Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Me estaba peleando con mis propias ideas sobre mi vulnerabilidad, pero también estaba luchando con la idea de soltarle apenas una fracción ínfima de mis problemas a una niña de quince años. Volvíamos al mismo embrollo del invernadero, quizás me callaba y luego acudía al exceso porque era más aceptable que soltarme a llorar, ¿pero no acababa llorando de todas maneras? Ahora no es que fuese a iniciar otra sesión de llanto con Beatriz, solo estaba siendo honesto, para variar. Seguía siendo incómodo y extraño, todavía sentía la necesidad de retroceder, de levantar las paredes y encerrarme, pero si no aprendía nada de esto... Si no sacaba nada en limpio, ¿entonces qué me quedaría luego?

    Encima de todo, no sabía si merecía la paciencia de esta niña.

    Pues no merecía la de ninguno de los demás.

    A pesar de todo, cada vez tenía más claro que si alguien podía entender este revoltijo de mierdas que sentía o al menos lo desproporcionado que parecía, más allá de Anna, era esta niña. Era menos intensa en el exterior, menos volátil, pero la manera en que sus emociones se le escapaban de las manos demostraba que poseía el mismo defecto o don que yo, dependiendo de como uno quisiera verlo. Últimamente parecía más lo primero.

    Entre todo pude sacar que la comida me ponía contento y supuse eso era mejor que nada, pero mantuve la vista baja y continué entreteniendo las manos, incapaz de alzar a mirarla. Escuché su suspiro, empuñé parte de la chaqueta y le fui dando vuelta y me limité a escucharla, me esforcé por oírla de verdad, evitando que sus palabras flotaran lejos o se extinguieran contra la pared que yo levantaba. No supe si fue bueno o malo, porque me revolvió más las emociones, y por ello no respondí en voz alta, me limité a respirar y asentir con la cabeza.

    No iba a sacar todos los trapos sucios con Bea, era un sinsentido y tardaría una eternidad, así que sencillamente le di la razón y así, por fin, pretendí dejar la sukajan quieta. Me di cuenta que pretendió buscar mis ojos, pero yo seguía como caballo con anteojeras y mientras Bea hablaba fui alcanzando la bolsa donde había traído su regalo, sin dejar de escucharla.

    —No soy bueno hablando de mí mismo, mucho menos cuando hay algo que me hace sentir mal de por medio —apañé luego de unos segundos—, tampoco tengo idea de cómo cambiar eso, pero quiero dejar de lastimar a las personas. A mis pequeños soles, ¿recuerdas?

    Busqué su silueta con el rabillo del ojo, creí vislumbrar parte de su sonrisa y dejé escapar el aire en mis pulmones en algo que se pareció más a un bufido que un suspiro. Sacudí la cabeza, los rizos que no me había molestado en arreglar por la mañana que estaban o esponjados o estirados siguieron el movimiento, fue como si pretendiera sacarme a mí mismo del embrollo de pensamientos, y extraje la caja de chocolates de la bolsa.

    —Gracias, Bea —dije en voz baja, estirando la mano en su dirección para que tomara la caja.

    Era celeste, ni modo, y la cinta era de un azul oscuro. Encima le había pegado stickers de varias cosas, algunas estrellas, algunos gatitos y un par de flores. Adentro estaban los bombones, mezclados de chocolate con leche, amargo y blanco, había dejado algunos con relleno de fresa, los de caramelo y otros sin relleno, porque sí. Al final metí la mano a la bolsa de nuevo y extraje la tontería que había comprado para ella, haciendo un esfuerzo monumental para no pensar en las cosas de ayer que nunca llegaron a su destino, era un llavero de gatito que me había parecido cute.


    el llaverito en cuestión es así
     
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    Bruno TDF

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    Aún cuando nos encontrábamos con la mirada caída, enfocados en nuestras propias manos, una parte de mí confiaba en que mis palabras eran escuchadas. El canto de Cayden, tal como dijo él en el invernadero, levantaba una cueva de tranquilidad a su alrededor, donde tal vez nada podía tocarlo. Aún así, guardaba la esperanza de que mi mensaje lograse alcanzarlo, filtrarse en alguna grieta en las paredes de roca. No porque tuviese confianza en la fuerza de mis dichos o sintiera la necesidad de que me prestara atención…Si no que… Él y yo nos parecíamos, pues compartíamos dolores similares y el torbellino de nuestras propias emociones. Esa comprensión mutua tendía un puente entre nosotros que, a lo mejor, resistía cualquier vendaval, ¿tal vez? A mí… me dolía no poder hacer mucho más por él, de la misma forma que me angustiaba no tener herramientas para detener el dolor físico de Rowan, y sólo podía ofrecerle esto: mis palabras. El aceptar y reconocer su tormenta, aún si desconocía su origen; y además de eso, ser agradecida con su voto de confianza.

    No hallé su mirada en cuanto la busqué, Cay se mantenía esquivo ante ciertos vínculos. Reprimí el suspiro que me quiso abandonar el pecho, mientras le seguía hablando. No tenía motivos para angustiarme ante su actitud actual, en lo absoluto; pues yo misma acababa de mencionarle la dificultad de exponer la vulnerabilidad. Esperaba que, al menos, entendiera que jamás encontraría de mi parte ningún tipo de pregunta o de presión. No pensaba hacerlo, a sabiendas de que podría incomodarlo o profundizar su malestar…. Y, sobre todo, porque me dolía la sola idea de alejarlo por culpa de mi imprudencia…

    Aún así, Cay reconoció que no era bueno hablando de sí mismo. Me había quedado algo de esa impresión en el invernadero, tras la plática sobre lo que estudiaría tras su graduación. Su cuestión empeoraba cuando existía algo que le provocaba malestar, y dijo que no sabía cómo cambiar ese aspecto suyo. Lo que más llamó mi atención fue su afirmación de querer dejar de lastimar a las personas… Ante lo cual me pregunté si, acaso, se refería a algo de larga data o a hechos recientes, ¿tal vez?

    Pensé, involuntariamente, en el chico de la guitarra. El de los cabellos celestes.

    Guardé silencio durante sus palabras. No obstante, que nombrara a esas personas como sus “pequeños soles” me dio tanta ternura como tristeza, emociones que se vieron en la sonrisa que le dediqué. Había muchas cosas que a lo mejor nunca sabría, de la que sólo tendría pistas etéreas, pero… al menos, Cay mostraba la voluntad de querer cambiar algo, aunque no supiese cómo hacerlo. El peso sobre su cuerpo parecía ser mucho más grande de lo que imaginaba. Por eso, también pensé que el hecho de que se pusiera contento por la paella de mi madre era, de cierta forma, un diminuto consuelo en medio de tanto pesar…

    Y no sería el único consuelo, ¿tal vez?

    Ya que… en lo que hablaba, me extendió una caja, celeste como el cielo, decorada con un lazo azul. Mi sonrisa se amplió ligeramente cuando la recibí en mis pequeñas manos y me quedé mirándola, sin más. Justo como sucedió con Jez más temprano, que Cay hubiera mencionado un “regalo” unos instantes atrás, había vuelto evidente de qué se trataba, y sin embargo… Apreté los labios, en un vano intento por retener la calidez que quería embargar mi cuerpo. Posé la caja sobre mis rodillas, suspirando largamente, acariciando su tapa con los dedos. Mi intención inicial fue bajar la mirada hacia allí, con la esperanza de que huir de su mirada me permitiera controlarme. Cay no me había visto reaccionar frente a los regalos de Rowan y Hubert, y aún así me resultaba vergonzoso que mis emociones se siguieran desbordando por unos chocolates.

    Pero era lo normal, ¿tal vez? Sentirse así por recibir un presente de alguien a quien apreciabas.

    A quien empezabas a querer como a un hermano.

    Tampoco sabía si era justo, considerando cómo se encontraba Cay. Me intenté convencer con que, si él se había puesto contento por la paella, no estaba mal si yo me ponía igual por estos chocolates, ¿tal vez?

    Pero… eso no fue todo… Cay dejó a mi alcance algo más, lo que me obligó a levantar la mirada. Contra mi voluntad, mi sonrisa continuó ampliándose, lentamente, mientras notaba que su obsequio era un adorable llavero con forma de gatito. La ternura me cruzó el semblante, mi gesto me entrecerró los ojos y, con ello, una capa de lágrimas me empañó la mirada. Al mismo tiempo, me ruboricé, muerta de vergüenza. ¿Por qué… tenía que ser así de sensible…?

    —Es… precioso… —murmuré, tomando el regalo entre mis dedos para verlo más de cerca— Creo que… se verá muy bien en mi maletín… ¿tal vez? —miré a Cay, con cariño— Gra… Gracias, lo adoro… Yo… También te traje algo…

    Me enjugué las lágrimas rápidamente, aunque en verdad sólo esparcí la humedad por mis mejillas. Acto seguido, desvié la atención a mi propia bolsa… Para darme uno o dos segundos con los que serenarme y, a su vez, sacar de allí la cajita dorada con un moño blanco. En su interior, había bombones que tenían forma de huellas. De huellas de gato, casualmente. Estaban rellenos con caramelo y café, y eran hasta el momento los que mejor nos habían salido a mi madre y a mí.

    Se la extendí a Cay.

    —Espero que te gusten… —dije, tímidamente—. Gracias por tus regalos, Cay-senpai, y también por… por ser mi amigo, por formar parte de mi vida… Ya te lo dije en el invernadero, ¿recuerdas?, que disfruto mucho tu compañía y acompañarte. Y siempre recuerdo la broma del big bro… En su momento me dio mucha ternura…

    Me sequé los restos de lágrimas con la manga del abrigo y le sonreí, levemente.

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    Si había algo que intentaba hacer cuando recuperaba algo de sobriedad emocional era escuchar, atender a las cosas que me decían las personas que quería, pero tarde o temprano volvía a tropezar. Ponía en duda mis propias emociones y sin querer hacía lo mismo con las voces de los otros, incluso cuando eran más claras que la mía. Era necio de mi parte y terriblemente frustrante, pues sabía que mucho de ello surgía del eco de mi propia voz... Y ya no quería esto. No quería mentir ni sentir que me mentían, ¿pero entonces qué? ¿Debía solo sentarme a aceptar que era frágil, que estaba herido y no dejaba de sangrar? Iba a desmoronarme.

    Era más fácil pisar el acelerador, pretender que podía dejar atrás lo demás y noquearme uno, dos, tres días. La noción se emparejó a los pensamientos iniciales cuando vine a sentarme aquí, así que tuve que barrer todo bajo la alfombra y concentrarme en lo bueno o lo que al menos era normal ahora mismo: el almuerzo y los regalos.

    Vi a Bea aceptar la caja, la forma en que acarició la tapa me hizo pensar en cómo yo había recibido el obsequio de Hubert y una parte de mí, confundida y dolida, quiso... Sentí la necesidad de buscarlo, de estar con él y poder calmarme algunos minutos, de ser egoísta y pedirle un abrazo otra vez, pero eso también tuve que barrerlo. No era el momento, puede que ni siquiera fuese el sentimiento correcto por la forma en que estaba conectando puntos yo mismo y por la niña que tenía frente a mí.

    En su defecto, procuré no mirar demasiado a Bea para dejarla procesas su propio asunto, pero le alcancé el llavero de gatito y la ternura le alcanzó las facciones. Le dio vergüenza, pero también se le empañaron los ojos y sonreí sin darme cuenta, por ello fue menos automatizado, más genuino y sobre todo más centrado.

    —Puedes ponerlo donde quieras —convine, mi sonrisa se amplió al ver el cariño en su mirada.

    La pobre pretendió enjuagarse las lágrimas, aunque no hizo más que esparcirlas y no dije nada. La caja que extendió hacia mí era dorada y me quedé mirándola, nada más que eso. Al abrirla noté de inmediato la forma de los chocolates así como el aroma a caramelo y café y mi sonrisa se tiñó de ternura, no pude evitarlo. Pensé en el gato chueco que le dibujé, ahora en el llavero y en la foto de Kumo.

    —Están hermosos —dije en voz baja, un poco absorto en el obsequio.

    Estaba el regalo de Hubert, el de Bea, el de Ilana, también los bombones de Emi... y pensé que quizás fuese demasiado egocéntrico de mi parte pedir más de cualquier persona, porque tenía esto y nadie podía quitármelo. Estaba muy agradecido incluso si ahora me sentía triste y vacío por momentos; los nuevos amigos que tenía eran buenos, puede que demasiado.

    Las palabras de Bea me provocaron un bochorno, su sinceridad era inmensa y puede que también fuese malo con esas cosas, con las emociones transparentes. Me apenaba mi amor desmesurado, mis reacciones algo infantiles y también que las personas me regresaran algo de todo eso. Sin embargo, era eso a lo que debía aferrarme, pues era allí donde existía la mejor versión de mí mismo y también la más honesta con los otros.

    —No hace falta que me agradezcas nada —murmuré cuando pude hilar pensamientos de nuevo y tapé con cuidado los chocolates—. Y sobre lo otro... Simplemente me nace, big bro o no, lo dije ese día somos parecidos, ¿no? En varias cosas y por eso me gusta acompañarte, ver tus esfuerzos y recordarte que, a veces, también hace falta detenernos.

    Aunque yo no escuchaba mis propios consejos ni una sola vez.

    Tomé aire y dudé, de nuevo tuve que detenerme a luchar conmigo, mis emociones y mis pensamientos. Con la sensación de estar contaminado, con el exceso, el egoísmo y el vacío que había sentido ayer en las manos. Con la idea, quizás descabellada, de que también podría llevarme puesta a esta niña. Me despegué del tronco del árbol a mi espalda, dejé la caja a un lado junto a la chaqueta y estiré el brazo hacia Bea luego de haber girado el cuerpo para quedar más o menos enfrentado a ella, encontré uno de sus hombros y la atraje a mí en un abrazo.
     
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    Ya no había nada que pudiese hacer ante la vergüenza que me traían estas lágrimas. Ya estaba visto que, además de tímida y ansiosa, también era una chica muy sensible, a veces hasta puntos intensos que me convertían en un libro demasiado abierto. Era bochornoso, pero, ¿existía en verdad motivo de reproche para momentos como el presente? Aunque estaba sobrepasada por mis emociones… La sensación era cálida, dulce y despertaba en mí un inmenso cariño.

    No se trataba de las lágrimas solitarias del pasado.

    Ya no más.

    Por sobre todas las cosas, esta reacción de la que me avergonzaba… pareció encender algo en Cay, ¿tal vez? Yo… no me había cuestionado las primeras sonrisas con las que me recibió, jamás se me ocurrió que fuesen un acto automático. Sin embargo, la manera en que sonrió ante la ternura de mi semblante… fue más iluminada, ¿tal vez? Fue lo que creí notar al otro lado del cristal que me cubría los ojos, y eso me permitió olvidarme del bochorno que acaloraba mi rostro. Me dio más ternura, me provocó un cariño mayor al que ya estaba experimentando, y sólo logré asentir cuando me dijo que podía colocar mi llavero donde quisiera. Mi decisión estaba tomada: lo luciría en mi maletín, desde hoy mismo, al salir de clases.

    Tomé el impulso de esta ocasión, y del empuje que me daban mis emociones, para entregarle mi caja de bombones. A todos mis amigos les había dado una igual, de un dorado agradable y ligeramente brilloso. Para mí, el color tenía un significado algo especial, pues me hacía pensar en el sol y sentía que era como regalarles una parte de él. Un trocito de sol para mis pequeños soles, ¿tal vez? Cay, como yo, se tomó un momento para contemplar su obsequio pero, a diferencia mía… lo abrió. Mi corazón dio un ligero brinco, sacudido por algo que podía definirse como expectativa. Permanecí atenta a su mirada mientras observaba las huellitas de chocolate, hasta que dijo que la definición que les dio, al decir que eran hermosos… suavizó mi semblante.

    Así fue como le expresé mi gratitud y aprecio por su amistad. Lo hice con esta sinceridad que también me caracterizaba… tan pura e incontenible, como mis emociones. Primaba, por sobre todo, el cariño que tiñó cada una de mis palabras. Cay y yo nos habíamos conocido en una circunstancia accidental que no tardó en tornarse caótica, cargada de emociones densas en las que luego nos vimos reflejados. Fue una forma bastante… peculiar… de entablar un vínculo con alguien. No fue lo más idea, ¿tal vez…? Pero creía que era eso, precisamente, lo que le había dado fuerza al lazo que nos unía. Èramos empáticos y comprensivos con nuestras tormentas, reconocíamos en el otro la dificultad que traían, lo mucho que llegaba a doler… Porque nos parecíamos en ese sentido. Creía que esa emocionalidad nos permitía… apreciarnos con sinceridad, ofrecernos un cariño y apoyo fraternales, ¿tal vez?

    Si me detenía a pensarlo… no sería tan descabellado afirmar que quería a este chico.

    A Cay lo alcanzó la vergüenza, pude percibirlo. Cuando dijo que no hacía falta que le agradeciera nada, mi sonrisa se amplió un poco más e hice una leve negación con la cabeza, en un movimiento casi imperceptible. Fue una involuntaria insistencia sobre mi punto, porque estaba realmente agradecida con él. Por su comprensión, por sus charlas y consejos, por cada abrazo que me había dado. Si debía ser sincera, en este momento me daban ganas de abrazarlo, pero no lo hacía frente a la falta de certezas sobre su espacio personal, en relación al malestar que llevaba consigo. Así que sólo permanecí escuchándolo, y al recibir cada palabra mis sonrisa tembló ligeramente, anunciando otra más que probable capa de lágrimas. Asentí, visiblemente contenta y emocionada. Si no hablé al instante, fue por el nudo en la garganta que me mantenía muda…

    Bajé la cabeza para pasarme la manga del abrigo sobre los ojos, y tomé una larga bocanada de aire para regularme. Esto le dio a Cayden el espacio suficiente para tener su momento de duda y, luego, posicionar el cuerpo. Fue al alzar la mirada cuando noté que se había acomodado de un modo tal que quedó casi enfrentado a mí, y vi que cómo me alcanzaba con uno de sus brazos. Me dejé llevar hacia su cuerpo y estiré mis brazos al instante, para envolverlo de la mejor forma que pude, por la posición. Mis manos encontraron su espalda y dejé caer la frente en uno de sus hombros, relajando mi cuerpo. Al mismo tiempo, fui consciente del inmenso alivio que me embargó.

    Permanecimos varios segundos así, en silencio. Había dejado mi bento, la caja de chocolate y el llavero de gatito a un costado, para concentrarme así en este abrazo. Mis manos acariciaban la espalda de Cay en movimiento cortos, tímidos, que pretendían serle reconfortantes. Yo… En ese momento… También tuve mi momento de duda… Recordaba nuevamente su relación con la música, pensaba en la tranquilidad que ésta le traía… Así que… Me pregunté si algo como eso… Le serviría… P-pero me daba m-mucha vergüenza…

    Tragué saliva con dificultad. Entonces… empecé a… a tararear lentamente. Me habría gustado cantar algo, p-pero eso estaba demasiado lejos de ser una opción. En cambio, manteniendo los labios cerrados, empecé a entonar las melodías de una música cuyo origen se me perdía, pues no recordaba bien dónde le había escuchado o aprendido. Pronto sentí que mi rostro se encendía, que las mejillas me quemaban, pero pude seguir adelante ya que no había quitado mi rostro del hombro de Cay. Elevé mi música para él, para traerle la tranquilidad que debía estar anhelando. Lo estreché un poco más hacia mí, sin detener el suave y delicado tarareo.

    No supe cuánto duró. Sólo conté con la certeza de que fue menos tiempo del que me hubiese preferido, ya que el bochorno terminó ganando la pulseada. Hacia el final, mi canto fue levemente atropellado y pronto callé.

    Me aparté de Cay con el rostro aún ruborizado. Suspiré, como si el tarareo me hubiese implicado cierto esfuerzo físico, y alcé los ojos tímidamente hacia los de Cay. Pese a todo, emergió en mi labios una pequeña sonrisa, donde se mezclaron la vergüenza y el cariño.

    —Cre… C-creo que ya podemos empezar a comer, ¿tal vez? —dije, tomando el bento de la paella.


    Imaginá que Bea tarareó algo parecido a esto, por algunos segunditos nomás:

     
    Última edición: 16 Septiembre 2025
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    Zireael

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    Seguía sin ser capaz de brindarle a mis propias emociones la misma compasión que le entregaba a los otros, entendía las lágrimas ajenas, la vergüenza, la ira y quién sabe cuántas cosas más, pero en cuanto debía ser flexible y comprensivo conmigo mismo todo se me desbarataba. No sabía bien dónde estaba el error, la suerte de grieta primigenia o solo Dios sabría qué, pero no podía separar el don de la maldición y empezaba a desgastarme. Llevaba semanas ardiendo y solo ahora podía oler todo lo que estaba quemándose.

    El chispazo de lucidez o de honestidad no fue notorio para mí mismo, tampoco parecía ir a durar demasiado de por sí, aunque puesto en perspectiva, ¿qué duraba en realidad? Todo era humo al viento, la gente se iba o se moría y los restantes seguíamos aquí. Algún día quizás me acordara de esto y fuese igual de efímero que lo demás, pero a su vez, también, se negaría a dejarme alguna vez. No olvidaba y entonces todo me perseguía.

    ¿Qué habría dicho Yako viendo este desastre?

    Me lo pregunté en un espacio entre la repartija, la apertura del obsequio y las emociones de ambos, revueltas aquí. Kaoru estaba sepultado y ya no podía preguntarle qué hacer o cómo o por qué nos había juntado para empezar, si quizás había sido siempre así de evidente o todo se me había salido de las manos ahora. Puede, también, que no fuese tan importante. Puede que en lo efímero y aparentemente pequeño existiera también belleza y calma. Las palabras, después de todo, podían perderse en el viento.

    Hablé sin esperar una respuesta por parte de Bea, consciente de que estaba conmovida y luego me decanté por el abrazo. Me dejó hacer y tuve la sospecha lejana de que tal vez habría querido iniciar un gesto así ella misma antes, pero la verdad era solo una suposición. Sentí sus manos en la espalda, su rostro en el hombro, después sus caricias y me concentré en respirar, nada más que eso. La estreché con cierta firmeza y la habría soltado, pero entonces... Me alcanzó su tarareo. Recordé mis propias palabras, para variar, lo que había dicho sobre la música y entonces la voz de esta niña rebotó en la roca de la cueva. Algo vibró en otra frecuencia, una menos destructiva, y si no se me llenaron los ojos de lágrimas era porque ayer me había quedado vacío.

    De todas formas tomé aire, cerré los ojos y esta vez fui yo quien le dedicó una caricia en la espalda, sobre el abrigo rojo. Lo hice porque sabía que debía darle vergüenza, pero lo estaba haciendo por mí... Porque lo hacían por mí y a veces mis emociones sepultaban los intentos de los demás. El de mi madre y mis tíos por sostenerme, el de Ko por contarme lo que le ocurría y el de Vero al mostrar empatía.

    La melodía de Bea no duró mucho, pero tampoco fue necesario, se atropelló un poco y guardó silencio. Mantuve el abrazo unos segundos y al percibir que iba a apartarse se lo permití, aunque mis manos se deslizaron por sus brazos hasta sus muñecas, sobre el abrigo todavía. Siquiera reparé en su sonrojo, era lo de menos, y recibí la timidez de su mirada y la vergüenza y el cariño de su pequeña sonrisa. Mi tacto descendió un poco más y estreché sus manos con suavidad, en silencio.

    —Gracias —murmuré dándole un apretón suave—. Recordaste lo que dije, ¿cierto? Eres atenta y protectora, esas, así como la amabilidad y la paciencia, son cualidades preciosas.

    No pude guardármelo incluso si corría el riesgo de matarla de vergüenza, simplemente quería que lo supiera. Veía cosas buenas en las personas, cosas que ellos a veces no podían, y aunque mis fragmentos estuvieran agrietados, esperaba poder regresarles algún reflejo. Era lo menos que podía hacer o lo único, no estaba seguro.

    No mucho después la solté y asentí con la cabeza a lo que dijo sobre la comida, puede que no pudiera comer demasiado, tenía el estómago anudado, pero no podía rechazar la paella de Lucía Castillo, ¿verdad? No podía rechazar el amor que otros compartían conmigo, pues eso también era una injusticia.

    último post porque la vida está llena de tragedias JAJAJ

    los quiero mucho <3 mis bebitos de la inestabilidad emocional (?) gracias por la interacción, Bru, estuvo chikita pero divina uwu
     
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    Zireael

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    Sus respuestas eran escuetas y aunque me gustaba pasar tiempo con él, había algo en eso que también era frustrante y casi hiriente. No decía que esperara que hablara como una cotorra ni nada, pero ni idea, me costaba definir qué le interesa o no de lo que le decía o si solo me escuchaba porque no tenía opción. Era contradictorio y algo agotador, pues estábamos aquí porque me había invitado a almorzar él. La iniciativa era suya.

    En la máquina asentí cuando me dijo que quería té negro y como mi intención era invitarlo de por sí, coloqué las siguientes monedas y presioné el botón. Tomé mi limonada, su té y se lo alcancé sin mucho problema, retomando el camino hacia el patio esta vez sin sujetarme a su brazo pues me habían quedado las manos ocupadas. Cruzamos la cafetería, seguimos hacia el patio y de milagro, con el clima bonito y demás, vi una mesa desocupada y caminé hacia ella.

    Dejé la limonada, el almuerzo y me quité el estuche de guitarra de la espalda. Dejé el instrumento en una de las bancas para sentarme en la otra y desde allí miré a Paimon, dedicándole una nueva sonrisa. Me estaba habituando demasiado a estas personas, ¿cierto? Esos que daban señales mezcladas. La idea me incomodó un poco, pero siquiera lo dejé atravesar mi semblante.

    —Siéntate conmigo —pedí mirando el espacio a mi lado y crucé las piernas bajo la mesa.
     
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    Insane

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    Sujeté la bebida en cuanto la estiró hacia mí, retomando el andar en lo que previsualizaba algunos estudiantes en la dirección que íbamos. Me causó algo de rechazo la probabilidad de que tuviesemos que hacernos en el césped, pero en su lugar Rockefeller encontró una mesa vacía, el alivio fue leve pero igual llegó. Coloqué el té sobre la superficie, y en lo que dejaba el almuerzo y la bolso sobre la misma ella habló, me invitó a sentarme a su la
    do, antes de hacerlo estiré la mano hacia su cabello, sujeté un mechón rubio y estiré con delicadeza, apartando una hoja que le había caído, dejándola ir entre mis dedos.

    Ya luego empujé con suavidad mi almuerzo y me senté a su lado.

    Iba a quedarme ne silencio, porque no me incomodaba en realidad, pero al comenzar a destapar lo que mi padre me había preparado opté por preguntar algo referente a lo que rondaba mi cabeza.

    —Con las vaciones de verano, ¿saldrás de viaje?

    El confirmar o no su ausencia era absurdo, pero me habían pedido un acompañante y terminé pensando esa noche en ella.
     
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    Zireael

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    Podía estar conflictuada y hasta un poco molesta, pero tampoco era tan bruta leyendo el ambiente para saber que a Paimon uno no le proponía sentarse en el césped. Era lo que yo habría preferido, pero tampoco iba a abusarme tanto de mis licencias, como procuraba no abusar las de los demás aunque tanteaba los límites con cierta frecuencia. El tema era que este muchacho me parecía bastante más rígido.

    Me puse a desenvolver y abrir mi almuerzo con calma, pero en cuanto me habló de nuevo giré el rostro para mirarlo sin detener mis movimientos. No supe si era por hacer conversación, aunque dudaba que a él le importara el silencio, o porque también iba a salir con una repentina invitación. No externalicé mi duda, claro, y negué suavemente con la cabeza.

    —Mi padre está trabajando y mi madre estudiando, no iré a ninguna parte —respondí volviendo la mirada a la comida—. Mi mayor plan es potencialmente ir a comer un helado con Kakeru.

    Al decirlo sonreí, siquiera me di cuenta de ello, porque aunque sonaba sencillo y quizás lo habíamos dicho porque sí, me seguía pareciendo un bonito plan. En su defecto, antes de comer reflejé la pregunta para ver si averiguaba a dónde planeaba llegar este chico.

    —¿Y tú, Pai?
     
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    Mencionó la estabilidad de sus padres en el país y la nula posibilidad de viajar, teniendo solo en sus planes comer un helado con… ¿uno de los tipos de nuestra clase? Sino mal recordaba últimamente la había visto hablar con él y pasar los recesos, no era que me importara en realidad.

    abrí mi almuerzo y me dispuse a comenzar a comerlo, eran bolitas de pollo cubiertos de salsa a la naranja, con verdura picada sobre el mismo como principio, mastiqué con calma mirando hacia los árboles lejanos en lo que ella me regresaba la pregunta.

    Lo cierto era que posiblemente no viajara, sino que mi hermana estaría de visita por lo del evento de mi padre y se quedaría en el país para pasar sus vacaciones de la universidad, las cuales eran más cortas que las nuestras. Solté los palillos luego y sujeté la lata de té negro para destaparla.

    —Tendré un evento social, es como lo principal por el momento —mencioné para luego llevar la lata a mis labios y dar un sorbo pequeño.

    Sí, de seguro si me estaba enfermando porque el resto de lo que iba a decir se me quedó atorado en la garganta, como una carraspera de incomodidad.

    Volví a comer, mirando por un momento la otra bolsa que había dejado sobre la mesa. ¿Qué sentido tenía llevármelos de regreso si los había preparado porque sí? Era tonto de mi parte darle vueltas a algo que no tenía importancia en si.
     
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    Zireael

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    La pregunta reflejada no sirvió de nada, me dijo que tendría un evento social y ya y respiré con cierta pesadez. Era medio raro que Paimon preguntara algo solo porque sí, pero ni modo, barrí sin mucho problema cualquier resabio de ilusión sobre hacer planes con él de alguna naturaleza y durante un rato me concentré en comer. No era nada del otro mundo, puré de papa, trocitos de pollo a la plancha y verduras hervidas.

    —Espero que no te aburras mucho entonces —convine luego de haber masticado un bocado de comida.

    No me gustaba mucho la sensación que este almuerzo me estaba dejando, la verdad fuese dicha, y me jodía un poco porque sentía como si estuviera esperando cosas de más de este chico que de por sí nunca había parecido interesado en brindarme la gran cosa. Que sí, había ido conmigo al parque de atracciones, había aceptado bailar apenas conocerme y teníamos el chat grupal aquel todo random con Suiren, pero de allí en fuera esto era bastante... plano y hasta insípido. No me gustaba hacer comparaciones, pues todo el mundo era distinto, pero hasta Cayden que andaba hecho un trapo hablaba más que este chico y tampoco es que fuera una mente maestra de la conversación, con la clase de charla que me había encajado a las ocho de la mañana, pero al menos había alguna clase de sentimiento de por medio.

    Pensar en eso me hizo recordar que los chocolates los tenía guardados en el maletín, también el girasol de chocolate que me regaló Bea, y que al menos me hubiese traído ese para comerlo luego del almuerzo. Ya de por sí daba lo mismo, si el asunto para Paimon había pasado como una semana común y corriente, pues yo podía comerme mis regalos frente a él, ¿no? De todas formas, no planeaba regresar a la clase pof eso. Ya los comería más tarde.

    Apoyé un codo en la mesa, luego en la mano descansé el rostro y seguí balanceando la pierna bajo la mesa. De pronto caí en cuenta de la manera en que antes me había quitado una hoja del cabello, el gesto se había revuelto un poco con mis movimientos y volví a sentirme algo incómoda por la idea de estar esperando algo menos plano de su parte cuando, de cierta forma, ya medio parecía hacer cosas por mí. Fuese sostener de forma penosa esta conversación o quitarme una hoja del pelo, aunque también sonaba un poco (muy) conformista de mi parte. En fin, ¿tanto lío mental para qué? No valía la pena.
     
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    Insane

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    Su comentario sobre aburrirme no me hizo pensar en ello -en sí el aburrimiento no era muy común para mí-. Cada que habían esos eventos sociales solía realizar lo que debía, aunque estuviese mi madre presente, persona que no me hacía gracia ver. En sí era lo único que lograba ponerme lo suficientemente incómodo, aunque quería pensar que posiblemente se le cruzara con algo y optara por no asistir como el año anterior.

    Continué con el arroz y finalicé con unos trozos de zanahoria al vapor, retomando el té para pasar la comida y me dispuse a tapar el recipiente y regresarlo a la bolsa correspondiente, la lata la apreté ligeramente y la dejé de lado también. Eché un vistazo superficial a los estudiantes que estaban medianamente lejos, pestañeé con la tranquilidad de siempre y con un gesto casi perezoso halé la otra bolsa casi abandonada.

    Deslicé la izquierda con suavidad dentro, extrayendo la caja que había utilizado para guardar cuidadosamente lo que había preparado, soltando el aire del pecho con cierto deje de inquietud. La miré por el rabillo del ojo y deslicé ahora la caja blanca sobre la superficie, como una tarea más del día.

    >>Los preparé para ti.

    Sostuve la mirada gélida sobre ella un poco más de lo que usualmente solía, reposando el mentón en mis nudillos luego de asegurarme que los había recibido, desviando las pupilas negras a algún punto muerto. Me sentía extrañamente inquieto, y evidentemente no lo demostraría más allá de lo que le estaba dejando ver.

     
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    Zireael

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    Con lo estirado que era Pai, pues asumía que sus eventos sociales también lo eran y a mis ojos eso podía ser aburrido. El comentario también iba en línea con que ese fuese lo único que se vislumbraba en su verano, aunque tampoco es que mis vacaciones parecieran una locura de planes ni nada.

    Seguimos comiendo y yo mantuve la posición de antes, en una mezcla de indiferencia y pereza que esperaba no se me notara mucho. Luego del último bocado me desperecé y me bajé algunos tragos de la limonada que había comprado, bastante resignada a que esto era todo lo que hablaríamos hoy.

    Estaba tapando el bento vacío cuando él arrastró la otra bolsa, a la que yo no le había puesto atención en verdad. Su suspiro ocurrió luego de que sacara la caja, pero apenas verla el alma me rodó a los pies y atraje las manos hacia mí, sin saber muy bien qué hacer. Miré y miré los bombones, sintiéndome horrible por... por haber pensado que le daba igual, que una tontería de estas le era indiferente. No le había preparado nada y él, de repente, aparecía con estos chocolates.

    Los había hecho para mí.

    Sentí que me había mirado, pero cuando yo busqué sus ojos ya estaba con la vista en una suerte de punto muerto y llegué a preguntarme si estaba nervioso o cohibido o simplemente algo incómodo por esto. Al final sacudí la posibilidad y estiré las manos para tomar la caja con delicadeza, todavía compungida por el tema de no haberle hecho nada. A pesar de ello, me alegraba un poco haberme equivocado.

    El tema fue que igual las palabras se me atascaron en el cerebro, enredándose, y no supe bien qué decir o por dónde comenzar y tampoco pensé mucho en el hecho de que estábamos aquí a los cuatro vientos. Sorprendida y algo aturdida como estaba regresé la caja a la mesa, estiré la mano hacia él y le di un toque en el brazo, el contacto luego lo deslicé hacia su hombro.

    Come over here —susurré.

    Eché el brazo sobre sus hombros de forma que me sirvió de ancla y giré el cuerpo, envolviéndolo en un abrazo. Fue un exceso de confianza, pero no había pensado nada muy a fondo o nada en sí. Solo esperaba que no lo rechazara.

    —Gracias por hacer algo para mí, Pai —le dije todavía en voz baja—. Están hermosos.

    pa un post me dio la energía hoy, me caigo de sueño jsjs

    procedo a morirme como se muere ilana de pena por no haberle preparado nada (?)
     
    Última edición: 11 Octubre 2025 a las 9:59 PM
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    Insane

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    Había recibido varios chocolates esta semana, pero mi padre era testigo que no había comido ninguno, al igual que el personal de servicio de casa. La semana no significaba nada, el evento tampoco pero de una manera extraña terminé sintiendo impropio no darle nada a ella, aunque no aceptaría que al leer lo de la actividad fue su sonrisa lo que me vino a la mente, y desde ese momento se la había pasado en mi cabeza, rodando hasta que la noche de ayer simplemente lo hice.

    Era desinteresado, no esperaba que ella me diese algo ni tampoco lo hice con intención de recibirlo, pero el irme dando cuenta que posiblemente no fuese tan importante para ella se sintió extraño, me refería a que en el transcurso de la semana ninguno de los que deparaba en mi casillero tenía su nombre o iniciales. Su tacto me sacó de mis pensamientos, me gire apenas para verla y fue entonces que…

    Come over here.

    Me dejé llevar hacia su cuerpo, reposé la izquierda sobre su pierna para tener un punto de apoyo procurando no dejar caer todo mi peso, recibiendo el abrazo en lo que su aroma me causaba cosquillas en la punta de la nariz.

    —Me alegra que te gusten, Rockefeller —murmuré aprovechando la cercanía, comenzando a enderezarme con lentitud para no apartarla de manera tosca.

    ¿Hiciste algunos para mí? Si, quería preguntar pero barrí la idea con desagrado.

    >>Sobre lo que te conté del evento social, ¿tendrías tiempo para acompañarme? —Regresé el antebrazo derecho sobre la mesa, manteniendo la oscuridad de mis pupilas sobre sus cuarzos.
     
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    Zireael

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    Vete a saber qué habría sentido si tuviera la mínima cuota de conciencia de la suerte de dilema moral en el que estaba metido Paimon de toda la gente posible en el mundo, pero la ignorancia a veces venía bien y ahora quizás fuese una de esas ocasiones. Era mi problema lidiar con el tema de no haber hecho nada para él, pues era lo que me llevaba por hacer asunciones sobre las personas. Con algo de suerte, podría solucionar mi fallo el fin de semana.

    Me dejó hacer, pude guiarlo hacia mi cuerpo y envolverlo en el abrazo; el tacto de su mano en mi pierna fue un poco inesperado, la verdad, poco me faltó para dar un respingo aunque logré controlarlo. Respiré con cierta pesadez, con la cabeza medio recostada cerca de su hombro, y cuando percibí que se enderezaba le fui devolviendo su espacio aunque giré el rostro para depositar un beso en su mejilla. Fue suave y no pretendí nada con él más que una muestra de afecto.

    Era un poco gracioso que me siguiera llamando Rockefeller, pero no iría a quejarme. Una vez lo solté atendí a su pregunta, me sorprendió también, pero lo disimulé enfocándome en los chocolates, abrí la caja y saqué uno se los corazones para llevármelo a la boca. Dejé que el dulce se derritiera en mi boca y procuré no hablarle mientras todavía estaba comiendo, obvio.

    —Tiempo tengo, supongo, ¿pero estás seguro de querer llevar a la chica de pueblo? —tanteé, sonó como una broma, pero en parte fue en serio. No era algo que me angustiara muchísimo, pero era distinto en este caso, además no era usual que gente estirada me invitara a sus eventos sociales—. Más importante, ¿qué clase de evento es en sí?

    Me comí otro chocolate, pues porque ni modo, y lo miré por el rabillo del ojo antes de posar la mirada de nuevo en los bombones.

    —No creí que te importara este evento y mucho menos que fueras a prepararme algo —admití en voz baja—. No preparé nada para ti por eso, para no comprometerte por protocolo social si recibías algo de mí parte... Y tampoco quería llevarme el fiasco, digamos. Perdóname por asumir cosas, te prepararé algo, te lo prometo.
     
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    La suavidad impresa en mi mejilla me hizo elevar las cejas ligeramente, aunque relajé el semblante al usual no mucho después. Sentía algo atípico en mi estómago y por un momento pensé que Rockefeller me estaba ¿gustando?; era una estupidez, no tenía tiempo ni interés en perderlo en algo como esto, posiblemente solo estaba con las defensas bajas o alguna tontería a la que no debía prestar atención, al menos no aún.

    Su pregunta recorrió lo que cualquiera pensaría que pasaría como una broma, o una complicidad en sí, pero sabía que no lo era, por el hecho de que yo si solía discriminarla como tal, aunque sin intención de hacerla sentir mal, solo que era muy contraria a mi estilo de vida y a mi ser en sí.

    Me encogí de hombros, como diciéndole que si, que no había problema.

    —Mi padre firmará con unos socios, por ende el restaurante se expandirá. Es algo que se ha buscado últimamente y por el logro recién se realizará esa reunión.

    Comentó que no creía que me importara el evento, miré los chocolates y atajé casi sobre sus palabras:

    >>No me importa en realidad, pero si sentí la necesidad de prepararte algo a ti —murmuré con la indiferencia de siempre pese a la sinceridad.

    Su excusa de comprometerme me era irrelevante.

    —Rockefeller, si me hubieses dado algo y no me importara ni siquiera por compromiso te hubiese preparado algo —expliqué con normalidad, no quería darle más vueltas a esto pero me molestaba que pensara que fuese ese tipo de personas. Su disculpa me hizo soltar el aire por la nariz con suavidad—. No tienes que prepararme nada, así está bien.
     

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    Noté la forma en que alzó la cejas por el beso y temí haber sobrepasado un límite, pero relajó las facciones a la indiferencia usual y pude desentenderme de ello, ajena al resto del embrollo mental de este chico. Hice la pregunta, él contestó encogiéndose de hombros y el resto de la respuesta en vez de calmarme, me puso nerviosa. ¿Qué pintaba yo en un evento así? Ni siquiera tenía ropa para tal cosa, usaba vestidos que eran informales y ni hablar de cualquier otra prenda de ese corte. Quizás... ¿Tal vez podía pedirle algo a la hermana de las gemelas? Sonaba excesivo, pero era la única persona que se me ocurría. ¿A Mei? Pero Mei era más baja que yo, lo que me prestara me quedaría corto. Como se me estaba embotando la cabeza, elegí dejar de pensar en eso directamente.

    —Luego dime cuándo sería y a qué hora —respondí unos segundos después—. Si puedo acompañarte, entonces procuraré estar a la altura del evento.

    ¿Lo decía de verdad? Ni idea, pero daba lo mismo.

    Oírlo decir eso respecto a los chocolates me hizo sentir peor sobre mis suposiciones, pero me aseguré de no dejarlo filtrarse en mi rostro ni nada. El resto fue una suerte de obviedad, claro, y lo escuché sin responder de inmediato. Por un rato no dije nada, pero como estábamos cerca, sobre todo luego del abrazo, alcé la pierna junto a la suya y la encajé sobre su rodilla, de forma que la descansé allí flexionada. De nuevo, no pretendí nada con ello.

    —Y tú deberías saber que me da exactamente lo mismo si dices que no tengo que prepararte nada —dije por fin en voz baja—. Te traeré algo y punto, porque somos amigos, ¿o no? Si me dices que no me pondré muy triste y me comeré estos bombones muerta de tristeza en mi cuarto.

    Al decirlo atraje la caja hacia mí y balanceé la pierna que descansaba sobre la suya. Un poco soné como una chiquilla malcriada, pero no me interesó lo suficiente.
     
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