—Por supuesto que desayuno, la duda me ofende —respondí, carcajeándome—. Eso no me detiene de tener hambre, estamos en crecimiento y gasto mucha energía. Además, ¿quién podría resistirse a la idea de galletas caseras? Ya no veía demasiadas posibilidades de sacarle algo interesante, no sin alterar drásticamente mi plan de acción, así que me iba resignando a rascarle un poco de comida y apagar las luces. La negociación con el refresco me estiró la sonrisa, no disimulé la satisfacción que me causó, y murmuré un sonido afirmativo que prácticamente vibró en mi garganta como un ronroneo. —Reddie, si quieres que te invite un café sólo tienes que decirlo~ —canturreé, encantador. Le eché un brazo por los hombros y lo insté a caminar conmigo, acentuando el contacto físico. Se me cruzó una idea de mierda pero, al menos por ahora, decidí tenerle piedad. —Vas a la... 3-2, ¿no? —arriesgué, haciendo memoria—. ¿Y entraste este año, creo? ¿Qué tal la has estado pasando? ¿Ya vivías en Japón de antes?
En general procuraba no ser ni demasiado grosero ni excesivamente amigable, me solía mover en un espacio intermedio que valía como línea base, incluso si solía parecer algo más nervioso que el resto de mortales. A lo que iba era que la conversación con Melinda en el patio había sido llevadera porque estaba Copito en el medio y así encontramos pronto un tema en común, pero ahora, bueno, no se podían pedir milagros. De todas formas, puede que las ideas que mamá no externalizaba fuesen ciertas y que mi supervivencia se basara en anular mi propia personalidad hasta fundirla con sus alrededores, hasta desaparecerla. Mordía lo que había que morder, sonreía cuando había que sonreír y listo. Noté el asentimiento de Melinda luego de escuchar mi excusa, me cuestioné si le habría valido como explicación suficiente y al final llegué a la conclusión de que, creer o no, era problema suyo y no tenía cara de hacerme un interrogatorio. No hubo interrogatorio, en eso al menos acerté, pero no dejó el asunto ir sin más y me quedé observándola, tratando de encontrar qué expresaba el comentario a pesar de la inexpresividad. Ojalá fuese hada madrina, para que el día escolar terminara aquí y pudiera irme. —Gracias y lo haré —respondí manteniendo la sonrisa, incluso si sabía que era una mentira grande como una casa. Esta chica tan seria me hizo pensar en la pregunta que le hice a mamá y su respuesta, que hizo énfasis en la distancia del viejo Dunn y lo recordé, inalterable a pesar de que le respondiera y lo tratara como una basura. El pensamiento fue extraño, lo de la distancia se proyectó a otros lugares y preferí regresar la atención a Melinda, darle otro trago al café y pausar la música que seguía saliendo de los cascos en mi cuello mientras oía su respuesta a lo de las cartas. —¿Tienes alguna baraja favorita? Entiendo que hay varias. Quería mantener las preguntas relativamente sencillas, también las respuestas, pero no tuve mucho margen para hacerlo en realidad. La pregunta de Melinda me hizo asentir con la cabeza, recordaba una baraja en casa, ahora debía estar metida en alguna caja con algunos libros de mamá. Sabía que era distinto del que tenía tréboles y diamantes, y mi madre, que sabía de todo un poco, varias veces terminaba hablando cómo las barajas surgían del tarot y no sé qué y de los palos como tal. —Tampoco es que sepa mucho —dije con cierta timidez inconsciente pues daba la sensación de que esta chica era inteligente como Bleke o Morgan. Pude mentir, pero por alguna razón no lo hice—. El palo de espadas en sus significados encierra varias emociones negativas, creo recordar, ira, culpa... falta de compasión. También está asociado al cambio y la fuerza. De nuevo, no quería meterme en charlas muy difíciles ahora. Por ello además de la respuesta sincera y con contenido, solo opté por decir otra que también era verdad, pero era mucho más plana en comparación. —En realidad me gustaban más los dibujos de las espadas que los otros —añadí junto a una risa floja. —I mean, you're right —rescaté a lo de las galletas caseras. Me vino en gracia la aclaración de que sí desayunaba, no lo suficiente para olvidar todo lo que pasaba debajo de esta interacción tan anormal, pero gracia al fin y al cabo. Me encogí de hombros ante el comentario del café, me era indiferente todo eso en realidad, me limitaba a seguir gastando un tiempo que no era mío y era lo que me valía por ahora. El cerebro me quiso hacer cortocircuito al sentir su brazo en los hombros, si mantuve la sonrisa fue en automático, porque las emociones se me anudaron en el pecho y como siempre no supe qué hacer con ellas. Todo lo que hice fue empezar a caminar con él, ni modo. Su voz me alcanzó demasiado cerca para mi gusto, pero en verdad yo no tenía mucho derecho a quejarme, esto no era nada en comparación a lo de Sasha. —Recuerdas bien —confirmé, mantuve el tono estable—. Sí, ya tengo unos años de vivir aquí, solo me cambié de escuela. Hasta ahora todo bien, no muy peasant friendly, pero me vale. ¿Tú cuánto tiempo llevas en Japón? Espero que no el suficiente para olvidar tus raíces de pueblo olvidado por Dios.
Guié al muchacho sin prisa hacia mi casillero, frente al cual nos detuvimos conforme él me respondía. Le quité el brazo de encima y empecé a cambiarme los zapatos, haciendo números mentales. —¿A qué escuela ibas antes? —indagué porque sí, dejando caer el calzado frente a mí—. Llevo tres, cuatro años aquí. Llegué para la prepa, básicamente. Hay un punto en el cual el tiempo sólo... empieza a pasar, ¿no? Y dejas de prestarle atención. Pero es bastante, si te detienes a pensarlo. Cuatro años sin ver ciertos paisajes o hablar con ciertas personas es un largo trecho. Cerré mi taquilla con el cambio ya hecho y giré el cuerpo hacia él. Exhalé de golpe y lo recorrí con la mirada, derivando en sus ojos con una sonrisilla divertida. —Lo siento, guapo, si te invitaré una bebida quiero asegurarme primero de que el intercambio valdrá la pena. I'm a business man, after all.
Me vi libre del contacto cuando alcanzamos su casillero, pasé saliva y lo observé. Me preguntó por la escuela a la que iba antes, luego me dijo que llevaba aquí cuatro años y que el tiempo solo empezaba a pasar. Lo mismo de antes, podría haber sentido alguna clase de simpatía por el tipo, pero el sentimiento nunca llegó y tampoco conecté con recuerdos para, yo qué sabía, pensar en mi propia situación a fondo. —Iba a la técnica de Nakano —respondí también porque sí, este estaba aquí desde primero según lo que me dijo Sasha, así que no le regresé la pregunta—. El tiempo diluye muchas cosas, creo, pero es lo que hay. Giró el cuerpo, exhaló y cuando volvió a mis ojos luego de repasarme con la vista noté la diversión en su sonrisa. Fue una sensación distante y extraña, pero creía comenzar a cansarme de este numerito, pero tampoco quería dejarlo ganar tan fácil, incluso si el resultado era indiferente. El caso fue que asentí a lo del intercambio, en apariencia comprensivo con el asunto, y me tomé un par de segundos para esculcar en las cosas de la mochila incluso si sabía de antemano que no había nada que buscar en realidad. Había mentido desde el inicio. —Business man, you say. Nice term for a bottom feeder —reflexioné en un tono despreocupado e inofensivo, regresándome la mochila a la espalda. Fue allí que me desinflé los pulmones, de lo más decepcionado—. Debí dejarlas en la encimera, what a shame. Se puede compensar con algo de la cafetería, diría yo.
Supuse que mi amabilidad no lo alcanzó, al menos eso pareció indicar el hecho de que se quedara observándome, antes de responder que se ocuparía de recuperar las horas de sueño. No podría decirse que esta sensación iba a afectar mi respectivo descanso, tampoco. Sólo éramos un par de conocidos que hablaban por segunda vez; me era suficiente con dejar mis palabras al alcance de Cayden y que quedara en sus manos decidir qué tan auténticas eran, y si hacerles caso. Era lo que traía ser así de seria e impasible: mis ademanes, tanto como mi falta de gestos claros, provocaban una percepción de distancia. Pero esta consecuencia de mi personalidad no me inquietaba en lo más mínimo, ya que me aceptaba a mí misma frente a todas las dificultades y comentarios pertinentes. A final de cuentas, también era común que las personas descubrieran, no sin cierta sorpresa, que podía ser más abierta y social de lo que mi rostro podía aparentar. Fui yo quien se acercó a él, la vez pasada. Cayden dio cuenta de otro sorbo de su café y con un movimiento anuló el murmullo rítmico que surgía de sus auriculares, movimientos que seguí con simpleza, sin un motivo específico. Asentí a la pregunta sobre si tenía una baraja favorita, pero opté por hablarle de la baraja española ya que eso me servía de base para plantear mi curiosidad hacia su preferencia por las espadas. Empezó respondiéndome con algo de mi timidez, aludiendo que no sabía mucho del tema. Si bien poseer conocimientos previos podía ser útil para cualquier tema del que se hablase, yo consideraba que podíamos prescindir de ellos. Lo más determinante, para mí, era la forma que nuestra visión personal moldeaba cada aspecto del mundo. Así, Cayden rescató en primer lugar los sentimiento de ira y de culpa, así como el de la falta de compasión, asociados a las espadas. Asentí suavemente para acompañar su punto, porque de eso se trataba. No pensé mucho en por qué enfocaba su visión en esas cosas. Aunque al final, con una ligera risa, concluyó que el atractivo por las espadas radicaba en el diseño de las cartas. En este punto, mi asentimiento fue algo más pronunciado. Para mí, terminó siendo el argumento de mayor peso; no tenía por qué ser algo profundo. En lo simple también descansaban las verdades más puras —El As de espadas tiene un diseño majestuoso, impone cierto respeto —secundé, acompañándolo en la justificación. Bien pude haber seguido esta conversación por el sendero de los significados. El símbolo de poder del As de espadas me hacía pensar, nuevamente, en la sangre Frenerich y su fuerza de voluntad que enfrentaba toda oposición. No quise, sin embargo, agotar la mente cansada de Dunn con nociones más profundas y, en su lugar, primero observé fugazmente sus zapatos. Comprobé así que ya se los había cambiado. —¿Quieres que subamos juntos? —invité, tranquila, al regresar a sus ojos; supuse que aceptaría, por lo que giré el cuerpo con la idea de enfilar hacia el pasillo—. Y… no he olvidado tu pregunta… >>Mi baraja favorita es la francesa. La que se usa en juegos como el póker y también en trucos de ilusionismo, es decir, en espectáculos de magia. Mi motivo se asemeja al tuyo: me atrae la simpleza de sus diseños, y el patrón de colores. Esta carta —pasé dedos sobre Fausto, en cuyo interior ahora dormía la Reina de Diamantes— pertenece a una versión especial de ese mazo.
No sabría decir si la amabilidad de Melinda no me había alcanzado, quizás chocó con demasiados obstáculos en el camino y acabó un poco perdida, tal vez me preocupé más por no hacerla sentir que no tomaba en consideración su deseo de que mi día no fuese muy demandante y el consejo de que recuperara el descansado y acabara dando la impresión contraria. Puede, también, que no fuese tan importante, a ella no le quitaría el sueño si le hacía caso y a mí no me lo quitaría haber dado la sensación de que no aprecié la amabilidad en medio de su carácter poco expresivo. Eran las ventajas de no encontrar reflejos, nada que regresara una imagen. Asintió a mi pregunta de la baraja, no contestó y entonces lo hice yo respecto a lo de la baraja española. Saqué los significados de las espadas, buenos y malos, antes de recurrir a la respuesta sencilla. Ni yo mismo me detuve a preguntarme qué le veía a unos significados tan marcados, pero daba igual, a su manera en las espadas percibía resistencia de diferentes formas y ya. Luego, claro, solo me gustaban los dibujitos. A veces solo me gustaban las cosas o las personas porque sí. Al decir lo de los dibujos vi que el asentimiento de Melinda fue más notorio, un poco con delay se me ocurrió que en la simpleza de ciertas respuestas había verdades absolutas y era tanto bueno como malo. Eran la liberación y la sentencia, con pocos puntos intermedios, y allí la cabeza me volvió a dar vueltas y me sentí cansadísimo, lo suficiente para meditar la posibilidad de irme a dormir a la enfermería. Me limité a beber más café, asentir a su apunte del as de espadas y tratar de visualizar las demás cartas, algunas las recordé mejor que otras. Agradecí que la criatura no se quedara en el campo de lo simbólico, eso me evitaba desgastar más el cerebro. Vi que me observó brevemente para confirmar los zapatos y cuando me extendió la invitación volví a sentir el impulso de huir, lo que me hizo sentir chispazo de enojo hacia mí mismo. De cualquier forma, sonreí de nuevo, asentí con la cabeza antes de volviera a contestarme lo de la baraja y me acompasé a sus pasos para caminar a su lado. —¿No es la que se usa más? Digo, cuando compras una baraja sin fijarte solo porque quieres jugar naipes, ¿la francesa no es el default? Mi madre dice que las picas vendrían a ser las espadas, los diamantes los oros y los otros dos una deformación de las copas y los bastos —pregunté sin conferirle mucho pensamiento, había desviado la vista a su libro cuando señaló que la reina era de una edición especial de esa baraja—. Debe ser bonito el mazo completo. Me gusta la combinación de negro y dorado. Contenido oculto me los iba a llevar, pero fui la última en postear en el pasillo, so ahí te los dejo uvu si no da tiempo a mucho más, pues eso asume que suben juntos <3 y cay le sigue preguntando boludeces de las cartas (? gracias por decirme de rolearlos a
No era consecuente, sólo asumí que debía vivir en Nakano o que al menos lo hacía antes. Al pensarlo de esa forma, de hecho, surgió una duda válida y lo miré con el ceño apenas fruncido, curioso. —¿Y por qué te transferiste? ¿Te mudaste por aquí? —La idea del tiempo diluyendo las cosas me estiró una sonrisa resignada en los labios—. O aparenta hacerlo, al menos. A veces lo que parecía diluido vuelve tan fuerte que te deja volteado. Era una porción de reflexión o de honestidad, incluso, que me estaba permitiendo porque sí, porque este tío a mis ojos no representaba ninguna amenaza y comenzaba a pensar que daba igual lo que ocurriera, no reaccionaría en ninguna dirección. O eso creí, al menos, hasta que terminó de buscar en su mochila y me lanzó la primera señal de hostilidad. Usó un tono tan inofensivo que podría haberlo obviado sin la suficiente atención, pero resultaba ser que le estaba concediendo bastante y parpadeé, asimilando el golpe. Una energía contradictoria me repiqueteó en el cuerpo. Se paseó entre la satisfacción y la ofensa, y mi sonrisa se amplió un huevo y medio. Podía maldecir hasta a mi madre si le salía del culo, era precisamente eso lo que buscaba. Una reacción, del tipo que fuera. Comprendí que me había vacilado, que nunca había llevado las putas galletas encima, y suavizando el semblante murmuré un sonido pensativo. Lo sentí vibrar en mi garganta y paseé la vista detrás de su silueta, por la línea de casilleros. —What a shame, indeed —ratifiqué, en voz baja, y regresé a sus ojos suspirando—. Ya me había antojado, vaya... Pero no pasa nada, ¿no? Eres el hada madrina de las galletas, después de todo. Estoy seguro que algún día podré quitarme las ganas de probarlas. Sólo es cuestión de pillar el momento apropiado~ Mi sonrisa se estiró hacia el final, dejé la idea suspendida en el aire y ajusté la tira de mi mochila, retrocediendo ligeramente con intenciones de irme. —Thanks for the chat. See you, peasant boy~ Contenido oculto acá cierro, ofcoursie. Prometo dejar de joderte con joey por un tiempo (??
Ante la pregunta de por qué me transferí me encogí de hombros, la respuesta que le había dado a Sasha en su momento había sido escueta que te cagas y en verdad no tenía grandes motivos detrás de la transferencia, ni compañeros fastidiándome o querer un nombre grande en el expediente. Sonaba simple, casi caprichoso, y puede que lo fuera, pero en ese momento una de las ventajas que poseía era la desconexión que tenía de los espacios y las personas, mamá había sugerido esta escuela porque había más extranjeros y pues entonces empezó el papeleo infinito. Para el caso daba igual, no le daba explicaciones a nadie en verdad. —Sigo en Nakano, no quise seguir en la técnica nada más. Lo que dijo del tiempo me hizo pensar que al menos eso sonaba honesto, pero supuse que cuando estaba aquí de pie sin reaccionar a nada en verdad, pues daba igual decirme ciertas cosas. No respondí nada más respecto a lo del tiempo, no vi qué acotar y pronto solté el único comentario de mierda directo que había dicho en todo el rato. Fue un chispazo de impaciencia, de ansía y molestia, ninguna de las emociones se filtró en el tono y no hizo falta, pues este cabrón no era tan estúpido como parecía y yo no había tapado la intención real del comentario. ¿Ganaba al permitirle una reacción, por mínima que fuese? Quizás, pero también habría ganado yo solo por el hecho de generarle algo más allá de la satisfacción, incluso si no lo sabía. Además, ¿era mentira acaso? Su sonrisa se amplió, yo reinicié la mía y me mantuve en mi lugar, esperando la mierda con la que fuese a balancear la pincelada de hostilidad. Sus ojos se pasearon por la línea de casilleros detrás de mí, algo de fastidio me corrió por el cuerpo y estiré la sonrisa, vaya qué desgracia. Tendría que cambiar de trabajo, no se me antojaba ser hada madrina del pueblo. —Para lo que eres un experto también —apañé respecto a lo de encontrar el momento apropiado, todavía con el tono inofensivo de antes—. See ya. Estiré la sonrisa, lo vi retroceder y esperé a verlo desaparecer para relajar las facciones. Me sentí como la jodida Barbie de Toy Story, con la cara entumecida por el teatro, en la cabeza había sentido que teníamos tres putas horas de estar aquí. Contenido oculto y yo cierro por acá as well juju soy esta cuando aparece joey y alguno de mis pendejos está en el mismo espacio físico, bless the mess
Kaia había querido venir mortalmente temprano a la escuela para hacer no sé qué cosa y había intentado insistirme en que aprovechara el viaje para... O sea, ella lo formuló así, pero era obvio que en realidad sólo anhelaba ahorrarle la doble expedición al chófer. Cosa que a mí me daba igual, al menos lo suficiente para no sacrificar mi hermosa hora de sueño extra. El pobre tipo apenas tuvo tiempo de sacar el culo del auto, le pedí disculpas entre un bostezo y él, muy educado como siempre, me soltó el "no se preocupe, Hattori-sama" de manual. Me volví a dormir durante el eterno viaje, ahora que no estaba Kaia para conversar, y me desperté como se despiertan los perros cuando vas llegando y el coche aminora la velocidad. Encontré mi móvil en el suelo, lo levanté y me despedí del chofer entre otro bostezo. "Tenga un lindo día, Hattori-sama". Qué agotador debía ser mantener la compostura todo el rato. Bueno, por interés bailaba el mono. Me rasqué las raíces del cabello y, mientras cruzaba el patio frontal, deshice la coleta que se había hecho un lío durante la siesta matutina. Me recogí el pelo en un rodete alto, no me preocupé de que quedara demasiado prolijo, y con eso contrarresté lo loco que había amanecido el viento. Le eché un vistazo al cielo justo antes de alcanzar el techo de la entrada y avancé en automático hasta mi casillero. Al menos ya casi era fin de semana y teníamos un torneo organizado para mañana, si pensaba en eso la jornada se haría menos pesada... en teoría, claro. Contenido oculto no sé si hacía mucho que no lo roleaba pero sentía que hacía mucho que no lo roleaba así que ahí queda (!)
Puede que entrevistar al jodido Sargento de una de tantas divisiones encargadas del crimen organizado fuese la cosa más hipócrita que había hecho en un rato, pero daba un poco igual a largo plazo, era inocente de cualquier cosa hasta que se probara lo contrario, ¿no? Además, no era solo eso, me dio por buscar información del tipo luego de la entrevista y ciertas piezas acabaron encastrando sin que fuese mi intención. El mundo demostraba ser pequeño y su ironía me parecía excesiva en comparación. Shimizu Ryouta, muerto por sobredosis en un callejón. Uno podría pensar que Arata parecía meado por una manada de elefantes y era cierto, porque si no, ¿qué era esto del Comandante muerto hace cuatro años y luego su viejo? En fin, no era mi asunto en verdad, así que tampoco le di suficientes vueltas. Por la noche había conversado con los proveedores del bar, los nuevos, quería decir, y acabó apareciendo Shimizu junto al tipo nigeriano, Unigwe, a hacer la entrega y se me ocurrió que, como siempre, la necesidad tenía cara de perro. A la mañana siguiente de camino a la estación le pedí a Tora que pasáramos a comprar algo en una pastelería del barrio, así que al llegar a la academia tenía una misión muy importante. Me arrastré a Sakai a los casilleros de primero luego de que el viento nos quisiera llevar volando al cruzar el patio frontal y cuando pretendí buscar el casillero de Bea, nos encontramos a Dunn plantado delante con cara de circunstancias. —¿Me das espacio, Dunn? —pedí con calma y el mocoso se apartó unos pasos, suspirando. —¿Eres amigo de Beatriz, Ikari? —preguntó desde su posición—. ¿Sí es este su apellido? Ni siquiera puse atención a si había otras Beatriz, hasta asumí que era de primero... —¿La Bea que buscas tiene ojos de tormenta? —Dunn asintió con algo de apremio—. Entonces sí es la Bea que buscas y sí somos amigos. No sabía que la conocías. Tora había permanecido unos pasos más allá, ni siquiera se involucró en el asunto y como ya Cayden no me estorbaba abrí la taquilla para dejar la cajita, traía dos dorayakis y un cupcake de vainilla con cubierta de chocolate, nada muy loco. —Pasamos el receso juntos ayer, no la conocía. Yo... ¿Sabes qué juegos le gustan? A la vuelta a casa entré a una tienda y encontré esto, pensé en ella. No había hablado con este chico nunca, ni siquiera luego de que Sasha y Arata lo eligieran como comodín del futuro club, aunque sabía su nombre y conocía su cara por obvias razones, pero incluso así me di cuenta de lo nervioso que sonaba. Con cierto dejo de timidez o duda estiró hacia mí una bolsita con stickers donde se reconocían varios, algunos eran del Pokémon, otros creí que de Hollow Knight y alguno que otro de enemigos del Mario. —Jugó al Hollow Knight aunque no lo terminó, ya sabes, Soul plataformero y tal, pero seguro le gustan. Es muy sensible y aprecia los detalles. —Gracias —murmuró entonces. Sonó aliviado y coló el brazo para depositar los stickers encima de la caja con los postres, cuando retrocedió pretendió irse sin más, pero llamé su atención. Él se detuvo, me miró y me puse a escarbar la mochila para sacar papel y bolígrafo. —Ven —le dije, escribiendo contra la taquilla junto a la de Bea—. Pon tu nombre, para que sepa que fuiste tú. Dudó, pero accedió y cuando terminó me regresó el bolígrafo, pero se fue antes de siquiera ofrecerle ir juntos a los casilleros de tercero aunque desapareció en esa dirección. En vistas de que había salido corriendo, busqué a Tora con la mirada y le indiqué que nos fuésemos luego de haber cerrado la taquilla de Bea. Contenido oculto Bruno TDF la notita en el casillero de Bea dice: Quería dejarte algo, son de una pastelería cerca de casa Espero que te gusten -Rowan Abajito en el mismo papel: Los stickers los encontré y pensé en ti -Cayden Entré al edificio acomodándome el pelo porque afuera el viento que soplaba parecía tener algo en contra del mundo, aunque la verdad no podía quejarme, era mejor esto que el diluvio. Mientras iba sacando la taza de la mochila doblé en los casilleros de segundo y pronto encontré el de Anna, así que lo abrí y dejé la taza encima, era de esos tazones de bento algo más pequeños, así que debería conservar bien la comida. Luego de haber hecho eso, dejé la nota que no era muy grande y cerré la puerta. Me estaba haciendo un cacao mental con lo de la sala de música, Dunn con su "sé sincero, qué más te da" tampoco había ayudado mucho, pero todo lo que sabía era que no iba a desaparecerme de la faz de la tierra y ya, por más que usara mi tiempo para pensar más de lo que parecía normal. Suspiré, volví sobre mis pasos y fui a la fila de tercero para cambiarme los zapatos. Al menos era viernes y nuestro grupo no tenía que pensar en el proyecto siquiera. Contenido oculto Gigi Blanche for the record *se pone una empresa de mensajería* Al le dejó a Annita en su casillero una tacita con varias gyozas y una nota: Oba-san hizo de más para que te trajera Son gyozas de buenos deseos para el finde -Al
Anoche tardé un buen rato en conciliar el sueño, de tantas vueltas mentales que estuve dando en torno al inminente examen de judo que tendría lugar mañana mismo. El asunto me tenía de lo más emocionada, como siempre me sucedía ante la proximidad de un buen desafío; pero también, debo confesar, me hallaba un poquitito nerviosa. Esta prueba, tanto si la superaba como si no, iba a traer cambios sustanciales en mi camino como sendero artista marcial, motivo por el que estuve poniéndole todo el empeño del que fui capaz y una ferviente voluntad de superación. ¡Sin descuidar mis lecciones de karate, por supuesto! Fueron días agotadores, pero energía era lo que me sobraba… Lo que no impidió que me quedase dormida, ¡ups…! El despertador pasó completamente desapercibido ante mis oídos, y sólo desperté porque Copito empezó a picotearme en la oreja, haciéndome cosquillas. Fue un milagro que al chiquitín se le ocurriera hacerlo en un horario óptimo, pero tuve que salir a toda prisa para no perder el tren. Debido a todo el apuro, me olvidé el lazo con el que ataba mi cabello. Los vientos mañaneros aprovecharon para ponerse muy juguetones con mis largas hebras blancas, así que llegué a la academia bastante despeinada. Y todavía un poquito somnolienta. Mientras iba a los casilleros de tercero, acomodé la bufanda roja que traía puesta y palmeé con delicadeza uno de sus costados, susurrando una palabra. Me desperecé sin ningún tipo de vergüenza, con el debido cuidado de no llevarme puesto a nadie con mis bracitos poderoso, y con un buen par de huesos tronados, me fui derechito para los casilleros de tercero. Me pasaba la mano constantemente por mi cabello, acomodando como podía los mechones que no lograba ver. Y, al mismo tiempo, continuaba pensando en el examen de judo. Ah, estaba hecha una pequeña distraída hoy, qué vergüencita. Pero esto me trajo, curiosamente, una bonita recompensa que me alegró la mañana. Porque, sumida en mis pensamientos, choqué, muy suavemente, contra cierto muchachito pelirrojo, suavecito y de rostro adorable. Creo que estaba cambiándose en su casillero, ¡ni idea…!, pero me sentí tranquila al ver que mi ligero impacto no lo desestabilizó. —¡Ups, perdona, lindo…! —solté, con una risa ligera y cristalina— Andaba un poquitito distraída, ay. Empecemos de nuevo… —carraspeé con aire teatral, pero la amplia sonrisa que le dediqué fue auténtica y radiante— Buenos días, Lionheart. Qué alegría nos da verte. Le guiñé un ojo con complicidad. Contenido oculto Zireael
En mis planes del jueves, en la jodida checklist, no estaba terminar lloriqueando con una niña que no conocía de nada, pero tampoco había mucho que hacerle. No me vi en la capacidad de responderle mucho más sin empeorar el cuadro, así que solo mantuve el abrazo un rato en un burdo intento de calmarnos a los dos y traté de evitar cualquier pensamiento, necio, que quisiera encontrar algo malo en un gesto como ese. Igual no se me antojó volver a clase con esa cara entonces fui a meterme a la enfermería luego de haber despedido a la chica y caí noqueado. Al volver a casa me desvié, fui a atiborrarme de comida rápida y luego a ver tiendas, sin más, fue así como terminé dando con los stickers y me acordé de Beatriz, de los videojuegos quería decir. Dudé como diez minutos, di vueltas y al final las compré, dispuesto a dejárselas. Fue a la mañana siguiente mientras me echaba encima la chaqueta de bordados por el viento salvaje de afuera, que caí en cuenta de que no tenía el apellido de la niña, su grado ni su teléfono. Gran plan, me tocaba jugar a la lotería en los casilleros, ni modo. Ikari apareció como un enviado del cielo, me salvó el trasero al confirmar que sí era la Beatriz que buscaba y luego de su ayuda me fui a la mierda, anticipando que acabaría arrastrado en su comitiva, porque había notado a Byakko aparecer con él. Me escabullí a los casilleros de tercero, busqué el mío y lo abrí para cambiarme los zapatos. Estaba terminando de ajustarme el segundo cuando sentí que me chocaron, fue bastante suave así que ni siquiera me desbalanceó, y me erguí porque ya había notado el destello blanco, lo que dejaba pocas opciones. Resultó ser Verónica, no Jezebel, que se disculpó y por la forma en que me llamó, elegí fingir sordera para regular la vergüenza. Alcé las cejas al oírla carraspear, su sonrisa fue amplia y por lo transparente que era siquiera cuestioné la sinceridad del gesto. Me terminé de ajustar el zapato golpeteando el suelo y reflejé la sonrisa de forma mucho más calmada, el guiño cómplice fue divertido, así que la repasé con la vista tratando de adivinar dónde demonios tendría escondido a Copito. —Buenos días, Snowy, para los dos —contesté con un dejo de diversión en la voz—. ¿Estás segura de que estabas distraída o estás un poco dormida todavía? Como la había mirado un poco de más al tratar de adivinar dónde escondía a Copito también noté que todavía algo del cabello lo traía fuera de lugar, seguro por la ventisca de afuera. Estaba cansado de pensar todo tantas veces, así que lo que hice no lo maquiné tanto, por como era asumí que no le importaría. Estiré la mano, le acomodé los mechones que le quedaran fuera de lugar y al volver a mi espacio arreglé un poco el que quedaba repartido sobre la bufanda. Era esto o esconderlo en el maletín, ¿cierto? La idea de imaginar a Copito allí escondido me hizo gracia y me estiró la sonrisa mientras regresaba el brazo a mi espacio.
Si hubo algún atisbo de vergüenza debido al modo en que lo interpelé, llamándolo “lindo” con tanta naturalidad, no lo noté por estar concentrada en sus ojitos de sol. Tampoco me hubiera extrañado si se daba el caso, porque se trataba de mi apreciado Cay, que tenía esa faceta tímida que lo volvía tan adorable. Podía respetar el temita de los contactos físicos, pero en mis palabras no ejercía el mismo control, como ya se vio en esta y otras ocasiones. Así las cosas, el muchachito pronto correspondió a mi saludo con una sonrisita sosegada, suave como él mismo. El guiño que le dirigí logró el efecto que buscaba, porque me repasó brevemente con la mirada en un intento por adivinar en qué sitio se hallaría Copito. Frente a esto, apoyé las manos sobre mi cadera e hice una suerte de pose para que pudiese mirarme mejor, como si estuviera ante una cámara que buscaba el mejor ángulo para inmortalizarme. El cuadro me hizo tanta gracia que me estiró aún más la sonrisa. Cay nos devolvió el saludo. El sonido de su voz provocó unas cosquillitas bien suaves en el costado de mi cuello. No supe si la risita que solté fue por esta sensación, o por la pregunta que me dirigió. —Diría que un poquito de uno y una buena pizca de lo otro —respondí; aunque al instante debí llevarme una mano a los labios, porque ser consciente del sueño me desató un bostezo que debí reprimir— De no haber sido por cierto chiquitín, a esta hora todavía estaría en Bunkyō durmiendo plácidamente. ¡Aunque…! No me habría quejado. Me sonreí por mi propia broma. Quedarme en el apartamento, bajo el placentero calor de las frazadas, no sonaba mal. Pero venir a la academia valía con creces el esfuerzo, porque aquí veía a personas que me alegraban mucho el corazón, y despertaban una calidez a la que nada podía igualársele. Y ni hablar si recibía gestos como el que, inesperadamente, tuvo Cay. El muchachito, en un acto sorpresivo, alzó un brazo hacia mí. Seguí con atención la dirección de su mano, la cual perdí de vista cuando pasó muy cerca de mi rostro. Sin embargo, seguí percibiéndola, en la suavidad con la que sus dedos hicieron contacto con mi cabello, acomodando los mechones que habían sido castigados por la ventisca. Su contacto fue muy dulce. En cierto punto, sentí que me llevaba un mechón de cabello detrás de la oreja, en ese punto exacto que me hacía cerrar los ojos por reflejo. Mis párpados se mantuvieron caídos y las comisuras de mis labios se elevaron, en una sonrisa suavecita. Cuando Cay terminó de peinarme, mantuve los ojos cerrados. Pero brotó de mi pecho una risita, contenida detrás de la sonrisa. Era lindo y chistoso que este chico, que parecía paralizarse cuando lo tocaban, se hubiera permitido tocar mi cabello. Obviamente, su gesto fue más que bienvenido, y se notó lo contenta que me había dejado. Al abrir los ojos, lo miré con inmensa ternura. —Gracias, leoncito —dije—. No es fácil caminar por el viento teniendo el cabello largo y suelto. Andaba tan dormida que olvidé el lazo para atármelo —me reí—. Pero, ¿sabes?, creo que hay alguien más que necesita ser peinado. Me llevé un índice a los labios y, con el mismo dedo, aparté un poquito mi bufanda. En un parpadeo, la blanca cabecita de Copito asomó. El gorrión se había removido en su escondite al escuchar la voz de Cay, y se moría de ganas por saludarlo él también. Sus ojitos escarlatas se posaron en mi leoncito. Nuestro leoncito.
Verónica era confianzuda, eso nadie iba a negarlo, en cierta manera lo era mucho más que Jezebel, tanto de forma física como con las palabras. Debía hacerme a la idea e igual viendo lo de ayer no era que yo pudiese hablar sobre excesos de confianza, pero digamos que tenía demasiada conciencia de mí mismo. Además, la chiquilla era bonita y pues uno no era ciego, recibir halagos o apelativos de personas que también entraban en las categorías que usaban con los demás siempre daba algo de vergüenza. Como fuese, la chica hasta posó cuando notó que estaba tratando de averiguar dónde estaría escondido Copito, el cuadro fue simpático por sí mismo y noté que se le estiraba la sonrisa. Al final con mi pregunta dijo que era un poco de una y una buena pizca de la otra, que de hecho era gracias al gorrión que había logrado llegar a la escuela. —Pobre Copito, tuvo que cargar con la responsabilidad de que no perdieras un día de clase —me lamenté con pesar impostado. Sabía que desde su percepción el gesto que tuve después se salía de lo esperado, noté cómo su vista siguió el camino de mi mano y no me detuve. Con el último mechón que le acomodé cerró los ojos y se me escapó una risa nasal que bien pudo pasar desapercibida, me limité a mirarla, noté su sonrisa y pensé que esta clase de transparencia con los propios sentimientos era bonita, incluso refrescante. Ella rio, abrió los ojos después y noté la ternura en su mirada, así que ahora además de sordera, fingí ceguera. Ante su agradecimiento negué con la cabeza, restándole importancia, y volví a los hábitos de siempre. Podía aparecerse Matsuo a llamarme leoncito y era un desastre, pero cuando Verónica lo usaba sonaba dulce, notaba el afecto en el apodo y era débil a esa clase de cosas. Me había ganado a la chica por cantarle a Copito, me daba cuenta, y eso hablaba de ella como persona y del cariño que le tenía a su compañero. Antes de pensar en el gorrión cuando habló de otro que ocupaba ser peinado, pensé en mí mismo y alcé la mano para acomodarme el cabello o al menos intentarlo, si ya de por sí los rizos se inflaban por naturaleza, ese viento me tenía bastante cerca de parecer un león de verdad. Suspiré, resignándome, y fue cuando noté a Copito sacar la cabeza de entre la bufanda y solté una risa, sus ojitos rojos se habían detenido en mí de inmediato. —No sabía que los pájaros se peinaban —reflexioné estirando la mano para alcanzar a hacerle cosquillas entre las plumas de la cabeza con un dedo y al hablarle suavicé mucho la voz—. Hi, baby. Gracias por despertar a Vero, ¿qué habríamos hecho si se quedaba dormida? Luego de haber saludado a Copito oxigené un poco el cerebro, me acordé que solía llevar ligas para el cabello porque a veces el flequillo me estorbaba demasiado en la cara, sobre todo cuando se me pasaban las fechas de cortarme el cabello, y me puse a buscar en los bolsillos. Unos segundos después encontré lo que buscaba, así que le extendí una liga negra a la chica. —Puedes quedártela, por si el viento sigue soplando igual en el receso y la salida.
Seguía siendo igual de tonta que siempre, ¿verdad? Cada vez que mis padres rompían una promesa, me juraba que no volvería a confiar en sus palabras nunca más, y cada vez que volvía a encontrarme con ellos, ese juramento caía en saco rato. ¿Acaso tenía manera de evitarlo? Seguían siendo mis padres, después de todo, y una gran parte de mí seguía siendo esa niña que solo quería ser su prioridad por una vez en la vida. La cuestión era que papá me había dicho que llegaría temprano para que desayunáramos juntos y que luego me llevaría a la escuela, así que me quedé esperándolo con cierta cuota de emoción... hasta que me mandó un mensaje diciendo que no le daba tiempo a llegar. Claro, ¿qué otra cosa podía haber esperado? Hice lo posible por controlar la sensación de decepción que me alcanzó al leer el contenido de su mensaje y me dirigí a la escuela, sabiendo que por lo menos iba a poder verle durante el receso con la excusa de la entrevista. ¿Cómo de triste era que necesitara una excusa de ese estilo para poder pasar tiempo con mi propio padre? Si lo pensaba demasiado, me entraban ganas de llorar... Yuta era probablemente la última persona con la que había esperado encontrarme en los casilleros aquella mañana. De hecho, era muy probable que acercarme a hablarle fuera una idea bastante regulera... ¿pero acaso alguna vez eso me había parado de tomar malas decisiones? Por supuesto que no. —Yutarín~ —le saludé como si nada al colocarme a su lado, habiendo hecho ya el cambio de zapatos y todo—. Oye, ¿tú usas algún champú especial? Tu pelo se ve bonito para el viento que ha estado haciendo...
Todos habíamos quedado con el pelito bastante revuelto por la ventisca que seguía golpeando en las afueras y, por supuesto, Cay no era la excepción. Sus rizos estaban un poco infladitos, con una apariencia esponjosa, y parte de la frente le había quedado despejada. Como su cabello era más corto que el mío, las diferencias no eran en extremo notorias, pero sí que se veía un poquito como un león. Dado que a mis ojos se veía muy genial y tierno, no me referí a él cuando le dije que alguien más necesitaba ser peinado… pues porque no hacía falta. Igual me causó una mezcla de gracia y simpatía que se diera por aludido con mis palabras, por lo que observé con una sonrisita su intento de emprolijarse. Aunque tuvo que hacerlo a ciegas, logró dejar su cabello como solía tenerlo siempre… más o menos. Y yo, con todo el pesar en mi corazoncito, debí resistir la tentación de ponerme en puntitas de pie para ayudarlo a peinarse. Además, ya tenía mi manito ocupada en mi bufanda, desde donde Copito salió a recibir a Cay. En cualquier otra situación habría saltado directo al hombro de este chico, pero era un pajarito muy inteligente que comprendía la importancia de permanecer en su escondite, así que debió contentarse con sólo mirarlo desde la zona de mi cuello. Eso sí, se le notó el entusiasmo al recibir las cosquillitas de Cay, se vio cómo se le inflaban las plumas del cuello y un poco en la cabecita. El chico le habló con un tono muy dulce que, para qué mentir, fue relajante para ambos. —Me animaría a decir que le costó un buen rato despertarme, que soy muy dormilona cuando quiero —apunté—. Cuando quise darme cuenta, lo tenía sobre mi cabeza y me picoteaba sin cesar en la oreja. Ay, no te haces idea de las cosquillitas que me dan cuando hace eso, creo que fue su intención desde el principio. El gorrión quedó con la cabeza fuera de la bufanda, confundiéndose con la blancura de mi piel y cabello; nadie a nuestro alrededor lo notaría a menos que hiciera mucha fuerza con la mirada, o bien estuviera a la misma distancia de Cay. Que, hablando del leoncito, algo pareció despertarse entre sus recuerdos o esa impresión me dio. Tras revisar un momentito en sus bolsillos, dejó al alcance de mi mano una liga negra, diciendo que me la podía quedar por si el viento seguía soplando. Ay, mira que me ponía difícil esto de no hacerle mimitos, eh. En cualquier caso, guardé la liga en mi bolsillo, con otra gran sonrisa. —¿Sabes qué? —dije— Mañana tengo un examen de judo, para promocionar a cinturón marrón. Usaré esta liga en tu honor.
Sabía que para ciertas personas ingresar en los espacios ajenos era una misión en sí misma, fuese por un motivo o por el otro, parecía significarles más esfuerzo, más conciencia de sí mismos, y eso no estaba mal, los permisos también eran importantes incluso cuando no se tenían malas intenciones. Si algo había sacado de los últimos días era que de hecho dar cosas por asumidas solo era peor, si el proceder no estaba claro, entonces preguntar era el curso de acción. Me dejé hacer cuando Bea se puso en acción, sus manos, algo pequeñas y dubitativas, se encargaron de volver a ajustarme la bufanda y mientras lo hacía repasé sus facciones discretamente. La melena corta, oscura, los ojos de cielo y sus facciones delicadas, parchadas siempre de algo de ansiedad, pero aunque podían llamarme loca, la forma en que tocó, bueno, a la bufanda habló mucho más que ella. Fue considerada y cuidadosa, algo que hablaba de la naturaleza de su carácter a un nivel más nuclear y sonreí sin darme cuenta. Había alzado la vista al suelo cuando apunté a lo bonito de las nubes y su movimiento por el cielo, me anticipé a que eligiera quedarse fuera un rato, pero en su lugar negó, dijo que entráramos y fue sincera sobre el motivo por el que no se había animado a entrar. —Juntas estaremos bien —afirmé, empezando a caminar a un paso moderado—. Podemos pasar por tu casillero primero y luego, si no quieres entrar a los de tercero porque tal vez haya mucha gente también, me puedes esperar allí y yo regreso por ti. Como tú prefieras, cielo. No había que ser un genio para saber que el gorrión no debía estar dentro de la escuela, ya de por sí saludarlo había estado de más, pero entendí que el animal no saliera de su pequeño escondite, pues debía estar más que habituado a esta clase de situaciones, imaginaba que en algún momento solo abriría una ventana y se iría volando. Pensarlo me hizo tropezar con una piedra mental y respiré con algo de pesadez luego de haberlo acariciado. Melinda había soltado lo de los pájaros y yo había acabado enredado en la idea como si me hubiese tirado encima una red de pesca. —Mi gata a veces me lame la cara para despertarme, da cosquillas también —dije junto a una risa floja—. Ahora me pusiste a pensar en la posibilidad de que lo haga solo por las cosquillas, no para levantarme. Copito mantuvo la cabeza fuera de la bufanda, mezclado entre el cabello de la chica, y yo entonces le di la liga para el pelo, que ella recibió para guardarla en su propio bolsillo. Ladeé la cabeza ante su pregunta y cuando dijo lo del examen de judo alcé las cejas, sorprendido, luego dijo lo del cinturón marrón, de usar la liga en mi honor y fruncí un poco el ceño. —¿Por eso mandaste a Ryuuji a volar? Digo, ¿era práctica para el examen o solo acabamos en ese escenario porque sí? Además... —Antes de decir otra cosa entrecerré los ojos y me incliné apenas hacia ella, como si fuese a acusarla de robarle a los pobres. En verdad estaba haciendo memoria y también haciendo el tonto, claro—. ¿El cinturón marrón no va antes del negro? Es como super importante, mi amuleto de la suerte debería ser mejor que una liga para el cabello. ¡No avisas con tiempo! Le regresé el poco espacio que había consumido luego de pasarle el muerto por no avisar cosas tan importantes. —¿Te cambias los zapatos y subimos o tienes que hacer algo más?
Los ojos ya se me habían cristalizado de lo mucho que venía bostezando. Me había echado la vida entera amaneciendo entre las cuatro y las cinco de la mañana para entrenar, pero bastaba una semana de malos hábitos para mandar todos esos años a tomar por culo; y desde que papá no estaba, con suerte me despertaba para venir a la escuela. Mis horarios los fines de semana eran un desastre e incluso entre semana a veces hacía cualquier cosa. En cierta forma sentía que estaba recuperando el tiempo perdido. O la juventud perdida, siendo específicos. Estaba cerrando mi casillero cuando apareció Yumemi a mi lado, tan... colorida como siempre. Repasé su cabello con la vista, aún adormilado, luego derivé en sus ojos y bajé a sus uñas. Parpadeé, intentando espabilarme, y mi mente se puso a hacer asociaciones random en ese medio segundo antes de devolverle el saludo. —Konpecchi~ —le regresé el apodo ridículo con uno aún más ridículo y en el mismo tono. Sonreí, a sabiendas de que la estupidez no tenía explicación evidente, y de hecho estaba bastante orgulloso de mi neurona por haber trabajado tan rápido. El asunto del shampoo me hizo alzar los ojos hacia arriba, como si de esa forma pudiera verme el cabello, y pillé un mechón del flequillo desordenado que me caía sobre la frente con dos dedos, frotándolos ligeramente entre sí. Era consciente de que usaba el pelo más largo que el promedio, de hecho lo tenía incluso más largo que ella, pero no solía detenerme a pensar en sus... ¿cualidades? —Uso el de Kaia y ella va saltando entre dos o tres marcas, no recuerdo cuál hay ahora. En todo caso... —Suspendí una pausa intencional, sin dejar de mirarla—, ¿halagándome de buena mañana? ¿Estás bien, Konpecchi? ¿El viento te sacudió las ideas? Con la muñeca quebrada le di dos golpecitos de nada a su cabeza. Contenido oculto aw, gracias por caerme, bebi aaaaa <33 AND omg ri-chan hiiii
Me apenaba la idea de que Jez se expusiera al viento por mí, al ver sus intentos por arreglarse el cabello y por lo de la bufanda, la cual, por fortuna, quedó bien asegurada en torno a su cuello. Sin embargo, valoré con creces que hubiese tenido en consideración la opción de quedarse a mi lado, sin importar el clima, y que hasta me diese la libertad de elegir. Era paciente conmigo, me aceptaba tal como era y, la verdad, me hacía bien que me tratara con ese cariño que la definía. La voz de Cayden emergió desde los recuerdos de ayer, repentina, sin pedir permiso. “La bondad es una cualidad hermosa” El cielo… se veía precioso. Daban ganas de pintarlo en un lienzo, ¿tal vez? Aún así, le pedí a Jez que entráramos, bajo el presentimiento de que el viento no nos sentaría bien a la larga, además de que necesitaríamos un margen de tiempo para peinarnos, antes de entrar a clases. También opté por ser sincera y señalar el miedo de avanzar en soledad entre la gente; comúnmente me daba vergüenza mostrarme tan débil, pero en esta ocasión no tuve reparos en contarle lo que me pasaba. Desde nuestro almuerzo en la piscina y lo que hablamos al final, entendí que estaba bien ser abierta. Mi honestidad también se plasmó en la afirmación de que, mientras se quedara conmigo… estaría bien. No tendría miedo si marchábamos juntas… Esta fuerza surgía de la confianza que depositaba en Jez… y provenía, también, de un naciente sentimiento de cariño. Jez reafirmó mis palabras, me acoplé a su paso. Como dejamos atrás la pared que detenía parte del viento, éste nos azotó con algo más de intensidad, elevando polvo y hojas sueltas. El corazón empezó a latirme fuerte conforme nos integrábamos entre los demás estudiantes. Procuré concentrarme en escuchar el pequeño plan de Jez, lo de cómo movernos por los casilleros. —E… Estoy de acuerdo… —dije, mirándome nuestros pies al caminar— Q-quiero decir, con lo de comenzar por… el mío —me apresuré en aclarar—. Y p-podría acompañarte hasta el sector de t-tercer año… Puedo hacerlo… Lo último sonó a un intento por darme ánimos a mí misma. No quería separarme de Jez en los casilleros, me ponía nerviosa pensar en quedarme por un momento a solas entre la gente, con mi ansiedad social. P-pero por lo menos… esta era tan sólo una parte de mis razones. Es que también prefería acompañarla por una cuestión de aprecio, y hasta consideré la posibilidad de cruzarnos casualmente con Rowan y desearle un buen día. Al entrar en los mencionados casilleros, las voces rebotaron con más nitidez entre las paredes, junto con el sonido de las taquillas que se abrían y cerraban, además de los pasos repiqueteando en el suelo. Me estremecí ligeramente y me acerqué un poco más a Jez. —¿C-cómo has estado…? —le pregunté, esforzándome por centrarme en ella, mientras nos acercábamos a la zona de primer año— Yo… ya hice mi proyecto, con una compañera de clases… E-entrevistamos a su padre… Un contable… Creo que nos fue bien. Me pareció notar que Cay exhaló con cierta pesadez tras acariciar a Copito. ¿Me llamó la atención? Puede ser, sí, pero no me ponía tan analista con lo que sucedía ante mis ojitos, como acostumbraba a hacer nuestro Hubby. Era consciente de que mi leoncito navegaba mucho por sus propios pensamientos, algo que lo que ya habíamos hablado con Jez en el invernadero, y tan sólo me pregunté, fugazmente, qué andaría pasando por esa cabecita suya. Lo apreciaba como persona y, por lo mismo, guardé la esperanza de que llegase un día en el que se animara a confiarme alguno de esos pensamientos. Lo esperaría con paciencia, al mismo tiempo fortaleciendo nuestra amistad. Estaría cerca de él, lo comprendería y acompañaría. No podía estrecharlo entre mis brazos (por ahora), pero sí abrazarlo con mis cuidados. El detalle pasó, fugaz como lo podía ser un suspiro. Cay me habló de que su gata también lo ayudaba a despertarse, y fue otra imagen bastante enternecedora. Me reí junto con él cuando dijo que su mascota a lo mejor sólo buscaba hacerle cosquillas; de todas maneras, servía al objetivo de ayudarlo a levantarse, y seguro era más efectivo considerando que los gatos tenían las lenguas rasposas, uy. Luego de eso pasamos a lo de la liga, momento que aproveché para contarle que al día siguiente tendría el examen. Las cejas de Cay se elevaron primero, luego descendieron hasta quedar juntitas, arrugándole un poco el ceño. Se me escapó una risita cuando preguntó por Ryuu-kun y el movimiento de cabeza fue parecido al de sus cejitas: primero negué que fuese práctica para el examen, acto seguido asentí, confirmando que fue algo casual, aunque no me dio tiempo de añadir nada porque luego se acercó para decir que necesitaba un mejor amuleto de la suerte… —Pero, ¿qué dices, lindo? Para mí es un buen amuleto —repliqué, junto a una risa sin malicia— Es una liga otorgada por el mismísimo Lionheart, mi dulce caballero. Nuestro caballero, ejem —corregí, para luego rascar la cabeza de Copito—. Con esto, seré valiente como una leona y superaré ese desafío. Estaba hablando en broma, pero en el proceso se me colaba el cariño en las palabras. Para Cay podía parecer poca cosa darme una liga para el examen, pero yo apreciaba mucho este tipo de gestos y, quizá, eso era al final lo que le daba su valor. Con un movimiento de cabeza, señalé hacia mi casillero, pidiéndole que me acompañara. —Me cambio y subimos, ¿sí? —dije; y ya cuando empecé la rutina de intercambiar zapatos, le detallé un poquito más la historia del dojo— Sobre lo mío con Ryuu-kun: fue pura casualidad. Había ido a barrer el dojo en compañía de las chicas, y nos lo encontramos teniendo una especie de duelo contra una muchachita muy mona, Koemi se llama, lleva dos grandes trenzas. Son un poquito bruscos al hablarse entre sí, pero parece que en el fondo se llevan bien. ¡El punto es que…! Ryuu-kun preguntó si alguna de nosotras se animaba a enfrentarlo y a mí, pues… no se me ocurrió que a lo mejor lo estaba diciendo en broma —me reí—. Nuestra lucha fue muy intensa. Y diría que, al final, me sirvió como entrenamiento. Terminé de cambiarme los zapatos, cerré mi casillero y miré a Cay con una sonrisa.
Yuta tenía la peor cara de sueño que había visto en mi vida, detalle que me hizo bastante gracia y que, en consecuencia, logró hasta sacarme una risilla divertida por ello. Me percaté del paseo que hizo su mirada hasta acabar centrándose en mis uñas, por lo que obviamente tuve intención de comentar algo al respecto cuando volvió a dar con mi mirada; mis intenciones se vieron interrumpidas por la voz del mismo Yuta, sin embargo, pues justo en ese momento me soltó un apodo que me dejó totalmente confundida. —¿Konpecchi? —repetí, frunciendo el ceño en un gesto de clara contrariedad—. Yutarín, no vale inventarse apodos con cualquier cosa, ¿sabes? ¡Tienen que tener sentido con la persona, tontín! —añadí, dándole un golpecito en la frente con el dedo índice y una sonrisa renovada. La respuesta que me dio sobre su cabello no me reveló gran cosa, aunque tampoco había esperado recibir ninguna clase de truco ancestral ni nada por el estilo. Me aclaró que le robaba el champú a su prima, de hecho, y todo lo que hice fue negar con la cabeza a modo de rechazo por tal vil práctica. Lo realmente destacable de la conversación fue la tontería que soltó después, de todos modos; y digo tontería porque de repente le dio por decir que yo le había halagado así, de buena mañana. >>¿Pero qué dices? ¡No inventes! —me quejé, volviendo a fruncir el ceño con fuerza, y levanté la mano para intentar quitar la suya a base de manotazos—. ¿Cuándo te he halagado? Lo único que he dicho es que no tienes el pelo enredado. ¡En todo caso estoy halagando la buena elección de tu prima! Si hubiera querido elogiarte habría dicho que te veías lindo esta mañana o algo así, ¡pero no he dicho nada de eso! Si tanto necesitas mi atención, solo tienes que decirlo, ¿eh? Contenido oculto omg of courseeee, el límite de mi hiatus es un yutarín solito y desamparado uwu