No podría haberle pedido nada mejor a esta mañana, para ser honesto. Una sonrisa de buen humor me torcía los labios cuando entré al salón, aunque no tardó demasiado en desintegrarse en una cara de desgano apenas el profe abrió la boca. Me permití dormitar a lo largo de las lecciones, sin poner gran esfuerzo en disimular el aburrimiento. Eso sí, procuraba no abusar en exceso de la paciencia de los adultos responsables, que me iba a caer una buena reprimenda de los de arriba si terminaba comiéndome una sanción en mi primer mes dentro del Sakura. De modo que, en los ratos donde espabilaba un poco, repasaba mentalmente las posibilidades que me ofrecía Yuta Hattori. Y su kenjutsu. Fantástico, sencillamente fantástico. El dato me provocaba un regodeo que lograba mantenerme algo más despierto. Hattori ya era interesante de por sí, desde que obtuve el dato del koryū budō y Koemi se encargó de procesar todas las posibilidades que ofrecía, valiéndose de su indiscutible don con las maquinitas… Pero que se entrenara justo en la misma mierda que practicaba Sorec... Era, con toda seguridad, un el condimento que llevaba deseando desde entonces, por lo me quedé de lo más encantado cuando el tipo se encargó de confirmarlo. ¿Qué no le gustaban los acertijos, dijo? Eso tenía solución. Pero antes debía hablar con Chernoff. Quién sabe si esto olía a una noche prometedora. El campanazo me volvió a despabilar, porque esta vez me dormí entero al final de la hora. Me pasé los nudillos por la comisura de un labio al levantar la cabeza del pupitre y me desperecé sobre la silla, hasta que algunas articulaciones tronaron, sensación placentera. Mantuve los ojos cerrados en el proceso, a su vez bostezando sin cubrirme los colmillos, y fue cuando los abrí que descubrí a cierta criatura frente a mi pupitre. La risita le cerró los ojos azules un momento. Noté que llevaba una pequeña bolsa entre sus manitos peligrosas. —Con estas nubecitas se hace difícil prestar atención, ¿verdad? —dijo. —¿Me estuviste mirando todo este tiempo, acaso? —repliqué con diversión, la ceja alzada. —No siempre. Lo reconoció sin ruborizarse. Qué bien me habría venido saber que otro al que le echaba miraditas era a Ishikawa, pero no tenía forma de saberlo. Lástima, me habría divertido un buen rato haciéndome el celoso con ella. Maxwell era muy bonita, al fin y al cabo; y su capacidad como luchadora le daba un plus, qué decir. —Eso me hiere —dije de todos modos, con fingida decepción—. Pero a ver, ¿me vas a decir para qué viniste, entonces? Otra risilla liviana. No dijo nada, sino que coló los dedos al interior de la bolsa, movimiento que seguí con atención. Lo que no me esperé fue que la tipa me cazara una mano y me la envolviera entre las suyas. Ah, bueno, ¿y estas confianzas? Sonreí con cierta incredulidad mientras sentía el calor de sus dedos y cómo dejaba, con disimulo, algo en la palma de mi mano. Hombre, ni que me estuviera pasando droga. —Vine a cumplirte la promesa de hoy tempranito —respondió sonriéndome, entre dulce y triunfal—. ¡Además…! Te ayudará a recuperar energías, dormilón. Me dio una palmada en el hombro con bastante energía y, tras desearme un bonito receso, se fue del aula con la bolsa en sus manos. La vi marcharse, con el ceño fruncido y una sonrisa divertida. Entonces desvié los ojos hacia lo que me había dejado en la mano: una galletita. Qué decir, la gracia hizo que se me escapara una risa nasal. Me puse a comer el dulce ahí mismo, no sea cosa que se desperdiciara. Contenido oculto Zireael *big inhales*
Estas nubes y este calor no podían ser una buena señal, ¿cierto? Encima ni siquiera parecía que fuese a llover para que el cielo se despejara, pero ni modo. Por la mañana me metí a la clase luego de haberme fumado el segundo cigarro como le dije a Thornton y durante las clases desconecté el cerebro para no seguir patinando como hasta ahora, en ese sentido digamos que era un poco más eficiente que otros que me conocía, pero no eliminaba la injusticia y el descuido que corrían en dos direcciones opuestas de los rieles sobre los que forzaba al tren a correr. Cuando la campana sonó, para variar, me comí un show diferente y noté a la albina esta, que se parecía a la amiga de Sonnen, mirar a Matsuo hasta que el imbécil revivió de entre los muertos, la niña sostenía una bolsa y me quedé en mi asiento viendo el intercambio aunque quizás debía aprender a dejar de mirar a las personas cuando ni siquiera me estaban poniendo atención. Como fuese, hablaron un poco y entonces ella le dejó algo en la mano con disimulo, el suficiente para que me hiciera gracia. Me levanté del pupitre, estiré la espalda y navegué el espacio para alcanzar el lugar de Matsuo por el costado trasero. Apoyé la mano en la mesa, balanceé el peso en su dirección y colé el rostro hasta que lo vi comiéndose la galleta, lo que me estiró una sonrisa amplia y algo oscura en el rostro. ¿No había estado lamentándome temprano por haber apuñalado a Cayden? Sí, pero este le había escupido a Wickham a comando y uno reconocía los trabajos bien hechos. El rencor era una emoción de mierda, pero era poderosa en compensación y eso yo lo sabía muy bien. Me mantenía con vida después de todo, ¿qué otro placer existía más que seguir tomando recursos de un mundo que no quería dármelos? Incluso si me los debía. —Ah, ¿pero qué tenemos aquí? —empecé con la voz teñida de diversión sin dejar de invadir su espacio—. ¿Qué hiciste bien esta mañana como para recibir otra galleta, Ryuu-chan? ¿Y las confianzas? Porque me salían de los huevos, claro. Contenido oculto
Fujiwara había sido una compañía decente en el rato antes de entrar a clases. El tío era en realidad de las personas más normales que circulaban en el ámbito, tanto, que varias veces me había preguntado cómo había acabado aquí metido o si debía estarlo en absoluto. Preguntó por Frank, que llevaba un tiempo sin convocarlo, hablamos otro par de estupideces y finalmente subimos a nuestras respectivas aulas. Cuando sonó la campana atendí los mensajes de Dunn, los leí sin responder y me levanté, hundiendo el móvil en mi bolsillo. Me acerqué al pupitre de Kohaku, él estaba guardando sus cosas en el maletín y al notarme me sonrió. No dije nada, sólo le mostré mi mano y lo que pendía de ella: las llaves del piso. —¿Esto es una propuesta, Haru? —bromeó con liviandad, aceptándolas. —Después de la escuela tengo que ir directo a hacer unas cosas —expliqué, sin modificar mi semblante sustancialmente—. Supongo que llegaré... a eso de las siete. ¿Quieres que compre algo específico? —Hmm... Matsutake, hace mucho no como. ¡Y Coca Cola! —Ya compré ayer —aclaré a lo último, esbozando una pequeña sonrisa, y él se rió. —Buen chico~ Tenías la entrevista ahora, ¿cierto? —Asentí—. Mucha suerte, Haru. Recuerda cambiar un poco la cara así no asustas a nadie. Rodé los ojos, lo hice con cierto tinte dramático y me di la vuelta, retirándome. A punto de alcanzar la puerta vi que Hattori aparecía, nuestras miradas se encontraron y él alzó las cejas. Ya se le notaba la diversión incluso sin abrir la boca. —Venía a recogerte, Hakkun. ¿Y ese apodo? ¿Y esa iniciativa, de por sí? Tal y como me lamentaba, Fujiwara era la única criatura normal de quienes me rodeaban. —Pues aquí estoy —respondí, escueto, y empezamos a caminar.
La galleta estaba bastante bien, aunque lo cierto es que a mí me venía bien cualquier cosa que tuviese un sabor mínimamente decente. Los largos tiempos de hambruna por los que pasé, en aquellos años repletos de podredumbre y sangre, me habían quitado el capricho por los gustos del que tantas personas gozaban, sin ser conscientes del enorme privilegio que era. Por lo menos, ahora podía disfrutar de los alimentos con algo más de calma, sin lanzarme sobre ellos como el animal famélico que era antes. La dulzura del obsequio de Maxwell, además, me venía bien para planificar mi siguiente movimiento. Lo de Hattori era el colmo de lo tentador, ganas me sobraban para intentar forzar las cosas y arrastrarlo al club este mismo fin de semana. Pero eso sería, a todas luces, una estupidez de las grandes. Al tipo no lo conocíamos del todo, de modo que aún no podíamos adivinar sus reacciones; al menos pareció mostrar algo de interés allá en el dojo, con eso de que me pidió, con palabras bonita, que me metiera mis aires misteriosos por el culo. En fin, que debería guardármelo para la próxima semana, y trabajarlo con algo más de paciencia. Porque, además, ya había iniciado el “proceso” con Shimizu y Dunn, otro par de objetivos que eran sabrosos por sus… vínculos del pasado. Es que, hombre, no podía creer la manera en que la suerte me sonreía, en toda su malignidad. A cualquiera le daría miedo ser así de afortunado, como si todo fuera a irse a la mierda en cualquier momento, pero yo lo gozaba de una manera indescriptible, que igual era alguien nacido de la mierda misma. Los dos muchachos se habían quedado detonados luego de lo de la piscina, cuando el “principito” inglés les soltó un par de cosas que apestaban a conflicto; no hace falta decir que me di cuenta en el acto que era un hijo de puta haciendo de las suyas y que Shimizu se lo quería comer vivo. No supe una mierda de lo que estaba pasando, ni siquiera tenía datos de por qué estos tipos se odiaban, ¿pero eso me iba a impedir jugármela? Para nada. En eso consistían las apuestas. Lo único que restaba era ver hasta qué extremo había funcionado mi intervención en medio de ese lío. La respuesta a esa pregunta vino solita, caminando hasta mi pupitre. Mientras daba cuenta de la galleta, en mi campo de visión apareció el rostro de Shimizu esbozando una sonrisa de mierda, retorcida. Lo miré con una ceja alzada, pegándole otro mordisco al dulce para concentrarme más en masticar… porque mi sonrisa habría sido bastante reveladora. Lo sabía bien: vino a mí porque me metí con el otro cabrón, ¿verdad? Me habló con evidente diversión, una que se me cosquilleó en el cuerpo como si fuera una enfermedad contagiosa. Su pregunta me hizo sentir como crío al que felicitaban indirectamente por haberse portado bien, pero el “Ryuu-chan” casi me hace cagarme de risa; el aire escapó por mi nariz, sonoro, y algunas migajas salieron despedidas de entre mis labios. De verdad que la gente era confianzuda en esta academia, eh. Antes de contestarle, me lancé los restos de la galleta a la boca, porque era un cabrón que no compartía. Pensé la respuesta mientras masticaba, o ese fue mi teatro. La sonrisa se me filtró finalmente en el semblante, socarrona, y lo observé de reojo. ¿Qué pensaría si le decía la verdad? —Me gusta ser solidario con los demás, ya sabes —respondí, riéndome por lo bajo, debido a lo descabellado que sonaba eso viniendo de un maldito bastardo como yo—. Ayudé a esa niña con un entrenamiento de artes marciales; andaba un poco desesperada por mejorar una técnica que no le salía, pobre. Una que sirve para estampar gente contra el piso, como si fuesen muñecos de trapo. Giré el rostro en su dirección, divertido. A sus oídos debía sonar realmente irrisorio oír una cosa como esta sobre la albina dulce del salón que además era tremenda enana. No podría culparlo porque pequé de lo mismo, pero no dejaba de ser gracioso. —¿Qué pasa, Shimizu? ¿Viniste a dejarme otra galleta tú también? No rechazo los premios dobles, eh.
Quizás no hubiese que tener demasiadas luces para verlo, ¿cierto? Que imbéciles como Matsuo y yo nos originábamos de una piedra demasiado similar para el gusto de cualquiera, puede que fuese posible estirar la noción hasta abarcar a figuras como la de Sakai o incluso otras más, menos aceptables y más incómodas, pero era lo que era. Digamos que los muertos de hambre nos reconocíamos entre nosotros y eso era imposible de negar, pero incluso así había huecos en la información. ¿Podía internalizar que fuésemos un objetivo para él? No, mis ojos no funcionaban tan bien, pero había cegado a mi observador. Había arrojado a mi gárgola desde lo alto de la catedral y ahora, incluso si sabía dónde encajarle el cuchillo a alguien para que sangrara a borbotones, no tenía tanta claridad respecto a otras cosas. Este enano cabrón había salido de solo Dios sabría dónde a rascar las pelotas, su nombre no me sonaba de nada y eso lo sabía, ¿pero por qué debía ser más peligroso que otros diablos? Si aquí habían diez apestados por metro cuadrado, hacía falta más para asustarme. Una vez me aposté a su costado, invadiendo su espacio, puse toda la atención en eso para evitar seguir pillando información que, a la larga, solo usaría para seguirla cagando. Matsuo mordió la galleta, aunque el apodo de mierda hizo que el aire se le escapara por la nariz y seguí el viaje casi cómico de las migajas. Hablando de muertos de hambre, recogió los restos de la galleta y mantuve la posición, el desinterés por el postrecito me sobraba. Reconocía a los chivos expiatorios ajenos porque yo también recurría a las cabezas de turco, ¿si no por qué estaba aquí? El pensamiento me estiró la sonrisa prácticamente en el momento en que a él el gesto por fin le alcanzaba el rostro y al escuchar su respuesta me tragué una risa, devolviéndole parte del espacio que le había robado. ¿Qué la niña de poco más de metro y medio estaba practicando para derribar gente? Hombre, de todo escuchaba uno en esta escuela de niños pijos. Es que ya era surreal. Pero puede que yo supiera demasiado bien que no había que juzgar a las caras inofensivas. —Pongo en duda lo de la solidaridad, ¿te sabes el juego de dos mentiras y una verdad? Pues eso, por descarte vamos a creerte lo del tapón de corcho derribando personas —contesté devolviéndole todo el espacio ahora sí y lo miré desde arriba—. ¿Saliste volando acaso, Ryuu-chan? Prometo guardar tu secreto. Juntarme con este imbécil parecía una idea de mierda, ¿no? —No hay proveedor y aquí no somos ricos, muchacho. Para recibir otra galleta de mi parte tendrías que hacer algo que me cambie la vida en el largo plazo, no solo hacerme el favor de escupir a comando. ¿Pero cuándo había yo tenido una buena idea de por sí?
Mi revelación sobre las actividades del conejito del salón le vino en gracia a Shimizu, como era de esperarse, así que no pude impedir que mi sonrisa se ampliara al ver cómo se tragaba una carcajada. Si me detenía a pensarlo, la fuerza oculta de Maxwell era otro chismecito que podía usar para entretenerme con la gente y ver, cual espectáculo, las reacciones variopintas que tendrían ante semejante verdad. ¿Quién se lo iba a esperar de la chiquilla que, más bien, parecía querer matar a todos, pero con su ternura? Ah, qué risa me daría cuando supiera que también practicaba un estilo de karate bastante jodido, donde se metían ostias como panes, que te dejaban el cuerpo duro como acero. Pero por el momento, la muchachita parlanchina no me concedió el placer de contármelo. Encogí los hombros cuando dijo que ponía en duda lo de mi solidaridad, por seguir el teatro solamente; lo cierto es que a ambos nos importaba una mierda si era buena gente o no. Y menos mal que llegué a tragarme los últimos restos de galleta al hacer esto, ya que lo del “tapón de corcho” sí terminó haciéndome reír en su cara. Que, a ver, yo debía ser el más bajo entre los tipos de tercer año, hasta ahora no vi uno solo que estuviera por debajo del metro setenta; pero Maxwell, Vólkov y Meyer seguía siendo bastante pequeñajas, ponerlas al lado mío sólo acentuaba el hecho, vaya. Mantuve la sonrisa en todo momento. A lo sumo se torció un poco cuando Arata me preguntó si había salido volando, en un gesto algo irónico. ¿Que éste guardaba secretos? Pues habría que creerle. Porque susurró algo al oído Dunn, ¿no? Qué pena que no me compartiera el chismecito. Volví a encogerme de hombros ante la otra parte de su respuesta, en la que me hizo saber que mi premio doble no sería concedido. Entrelacé los dedos, alcé las manos sobre mi cabeza y volví a desperezarme, haciendo que tronaran otra vez; todo acompañado de un bostezo. —Algo que te cambie la vida a largo plazo, dices… —comenté, mientras me ponía de pie— Suena a algo que excede que mi inacabable solidaridad —ironicé, riendo por lo bajo—. Supongo que tendré que proveerme por mi cuenta. Y como mucho, te puedo ofrecer una botella de agua, que hace un calor de los mil demonios. Señalé con el pulgar la puerta del salón, con el pulgar, en una invitación tácita. —Ah, ¿y qué más me dijiste antes? —añadí de pronto, haciéndome el olvidadizo— ¿Qué si volé por los aires? Hombre, te diría que dos veces, pero no fue hoy —lo miré—. Digamos que desafié a la chiquilla a una suerte de duelo, creyendo que no aceptaría y terminé mirando el techo. No me quejo, fue una buena lucha Asentí, mostrándome satisfecho por algo que avergonzaría a cualquier pandillero. De pronto, mis ojos se clavaron en los de Shimizu y mi voz adquirió un tono diferente, más enigmático, al arrojarle el anzuelo: —¿Te gustan las luchas, Shimizu?
En este momento lo de Maxwell mandando a volar personas estaba bastante en segundo plano, incluso si la estupidez era descabellada en sí misma, imaginarse a la enana mandando a volar casi metro setenta de persona era para mearse y asustarse. Igual la gente de artes marciales era bastante temible en general, venía el tapón de corcho y te podía mandar a negro de una hostia, todo era risas hasta que te pasaba a ti. Que hablando de tapones de corcho, al idiota le vino lo suficiente en gracia el comentario para hacerlo soltar la risa y yo liberé el aire por la nariz, entretenido. No era que tuviese mucho derecho a reírse, si era un corcho él mismo, pero no hacía falta mencionarlo, dudaba que no fuese consciente de ello y de por sí eso no le quitaba el aire medio salvaje que poseía. El imbécil mantuvo la sonrisa, noté que el gesto se torcía cuando le pregunté si había salido volando y ensanché mi propia sonrisa, esperando. No me interesaba mucho que este se creyera si podía guardar secretos o no, pues al final del día todos los teníamos, pero el embrollo con Cayden era distinto. Yo lo había apuñalado, pero no pensaba darle a nadie más el mismo poder de destrucción ni convertirlo en un objeto de diversión, incluso si toda la información que Matsuo podría necesitar para armar el rompecabezas era casi de dominio público. Esta dinámica era egoísta y dañina, una conducta gastada y que Cay conocía, ¿pero no llevábamos en este juego ya unos años? Se molestaba, se le pasaba, yo la cagaba y luego lo arreglábamos, sin embargo, no sabía hasta dónde lo de esta vez tenía arreglo alguno. Puede que fuese excesivamente fatalista, pero conocía al niño que había visto crecer y puede que ese fuese mi pecado más grande, por eso sabía justo dónde apuñalarlo y lo había hecho, sin más. Luego de que él defendiera mi supuesta lealtad. Pero había guardado silencio. —Bueno, solidario o no digamos que podemos hacer negocios todavía. Una galleta ayer, una botella de agua hoy… Mantuve la sonrisa, pero cuando admitió haber salido volando dos veces una carcajada me abandonó el pecho y solo la imagen mental fue suficiente para que la gracia, genuina, me durara algunos segundos. Lo contaba sin vergüenza, satisfecho incluso, y se me ocurrió que eran una combinación de lo más extraña. Se me estaba pasando la risa cuando sus ojos encontraron los míos y el tono de su voz cambió. La pregunta que soltó me hizo alzar las cejas, no contesté de inmediato y comencé a caminar hacia la puerta. Estaba entrenado más para correr que para cagarme a piñas, en sí porque evitaba verme en escenarios que requirieran un llamado a la policía, pero a fin de cuentas la calle era la calle. Tal vez no me cagara a palos con todo Dios, pero había reventado a Ryouta y lo había apuñalado, ¿no? No era el individuo más tranquilo del barrio, sin duda. —¿Mirarlas o ser parte de ellas? Que no tuviese observador no significaba que yo fuese tan imbécil, su pregunta fue extraña y me parecía que necesitaba más contexto para saber qué demonios preguntaba este cabrón y por qué. Contenido oculto te dejo la misión de arrastrarlos
De todos los días que podía caer un aguacero, tenía que ser precisamente un jueves, me cago en la puta madre. Los jueves eran los días en los que la manada comenzaba a moverse para montar la infraestructura del club; es decir, construir el ring, disponer asientos para los más viejos o vagos, organizar las mesas de póker, preparar el bar y otras mierdas; también tratábamos otras cuestiones logísticas, como proveer de alcohol nuestra dichosa cantina y ubicar a algunos dealers que aceptaran hacer sus negocios entre los espectadores, a cambio de una “pequeña” comisión; ah, ni hablar del armado de todo cablerío para las cámaras de seguridad, el internet paralelo y todo eso. Yo, en mi calidad de cabeza de la manada, debía dirigir, vigilar y delegar tareas a una cantidad cada vez más abultada de gente; Koemi me apoyaba desde la distancia, siendo mis ojos y oídos en muchos lugares… al mismo tiempo. Pero cuando el clima no se ponía amable, a muchos hijos de puta se les daba por trabajar a media máquina y, en resumen, los preparativos iban con algo de retraso. Y cuando al despertar escuché el tremendo vendaval que azotaba las ventanas del sitio donde vivía, no pude menos que gruñir con una mezcla de fastidio y resignación. Ni modo, hoy iba a tener que ponerme más duro con algunos cachorritos de La Fierra, a ver si espabilaban de una vez y dejaban de complicar las cosas… Hasta llegué a pensar que era mejor priorizar el trabajo por sobre las clases de este viernes, que total estudiar me importaba una mierda. Pero, justo hoy, no podía permitírmelo. Tenía mi propia tarea que cumplir. Dictada por Sorec. Tío, qué pereza este viento. Mientras cruzaba el patio frontal, un poco comprendí lo mucho que les costaba mover el culo a los imbéciles de la banda, que debían cargar con cosas más pesadas que este maletín escolar... pero igual me importaba un pimiento cómo se sintieran, había que poner el pecho como fuese. Entré al Sakura con expresión cansada. Llevaba la cabeza tan puesta en Toshima, que me fue ajeno al espectáculo de pelirrojos en los casilleros de primer año; una pena, con lo bien que me habrían venido para animar la mañana. Me cambié los zapatos, bostecé quién sabe cuántas veces y me fui derecho por las escaleras, entre gruñidos. Iba a fumarme un buen cigarrillo en la azotea, con la idea de despejar un poco la cabeza. Pero fue ver al “principito” yendo al mismo lugar y entender que no tendría ese pequeño espacio de gracias. Al final, me resigné a terminar en el salón de mi clase. Arrojé el maletín sobre el pupitre, aparté la silla con una patada ligera y me dejé caer pesadamente sobre ésta. Volví a bostezar y troné mi cuello un par de veces. —Hombre, qué pereza —me quejé. Todo apuntaba a que el club abriría este fin de semana... O sea, como siempre. Pero iba a tener que estar más atento de la cuenta, no sea cosa que algo se nos escapara de la manos. Y todavía tenía que conocer al nuevo croupier para las mesas del club, uf. Era ese cabrón de Heller Lindsberg; me pregunté por qué querríamos tener entre nosotros justamente al chófer de la muñequita de los Frenerich, habiendo tantos otros croupiers en esta selva gris. Pero bueno... Allá Sorec con sus caprichos. Tenía que estar agradecido con que fuese una cara conocida, por lo menos. Contenido oculto Zireael
Contenido oculto: porque why the fuck not tbh ¿Cuánto me había durado el idilio de la hierba y la confesión de pecados? ¿Menos de seis horas? Seguía pareciendo increíble, pero así eran las cosas. Por un lado no me habían pateado el culo en el bar, lo que era bueno, por otro Seiichi había aparecido con las putas pastillas para mamá y todo lo que eso implicaba. Habían sido años, muchos, de tratar de evitar justamente el escenario donde mis hermanos pisaban la calle, hablaban con traficantes y se jugaban el pellejo. Sei había ido y regresado como si nada, incapaz de sentir algo. Solo quería dejar de vernos sufrir, a todos, y eso empezaba por mamá. A la noche él se quedó con ella y con Izu, así que yo pude me reunirme con Unigwe en el bar como quedamos, subimos a la camioneta y fuimos a dejar alcohol en el bar de Ikari que resultó ser uno de los compradores, también a otros sitios de ese barrio y al terminar volvimos al dot&blue donde el nigeriano me entregó toda la pasta, me dio una dirección y tuve que ir al bar del putísimo hotel Imperial en Chiyoda, donde me encontré por primera vez con el dueño y luego de fingir demencia un rato, conversando como si fuéramos familiares lejanos, le entregué el dinero discretamente. Cuando volví a casa pasada la una de la madrugada no pude dormir, di vueltas como imbécil y a alguna hora Sei apareció en mi habitación, arrastrando una manta, y se metió en mi futón solo a mirar el techo conmigo hasta que sonó la alarma para venir a la escuela. Ninguno durmió, ninguno habló y nos reactivamos siguiendo las consignas que él había establecido. Vendríamos luego de la escuela, él pasaría tiempo con mamá, yo con Izu y nos repartiríamos esta pesadilla. Que no acabaría nunca. Al llegar a la academia aparqué la moto, crucé el patio sin prestarle atención a la puta ventisca y al meterme en los casilleros noté a Cayden con la conejita de mi salón, pasé de la existencia de ambos mientras me cambiaba los zapatos porque no tenía sentido hacer otra cosa. Cay me miró, eso creí, y si moderó el disgusto debió ser por ella y a mí me dio igual, a pesar del discurso de ayer, todo lo que vino cuando llegué a casa me dejó drenado y me revivió la molestia. Subí al tercer piso, en el segundo hice parada técnica en los baños para fumarme un cigarro porque no tenía ganas de salir y seguí hasta la clase. No costó mucho ver a Matsuo tirado en su silla y como yo también era un imbécil que buscaba cabezas de turco, recorté la distancia hacia él después de arrojar mi propia mochila a la silla que correspondía. El pupitre frente al enano estaba desocupado, así que me dejé caer en la silla y estiré la mano para darle un par de golpes a la mesa, sonaron como los de un metrónomo. En verdad eran el segundero del reloj imaginario. —Tic, tac. Se agota el tiempo, Ryuu-chan —dije usando el apodo que le había clavado por mis santos huevos y sonreí sin disimular la oscuridad del gesto—. Es viernes y te has echado ya un par de días haciéndote el interesante, si me haces esperar hasta la semana que viene me aburriré demasiado como para querer ponerte atención de nuevo.
Había una gran cantidad de sillas vacías en el salón. Muy seguramente, todo el mundo se aglomeraba entre los casilleros ahora mismo, cual rebaño que obedecía los senderos de un destino repetitivo cuyo final era desconocido. No comprendía esa completa entrega a la repetición en la que caían la mayoría de las criaturas de esta ciudad, quizá porque estaba demasiado influenciado por el caos que había definido mi vida pasada y presente. Y sí, vale, que esta rutina de andar con los preparativos del club todos los jueves y viernes me hacía caer un poco en la misma categoría. Igual, eso se compensaba con que, luego, ningún sábado era igual al anterior: era el día de la violencia, donde las normas sociales se reducían a su mínima expresión, las máscaras morales caían y las cadenas se desataban. Los senderos se borraban. Una fuerte correntada hizo vibrar ligeramente las ventanas, hasta le arrancó quejidos de tono metálico. Negué ligeramente con la cabeza, pensando que estas condiciones no harían más que seguir dificultando las tareas de la manada, pero no había nada en lo que pudiese intervenir en tanto estuviera entre estas paredes, más que los mensajes que enviaba a los Shijin. Por si fuera poco, en el salón no estaban ni Maxwell, ni Akaisa, cualquiera de estas enanas me habría venido bien para entretenerme un rato, con tal de quitarme el mal humor; o con las dos al mismo tiempo, quién te dice. Otro bostezo pronunciado dejó al descubierto mis colmillos. Al final, algo hastiado por el aburrimiento y el fastidio, terminé clavando el codo en el pupitre y, con la mejilla apoyada contras los dedos de mi mano, me quedé mirando por la ventana. Las nubes avanzaban, como los segundos del reloj. La asociación fue de lo más graciosa, considerando cómo Shimizu buscó captar mi atención. El golpeteo sobre el pupitre, rítmico, le añadía un compás organizado, regular, al inexorable avance del día, a la necesidad de terminar los preparativos… A la inminente llegada de ese sábado caótico. Me giré hacia Shimizu como si el golpeteo hubiese captado mi atención, pero lo cierto es que lo había visto de reojo hace rato, entre el vacío del salón y el lanzamiento de su mochila. Hasta podría afirmar que reconocí su silueta de soslayo en el momento que cruzó la puerta, y él no era idiota como para no ser consciente de lo agudos que eran mis sentidos. Después de todo, nuestros estilos de vida se parecían en diversos puntos… Como, por ejemplo, en el instinto de supervivencia… ¿Se daría cuenta, a su vez, que detecté su presencia porque lo estaba esperando? Su comentario me recordó bastante a lo que me dijo Hattori en el dojo: que, si no era directo con mis palabras, no lograría despertarle ningún tipo de interés. Ni en mí, ni lo que tenía para ofrecerle. Hombre, ir directo al grano no estaba mal, pero me aburría un poco que me cortasen todo el rollo de jugar con las palabras y andar viendo hasta dónde podía tirar los hilos de la gente. Pero bueno, lo cierto es que yo tampoco andaba con ánimos de ponerme críptico hoy… No del todo, me refiero. Reflejé su sonrisa… Su oscuridad… Alrededor de nuestros pupitres flotó un aura pesada… —Muy bien, Shimizu. En ese caso, ocupémonos en tener una charla más… directa —dije, sin el tono socarrón que usaba siempre; mi incliné sobre el pupitre y mis ojos quedaron clavados a los suyos— ¿Recuerdas cuando me preguntaste si estaba buscando luchadores u observadores? Pues bien, voy a dejarlo claro: con un observador me es suficiente —silencio, hasta el viento se detuvo a escuchar—. Dime... ¿Conoces Toshima? ¿Estuviste por allí alguna vez? Y no me refería a visitarlo para un paseo por el parque, precisamente.
Si el señorito aquí presente me estaba esperando o no me la traía floja si debía ser sincero, ya con la otra conversación estaba claro que pretendía algo, pero el cabrón hijo de puta estaba dando más vueltas que perra en celo. Los acertijos e intercambios en código eran para los excéntricos con tiempo libre, yo iba al punto o no iba a ninguna parte, tan simple como eso. Si quería reclutar repartidores de piñas o gente que le gustara ver las piñas ser repartidas, pues era muy su asunto, la pregunta más bien era, ¿por qué? Eso había que averiguarlo. Detalles más específicos de las interacciones, de los negocios, eran responsabilidad del observador que ahora mismo no poseía, pero una parte de mi vida había existido sin los ojos de Cayden y podría hacerlo todavía, eso no lo dudaba. La precisión con que atacaba a la gente era un recordatorio de la manera en que yo mismo observaba el mundo, ansiando condenarlo por las mierdas que me pasaban día, tarde y noche. ¿Qué había pensado ayer? El resentimiento era una forma de muerte. En fin, el enano reflejó la sonrisa y me di por servido aunque mantuve el golpeteo sobre la mesa, contando su tiempo. Recibí su mirada, sostuve la sonrisa y el segundero siguió avanzando, inevitable, hasta que soltó que un observador le bastaba y no detuve nuestro reloj, en sí porque no me dio la gana y porque asumí que tendría más que hablar. —¿Toshima? —reboté con aparente desinterés—. Habré hecho un par de diligencias en Ikebukuro. Estaba fuera de nuestra jurisdicción, limitada a Chiyoda por Yako y Taitō por Hikkun, la expansión a Bunkyō no había ocurrido. Desconocía la situación actual de Toshima, como la había desconocido entonces, y si había pisado el barrio era para hacer un negocio alguna vez y nada más. El caballero Busco-peleadores-y-observadores estaba preguntando por un barrio tan pancho y a mí me seguía haciendo ruido su existencia entera. Distraje los ojos en los tatuajes del brazo con que seguía marcando el tiempo, los animales que formaban parte del bestiario de las figuras que conformaban una parte importante de las partidas. No había animal para Matsuo, porque Matsuo no era de los barrios, ¿cierto? Era un polizón. —¿Sabes una cosa, Ryuu-chan? Me caes bien, pero no sé de dónde coño saliste y eso es un poco extraño —comencé a decir, encajé el codo del otro brazo en el pupitre y descansé el rostro en los nudillos—. Sé que no solo yo me lo pregunto, después de todo hablaste con Míster Paranoia antes que conmigo. Me desinflé los pulmones con pesar fingido, parpadeé con lentitud y lo miré nuevamente. La estupidez que pensé me estiró otra sonrisa de mierda. —Como sea, ¿qué pasa? ¿Me quieres invitar a tu casa~? Invítame a una cerveza antes tan siquiera, vamos un poco rápido. Quien decía casa, decía territorio.
Mencionar el barrio era un punto de partida decente. No había misterio, ni vueltas innecesarias, y reducía drásticamente el campo sobre el que podía dirigir sus pensamientos. Como ya dije antes, era una pena no poder jugar a las metáforas y ambigüedades, pero no había ganas de eso desde ningún lado de este pupitre. Eso sí, por lo menos me podía entretener soltando la información más directa de a pedazos, a cuentagotas. Shimizu respondió a mi pregunta con bastante simpleza, aduciendo que había hecho alguna que otra diligencia. No pretendía sacar la gran cosa de su contestación, que en sí no fue sorprendente ni se salía de lo que ya había anticipado. Toshima era una zona sobre la que se sabía poco. Sin embargo, mi sonrisa se torció ante el dato que estuvo por la zona de Ikebukuro. Opté por no decir nada, porque habría soltado una de estas mierdas crípticas que le tocaban los huevos, y ya bastante tenía yo con vigilar que la manadas hiciera las cosas bien; para que, encima, este tipo se me escapara entre los dedos. Su mano seguía marcando el paso del tiempo. Su avance irrefrenable. Como el de nuestros destinos tejidos de sombras. Imité la dirección de sus ojos para mirarle los tatuajes. Allí podían leerse muchas cosas. Como el viaje personal de este sujeto a lo largo de la vida, sí, pero también mostraba un fragmento de la trama más grande y silenciosa que acontecía en las sombras de esta ciudad. Nosotros no éramos más que las piezas sobre el tablero. O, como decía uno que me conocía, las “piedras”. Cuando en principio dijo que le caía bien, se me escapó una risa por la nariz. Si no hubiera seguido hablando, le habría preguntado con evidente ironía si quería que me alegrase o algo, porque las ganas de joder no me las quitaba nadie. Como sea, Shimizu se preguntó de dónde demonios había salido y que se le hacía medio raro todo. Bueno, lo normal, ¿no? Según la información de la que disponía, el Sakura contaba con una cantidad generosa de apestados, e imaginaba que todos debían tenerse ubicados. Yo sólo contaba con detalles más o menos generales, que aún así me ayudaban a moverme con algo de conocimiento básico. Pero debía ser diferente para aquellos que, contando con tan buen olfato para la peste, no lograban darle nombre ni afiliación a la que provenía de mi figura. Ya me jodería un poco, no te digo. Asentí para confirmarle que, en efecto, había hablado con el bueno de leoncito en nuestro primer día de clases. Shimizu siguió un poco más con su teatro, suspirando de manera teatral y luego soltó una tontería que me hizo reír de buena gana. Suspiré con algo de pesadez, cansado como estaba por lo ajetreo de ayer, y me incliné sobre el respaldo de mi silla, hasta quedar con el rostro apuntando al techo del aula. —Me gusta ir con todo en la primera cita —le seguí un poco a la estupidez, mientras me metía la mano en un bolsillo—. Así que lo lamento, pero sólo puedo invitarte una cerveza en mi “casa”… todo a la vez —entonces me incliné lentamente hacia él, con un fuego violáceo destellando al fondo de mis ojos—. Verás... En Ikebukuro se está preparando una… fiesta, en un cierto club. Se celebra todos los fines de semana. Y andaba con ganas de invitar a alguien de mi nueva escuela, para hacer buenas migas… >>Y mira qué buena noticia me has dado, Shimi-kun, porque tú también me caes bien. Pago todo, eh. Los colmillos de bestia asomaron, en la amplitud de mi sonrisa.
Tal vez no haría daño preguntarle a Matsuo qué se metía para tener energía para irse por la tangente, pero me olía que el cabrón solo venía así de paquete y si no, bueno, mejor no sumaba vicios a la lista si no podía mantenerlos. Al menos el humor hoy no le daba para soltar sus mensajes en clave, así que estábamos avanzando hacia alguna parte, en su dirección eso sí, porque a mí el panorama se me antojaba igual de incompleto. Mi respuesta pecó de escueta, pero no habría cambiado incluso si me preguntaba por el mismísimo Chiyoda, en ese sentido casi todos funcionábamos con el mismo nivel de cautela o al menos se intentaba, porque ya estaba visto que algunas cosas me salían como el culo de tanto en tanto. Haberle dejado la pasta a Sasha en la escuela, por ejemplo. Me habría dado algo de risa saber que el dragoncito aquí presente estaba tratando de manejar sus propios asuntos y encima tenía que lidiar conmigo, que si me tensaba demasiado una cuerda me iba a la mierda, pero pues ese también era su problema. En líneas generales no me hacía tantísimo del rogar excepto cuando había un dilema moral en medio, de la clase que fuera, e incluso así cedía una buena parte de las veces. Comía frente a los pobres porque, siendo honesto, eran demasiado pocos los que estaban peor que yo y uno tenía que aprovechar eso. Las oportunidades para comer o fastidiar. Los ojos del enano siguieron los míos hasta la tinta, me di cuenta en un segundo que volví a verlo, y notarlo tuvo su gracia. En los tatuajes había historia y condena, existía el estigma y el destino, había iniciado por el indicador en el dorso de la mano y había seguido y seguido, hasta tapar los vacíos. El tablero y la telaraña, este mundo era demasiado complejo y algo estaba pasando. Porque a mi viejo lo habían matado. A Cayden lo acorralaron. Y estaba este polizón. Noté su asentimiento que ni siquiera era necesario, mi estupidez lo hizo reír con gusto y, como bufón que era, lo consideré una pequeña misión cumplida. Su suspiro me hizo mirarlo sin intención particular, sin dejar de marcar el tiempo, aunque la respuesta de que le gustaba ir con todo a la primera cita me arrancó algo bastante parecido a una carcajada. El segundero se detuvo cuando se inclinó hacia mí y no me moví de mi lugar, una flama morada le bailó en los ojos y percibí el chispazo rojo en mi propia mirada, apenas reflejada en la suya. —Una fiesta dice —apañé, riéndome—. Una fiesta a la que quieres invitar a tus compañeros de curso, sería tierno si no viniera de ti, Ryuu. ¿Tiene nombre el dichoso club o es tan exclusivo que debo enterarme al llegar? Era sospechoso que te cagas, ¿pero qué importaba? No creía que fuesen a matarme y arrojarme a un callejón como al estúpido de Ryouta. —Guarda los colmillos, muchacho, son las ocho de la mañana. ¿Cómo podría negarme a una invitación con todo pago? Parece cita de verdad y todo, qué considerado —añadí sin darle tiempo real para contestar—. Debo trabajar, Ryuu-chan, ¿te vale si llego cuando termine mi terrible jornada? Seguro me alegra ver tu cara~ Contenido oculto Arata me tiene muy confundida ahora mismo, pero yo lo dejo ser-
Cuando se trataba de actuar como unos bufones, parecíamos correr en una sintonía más o menos parecida. Desganados como nos hallábamos por nuestras respectivas cosas, la tontería de la cita nos vino bien para carcajearnos con una buena cuota de descaro, en medio del silencio mañanero que flotaba en la sala. Y en el corazón de ésta, la escasez de sonido, los putos nudillos de Shimizu impactaban con insistencia el pupitre, sin dejar de señalar que los segundos se seguían escapando. Pero se detuvieron en el preciso momento que la distancia entre nuestros rostros se recortó. Allí, donde la llama morada y la chispa de sangre reflejaron sus brillos mortíferos. Él quería información sin tanta parafernalia, ¿no? Pues así se la concedí. Le había marcado el barrio donde me involucraba, así que ahora reduje el campo de acción hacia la zona de Ikebukuro y, para más placer, mencioné el lugar al que me interesaba llevarlo. “Club” dije, sin disfrazar la palabra con capas de ambigüedades, aunque dejando abierta la posibilidad de que la interpretaba como quisiera. Igual, entre el receso que compartimos y esto de ahora, contaba con algunos elementos con los que ayudarse; tendría que poner a trabajar ese cerebrito. Pero, ¿quién podría que existía algo como lo que escondía la oscuridad de Toshima? Sonaba a película, y era tan real como la sangre que tocaba el suelo cada noche. Shimizu apañó con el temita de la fiesta y me encogí de hombros de hombros, con marcada indiferencia, ante el apunte de que viniendo de mí no sonaba para nada enternecedor. Ladeé la cabeza cuando preguntó por el club, aunque sólo fue teatro para fingir que me lo pensaba. Podía entender que las sospechas de este tipo, pero… ¿Qué cosa podía detener a gente como nosotros, que negamos las mil y una mierdas? Yo tampoco me lo pensé mucho el día que me convocaron al club, aunque vale señalar que por aquel entonces no tenía absolutamente nada para perder. Ni siquiera una familia. Shimizu igual no me dio tiempo de contestar esto, sino que siguió hablando para, en resumidas cuentas, terminar por aceptar la dichosa invitación. Asentí con una indisimulada satisfacción, a sabiendas de que mi parte del trabajo estaba hecha. Sólo quedaba algo por hacer. Ah, y no guardé los colmillos, sino que apreté los dientes en una risilla socarrona, irónica. —Me vas a decepcionar si no sacas el máximo provecho a la mejor cita de tu vida~ —convine cuando terminó de hablar—. Pero para acceder a la “fiesta” vas a necesitar esto. Saqué la mano que tenía enterrada en el bolsillo del pantalón, desde cuyo interior se escuchó el tintineo de piezas metálicas. Alcé ante los ojos de Shimizu una moneda negra, que sostenía entre mi dedo índice y el del fuck you. En su superficie se había hecho un relieve muy bien detallado, donde lo más destacado era un dragón dorado. Contenido oculto —Un Seiryu —dije, con una sonrisa sombría. Giré la moneda para mostrar la cara opuesta. Era plana, negra, bastante aburrida si la comparabas con la otra. Pero tenía letras igualmente doradas, bastante legibles a pesar de su tamaño. Indicaban una dirección, ubicada en Toshima. Para ser más exactos, en Ikebukuro. —La fiesta es mañana, a partir de la medianoche. Debes ir a la dirección que dice aquí —apoyé la moneda sobre el pupitre, colocándola con el dragón a la vista, y la deslicé lentamente hacia Shimizu—. Ni se te ocurra perderla, porque no te dejarán pasar. Es que… el club es así de exclusivo —me reí por lo bajo. >>Pero no veo por qué no decirte el nombre: Tigris Aurea —mencioné—. Y sí, yo puse la misma cara cuando lo escuché por primera vez. Es una mierda en latín que significa “Tigre dorado”.
Estaba agotado, desgastado y resignado, luego de lo de ayer la vida había adquirido una nueva capa de oscuridad de la que antes carecía y que se volvería incluso más opaca cuando nos enfrentáramos a tener que buscar más medicamento, cuando tuviera que pelear con Sei para que me dejara ir a mí y él se negara. En la ira de mi propia mirada, aunque silenciosa, también existía el cansando de Seiichi y en ambos estaban los rasgos de Ryouta, pues los de mamá habían acabado diluidos. Ryouta el que había apostado hasta deberle a Yuzu, posiblemente a los irlandeses y solo él sabría quiénes más, el que había aparecido pidiendo dinero en una casa donde apenas podíamos subsistir. Eran estas cosas las que me había vuelto lo que era y siempre sería. El bufón. Matsuo cumplió con lo que le pedí, fue más directo con su información y entonces tuve que preguntarme, por supuesto, con quién estaba este mocoso para permitirse tener un "club" donde sonaba a que la gente se cagaba a piñas, otros observaban y, suponía, apostaban. Me parecía mucho para un enano cabrón como Ryuuji, no porque fuese él, si no por lo desconocido de su figura, a lo que me refería era que si supiera que Matsuo era el comandante de X y le servía a Y habría sido menos extraño. Los chacales no habíamos tenido un punto de encuentro físico definido ni nada similar, el viejo de Cay nos había dejado usar los pubs para juntarnos, al menos a los mayores y con menos cara de mocosos, y sin servirle alcohol a nadie. Eran lugares seguros, desperdigados, donde Yako nos convocaba cuando no quería hablar tan a los cuatro vientos, conocía el funcionamiento. Darle un club a Matsuo era casi indiscreto. Como fuese, el imbécil sonrió en vez de guardar los colmillos y me reí, entretenido, cuando me dijo que iba a decepcionarlo si no le sacaba provecho a la mejor cita de mi vida. Quizás fuese irresponsable de mi parte ir a un sitio así con invitación luego de haberme bebido hasta el agua del caño, luego de que Hikari tuviera que evitar que me ahogara inconsciente en una tina medio vacía o en mi propio vómito, pero tampoco era tan bueno regulando impulsos. Puede que ninguno de nosotros lo fuéramos en realidad, bastaba con no beber así y ya. Matsuo dijo que para acceder necesitaba algo, sacó la mano del bolsillo y solo después de ver lo que sacó, me pregunté cuántas más tendría allí, pues habían sonado. La moneda negra habría parecido una cosa sin importancia, pero el relieve saltó a la vista y el dragón dorado se fundió con el recuerdo de la espalda de Cayden, cubierta por la sukajan negra, donde el dragón dorado brillaba. La herencia de su amado Yako, que parecía haberse anticipado a su propia muerte como un puto oráculo. ¿Ahora qué pretendes espantar con esa actitud? Nightmares. El enano dijo lo de un Seiryū y pensé que a mí eso me importaba más bien poco, que el niño de santuario no era yo. Aun así se me ocurrió que el Seiryū que recordaba, no era dorado, de que serlo dejaba de ser Seiryū de hecho, pero más que eso... No era solo Seiryū, ¿cierto? Los otros tres. Pobrecillo Sakai, ¿quién habría usurpado el Byakko que llevaba hasta tatuado en el cuello? Cuatro puntos cardinales, cuatro. Shi. Muerte. La moneda tenía unas letras por detrás, la dirección a la que debía llegar, y siquiera lo pensé antes de estirar la mano para tomarla una vez Matsuo la puso en la mesa y la empujó hacia mí. ¿A partir de medianoche? Ayer Unigwe me había dejado ir casi a la una de la madrugada, así que ni modo, que no esperara puntualidad de mí, tenía trabajo que hacer con tal de demostrarle al nigeriano que podía seguirles siendo de utilidad. —Vaya, ¿quién habría esperado tanta exclusividad de ti, Ryuu-chan? —bromeé girando la moneda entre los dedos—. Hablando hasta en latín y todo, suena bastante pretencioso. Espero no desencajar demasiado. Estaba hablando pura mierda, como siempre, eso lo habría notado cualquiera. De todas formas, parecía que habíamos llegado al fin de nuestro bonito intercambio luego de dar vueltas como estúpidos ya un rato. Guardé la moneda en el bolsillo, me levanté casi con pereza la silla y en vez de irme apoyé la mano dominante, la del indicador tatuado en el dorso, en la mesa de Matsuo para inclinarme sobre él de forma similar a como había hecho con Cayden en la piscina. —Nos vemos, Ryuu. Tengo grandes expectativas para nuestra cita —dije casi encima de él con la sonrisa descubriéndome los dientes y luego me fui a mi lugar. ¿Qué hacía metiéndome en la boca de una bestia? Daba lo mismo, al menos sacaría algo para poder darle forma a la silueta de ese enano hijo de puta. Contenido oculto este sería mi último post con Akkun, así que fue un placer boludear con Ryuu como siempre
Dicho y hecho, nos incorporamos a las clases para el segundo período. Al menos arrancar así el día era un gran boost de buen humor, ¿no? Cuando tocó el receso, me levanté de mi asiento y le di unos golpecitos al pupitre de Sakai, pretendiendo llamar su atención. —Me da bastante igual si te apetece o no participar del proyecto, muchacho, pero si de casualidad te iluminas estaremos en la sala de entrevistas. See ya~ Le guiñé el ojo porque sí y crucé el pasillo con el ritmo de una canción rebotando en mi cabeza. Me colé dentro de la 3-3, o al menos estaba en eso cuando casi choqué de frente con el tío este de la cabeza celeste. La disculpa me quedó atorada en la garganta, pues lo vi parpadear y alzar los ojos hacia mí y pensé que parecía tener los sentidos totalmente espesos. ¿Iba adormilado o más puesto que la mierda? —Ah, perdona... —murmuró. Dejó la frase en el aire y no supe si pretendía que le diera mi nombre o sólo le salió así porque el cerebro le corría con delay. Sonreí, le palmeé el hombro y lo rebasé junto a un "don't worry, dude". Eso finiquitado, avancé hasta el asiento de Riamu y me dejé caer en la silla de adelante, de costado. —Tan bonita como siempre, Ri-chan~ —la saludé—. ¿Todo bien? ¿Muy pesada la mañana? Contenido oculto Amane vengo a recoger un algodoncito de azúcar uwu
Yuta de verdad de la buena que era un tontín enorme. Primero intentó despertar mi curiosidad sobre la historia del bendito apodo haciéndose el interesante y, aunque me jodía un poco admitirlo, la verdad es que había logrado su objetivo con creces. ¡Claro que me daba curiosidad! ¡Era muy importante para mí saber con qué me relacionaba en su cabeza! Pero no quería darle tanto el gusto, así que estaba dispuesta a hacer el esfuerzo de parecer desinteresada... por lo menos durante un día. Lo segundo fue cuando empezó a enumerar las características del que era supuestamente mi tipo, haciéndome fruncir el ceño en confusión con los detalles tan específicos que estaba soltándome de la nada; no fue hasta que mencionó los ojos color miel que caí por dónde estaba yendo y, claro, tuve que rodar apenas los ojos antes de relajar por completo la expresión. No sabría decir si precisamente Kou era mi tipo ideal, pero... ¿y qué pasaba si me gustaba un chico como él? ¡No tenía nada de malo! Por supuesto, toda esa convicción desapareció en cuanto vi que el nombrado pasaba por nuestro lado, pues de repente me dio mucha vergüenza saber que Kouchii había escuchado todo eso, y encima con todas las dudas que de por sí tenía en la cabeza en relación a él. Sin embargo, la gota que colmó el vaso con Yutarín fue la estupidez que soltó de que, según el, le habían dicho que se veía atractivo recién despierto. ¡Sabía muy bien lo que pretendía insinuar con eso, el desvergonzado! ¿Y de repente yo era muy orgullosa? ¿¡Y eso qué tenía que ver!? Hice el amago de abrir la boca para quejarme por absolutamente todo, pero el muchacho fue mucho más rápido que mis intenciones y lo único que acabé haciendo fue ver cómo se alejaba mientras yo terminaba de ordenarme las ideas. ¡Vaya sinvergüenza, de verdad! Al final subí a clase sola y el resto de la mañana pasó con mucha más calma. Bueno, o de eso intentaba autoconvencerme, porque la realidad era que me encontraba un poco nerviosa por todo el asunto de la entrevista a mi padre. Cuando llegó el receso, asumí que todos nos reuniríamos directamente en la sala de entrevistas, por lo que la presencia de Joey en el aula me tomó bastante desprevenida. Le sonreí aun así al verlo, obvio, y hasta un ligerísimo rubor me alcanzó las mejillas por el halago tan repentino que decidió soltarme como saludo. —Un poco, la verdad... ya tengo ganas de que sea fin de semana —contesté, manteniendo la sonrisa liviana—. ¿Qué tal la tuya? Por cierto, ¿has venido a recogerme para poder impresionar a mi padre, señorito Wickham~? Contenido oculto pero bueno, qué envidia de algodoncito de azúcar u///u
Mi tontería le tintó las mejillas de un tono rosado bastante adorable y no dije nada al respecto, aunque el detalle me hubiera dejado bastante satisfecho. Mientras me respondía, relajé el antebrazo al borde de su mesa y eché el peso de mi torso en la misma dirección, paseando la vista por sus útiles. ¿Por qué las chicas solían usar tantos colores y chucherías diferentes mientras que nosotros a duras penas rascábamos un bolígrafo? Era digno de estudio. —La verdad que... se ha pasado bastante rápido —respondí, divirtiéndome con la broma interna, y esbocé una sonrisa que pretendía ser encantadora—. ¿Pero qué dices? La única a la que me interesa impresionar es a ti, Ri-chan~ Me incorporé, bien erguido, y tras carraspear la garganta me incliné en una reverencia caballerosa, extendiéndole mi mano derecha; la izquierda permaneció en mi espalda. —Permítame escoltarla hasta la sala, bella dama. ¿Gustaría de comprar un bocadillo entremedio?
La pausa que Joey suspendió en medio de su respuesta me hizo alzar una ceja, pues algo me decía que me estaba perdiendo de alguna clase de broma interna y eso consiguió llamarme la atención bastante. Aun así, era consciente que no debía indagar demasiado en lo que no me incumbía, y tuve que dejar pasar mi curiosidad con todo el asunto. Le sonreí como toda respuesta, pues, y me dediqué a recoger un poco mis cosas antes de escuchar su réplica por mi pregunta final. Dejé todo lo que estaba haciendo cuando noté que el movimiento del chico, pasando a centrar por completo mi atención en su figura. Se me escapó una risilla divertida cuando vi la reverencia que estaba haciendo y, por supuesto, no me hice para nada de rogar ante su invitación. Me puse de pie con cuidado, extendí el brazo para posar mi mano sobre la suya, y le correspondí con una reverencia de perfecta señorita, antes de engancharme de su brazo para dirigirnos hacia el exterior del aula. —Oh, señor... ¡me encantaría! —exclamé, dando un par de palmadas suaves ante la idea, y poco después me apretujé contra su brazo en un gesto juguetón—. ¿Cómo has estado estos días, Joey? Las últimas veces que nos hemos visto, no hemos podido hablar mucho, así que siento que no sé nada de ti. ¡Y eso es un pecado, déjame decirte!
A ver, ¿y quién me enviaba a mí a hacer estas cosas? Al detenerme bajo el umbral de la 3-3 hice un repaso del aula y me di cuenta que no recordaba exactamente dónde se sentaba Ko. Tampoco quería ponerme a husmear mesa por mesa, quedaría super raro. Estaba atorado en mi pequeño dilema mental cuando mi mirada se cruzó con la de Sugawara y me fui directo hacia él, muy tranquilo en su pupitre leyendo algo. Le concedí una sonrisa de saludo que no me devolvió, en su lugar... —¿Qué pasa? —soltó. —¿Cuál es la mesa de Kohaku? —indagué, viendo que eran inútiles las formalidades sociales. Haru parpadeó, me sostuvo la mirada un par de segundos y entonces desvió su atención, señalándome tres asientos por delante suyo en la misma fila. Le agradecí con un movimiento breve de cabeza y me alejé para cumplir mi tarea lo más pronto posible, aunque noté que seguía observándome al recoger el maletín y abrirlo sobre la mesa. No había muchas personas pululando en el aula. Primero analicé visualmente su contenido, intentando hurgar lo menos posible, porque de todas formas empezaba a sentirme mal con esto que estaba haciendo. Haru tampoco me pidió explicaciones de ningún tipo, pero su atención encima bastaba para forzarme a replantearme hasta lo que había cenado el mes pasado. —Quería confirmar que no tuviera más hierba guardada aquí —expliqué, alzando un poco la voz para que me oyera. Si la había palmado sobre el final del receso intuía que no habría tenido una mañana especialmente brillante. Al mirar a Sugawara confirmé que parecía entender de lo que hablaba, aún si su expresión no mutó en ninguna dirección. —¿Le pasó algo? —preguntó, monocorde. —Se está clavando la mejor siesta involuntaria de su vida, en la enfermería —respondí, volviendo mi atención al maletín, y bufé en voz baja—. La palmó en los baños, tuve que llevarlo a rastras y todo. No veo nada, ¿sabes si la guarda en algún bolsillo particular o algo así? —Ni idea. Tras unos segundos más de allanamiento me rendí y regresé el maletín a su lugar, bajo su silla, para volver frente a Haru. —Si el profe pregunta, ¿podrías decirle que está con una migraña o algo así? Asintió, le sonreí y me quedé atorado en un punto muerto algo incómodo, asumiendo que me preguntaría algo más. Al final nada pasó, retrocedí y volví a sonreírle. —Vale, gracias. Nos vemos, Haru. —Adiós.