Interior Casilleros

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Los esfuerzos de Bea eran en apariencia pequeños, pero notorios y quería pensar que era algo que se había logrado entre varias personas, no solo por mí. Cuando se preocupaba por alguien no tartamudeaba, intentaba sonreír y estaba aquí en la hora pico de la mañana entregando regalos, eso hablaba de su carácter, el que existía debajo de esta maraña de miedo. Había que tenerle paciencia y así, lentamente, se veían los resultados.

    En fin, que cuando le pregunté me respondió y además de las películas con su madre, me mencionó un juego que había estado probando. El nombre no me sonó de nada en realidad, aunque me llamó la atención que dijera que podía gustarme así que supuse que era de alguno de los géneros que le habría mencionado antes.

    —No me suena. Si quieres me pueden enviar un tráiler o algo, para echarle un ojo. ¿Y qué pelis viste con tu mamá? ¿Te gustaron? —Un poco la bombardeé con las preguntas, pero creía que Bea podía darse cuenta de que no era con intención de abrumarla, sólo me gustaba conversar con ella—. ¿Yo? Ah, vi a mi hermano, ¿te hablé ya de mi hermano? No recuerdo, pero pues se independizó de casa a principios de año y lo veo un poco menos, pero nos juntamos el sábado por la tarde.

    Esa era la parte del fin de semana que podía contarle, por supuesto, el resto no era apto para niñas inocentes de quince años. La separación que trazaba era evidente para mí porque sabía que existía, para ella sólo había un Rowan y pretendía que fuese así tanto como fuese posible. El espacio escolar lo permitía y si algún día topaba con ella fuera, seguro sería en otro contexto neutro.

    Luego pregunté por la bolsa y no acabó de sorprenderme que su objetivo fuese Dunn, en vistas de que él le había hecho el obsequio de los stickers el otro día, aunque igual me hizo gracia porque era justo lo que había señalado Tora antes. Tampoco creía que fuese una gran tragedia, todos entendíamos de dónde provenía Bea y no planeábamos contagiarle la peste.

    Lo que me hizo más gracia, eso sí, fue la manera en que me miró, a la pobre poco le faltó para ponerme los ojos del Gato con Botas. No hacía falta la cara de cachorro mojado, la verdad, pero me dio algo de ternura y di un paso en su dirección para alcanzar a posar la mano en su cabeza.

    —Claro, sin problema.

    Seguíamos en mi casillero, así que me tomé unos segundos para ubicarme y seguí el orden de las taquillas. Le indiqué que me siguiera con un movimiento de mano y no tardamos mucho en detenernos frente a la del susodicho, estuve por abrirla por ella, pero no quería hacer todo el trabajo. Esperaba que el chico fuese ordenado, al menos, aunque quién sabe si ya habría llegado. De lo que sabía, solía ser peligrosamente puntual.

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    Me habría hecho gracia saber lo que le estaba pasando por la cabeza ahora, puede que no fuese una locura esa lectura en vistas del receso del viernes, pero ahora no pretendí algo específico al mirarla. Fue una suerte de reflejo con el que di con información que bien podría ser un delirio o una simple asociación sin fundamento.

    Lo que hice después fue escucharla y negué con la cabeza para afirmar que no me había mencionado a su hermana, en cualquier caso, entendía que estuviera disfrutando el tiempo con ella. Luego me contó que ayer había salido con un amigo, la mención a Copito me hizo retroceder al encuentro con Gaspar en la azotea y todo ese asunto, pero no dije nada al respecto.

    —Suena a que sí fue más movido. Me alegra que la pasaras bien —convine junto a una risa.

    Ella tuvo la intención de buscar en su maletín, pero antes de que pudiera procesarlo en realidad noté a Kakeru acercándose y le sonreí cuando ya estaba detenido entre nosotras. Se me ocurrió preguntarle cómo estaba, pero todavía tenía las neuronas espesas y tardé en poner las palabras en orden, él nos saludó con un aire solemne y se giró en mi dirección.

    A ver, lo del invernadero esta semana había sido mi idea y aún así sentí que me pescó en frío, pero asumí que era más por el desastre reciente. Visto desde fuera no debía entenderse nada, aunque a mí no me costó una pizca leer el mensaje al recordar nuestra conversación, lo que me sorprendió un poco fue la margarita, pero de cierta manera amainó lo que me daba vueltas en el cuerpo como un alma en pena. No tenía idea de que había visto lo que había pasado, claro.

    Me pregunté si no sería más lógico que bajáramos juntos del salón, pero lo dejé con su teatro y supuse que cualquier duda que tuviera, podría aclararla más tarde. Esperaba sentirme mejor ya de paso.

    —Quien dice martes, dice lunes —afirmé junto a una risa baja—. Conoces tus flores, muy bien. Te esperaré.

    Estiré la mano, tomé la flor con delicadeza y le dediqué una sonrisa algo más amplia, puede que también un poco menos ensayada que las que le estaba entregando a Verónica. No tenía pinta de ir a detenerse más de lo necesario, así que lo despedí con un "Nos vemos" acompañado de un movimiento de mano y luego bajé la vista a la flor, dándole vueltas ligeras al tallo entre mis dedos.

    Me había quedado un poco absorta, la verdad, y el comentario de Vero que me hizo mirarla de nuevo también me obligó a notar de nuevo lo raro que parecía de fuera. Su movimiento de cejas fue sugerente y me dio algo de vergüenza de la nada, pues porque no quería que se hiciera ideas del aire si el chico y yo habíamos hablado una vez nada más. Lo que atiné a hacer fue asentir con un movimiento de cabeza a lo bonito de la margarita y luego de unos segundos de pensamiento, la acomodé en un bolsillo externo del maletín.

    —Me siento agasajada, vaya —dije usando la palabra pomposa por la gracia e incliné ligeramente la cabeza—. Acepto el obsequio, claro.
     
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    Si bien afirmé la posibilidad de que Dead Cells fuera un título de su agrado, no consideré que a lo mejor Rowan podría conocerlo de antemano. Era un roguelite, pero incluía elementos de metroidvania como Hollow Knight y Ori, juegos que mi senpai había dicho estar jugando la primera vez que almorzamos, y razón por la cual intuí que le gustaría el que le estaba refiriendo ahora. Por lo mismo, a mí se me hizo llamativo que no le sonara de ninguna parte. Pero era algo esperable, ¿tal vez?, el mundo de los videojuegos era muy vasto, sobre todo desde el apogeo de las compañías indies.

    Asentí a la idea de enviarle un tráiler, me parecía que era la mejor forma de acercarlo al juego, que lo había empezado principalmente porque me atrajo su apartado artístico. Iba explicarle un poco de qué se trataba, más las preguntas sobre las películas me llevó a dar un giro en la intención. P-pero eso no fue una contrariedad, ¡a-aclaro!

    Cinema Paradiso y La leyenda de 1900 —respondí—. Películas italianas, del mismo director. Me gustaron, aunque tienen sus partes tristes y… bueno… yo soy muy sensible —admití lo obvio, avergonzada; pero era mejor decir eso, a contar que estuve buena parte con mis ojos vidriosos de tantas lágrimas— A mi madre le gustan mucho las películas, sobre todo el cine europeo; y le hace feliz que la acompañe de vez en cuando.

    Lo último lo dije con otra pequeña sonrisa, más suave, de la que no fui consciente. La quería mucho. Y me alegraba que también le hiciera feliz que tuviera amigos con los que hablar en la academia, pues ella sufrió tanto como yo mis problemas sociales. Eso sí, aún me costaba lidiar con su idea de invitar a Rowan y Jez a almorzar a casa. Estaba segura de que terminaría invitándolos a ver una película en el living, todos juntos.

    No sonaba mal, para nada… Sólo es que... necesitaba mentalizarme, ¿tal vez?

    Alcé la cabeza cuando, al hablarme de su fin de semana, mencionó a un hermano. Mi mirada fue más que nada de curiosidad. Escuché que se había independizado hace relativamente poco y que se habían juntado el sábado por la tarde.

    —¿La pasaron bien? —busqué saber, por seguir llevando adelante la charla; y movida por la curiosidad, ¿tal vez?, por saber cómo sería el hermano Rowan— Creo que yo tampoco te hablé de mis hermanos mayores. Walter y Daniel se llaman, viven con nosotras. ¿Tu... tu hermano... cómo se llama?

    Pasado es te intercambio volví a ser consciente de la bolsa en mis manos y de la dificultad en la que me había hallado antes de la cercanía de mis senpai… De la gente a nuestro alrededor… Los nervios quisieron arrebatarme parte de la tranquilidad que había encontrado, pero no había forma de que lograsen dominarme cuando tenía a Rowan conmigo. Igual no pude evitar que mi pedido de ayuda sonara casi a un ruego, pero el chico pronto me guio a lo largo de las taquillas hasta que finalmente nos detuvimos frente a la que llevaba el cartel que rezaba “Cayden Dunn”. Intercambié una mirada con mi senpai para darle las gracias en voz baja. Acto seguido saqué de la bolsa sus Pocky, los cuales… no venían con una nota escrita.

    Pegado en la parte frontal de la caja… estaba el dibujo de un girasol.

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    Era sencillo, con los trazos torpes e inseguros de una primeriza. P-pero pensaba que no se veía tan mal, ¿tal vez? S-se notaba que era la flor que le gustaba a Cayden. En el margen inferior había escrito “De Beatriz”, con el mismo lápiz que usé para dibujar. Acomodé la caja en el casillero, que cerré con cuidado, como si cualquier fuerza adicional fuese a despegarlo o romper los pocky.

    Para cuando me giré a mi senpai, volvía a estar ruborizada.

    —¿Va… vamos yendo? —pregunté, algo nerviosa, y lo que dije a continuación reveló el motivo de mi repentino estado— ¿Q-qué opinas, Ro-senpai? M-mi dibujo, ¿c-crees que está bien?

    Fue la primera vez que me senté a dibujar con seriedad, con un objetivo. El acto, sencillo en sí mismo, tenía una gran trascendencia para mí.

    Era mi incursión en el mundo del arte.


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    La contestación que Ilana concedió a las palabras de Fuji; no hicieron sino incrementar mis niveles de curiosidad. Lo del martes y el lunes, así como la afirmación de que el muchachito conocía bien sus flores. Mi costado más chismoso vibró con insistencia, ante lo cual preferí guardarme para mí el par de preguntitas que habían alcanzado mi mente y que allí se quedaron, revoloteando como pajaritos. Me hizo bastante gracia que no hubiesen tenido reparo en hacer todo eso enfrente mío, que podía hacerme todo tipo de ideas que, al final, no resistí la tentación de expresar con mi movimiento de cejas.

    Admito que también sentí una sana envidia, porque esto también recordaba a la mañana que avisó a Jez del regalo que le había dejado en su casillero. Se retiró de la misma forma… Sin darme chance de dedicarle una sola palabra... Y eso que en esta ocasión lo noté más confiado, sin timidez.

    La margarita era divina. De por sí, a mí me encantaban las flores en general, y Copito de igual forma mostraba una predilección especial por ellas. Mi lady se había abstraído un poco mientras la hacía girar entre sus dedos, y no fue hasta mi comentario que pareció reconectar conmigo. Vaya, vaya. Me pareció que mi gesto sugerente le dio algo de vergüenza, y menos mal que no se ruborizó ni nada porque, si no, la que terminaría distraída sería yo. Acompañó la broma sobre mi respectivo obsequio, aceptándolo con una inclinación de cabeza que hizo mecer sutilmente algunas de sus hebras doradas.

    Sonreí.

    —En ese caso… —dije, metiendo la mano en el maletín.

    De allí saqué un folio transparente, que protegía un papel de buen gramaje. Dejé el maletin en suelo, asegurado entre mis tobillos, para así poder enseñar mejor el dibujo que había hecho, sosteniéndolo con ambas sobre mi pecho. Mi sonrisa se amplió.

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    Era un dibujo de un ciervo, su animal favorito. Caminando sobre un terreno de hierba, con una planta rebosando hojas detrás suyo, como acompañándolo. En su mayoría estaba retratado con grafitos, que usé para las sombras y darle una sensación de volumen y profundidad, aunque en algunas partes tracé líneas de tinta para realzar contornos. Me había costado bastante, hubo más de un bollo de papel que terminó en el cesto de basura. Mis dibujos solían ser más lineales, como minimalistas, pero aquí le metí más empeño de lo usual.

    —Un lindo ciervo para una dama de Northwood —dije, y bajé el dibujo para dejarlo al alcance de sus manos—. Lo dibujé para ti, durante el finde. Espero que te guste y te recuerde un poquito a tus bosques.


    Qué nice que se me dieron las condiciones para presentar ambos dibujos en un mismo post *Pacha meme*
     
    Última edición: 8 Marzo 2025
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    Me gustaban los videojuegos pero no estaba necesariamente pendiente de ellos, iba dándome cuenta de lo que me salía en redes sociales y si nunca me alcanzaba, pues ni modo. Cuando era más mocoso me metía un poco más en el asunto, pero el tiempo me hizo relegarlo y al reemplazar a mi hermano, pues más de lo mismo. Igual me gustaba cuando algún amigo o conocido me recomendaba algo nuevo, por eso pedí el tráiler.

    Como fuese, si Bea tuvo la intención de hablarme al respecto, le atravesé el caballo al preguntarle por las películas y aunque le presté atención, no me sonó de nada tampoco, lo que tenía sentido siendo que era cine italiano. De todas formas, me hizo gracia que mencionara que era muy sensible, porque no era difícil imaginar a Bea hecha un caos de emociones por una película.

    —Bueno, estamos en el mismo bote. No conozco las pelis que dices, pero me pasa con otras y hasta con la cutscene inicial del Ori que me dan mucho sentimiento y acabo lloriqueando —dije junto a una risa ligera.

    Me dio ternura la forma en que habló de su madre igual, pero eso lo dejé tal cual por temor a avergonzarla de más, sobre todo porque noté su sonrisa y me pareció más inconsciente. Igual pasamos a lo de mi hermano, así que ante su pregunta dije que sí con un movimiento de cabeza y como ella no me había contado de sus hermanos tampoco, le presté su debida atención.

    —Mi hermano se llama Brennan —concedí con sencillez—. ¿Qué edad tienen tus hermanos, Bea?

    La pregunta fue más por chismoso que por cualquier otra cosa, la hice antes de que nos pusiéramos a buscar la taquilla del cachorro irlandés. De cierta manera me alegraba haber dado con Bea, no dudaba que habría encontrado el coraje para moverse entre la gente y encontrar su objetivo, pero la tarea era menos tortuosa ahora. Acepté sus agradecimiento silencioso y esperé a que cumpliera su tarea.

    Una vez el casillero estuvo abierto noté que el chiquillo no había llegado todavía, pues los zapatos seguían allí, también noté algo de ropa un poco apelotada pero nada muy loco. Bea tenía espacio para dejar los Pocky y así lo hizo, pensé que era sólo eso, pero iba acompañado de un dibujo que pude identificar como un girasol.

    Asentí cuando me preguntó si íbamos yendo y eché un último vistazo al casillero antes de indicarle que empezáramos a caminar. Busqué a Tora con la vista, pero el cabrón sí se había ido a la mierda.

    —Está lindo, creo que va a gustarle.

    Mi comentario fue sincero, aunque sabía que había cosas que mejorar. Las líneas eran inconstantes, las llamadas líneas "peludas", pero eran el resultado de la duda. Dejar de hacer trazos de esa manera tomaba tiempo, simplemente, era parte del aprendizaje.

    —¿Te llevó varios intentos?

    Puedes ir arratrándolos btw

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    Acceder a recibir el regalo fue la mejor excusa para hacerme la tonta respecto a la escena que Kakeru y yo habíamos protagonizado tan de repente, así que pude hacerme la tonta con rapidez, aunque no fue el caso con lo demás. Recordé nuestra conversación al ver lo que sacó del maletín y no supe si sentirme contenta o extrañamente incómoda, el sentimiento final bailó entre ambos sin asentarse en ninguno.

    Observé el dibujo pues lo había sostenido con ambas manos y así pude detallarlo. Era muy bonito, elaborado y cuidado, quizás demasiado y me cuestioné si esta muchacha se tomaría el tiempo de hacer estas cosas si supiera los pensamientos que se me atravesaban de repente. Si supiera, también, la manera en que ciertas cuestiones se solapaban entre sí.

    Quizás yo no fuese tan buena persona como quería aparentar.

    ¿Era esta también mi mejor y mi peor versión?

    Pasara lo que pasara, sintiera lo que sintiera, la sonrisa me alcanzó el rostro y dejé el maletín en el suelo para estirar las manos hacia el dibujo cuando ella pretendió cedérmelo. Mi sonrisa se amplió, pensé en el pequeño escondite que Morgan me había mostrado y mis emociones se aclararon un poco más, la alegría adquirió algo más de nitidez.

    —Está precioso, Vero —dije con sinceridad con la vista puesta en el dibujo—. ¿No te tomó demasiado tiempo? Se ve super elaborado, no esperaba para nada que fuese así.
     
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    Dado que nos habíamos visto en muy pocas ocasiones, no se me cruzaba por la cabeza que Ilanita pudiese tener cierto tipo de pensamientos sobre mí. El día que nos encontramos en el pasillo de arriba y la invité a bailar, esta chica había aceptado de buena forma cada uno de mis excesos de confianzas y, además, habíamos tenido una linda fluidez sobre el escenario del salón de actos, moviéndonos como una misma ola en el océano. Atesoraba lo hermoso de aquel baile, así como el tonito tan misterioso e interesante de la charla que mantuvimos al son de nuestros pasos.

    Tan lejos estaba yo, de imaginar a la tercera persona involucrada entre nosotras.

    La sonrisa alcanzó sus labios al ver el ciervo sobre el papel, en que además me pareció notar un brillo de alegría cuando éste pasó a sus manos. Su sentimiento fue contagioso, pues mi propia sonrisa ya estaba entrecerrándome los ojos en el momento que me habló, diciendo lo preciosos que era. No perdió ocasión de remarcar lo elaborado de mi obra, ¡y mira…!, la comprendía con creces.

    Hasta yo estaba un poquitito sorprendida con el empeño que le había metido, pero creía saber la razón de eso. No era solamente un detalle desinteresado, con el que quizá estaba buscando afianzar una futura amistad.

    —Me ha tomado su tiempo sí, pero… ¿sabes qué, mi lady? —me incliné hacia ella, buscando sus ojos— Tu sonrisa hace que valga la pena cada segundito invertido en este ciervo.

    Le regresé espacio al recuperar mi posición, sin dejar de mirarla. Pasaron unos pocos segundos en los que sólo me quedé sonriéndole, hasta que terminé cerrando los ojos con algo de solemnidad, entrelazando mis dedos. Liberé un sutil y calmo suspiro.

    —Lo hice pensando en ti, pero… también en mí —confesé—. Cuando el otro día me mencionaste el pueblo en el que creciste, imaginé lo importante que debe ser para ti, como lo es para mí la ciudad donde fui forjando la persona que soy... Quedan los recuerdos, los anhelos, lugares y personas a las que extrañamos —abrí los ojos—. Quizá estoy mezclando todo, pero no importa —me reí bajito—. El punto es que… Quise darte algo que te hiciera sentir más cerquita de ese lugar que te vio crecer, y por eso tanto empeño.
     
    Última edición: 9 Marzo 2025
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    Teniendo en cuenta que aunque sentía varias cosas como cualquier persona, no se me antojaban demasiado intensas o podía dejarlas en segundo plano con relativa facilidad nunca me había detenido a pensar si algo de eso me volvía hipócrita. La idea me alcanzó ahora, todavía con cable de electricidad de Shimizu enchufado en algún lugar del cerebro, y todo lo que eso implicaba y me pregunté si había otra manera de abordar el asunto o una forma correcta de proceder en realidad, pero no estaba segura.

    Reconocía las buenas intenciones de esta muchacha en sus ademanes, la fluidez con que había bailado conmigo, su relación con el gorrión y este dibujo, pero un elemento ajeno alteraba eso y ni siquiera era su culpa. Recordé que había pensado que ella sí tenía alas cuando vi la forma en que su cabello se extendía, como un abanico, y como sus colores recordaban al cielo. No sabía si todos estábamos en la misma área de peligro, no sabía nada en lo absoluto, pero quizás por primera vez creí escuchar el chirrido distante de las jaulas suspendidas sobre nuestras cabezas como trampas. Puede que fuese el miedo que me había estampado Shimizu en el cuerpo, pero...

    ¿No estábamos confiando demasiado en la buena fe del prójimo?

    La sonrisa de Vero la noté luego al echarle un vistazo a ella, le estaba entrecerrando los ojos y volví a cuestionarme mis propias emociones y las suyas a pesar de que mi alegría había adquirido algo de nitidez. Seguía revuelta con lo demás y una parte de mí quiso dar el intercambio por terminado para escaparme, salir por el agujero en la valla y sentarme en medio del trocito de bosque, sin más. No me gustaba esa sensación, ese anhelo por soledad, pues no era algo común en mí, pero no había mucho que hacer una vez lo reconocía.

    Su comentario de que mi sonrisa hacía que valiera cada segundo invertido me hizo reír por lo bajo al recibir su mirada, aunque no dije nada al respecto, no hacía falta. No fue que encontrara algo que decir tampoco, si debía ser sincera, lo que apoyaba la teoría de la hipocresía si veíamos cómo me había comportado con Morgan el viernes.

    El terreno donde ingresó después no me gustó demasiado, en general no me importaba ser sincera con esas cosas, pero ahora... Ahora no quería sumar emociones a las que ya sentía. La sonrisa se me desvaneció un poco, pero la reinicié apenas me di cuenta y me acuclillé para abrir el maletín y acomodar el dibujo entre uno de los cuadernos, para no dejarlo en el casillero donde seguro se me acabaría olvidando al irme a casa.

    —Es muy considerado de tu parte, gracias. Lo pondré en mi habitación, tal vez debería buscarle un marco —concedí desde abajo mientras acomodaba las cosas, lo del marco fue más bien un pensamiento en voz alta—. Me hará pensar en casa, sin duda.

    Era verdad y mentira a la vez, seguro me haría pensar en más cosas, pero volvíamos a la lógica inicial de que no hacía falta decirlo. No servía a ninguna función para nadie, ni para mi, así que era mejor dejarlo así. Por ello al erguirme seguía con la sonrisa en el rostro y continuaba siendo la misma persona que había mostrado ser hasta ahora.

    —¿Subimos juntas? —ofrecí sin detenerme a pensarlo mucho—. Con una parada técnica en la expendedora.
     
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    El traqueteo del tren ser percibía lejano. Mi mente se removía con la constancia de un mar inquieto, y navegar bajo su superficie anulaba los sonidos de mi alrededor. Últimamente viajaba en soledad, desde que Valeria Maxwell arribó a Tokio y era quien, actualmente, acercaba a su hermana a la academia. Por pudor no acepté, de momento, su propuesta de acompañarlas cada día en sus trayectos en coche. Esta mañana, sin embargo, eché un poco en falta la animada conversación de Verónica y el cosquilleo de las plumas de Copito entre mis dedos, ya que cada fibra del pensamiento orbitaba sin cesar alrededor de la noticia que había leído durante el desayuno de esta misma mañana, en un periódico digital.


    "Violenta pelea afuera de una disco deja a cuatro heridos en el hospital"


    Ingresé a los casilleros del Sakura con una expresión abstraída. Las grandes y negras letras del titular se proyectaban repetidas veces en mi cabeza, junto con la fotografía que relucía al pie de estas para dar testimonio gráfico del hecho. La imagen era confusa y caótica, pese a lo cual podía distinguirse algunas siluetas, y rostros sobre los que jamás me habría detenido a indagar

    De no ser porque el artículo mencionaba, sin apellido, a una prominente familia de Chiyoda.

    Una familia europea.

    Tal como sucedió ayer, en mi mente resonaron las alarmas al leer tales líneas. Fue entonces que, con ayuda del zoom, me valí de la agudeza problemática y agraciada de mis ojos para analizar la fotografía. Observé los rasgos de quienes figuraban en la imagen y… lo reconocí.

    A Jenkin Middel.

    Llegué frente a mi casillero sin mirar a nadie y, mediante movimientos automáticos, inicié la rutina del cambio de zapatos. Al mismo tiempo me abrasaban diversas preguntas internas. Me di cuenta que últimamente no hacía otra cosa con la información que absorbía: quedarme en una espiral de interrogantes, sin saber qué hacer con la misma, principalmente cuando involucraba a personas que conocía. Recordé la conversación con Jenkin en el jardín de la mansión Middel. Su naturaleza impredecible y cambiante, sumamente confusa. Rememoré el filo de hielo en que se convirtió su mirada en cierto punto, intimidándome.

    Pensaba en Bleke.

    Al terminar de cambiarme los zapatos, no pude evitar preguntar, con preocupación, qué situación implicó este incidente en la mansión. El nombre de Jenkin no figuraba en el periódico, lo que debía significar que los Middel habían intervenido para evitar un escándalo público. Pero… ¿Qué sería de la esfera privada de la familia? ¿Cómo lo estaría afrontando ella? ¿Me correspondía dedicar tanto pensamiento a esto, a un asunto familiar ajeno?

    ¿Exageraba al sentir inquietud?

    —Hu… ¿Hubert-senpai?

    Parpadeé. Al reconectar con el mundo, los sonidos de mi alrededor adquirieron mayor nitidez y, a la vez, noté de soslayo la pequeña figura que me observaba desde una distancia prudencial Al girarme con calma, volví a encontrarme con unos ojos heterocromos, pero no eran los de la joven desconocida de ayer.

    Quien me había hablado era Beatriz Luna. Su postura delataba inseguridad, mientras que en sus iris, gris y celeste, vi algo que identifiqué como preocupación.

    —Beatriz… —dije, permitiéndome una leve sonrisa—. Buenos días.

    Como era de esperar, sus mejillas adquirieron algo de tonalidad y una de sus manos se afianzó con algo de fuerza al maletín que portaba. Noté que la otra la tenía alzada a la altura de su pecho, contra el que oprimía suavemente una caja roja.

    —B-b-buenos… días —dijo; había apartado la mirada, pero entonces regresó sobre sí misma y, para mi ligera sorpresa, me miró a los ojos— ¿Te encuentras bien…?

    También me tomó desprevenido que no tartamudeara esta vez. No me hizo falta ningún tipo de intuición para advertir que me había visto demasiado concentrado en mis pensamientos. Ni siquiera había cerrado la puerta de mi casillero, por lo que me ocupé de eso antes de responderle.

    —Estoy bien, sólo… algo pensativo —confesé. A la vez que me pasaba un índice por la mejilla, mi sonrisa adquiriendo un tono más avergonzado—. Me disculpo si te preocupé —hice una pausa, cayendo en cuenta de lo atípico de esto—. ¿Qué te trae a los casilleros de segundo? ¿Me buscabas a mí?

    Al instante me arrepentí de haber preguntado. Su sonrojo, que hasta entonces había sido más bien ligero, se pronunció con fuerza. El rostro le quedó teñido por completo mientras abría mucho los ojos, los cuales no tardó en desviar hacia un costado a la vez que agachaba la cabeza. Los dedos que aferraban la caja roja se oprimieron sobre ésta. Me resigné ante su nuevo arranque de nervios, a sabiendas de que había acertado con mi pregunta.

    Me llamó la atención que se mostrara mucho más avergonzada que otras veces. Ella en sí misma era tímida, pero creí que algo de eso se esfumaría ligeramente ya que no éramos desconocidos. Mas preferí no preguntar.

    —Y-yo… Eeeh… Sí… E-E-En realidad iba a dejarte algo… e-en tu casillero… —dijo, o más bien tartamudeo; su sonrojo no cesaba— P-P-pero ya… y-ya que estás aquí… ¡T-ten!

    Su brazo se extendió con la rapidez de un latigazo. La verdad sea dicha, sus nervios estaban trastocando ligeramente los míos: no lograba entender por qué se ponía así, cuando habíamos mantenido amenas conversaciones con anterioridad. Comencé a temer haber tomado alguna actitud incorrecta con ella, tal cual sucedió con Anna… hasta que noté que su mano me ofrecía un obsequio.

    Eran Pockys.

    —Oh… —musité suavemente, mirando la caja— ¿Son para mí?

    Beatriz asintió, sus nervios le llevaron a hacerlo con energía de más. Aún así, se animó a volver a mirarme.

    —S-sí quieres… —respondió, avergonzada— A-ayer les dejé a mis amigos y… y pensé… que ti también te gustarían… ¿tal vez? —intentó sostener mi mirada sin éxito, en menos de un segundo cerró los ojos— ¡N-no pasa nada s-s-si prefieres no t-tomarlos…!

    Me apresuré en negar esa posibilidad y recibí caja de Pocky. Ella alzó la mirada, con la vergüenza a flor de piel pero, a su vez, con una chispa de ilusión en su gesto.

    —Jamás lo rechazaría —le dije, sereno—. Muchas gracias… Lo cierto es que me alegra que me tengas esta consideración… A la altura de tus amigos.

    Le dediqué una sonrisa algo más amplia, complacido por su gesto que, además, me ayudó a detener ligeramente el mar de pensamientos y posibilidades. Beatriz contuvo la respiración al verme, por un instante pareció que no iba a despegar los ojos de mí y hasta hubo un amague de sonrisa en sus labios temblorosos, la cual al final no fue esbozada. En su lugar, volvió a agachar la cabeza. Seguía ruborizada…

    —Quizás nosotros… ya lo somos… ¿tal vez? —dijo, removiendo las manos en el asa de su maletín.

    Aguanten los tochos vieja! No me importa nada! (?)

    Ahí quedan Hubert y Beatriz para quien guste caerles <3
     
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    Gigi Blanche

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    Un enésimo bostezo me descomprimió el pecho y dejé caer la cabeza hacia atrás, atendiendo al rebote suave sobre la superficie metálica de las puertas de los casilleros. La gente pasaba, y pasaba, y pasaba, y a mí me costaba cada vez más volver a abrir los ojos tras parpadear. Qué sueño tenía. Ayer había parecido una misión noble sacrificarme por acabar la serie que estaba viendo, pero el viaje en tren me había dejado tan somnolienta que ahora dudaba de qué manera sobreviviría a una mañana entera de clases. ¿Podría ponerme a escribir, quizá? Era un entretenimiento sutil y disimulado, ideal para no alertar a los profesores.

    Aunque... qué pereza escribir a mano.

    Hiradaira parecía empeñada en no llegar a tiempo y a mí se me estaba agotando la paciencia, pero Ko había insistido tanto en la urgencia de la entrega que una fuerza omnipotente mantenía mi cuerpo encerrado en la fila de segundo. ¿Cómo llamarle? ¿Sentido del deber? ¿Responsabilidad? ¿Lisa y llana compasión? ¿Tenía alguna de esas, para empezar? De vez en cuando, aparentemente. Aburrida, me puse a mirar alrededor, y al reconocer a Hubert me quedé con él porque... porque sí. La escena se tornó algo más divertida cuando una niña se le acercó y, tras un breve intercambio, le extendió lo que parecía una cajita roja. La distancia y la espalda de la chica me impedían discernir con claridad, pero tanto sus posturas como las reacciones de Hubert bastaron para estirarme una sonrisa entretenida en los labios. Se veía pequeñita, ¿sería de primero? Su melena oscura y reducida, también, me recordó a Hanabi.

    Estiré el cuello hacia los lados, intentando definir qué demonios era esa caja roja, y al saberme incapaz, despegué todo el cuerpo de la línea de casilleros. Me acerqué con calma y me detuve entre ellos, sin molestarme en disimular que mi atención se dirigía primordialmente a las manos de Hubert.

    —Ah, unos Pockys —murmuré, alzando apenas las cejas, y mi sonrisa exhibió un atisbo de satisfacción.

    Había resuelto un gran misterio, al fin y al cabo. Ahora podría morir en paz. O dormir. Dormir sonaba bien.
     
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    Bruno TDF

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    Entrar a la academia con el resto de las personas… me suponía un esfuerzo que rozaba lo desmedido, algo que en nada sorprendería a quienes ya me conocían bien, ¿tal vez? Cierto es que contaba con la opción de refugiarme en las zonas más distantes del patio frontal y permanecer a la espera de que la aglomeración de estudiantes se redujera, tanto como para permitirme ingresar al Sakura sin ser abrumada por la tenacidad de mis nervios. Pero, sin embargo… Yo… Había elegido emprender pequeñas luchas diarias: ingresaba con los demás estudiantes, enfrentando aquella parte de mí que tanto ansiaba superar. Ser constante en esto era difícil, y no serían pocas las ocasiones en que me terminaría agotada por mis esfuerzos internos.

    Principalmente hoy… Que obsequiaría unos Pocky a… a…

    Hubert…
    F-fue por esta misma que razón, antes de alcanzar la puerta de los casilleros, el edificio escolar me pareció más gigante que de costumbre. O, tal vez, era más correcto decir que las intensas dudas me hacían sentir diminuta, muy diminuta.

    Y mi corazón latía, retumbaba y golpeaba. A punto de hacer vibrar mi cuerpo entero. Llegué a creer que, si no actuaba rápido, acabaría por dolerme.

    Mi pretensión consistía en dejar los Pocky en su casillero, como hice ayer con los de Rowan, Jez y Cayden. Incluía una nota que rezaba únicamente mi nombre, “Beatriz”, en un trazo dubitativo. No me había animado a añadir un mensaje por pura vergüenza, y tampoco habría encontrado las palabras si tal intención hubiera ganado fuerza.

    P-p-porque cuando se trataba de Hubert Mattsson, me quedaba por completo en blanco, cual lienzo vacío, ¿tal vez…?

    Perdida en estas cuestiones, no consideré la probabilidad de encontrarme directamente con él, como efectivamente acabó sucediendo.Lo hallé de pie frente a su casillero aún abierto. Reconocí al instante su perfil suave, su cabello y aquellos ojos, tan negros como el infinito del universo.

    Sobre mi corazón cayó otro relámpago de la dulce tormenta.

    Cálido y devastador.

    Otro impacto, otra confirmación.

    Mi primera intención, por reflejo, fue la de girar sobre mis talones para desaparecer, cediendo por completo a mis nervios. Si no ocurrió esto, fue porque… Hubert estaba muy quieto. Al animarme a verlo con más detenimiento, noté que algo parecía estar molestándolo... Nunca lo había visto así de serio... Sus ojos permanecían clavados en la puerta abierta de su casillero pero, no sé… ¿Creí que en realidad no estaba viendo?
    T-también me dio la sensación de que se veía apesadumbrado. Tanto, que por un momento olvidé mi propio caos.

    Me animé a hablarle, con la firmeza que siempre adquiría cuando me preocupaba por alguien. Pero bastó una sola sonrisa de su parte, tan serena y suave, para desbaratarme nuevamente. Mis nervios reverberaron con más intensidad, el calor trepó por mis mejilla y no pude más que ser dominada por el bochorno. Me daba vergüenza sentir tantos deseos de mirarlo, a pesar de me costaba horrores detener los ojos en él. A-aún así, en medio de mi atropello y la incomodidad que debía estar causándole, conseguí imponerme sobre la tormenta y ofrecerle los Pocky que compré para él.

    Jamás lo rechazaría.

    Eso fue lo que dijo al recibirlos. Me sentí ridícula por la inmensa felicidad que me dio escuchar aquello viniendo de su voz. Sentir esto me avergonzaba, no sabía qué hacer y, como le dije Cayden en la sala de arte... me daba miedo.

    A-aunque t-tampoco podía negar que me hacía un poquito… bien, ¿tal vez?

    Terminé por declarar, en otro acto de irracional valentía, que nosotros ya éramos amigos. Era una de las razones por la que la caja roja había pasado a sus manos y yo… Aguardé con cierta expectativa su respuesta, con los ojos clavados en mis manos nerviosas. ¿Diría que estaba de acuerdo con la idea de ser amigos? ¿Se alegría? Habíamos compartido momentos, nos conocíamos un poco. T-tendría sentido, ¿no?

    ¿Me bastaría con ser amigos?

    La última pregunta, intrusiva, se esfumó de mi cabeza tan rápido como llegó. Porque en ese preciso momento noté, por el rabillo del ojo, que una tercera persona se había detenido entre nosotros. No reconocí su silueta, ni el cabello oscuro, y logré adivinar que sus ojos eran de un profundo violeta. Me puse tensa de inmediato, nerviosa como era, pero traté de disimularlo lo mejor que pude. No levanté la cabeza al escucharla hablar… E-era la voz de otra chica… ¿pronunciado sólo los Pocky que acababa de regalar?

    Su intervención me dejó confundida. Me animé a mirarla de reojo, detallando con timidez el perfil de su rostro, al mismo tiempo que Hubert tomaba la palabra. Me pareció que el chico le sonreía, ¿tal vez?

    —Buenos días para ti también —dijo con su distintiva formalidad, en la que detecté a su vez cierta familiaridad, una pista que ya la conocía previamente; dejó la cajita más a la vista de la chica— Efectivamente, lo son. Me los acaban de obsequiar.

    Lo pude sentir, las miradas recayendo sobre mí. La ansiedad me cosquilleó en la nuca, en los hombros. Traté de moderar mi tensión, sin estar mi segura de estar lográndolo. No supe bien de dónde obtuve la voluntad para alzar la cabeza, lentamente. Hubert me sonreía, poniéndome en riesgo de volver a ruborizarme. De modo que me volteé para mirar a la recién llegada. Volví a sentirme diminuta al encontrar su rostro, no supe si por la forma que me miraba o porque me dio la sensación de que era mayor, de tercer año, ¿tal vez?

    —B-b-buenos días —llegué a decir con un hilo de voz, y con pesar noté que otro ligero rubor volvía a trepar por mis mejillas— Yo… Eeeh…

    Las palabras se me perdieron a medio camino. Aunque hablar me costaba menos que hace un mes, tenía dificultades cuando me enfrentaba a un rostro desconocido. Hubert pareció haberse anticipado a esto, porque su intervención para ayudarme fue rápida. Agradecí el fugaz instante de respiro que me otorgó.

    —Imagino que no se conocen, ¿estoy en lo correcto? —aventuró con esta chica— De ser el caso, te presento a Beatriz Luna. Beatriz, ella es Morgan O’Connor, compañera del Club de Lectura.

    —¡E-es un gusto conocerte! —me apresuré a hablar, dedicándole una reverencia formal que hizo mecer los extremos de mi cabello.

    El encuentro de Doppelgängers más esperado por toda Latinoamérica unida.
     
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    Gigi Blanche

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    La voz de Hubert se alzó y yo lo miré a los ojos tras parpadear, dándome cuenta que, efectivamente, había omitido el tan noble y ceremonioso paso de los saludos matutinos. Sonreía, y de su parte creí percibir (o me inventé) un dejo de sarcasmo. La idea me gustó y me entretuvo, así que decidí quedármela y, tras volver a pestañear con calma, esbocé una sonrisa. Le lancé un vistazo apenas de soslayo a los Pockys cuando me los mostró, por ahora desinteresado.

    Morning, lad —corregí, y giré el rostro hacia la chica—. Lassie.

    Pero la niña de casualidad lograba despegar los ojos del suelo y a mí el hecho me traía sin cuidado. Ante la debida aclaración de que el snack había sido un obsequio alcé las cejas y murmuré un "oh" un poco más largo de lo necesario.

    —¿Recibiendo Pockys a las ocho de la mañana? How lucky ye are~

    Tras molestarlo, percibí de reojo que la niña alzaba la cabeza y entonces la miré. Era un manojo de nervios a punto de explotar o hacer ebullición, y me pregunté si el agobio surgiría de mi mera presencia o también del hecho de haberle regalado eso al muchacho. Le lancé un vistazo a Hubert, quien le sonreía tan tranquilo, y me tragué la gracia. Ay, ay, ay, estas criaturas tan inocentes...

    La chiquilla me correspondió el saludo y al instante volvió a enredarse. Hubert le lanzó un salvavidas y dejé que siguiera adelante con las presentaciones pertinentes. ¿Beatriz Luna? Sonaba a... ¿español, quizá? Estaba por tomar la palabra cuando la niña se me adelantó, ejecutando una reverencia que le revolvió el cabello y a mí me quiso estirar la sonrisa. Seguí el movimiento con la vista, sin mira alguna de reflejarlo, y aguardé a recibir otra vez sus ojos.

    —Beatriz —pronuncié su nombre a gusto, pues el acento gaélico me lo permitía, y suavicé la sonrisa al ladear ligeramente la cabeza—. Me gusta tu nombre.

    Tuve la prudencia de decirlo en japonés y, sin mayores preámbulos, regresé la atención a Hubert.

    —¿Cómo dedujiste que no nos conocíamos? —lo molesté, sin alterar la serenidad de mi tono—. ¿No serás acaso un brillante detective?


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    Bruno TDF

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    Creía conocer lo suficiente a Beatriz como para verme impresionado por determinados detalles. Por empezar, no era común hallarla en un sitio concurrido, como lo eran los casilleros en estas horas. Habíamos mantenido encuentros previos que se remontaban a un pasillo vacío, a la calma del invernadero y una zona silenciosa del patio norte. Entre esto y la naturaleza mayormente tímida e insegura que exhibía, no era difícil concluir que evitaba sitios concurridos. Tampoco esperé que se hubiese tomado la molestia de hacerme este obsequio y, sobre todo, que pusiera en palabras lo que era nuestra relación: una amistad. Puede que yo llevara un tiempo sintiéndolo así. Sin embargo, que ella tomara la potestad de decirlo me resultó ciertamente gratificante.

    No por mí, sino por ella.

    Tuve la intención de corresponder a sus palabras, mas nuestra atención fue captada por Morgan. Se había aparecido entre nosotros con un silencio y una sutileza que me recordaron fugazmente a la oscuridad del salón de actos. Observé momentáneamente la reacción de Beatriz, para luego dirigirme a O’Connor con la intención de recibirla con un saludo cordial. Pero, en su lugar, me hallé con que mis manos eran el objeto de su mirada. Que se hubiese centrado en los Pocky antes que en nosotros se me hizo desconcertante, pero tampoco negaría que me causó una muy ligera pizca de gracia. Sin embargo, preferí guardar un tono más bien amable al momento de saludarla o, mejor dicho, llamar su atención al notarla tan ensimismada en la caja roja.

    Morgan me miró a los ojos, conexión que sostuve con una sonrisa en los labios. Ya lo había pensado en el salón de actos, que había algo inquietante y cautivador en su mirada, así como en el modo que parpadeaba. Ella regresó el saludo y lo extendió a Beatriz, que se mantenía en completa quietud, al menos hasta que el comentario de Morgan sobre recibir Pockys a las ocho de la mañana hizo que se frotara los dedos. En otra situación me habría adaptado a la jocosidad del diálogo, pero aquí opté por guardar silencio en favor de Beatriz, sabiendas de se hallaba en una situación un poco delicada a nivel social. Mi respuesta hacia Morgan se limitó a una sonrisa amable, la cual mantuve para recibir la mirada de Luna en cuanto se animó a alazar la cabeza, aunque luego tuve que intervenir con las presentaciones para que pudiese darse a conocer en condiciones.

    Tras su reverencia, Beatriz logró mirar a Morgan a los ojos. No sin dificultad, claro está. Su cuerpo se hallaba levemente estremecido, por el esfuerzo que debía suponerle mantener ese tipo de contacto, pero aun así logró una endeble firmeza. Incluso me pareció notar que las comisuras de sus labios amagaron un intento de sonrisa, lo que me sorprendió. Con todo, su intención falló porque Morgan expresó que le gustaba su nombre.

    —¿Eh? —musitó sorprendida, para luego avergonzarse de su reacción, la cual buscó corregir—. ¿D-de verdad? Gr-gracias… E-el tuyo es muy… muy bonito.

    Fue una devolución sincera, de eso estuve seguro, y esperaba que Morgan lo captara de la misma manera. Como no supo si añadir algo más, Beatriz volvió a encogerse sobre su misma y agachó ligeramente la cabeza, ya incapaz de seguir mirando al frente. De todas maneras estuvo pendientee de nosotros, cuando Morgan me hizo la pregunta de cómo supe que no se conocían.

    Miré a O’Connor a los ojos, atendiendo a la serenidad de su voz, hasta que mi sonrisa se estiró ante la insinuación de que era un brillante detective.

    —Quizá lo soy y aún no lo sabemos —le dije, mirando a Beatriz para que se supiese parte de la charla; ella esquivó mi mirada, así que retorné a Morgan—. Pero mis métodos para sacar conclusines son, qué ironía... un misterio —sostuve una corta pausa—. Por ahora.

    Lo cierto es que me había servido de Beatriz para sacar la conclusión de que no se conocían, ya que conmigo había tenido una reacción muy parecida la primera vez que me vió, quizá un poco más marcada. Conforme interactuabas con ella, algunas tensiones retrocedían, muy lentamente. Pero no correspondía explicar esto, mucho menos delante suyo. Así que me limité a eludir la pregunta, dejando la cuestión en una incógnita y una invitación para hablar más adelante.

    —¿Y... Y ustedes? —intervino Beatriz, tímidamente— ¿E-entonces... se conocen? ¿S-son amigos, tal vez?
     
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    El silencio de Hubert me resultó levemente curioso y a raíz de la interrogante deslicé la vista a su acompañante, deviniendo en las demás suposiciones. Era evidente que me había inmiscuido en una conversación que pretendía ser discreta y controlada, pero en ese caso habría sido mejor idea buscar un sitio más privado, ¿no? Eso, y que tampoco veía por qué modificar sustancialmente mi comportamiento para cuidar los nervios de una desconocida. Sólo ocurría que no me entusiasmaba la idea de mear a nadie en los pantalones. Instigar miedo era propiedad de otras criaturas, otros cuerpos.

    Tal vez mi suerte de halago le sobrecalentara los circuitos ahora mismo, pero dudaba que fuera una sensación persistente. Tartamudeó como un cascanueces y mi sonrisa se ensanchó ligeramente, quién sabe si por su rostro convertido en tomate o por el cumplido que me regresó.

    —Bonito... —rumié, pensativa, y la miré un par de segundos antes de volver a Hubert—. ¿A ti te parece bonito mi nombre?

    La chiquilla había vuelto a retraerse, por lo que no le llevé demasiado el apunte. La atención de Hubert aún rebotaba entre ambas, si no sería un muchachito encantador. Se adecuó a mi broma, redobló la apuesta y mi gesto esbozó un atisbo de satisfacción. Dudaba que hubiese un brillante análisis detrás de su suposición, bastaba con ver la actitud de Luna ante mi repentina aparición. No por ello le corté las alas.

    —Vaya —murmuré, encantada, y la sonrisa me descubrió la dentadura—. Un mago no revela sus secretos, right, kiddo?

    La voz de la niña se alzó, entonces, y giré el rostro en su dirección con calma. Hubert ya había mencionado que compartíamos el club de lectura, ¿cuál era la duda? ¿Si éramos amigos? Amigos... ¿Qué era un amigo, para empezar? Mi respuesta instintiva habría sido una negativa, claro, pero me apeteció darle algunas vueltas y deslicé la mirada de regreso a Hubert, entretenida con mis propios pensamientos. Había irrumpido y cobrado presencia en un momento de nostalgia e intimidad, garabateamos la silueta de fantasmas pasados y lo invité a ocupar el escenario conmigo. Hubo un grado de honestidad en nuestra conversación, uno que, tal vez, no se correspondiera al intercambio de dos desconocidos. Pero ¿eso nos volvía amigos? ¿De qué servía la distinción, para empezar?

    —No lo sé, ¿lo somos? —indagué, sin disimular la diversión que me provocaba la situación.


    ¿Qué respondería el siempre amable y prudente Hubert?
     
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    Bruno TDF

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    Cuando logré dar con los ojos de Morgan, me estremecí por la sensación de que su mirada me envolvía, era como enfrentarse a una noche morada, ¿tal vez? Por otra parte, se sentía raro encontrar a alguien con un cabello tan similar al mío, si bien el parecido sólo se detenía allí. Yo me veía más pequeña por estatura y rasgos, y ella, además… era muy linda. La última observación le esfumé de mi mente, sintiéndome muy tonta, y en su lugar intenté concederle una sonrisa. Pensé que iba a lograrlo, hasta que… Hasta que… Morgan dijo que mi nombre le gustaba, y mi pecho se removió en sensaciones contradictorias.

    Desequilibrarme era sencillo, al punto de lo vergonzoso. Bastaba una mirada, un ademan o una palabra precisa. Entre todo, eran los halagos, cualquiera fuese su forma, los que me causaban más impacto. Me era extremadamente raro recibir uno y, en general, no creía merecerlos. Pero aún así… también me despertaban un sentimiento más amable, que podría definirse como ilusión, ¿tal vez? C-con esto quiero decir que las palabras de Morgan, si bien me descolocaron, al mismo tiempo fueron bien recibidas aunque no se notase por mi reacción. Llegaron en un momento de casualidad, pues… yo estaba pensando que su nombre sonaba bien. Era bonito en mi opinión, y me alegró haber podido decírselo.

    Recibí a cambio una sonrisa, cosa que me trajo algo de alivio. Me habría gustado mucho correspondérsela, de no ser por mi corazón acelerado por las sensaciones. Hubert permanecía atento a nosotras, y me ponía nerviosa saberme así de expuesta en su presencia, q-que estuviese pendiente de mí. Me centré en Morgan cuando repitió el calificativo, con tal de evitar la mirada del chico. Pero… la atención de Morgan giró hacia él, para preguntarle de forma muy directa si le parecía bonito su nombre. Uno de mis latidos brincó con fuerza. Hubert no dio indicios de haber sido tomado por sorpresa con su pregunta, era c-como… como si se hubiese esperado ese giro en la conversación, ¿tal vez?

    Sonrió con esa calma distintiva, con su aire tan amable. Tuve que agachar la mirada, al sentir otro golpe de la tormenta. D-de todos modos, ya no tenía más que decir, por lo que me limité a oírlos.

    —Es un nombre suave, como la ola de un mar tranquilo —dijo—. Admito que no lo había detenido a pensarlo, pero soy de la misma impresión que Beatriz.

    Otra vez, me empecé a frotar las manos, traté de que no se notara. Esa respuesta… era muy propia de Hubert. Amable, dulce, cálida. Transmitía paz cuando hablaba. No supe de dónde provenía su comparación con el mar, pero fue bonito que definiera así el nombre de Morgan y yo... Apreté los labios.

    ¿Mi nombre… le parecería bonito también?

    Siguieron hablando, hubo una broma sobre Hubert como detective y, sin querer, me lo imaginé en los atuendos de Sherlock Holmes, una pipa entre los labios. La asociación no me resultó del todo errada, pues era alguien que observaba todo. Quizá, en el futuro, tendría otros ámbitos de
    lectura, más allá de los libros. No había forma de saberlo, ¿tal vez? E-En cualquier caso, seguí prestando atención a la respuesta que el chico concedió, y volví a detectar cierta sinergia en el modo que se llevaban. No pude evitar inquietarme sobre… B-bueno, qué tan bien se llevaban, ¿tal vez?

    Así que intervine, temerosa. Por culpa de mis nervios pregunté si se conocían, cuando momentos antes fue el propio Hubert quien la presentó como parte su Club de Lectura. Suerte tuve de darme cuenta el instante, por lo que maticé con la pregunta sobre su posible amistad. Morgan, otra vez, puso al chico en situación de responder, quien se permitió algunos de silencio. Su expresión se tornó pensativa, o al menos eso me pareció por que lo miraba sin verlo directamente, desviando mis ojos a algún punto más allá de sus hombros. Los segundos fueron más extensos de lo habitual.

    Finalmente, percibí que Hubert me miraba. Otra vez, un estremecimiento. Tomé algo de aire y alcé la mirada para recibir su respuesta, y al hallar sus ojos sentí un ligero calor en las mejillas.

    —Es muy pronto para saberlo —respondió, intercambiando una mirada entre Morgan y yo, calmo; en ella se detuvo un instante— Quizá somos más cómplices que amigos, quién sabe. El tiempo y la casualidad, en todo caso, terminará por definirlo —entonces me miró a mí, y la sonrisa que me dirigió me irradió un calor interno muy fuerte—. Así fue en nuestro caso.

    Contuve el aliento. Mis palabras, si es que las hubo para empezar, se perdieron en la nada. Sólo pude asentir ante su comentario, tímida, pensativa también. Esquivé una vez más su mirada y removí las manos en el asa de mi maletín.

    —No queda mucho tiempo para inicie la jornada, ¿les parece bien subir juntos a clases?

    Mi corazón dio un vuelco ante la propuesta. Quise negarme y, al mismo tiempo, no. Pero atrapada como me hallaba en la conversación, la única opción que me quedó fue asentir en respuesta. Hubert me devolvió al gesto.

    Bueno, ¡se cerró como se pudo! Me habría gustado poder responder más veces, pero la vida me entrecruzó quilombos jaja (?)

    Gracias mil por caerme con Morgan, LA AMO.
     
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    ¿Suave? La descripción que Hubert le confirió a mi nombre me hizo alzar las cejas con evidente incredulidad y un dejo de diversión. No pretendía desacreditar su pensamiento, claro, sólo no contuve la impresión que me causó que su imagen fuera tan dispar a la mía. ¿Era posible que mi nombre sonara como la ola de un mar tranquilo? A mis ojos, frente al espejo, bajo mi experiencia, jamás me lo había parecido. Su empleo unisex le brindaba de por sí un carácter andrógino que lo volvía ni demasiado suave, ni demasiado rígido. Ni demasiado delicado, ni demasiado violento. Ni tierno, ni insípido. Existía en un perpetuo intermedio muy similar a la nada misma.

    —A mí me recuerda a la diosa celta de la guerra, Morrigan —compartí, no con ánimos de contradecirlo, sino simplemente de agregar mi opinión, y tras encogerme ligeramente de hombros le concedí una sonrisa suave al muchacho—. Los buenos amores vienen de buenos amantes, y la belleza surge de los propios ojos.

    Podría haber explicado mi tren de pensamientos con algo más de claridad, pero preferí dejarlo allí. Hubert era un muchachito inteligente, después de todo. Tras la intervención de Luna, le pasé la papa caliente al chico y aguardé, con la paciencia del mundo entero, a que encontrara su respuesta. La chiquilla se nos moría a cada segundo que pasaba bajo la mirada de Hubert, y yo lanzaba la vista entre ellos preguntándome cómo, tan analítico y avispado, era incapaz de darse cuenta de lo que le provocaba. El cuadro era tan entretenido que el contenido de su respuesta quedó en segundo plano. Me gustaba que hubiera hablado de cómplices, me resultaba audaz y hasta atrevido viniendo de él, pero no ganó la prioridad.

    Ye're so cruel, lad —me lamenté tras un profundo suspiro, meneando la cabeza.

    Mi comentario cargaba un doble sentido y la interpretación directa, asociada al eje de la charla, era la errónea. Por eso mismo conservé su ambigüedad. Dejé que cada quien sacara sus conclusiones, hasta que Hubert nos invitó a subir y mi sonrisa se ensanchó.

    —Vamos, dejaré a los niños en sus clases —anuncié con evidente diversión, alzando las manos para apoyar cada una en sus hombros.

    Los empujé suavemente hacia el pasillo y les devolví el espacio, empezando a caminar ligeramente por detrás. En ningún momento recordé mantenerme pendiente de si aparecía Hiradaira y quién sabe cuándo notaría mi descuido. Robando las palabras de Hubert, sólo el tiempo lo diría.


    post relámpago para cerrar JAJAJA cortito pero poderoso, un placer comerme la telenovela con papitas
     
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