Interior Pasillo (Planta baja)

Su queja cayó en saco roto, de concentrado que estaba en descifrar mi misterio, y al recibir la confirmación de que no le había puesto el nombre a los regalos chasqueé la lengua, visiblemente molesto. ¿Se podía ser más imbécil? ¿Qué se suponía que hiciera ahora? Nada. No iría persona por persona y aclararles que los cupcakes venían de parte mía, me moría de la vergüenza sólo imaginándolo y además... además los forzaba a reaccionar de una forma determinada, ¿no? Tendría que morirme en el anonimato por estúpido. Aunque, al mismo tiempo, me preocupaba que ciertas personas acabaran la semana creyendo que las había ignorado.

—¿Hmm? Sí, fui yo —respondí, enfrascado en mis dilemas mentales, cuando dejó la última frase en el aire y captó mi atención—. ¿... Eh?

¿Cuando no habíamos...? ¿Qué había querido decir? ¿No se referiría a...? La simple idea me lanzó algo de calor a las mejillas y desvié la mirada, repentinamente nervioso. ¡¿P-pero de qué hablaba ahora?! ¿Por qué necesitaríamos que pase eso para regalarle un mísero cupcake? ¿Nunca había oído del concepto de amistad? Ella... Ella ayer le había regalado... ¿a Kohaku? Creí alcanzar un conocimiento que no me correspondía y mi bochorno sólo empeoró. Arrugué el semblante y me llevé una mano al rostro, suspirando.

A ver, hora de regularse.

Se puso a parlotear de que los hombres iban a la guerra y que nos quejábamos demasiado. La dejé hablar mientras me enfocaba en calmarme y me dio curiosidad verla acercarse a la máquina expendedora. Tal vez demasiado consciente de mí mismo por los eventos recientes, retrocedí un paso. Acepté el chocolate, de hecho se lo arrebaté pues volvió a insinuarse y...

—Muy bien, suficiente para cinco minutos —me quejé, observé el Kit Kat en mi mano y suspiré de nuevo, regresando a sus ojos con cierta culpabilidad; lo había agarrado sin siquiera pensar—. ¿Estás segura? Sólo bromeaba, no pretendía que me compraras nada.

 

La reacción de Kakeru ante mi insinuación fue tan estúpidamente adorable que por un breve segundo estuve a punto de mandar toda mi (poca) decencia a la mierda. Pestañeé un par de veces ante su sorpresa inicial, algo confundida por la misma, aunque mi expresión no tardó en suavizarse por completo al captar el ligero rubor que pareció alcanzarle las mejillas. Después apartó la mirada, claramente nervioso, y yo tuve que morderme el labio inferior para reprimir la risa que se me quiso escapar.

No sé muy bien cómo, pero fui capaz de aguantarme las ganas de molestarlo por ello, y en su lugar me incliné sobre la máquina expendedora para comprar la chocolatina. Fui del todo consciente del paso que el chico dio para alejarse de mí, lo que solo logró acentuar incluso más mi diversión, y al final no fui capaz de seguir aguantándome, pues ver su nerviosismo transferido a la manera en la que aceptó el dulce fue la guinda del pastel.

—I know that, dummy... just take it —murmuré, habiendo dejado salir una risa casi enternecida, y tras unos pocos segundos que utilicé para dejar mi maletín con el cupcake en el suelo, estiré los brazos hasta poder apretarle los mofletes, con una mano en cada lado—. You're just so damn cute~ I kinda wanna pamper you~

No pretendía burlarme de él de ninguna manera, incluso si el tono de voz que utilicé fue algo infantiloide, y seguí achuchándole un par de segundos extra, hasta que finalmente me digné a liberarlo mientras soltaba una nueva risilla ligera. Recogí de nuevo mis cosas, recuperando la calma con un suspiro de nada, y le dediqué una sonrisa mucho más tranquila cuando me erguí.

>>Anyways... gracias, no me esperaba que me regalaras nada. ¿Los hiciste tú? El que me he comido estaba muy rico.

 

—¿Vamos a disfrazarnos en Halloween? —puntualicé, como un golpe de realidad, pero al instante regresé al delirio colectivo—. Pues no sé, alguna dupla de rubio y pelirroja tiene que haber en la ficción, ¿no? No se me ocurre ninguna, pero tampoco soy la mejor... consumidora de esas cosas.

Era una anciana, de verdad. Siempre que oía a la gente a mi alrededor hablar de la música en tendencia o la serie de moda, no tenía idea de lo que decían. Apenas acabé mi respuesta, correteé hasta mi clase y regresé, triunfante. Arata señaló mi bolsa, enfurruñado, y yo fingí no haber visto nada. ¿Intenté distraerlo del misterio ofendiéndolo de todas las formas posibles? Por supuesto, y funcionó a la perfección.

—Exacto, ¡y deberías tratarme como a una reina! —repliqué, con la cara más dura del país.

Solté la carcajada al instante de oír lo que había salido de mi boca y me enredé a su brazo, echándole parte de mi peso encima. Fue un remedo de consuelo tras el golpe que yo misma le había encajado y, conforme nos deteníamos frente a la expendedora, mi ataque de risa se fue calmando.

—No necesito pensar, una dama siempre sabe lo que quiere —afirmé, barbilla en alto, y me separé de su cuerpo para poner las monedas en la máquina—. ¿Tú qué quieres, cielo?

Puse el dinero de ambos, asumiendo que Arata preferiría alguna bebida fría, y presioné el botón del zumo de cereza. Antes de permitirle elegir, sin embargo, volteé el cuerpo en su dirección y sonreí enternecida al verle la carita. Le estampé las mejillas con ambas manos y le zarandeé el rostro suavemente, de lado a lado.

—Oh, don't get mad... Sólo estaba bromeando, ¡hueles mucho mejor que un marinero! —Lo cual no era nada difícil, ¿cierto?—. Y tienes más modales que un recluso. —Shocking—. Y mírate de camisa y pantalón, you look really handsome!

Pero sólo era el uniforme.