Aula 3-3

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Conciliar el sueño supuso una odisea que me quitó unos cuántos minutos de descanso. O quizás horas, ¡quién sabe…! Las sensaciones de la noche siguieron presentes en cada fibra de mi piel. Seguí sintiendo cosquillitas en el cuello, allí donde mi leoncito había paseado su boquita apasionada; a la vez que rememoraba la calidez de su mano y la mezcla de sabores durante el encuentro de nuestros labios. En algún punto de la noche, en la oscuridad de la habitación donde Vali y yo dormíamos, el calor retornó a mi cuerpo por un rato muy largo, reclamando su fuego.

    Hicimos muchas cositas… Pero no lo habíamos hecho todo.


    A la mañana siguiente, llegué a la academia con un aspecto prolijo e impecable. Aseada, bien peinada y con cada parte del uniforme correctamente dispuesta en los lugares que correspondían, hasta el lazo se hallaba bien anudado. Esto fue posible gracias a las valiosas intervenciones de Vali. No sólo esperó mi regreso al apartamento para asegurarse de que no me durmiera con la ropa de calle, sino que también se encargó de despertarme temprano por la mañana, con apoyo de Copito y sus incesantes picoteos en mi mejilla. Al notarme tan adormilada y con generosos síntomas de resaca, mi hermana sugirió que podía faltar a clases ese día, propuesta a la que me negué y que seguro la sorprendió, o eso entendí por el alzamiento de una de sus cejas. En todo caso, me preparó la bañera, hizo un desayuno livianito y me dio de tomar una medicina para la resaca.

    Comúnmente habría faltado a clases en estas condiciones, pero… Tenía la chaqueta de Cay conmigo, y quería devolvérsela. Porque una suerte de intuición me susurraba que esta prenda era muy valiosa para él; de ser cierto, me alegraría enormemente el corazón el hecho de que me la hubiese confiado. Esperaba que no le molestara que se la regresara sin lavar y el hecho de que, bueno… no pude evitar dormir con la chaqueta puesta, bajo el abrigo del dragoncito de oro.

    Por la mañana no lo encontré en los casilleros y tampoco vi sus rizos llameantes al asomar la cabecita al aula 3-2, por lo que no me quedó más remedio que ir a mi salón. Obviamente, prestar atención a las clases matutinas fue una tarea imposible y, en algún cierto momento, terminé durmiéndome sobre mi pupitre. Sólo fui consciente de esto cuando la campana del receso me provocó una punzada en la cabeza que me despertó, como si me hubiesen dado un latigazo. Fruncí el ceño ante la persistencia del dolor, que aminoró lentamente, hasta que finalmente pude permitirme suspirar.

    Me sentía muy cansadita.

    ¡Pero…! Nada me detendría en mi propósito. O eso creía. La chaqueta de Cay se encontraba prolijamente doblada en el interior de una bolsa de tela, que había traído junto con mi maletín escolar. Como la resaca no me dejaba pensar con la suficiente claridad, se me ocurrió sacarla de allí con la idea de comprobar que no tuviese muchas arrugas ni nada, y sobre todo que la estampa del dragón dorado no se hubiese atrofiado de algún modo. La fantástica criatura pareció resplandecer entre mis manos, reflejándose en el azul de mis ojos. Me quedé mirándola un ratito, sin darme cuenta de que sonreía.

    Y en mi mente adormecida se coló, entonces, la idea de ponerme la chaqueta una vez más. Sentía que iba a extrañar a este dragón dorado.

    Mis manos emergieron con cierta dificultad por las mangas negras. El peso de la tela pronto se repartió sobre mis hombros y a los costados de mis piernas. El calorcito, agradable, no tardó en hacerse sentir. Es verdad que hoy no era muy necesario llevar una chaqueta, pero estaba un poquito friolenta, supongo que también tenía que ver con la resaca.

    La calidez de la prenda volvió a darme sueñito. Con lentitud, posicioné los antebrazos sobre mi pupitre y sobre ellos dejé reposando mi mejilla, además del peso de buena parte de mi cuerpito. Cerré los ojos, con una sonrisita en los labios. No haría daño esperar un ratito más para devolver la chaqueta… O hasta un día más, quién sabe.

     
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    Zireael

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    Cuando la campana sonó me levanté del asiento busqué mi almuerzo y la botella de agua antes de levantar. Con todo listo me levanté del asiento y me di cuenta que Cay se levantó casi al mismo tiempo, así que lo alcancé para darle un toquecito en el hombro. Al verme me dedicó una sonrisa tranquila aunque me pareció cansado y quizás un poco preocupado, en realidad disimulaba bastante mal sus emociones si lo pensaba con frialdad, creía haberle visto la misma expresión ya alguna veces desde que llegó a la escuela. De todas formas preguntar parecía ser inútil, respondía siempre lo esperado o lo que sirviera. Ahora que le había hablado más creía poder decir con más seguridad que era testarudo y difícil de alcanzar, así que sólo caminé a su lado y pronto vi que tomábamos el mismo rumbo.

    —¿Vas a buscar a Vero? —preguntó cuando íbamos a mitad de camino.

    —Sí —contesté y luego de pensarlo unos segundos hablé de nuevo—. Me tranquiliza estar con ella. ¿Vas a buscar a Ishikawa-kun?

    Su respuesta fue un asentimiento más bien sutil, no dijo ni preguntó nada más y cuando ambos nos plantamos en la puerta las cosas sucedieron un poco rápido. Él no encontró a su amigo que de por sí era fácil de ubicar con el pelito celeste, pero creí darme cuenta de que notó a Vero echada sobre el escritorio con... ¿Era su chaqueta? Y pareció entrar en sobrecarga, fue como si un fusible se le derritiera en el acto. Algunas luces parpadearon, erráticas, y finalmente murieron.

    —Dile que se la quede tanto como quiera —murmuró en un tono lo bastante plano para recordarme a Altan. Fue un poco abstracto, así que lo aclaró de inmediato—. La sukajan.

    No me dio tiempo de reaccionar, si acaso había terminado de hablarme y yo apenas estaba volteando el rostro hacia él cuando sólo se fue, perdiéndose en el flujo de estudiantes con una facilidad que fue entre ridícula e inquietante. Lo que me dijo que le transmitiera a Vero fue tan anormal como ver a la chica con la chaqueta ajena, ¿de qué diablos me estaba perdiendo ahora, para variar? Me sentí un poco extraña, pero opté por arrojar la sensación lejos.

    Con todo y la duda sentí algo de pena ajena porque aunque no le había puesto tanta atención, sí que había notado que Cay llevaba consigo un almuerzo bastante grande y pues tan tonta tampoco era. Su amigo no estaba, imaginé que ni siquiera estaban sus cosas, ¿pero no se le ocurrió quedarse a pasar el receso con nosotras? A ninguna de las dos nos estorbaría. Igual le estaba pidiendo demasiado, ni idea, llevaba casi dos semanas apareciendo y desapareciendo de clases y luciendo cansado casi siempre. Para ser tan dulce también era... complicado, casi exasperante y lo cierto era que quizás no me concerniera. Tenía toda la pinta de que si metía mucho la nariz reaccionaría mal.

    Luego de un suspiro entré al salón, me acerqué al pupitre de Vero y luego de ajustarme la botella de agua bajo el brazo para liberarme la mano levanté un poco la chaqueta ajena por la parte del cuello. Desde allí le soplé con cuidado el pelo de la coronilla, anulé cualquier rastro de desconcierto que el encuentro previo me hubiese dejado y preparé una sonrisa de la que no fui del todo consciente.

    —Tierra llamando a Vero —dije ligeramente divertida—, repito, tierra llamando a Vero. ¿Hay señal?


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    Bruno TDF

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    Debía dar las gracias que el profesor no se hubiera dado cuenta que me dormí en plena clase, me habría dado una terrible vergüenza si me dejaba expuesta frente a mis compañeritos de salón. Nunca fui lo que se dice una alumna ejemplar, pues mis calificaciones rozaban el mínimo necesario y me distraía con facilidad durante las lecciones. Mi motivación para venir a la academia eran mis amigos y la eterna posibilidad de conocer otras personas, lo cual no era ninguna novedad. ¡Pero…! Eso no significaba que no me importase hacer las cosas bien… y sobre todo ahora, que estudiaba lejos de mi anterior hogar.

    Vali, Gonsake-sensei, Togashi-dono y Kana-chan hicieron (y seguían haciendo) todo lo posible para permitir que floreciera en esta parte del mundo, como persona y como atleta marcial; en eso debía incluir a mis padres, que respetaron con admirable entereza mi deseo de estudiar en Japón. Cada día trataba de hacer valer el esfuerzo que depositaron en mi futuro. Pero, claro, era una jovencita traviesa que de ratos se permitía alguna que otra… licencia.

    Acurruqué el rostro entre mis propios brazos, que habían pasado a ser almohaditas improvisadas. Estaba tan calentita bajo la chaqueta de Cay, que mis ojos se negaban a abrirse para curiosear los movimientos que oía a mi alrededor, de las personas que salían a disfrutar del receso o simplemente se quedaban a conversar. Fue por eso que no vi a Jez y mi leoncito en el umbral del salón, y mucho menos noté las sombras que debieron cruzar sobre la mirada del muchachito antes de que se retirara como un vendaval.

    De lo adormecida que me encontraba, tampoco fui consciente del toque de Jez en la chaqueta, pero sí reaccioné al sentir el aire chocando sobre el cabello de mi coronilla. De las cosquillitas que sentí por esto, una pequeña sonrisa asomó a mis labios y también me removí en mi lugar sin alzar la cabeza ni separar los párpados. A juzgar por la delicadeza de este acercamiento, tuve una fugaz idea de quién podía tratarse.

    Oír su dulce voz, que me llamaba y preguntaba si había señal; me lo confirmó. Mi sonrisa se amplió. Lo hizo a una velocidad muy lentita, pero llegó a reflejar la enorme alegría que siempre sentía al tener a Jez conmigo. Asentí en respuesta a su llamado, con la cabeza aún apoyada en mis antebrazos. Pero abrí los ojos y la miré.

    —No hay señal —respondí—. A menos que sea una lucecita la que esté llamando. Para ella siempre hay, y con mucho amor.

    Me erguí muy despacito, como si tuviera los músculos ablandados, y me giré con silla y todo para quedar enfrentada a Jez. La volví a mirar, aún sentada, ignorando en el proceso otra punzada en la cabeza. Estiré las manos hacia ella, desde la silla, a la vez que le sonreía con mucha dulzura. La tela oscura de la chaqueta caía por los costados de mi cuerpo, como una cascada de sombras salpicadas de oro.

    —Buen día, preciosa —saludé—. ¿Me ayudas a levantarme? Si lo haces, te recompensaré con un fuerte abrazo.
     
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    Era bastante evidente que no había señal, pero una broma inocente nunca había matado a nadie y me tragué la gracia mientras esperaba su reacción. Tardó un poquito en llegar, pero noté su sonrisa y asintió en respuesta, aunque me confirmó que no había señal haciendo que se me esccapara una risa mientras retrocedía para volver a erguir la espalda.

    —Qué buen día para brillar como un bombillo de luz LED, ¿a qué sí? —repliqué junto a una risa ligera.

    La vi erguirse despacio, se giró con todo y silla para mirarme, así que le sonreí. Recibí sus manos con la naturalidad de siempre luego de ajustarme el nudo del bento a la muñeca, aunque mis ojos se deslizaron con curiosidad por encima de la prenda oscura; habría visto a Cay usarla varias veces, no calculaba cuántas, pero sólo allí sobre el cuerpo de Vero pude detallarla un poco mejor. Era de las chaquetas estas de souvenir y el bordado que discurría por las mangas lucía delicado sobre el fondo negro.

    Asentí a su pedido de ayudarla a levantarse, di un paso hacia atrás y al anclarme mejor al suelo afiancé el agarre en sus manos para separarla de la silla. En el momento en que su cuerpo se elevó deslicé el tacto a sus brazos, luego conecté con su cuerpo y la envolví en un abrazo. Si aflojé el agarre fue para separar un poco, llevar una mano a su rostro y depositarle el besito de rutina en la mejilla.

    —Traigo un mensaje por cierto —dije al separarme y usé la mano para pellizcar el cuello de la chaqueta ajena—. Dice el dueño de esto que te la puedes dejar tanto como quieras. Claro que yo me muero de curiosidad porque... ¿Cómo llegó aquí para empezar?

    La pregunta me estiró una sonrisa divertida en el rostro, pero me distraje de inmediato al notar movimiento cerca de nosotras y al buscar su origen di con el amigo rubio de Altan y Cayden, el de los tatuajes. El chico golpeó con los nudillos cada mesa vacía cerca de la que pasó hasta llegar a nosotras y al notar que lo miraba me sonrió, el gesto fue socarrón, y luego repasó a Vero con la mirada.

    —Aprovéchalo mientras dure, princesa —le dijo sin que pudiera distinguir si el tono de su voz estaba manchado de burla o de resignación.

    No se detuvo con nosotras más que lo necesario para decir eso, prácticamente siguió andando de inmediato y se despidió con un movimiento de mano acompañado de un "Hasta luego, conejitas" bastante pasado de confianza. Lo miré irse con una cara de confusión que debió ser de película, al final suspiré y busqué las manos de Vero otra vez.

    —Bueno, ya a mí nada me sorprende yo creo —murmuré—. Quería almorzar contigo, podemos ir a donde quieras... O donde puedas echarte un sueñito, un poco más y te duermes de pie.
     
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