Pasillo (Tercera planta)

Sentí por un instante el tic en la ceja. ¡En verdad no se había dado cuenta! Pensé por un momento que estaba molestándome pero… era una idiota. Menciono que también era su amigo, eso ya lo sabía pero también era el último al que le preguntaba, o quien sabe si le faltaba más gente. Husmeé en sus ojos cuando bajó la vista al obsequio con un deje de desconfianza, no quería que se burlara de mí o algo similar. Cuando subió su mirada de golpe me cogió de sorpresa, la espalda se me tensó y gruñí mirando a otro lado.

>>¿Al menos te gustaron o no te los has comido? —Murmuré suprimiendo la puta angustia que le tenía al rechazo, sin aceptarlo directamente pero prácticamente dándole la respuesta.

Busqué con qué entretener mis ojos en el marco de la puerta, un manchón sucio o cualquier mierda que no me hiciera mirarla. Imaginaba que había recibido más dulces y no creía que el mío tuviese peso significativo alguno.

 

Lo dicho, yo no era un muy buen punto de comparación para nada, si la gente se desaparecía no la resentía y cuando volvían los recibía como si nada, al menos así era casi siempre. La única excepción a la regla había sido Hikari, se largó cuando Yako la palmó, no dejó a nadie tocarlo y para cuando volvió... Ya nada era igual. Él no era el mismo y yo tampoco y los espacios vacíos de cierta forma me angustiaban, me perseguían. Todavía no sabía cómo verlo a la cara luego de que me hubiese cuidado cuando lo del viejo hijo de puta.

El caso era que con Sasha eso no aplicaba, los vacíos no dolían ni confundían ni alteraban nada. Aunque, ¿a qué me aferraba? ¿A la idea de que tarde o temprano volvería a mí o regresaría yo a ella? No estaba muy seguro.

Me pescó la muñeca, no fue brusca ni nada y atendí a su seña, por llamarla de alguna manera, por lo que estreché su mano. Escuchó mi tontería como siempre hacía y su queja me sacó una risa del pecho.

—¡Puede que lo sea! —afirmé muy convencido—. Quiero decir, ¿quién no querría ser secuestrado por una pelirroja guapísima? Tampoco es tan complicado, ¿o sí?

La dejé balancear mi mano y cuando quise darme cuenta me había soltado para echarme los brazos encima. Quizás me lo imaginara, pero sentí que hubo algo diferente y en vez de preguntar o decir una estupidez, lo que hice fue envolverla también y estrecharla con firmeza. Usé la mano libre para acariciar su espalda con mimo y al oír lo que soltó en inglés se me estiró una sonrisa y afiancé algo más al agarre.

—Y yo a ti, linda —murmuré sin detener las caricias en su espalda, al menos no hasta que ella retrocedió aunque mantuve la mano conectada a su cuerpo—. ¿Qué tan segura estás de no ser una sirena? Solo para responder a la pregunta tendremos que ir a la piscina, eso es lo que opino, así que apúrate porque no puedo vivir con esta duda.

No me tardé nada en regresar la sintonía de estupideces, obvio, y busqué su mano para tomarla y empezar a caminar. Bien que le puse prisa, pero al iniciar la marcha en verdad no nos apuré ni nada, nos fui guiando por el pasillo con calma, y le dediqué caricias en la mano. Procuré no mover mucho la bolsa para no despelucar su regalo antes de dárselo.

—¿Si fueras sirena entonces en vez de secuestro, no sería algo así rollo naufragio? Aunque para eso me falta un barco, ¡no tengo un barco, Sasha! Lo que sería justo, ya que tú no tienes cola de pescado. —De la nada estaba divagando—. Somos malos protagonistas de peli de fantasía, ¿te has parado a pensar en eso?

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sasha, tú y yo: *fallecidas porque hace mucho no se hablaban*
arata, mi amigo el mononeural: pero cómo sabes que no eres sirena?!?!?1

 

Largos días de silencio y soledad. Era todo cuando existía en mi nueva vida en Tokio. Nadie hablaba en casa, encerrados todos entre nuestros frágiles muros. No había promovido otras charlas en la academia, lugar donde me limitaba a centrarme en mi misión de ser una más del montón, que no destacase en nada. No rechazaba una buena conversación si surgía la oportunidad… aunque esta estaría siempre condicionada por una barricada hecha de cortesía.

Pero… Koemi y Ryuuji también estudiaban en esta institución, por obra de algo que podía definirse como una casualidad extraordinaria, supongo. Saberlos aquí, en distante convivencia, ponía en entredicho la existencia que buscaba para mí… Me traía culpa y angustia, ya que sabía lo injusta que estaba siendo con ellos al ignorarlos de este modo, al quererlos apartados de mí. Como si tuvieran la culpa de mi pasado.

Precisamente ellos, los únicos que elevaron su voz para defenderme de las acusaciones en mi vieja escuela.

Para colmo de males, lo de la White Week… no hizo más que alimentar la presión que me lastimaba el pecho. En el fondo de mi ser, maldecía a quien fomentó esta idea, que me mantuvo batallando por cinco días en la indecisión de si regalarles algo o no a esas personas… De modo que llegué al viernes cansada por este choque interno, del anhelo contra mis miedos.

Al sonido de la campana del receso, me quedé en mi salón corrigiendo apuntes. Planeaba armar un plan de estudios para este fin de semana y para las vacaciones de verano que se avecinaban, y luego almorzar durante los minutos finales del descanso, supongo.

Pero fui interrumpida…

—Ejem…

Mis dedos se tensaron sobre el cuaderno. Podía reconocer esa voz en cualquier parte del mundo, no importaba que fuese un simple carraspeo. Con mi corazón volcado en pena, alcé lentamente la cabeza, hacia la chica que se había detenido enfrente mío. Allí estaba Koemi de pie, con una pequeña bolsa en sus manos. Me sentí peor al notar que se trataba de bombones, o tal vez fue porque ella no sonreía como hacía siempre. Se veía tan cansada como yo.

—Koe-chan —dije, modulando la voz para erradicar cualquier vestigio de angustia— ¿Qué sucede…?

La pregunta fue torpe en sí misma: era obvio por qué estaba aquí, ante mis ojos. En silencio, la chica estiró la mano para dejar a mi alcance su bolsa. Hice un nido con las manos, en automático, para que allí depositara con cuidado.

Los labios me temblaron. En mis ojos hubo tristeza, y no advertí que esta reacción pareció molestar a Koemi. Cuando hice ademan de hablar, ella me interrumpió apartando la mirada.

—No hace falta que me des nada a cambio —escupió, como si me hubiera leído el pensamiento—. Sólo quería hacer esto, ¿vale? Sin compromisos ni rencores, ¿ok?

Perdóname.

Asentí, no pude hacer otra cosa, y la vi marcharse con paso firme. Miré la bolsita en mis manos y, algo aturdida, yo también opté por salir del salón. En el proceso, olvidé el bento que guardaba en mi bolso, aunque de todas formas acababa de perder el apetito.

En el pasillo, abrí una de las ventanas para que un poco de brisa acariciara mi rostro. Fue tan dulce el tacto del aire haciendo mecer los extremos de mi cabello, que me calmó lo suficiente, como para que las lágrimas no brotaran. Dejé ir en largo suspiro y me quedé allí sin más, contemplando con melancolía las afueras, mientras sostenía la bolsita de bombones entre mis manos, contra mi vientre.

Como si los abrazara.

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Insane Acá te dejo a la muchacha

 

Cuando soltó el móvil de sopetón noté que estaba por escribirle a alguien, me pregunté si terminé asustándola por lo mismo y la idea se me hizo desagradable, fue extraño el que no quería espantarla, lo cual era ridículo porque siempre me había dado igual la percepción o lo que evocaba a mi alrededor, me solía tener sin cuidado. Me quedé un poco quieto, medio enterrando la mano libre en el bolsillo en lo que recibía su sonrisa, dulce de por sí.

Aceptó mi propuesta aunque pareció dudar sobre algo, luego que sujetó un instrumento musical me pregunté si pensaba regresarlo a algún lugar en el camino o si era de ella, y en caso tal si sabía tocar o simplemente lo llevaba para iniciar a hacerlo. La esperé en lo que sacaba su almuerzo y ya luego mencionó que le apetecía almorzar fuera, eché entonces la vista por una de las ventanas al girar la cabeza y noté el día cálido.

Regresé mi atención visual a ella al sentir su tacto, su sonrisa pareció iluminar más la sala. Una pequeña línea de suficiencia apareció en mi rostro, aunque no demoró en difuminarse para girarme y empezar a caminar.

—¿Algún lugar en particular al que quieras ir? —pregunté en lo que salíamos del salón de clase, fijando el ascensor al no apetecerme utilizar las escaleras. Presioné el botón—. Bien, todo normal —estaba por quedarme callado pero la miré de reojo, y bueno, terminé preguntando—. ¿Y tú?

Había sido extraño, me pensé no ir a la escuela, ya mi hermano me lo había anticipado. Allen estaba preparando algo, y yo no estaba seguro de querer recibirlo... es decir, era preciosa, le tenía mucho cariño y la respetaba con mi alma, pero sentía que lo que había estado evitando comenzaba a estirarse a cierto punto del cual no quería manejar, no aún. Al sonar el timbre la vi empezar a recogerse el cabello, me había dejado un mensaje de que si podíamos irnos juntos luego de clase, a lo cual respondí que sí, como de costumbre, pero también mencionó que quería darme algo y solo pensé... que no sabría recibirlo.

Quizá me estaba haciendo un lío absurdo en la cabeza; me había pedido antes el receso pero al parecer su madre quería hablar con ella y logré zafarme de, de lo que sea que presentía. Salí del salón de clase un poco tenso, me despedí de ella y al pasar el marco terminé tropezándome, colocando las manos para no irme de cara, pero sin culpa terminé lastimando a alguien. Me enderecé y de inmediato me excusé aunque me estaba dando la espalda:

—Lo siento, no fue mi intención... —alcé las cejas al creer reconocerla de semanas atrás en el ascensor—. ¿Nakayama? Tanto tiempo, disculpa de nuevo —me sonreí, amplio aunque con duda—. ¿Te lastimé o algo?

 

¿Era esto lo que me hacía falta para dejar atrás la necedad? Por más que Koemi me avasallara con la afirmación de que no quería nada a cambio, bien sabía yo que sus deseos no se alineaban con las palabras proferidas. La conocía desde que éramos pequeñas: adoraba lo salado y dulce por igual, cualquier chuchería era capaz de poner a raya su carácter mayormente huraño. Sentía, con esta bolsa en mis manos, que no podía permitirme que las cosas quedaran así, en desigualdad.

Tuve un inicio de debate mental, plagado de dudas que se estrellaban contra mi intento de iniciativa… Cuando, sin previo aviso, un ligero impacto azotó mi espalda. Sentí el peso ajeno sobre mi cuerpo, tan repentino que se me escapó un grito fugaz de la pura alarma, del susto, y me tapé la boca con un rubor en las mejillas. En el medio de la confusión, la bolsa de lo bombones había bailoteado peligrosamente sobre mis manos pero logré impedir que se precipitara al otro lado de la ventana abierta, lo cual habría sido una catástrofe en muchos sentidos.

Me volteé, la confusión marcando mi semblante. Me descubrí los labios al reconocer su rostro, principalmente por sus ojos del color de la miel. Lo noté tan sorprendido como debía estarlo yo, mas logré recomponerme lo suficiente rápido como para concederle una sonrisa cortés.

—Kasun-san… —dije con una leve inclinación, sin advertir que ahora aferraba la bolsa de chocolates contra mi pecho; luego negué con la cabeza, ante la pregunta de si me había herido—. No te preocupes, me encuentro bien. Me he asustado, como mucho —confesé, avergonzada, y luego lo miré— Está claro que fue un accidente, supongo.

Mientras hablaba, usaba la mano libre para juguetear distraídamente con los extremos de mi cabello.

—¿Cómo has estado? —opté por preguntar, serena— Como bien dijiste, pasó un tiempo desde la última vez que coincidimos.

 

Sentí tranquilidad cuando afirmó que había sido solo el susto, por lo que respiré con calma, risueño en sí. No había notado lo que traía en las manos hasta este momento, en donde los aferraba contra el pecho y pensé que esperaba no haberlos estropeado, pero tampoco quería mencionarlo, quizá eran de una persona muy querida y no me concernía.

—Me alegra que solo fuese un susto —teníamos miradas encima de por sí por el grito, y algo de vergüenza me sucumbió en las mejillas aunque fingí que todo estaba normal para no molestarla más de lo que ya había hecho—. Bien, todo en orden, bueno, las clases ya sabes, algunas se entienden otras no tanto. Los deportes diez de diez y... no me he enfermado hace ya mucho, así que bien, ¿y tú? ¿ya te has adaptado?

Enterré la derecha en el bolsillo, sintiendo los billetes por lo que recordé:

—Oye, ¿trajiste almuerzo? ¿quieres almorzar conmigo? —fue una pregunta tras otra pero seguía algo inquieto con lo de Allen, y mi prisa al salir de clase -lo del accidente-, tenía que ver con que quería irme del edificio—. Pensaba bajar, comprar e ir al área de la piscina. No te he preguntado pero ¿te gusta estar al aire libre?

 

Kasun era ciertamente expresivo en sus ademanes, que eran risueños y amables en su mayoría, cosa que me había dejado una buena impresión de su persona. Recordé esto en cuanto el alivio se manifestó en su semblante al saber que no me había lastimado… y esto también me permitió ser testigo del rubor de sus mejillas que, a su vez, me hizo advertir el hecho de que teníamos algunos ojos encima. Esto sólo podía explicarse por el ligero grito que había soltado por el susto previo… Lo que me hizo bajar la cabeza, tan abochornada como él.

Kasun se permitió explayarse al responder mi pregunta, lo cual nos permitió escaparnos de nuestra incomodidad. Asentí al oírle decir que algunas clases se entendían mejor que otras, comprensiva en apariencia. Yo no tenía dificultades para seguirle el paso a todas las asignaturas, ya que me esforzaba con diligencia en los estudios, más por la reputación familiar que por mí misma. Pero sí era cierto que, en algunas materias, debía poner un empeño extra para aprehenderlas.

No obstante, fue su mención a los deportes lo que me hizo alzar la cabeza con un interés que, a mi pesar, fue más obvio de lo que hubiera querido. Lo de que llevaba tiempo sin enfermarse también tuvo cierto efecto, más de curiosidad, pues me pregunté si acaso sería frágil de salud a pesar de su aspecto animado. Esperaba que no fuese el caso.

—Podría estar mejor —admití, pues no vi por qué no ser un poco honesta—. Tantos cambios juntos cansan bastante el primer mes, pero diría que me estoy adaptando con menos dificultades de las que temía. Ya me siento cómoda en la escuela —completé con otra sonrisa, sintiéndome un poco culpable por la mentira del final.

La bolsa de chocolates me pesaba sobre el pecho. No la merecía.

Su invitación me hizo parpadear en principio, aunque no tardé en asumir que una propuesta tan espontánea debía ser algo típico si venía de una persona de la naturaleza de Kasun. Su idea era comprar algo e ir a la piscina, aunque luego pareció preocuparse por el detalle de si me gustaban los espacios exteriores. Sentí un poco de ternura por sus esporádicas reservas, pero no la suficiente como para que se notara. Igualmente, mi sonrisa se amplió, a la vez que asentía.

—Claro, hace un lindo día —respondí con cordialidad, recordando en ese momento que había dejado mi almuerzo en el salón— Yo…

Hice un paneo visual del pasillo… con la mala suerte de reparé en que una chica rubia, de mi clase, estaba haciendo exactamente lo mismo. No supe si cruzamos miradas por accidente, pero me dio algo de vergüenza la posibilidad de que otra vez estuvieran reparando en nosotros por mi grito. Además… ¿parecía enfadada…? ¿Nuestra presencia le estorbaba?

—Yo también planeaba bajar a comprar algo, así que ahora compartimos un objetivo —completé, disimulando mi inseguridad— ¿Vamos bajando? —mientras preguntaba, lo invité a enfilar hacia las escaleras con discreto gesto de mano. Al empezar a atravesar el pasillo, aproveché para soltarle la pregunta que quería hacerle:

>>Dijiste que te va a bien en los deportes —mencioné— ¿Hay alguno en especial que sea de tu agrado? Que lo disfrutes por sobre los demás, supongo.

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Podés ir arrastrándolos <3