansión que esta empresa les permitió. Asentí ligeramente cuando mencionó la isla artificial de Dejima, dando a entender que sabía sobre la misma; me había documentado mucho sobre la historia japonesa antes de venir de intercambio, lo cual incluía datos de ese sitio. Me sorprendió un poco que la familia Middel fuese parte de ese lugar de la Historia; pero tenía bastante sentido, pues muchas familias neerlandesas pasaron por Dejima. Luego, Bleke habló sobre la división de la familia en dos ramas. Hubo una sonrisa sutil de su parte antes de que, con sus palabras, me pillara in fraganti: sonreí un poco avergonzado cuando insinuó que no venía de la rama japonesa, pues era eso, exactamente, lo que estaba asumiendo mientras la oía. Bebí un poco de té para regular la sensación.

    Entonces dejé la taza casi vacía sobre el carrito y, con una sonrisa tranquila, presté a Bleke una atención más profunda, intrigado por el giro que me iba a referir.

    Su tatarabuelo se había trasladado, un caso parecido al de los míos. Se mudó a Japón para escapar de la crisis provocada por la Gran Depresión, con la mala fortuna de que luego fue alcanzado por la guerra. Los Middel huyeron a Europa. Y fue en Róterdam donde la rama japonesa…

    Desapareció en un bombardeo.

    Mientras que Bleke frunció el ceño, yo alcé ligeramente las cejas en este punto. Por un breve instante descansé la espalda en la banca y mis ojos se desviaron hacia el cielo, mientras procesaba el trágico desenlace que había tenido una rama de los Middel. Pensé por un momento en los Leblanc y los Mattsson, que nunca habían emigrado de Europa, y en las duras circunstancias que seguro debieron atravesar durante los terribles años de las guerras mundiales. ¿Qué sentiría si supiera… que una parte de mi familia se había extinguido? Aunque no existiese un afecto por esos parientes, debido a la lejanía propiciada por el paso del tiempo… no dejaba de resultarme impactante la posibilidad, tanto como lo fue conocer el destino de la rama japonesa de los Middel.

    Regresé la atención a Bleke, escuchándola, como siempre, con devota atención. Su tatarabuelo sobrevivió porque eligió Zaandam como destino, y eso permitió a sus sucesores continuar con su legado. Su abuelo fue quien hizo retornar a los Middel a Japón, erigiendo esta mansión hace cincuenta años. Miré por un instante el inmenso jardín, que se abría más allá, y asentí con una leve sonrisa al escuchar a Bleke diciendo que los Middel habían perseverado y triunfado. A mis oídos, sonaba como una historia ejemplar de firmeza.

    Los Middel eran tenaces.

    Cuando Bleke me regresó la mirada, conecté una vez más con sus ojos. En sus labios afloró una pequeña sonrisa… donde, nuevamente, danzó el enigma que rodeaba su figura. Era algo ambigua y, tal como me pasaba con su mirada, no logré distinguir algo más allá de su suave expresión. Como si la barrera invisible hubiese adquirido más firmeza por un momento, manteniendo cierta distancia. Y ahora que lo pensaba, tal distancia pareció estar presente en su relato sobre los Middel, de quienes me habló como si fueran parte lejana de este espacio. Como si fuesen apenas fantasmas en la línea del tiempo.

    ¿Hasta qué punto es correcto sentir esta intriga por ella?

    Su propuesta concedió el espacio para dedicarle un ligero asentimiento. Me permití recuperar por un breve instante mi taza, casi vacía, por dar cuenta del último sorbo; me moví con serenidad, mas no la dejé esperando por mucho mis palabras.

    —Cuando quieras —concedí, dedicándole una sonrisa serena; en mis ojos se notó el paso de un pensamiento, el cual no tardé en exteriorizar—. Los libros de la biblioteca, ¿han sido impresos por la empresa de los Middel, en su mayoría? Considerando que el papel es el soporte crucial —hubo otra pausa, en la que me mantuve pensativo, hasta que por fin me animé a manifestar mi opinión— Me parece admirable que conozcas la historia de tu familia hasta tiempos tan remotos. No todos se enfocan en investigar sus raíces más profundas y descubrir los hechos que nos permitieron estar aquí. Invita un poco a la reflexión, si debo ser honesto.

    10/10 best clase de Historia foreva, hasta me hizo investigar por mi cuenta y todo *chef kiss*
     
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    Gigi Blanche

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    Hubert atendió a mi relato con suma atención, conducta que ya había demostrado en multitud de ocasiones. Desde la noche del campamento, cuando compartimos mesa y conversamos de nuestros libros favoritos, sus ojos siempre se mantenían en mí al hablarle. Era un muchacho centrado, amable y curioso, probablemente se comportara así con todo aquello que lo rodeaba. Pero no se trataba de vanidad. Tal vez le hubiese confiado la historia de mi familia por eso, porque sabía que la oiría de principio a fin y que la guardaría a buen recaudo.

    ¿Era un error? Eso lo decidiría el futuro.

    Tras ofrecerle dirigirnos a la biblioteca, recogí mi taza y acabé su contenido de a sorbos pequeños, observando las flores en la distancia. Hubert aceptó e indagó respecto al material de la biblioteca. Me permití una ligera sonrisa al regresar a sus ojos, depositando la cerámica con movimientos prolijos.

    —En efecto. Estamos hechos de papel, al fin y al cabo. —Comencé a incorporarme, alisando mi falda escolar en el proceso, y lo invité a iniciar la caminata hacia el interior—. Es un gran cúmulo de conocimientos, pero también puede considerarse un salón de trofeos. Por el mismo motivo la mayoría se encuentran en neerlandés. Hay libros en todos los idiomas, de todas las disciplinas, y de todas las épocas. Como si hubiesen congelado una porción del mundo dentro de una habitación.

    Descendimos las breves escalinatas y recorrimos la extensión de césped que conectaba con la galería del casco principal. Pronto cruzamos las puertas y nuestros pasos rebotaron en el eco del mármol y el cuarzo. La reflexión de Hubert hizo un eco sordo y me detuve en el corazón del recibidor, donde giré hacia él y le sonreí.

    —Dame un minuto —pedí.

    Tomé las escaleras que abrazaban la habitación y me perdí por el pasillo a la derecha, donde atravesé multitud de puertas hasta alcanzar la de mi habitación. Abrí, recogí la llave sobre mi escritorio y regresé donde Hubert. Durante mi breve misión, sus palabras habían permanecido frescas en mi mente. ¿De qué forma debía responderle?

    —Por aquí —le indiqué, abriendo una puerta doble hoja de madera que conectaba con otro pasillo.

    Al cerrarla tras mi espalda, una densa capa de sombras se cernió alrededor de las farolas ancladas a la pared. La luz natural se colaba únicamente a través de las hendijas de algunas de las puertas y el ventanal del fondo, distante. Era un espacio poco frecuentado, a decir verdad.

    —Indagar tus raíces más profundas puede considerarse un acto de sabiduría, de valentía o de cobardía, ¿no crees? —murmuré al aire, atravesando el innumerable desfile de habitaciones cerradas—. Hambre de conocimiento, resolución de misterios, desentierro de excusas. Las personas pueden echar un vistazo en su historia para admirar o culpar a sus antepasados. Para sentirse más cercanos a existencias remotas, meros ecos del pasado. Unos lo quieren, muchos lo necesitan. Pero ¿alguien, realmente, lo haría sólo por pura curiosidad?

    La oscuridad era envolvente, la sentía presionarse contra mis huesos y los susurros de Ophelia se deslizaron como hilos invisibles. Las puertas habían menguado y me detuve frente a la única existencia en varios metros. Era, también, una hoja doble de roble oscuro, con pomos de bronce y un fino trabajo labrado en su superficie.

    Beyond the world, how deep does the water go? —murmuré una frase que recordaba, introduje la llave en la ranura y miré a Hubert de reojo, esbozando una pequeña sonrisa—. En el fondo, ¿no somos todos algo egoístas?

    El mecanismo crujió, giré el pomo y corrí el cuerpo, dándole acceso a Hubert. La biblioteca de los Middel era un espacio sumamente amplio, concebido con simpleza, pero que al transcurrir el tiempo se había tornado en un museo retorcido y laberíntico. Las estanterías alcanzaban el techo y corrían en varias direcciones, entorpeciendo su recorrido. El piso presentaba diferentes tonalidades de madera, como olas extendiéndose sobre la costa, y a las farolas lúgubres se unían los trazos de luz provenientes del exterior, de los ventanales que habían sido relegados al fondo del recinto. Un pequeño juego que había sabido entretenerme consistía en seguir el rastro del sol a través de los huecos entre los libros. Los haces se recortaban con claridad y las motas de polvo danzaban bajo el baño dorado.

    Extraje la llave y cerré la puerta, avanzando hacia Hubert. Si nos acercábamos un poco más al corazón de la biblioteca lograríamos divisar el segundo piso, alzado contra los laterales y rodeado por el serpenteo algo anárquico de una barandilla. Este espacio era, a grandes rasgos, un contraste bastante burdo con la prolijidad y la simpleza del resto de la mansión. Cada generación de los Middel había venido aquí a regirse por sus propias reglas, como una torre apilada a ciegas. Era el corazón sucio y caótico de la familia, escondido a simple vista entre decenas de otras puertas similares.

    Y siempre, siempre cerrado bajo llave.

    —Bienvenido.

    Busqué mirar a Hubert, como era ya costumbre, para detallar el matiz de su semblante.


    busqué imágenes que se asemejaran a lo que tenía en mente y no tuve mucha suerte, pero al menos encontré esta que me da vibes de la biblioteca:

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