Reino de Ifeë

Llevábamos esperando por mi padre ya un rato y si me lo preguntaban, a mí me parecía que la situación requería algo más de urgencia, pero era claro que ya no podía esperarse eso de él. Llevaba mucho tiempo en este estado, era por eso que había tomado su lugar incluso sin una ceremonia formal de por medio, pero las personas aquí, yo incluido así fuese por las apariencias, todavía lo esperábamos.

La voz de Miranda llamó mi atención, me llamó dirigiéndose a mí como se dirigiría a mi padre y tomé aire despacio, prestándole atención. No le había respondido todavía cuando mi padre hizo acto de presencia, caminó hacia el trono y se sentó sin hablarle a nadie, pero todos hicieron la reverencia de rutina menos yo; me habló, se permitió sonreírme y yo permanecí estoico, mirando de refilón a Dunn.

Mi padre soltó la risa y el asunto tan importante por el que lo esperábamos, bueno, no se atendió, él se perdió en su mundo de divagaciones en cosa de un instante. Desvié la vista a Miranda incluso antes de que nos hablara y asentí, atendiendo a la seña que nos indicó que nos apartáramos del trono para poder conversar.

No había que ser demasiado avispado para saber que lo pasado la noche anterior solo era el anuncio de algo peor, pero si Miranda decía que no era la primera vez que pasaba debíamos aprovechar que estaba registrado en la historia para intentar anticiparnos a lo que fuese que estuviese por ocurrir. Era el comienzo de las preparaciones solamente, claro.

—Dices que no es la primera vez que ocurre, ¿qué se dice que sucedió? —pregunté de inmediato, cruzando los brazos sobre el pecho—. Es necesario que sepamos qué posible escenario nos espera, solo así podremos prepararnos como corresponde... ¿No, Dunn?



Todavía ahora tenía grabado en la mente el susurro que arrastró el viento la noche anterior, el sutil olor a sangre y el grito que le siguió, junto al frío que me mordió los huesos. Era poco dado a sentir miedo y mucho menos dado a moverme en consecuencia, pero en cuanto eso ocurrió corrí a asegurarme que el niño, mi hijo, estuviese seguro. El resto de la noche mi mujer y yo no pegamos ojo, ella tenía claro que el día siguiente debería acudir con el rey y lo demás para discutir esta situación.

Rey decía uno, pero el que hablaría sería el niño, ¿no? El joven usurpador.

¿O joven asesino, más bien?​

Ya en el salón el rey se hizo esperar, cuando apareció no sucedió nada a lo que uno no pudiese anticiparse: reparó en mi presencia, la de su hijo y la mía, solo para perderse en su mundo un instante después. No tenía idea de qué le pasaba a este hombre, sabía que la muerte de la reina lo había empeorado, pero más allá de eso no era que tuviese mucha claridad del asunto. Sin embargo, yo le servía a la reina y aunque hubiese muerto, eso era lo que seguía correspondiendo.

Ante la clara falta de iniciativa por parte el rey, Mirando nos apartó del trono para conversar y yo seguí al joven Capell con la vista a cada minuto. Atendí a sus gestos, o la ausencia de estos más bien, al tono de su voz y a su pregunta, pero no dije nada hasta que se dirigió a mí directamente.

—Coincido con el Príncipe —respondí disimulando por completo el recelo que le guardaba al muchacho—. Necesitamos detalles de qué fue lo que sucedió, si el evento tiene las mismas características ya de por sí, es muy posible que lo que le siga sea igual también.

 

Escuché a lo dicho por Miranda con calma, los rumores en general solo servían para dos cosas: alterar a las personas o controlarlas. Si se decía que lo que habíamos oído era la muerte anunciándose, ¿qué implicaba realmente en el corto plazo? Era ambiguo por demás, las personas vivían y morían de forma continúa y solo unos cuántos alcanzaban a volverse viejos.

Sin embargo, las historias tampoco podían simplemente ignorarse y por eso era mejor anticiparse, para poder adaptarse a lo que realmente venían con ese supuesto anuncio de muerte. Estaba por responderle a Miranda cuando noté el movimiento de mi padre, se acercó a nosotros y se quedó a mi espalda, repitiendo lo que dije con un tono sombrío que me hizo fruncir apenas el ceño.

Su caricia me envió un escalofrío por el cuerpo, pero fui capaz de disimularlo y solo suspiré cuando lo escuché decir que nos preparáramos para morir. Luego de la escenita tenebrosa, pareció volver a sus divagaciones usuales, entonó una canción de cuna mientras regresaba al trono y yo aflojé los gestos antes de volver la vista a Miranda y a Dunn.

La mujer pasó completamente de la existencia del duque, cosa que imaginé que lo molestaría pero se mantuvo sereno y entrelazó las manos tras la espalda, manteniendo firme la postura. Un guardia apareció entonces, interrumpiendo la reunión y cualquier respuesta, diciendo que los mineros se negaban a volver a trabajar.

Enarqué una ceja al escucharlo, había buscado a mi padre con la vista pero Miranda le hizo una señal para que se dirigiera a mí y yo esperé, mirándolo. Preguntó cómo debíamos proceder y guardé silencio un momento, dándole vueltas a la situación. No podíamos el lujo de detener la fuerza de trabajo, ¿o sí?

—El miedo afecta la eficiencia con la que funcionan las personas —interrumpió Liam, inoportuno como podía ser, y me miró directamente como si estuviese retándome—. Un error dentro de las minas puede costarles la vida, lo que para ellos solo confirmaría que el augurio era cierto y entonces el pánico iniciaría un desastre.

Lo había pensado, claro, no era tonto. El miedo era efectivamente uno de los mayores obstáculos humanos, era capaz de afectar la forma en que nos movíamos o dejarnos completamente paralizados, pero cuando el miedo se volvía pánico, las personas eran incontrolables. No pretendía ser un gobernante permisivo, pero debía tener claros los límites de la resistencia de las personas, lo suficiente para que no decidieran morderme las manos cuando todavía no había ascendido de forma oficial al trono.

—Que se les permita un día de descanso. Que refresquen la cabeza, atiendan a sus familias y lo que consideren necesario —decidí entonces, todavía inexpresivo—. Ya pensaremos en cómo volver a reiniciar el trabajo en las minas para mañana.

>>Que se vayan a sus casas, luego se verá como vuelven a trabajar.

 

Si me lo preguntaban, ambas decisiones tenían sus errores técnicos bastante claros. Era cierto que la gente convivía con el miedo a supersticiones de forma constante, pero la antigüedad y constancia de esos miedos permitía que ya no actuaran como obstáculos, no en todas las de la ley por lo menos. Puede que Dunn me simpatizara lo mismo que una roca en el camino, me daban ganas de mandarlo a la otra punta de Ifeë de una patada, pero para desgracia de todos el necio sabía usar la cabeza.

Subestimar a los plebeyos nos podía salir casi tan mal como darles poder.

—Ignorar los miedos de las personas cuando son palpables nos deja en el mismo saco que el miedo en cuestión —reflexioné un poco al aire, no había molestia real en el tono que usé—. Al hacer eso y castigarlos para que trabajen voy marcando puntos, si el montón de plebeyos piensan que soy un villano declarado controlarlos es más difícil. Si esta primera decisión obstaculiza el funcionamiento de las personas más de un día, entonces siempre podemos acudir a la mano no tan amable que habría significado la otra opción.

Dunn había pasado por completo de las miradas de desdén de la mujer, así como el comentario dirigido a él sobre retirarse con su familia y seguir la farsa. Me miró de costado, luego a Miranda y suspiró.

—¿Caos ordenado? —preguntó aunque me pareció que hablaba consigo mismo—. ¿No le faltan algunos años encima para tomar ese curso de acción, Príncipe?

—Quizás, pero por eso están ustedes aquí —respondí encontrando sus ojos—. ¿O eres un mero adorno en la pared, Dunn?



El comentario de mocoso sobre si era un adorno de pared hizo que la sombra de una sonrisa me alcanzara los labios, apenas para que no pasara como una falta de respeto hacia nuestro querido Príncipe de Ifeë, pero para no quedarme con las ganas tampoco. Sabía que no les resultaba simpático a estos dos, era perfectamente consciente de ello y puede que precisamente por eso insistiera en seguir aquí, negándome a dar el brazo a torcer.

—Creo que mi familia puede mentir perfectamente sin necesidad de que yo tenga que ir a decirlo, Miranda —respondí por fin a lo que me había dicho, dejando en paz al niño por fin, y dirigí la vista a la mujer—. ¿Qué tal si mejor amplia un poco más su argumento respecto al evento? Para estar basándose en un montón de rumores, da muchas cosas por sentadas, ¿no le parece?

>>Exigir toda la información del evento de anoche.

 

Puede que al chico le faltara experiencia, pero si algo había tenido siempre era una mente excepcional y si no lograba hacer cálculos como si fuese un oráculo era precisamente porque todavía le faltaba comerse algunos golpes del mundo para ajustar el análisis que ya de por sí hacía. Aunque yo había soltado el comentario un poco para ver si me llevaba la contraria a pesar de eso, al final el argumento que había soltado estaba bien fundamentado, excepto por la parte práctica, claro.

Igual si su caos ordenado terminaba perdiendo forma, no ponía en duda la capacidad de este crío de pasar del gobernante bien intencionado la personificación de la mismísima Muerte, sin importar lo que implicara. Los límites del muchacho eran bastante difusos de por sí, inclinar la balanza hacia el lado de la violencia debía dársele incluso mejor que esta fachada.

Puede que fuese mi propia superstición, pero en mi cabeza este niño estaba maldito.

Miranda dio un par de pasos en mi dirección y supe que la pregunta, que evadió como le dio la gana cabía señalar, solo había servido para que encontrara la manera de sacarme de Ifeë y que dejara de estorbarle. Muy oportuno, ¿no?

Me tragué las ganas de reírme, mantuve el rostro con una expresión neutral y me desinflé el pecho de un suspiro algo prolongado. Observé a Miranda, luego al niño y de vuelta al principio. Negarme era inútil, lo sabía, y el viaje que me esperaba no era corto ni por asomo, pero mi mujer debía cuidar al niño y aunque no pudiera siquiera tocarlo sin tensarme, sabía que un viaje de esos para un pequeño no era lo que se dice la mejor de las ideas.

Además alguien debía quedar aquí. Si algo en el viaje se salía de control, mi mujer y el niño serían todo lo que quedara de los Dunn.

—Mi familia se queda —respondí entonces a pesar de que sabía que las personas en Ifeë se estaban agitando—. Bajo el cuidado del Príncipe, ¿no es así?

El chico desvió la mirada hacia mí, me miró desde su posición con una mezcla de indiferencia y superioridad que me vino en gracia, pero pronto volvió a su inexpresividad usual. Lo que sea que le había pasado por el rostro se había desvanecido en un pestañeo, pero fue oscuro, sin duda, como su entera existencia.

—Le servías a mi madre con asombrosa lealtad —concedió sin alterarse, como para que no olvidara que estaba en el otro bando—. Cumplirás con la tarea que te hemos encomendado, porque como bien dijiste al coincidir conmigo, necesitamos saber a qué nos enfrentamos para poder responder como es debido.

Guardó silencio un momento, antes de asentir con la cabeza, pero el negro de sus ojos me resultó particularmente oscuro de repente.

—Tu familia y el resto de nobles están bajo el cuidado del reino, naturalmente —dijo entonces, como si no fuese el mismo mocoso que hablaba de controlar a las personas o de acudir a la mano dura apenas algo se saliera de sus expectativas.

Contenido oculto

Liam ahora mismo

 

Miranda ya ni siquiera estaba disimulando la alegría que le significaba sacarme de Ifeë y yo, la verdad, no tenía demasiado interés en molestarme por algo que de por sí era un secreto a voces. Le tenía recelo al Príncipe, se lo tenía por rebote a Miranda y tampoco lo ocultaba, de hecho era una suerte de juego de tira y afloja y por ahora, no tenía más opción que aflojar y permitirle tirar a ella.

¿Qué si confiaba realmente la seguridad de mi familia a este par? No, pero allá afuera algo estaba gestándose y mientras el Príncipe quisiera ir sumando experiencia, con todo lo que eso significaba, estas paredes eran relativamente más seguras. La diferencia, quizás, en algún punto se volvería insignificante o esa sensación me daba a mí.

Estaba por dedicarle una reverencia al mocoso, a su padre y a Miranda un poco por rebote para retirarme e ir a darle la noticia a mi mujer cuando el rey habló de nuevo, haciéndome regresar la atención a él. Me miró, su sonrisa se tiñó de oscuridad y junto al espectáculo de antes de Altan, sentí que este hombre no era el mismo que hablaba solo y se ponía a cantar canciones de cuna. Algo más macabro estaba jugando en el mismo terreno y aunque no sabía si me asustaba en todas las de la ley, sí que me preocupaba.

—La saludaré, Majestad —concedí sin siquiera inmutarme y luego me despedí correctamente de los presentes—. Me retiro.

No me quedó más que decirle a mi mujer que el Príncipe me había encomendado viajar Ogunros para recabar información. No entré en detalles, no le correspondían ni deseaba preocuparla, así que solo anuncié que el tiempo que estuviese fuera permanecería en el palacio con el niño por su propia seguridad, pues tampoco iba a mentirle sin más aunque podía hacerlo.

Por demás, lo prudente era descansar ahora que podía hacerlo, ¿no? Independientemente de lo que estuviese sucediendo, si me desgastaba apenas empezar no lograría nada y solo le daría un gusto a los que querían sacarme del camino.

>>Ir y dejar a tu familia en el palacio, pasando la noche para partir por la mañana.



Con la retirada de Liam, el comentario nefasto de mi padre y el resto de los asuntos moviéndose a su ritmo la noche cayó nuevamente sobre Ifeë. Puede que una parte de mí esperara de nuevo el olor a sangre, un grito o lo que fuese, no estaba seguro, pero no me creía en la capacidad de conciliar el sueño como si nada. No importaba si era frío, si me podía manchar las manos de sangre o jugar al pequeño rey piadoso, al final del día la mente siempre me hacía ruido.

Los comentarios siniestros de mi padre, esos que tanto Liam como yo habíamos ignorado sin más, estaban entre ese ruido, la decisión de las minas también e incluso el hecho de que Dunn trajese a su familia al palacio, dejando bajo nuestra sombra no solo a su mujer, sino a su hijo de tres años. Pasaba de una cosa a la otra de forma constante, descartando información y creando posibilidades que realmente solo podrían comprobarse en el mundo real.

¿Qué tan cierto podía ser que lo que había sucedido fuese un augurio de muerte? No podía decir que fuesen disparates, pero tampoco que fuese real. Necesitaba pruebas, algo que pudiese verse o tocarse... Porque a este paso todos terminaríamos como mi padre.

>>Caminar por el palacio con insomnio y solo tratando de despejar la mente.

 

Miranda nos estaba esperando, como era natural, por lo que nos recibió al llegar y cuando se dirigió a mi mujer esta negó con la cabeza antes de decirle que no había problema, que prefería estar junto al niño. Era posible que por más erudita que fuese, se liara a golpes con cualquiera que se atreviera a separarla del pequeño y eso lo sabíamos ambos, así que ni siquiera me molesté en decir nada.

Seguí los movimientos de Miranda cuando acarició al niño, incluso si no demostré hostilidad alguna, porque no se me antojaba que esta mujer estuviese tocando a mi familia como si nada. En cualquier caso, mi mujer no se lo impidió y en ese sentido prefería confiar en su criterio y su autocontrol. De todas formas, esa interacción no se prolongó mucho más, ellos quedaron en su habitación y yo ya me había despedido como correspondía en casa, por lo que solo atendí a lo que correspondía en el momento.

Eso terminó siendo la carta que me entregó Miranda, dijo que se la entregara al rey Clifford y asentí, guardándola.

—No me van a soltar información para hacerme la caridad —solté sin ningún tacto ahora que no tenía al dichoso Príncipe en medio—. Si quieres que me entretenga un buen rato fuera de aquí vas a tener que darme qué ponerle al anzuelo. ¿Qué voy a buscar específicamente?

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Mientras caminaba por los pasillos observé al exterior, iluminado por la luz de la luna, en los jardines estaba mi padre; danzaba y cantaba una melodía que en la oscuridad de la noche sonaba siniestra por demás. Me quedé estático, no seguí vagando y me quedé mirando la escena; cuando llegó a la mitad de la melodía, se detuvo mirando frente a él y yo tensé las facciones, esperando.

Terminó con un tono mucho más suave, pero lo preocupante no fue eso, fue que frente a él se materializó una silueta oscura. Era poco dado a las emociones, sobre todo al miedo, pero en cuanto aquella figura giró en mi dirección y clavó su par de ojos, brillantes, la emoción que me bañó el cuerpo no podía ser otra. Se me heló la sangre, se me tensó cada extremidad y por más que lo quise, no pude apartar los ojos con la rapidez que hubiese querido.

Para cuando logré reaccionar me aparté de golpe de la ventana, con el miedo mordiéndome cada fracción de piel que alcanzaba, y aceleré el paso para buscar a Miranda. No se me ocurrió ir por mi padre, porque incluso si parecía un disparate no quise confirmar si lo que estaba viendo iba a quedarse allí a esperar mi llegada, pero también deseaba que alguien me dijera que no había visto nada.

Que no me estaba volviendo loco.

—Miranda —llamé a la mujer primero casi en voz baja, pasé saliva y conseguí darle firmeza a mi voz—. ¡Miranda!

>>Alejarse de la ventana por la impresión y buscar a Miranda para contarle.

 

La respuesta de Miranda fue, de hecho, bastante inútil como todas las que había venido dando hasta entonces. Ni siquiera me sorprendió, porque realmente lo que me estaba diciendo es que ni ella tenía idea de qué habría que decirle a Clifford para indagar en el tema y si lo sabía, como me parecía en realidad, no quería decirlo a los cuatro vientos.

Además, no hacía falta pretender que su intención no era sacarme de aquí.

Estaba por responderle algo del mismo tono, incluso si la interrumpía cuando la voz del niño se alzó por los pasillos. Fue insegura primero, firme después, pero incluso yo noté el miedo que parecía haberse colado en su voz y la urgencia del llamado; Miranda se despidió para acudir con él y yo esperé unos instantes para ponérmeles al corte con cierta distancia de por medio.

Aún así cuando llegué advertí que el niño notó mi presencia, algo en su miedo pareció mutar hacia la ira, luego a la frustración y de repente regresó a la inexpresividad usual que manejaba, como si hubiese ajustado algo en su cabeza de golpe. A pesar de eso, lo noté pasar saliva con cierta dificultad y tardó un rato en poner en orden sus ideas, las que fuesen.

—En los jardines —dijo cuando encontró su voz de nuevo y cuando soltó el delirio de fiebre, su silueta se me antojó casi tan oscura como la que alegaba haber visto—. Mi padre estaba en los jardines y una... cosa apareció. Una silueta oscura, no hizo nada, pero me miró desde allí o al menos así se sintió.

¿Se estaba volviendo igual de loco que nuestro rey?

Qué desafortunado.​

¿O era acaso que lo de su padre no eran solo delirios?

Contenido oculto

imagina no poner a Liam a chismorrear (?

perdón por la demora con la respuesta btw, estaba de viaje y tenía poco tiempo para responder

 

Tenía el miedo bien atorado en la garganta y odiaba reconocerlo, lo aborrecía, pero no tenía sentido negármelo a mí mismo. En una situación como esta lo único sensato que se me había ocurrido era buscar a Miranda, pasaba que no estaba en el plan que ese paquete incluyese a Dunn que apareció apenas unos instantes después de la mujer. Su silueta delgada se mantuvo a una distancia prudencial, medio se fundió con la noche, y algo en su presencia casi se amalgamó con la de la figura oscura frente a mi padre.

Verlo me revolvió el miedo en el cuerpo lo suficiente para hacerlo mutar en ira y quién sabe qué más, pero a la vez me dio el empujón que necesitaba para regresarme al centro. Fue brusco, tuve que enderezar las ideas con mucha dificultad y para lograrlo tuve que arrancarme el miedo del cuerpo de un golpe seco con tal de no dejarle ver a Dunn la molestia que me provocaba su presencia en ese momento.

Miranda me dijo que me tranquilizara y tuve que tragarme las ganas de decirle que no me viniera con consejos ridículos, que no necesitaba descansar para entender lo que había visto. No me quedó más que atender, de todas formas, así que me retiré a mi habitación.

Si dormí o no, no lo tenía muy claro, para cuando Miranda llamó a la puerta me sobresalté como si fuese el caso, pero no sentía que hubiese descansado en lo más mínimo. Suspiré, hastiado, y me acerqué a la puerta para dejarla pasar mientras me enjuagaba los ojos con cierta fuerza; apenas entró comenzó a hablar y la miré, estoico a pesar del cansancio.

Que se acercara para tomarme los brazos me tensó el cuerpo, porque ahora mismo (y puede que nunca en realidad) no estaba de humor para aproximaciones de ninguna clase. Me mantuve sereno a pesar de todo, la escuché y su pregunta fue lo que hizo que mi fachada se tambaleara. Encontré sus ojos, me permití una sonrisa de suficiencia y solté el aire por la nariz en una suerte de bufido.

—¿Piensas que unos delirios nocturnos pueden desestabilizarme acaso? —comencé—. Ifeë me pertenece desde que nací, nadie me arrebatará eso.

>>Eso ni siquiera se pregunta, él es rey desde que nació, Ifeë será gobernado por él.

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Miranda no le dejó al mocoso la opción de hablar más, así que renuncié a ello y me retiré antes de que cualquiera de los dos me lo dijera directamente y en mi camino por los pasillos observé con algo más de atención la noche que nos cubría. ¿Qué si esperaba ver lo que había visto Altan? No, pero comenzaba a pensar que estas paredes tenían el poder de enloquecer a sus gentes y si me lo creía iba a preocuparme por mi mujer más de lo que pretendía.

Dejé el castillo luego de despedirme de mi familia e inicié el viaje acompañado de un buen grupo de soldados, pero también de los pomposos regalos que me daban la sensación de que Miranda me había lanzado fuera del reino para morir. La idea no era descabellada, si me lo preguntaban, pero tampoco tenía sentido desgastarme pensando en eso.

—De acuerdo —respondí a lo dicho por el soldado que se me acercó.

Por ahora seguíamos cerca de Ifeë y aunque el camino era incómodo, hasta el momento se había mantenido tranquilo, pero teníamos que seguir avanzando hacia el siguiente pueblo. La pregunta era cómo iba a irnos con eso.

 

La verdad hubiese preferido que Miranda me dijera que sí eran delirios a que era algo que debía controlar, lo volvía menos importante y como tal era algo que podía ignorarse, pero reconocerlo le daba poder. Si algo debía ser controlado era porque poseía la capacidad para ser un problema, era tan sencillo como eso; ese análisis no implicaba que fuese a cambiar de idea, era una mera observación.

Sobre todo cuando esta mujer estaba poniendo sobre la mesa ya no el control de Ifeë, sino el del mundo.

Entrecerré los ojos cuando abrió las cortinas, molesto por la iluminación que no había pedido, y solté el aire despacio por la nariz mientras la escuchaba. Decía que mi padre le temía al poder, que si era el rey de Ifeë era porque había nacido en el lugar correcto y ya; pero que yo había nacido para gobernar. No iba a mentir, a veces me preguntaba qué tanto Miranda hablaba por calentarme la oreja y ya, pero que alcanzara a importarme era una cosa distinta.

La mujer sacó un pergamino, me lo entregó y luego de soltar que hubiese querido que fuese un poco mayor, dejó ir lo siguiente. No reaccioné de forma visible, para qué decir lo contrario, y mantuve la vista en el papel con cosas raras como si ni siquiera le hubiese puesto atención a lo de que mi padre debía morir. Al final del pergamino había un dibujo que recordaba a lo que había visto anoche. Era un manchón de tinta, pero los ojos no dejaban demasiado espacio a confusiones.

—¿Y qué tiene que ver esto con la muerte de mi padre? —pregunté por fin, inexpresivo, golpeteando el pergamino con los nudillos.