A ver, ¿por dónde empiezo? Mmm... Estábamos yo y dos buenos amigos almorzando en el mejor restaurante que pudimos encontrar en ese asqueroso barrio al lado de la selva. Con nuestros esmóquines éramos los más elegantemente vestidos en ese chiquero... . . . —No estoy seguro si este pollo es paloma o perico, pero está para chuparse los dedos —pronunciaba con gusto uno de los hombres trajeados en medio de los otros dos. Sus pelos parados rodeando su prominente entrada le daban un aspecto llamativo al señor algo bajo con sobrepeso, y eso sin mencionar sus peculiares gafas de sol con cristales redondos los cuales manchó con sus grasosas manos cuando los acomodó para escuchar a su compañero que le habló. —Oiga, Jefecito, ¿ya probó el shushi o cómo se diga? —preguntó su colega de peinado sumamente cuidado y de físico más atlético. —No me molesta qué ave asada me den diciéndome que es pollo; son pájaros, de todos modos saben igual. ¿Pero esos platos extranjeros raros con los que anda experimentando el cocinero últimamente y de los que no sé ni qué se supone que deberían llevar en primer lugar? ¡Ahí pongo mi límite! Además, esa cosa está tan cruda que me pareció verlo moverse —respondió—... ¡Y ya te dije que no me digas así, Sapo! —corrigió a su socio—. Una figura criminal de mi categoría merece un título más amenazante, ¡algo que vaya tan bien entre El Gran y Gonzáles como Hombre entre El Increíble y Araña! —¡Jefesote! ¿verdad? —sugirió con animosidad el tercer hombre en esmoquin, con apenas la edad para denominarlo uno. Era casi tan bajo como el mentado Jefesote, pero tenía tanta energía como su alto compañero. El entusiasta joven recibió una gruñona mirada de parte del voluminoso sujeto mientras este se tapaba la panza por algún motivo. —Cambiando de tema —decía Gonzáles juntando las puntas de los dedos de sus manos mientras se recostaba en su silla—... ¿se acuerdan de la última persona a la que asaltamos? —¿Dice aquel turista que pensamos que traía mucho alcohol en su equipaje pero que en realidad eran todo frascos llenos de plantas? —supuso Sapo, recostándose también en su silla pero de brazos cruzados. —Ese mismo. Esos fras- —Qué día más decepcionante fue ese —interrumpió abruptamente Sapo a Gonzáles. —Salado —comentó el joven, descansando sobre la mesa—. Todavía pensé que igual tenía marihuana o algo ni que sea, pero estaban todos llenos de algas y musgos y- Gonzáles entonces los interrumpió a ellos con un fuerte "¡ejem!" con el que recuperar su atención antes de proseguir. —Esos frascos nos parecieron raros a todos, si. Por eso fui a visitarlo a su nuevo hotel luego de eso —explicaba—. No fue difícil de encontrar, había llenado los basureros de en frente con los frascos rotos y las plantas muertas. Luego de que se le pasara la reacción típica de "¡no me queda dinero! ¡no me mates! ¡Ay, no debí venir solo!" —dramatizó la actitud del sujeto con una vocecita y gestos de cara y manos— le pregunté sobre esas cosas. Fue un poco complicado entenderle mientras lloraba, pero lo que oí se me hizo muy interesante —se inclinó hacia adelante apoyando el codo sobre la mesa. Sus colegas hicieron lo mismo por interés—. Verán, él las llamaba "ecoesferas", y son como macetas o acuarios normales pero sellados —contó haciendo un gesto de cerrar una tapa con la mano—. Si lo haces bien, pueden pasar meses sin que tengas que ponerles agua o limpiarlos ni nada, son completamente autosuficientes. Así, sellados. Sus compinches exclamaron por genuino interés. —Muy interesante, ¿a que si? Desde que lo escuché esta mañana no puedo esperar a hacerme una ecoesfera yo mismo, pero no encontré ningún buen frasco... hasta ahora —declaró dirigiendo su mirada, y con ella la de los otros dos, a un pequeño niño cerca de la barra de comidas. Llevaba ropa sucia, vieja y desgastada, y no parecía tener ningún familiar que lo acompañase. Seguro había venido al local a rapiñar sobras como perro. Traía entre sus manitas, sin embargo, un buen y funcional frasco, probablemente un regalo de lástima de algún trabajador del local para darle algo con lo que jugar. —¡Ese de ahí me sirve! —exclamó Gonzáles, con un brillo en sus gafas, escupiendo trozos de guacamayo al hablar con la boca abierta—. Tráemelo, Sapo. ¡Pero con sutileza! Si vieran a unos malhechores de nuestro calibre interesarse tanto por algo como un frasco nuestra imagen podría verse dañada. —¡Yendo! — aceptó con algo de entusiasmo, levantándose de un poco sutil salto de su silla. Se acercó entonces al niño cruzando el local con el típico paso disimulado en el que todo el que te vea notará que disimulas algo. Una vez frente al infante, Sapo se agachó a la vez que el anterior se puso de pie al verlo. —Oye niño —susurraba Sapo con un amenazante tono malicioso—, ¿sabes quiénes somos nosotros? —preguntó señalándose a si mismo y a sus compañeros de mesa. Cabeza se esforzaba demasiado en lucir peligroso, y Gonzáles ni siquiera escondía la pena ajena de su rostro. El niño, confundido sobre cómo reaccionar ante ese trío de raritos, solo negó con la cabeza. —Ya veo —pensó Sapo en voz alta mientras sostenía su mentón—... Somos el terror de la ciudad, el agobio de los inocentes, somos la oscuridad que acecha en las noches, esa mano que te da miedo que te agarre el pie si lo dejas colgando de la cama —recitaba uno de los lemas que Cabeza había propuesto para el grupo. Lo consideraba muy absurdo para tomarlo en serio, y mucho menos sentirlo intimidante, pero creyó que al ser su oyente un niño podría funcionar, y de paso hacer ilusión a su joven colega quien presenciaba la escena—... —Pero si me cama está en el suelo —aclaró el pequeño tras retroceder unos pasos en el húmedo piso, interrumpiendo el discurso al que Sapo había puesto tanto empeño en interpretar para tratar de hacerlo aunque sea algo amenazante. "Tal vez esto sea un poco más difícil de conseguir de lo que esperaba. En fin..." pensó. —¡No interrumpas a tus mayores, pequeño maleducado! —exclamó Sapo, levantándose de golpe señalando con desdén al niño, quien continuó retrocediendo lentamente conforme el hombre se le acercaba—. ¿No te enseñaron que eso es grosero? Normalmente eso te ganaría unos varazos, pero para tu suerte no soy tan estricto, así que para reparar tu error basta con que me des ese frasco tuyo que agarras con tanto ahínco. —¡¿Pero qué diablos hace ese pendejo?! —se preguntó indignado Gonzáles. —¡No, loquito! —se negó el niño, aparentemente acorralado contra una pared. Sapo estaba por abalanzársele cuando, de repente, el crío arrojó el frasco por entre las piernas de su acosador. En el momento en que Sapo se distrajo viendo su verdadero objetivo deslizarse por el aceitoso piso, el chaval aprovechó su oportunidad y pasó él mismo a través de esas piernas, haciendo colapsar al adulto en el proceso. El criminal se sobaba la cabeza tras golpearse con la pared en su caída. De mientras, el niño huía con el frasco aún entre manos. Pronto Sapo se reincorporó y comenzó a correr tras el niño, en parte por oír los lamentos de Gonzáles ante tamaño fracaso, pero sobre todo por su herido orgullo propio. —¡¿Pero que hace ahora ese inepto?! ¡no sigas al carajito! —¡Si! ¡déjame un turno para lucirme! —argumentó Cabeza antes de unirse motivado a la persecución. —¡No! ¡tú también no, chico! —chilló desesperado. Luego suspiró de la frustración después de intentar en vano detener a sus compañeros—... Al menos acabemos con esto rápido —dijo en tono agotado y algo siniestro, sacando su pistola con una mano mientras tomaba un último trozo de gorrión para el camino con la otra. El pequeñín era sorprendentemente rápido y ágil, parecía tener experiencia huyendo de esta manera. Primero pasaba a propósito a través de los montones de gentes que se juntaban frente a aquel restaurante, ayudándose de su pequeño tamaño para pasar entre ellos con mayor facilidad que sus perseguidores. Una vez en el terreno más abierto de la calle pudo aún así mantener el ritmo, dejando atrás a unos agresivos perros que lo habían focalizado cuando pasó descuidadamente cerca de estos. Mientras el objetivo de los sabuesos los iba dejando más y más atrás, estos notaron cómo desde detrás se les acercaban otras personas a gran velocidad, así que decidieron dejar de lado al niño y atacar a estos otros extraños. Cuando se abalanzaron sobre el primero con el que se toparon, este evadió todos y cada uno de los mordiscos dirigidos a él, empleando elegantes movimientos circulares, y, por algún motivo, juntando las puntas de sus dedos sobre su cabeza al lograr atravesar toda la jauría. —Y se burlaban de mí por haber estudiado eso en vez de capuera —comentó Cabeza entre risas triunfantes—, ¡yo sabía que la abuela no se equivocaba! ¡chúpenla putos! —gritó al aire con orgullo. Los perros dejaron eso pasar y, nuevamente, probaron mejor suerte con el que le seguía, a quien además se le notaba un leve dolor en las piernas al correr. Esta vez, los animales se posicionaron uno al lado del otro al atacar para evitar que pasaran entre ellos. El hombre aprovechó que estuvieran en una organizada barrera y dio un sorprendente salto pasándoles por encima. Uno de los canes había descifrado las intenciones de este hombre con suficiente antelación para saltar a tiempo e intentar morder su entrepierna al aire, pero fue frenado por su mano que, con los nudillos de sus dedos índice y medio, le apretó los morros, desviando la trayectoria del ataque. Sapo les lanzó una última mirada a los sabuesos con una expresión presumida en su cara y un gesto de "tengo tu nariz" en su mano antes de dejarlos totalmente atrás. Mientras aún miraban perplejos a su tercer fracaso consecutivo escapándoles, los perros fueron espantados por unos repentinos disparos a su dirección. Estaban acostumbrados a esos sonidos, pero muy rara era la ocasión en que esos ataques iban dirigidos a ellos. Ante la confusión y el miedo, se dispersaron por los callejones adyacentes, dando paso libre a Gonzáles. —Primero ponerme a perseguir a un mocoso por un frasco y ahora usar una maldita pistola contra unos putos perros —exclamaba con indignación—, ¡por la respetable imagen como malhechor del Gran Gonzáles que evitaré que esta situación escale más! —se prometió. Originalmente tenía pensado subir toda la historia como un one shot, pero quedó demasiado larga, así que opté por dividirla en 7 capítulos que iré subiendo cada pocos días. Por eso mismo, puede que algunos cortes entre capítulos no se sientan tan naturales, y recomiendo leer mínimo hasta el segundo para hacerse una idea más precisa de cómo será esta pequeña historia antes de decidir si continuar leyéndola o no. PD: No sé cómo se pone el sufijo de Historia Corta. ¿Alguna ayudita, mods ;-; ?
El niño dio un súbito desvío para pasar por el patio de una casa abandonada, con la esperanza de perder a sus perseguidores. Antes de saber si su movimiento tuvo éxito, se dio cuenta de mala manera acerca del nuevo peligro al que se expuso. —Asá —pronunció en tono musical tras derribarlo violentamente un pandillero, de una edad entre medias de la del niño y sus anteriores perseguidores—... mas parece que entró un payaso en nosso sitio —decía mientras lo agarra con fuerza del cuello. —¿Qué trajo ahí, Gordo? —pregunto otro pandillero, cuyo cabello caído hasta sus hombros y su esbelta figura contrastaban con el corte rapado y la pansa de su compañero, por no mencionar su tono de voz menos conflictivo pero no por ello menos antipático. —Está vacío —otro más de aquel grupo, llevando de atuendo una campera de mangas arrancadas cuya apretada capucha sostenía su claramente demasiado grande gorra en su cabeza, respondió tras inspeccionarlo, habiéndolo tomado del frondoso pasto donde cayó luego de que su portador lo soltara tras ser emboscado. —Che, el otro día el vagabundo de la esquina me enseñó que se podía hacer como una droga cagando en una botella, ¿y si intentamos en el frasco ese? Que seguro es más fácil —sugirió el último de los pandilleros allí presentes. Traía puesto un gorro de pescador acompañado de unos cortos vaqueros agujereados y una remera blanca y negra a rayas. Ante su sugerencia, sus compañeros reaccionaron con notable asco e insultos variopintos. El que sostenía el frasco lo tiró del asco, haciéndolo rodar por el patio en que estaban hasta eventualmente frenar a pocos metros frente a Cabeza, quien justo había entrado por la misma ruta del niño, ahora hiperventilado de los nervios. —Epa, bastó con las visita por hoy —gruñó el pandillero esbelto de cabello largo—. Váyanse a la concha vos y el pendejito —ordenó, y a continuación comunicó a su compañero con un gesto para que soltara al niño. —Solo vengo por el frasco, muchas gracias —interrumpió Cabeza en tono despreocupado, interrumpiendo la liberación del captivo mientras caminaba a paso casual hasta su preciado envase. Momentos antes de recogerlo, sin embargo, se le fue arrebatado súbitamente por uno de los pandilleros. —Ah, mala suerte, ahora e meu —dijo en tono burlón el de intereses escatológicos. Mientras este seguía agachado presumiendo de su nueva adquisición, recibió desprevenido una elegante patada en el rostro dada con un paso de ballet de Cabeza, quién además atrapó el frasco antes de que este cayera nuevamente al suelo luego de ser soltado por el joven pandillero. Después de esto, los demás pandilleros se lanzaron hacia Cabeza en aras de ponerlo en su lugar, armado uno de ellos con un cutter oxidado. Ante esto, el más elegante criminal tenía una visible molestia en su expresión facial, pero no era acerca de preocuparse por su seguridad, sino sobre lo mucho que tendría que aguantar sus ganas de partir el frasco en la cabeza de alguno de esos mocosos que tanto le recordaban a su vergonzosa fase carente de estilo de la que el Gran Gonzales lo salvó hace no mucho. Tras haberle perdido el rastro al niño y no ver a su compañero por ningún lado, Sapo se encontraba corriendo dando palos de ciego en su intento de no quedarse atrás. Pero luego de una molesta búsqueda, al fin volvió a dar con él. Divisó al chiquillo escondido detrás, o quizás intentando robar partes de, un fino auto de marca que resaltaba grandemente en el deplorable ambiente de la ciudad, dejando sus mugrientos pies descalzos a la vista. Sapo se acercó entonces con sigilo y lo emboscó. —¡Te agarré, pedazo de... —gritó con enfado y satisfacción sacudiéndolo en el aire, deteniéndose al darse cuenta de que se trataba de un niño pobre distinto al que buscaba. —¡Papá, Mamá! ¡la chusma está molestando a mi amigo! —gritó fuerte en un tono muy irritante otro niño, de peinado y traje mucho más refinados que el primero, mucho más incluso que los del propio Sapo, que portaba además una reluciente zapatilla junto a otra a medio limpiar. —Cleone, Atenione, vayan a "educar" al que esté molestando a nuestro pastelito —ordenó con un gesto manual desganado la madre, de irreales curvas, del niño sin siquiera mirar a su dirección sin apartar su atenta mirada a la pantalla de su teléfono. —Disculpe, señorita —vacilaron los corpulentos guardias en actuar—, pero este no parece un pobre diablo como los otros. La mujer se dignó, por curiosidad más que nada, a darle un vistazo a ese extraño de estatus supuestamente más respetable. Al confirmar con una examinación rápida que efectivamente destacaba entre el resto de deplorable plebe de la ciudad, fue a preguntar a su marido por una opinión. Muy a su pesar, el hombre tuvo que dejar momentáneamente su actividad favorita en situaciones como esta, el admirar de forma malamente camuflada a través de sus amplias gafas negras a las exóticas féminas que solían ser lo único apetecible de ver en sitios basura como en el que se encontraba, para responder a la duda de su mujer. No le tomó ni dos segundos dar un veredicto. —Maldita sea, azúcar, ¿Cuántas veces más vas a dejarte engañar por monos vestidos de seda? —espetó con pesadez—. Con mirarle la cara ya noto que es la misma chusma color humilde que el resto. ¡Ustedes dos, a darle de madrazos! —sentenció antes de retomar su entretenimiento. Como su señor ordenó, Cleone y Atenione se empezaron a acercar al maleducado mono bien vestido, crujiendo sus nudillos preparándose para actuar. Sapo, por su parte, estaba pensando en cuál sería el orden más efectivo en el que lanzar los dos proyectiles que tenía a su alcance. Unas cuantas cuadras y giros atrás, el fatigado Gonzáles se sentó en un banco de la vereda a recuperar el aliento. —... Al menos los chicos no pueden verme así desde donde quiera que estén ahora —pensó en voz alta entre bocanadas de aire—... ¿Tal vez le doy demasiada importancia a las apariencias? —se cuestionó—... Cabeza echó el recipiente al aire y, con precisos giros, evadió a sus atacantes humanos con la misma elegancia que con los caninos. Se posicionó entonces con los brazos en alto, preparados para atrapar el tarro. El pandillero apodado Gordo trató entonces de, al verlo en esa indefensa posición, tumbarlo de una tacleada, pero el más elegante delincuente reaccionó a tiempo para recibirla sin caer. Justo después alcanzó a atrapar el frasco con una mano para posteriormente, sirviéndose de la indefensa posición de su enemigo, emplear su brazo libre para asestar un poderoso codazo a la parte trasera de su cabeza, tan intenso que sintió que él mismo se rompió un hueso. Sapo arrojó al desdichado niño que tenía en sus brazos hacia Cleone, el guardaespaldas más lejano. Cleone creyó que ese debió de ser un movimiento improvisado sin pensar de parte de su enemigo, mas después de esquivarlo sin dificultad se dio cuenta de la pequeña estrategia detrás de eso una vez que el niño derribó en su lugar a la señora. Atenione, luego de ver como su compañero tenía ahora que aguantar los bolsazos resentidos de su jefa a la vez que trataba de ayudarla a levantarse, decidió atrapar en el aire al hijo de esta, a quien el extraño justo después había lanzado hacia él desde el suelo de una patada. Viendo a su contrincante con las manos ocupadas, Sapo agarró la cabeza a Atenione y la estampó contra el auto, rompiendo la ventanilla. —... ¡Y por eso es el interior lo que ha de valer! ¿y a quién le debe valer? ¡Ciertamente no a todos! Pues en este mundo tan inmenso y variado siempre habrá a quienes les disguste. Y además... —reflexionaba Gonzales apasionadamente, gesticulando cual predicador apocalíptico. En su comprometida posición, Cabeza tiró el frasco hacia el suave follaje que rodeaba el patio. Liberada la mano de su brazo ileso, tomó a continuación el brazo de su inconsciente atacante para sostenerlo, e irguió el cuerpo de este ayudándose de un rodillazo a su abdomen, apenas a tiempo para usarlo como escudo de carne con el que detuvo la puñalada que el pandillero de largos cabellos quiso asestarle. En ese mismo instante, con sólo su brazo útil, Cabeza giró el inerte cuerpo, dejándolo de frente a su contrincante, a la vez que alejando su oxidada arma, aún hundida en su espalda, de este. Entonces Cabeza pateó el cuerpo hacia el pandillero, quien lo detuvo e instintivamente le extrajo el arma sin cuidado para seguir usándola. Recordando que se trataba de su compañero y dándose cuenta de la desventaja en la que resultaron estar, colocó rápidamente a Gordo con cuidado en el suelo y retrocedió. —Gil, Gusano, aguanten ahí —pidió el pandillero de pelo largo a los otros dos mientras aparentemente huía. Cleone aparto de un empujón a su irritante jefa para ir en auxilio de su herido compañero. Tumbó de una tacleada al extraño y comenzó a molerlo a golpes. Luego de haber visto la demostración de su fuerza momentos antes, se le hizo raro el cómo el extraño parecía dejarse apalizar, y que cuando al fin se dignara a defenderse lo hiciera con una burda cachetada, casi como burlándose. Hasta que se dio cuenta que esa cachetada había empapado su mejilla en sangre, parte de la cual provenía de una herida en la mano del extraño, pero que en su mayoría chorreaba de un profundo corte que este realizó en su costado con uno de los cristales rotos de la ventana, la cual había pasado por alto en su arranque de ira. —... ¡Los constructos de esta sociedad no son más que cadenas que nos oprimen como individuos y nos alejan de nuestra identidad real verdadera de la de a de veras! —dictaba Gonzales con sumo entusiasmo a su atento público de hojas secas, cucarachas muertas y caracoles que había colocado en el banco. Y eso sin mencionar al pequeño ratón que se había sumado a escucharlo mientras se merendaba una de las cucarachas. Así, Gusano y el recién recompuesto Gil se lanzaron iracundos sobre cabeza. Esquivar a los perros era una cosa, sólo había que concentrarse en los ataques de sus bocas desde abajo. Pero con los humanos, una vez pasado el factor sorpresa inicial, Cabeza simplemente no pudo seguir evadiendo puños y patadas por mucho. Pronto se encontró a la defensiva, encerrado en una abrumadora jaula de feroces trompazos. En un movimiento más bien improvisado que meditado, el criminal elegante frenó uno de los puñetazos tomándolo en el aire, y en lo que fue más bien un golpe de suerte por algo que no había considerado, al retroceder se tropezó con el cuerpo de Gordo, cayendo junto al pandillero Gil, quien ya fue a morderle la mano para liberarse. Actuando lo bastante rápido para que su posición actuara en su favor y no como desventaja, Cabeza usó su mano mordida para dar un fuerte agarre a la mandíbula inferior de Gil. Intentó emplear la otra para agarrarle de la cabeza, pero como inmediatamente al intentarlo recordó el horrible dolor de ese codo, se limitó a dislocar la mandíbula del enemigo con un fugaz jalón de su brazo útil. Gusano empezó a patear desesperadamente a Cabeza, mas no de una forma iracunda como antes, sino que ahora lo hacía aterrado, aterrado por ver a otro de sus compañeros ser dañado de manera tan brutal, sin mencionar los posteriores chillidos agónicos y escalofriantes de Gil antes de que este finalmente se desmayase del dolor. Su espanto era tanto, que cuando en un descuido su pierna fue tomada por Cabeza, Gusano colapsó al suelo por perder el equilibrio. Al más elegante de los delincuentes allí presentes no le costó notar el pánico en el rostro del oponente y saber sacar tajada del estado emocional del contrincante. Irguiéndose amenazante sobre su víctima, Cabeza abrió grande ojos y labios, enseñando los dientes en su imitación de expresión de furia incontrolable. Con dar un par de pasos hacia adelante mientras emitía unos extraños sonidos guturales y acercaba su mano al pandillero, este acabó por huir arrastrándose. Cabeza continuó con los sonidos guturales hasta momentos después de haberse quedado como el último hombre en pie en el sitio, sonidos que fueron degenerando hasta pasar a un: —¡Argh! —gritó—, ¡olvidé mi lema! ¡y hubiera quedado tan bien aquí! —exclamó lamentándose de su oportunidad perdida. Al pasarse la mano en el rostro por su decepción, se fijó entonces en las desagradables marcas que la dentadura de aquel pandillero le había dejado, y luego se fijó en su hombro herido, producto también de ese enfrentamiento—... Me va a mandar al doctor de nuevo —dijo preocupado. Su desánimo, sin embargo, pronto se desvaneció al escuchar a lo lejos lo que parecía la voz de Gonzáles—... Ah, si, el frasco —recordó antes de ir a recogerlo de la maleza. Sapo se quitó de encima a su malherido contrincante de un empujón con el pie, derribándolo encima del niño de clase acomodada, quien hasta entonces permanecía llorando en su sitio mientras maldecía al otro infante por haberse ido corriendo ante la presencia del peligro, no sin antes haber rapiñado una de las joyas de la señora, abandonando sin pensarlo a su buen amigo, quien pese a la brevedad del tiempo en que llevaban conocidos ya lo quería tanto como para querer darle una generosa propina cuando terminara de limpiar sus zapatillas. Habiendo entrado en pánico, la mujer de irreales curvas quiso buscar auxilio en su marido, mas este la empujó hacia el extraño para distraerlo mientras también se daba a la fuga. La mujer, desconsolada de rodillas, rompió en llanto. —Mierda que ustedes dan más asco de lo que me esperaba —comentó con visible disgusto Sapo, con algo de dificultad por los dientes perdidos y la sangre obstruyendo sus fosas nasales. Seguidamente, arrebató inesperadamente su bolso a la señora, dándole un susto. No era el frasco, pero pensó que debía ser mejor que volver sin nada. Momentos antes de retirarse definitivamente, la torpeza de los pasos del marido cobarde le provocaron suficiente molestia a Sapo para darse la vuelta. Echó una mirada al contenido del bolso en busca de algo que pudiera usar, pero acabó decantándose por quitarle su zapatilla limpia a aquel niño y, luego de visualizar la trayectoria ideal, la lanzó con fuerza. Falló por unos metros, o eso le pareció a la señora que observaba confusa, porque en realidad el calzado cayó justo donde Sapo quería: aterrizó sobre un enorme perro que descansaba a la sombra de un árbol. Al despertar de mal humor, el chucho inmediatamente fue a desquitarse con el que creyó que era el responsable de perturbar su sueño, nadie más que el pobre diablo del marido quien estaba pasando cerca. —... ¡Así que tras esta profunda y compleja reflexión que he filosofado he llegado a la conclusión de que lo mejor para hacer respecto a ese inmundo frasco es... —¿Sermoneando a un banco en la calle? Veo que sigues igual de cuerdo que siempre —interrumpió una gruesa e intimidante voz la conclusión del discurso de Gonzáles—. Y aparte, ¿sobre qué? ¿un frasco? ¿te falló como alcancía? ¡Oh, oh! ¡ya sé! ¡Tus manotas se te quedaban atascadas antes de alcanzar el fondo! —se burlaba ese hombre, riéndose carcajadas con sus propios comentarios junto a los otros dos que le acompañaban. Se trataban de Vinicius y sus lacayos, una triada facinerosa que podía recordar a la de Gonzáles, y que ciertamente compartía una rivalidad con esta, nacida de una disputa de hace años. También portaban esmóquines, pero a diferencia del grupo de Gonzáles, que se destacaba en tener sus prendas bien arregladas aún viviendo en un chiquero de ciudad como esta, Vinicius y sus hombres optaban por llevar un aspecto totalmente desalineado, como recién salidos de una juerga. Y no sólo en sus ropas, sino que también en sus largos y desordenados cabellos. —Como era de esperarse de una mente inferior como la tuya, incapaz de comprender mis complejos análisis, ¡careces de las capacidades para entender la magnitud del poder que yace contenido en este, a simple y superficial vista inocente, envase! —respondió grandilocuentemente Gonzáles—. Aunque como hombre sabio que soy, he de admitir mis propios errores: el solo pensar en las posibilidades de lo que uno puede lograr con este tarro y lo que porta me provocó tal fascinación que inspiraron esta prédica que has presenciado. Grave descuido por mi parte, pues de haber sido escuchado por verdaderos peligros como el gobierno o criminales de gran talla, sin duda alguna mi propia vida ahora correría peligro. Afortunadamente, solo fui oído por una panda de palurdos irrelevantes como ustedes, así que no tengo de qué preocuparme. Tras lo dicho, se dio un prolongado e incómodo silencio, con Gonzáles esperando que se debiera a que dejó a sus enemigos sin palabras, y con sus enemigos dando por hecho que la mayoría de lo que escucharon fue basura inventada por Gonzáles al momento, pero aún así teniendo ahora curiosidad en ese frasco del que hablaba. —¡Jefesito, lo conseguí! —fue roto el silencio por el aviso victorioso del joven Cabeza, tan atontado por los daños de su pelea que alzaba el frasco al aire con su brazo bueno sin darse cuenta de la notoria presencia del enemigo. —¡¿Pero qué?!... ¡Buen trabajo, chico! ¿De dónde lo traes? —preguntó Gonzáles. Al ver las heridas de Cabeza, detuvo el regaño que le iba a dar por aparecer en un momento tan inconveniente, y continuó como pudo con el juego que había empezado con la mentira a Vinicius. —¡El pendejito intentó que nos perdiéramos, pero lo alcancé! ¡Y luego pude volver a encontrarme con usted siguiendo el sonido de su inspirador discurso, jefe, usted es mi ídolo! —decía emocionado y sincerándose cual borracho. Tambaleándose, también como borracho, hacia Gonzáles, si aún notar al grupo de Vinicius—... Bueno, la verdad no le entendí la mayoría, pero sonó inspirador igual, jefetote. —¡Gran trabajo, chico! ¡también estoy orgulloso! —le felicitaba Gonzáles mientras acercaba sutilmente su mano a su pistola del bolsillo trasero al darse cuenta de que sus enemigos hacían lo mismo—. ¡Ahora ve a descansar mientras nos ocupamos del resto! —avisó a su sonriente compañero. —Aún tengo mis dudas, pero las heridas de tu mascota le dan algo de credibilidad a tu verborrea de antes. Mínimo a la parte de que el tarro es importante —comentó Vinicius con una expresión siniestra—. Y veo que le fascina tanto como a ti, ¡se descuida de la misma manera y todo! —añadió entre gruesas risas. —Espere, ¿no acaba de decir "nos"? —inquirió en voz alta uno de los lacayos, interrumpiendo el regocijo de Vinicius. —No lo sé —respondió Sapo al llegar, con su botín en una mano y la pistola apuntándoles con la otra—, yo que tú se lo preguntaría para estar seguro. Hubo un largo e intenso intercambio de miradas entre los involucrados, con excepción de Cabeza quien se detuvo aún desorientado. En una situación convencional, el trío de Gonzáles se hubiera retirado debido al mal estado de sus miembros, y el de Vinicius los hubiera dejado huir para ahorrarse problemas. Pero entre que los primeros se acorralaron a si mismos teniendo que defender el frasco, y que los segundos se encontraban cada vez más intrigados en este por lo extrañamente protectores que eran los primeros con ello, ninguno de los bandos iba a retroceder ahora. Antes de que se disparara la primera bala al aire, el conflicto se vio interrumpido por la repentina llegada de una patrulla policíaca que llegó desde la misma dirección que Sapo y frenó bruscamente colocándose entre este y los demás delincuentes. Entonces del vehículo bajó el osado conductor, que por su aspecto y el de su uniforme se debía tratar de un policía falto de miedo, pero también de experiencia. —¡Alto todo el mundo! —ordenó apuntando con su arma a los cuatro criminales armados a ese lado de su vehículo— ¡Quedan bajo arresto! —gritó. La reacción que obtuvo no fue la que esperaba. Más que intimidados, o siquiera enojados, los maleantes lucían muy confundidos por su actitud, como si lo que acabara de hacer hubiera estado fuera de lugar por su parte.
Aún así, el policía mantuvo su firmeza. En parte gracias a ver bajarse del vehículo a su compañero, un superior más experimentado, lo que le devolvió su confianza. Mas este último no había salido de la misma forma precipitada y energética, sino que lo hizo casi como con pereza. —¿Qué te había dicho, novato? Vuelve al auto —ordenó en un tono igual de desganado tras unos suaves golpes al techo del auto. —¡Pero señor! Sé que son más, ¡pero mírelos! ¡estoy seguro que podemos con ellos! —replicó. Los malhechores se observaron entre sí, preguntándose a qué podía referirse con eso. —Que dejes que los mayores se encarguen, carajo —insistió algo irritado pero aún sin levantar la voz—. Ahora siéntate en el asiento del acompañante, mejor —ordenó señalándolo con el pulgar. A mala gana cumplió el novato la orden. El superior se colocó entonces donde antes se había parado el novato y, tras subirse sus algo flojos pantalones, pronunció luego de un bostezo: —Bueno, bueno, bueno... ¿Qué con este quilombo? ¿Qué pasa acá? —preguntó después de observar el entorno a su alrededor. Varios intentaron a la vez ser los primeros en responder, por lo que el policía los tuvo que frenar— ¡Eh!... Que empiece —paseaba su índice sobre las figuras de los involucrados—... Tú mismo, qué más da —dijo posando su dedo hacia Vinicius, el cual sonrió grande mientras Gonzáles visiblemente se frustraba. —Como verá, respetable guardia del orden —explicaba en un tono de voz malicioso—, yo y mis amigos no estábamos cometiendo ningún crimen, sino que, por el contrario, estábamos deteniendo a estos salvajes en el suyo. —Para carroñarles el botín —insinuó el policía en voz alta sin ningún cuidado. Vinicius ignoró voluntariamente ese comentario y prosiguió. —Detrás de usted puede ver como uno de estos bandidos ya tiene entre sus manos una sucia recompensa. Y, por detrás nuestro, otro que obtuvo algo que a simple vista luce inofensivo, pero que se trata en realidad de un peligroso poder que podría dejar en jaque a nuestro país. Esa última afirmación llamó la atención de ambos policías. El novato estaba visiblemente preocupado, y su superior no pudo evitar levantar una ceja. —Mmm... Ese bolso es efectivamente robado, vinimos aquí por una denuncia de su dueña unas calles atrás. Dueña de llamativos dotes, he de añadir. Me abrió el apetito y todo —explicó mirando fijamente el bolso—. Y, aunque seguro exageras con lo del frasco, mínimo algo especial debe de tener si ese chico de allá que lo sostiene terminó así para conseguirlo... Te lo acepto, tu versión es la oficial —declaró—. ¿Alguna queja? —preguntó a los demás involucrados. —Pero, señor, así no es como- —No, ninguna —respondió Sapo, interrumpiendo abruptamente al novato en su objeción—. Solo tengo una duda: ¿Qué dice que ocurrió con este bolso? —Mmm... un tipo en traje y con la cara golpeada lo robó, pero afortunadamente los policías atraparon al ladrón y lo recuperaron, llevándolo de vuelta con sus legítimos dueños... o eso es lo que recuerdo, pero mi memoria anda algo traviesa últimamente, la edad se me empieza a notar, ¿te importaría confirmármelo? —preguntó a Sapo. Su compañero en la patrulla no comprendía lo que ocurría. —... Si —respondió tras pensarlo unos momentos—. Ocurrió exactamente como usted dijo, ese bien vestido ladrón se lanzó a las cloacas junto con el bolso justo antes de que lo alcanzaran. Debía estar muy desesperado porque, como todos los locales de por aquí saben, ese sitio está lleno de cocodrilos, demasiado peligroso hasta para nuestros valientes policías. Así que el bolso no se recuperó, pero al menos ese sucio criminal seguro haya sido comida de lagarto de todos modos —explicaba mientras extendía su brazo con el bolso hacia el policía—. Tal cual lo dijo, no debería dudar tanto de sus habilidades memorísticas... señor. —Me alegra escuchar eso —dijo mientras tomaba el bolso, impactando negativamente a su novato acompañante—... ¿Qué pasó con ese frasco, por cierto? —No sé de que habla, usted no recibió ninguna denuncia por ningún frasco, ¿verdad? Así que no tiene por qué preocuparse —respondió rápido Gonzáles—. Dijo que estaba hambriento, ¿no? Luego de su ardua persecución contra ese ladrón de bolsos, se ha ganado un descanso para comer, en mi humilde opinión. —Mmm... buen punto. A ver si de paso con eso se calma el chico, que como ven está algo nervioso —dijo con algo de escepticismo—... Más les vale que no armen un bochinche por lo que sea que tenga ese tarro —comentó finalmente antes de entrar a la patrulla e irse. No sin la audible indignación de su compañero, quien, en un arrebato al intentar tomar de vuelta el volante, casi provoca que atropellen a Sapo. Vinicius aprovechó al instante esto. De un rápido chasquido de dedos comandó a sus lacayos para que embistieran a Cabeza. Antes de que le diera tiempo a sus descuidados enemigos de atacar, al estar uno aún en proceso de recuperar su postura tras el casi atropello y el otro volviendo a tener que desenfundar su arma por haberla guardado antes para la charla con el policía, Vinicius se lanzó de un salto a donde estaba el derribado Cabeza y atrapó el frasco antes de que tocara el suelo. A continuación de este coordinado movimiento, la triada criminal huyó como cucarachas de la luz en dirección por donde había venido Cabeza. —¡Señor, ya están matándose por ese frasco! —advirtió el policía inexperto al presenciar la escena desde el retrovisor. —Carajo, ni se esperaron a que cruzáramos la cuadra —exclamó su diestro superior, sorprendido—. Me empieza a dar curiosidad y todo lo que habrá en esa cosa —comentó, pero continuando su camino sin dar señales de querer dar la vuelta. —Pero... ¿de verdad no hará nada? ¡se están escapando! —exclamó el principiante desesperado. —Si, lo están —respondió Gonzáles a Sapo—. Pero no estamos en condiciones para perseguirlos. Yo estoy cansado de perseguir al pendejito aquel, tú estás herido, y al pobre Cabeza lo dejaron casi sin poder respirar —señaló sosteniendo en brazos a su compañero caído. —P-perdón por mi incompetencia, Jefazo —se disculpó el joven entre dolorosa tos. —¿Y qué hay de nuestra reputación? ¿Cómo cree que nos verá la gente cuando se esparza el hecho de que terminamos así por intentar quitarle un frasco a un niño ¡Y fracasar en el proceso!? —preguntó Sapo, preocupado. —No hemos fracasado aún. Que poca tenacidad tienes —se quejó Gonzáles—. No nos estamos rindiendo, estamos haciendo una retirada estratégica para llamar a nuestros aliados. —¿Aliados? —se preguntaron Sapo y Cabeza, sin tener idea a lo que el gran Gonzáles se refería. Una vez lejos de la presencia de las policías y sin rastro de que sus enemigos los estuvieran siguiendo, Vinicius y sus hombres se detuvieron en medio de la calle a examinar su trofeo. Lo miraron de cerca y de lejos, a sombra y a contraluz, quieto y agitado. Sin importar como lo vieran, ese frasco no mostraba tener nada especial, pero aún así se mostraban reacios a abrirlo. La triada de Gonzáles era idiota, pero dos de ellos tenían notorias heridas recientes, y los dos conscientes de la situación estaban dispuestos a iniciar un tiroteo. No estarían dispuestos a pasar por todo eso por un mero frasco de vidrio vacío, ¿verdad? Tras unos momentos de duda, Vinicius al fin obtuvo el valor de ponerse a una distancia segura del envase para ordenar a uno de sus seguidores que abriera la tapa. El desafortunado conejillo de indias colocó cautelosamente el frasco en el suelo, puso su mano sobre la tapa y dio un nervioso trago de saliva, pero cuando estaba a punto de girarla, un cohete de pirotecnia pasó volando estruendoso por sobre su cabeza, dándole al auto que venía detrás, provocando con eso un accidentado parón en el moderado tráfico de esa calle. —¡Carajo, Martí! —gritó un joven pandillero en dirección de donde voló el explosivo, pateando a su compañero— ¡¿Qué mierda te pasa últimamente?! —Mirá bien, maricón, ¡son ellos! ¡andá a avisar a Rufo! —respondió el adolorido pandillero en el suelo dirigiendo su mirada a los hombres trajeados portadores de ese maldito frasco, tal como sus humillados compañeros habían descrito a su atacante. Cuando el resto de la pandilla los vio, sacaron sus armas disponibles, desde pistolas desgastadas hasta arcos y cerbatanas, e iniciaron su ataque. Afortunadamente para Vinicius y sus hombres, el tiroteo hizo que muchos de los conductores de los vehículos allí atascados huyeran a pie, dando como resultado una desordenada distribución de autos útiles como coberturas desde las que poder contraatacar. El trío no se lo pondría fácil al montón de pandilleros que empezaron a salir de la misma casa que aquellos dos. En un auto recién robado, Gonzáles y Sapo, cargando al ya inconsciente Cabeza, estaban rumbo a encontrarse con los aliados. Tuvieron que tomar un leve desvío para no encontrarse tan rápido nuevamente con los policías, de los cuales uno estaba explicándole lo ocurrido con su bolso a la señora acomodada y el resto de su familia, quienes parecían estar teniendo una discusión muy fea entre ellos. Se dirigían al sitio donde posiblemente más dinero se manejaba en la ciudad, con la mayor densidad de actos ilícitos por metro cuadrado, un sitio donde tenías en esencia cero posibilidades de ganar alguna gran fortuna, pero que aún así atraía a incontables personas ahogadas en deudas con los más peligrosos acreedores, tentándolos con falsas esperanzas de solventar sus problemas económicos y poder escapar del bajo mundo. La fama de este sitio no era desconocida para sus víctimas, las cuales por ello usualmente solo lo empleaban como último recurso, pero que normalmente representaba también su único recurso... —Está cerrado, vuelva más tarde —fue la respuesta que recibieron el tocar la puerta de la zapatería. —No tengo tiempo para las formalidades, Isaías. Ábreme de una vez —respondió gruñón Gonzáles. —Hay una contraseña y la sabes. Vete por las otras entradas si no te gusta, pero yo me tomo mi deber de portero con profesionalidad —contestó. —¡La madre que te... —¿Te acuerdas de Cabeza? —interrumpió Sapo a Gonzáles para preguntarle al tan profesional portero. —Si, ¿en qué lo metieron ahora al chico? —preguntó, para a continuación echar un vistazo por la rendija desde la que estaba hablando—. ¡Ay, la santa bruja! ¡¿qué le pasó?! —reaccionó horrorizado al ver el estado en que se encontraba una vez lo sacaron del auto. —Puedes seguir llorando o puedes llevártelo con los doctores de ahí mientras nosotros conseguimos gente allá dentro para que nos ayuden a darle su merecida golpiza a los que le hicieron esto —exclamó Gonzáles. Isaías eligió lo segundo y procedió a abrir la puerta y ayudar a cargar al herido Cabeza, mas no sin algunas dudas. —Incluso si tuvieras amigos allí, dudo que consigas la ayuda que buscas. Esos jugadores son o los más patéticos perdedores o los más maliciosos depredadores, y en ningún caso moverían un dedo por alguien más si no fueran a ganar algo con eso. ¿Qué piensas hacer exactamente? —Tu falta de fe me hincha las pelotas, Isaías. Sólo calla y ve como los expertos trabajan —contestó el gran Gonzáles en un tono confiado y engreído.
El trío, de momento dúo, de elegantes criminales se estaba adentrando al Palacio de las Sesenta y Seis apuestas de Madame Phoebe, pronunciado "Fo-Eb" debido a que, la persona que fuera que lo haya fundado, no estaba realmente familiarizada con los nombres extranjeros. Pese a su nombre, el Palacio de las Sesenta y Seis apuestas de Madame Phoebe, más que de una estructura concreta, se trataba de todo un sub mundo oculto bajo varias partes de la ciudad, conectadas de distintas maneras para formar algo mayor a la suma de sus partes. Locales viejos prácticamente abandonados, callejones oscuros en la superficie, pasadizos subterráneos remanentes de guerras del pasado, entre muchas otras, eran las entradas al Palacio, tan numerosas y variadas como las entradas al infierno, e igualmente de numerosos y variados eran los juegos que allí se realizaban, pero todos ellos tenían algo en común, algo que el gran Gonzáles planeaba aprovechar. —¡ESCUCHEN, montón de PÉRDEDORES! —exclamó grandilocuentemente Gonzáles una vez dentro del primer círculo de las apuestas, con predominancia de juegos de cartas y de dados, sin detener su paso mientras lo hacía, continuando su camino hacia los demás rincones del bajo mundo— ¡Se lo que estarán pensando! "Ya tengo suficiente con estar arriesgando lo último que me queda en esta pocilga en mi intento desesperado de salir del pozo en el que me metí ¡NO VOY NI A PRESTARLE ATENCIÓN A ESE GORDO QUE APARECIÓ DERREPENTE A CACAREAR!, y hacen bien... o HARÍAN, ¡de no ser porque este gordo es especial! ¡ESTE GORDO LES PUEDE RESOLVER TODOS SUS PROBLEMAS RELACIONADOS A LO ECONÓMICO, ósea todos, ESTE MISMO DÍA! —luego continuó en un tono más calmado—... o puede no hacerlo. Está en ustedes seguir apostando en esos juegos amañados... o apostar por la oferta que les haré —terminó de explicar al llegar al final de esa habitación, para luego subir hacia un callejón oscuro en la superficie que conectaba con otra parte del Palacio. Sapo siguió tras él, pero se detuvo unos momentos en la escalera hacia la trampilla para observar la reacción que aquello había provocado. No faltaron la confusión, los murmullos ni las discusiones en voz alta acerca de la mencionada oferta del extraño extrovertido. Los que tenían curiosidad, y posibilidad, dejaron sus mesas. Los trabajadores del casino estaban notoriamente frustrados, ya era como la tercera vez en tan solo esa semana que un loquito con discursos de tintes liberador o revolucionario se paseaba por el Palacio para aprovechar a llevarse algunos incautos a su causa. Lo dejaron pasar porque aprendieron por experiencia que de todos modos esos incautos regresarían en cosa de días cuando inevitablemente fracasaran, aún más hundidos que antes por las estupideces que hubieran hecho en caliente. Aún así, lo irritante de tener que aguantar tales escándalos no se perdía. Gonzáles continuó su discurso, ahora a través del área del coliseo animal, donde se llevaban a cabo apuestas sobre brutales enfrentamientos entre rabiosas criaturas. Usualmente perros y gallos, pero también hacían presencia monos, zarigüeyas, lagartos, serpientes y básicamente cualquier especie poseedora de garras, colmillos o cuernos con los que dar un buen espectáculo, y normalmente que no fuera injustamente grande, porque en caso de serlo tendría que ser manejada enteramente por sus dueños sin ayuda brindada por el Palacio. No escaseaban las ocasiones especiales, como en este día, en las que se mandaban a pobres diablos a la arena a modo de ejemplo para los deudores morosos. Varios de los feroces animales, incluyendo el perro de orejas cortadas que atormentaba a uno de los desafortunados deudores, se espantaron un momento al escuchar repentinamente el discurso de Gonzáles, dado a todo pulmón y haciendo eco en las paredes metálicas del lugar. En cualquier otra ocasión, a Gonzáles seguramente lo hubieran echado al momento de allí por escandaloso, uno de los matones del lugar estaba ya de hecho dirigiéndose a él con violentas intensiones, mas reculó al ver a la numerosa multitud de gente proveniente del otro círculo que lo seguía. Tal escena mesiánica picó la curiosidad de los de allí, por lo que lo dejaron predicar sus promesas de grandes riquezas, las cuales nuevamente tentaron de forma exitosa a muchos, sobre todo a recién llegados del bajo mundo. Así, la multitud que lo seguía aumentó, y el gran Gonzáles continuó su camino, tomando un desvío de su ruta tan directa por los sectores del Palacio para ir a uno de cuyos participantes tenía mayor interés de conseguir como aliados para esta causa. Llegó entonces a la autopista más popular del Palacio, una que atravesaba un vecindario muy dejado de lado por el gobierno y un trozo irrelevante de jungla, con lo que las autoridades locales podían excusarse en que les pasaba relativamente desapercibida a ellos. Ningún vehículo allí era de una marca de lujo. A lo mucho lo eran una o dos de sus partes, mas no por falta de presupuesto, los participantes más exitosos en este sector se lo podrían permitir perfectamente, sino que sencillamente aquí no ganabas el mismo prestigio comprando un juguete ya armado para competir que construyéndotelo tu mismo aprovechando al máximo lo que consiguieras de esta ciudad. Nuevamente, la entrada ruidosa del gran Gonzáles distrajo a muchos de los presentes, casi provocando un accidente al desviar la atención de dos fervientes rivales que se encontraban compitiendo en ese momento. Y como en el sector anterior, fue salvado del ataque de la multitud furiosa parada frente a él gracias a la presencia de la multitud curiosa siguiéndolo detrás, ambas ahora a punto de escuchar la conclusión de su sermón. —¿Qué cuál es la oportunidad que les ofrezco exactamente? —empezó finalmente a explicar—. Verán, después de pasar por numerosas pruebas y tribulaciones, mis compañeros y yo habíamos logrado al fin conseguir algo con lo que podíamos SALVAR a nuestras familias. La apurada situación me impide explicar la historia a detalle, y de todos modos no quiero aburrirlos con eso. Lo importante es que lo ocultamos en un frasco para no levantar sospechas, pero unas SUCIAS, y astutas, RATAS vieron a través de ese disfraz y aprovecharon el debilitado estado en que nos encontrábamos para robárnoslo —relató en sobre dramáticos llantos—. Pero por supuesto, no vengo aquí a suplicar caridad haciéndolos sentir pena —aclaró al reincorporarse—. Como lo que ese frasco contiene es más valioso que el dinero mismo para nosotros, no temo ofrecer grandes sumas a cambio de que lo traigan. Específicamente... AL PRIMERO QUE ARRANQUE ESE FRASCO DE LAS MUGROSAS MANOS DE NUESTROS ENEMIGOS, LE PAGARÉ EL DOBLE DE LO QUE DEBA A SUS ACREEDORES POR NEGOCIOS EN EL PALACIO —anunció con el último gran grito que su exhausta garganta le permitía, a lo que buena parte de su audiencia respondió con eufóricos alaridos de esperanza. Una vez Sapo se encargó de dar los detalles acerca de a quienes y más o menos por dónde empezar a buscar, los deudores salieron en casería de la recompensa, algunos motivados por desesperación propia, otros prácticamente forzados por sus propios acreedores avariciosos. En medio del caos que se formó en el lugar, ya después de que los conductores rivales partieran primero que nadie al aprovechar el estar ya en sus vehículos, Gonzáles y Sapo se escabulleron en busca de volver a encontrarse con Cabeza para confirmar su estado. Después de una dolorosa tos que Gonzáles intentó ocultar con mucha dificultad, Sapo le preguntó entre nervios y enojo: —Disculpe, con todo respeto, pero ¡¿qué diablos está haciendo?! ¿no cree que esta situación está escalando demasiado? —¡Creí que —intentó contestar en voz alta pero la garganta le impidió continuar así—... creí que a lo mucho unos diez paletos me harían caso con eso de la paga. Cuando vi a tanta gente empezándome a seguir me puse nervioso y traté de disimularlo, ¿te imaginas lo mal que hubiera quedado si bajaba el tono del discurso así nomás en medio de todo eso? Hasta gente de otros sectores en los que ni pasé debió haber notado todo esto, me pareció ver a los de deportes y de carreras de caballos unirse a la turba —explicó preocupado. Por un lado, Sapo se decepcionó, casi que sintió vergüenza ajena, por como ese acto tan asombroso del gran Gonzáles fue en realidad una patética actuación. Pero por el otro, le agradó y alivió saber que este no se había vuelto un loco con complejo de Mesías, o al menos no aún. Cuando estuvieron de nuevo con el ya despierto Cabeza, Sapo, quien era el único capaz de hablarle de lo ocurrido, decidió contarle solo la parte que dejaba bien a Gonzáles. Este último estaba en contra de esto al principio, pero después de ver como la historia llenó tanto de emoción y orgullo al chico como para que sus compañeros e Isaías tuvieran que volver a convencerlo de quedarse en la camilla del Palacio por un tiempo más, Gonzáles recuperó por sí mismo el valor para continuar con la persecución, mas no con el objetivo de recuperar el tarro. —Tengo que destruir esa cosa antes de que esto se siga saliendo de manos... por el chico —gruñó en voz baja con el puño al pecho al salir por la puerta. El único que lo escuchó, al estar justo detrás de él, fue Sapo, y no podía estar más de acuerdo, pese a tampoco poder evitar sentir culpa. De vuelta a la locación actual del problemático envase, la inexperiencia de los pandilleros salía a relucir en forma de su aplastante derrota ante la triada de Vinicius. Los mayores daños que los jóvenes causaron en el combate fueron asestarle un flechazo a la mano de uno de los lacayos, y dejar temporalmente sordo a Vinicius con un petardo tomándolo desprevenido mientras se cubría. Por su parte, los mal trajeados criminales neutralizaron a media pandilla a puros disparos al torso, además de haber aplastado los cráneos de Gusano y su compañero de cabellos largos, quienes se habían lanzado temerariamente antes que nadie directo a ellos. Aún con todo esto, los pandilleros seguían aguantando su posición, en gran parte por la guía de uno de sus miembros quien parecía tener el liderazgo. Alto, de nariz aguileña, pantalones y chaqueta con camuflado militar, cabello rapado con corte militar y una tez que recordaba a la de los antiguos nativos de esta zona, ese pandillero resaltaba tanto en aspecto como en su actitud más segura. Vinicius lo identificó como la pieza a romper para acabar rápido con este juego. Harto, y empezando a quedarse escaso de munición, el criminal experimentado se decidió por una estrategia más arriesgada. —Cúbranme, ustedes dos —ordenó directamente mientras agarraba de la nuca uno de los cadáveres de los pandilleros, uno al que se le salía la mayoría del ojo por la órbita y partes del cerebro por la rotura a ese mismo lado de su cráneo. Irguiéndolo con la fuerza de su brazo, Vinicius lo empleó entonces como escudo de carne con el que acercarse más a las filas enemigas. "Desgraciado...", "hijo de puta", "¡mierda!", entre otras eran las maldiciones lanzadas por los pandilleros ante tal escena. Dándose cuenta de lo desmoralizados que estaba ahora su grupo, Rufo, quien los lideraba de facto, cambió también la estrategia. —¡Quién no tenga proyectiles, que recoja los cuerpos! ¡quién aún le queden, que cubra a sus camaradas! —anunció desde su cobertura, justo antes de abandonarla para atacar de frente—. ¡Yo me encargo de esta escoria! —gritó llevando en su mano una vieja bayoneta. A Vinicius le pareció admirable la persistencia de los jóvenes delincuentes, a la vez que se alegró de que su enemigo se lo acabara de poner más fácil. Dispuesto, no a ganar, sino a de plano humillar a sus contrincantes, el criminal guardó su pistola y se preparó para masacrar con sus propias manos a otro temerario pandillero. Entonces, ellos llegaron. Irrumpieron en la escena un par de vehículos customizados, el más voluminoso de ellos chocando violentamente a gran velocidad contra la barricada de autos estacionados con la que el trío criminal se había protegido, estrujando las piernas de uno de ellos entre dos vehículos estacionados, y apenas dándole tiempo de reaccionar a los líderes de ambos lados para esquivar. —¡¿Qué mierda haces, cabeza de bolo?! ¡Capaz y rompiste el puto frasco con eso! —se oyó el grito proveniente de dentro del menor de los autos, modificado a partir de un Chevrolet Bel Air. —¡El frasco lo guardaron dentro de aquel auto rojo en medio de los demás- —a pesar de que Rufo tuvo que cortar abruptamente su respuesta para cubrirse de un furioso disparo de Vinicius, su rápido intento de utilizar al notorio enemigo de su enemigo a su favor resultó efectivo. Después de oír esa confirmación, el conductor del vehículo más masivo, construido a partir de un tractor, soltó una macabra risa de satisfacción, pues se permitió seguir adelante al no tener ningún auto rojo frente a su camino. El tractor estrujó lo que quedaban de las piernas del desafortunado lacayo de Vinicius, para justo después aplastar la parte superior del cuerpo de este entre sus ruedas y el techo del auto de detrás, todo esto mientras se escuchaba el tétrico dúo de la risa del conductor al unísono de los agónicos gritos del criminal. El conductor del Chevrolet se encargó de alejar a Vinicius de la zona persiguiéndolo, dando rápidos y violentos giros para, a costo de su velocidad, evitar que su enemigo escapara por sus lados flancos. Los pandilleros se limitaron a rescatar a los compañeros caídos que pudieron y fueron a refugiarse al patio de la vieja casa, previendo grandes daños colaterales por la forma en que peleaban sus recientes aliados. Ahora solo esperaban por una oportunidad de tomar por sorpresa a los trajeados supervivientes una vez esta confrontación llegara pronto a su fin... y entonces escucharon a aún más autos acercarse. —Carajo que anda intenso el tráfico hoy —observó el experimentado policía en su camino a su entretenido destino. —Ninguno de esos vehículos son normales, ¡y se están pasando las reglas de tránsito por los cojones! —señaló el copiloto novato—. ¡¿Por qué no hacemos nada?! —Chico- —¡Ahórrate tu discurso paternalista sin sentido! —interrumpió abruptamente el chico a su superior—. ¡¿Primero mientes en la cara a aquellas personas que confiaron en tí luego de que les robases y ahora esto?! Me volví policía para limpiar a esta ciudad podrida, no para unirme al moho —exclamó indignado. Aunque no era la primera vez ni de lejos en que su principiante compañero tenía un arrebato así, este en particular le pareció especialmente sentimental al policía más viejo, quien estaba notablemente sorprendido. Viendo como el chico estaba llegando a su limite, el viejo lobo dio un suspiro de cansancio y decidió darle una necesaria charla... Una bala alcanzó la ventana del conductor, pero entre el blindaje de esta última y los reflejos de este, que le permitieron posicionar el vehículo en un ángulo ventajoso, poco daño provocó. Aún así, la pasmosa agilidad de Vinicius no dejaba de impresionar y preocupar a partes iguales al conductor del Chevrolet, quien al inicio pensaba acosarlo con su auto hasta cansarlo para luego bajar de este y poder matarlo fácilmente, pero que, tras presenciar su hercúlea resistencia esquivando incansable todo este tiempo a la mecánica bestia cual torero, ya no se atrevía a abandonar la seguridad de su blindaje. En su lugar, ahora esperaba que más temprano que tarde Vinicius cometiera un error que lo condenara a morir arrollado, y parecía que finalmente había ocurrido. Después de apenas evadir la última carga de frente del auto, Vinicius pareció confiarse por un momento, o de plano haber perdido las fuerzas, arrodillándose en el suelo para descansar unos instantes estando a meros metros detrás del Chevrolet. El conductor no titubeó y dio un giro derrapante para pillar al hombre por sorpresa y aplastarlo. Tal como Vinicius esperaba...
El experimentado malhechor se incorporó en menos de un parpadeo, y, en lugar de evadir nuevamente el auto, saltó derecho a la dirección de este. Pistola en mano, la dirigió con toda la fuerza de su brazo, como si de un gancho se tratara, hacia la ventana del Chevrolet, dejándola perpendicular a esta. Presionó entonces el gatillo, y la última bala del arma, ahora con el momento de Vinicius y el auto combinados a su favor, sumado a la ayuda del ángulo correcto, destruyó completamente la parte superior del cristal. Aún con todo esto, no consiguió herir a su objetivo final, pues llegó al conductor completamente aplanada y sumamente desacelerada luego del impacto inicial. Sin embargo, esto no fue un mayor contratiempo para Vinicius, quien, sosteniéndose con el otro brazo del techo del violentamente frenado vehículo, soltó de inmediato la pistola y agarró fuertemente la cabeza del conductor en su lugar. Sin darle tiempo a este de reaccionar, Vinicius sacó la cabeza de su enemigo por la ventana del Chevrolet. Con toda la fuerza de sus brazos y el peso de su cuerpo, enterró los afilados cristales de lo que quedaba de ventana en la garganta del conductor. El impacto fue de tal potencia que lo mató al instante partiéndole el cuello, mas aún así dejó un gran desastre sangriento. —... Eso por matar a uno de mis hombres —sentenció Vinicius, visiblemente agotado. Después dirigió su vista a la ahora lejana escena de la pelea por el frasco, en la que presenció apático como su otro hombre era brutalmente baleado desde dos direcciones, acorralado entre un pasajero armado que bajó del tractor y un tenaz pandillero de mandíbula colgante entre la maleza al lado de la casa. Después de quitarle su arma al conductor a quien acababa de asesinar, y pese a que, sumado a lo adolorido que quedó uno de sus brazos tras el ataque, la precisión a larga distancia jamás fue su fuerte, Vinicius apuntó desde donde estaba al conductor del tractor, quien también se había bajado y ahora sostenía triunfante, sobre el techo del auto rojo, el frasco. Mientras su robusto compañero aún se encontraba celebrando, el hombre armado que acribilló a uno de los mal trajeados notó como, a lo lejos, aún quedaba otro de esos en pie, y además armado. Incluso desde esa gran distancia se notaba el cansado temblor de sus brazos, pero si había derrotado por si mismo a aquel conductor, cosa que la inmovilidad del Chevrolet y la sangre en su cuerpo parecían indicar, entonces se trataba de alguien a quien no era sabio subestimar. El hombre armado apuntó al objetivo con su rifle, y supo que no pasó desapercibido por como su enemigo pasó de apuntar al conductor con el frasco para en su lugar apuntarle a él. Se escucharon dos disparos casi sincronizados. El de Vinicius no dio ni cerca del enemigo, dañando en cambio a uno de los tantos autos del lugar. El del hombre armado tampoco acertó, mas no por falta de habilidad, sino que fue tomado desprevenido de la pierna el instante antes de apretar el gatillo por un feroz perro de manera traicionera desde debajo del auto a su lado, debajo del cual fue arrastrado sin piedad mientras Vinicius lo observaba entre intrigado y alegre. —¡Oigan! ¡nosotros llegamos primero, llévense a su chucho de aquí! —objetó el robusto conductor a los demás mercenarios que se iban amontonando en la cercanía conforme llegaban. Para su sorpresa, todos negaban ser dueños del sabueso. Mientras el hombre robusto se rascaba la cabeza tratando de recordar de quién podría ser esa mascota, se abalanzó sobre él, habiendo ocultado su presencia en la maleza, la misma por la que aquel último pandillero se había retirado, y los ruidosos motores encendidos, un imponente caballo de oscuro pelaje marrón. Montados en el equino iban un jinete, de la misma generación que el hombre a quien emboscaban pero de la mitad de su altura, acompañado de un joven talento aspirante al fútbol con algo de fama en el bajo mundo. —¡Ahora! —ordenó sumamente nervioso el corto catafracto de armadura de cajas de cartón. Su compañero de largos y despeinados cabellos dejó entonces caer la pelota que llevaba y, de una tan precisa como potente patada, aplastó el rostro de su robusto enemigo con ella, dándole lo bastante fuerte y de forma lo bastante repentina para que soltara el valioso objeto que buscaban. Con otro habilidoso movimiento de pierna, el futbolista aspirante de tez oscura movió el tarro hasta el alcance de su mano sin dañarlo en lo más mínimo, justo antes de que la fiera que montaban aplastara los techos de los autos por los que iba saltando en su camino. —¡Buen chico, Baxter! ¡ahora anda a esperarnos en casa! —felicitó el chico a su perro, el cual ladró alegre y se fue del lugar a través del follaje por donde sus dueños y él habían llegado—. ¿Ves? Mi talento si sirvió de algo —dijo al jinete. —Tu talento fue lo que nos forzó a esto EN PRIMER LU- ¡ah! —el jinete se interrumpió abruptamente con un grito de susto cuando uno de los autos sobre los que aterrizó el caballo, al que controlaba menos de lo que le gustaba admitir, retrocedió repentinamente para tratar de evitarlo. El animal logró mantenerse firme gracias a su magnífico equilibrio y peculiares pesuñas que lo ayudaban en su agarre, incluso cuando el vehículo sobre el que estaba empezó a moverse rápida y agresivamente cual toro de rodeo. Los humanos en su montura, por su parte, estuvieron a punto de caerse en varias ocasiones. —¡Abran paso al profesor! —gritó el conductor de otro de los vehículos del sitio mientras embestía directamente contra el auto toreado por el caballo, tratando de derribar a la bestia. El ágil corcel casi cayó, mas aceptó el reto, y saltó entonces al vehículo que lo atacó. Pronto se unieron más carros a esta estrategia, moviéndose erráticamente y chocando entre si con el propósito de que el equino fallara fatalmente en sus próximos saltos. Si bien aún no lo habían logrado, ya se notaba como el orgulloso animal no tenía tanto control de la situación como quería hacer parecer. —El caballo y yo nos encargamos, ¡tú ve a entregar ese frasco, Tay! —ordenó el jinete. —Pero... —Estaremos bien, ¡ve de una vez! —Me refería a cómo se supone que salga de aquí —aclaró Tay. —Ah, cierto —se dio cuenta—... Tay vio entones una buena oportunidad para intentarlo. Lanzó el frasco por los aires y se dejó caer de manos sobre el auto de al lado, atrapando luego el frasco entre sus pies para a continuación darse la vuelta de un movimiento, quedando parado sobre el auto mientras cargaba entre sus brazos el envase. —Tss, presumido —espetó el jinete—. ¡Cuidado! —advirtió a su amigo sobre el conductor de ese vehículo, quien sacó su brazo por la ventana para apuntarle con una pistola. Antes de que pudiera abrir fuego, el brusco impacto de otro vehículo hizo que se le cayera el arma. El caótico efecto dominó del juego de carros chocones se había vuelto tan inmenso, que varios de los conductores no se percataban todavía de dónde estaba su objetivo ahora. El futbolista callejero saltaba y corría sobre los autos como su compañero equino, buscando algún punto donde pudiera regresar al suelo sin inmediatamente ser arrollado. Para su suerte, los autos se movían cada vez de manera más torpe mientras más daño recibían, lo que le permitió encontrar un buen lugar al que bajar. Antes de que lo hiciera, sin embargo, nuevamente fue sorprendido por uno de los conductores apuntándole con un arma, esta vez un revolver, que casi le atina a su cabeza en el primer disparo, pero este fue reducido rápidamente cuando la pesuña del caballo aplastó su mano antes de tener oportunidad de un segundo tiro. Cuando finalmente tocó el suelo y empezó a correr del lugar, los autos que chocaban estaban tan destruidos que ya no representaban un peligro para él, y eso sin contar los insistentes ataques del ahora nuevamente confiado caballo. Aún continuaban llegando más vehículos. Aunque en su mayoría no fueran de mercenarios sino de gente curiosa de ver la bizarra situación que se estaba dando, seguía siendo peligroso seguir el camino de la calle, por lo que Tay se dirigía directo hacia la seguridad del atajo por la jungla que le había permitido llegar en primer lugar. Estando estorbados por los vehículos del público, a los mercenarios recién llegados les era casi imposible alcanzar al atlético joven a tiempo. Todos lo entendían, mas uno de los conductores supo como lidiar con eso. Un peculiar calvo de cabeza cónica salió de su auto y, con la fuerza y técnica de un lanzador de troncos combinada a la precisión de un arquero, arrojó a su gallo de peleas directo a Tay, alcanzándolo en un instante. Con solo el impacto inicial logró quitarle momentáneamente su equilibrio al jugador, y el consecuente ataque feroz del ave lo impidió ver con claridad a dónde ir. Antes de darse cuenta, a Tay le habían quitado de su desgastado canguro el frasco mientras aún luchaba por no ser degollado o perder un ojo ante el pájaro. Sin desperdiciar tiempo en irresponsables celebraciones prematuras, a diferencia del aún inconsciente conductor robusto tras su caída, el peculiar calvo se posicionó cara a la multitud y sacó un cuchillo de combate al que colocó sobre el cristal del tarro como si de un rehén se tratara. —¡Largo, buitres, aléjense de MI premio! ¡El premio del Burro! —advirtió en tono de borracho sumamente motivado a la cada vez creciente multitud de interesados por la recompensa—. Un paso en falso y nadie se lo queda, eh, ¡así que no me provoquen! —su tono y expresión facial se volvían más maniático, tratando de ocultar su desesperación. Guiándose por el sonido del discurso del Burro, Tay tomó posición, lanzó el galló a lo alto y, de una patada hacia atrás en el aire, se lo devolvió a su dueño directo a la nuca. Aunque ciertamente fue tomado desprevenido, el Burro aún agarraba fuerte el frasco luego de ese golpe, pero el jugador no se detuvo ahí. Caminando sobre sus sangrantes brazos, Tay se acercó lo bastante hacia el Burro para propiciarle una patada directo hacia la cara, justo después de que este último fallara su intento de puñalada al no esperar verlo en esa posición. El frasco fue atrapado entre los pies del jugador, y por los pies de este mismo fue lanzado de vuelta hacia la turba de cazarrecompensas, quienes ahora se abalanzaban a por el envase. —Ah, demonios —se lamentó tras un suspiro, sentado en la calle—. Supongo que al final no tengo lo que se necesita. —Olvida eso. Podríamos aprovechar tus habilidades para las peleas o algo. Un poco de capoeira y taekwondo y serías una bestia —sugirió el catafracto acartonado a su compañero caído al acercarse a este, asombrado después de ver su defensa contra el cabeza de pino. —Pero lo que me gusta es el fútbol, Kredíto. —Como sea, ya habrá tiempo de discutirlo. Por ahora sube y larguémonos de aquí, la situación ya está fea y ni siquiera han llegado todos los que salieron del Palacio todavía —dijo mirando al violento tumulto que se había formado al rededor del sitio donde aterrizó el tarro. —¿Huir? ¿acaso es eso? ¿de verdad estás huyendo? —cuestionó indignado el joven policía las acciones de su veterano compañero, quien no parecía estar dispuesto a hacer nada sobre la sospechosa gran cantidad de gente que se dirigía al mismo sentido. —Tú ganas esta vez, chico —respondió su compañero luego de un extenuado suspiro. —... Palabras no me valen, ¡ve dando la vuelta entonces! —pronunció en un tono autoritario tratando de esconder la felicidad que sintió por volver a tener algo de esperanza en su compañero. —No me refería a eso, Milio —aclaró cortante—. Dios mío, ¿no te han dicho bastantes veces lo molesto que te pones? —¿Q-qué?... pero entonces a qué- —Milio —interrumpió abruptamente al joven—... ¿A quién estás tan desesperado por ayudar? —A... a la gente que lo necesite —respondió, consciente en la falta de confianza en su propia respuesta, en la que no había realmente reflexionado. —¿Cómo los dueños de este bolso, por ejemplo? —Si. —Si... ¿Los mismos que te asquearon hasta a ti cuando los conociste mejor luego de que les contáramos lo que ocurrió con el ladrón y el bolso? No creas que no me fijé. —Yo... no estaba asqueado. Solo diría... sorprendido de lo que escuché en la discusión que tuvieron. —Un mocoso malcriado que piensa que cualquiera a quien tire dinero y trate como empleado debe ser su amigo. Una vieja castrosa a la que le molesta eso de su hijo, pero no por la dignidad de los demás, claro, sino porque no le gusta que su hijo se acerque de ese modo a sucias pestes como nosotros. Oh, y ese padre de familia, con el rostro prácticamente cantando "no veo el momento de abandonar a estos dos para volver a divertirme con las exóticas putas de por aquí, ¡que es lo único bueno que tienen vertederos como este!" —Pero que diabl- —¡¿Me equivoco?! —cortó abruptamente a Milio. —¡No eres mejor que ellos! Miras a la gente de la calle de la misma forma que ellos, ¡no creas que tampoco lo noté! —¿Y por qué no debería de hacerlo? Mira a tu alrededor, Milio —contestó el policía, con más furor en su tono—. Puede que personas tan patéticas como las de aquella familia, que claramente nunca conocieron la adversidad de la vida real, sean unos cerdos afortunados que heredaron riquezas, o que las crearon pisando a toda competencia, ¡y compañero lo bastante ingenuo para confiar en ellos!, como escalones de las gradas que los llevaron hasta donde están, pero en lo único que se equivocan esos cerdos en sus prejuicios es en nuestra variedad. Nos ven a todos como ratas, eso es sin duda injusto, ¡entre nosotros también hay cucarachas! ¡y pulgas!. Ratones, zarigüeyas, mapaches, zorrillos, ¡somos toda una fauna de alimañas que se contentan con sus nidos de basura o tienen por ambición conseguir aún más basura!. Me da asco el desgraciado que asalte un restaurante, ¿pero de verdad crees que voy a sentir lástima por el chef si te puede servir la carne del último mono muerto que se encontró electrocutado a dos cuadras de su local diciéndote a la cara que es cordero?... No estás mejorando este basurero en lo más mínimo intentando ayudar a alimañas, chico —pronuncio de vuelta en su tono agotado usual, ahora con un notable sentimiento de derrota—. La justicia no es un derecho, es un privilegio que te debes ganar. Hacer justicia por los injustos no es justo... hacer justicia por la gente de esta ciudad no es justo —se detuvo momentáneamente a tomar aire—. Usualmente espero a que los nuevos lo descubran por si solos, seguramente hasta tú lo habrías hecho dentro de poco, pero decidí ahorrarme las demás tonterías molestas que hubieras hecho hasta entonces. Ahora ya puedes relajarte y disfrutar de las ventajas de la posición por la que tanto luchaste en conseguir. Relájate, olvida esa tontería de motivación de héroe genérica sobre ayudar a quien lo necesite y mejor céntrate en proteger y hacer felices a tus seres queridos, que es lo único de provecho que puedes hacer en este estercolero donde nos tocó estar —aconsejó, con una extraña alegría en sus palabras—. Una chica de no más de dieciséis años, muy ligera de ropa, bajó la mirada al suelo y trató de ocultarse a medias detrás del poste de la esquina por la que estaba parada, queriendo no llamar tanto la atención de la patrulla que se estaba acercando. Se puso algo nerviosa al ver a la patrulla frenar frente a ella, pero se calmó y alegró al ver salir de esta a ese hombre de la expresión tan serena y cariñosa de la que estaba perdidamente enamorada. —¿Cómo le va a mi mulatita? —preguntó sonriente el policía veterano antes de recibir de ella un cálido abrazo. Posó entonces una de sus manos sobre la expuesta espalda baja de la chica y acarició con la otra la cabeza de ella—. Oh~, veo que te dejaste el pelo corto. Me gusta, me gusta, ¿sabes con qué te quedaría bien? Enseñó entonces el bolso que llevaba consigo y sus contenidos, entre ellos billetes, exóticas monedas, variadas joyas y un precioso collar, el cual colocó en el cuello de la chica. Felizmente impresionada al punto de las lágrimas, ella explicó, creyéndolo con total sinceridad, que alguien como ella no merecía tan buen trato de alguien como él. —Mmm, tal vez tengas razón en eso —comentó bromeando—, puede que te esté malcriando un poco, pero nada que no se compense con un poco de trabajo duro extra para sentirlo merecido, ¿no te parece? —sugirió sosteniendo el trasero de la chica con sus dos manos y acercando su cuerpo al de él, con lo que ambos rieron. —¿Huh? —se sorprendió la chica al ver al segundo policía bajándose del vehículo—. ¿Ese quién es? No se parece a Lorenzo. —Ah, ese es el novato con el que ahora trabajo —interrumpió su explicación al ver como Milio desenfundaba su arma—... ¿Qué tontería quieres hacer ahora, muchacho? —preguntó mientras cubría con sus brazos a la ahora preocupada chica. —Saca tu arma —ordenó Milio acercándose un poco y luego dándose la vuelta, preparándose para iniciar un duelo. Esa proposición sacó una pequeña carcajada de su compañero. —Ese apego tuyo por tus ideales es enfermizo y solo te llevará a una muerte patética con la que serás recordado como un pesado testarudo, como supuse desde que te conocí. Por algún motivo quería salvarte de un destino así, y vaya que lo intenté, pero ya colmaste mi paciencia —declaró en lo que se ponía en posición de duelo—... ¡Adelante, pues! Suicídate teniendo un duelo con el mejor tirador que el cuerpo de policía de esta ciudad ha tenido en veinte años —presumió de espaldas a su compañero. Pasó a hablar entonces a la chica—. Perdona por molestarte con esto, preciosura, ¿pero podrías hacer lo de contar hasta tres luego de que demos los diez pasos antes de darnos la vuelta y disparar? Te prometo que lo haré rápido. Aunque insegura al respecto, ella aceptó la petición del policía. Después de un breve silencio y quietud, la chica dio la señal para que empezaran a caminar. Sentía como su corazón se detenía a cada paso. Pese a que su amado tenía una expresión de lo más confiada mientras que su enemigo no paraba de sudar, cuando ella empezó a contar se encontraba sumamente aterrada por lo que podría pasar. —U... uno- Su cuenta se vio abruptamente interrumpida el instante mismo que la comenzó. Milio atacó a traición, dando directamente al cuello de su ex camarada, y antes de que este último siquiera intentara un tiro desesperado desde el suelo, el primero acribilló su mano armada. —Eso fue totalmente injusto de mi parte —confesó agachándose a un lado de su compañero caído, quien tenía en su muerto rostro una espeluznante expresión llena de odio, miedo y arrepentimiento que inquietó a su propio asesino—. Haz lo que quieras con lo que te regaló —dijo a la horrorizada chica, echada de rodillas en la calle con mares de lágrimas en su cara, mientras caminaba hacia su vehículo—, pero no te recomiendo llevar nada de eso puesto sin él cerca tuyo —aconsejó antes de cerrar las puertas. "Mmm... ir sólo hacia allí sería un suicidio inútil" pensó, escuchando los estragos del cada vez mayor tumulto hasta ahí. "Tal vez ni siquiera todos los policías disponibles acá seríamos suficientes... necesito hacer una llamada"
El problema efectivamente no era para tomarse a la ligera. Entre la llegada de los últimos interesados del Palacio, la inclusión de espectadores ajenos a este pero que se unían a la cacería del frasco por oír los distorsionados rumores acerca de la recompensa, y criminales totalmente ajenos a lo que ocurría pero que aprovechaban el alboroto para camuflar sus propios atentados, el caos que orbitaba alrededor de ese envase de vidrio ya estaba conformado por una muchedumbre de incontables personas causando destrozos de una buena parte de la ciudad. Sumado a esto, desde que se perdió la locación exacta del preciado frasco, las hordas de abrumados deudores buscaban erráticamente como locos por el lugar, y se abalanzaban en las decenas sin pensarlo hacia alguien cuando se sospechara que tenía en su posesión el tarro. Poco se diferenciaba la escena de un apocalipsis zombie. Todo esto fue lo que presenciaron Gonzáles y Sapo al finalmente llegar al sitio. Bajo los trapos sucios en los que se cubrían, mantenían expresiones estoicas en sus caras estando parados en medio de todo aquello, aunque en realidad estaban por dentro aterrados al descubrir las verdaderas dimensiones en las que la situación había escalado. —Vaya, me encontraba tan decaído que de verdad me llegué a preocupar de haberlos subestimado, creí en serio que organizaron esto. Me alivia averiguar por sus rostros estúpidos que en realidad se les fue de las manos hace mucho, ¡hasta llevan ropa mugrienta sobre esos trajes elegantes de los que estaban tan orgullosos! —comentó Vinicius tras aparecer de entre la multitud, acercándose a ellos a carcajadas de satisfacción. —Si... muchas cosas cambiaron en este rato —admitió Gonzáles—. ¡Como que ahora nosotros somos dos y tú uno! —pronunció rápidamente, apuntando su arma a Vinicius. —Yo soy uno, ustedes son dos —repitió señalándose a él y a sus enemigos respectivamente con una pistola de forma casual—, también hay un uno por allá, otro por acá —señaló lejos a su derecha y luego cerca a su izquierda, estando en esta última un hombre caído en el suelo lleno de moretones como los de una tortura de interrogatorio—, algún tres por acullá. También me pareció ver como un diez, fue impresionante, pero fueron devorados tan rápidos por la turba cuando vieron que tenían el frasco que no me dio tiempo a contar. —... ¿Se supone que eso suene amenazante o... ? —pregunto Gonzáles, genuinamente intrigado. —Tengo mucho interés en ver qué cara ponen ustedes y los demás locos de mierda que vinieron específicamente a matar a mis compañeros cuando ¡ME ROBE ESE PUTO FRASCO QUE ESTÁN BUSCANDO TAN INTENSAMENTE!... eso sería todo —aclaró—. Además, no negaré que esta situación tiene su encanto, no me molestaría hacer que se repita. —Lo recuperaré YO antes que nadie, y cuando lo haga daré una segunda oportunidad de ganar una fortuna al que me traiga tu cabeza —retó Gonzáles desafiante, para inquietud de Sapo. Hubo un retador intercambio prolongado de mudas miradas que estuvo a punto de provocar que ambos bandos dejaran sus ambiciones e iniciaran su tiroteo ahí mismo, pero se detuvieron al escuchar al último momento una voz de entre la multitud gritando a todo pulmón: —¡¡¡EL FRASCO!!! Cual cardumen de hambrientas pirañas se lanzaron los más desesperados hacia el señalado frasco. Conscientes de la confusión que causarían en caso de ser identificados por la multitud, el elegante dúo ya tenía preparado otro truco aparte de sus nuevos ropajes. Lanzaron hacia el lugar de interés un amplio trapo viejo por sobre la gente, y, acto seguido, Sapo propulsó a Gonzáles ayudándolo a lanzarse entre la tela y las personas. El apretado tumulto ruidoso junto a la abrigada oscuridad del trapo permitieron a Gonzáles escabullirse fuera de ellos desapercibido después de recuperar exitosamente el frasco. Mas para el infortunio del dúo, pese a que Gonzáles tenía bien oculto el objeto, fue igualmente pateado a modo de precaución por Vinicius en cuanto este lo vio. Habiendo tumbado de una patada a su enemigo y robado lo que buscaba, Vinicius no perdió el tiempo y trató de huir con el frasco. Pero cual presa desprevenida, sus manos fueron atrapadas por las ataduras de unas boleadoras arrojadas repentinamente hacia él, cosa que medio instante después se repitió con sus piernas. Incluso en su vulnerable estado, caído de espaldas al suelo, Vinicius aún sostenía el frasco, aunque floja e incómodamente. Sin embargo, antes de que tuviera que preocuparse de cómo lidiar desde esa posición con la muchedumbre que se le abalanzaría, el tarro se le fue arrebatado de las manos por un preciso gancho cuyo sedal conectaba a decenas de metros con la caña de un habilidoso pescador, confiado en su alta posición sobre un montón de autos apilados y en su talento con el sedal. Incluso con todo esto a su favor, el pescador luchaba evitando todos los riesgos que podía. En lugar de mandar el frasco directamente con él, lo lanzó a lo alto para desorientar a la gente. Aprovechando como concentraban sus miradas hacia el cegador brillo del sol refractado en el cristal, el pescador fue picando a varios de los presentes y, con su fuerza acostumbrada a batallar a los más formidables y gigantescos monstruos de río de amanecer a atardecer, los levantó por los aires sin dificultad y los empleó como armas arrojadizas de carne contra el resto de la multitud a su alrededor, acrecentando aún más el caos con los sonidos de huesos quebrándose y órganos moliéndose. Una vez vuelto a bajar el tarro, volvió a pescarlo y de un tirón lo impulsó en una trayectoria hacia él, liberando rápidamente su anzuelo de nuevo para defenderse. Para su mala suerte, el primer proyectil que interceptó fue una extraña bolsita blanca que, al rajarse con el anzuelo, liberó sorpresivamente unos polvos de su interior que acabaron derecho en su rostro. El pescador cayó de los autos, desorientado por el ataque, y los efectos casi inmediatos de esa extraña sustancia le impidieron seguir en combate. Quien se subió a su puesto y atrapó el frasco en su lugar fue la drogata que le había arrojado la bolsa. La emoción de que con su pequeña táctica improvisada haya podido derrotar a tan peligroso oponente, a la vez que se aprovechaba del esfuerzo de este, fue casi tan placentera como el consumo de las sustancia que pensaba adquirir con el dinero que ganaría gracias a ese extraño frasco. Tan grandes eran sus ambiciones como su derrotismo, pues inmediatamente al ver a las enfadadas masas acercársele se rindió y tiró el envase lejos. Aprovechando que la turba iba hacia su dirección, Gonzáles, aún adolorido por la patada de Vinicius, se lanzó contra la gente rodando por el suelo, esta vez a propósito, derribando así a un montón de ellos. Sapo también reaccionó al momento, aprovechando como Gonzáles frenó a la multitud para trepar y saltar por sobre esta, casi alcanzando con ello el recipiente, pero fracasando al ser su mano desviada por el potente golpe de una bola de boleadora lanzada por el ya liberado Vinicius, ocasionando que el tarro cayera de nuevo entre las manos de la multitud. Así como si nada, habían vuelto a la situación en que estaban al llegar, pese a todos sus esfuerzos. "No podemos continuar así..." pensó Sapo mientras veía impotente al frasco alejándose. Volteó a ver a Vinicius y, desde su elevada posición encima de esa masa de gente confusa de la que algunos aún no se habían enterado del cambio de locación del recipiente y en que otros se asfixiaban enterrados bajo los demás e incapaces de salir, saltó para aterrizar justo sobre su peligroso y molesto enemigo. —¡Sapo! —exclamó Gonzáles, abriéndose paso entre la apretada muchedumbre para ir a ayudarlo. Instintivamente trató de sacar un arma, pero en algún momento dentro de todo este caos la había perdido, al igual que su compañero. —No vamos a alcanzar ese méndigo frasco nunca con este canalla molestando. Yo lo detengo mientras usted sigue. —Pero- La réplica de Gonzáles fue abruptamente interrumpida por Vinicius, quien atacó la cien de Sapo con un trozo roto de la calle. Sapo reaccionó a tiempo para frenar el ataque con su brazo, aunque incluso así pudo sentir la abrumadora potencia de Vinicius. —Todo esto pasó por mi culpa, ¡es lo mínimo que puedo ha- —hubo otra abrupta interrupción por un ataque de Vinicius. Esta vez se trató de este agarrando a Sapo de un brazo y la boca para darle la vuelta y tratar de golpear la parte trasera de su cabeza contra la parte metálica de la rueda del auto atrás de este, pero nuevamente Sapo se mostró de reflejos rápidos y, ayudándose de un codazo al duro suelo, desvió la trayectoria del empujón, logrando aterrizar su cabeza en la algo más suave llanta gastada y desinflada—. ¡Limpie el desastre que su inepto socio provocó! —gritó bajo la mano de Vinicius a Gonzáles antes de abrir grande su boca y atrapar dos dedos de su enemigo en ella. "Sapo..." pensó Gonzáles ante el sacrificio de su compañero. Con una expresión decidida, cambió de dirección y fue a por el frasco. El inepto criminal escupió entonces la sangre de los dedos de su enemigo a los ojos de este. Vinicius enfureció aún más y decidió acabar con esto de una vez con su pistola, pero su visión, menguada por su sangre, le impidió notar a tiempo el rápido brazo de Sapo que atrapó el suyo armado. Se desató una ráfaga de disparos al aire que pronto acabaron con la escasa munición del arma. El alboroto de Vinicius, sin embargo, no se detuvo, pues al oír como su última bala destrozó la ventana del auto, tomó a Sapo del brazo y el cuello y, con una fuerza abrumadora para su oponente, lo levantó del suelo con el propósito de empalarlo en los cristales rotos. Sapo, con un pequeño movimiento, consiguió que lo que acabara empalado fueran los dedos de Vinicius, colocados descuidadamente al rededor de su cuello. Los breves momentos de dolor y frustración de su enemigo le fueron suficientes a Sapo para meter su brazo libre por la ventana y desbloquear rápido la puerta del auto para, a continuación, atrapar con un giro a Vinicius con esta. Sapo arremetió contra la cabeza de su enemigo tratando de aplastarla repetidas veces con la puerta del auto, y casi lo logra, pero la suerte volvió a sonreír a Vinicius, esta vez en forma de una malfunción en el mecanismo de la puerta que dificultó su cerrado lo suficiente para que no lo hiriera de muerte, mas si lo suficiente para encolerizarlo todavía más. La caduca puerta acabó por ceder totalmente, separándose del resto del vehículo y dando oportunidad a que Vinicius se arrojara dentro del auto, arrastrando con él a su contrincante. Desde los asientos, Vinicius empujó con sus piernas a Sapo hasta golpearlo contra el techo, posteriormente lo dejó caer para conectarle un puñetazo al rostro y después, nuevamente, empujarlo a lo alto, movimientos que se puso a repetir consecutivamente a carcajadas por lo efectivo que resultaba. Sapo observó el entorno en busca de alguna cosa con lo que librarse de su agobiante posición, y la encontró en forma muñeca descansando en el tablero del coche, la cual en cuanto la alcanzó la rompió y empleó su extremo astillado contra Vinicius, dándole en la cien al fallar por poco a su ojo. Sapo no se detuvo ahí, y extrajo una varilla metálica expuesta del soporte de uno de los viejos asientos con la que siguió arremetiendo, con algo más de dificultad debido al largo de su arma en un espacio tan estrecho, contra la cara de Vinicius, quien ahora encontraba complicaciones para defenderse en la posición que creía ventajosa. En un acto desesperado, Vinicius atrapó la barra de hierro con sus dientes, lo que no le salvó de que ahora su enemigo le estuviera destruyendo la boca desde dentro, pero que con su intensa mordida lo entorpeció lo suficiente para impedirle asestar un golpe letal. El peleador de abajo, en su esfuerzo por agarrar algo con lo que contraatacar, tocó palancas, pedales y botones a su alcance, encendiendo sin querer el viejo carro. El repentino movimiento desequilibró ligeramente a su enemigo, lo que Vinicius pronto usó a su favor apagando y encendiendo el auto repetidas veces hasta volver a tener dominio de la situación. Sapo abrió como pudo la puerta frente a él para intentar salir, cosa con la que Vinicius lo ayudó con gusto tirándolo de una patada del auto aún en movimiento, ataque exitoso del que no tuvo tiempo de vanagloriarse porque tuvo que bajarse del vehículo en forma igual de apurada para evitar el inminente choque al que el carro se dirigía. Echados en la calle, ambos contrincantes se dieron un tiempo para un breve respiro, y escupir la sangre y trozos de dientes que inundaban su boca en el caso de Vinicius. Ambas miradas desafiantes chocaron mientras los dos jadeaban exhaustos pero todavía dispuestos a dar pelea. Sus miradas se desviaron entonces al flujo de gasolina que empezó a bajar por la calle entre ellos, derramándose desde el tanque del auto que, después del choque, tenía expuestos su motor y batería. Antes de que Sapo pudiera pensar en algo, Vinicius lo agarró y arrastró hacia la maquinaria expuesta del vehículo, tratando de empujarlo contra esta. Los cansados brazos de Sapo apenas podían resistirse a la salvaje fuerza de los de Vinicius, pero a último momento pudo tomar un viejo bidón de plástico allí guardado y arrojarlo contra su formidable contrincante, empapando de combustible a los dos. Ahorrando fuerza de las manos, Sapo empleó entonces sus piernas, apoyando estas últimas en el auto para dar un potente empuje que derribó a ambos peleadores lejos hacia atrás. Su enemigo se resistía a la muerte, pero al comparar el estado de los dos al estar nuevamente en el suelo, a Vinicius parecía quedarle claro quién era el que estaba en las últimas. —Pero mira que sorete mal cagado estás hecho —comentó Vinicius sobre el estado de su oponente al levantarse, buscando desmoralizarlo. Sapo se limitó a retroceder lentamente arrastrándose. —... ¿Qué estás haciendo? —preguntó Vinicius. Sapo siguió retrocediendo, aparentemente asustado. —Me estás empezando a repugnar tanto como un sorete mal cagado de verdad —espetó visiblemente frustrado, acercándose a él—. ¡Ten un par de bolas y termina esto de forma digna! ¡No me vengas a joder el clímax! —gesticulaba de forma extravagante. Sapo continuó retrocediendo sin decir palabra hasta que quedó acorralado con el auto. Entonces respondió: —No, loquito. Vinicius arremetió furioso. Inmediatamente, Sapo se deslizó por el suelo lubricado en gasolina, impulsándose pateando el carro nuevamente, derribando a su enemigo al pasar por entre sus piernas. Estando su oponente aún caído, Sapo lo tomó del pie y, girándolo por el aire con las últimas fuerzas que le quedaban, lo arrojó directamente a la maquinaria expuesta del coche con la que habían tratado de matarlo justo antes. Sapo esperaba ver unas chispas seguidas de un fuego que los consumiera a ambos, sin embargo, la batería del auto ya se había quedado completamente sin energía. Para su suerte, tras ese impacto, también lo había hecho Vinicius. Y de paso, también el propio Sapo, quien cayó inconsciente después de su victoria.
El Gran Gonzáles estaba más perdido que el frasco que buscaba, correteando como ratón en laberinto de un lado a otro de la muchedumbre, buscando impotente ese maldito tarro. Sin importar a donde dirigiera la mirada, lo único que veía era un caos cada vez mayor del que ya no llegaba a ver su horizonte. Pensando que no le quedaba otra esperanza, Gonzáles tomó la túnica que lo cubría y consideraba quitársela para arriesgarlo todo en intentar solventar esto con otro milagroso discurso mesiánico improvisado. Mientras temblaban sus manos durante los momentos de duda previos a actuar, Gonzáles dio unos últimos vistazos a su alrededor. Dejando de lado la búsqueda del frasco y centrándose ahora en la gente y entorno en que estaba, esta vez si que alcanzó a notar un horizonte, uno llamativamente ordenado comparado al resto de la desordenada turba. Un gran número de autos de apariencia civil se habían organizado en una pared que bloqueaba las salidas por una de las direcciones de la multitud, y al otro lado de esa pared se encontraban unos misteriosos peatones cubiertos en los mismos trapos sucios que él y Sapo se colocaron en pos de ocultar sus identidades. Mas los misteriosos peatones, a diferencia de los elegantes criminales, no habían cambiado los reconocibles zapatos que llevaban, y fue con eso con lo que Gonzáles pudo identificarlos antes de su revelación. —... A buenas horas llegan esos bastardos —comentó con una sonrisa de alivio a la vez que malicia en su rostro, alegrándose por primera vez en años de la llegada de esa gente. Encendiendo tardíamente sus sirenas, una guarnición de policías cargo contra la muchedumbre desde el extremo opuesto al de la barricada. Desde esta última, los hasta entonces encubiertos agentes se pusieron en acción, defendiendo su posición e impidiendo la huida de los maleantes, desorientados por el repentino ataque. En un patrón intermitente, la mitad de las patrullas frenaban en un momento dado mientras la otra mitad se adentraba otros varios metros en la multitud antes de hacerlo. Los policías en las patrullas más al interior bajaban de sus vehículos y comenzaban a disparar sin recular a los delincuentes. Mientras hacían eso, las patrullas más al exterior retomaban su carga para adelantarse ellos varios metros a sus compañeros, para entonces bajarse a disparar mientras sus compañeros volvían a subirse a sus vehículos a retomar la carga. Repitiendo este proceso, progresivamente iban acorralando más y más a los incontables criminales allí acumulados. —¡¿Pero qué mierda hacen esos locos?! ¡¿Para una vez que me alegro de verlos y ahora resulta que los policías de esta ciudad perdieron la cabeza?! Primero aquel novato y ahora... —Gonzáles interrumpió su queja al avistar, desde su posición oculta entre autos dañados junto a otros maleantes, al mencionado, no por nombre, Milio. Estaba allí, al frente del campo de batalla, guiando a las tropas en este alocado plan que solo pudo habérsele ocurrido a alguien como él. Era un misterio el cómo había logrado que le hicieran caso para organizar un ataque así, pero no pasaría mucho hasta que surgieran respuestas. Conforme la pared de patrullas avanzaba, iba perdiendo momento. Varios de los policías que bajaban a disparar se emocionaban de más por la situación, lanzándose temerariamente más profundo de lo que deberían, siendo derribados por el enemigo en el proceso. Estos Rambos, así como otros policías que se quedaban congelados intimidados en su sitio, dificultaban el paso de las patrullas de los demás, forzando a estas a dejar su ruta para evadir a sus compañeros, varios de forma muy torpe. Así, lo que había iniciado como una ordenada fila que avanzaba a paso constante se fue tornando, por la clara falta experiencia de la mayoría de sus integrantes, en un montón de autos tan desorientados como los de los criminales contra los que cargaban. —¡Fa!, mas lo de la barricada allá todavía aguantan, que bravo... —comentó en una profunda voz, con un acento que se salteaba varias S's y algunas N's finales, un hombre en poncho de buen bigote y fea cicatriz en su rostro que compartía cobertura con Gonzáles—. Hagamos un poco más de quilombo, 'tonces —dijo mientras sacaba unas boleadoras de debajo de su poncho. El hombre del poncho lanzó las boleadoras a uno de los Rambos mientras ese trataba de salirse del camino de la patrulla que avanzaba por su dirección. Con sus piernas súbitamente enredadas, el temerario joven se desplomó inevitablemente al suelo, donde oyó los horrorizados gritos de sus compañeros justo antes de ser aplastado por el coche de estos. A continuación, el bigotón lanzó aún más boleadoras, sus últimos tres sets de estas, con los que desarmó a uno de los policías al atar sus manos, ahorcó a otro y noqueó a un último, provocando sus brutales muertes al dejarlos indefensos contra los impiadosos mercenarios en pleno campo de batalla. Ver caer a tantos de sus compañeros de forma tan visceral bajó enormemente la moral, y con ello su efectividad en combate, de los policías, incluyendo los que protegían la barricada al otro lado de la escena. El hombre en poncho pudo notar todo esto desde su posición, en la que ahora parecía estar atrapado al volverse entonces el foco de los ataques de los policías. —Puede que nuestra situación se vea fea —comentó a los criminales con los que compartía cobertura—, pero solo es cosa de esperar a que los de la barricada sedan hasta que se abra hueco, y por ahí escapamos. Hagan caso al viejo Chaco, no intenten ninguna pelotudés hasta entonces y todo bien —explicó en un tono relajado pero autoritario. Más temprano que tarde, la barricada trasera se debilitó tanto que algunos maleantes individuales lograban colarse como predijo Chaco, y algunos hasta parecían sobrevivir a la huida. En nada ocurriría como ese gaucho previno, pero Gonzáles quería asegurar el éxito del plan de su situacional aliado. —¿Cuánto tiempo crees que queda para que podamos salir? —preguntó Gonzáles, colocándose el extremo opuesto de la cobertura que compartía con Chaco. —Ojo, que la impaciencia la cuento como pelotudés —advirtió levantando su dedo índice—. Pero si tanto apuro tienen, diría que en 5... 4... —¡Unos! —cargó Gonzáles con toda la masa de su cuerpo contra Chaco luego de tomar carrerilla, apenas dándole tiempo de darse la vuelta antes de ser tirado al piso varios metros lejos de la pequeña, pero al menos existente, seguridad de su posición entre los autos. —¡Serás chupa pij- —empezó a gritar con absoluta furia luego de una gran bocanada de aire tras el ataque, pero su maldición fue abruptamente interrumpida cuando trozos de su cráneo, cerebro, mandíbula, dientes y un ojo volaron por los aires al ser acribillado por los policías. A la par que Chaco perdía la vida, los esperados grandes huecos entre la barricada se abrieron, y los criminales no esperaron para aprovechar a escapar. —¡Libertad! —cantó el Gran Gonzáles con una sonrisa al aire. Sonrisa que pronto se borró cuando al empezar a correr, en un último vistazo al cadáver de quién posibilitó su huida, presenció, rodando a la calle desde debajo de aquel poncho, ese... maldito... —¡FRASCO! —exclamó encolerizado, sin darse cuenta que uno de los deudores que chocó con él durante la huida le había tirado su disfraz. Presente en voz y rostro, y recordándoles con un alarido bélico el objetivo por el que luchaban, el súbito regreso del Mesías del Palacio de las Sesenta y Seis apuestas de Madame Phoebe resucitó la moral de los deudores que, en la histeria colectiva que los rodeaba y que los había consumido, detuvieron su retirada y se lanzaron en una cruzada por recuperar su Santo Grial, con el Mesías al frente, sin saber que este, hundido en el coraje del momento, ni siquiera estaba al tanto del ejército que ahora tenía a sus espaldas. Ellos no fueron los únicos en ver el objetivo que catalizó todo esto, por supuesto. Cuando Milio notó como sus camaradas, quienes recién estaban recuperando el momento de su carga tras acabar con el letal gaucho, estaban visiblemente intimidados por el valor que sus enemigos habían ganado, soltó él mismo su propio grito de guerra a todo pulmón a la vez que corría hacia el corazón del campo de batalla para destruir ese extraño frasco que de alguna manera había provocado esto. Inconscientes de que ese era el mismo objetivo del aparente líder del bando contrario, los novatos más bravos, o quizá más sugestionables, se lanzaron juntamente a la carga. Ninguna bala de las temblorosas manos de los policías de escasa experiencia y abundantes nervios alcanzó el estático envase en el suelo. Antes de que una en correcta trayectoria lo hiciera, o que la mano de Gonzáles lo consiguiera en su lugar, el frasco fue picado por un anzuelo al final de un largo sedal que lo mandó alto por los aires. —¡Carajo, ya lo tenías! —maldijo la drogadicta al ver como el anzuelo se soltaba de su pesca luego de tirar del sedal, mandando a la basura el esfuerzo que fue guiar al usuario de la caña para que superara las complicaciones de los efectos de las sustancias que experimentaba por primera vez pero que para ella eran bien conocidas. —¡Cierra la boca! Es un milagro que lo alcanzara en primer lugar luego de tomar la mierda que me tiraste —respondió el pescador. Siendo tanto él como su ahora al parecer compinche incapaces de identificar a Gonzáles debido a los efectos de las sustancias que los dos consumieron, uno de manera involuntaria y la otra apropósito. Los policías y criminales más cercanos pronto cargaron contra ellos al verlos. El pescador, en un movimiento desesperado, probablemente inspirado en parte por su estado mental alterado del momento, lanzó su gancho al techo de un alto edificio tras él y tiró con fuerza para propulsarse. Al ver esto, su compañera que no quería sentirse abandonada, lo abrazó a último momento, provocando con su peso extra que ambos acabaran cayendo, en su lugar, a través de una gran ventana del segundo piso del edificio. Afortunadamente, los bien desarrollados y entrenados músculos de la espalda del pescador acostumbrados al tormento lo protegieron del duro piso, y los suaves y acogedores senos de la drogata la protegieron de los duros abdominales del pescador. De vuelta al centro de la acción, las cabezas de los dos batallones corrían hacia donde aterrizaría el frasco. Ambos alzaron sus puños derechos, concentrados en el envase e ignorándose mutuamente el uno al otro, creyendo que el objetivo del enemigo eran sus caras. Ambos líderes fallaron nuevamente, cruzando sus puños en el aire mientras el tarro seguía cayendo, pero en un último movimiento impulsivo en su desesperación de evitar que el otro pudiera tomarlo al vuelo, lanzaron los dos un potente cabezazo, Gonzáles ascendente y Milio en descenso. Y así, finalmente, atrapado entre los cráneos de Gonzáles y Milio, el frasco cerrado de cristal fue quebrado en pedazos, uno de los cuales casi ciega uno de los ojos del policía, dejándole un notorio corte en su ceja izquierda, a diferencia del criminal, que tuvo la suerte de impactar contra la tapa metálica. —... Se... se terminó —decía estupefacto Gonzáles, mientras sus fieles tropas, que aún no caía que tenía, miraban confusas a su reacción tan aliviada—... ¡Lo logré! ¡al fin! —celebraba tirado de rodillas al suelo con las manos y mirada victoriosas a los cielos, y lágrimas escapándole por debajo de las gafas—. ¡Lo- ¿uh? Milio interrumpió abruptamente su momento eufórico esposándolo en el sitio. Y antes de que Gonzáles pudiera hacer nada, fue noqueado de un rodillazo en todo el rostro. —¡Todos ustedes quedan bajo arresto! —gritó Milio, en su propio momento eufórico, sosteniendo el cuerpo inconsciente de Gonzáles y pisando con fuerte desprecio los trozos de vidrio que quedaban del tarro. Tuvo que dar una vuelta completa mientras decía esto, pues los criminales, después de haber reducido a los más bravamente sugestionables policías, mucho menos numerosas de lo que el calor de la batalla hizo asumir a su líder, lo habían rodeado por completo. —¿Tú y qué ejército? —se burló uno de los delincuentes, entre los cuales se escuchaban risas e insultos varios mientras se acercaban cual cardumen de pirañas a descuartizar a su presa. Risas e insultos que acallaron cuando los ruidos de hélices aproximándose se volvieron tan notorios que hasta dentro del caos de la turba era imposible pasarlos por alto. —A buenas horas llegan esos bastardos —se limitó a susurrar mientras señalaba a los cielos con una expresión insatisfecha debido a la tardanza en llegar de la intervención del ejército. —¡Quedan detenidos por actos terroristas en contra del gobierno! —anunció por un megáfono uno de los militares en los fuertemente armados helicópteros. Estos soldados venían desde una zona cercana en la que se encargaban de desalentar los ánimos de revueltas de pueblos indígenas con historial guerrillero. Para obtener su auxilio, a Milio le bastó con reportar la verdad: su más experimentado compañero le había informado acerca de los deseos de esta muchedumbre de lunáticos de derrocar al presidente, justo antes de perder la vida a manos de uno de estos... . . . —Y ese vendría siendo el incidente de la escalada del frasco, que te habrán enseñado en la escuela ya —contó un anciano con algo de sobrepeso, cuyos canosos cabellos parados le daban un aspecto llamativo en conjunto con sus peculiares gafas de sol con cristales redondos. —... Guau —reaccionó un niño de no mucho más de diez años luego de escuchar la anécdota de su abuelo—... Pero nos la contaron diferente, ¿de verdad fue así como el Supremo Líder se hizo la cicatriz que hace que parezca que la mitad de su cara siempre esté enfadada? —inquirió. —Yo qué se, la última vez que conté esto recordaba a un tipo con máscara de soldador y pinzas eléctricas, y a alguien con monos, y gente con carruajes de motos. No recordaba al pescador ni al gaucho de las boleadoras, y eso fue cuando se lo conté a tu madre. No creo que haya recordado mal la participación de los demás involucrados... ¡lo doy por hecho! —exclamó casi que con orgullo, con su índice señalando a lo alto. —¿Pero cómo sabes lo que le pasó a los demás durante todo aquello, Tata? —En parte los interrogatorios que les hicieron los oficiales. Digamos que aquel Milio me tuvo cerca suyo un tiempo y que eso tiene que ver con mi rehabilitación —respondió el viejo. —Oh —pronunció el niño cautivado—... —Y en parte libertad creativa, ¿o me veías cara de historiador? —aclaró. —Oh —pronunció el niño decepcionado—... ¿Y qué pasó con tus compañeros? Los de los trajes. —Los tres no nos pudimos reencontrar por un largo tiempo luego de aquello. Prácticamente cada uno de nosotros estaba secuestrado por una persona diferente. ¡Pero al final lo conseguimos! —explicó con una sentimental sonrisa sin darse cuenta—. Fue bonito ver como nuestra amistad aún estaba allí, incluso después de todo, pero para entonces ya todos habíamos tomado caminos muy distintos y... —Gonzáles tosió para interrumpir su propia explicación, que se estaba tornando demasiado sincera—. Como sea, ya es tarde. Ve a dormir y mañana pregúntale a tu maestra, que ya te dije que no soy historiador. —Tata, son las diez de la mañana y no puedo ir a la escuela porque me suspendieron, ¿te acuerdas? —Ay si, es cierto... Se dio un breve silencio incómodo en la sala. —Bueno, ya me contaste una historia tuya, ¿y si te cuento por qué me suspendieron? —sugirió el niño, con algo de emoción. —De camino a merendar —acordó Gonzáles—. Que conozco un buen lugar. —¡Yipi! —celebró el niño—. Con lo mucho que te pierdes, seguro me da tiempo de contar toda la historia —bromeó en tono algo presumido, irritando levemente a su abuelo. Y así partieron ambos de su acogedora y elegante casa a recorrer las seguras y limpias calles de su joven pequeña gran nación. Al principio de su narración, el niño relataba acerca de una leyenda urbana esparcida en los recreos acerca de unos trozos de cristal que traían fortuna y la supuesta relación de uno de los profesores de educación física con ellos, pero esa es una anécdota para otra ocasión. FIN.
Hola. Bueno, como te había dicho, aquí estoy para ver con qué tipo de historia me encuentro. Tengo que decir que me es algo difícil colocar la historia en algún lugar físico. Pensé en México como primera opción, pero basado en algunas series colombianas que he visto de paso cuando cenaba junto a mi madre, creo que también podría ser un lugar de allí, dado a que en esa clase de series aparece algún personaje llamado con apodos de animales. Pero bueno, no importa mucho qué zona del mundo sea, porque sé que efectivamente debe ser Latinoamérica. Se ve que esos tipos no tienen ningún reparo en comer cosas de lo más asquerosas, o al menos, exóticas. Nunca me he comido nada como lo que comen ellos, pero suena a que son cosas que se comen en tiempos de crisis cuando la comida escasea. Veo que la historia tratará de como estos tres criminales, que dan más pena que miedo y que de no ser porque su líder lleva un arma de fuego serían payasos y no ladrones, tratarán de quitarle el frasco al chico para poder montarse un negocio con esos frascos que se convierten en ecoesferas. O al menos, crear uno para probar qué tal le va. Sorprendentemente, un niño es capaz de meterlos en problemas, y creo que esta historia terminará con esos tres perdiendo al chico o bien atrapándolo pero teniendo el frasco roto. Diría que, por ver que tiene elementos cómicos, podría terminar en una situación de tipo Home Alone donde los ladronzuelos no pueden con el pobre angelito y terminan encarcelados, pero me da a que no será este caso. En fin, la narración está bien, y no me he perdido en ningún momento. Errores ortográficos no creo haber encontrado, pero sí he visto una o dos ocasiones donde utilizas el "sí" de afirmación (que debería ir con tilde) como un "si" condicional, que no la lleva. Pero no es nada que entorpezca la lectura para nada. Quisiera leer el segundo capítulo para ver cómo sigue, dado a que lo recomiendas, pero no cuento con tiempo suficiente ahora mismo. Por eso mismo, me queda pendiente para más adelante, quizá la noche de hoy o el miércoles. Saludos y hasta la próxima. PD: como lo pedías en el final, puse el prefijo de Historia Corta. Si quieres que devuelva el que ya estaba, solo dilo y lo haré.
Bueno, aquí estoy para comentar el capítulo 2. El último que leo por hoy. Seguiré el miércoles. Veo que, por un simple e insignificante frasco, se montó un lío del bueno. Encima, uno de los tipos habló como argentino, por lo que ahora, se suma un nuevo país a la lista de los candidatos para el lugar en el que podría transcurrir la historia. Es como si toda Latinoamérica estuviera unida (nótese la referencia) en una ciudad de clase baja, con todo y criminales, niños pobres, chetos y animales como ratas o cucarachas. La salud mental de Gonzales se me hace preocupante. Estoy empezando a pensar que él solamente quiere el frasco por su mal estado mental, no porque realmente quiera intentar hacer negocio con las ecoesferas. Supongo que ya veremos qué es lo que hace si realmente cumplen con su objetivo. Pero andar poniéndose a dar discursos así de la nada y mucho menos ante animales de la calle no es algo propio de un criminal. Me pregunto si será por comer lo que acaba de comer. Después de todo, nunca he comido o conocido a nadie que comiera esa clase de comida. Quizá tenga efectos en la mente de quien la consume. Pero bueno, al final no se cumplió una de mis teorías, y el pobre niño vio su frasco robado. Que mala suerte que, cayera donde cayera, se tuviera que topar con un delincuente. Es como si viviera en mi distrito XD. Me dio mucha gracia el tipo que dijo que quería usar ese frasco para cagar en él. Vaya loco está hecho. O quizá haya estado (aunque no recuerdo que fuera mencionado) bajo la influencia de algún estupefaciente. Al final, Cabeza logró usar su baile tanto para escapar de los perros como para darle una paliza a los pandilleros que querían tener el frasco. Si Gonzales fuera listo, lo habría mandado a él y no a Sapo a robarle el frasco al niño, y sería problema solucionado, pero bueno, está mal de la cabeza XD. Sapo la tuvo difícil, pero se llevó su propia pelea y su botín. No creí que criminales tan patéticos como el grupo de Gonzales fueran lo suficientemente importantes como para tener competencia directa, pero parece que es así. Habrá que ver de qué clase son Vinicius y sus socios, pero viendo que este se interesó en el frasco solo porque escuchó a su rival hablando de este, me da la impresión de que son de la misma clase. En fin, ha llegado un policía a la zona. Me pregunto si será de esos policías que realizan abuso de autoridad, de la clase de los gatillo fácil; o si realmente viene aquí a solucionar algo. Que no creo. Si la historia realmente sucede en un país de Latinoamérica, dudo que la policía sea eficiente, pero bueno, ya veremos. Me despido diciendo que me gustó la narración de los combates. Fue simple, pero no por eso descuidada, y fue sencillo de seguir la pelea a medida que iba pasando. Será hasta la otra.
Hola, aquí estoy para comentar el capítulo 3. Vaya, pues, al final, la que se ha liado. No sé si el oficial de policía jefe es realmente voluble o tiene algún problema en la cabeza como para dejar que las cosas se manejen de tal forma. O bien, está en un pacto de no agresión con los delincuentes, o tiene algo que lo hace actuar de esa manera. Veo casi imposible que, sin necesidad de usar la violencia, lograra recuperar el bolso solamente con palabras. Pero se ve que es un profesional que tiene sus métodos para actuar, aunque sea a su manera. El policía novato parece alguien bastante cobarde y explosivo. Como que sabe que no puede manejar la situación pero aún así lo quiere hacer en realidad. Al final de cuentas, Vinicius y los suyos robaron el frasco, pero ahora otros maleantes parecen sumarse a la carrera por conseguirlo mientras Gonzales y Sapo van a pedir ayuda al tal Isaías y los demás "colaboradores" para llamarlos de una forma, para recuperar ese frasco. Increíble el lío en el que se han metido cuando lo sencillo sería simplemente ir al mercado y comprar/robar uno semejante, pero bueno, ellos son los delincuentes profesionales y saben lo que hacen. Yo mejor me callo la boca porque ladrón no soy. En fin, viendo como se ponen cada vez más locas las cosas con el correr de los capítulos, no me atrevo a poner las manos en el fuego por lo que vaya a pasar en los que me quedan. Porque todo escala a gran velocidad, y se ve que las cosas pueden dar giros de 180 en cada momento. Así que, no más predicciones hasta que llegue al capítulo final. Será hasta la siguiente. Dependiendo de como me encuentre hoy a la noche, tal vez lea el capítulo 4. Sino, lo dejo para otro día.
Saludos. Bueno, aquí estoy para comentar el capítulo 4. Diría que es el capítulo que más me ha gustado, y casualmente, es el que siento como más serio y menos cómico. No soy un gran fanático de la comedia, supongo que eso influyó en que este capítulo me gustara más. Aunque no necesariamente quiere decir que los demás sean malos, solo que este realmente me gusta. Se ve que Vinicius y sus hombres saben como defenderse, puesto a que le pudieron hacer frente a varios asaltantes sin tener demasiadas bajas. Lo que no esperaban era que Gonzales, tanto en su elocuencia como en su falta de cerebro para pensar las cosas bien, pudiera llegar a reunir a tanta gente para que estén dispuestos a pelear por él. Debo decir que, tengo mucho interés en saber qué es lo que hará si efectivamente una gran cantidad de los recién reclutados aliados regresara con el frasco. Imagino que tiene pensado decirles que su misión fracasó, puesto a que el frasco se encontraba vacío y el líder de los delincuentes mencionó que necesitaba de su contenido para el triunfo. Se ve que, en su estupidez al lanzarse a un plan así, logró atajar lo que sería una posible calamidad para él y los suyos. Quiero saber cómo se las arreglará Vinicius para salir de esta, que parece que se le dan muy bien esa clase de enfrentamientos, al igual que también deseo saber qué tipo de charla tendrán el policía veterano con el novato. Se siente como si lo que estuviera haciendo no fuera aleatorio, sino premeditado, y quizá es una forma de protegerse en ese mundo tan lleno de delincuencia. Quizá, su accionar tan raro en el capítulo anterior haya sido por haber visto a algún compañero suyo lanzarse contra la corrupción y morir asesinado. Pero bueno, dije que no diría más predicciones y ya ves que se me escapó una XD. Los momentos de acción fueron bien narrados, y de hecho, se sintieron bastante ágiles para la lectura. No me perdí en ningún momento, y pude visualizar el escenario, sobre todo la parte donde Vinicius parecía estar en un rodeo con el conductor del Chevrolet, que al parecer cayó directo en una trampa a la que este lo estaba guiando. En fin, no sé cuando leeré los siguientes. Mañana no será, y el viernes todavía no sé qué clase de responsabilidades tendré. Asumo que el domingo debería poder hacerlo, pero tampoco puedo garantizar nada. Cuando te lleguen las alertas, ese día será. Saludos.
Uf, después de leerlo entero, para relato de una sola tirada te hubiese quedado inmenso. Se agradeció poder ir leyéndolo en capítulos, se me hizo menos denso. Pero bueno, allá voy con mi crítica. Durante toda la lectura pensando: "con lo fácil que hubiese sido ofrecerle un par de monedas al niño ese por el frasco y nada de esto hubiese pasado". Pero desde luego es hilarante como de algo tan tan tan pequeño se tornó un mogollón de problemas. Me gustan los personajes principales, el humor en historias de este tipo me da la vida, porque se me hace menos tedioso. De verdad que si tuviese que ver pelea tras pelea todo en plan serio, creo que lo hubiese dejado por la mitad. Aunque un par de capítulos fueron bastante serios, no discordaron con el resto del relato. Me alegré cuando el policía novato se cargó al otro, de verdad me moría del asco de lo corrupto y creído que era, como si lo del policía novato estuviese mal, que solamente tenía principios el pobre. Y finalmente terminó siendo bastante más listo de lo que se contaba, ya que fue gracias a que llamó al ejército que se pudo resolver toda esa turba sin sentido. ¡Y menos mal! Me gustó mucho cómo el otro convocó en el Palacio a todos esos pobres diablos, que se creyeron cada una de las palabras que les decía, cuando si te paras a pensar un poco parecía el discurso de un completo loco. Además de que les ofrecía una fortuna que obvio que no tenía y que vamos, sería cuestionable que lo fuese a ganar al menos. Y es que es gracioso pensar que todo esto se inició porque querían hacer ecosferas. De verdad que en algún momento les pareció buena idea ese negocio y perder la cabeza por ello. Delirante. Supongo que tenía muchas cosas que hablar sobre la trama, pero las fui diluyendo al leer todo del tirón. Ya que no me gusta ir comentando capítulo a capítulo algo que ya está enteramente publicado. Prefiero leérmelo todo. El final se me hizo muy gracioso, Gonzales contándole a su pequeño nieto su aventura y la gracia que me hizo que al final, no sabía si lo había contado bien o si se había inventado la mitad. Pero cierto es que resulta muy gracioso pensarlo y no sé por qué, supongo que la historia que tenía que contar el niño algo tenía que ver con alguno de los compinches de Gonzales y los trozos de cristal en los que quedó sumido el triste frasco. En cuanto a narrativa, está bastante bien. Si es verdad, que para mi gusto algunas partes en las que únicamente narrabas escenas de acción, se me hicieron muy tediosas, porque bueno, quizás no sea de mi rollo eso, por eso puede que fuese así. También hay partes en las que priman muchísimo las comas y los puntos brillan por su ausencia. No sé si fue algo deliberado, para darle urgencia a la narrativa o si fue simplemente descuido. La ortografía y gramática está fundamentalmente bien, pero bueno, tienes algunos dedazos por ahí, que no dificultan la lectura pero sí llaman la atención. Pasé de señalártelos porque principalmente llenaría esta crítica de citas y creo que tampoco es algo tan grave. Pero bueno, si algún día gustas de revisarlo, estaría bien. Y nada, la historia me gustó bastante, fue muy entretenido de leer y bueno, me gustaría leer más cosas de tu autoría en el futuro para ver qué más eres capaz de hacer. En fin, un gusto leerte y nada, sigue escribiendo y mejorando. ¡Un saludo y nos leemos!
Muchas gracias por leer la historia, y me alegro mucho de que haya sido de tu agrado. Se me hace curioso como tuve al mismo tiempo un lector con preferencia por la seriedad y la acción por sobre la comedia y una lectora con preferencia por la parte de humor y que se le hacía tediosa la acción. Un buen recordatorio de que no se puede contentar completamente a todo el público, pero que al mismo tiempo no les impide disfrutarlo en general. Quisiera decir que lo del uso extraño de puntos y comas es intencional como sugieres para no quedar tan mal, pero la triste verdad es que simplemente no los se manejar bien. Completamente error mío. Y los dedazos también, intenté encontrar la mayor cantidad posible revisando varias veces antes de publicar, pero siempre se me escapan. Un saludo! PD: Me llama la atención que ambos de los lectores que tuvo esta historia hasta ahora interpretara lo del interés de Gonzales por las ecoesferas como ganas de hacer un negocio XD. Creí que se daba a entender que simplemente quería tener un nuevo hobby, o esa era la idea.
Saludos. Aquí estoy, como prometí. Quería leerme los tres capítulos y terminar, pero uno de los vecinos puso música a todo volumen y no me permite concentrarme adecuadamente. Por eso mismo, me toca comentar nada más los capítulos 5 y 6. El 7 queda para hoy a la noche si puedo o sino, será mañana. Pero bueno, vayamos al lío. Tengo que decir que la batalla llegó a niveles insospechados. Caballos, un futbolista, un duelo, una caña de pesca, es como si la gente hubiera salido con lo que tenía a mano a la cacería del frasco XD. Todo fue caótico. Casi que no hay por donde salir con vida de aquel lugar. Con lo habilidoso que era Tay, creo que es un desperdicio que él arriesgue su vida en la cacería de un frasco, siendo que podría aprovechar ese talento tanto para jugar al fútbol en la calle, o bien, ser una especie de artista marcial (no sé si el tae kwon do o la capoeira son considerados artes marciales, pero bueno XD) para poder ganarse la vida honradamente. Me siento mal por el caballo, que seguro algún susto se habrá llevado en el proceso de esquivar auto tras auto. Al final, Vinicius era demasiado fuerte incluso para todos los que le vinieron uno a uno. Esto me hace preguntar, ¿por qué perdían tiempo compitiendo contra Gonzales y su banda? Ya con su fuerza, lo único que le bastaba era desarmarlos o incluso llegarles por la espalda y podría liquidar a la competencia. Me cuesta mucho imaginar que Gonzales y su banda, el cualquier tiempo, le hubieran dado problemas a Vinicius, incluso estando solo. Creería que siempre que competían, era este último el que ganaba, y que siempre que tenía la oportunidad, los dejaba librarla con vida dado a que le era satisfactorio ver a alguien morder el polvo siempre. Pero bueno, su actuación en los dos capítulos fue impecable. Usó sus armas a conciencia y luego batalló uno vs uno contra Sapo, llegando a ser capaz de incluso librarse de unas boleadoras que lo tenían retenido. Yo cuando leí que estaba atrapado, pensé que ese sería el final para Vinicius en la historia, y de no serlo, que alguien lo habría ayudado a desatarse. Pero bien pudo zafarse por su propia cuenta. Honestamente, eso es habilidad. El haber quedado inconsciente lo deja fuera de la carrera por el frasco de cara al capítulo final, pero mejor no asumo nada. Que quizá se pone en modo zombi y se pone a pelear dormido. Por otro lado, se descubre que el policía veterano simplemente no hace nada por la gente de aquel lugar porque, simplemente, no siente nada por ellos. Supongo que sus motivos tendrá, pero no puedo evitar pensar que una cosa lleva a la otra. Se queja de que el chef le hace pasar un mono por cordero, pero si no detiene a los criminales que le asaltan el lugar, su carne de primera será robada y no le quedará más remedio que hacer eso. Quiero decir, no justifica que te venda gato por liebre, pero si le sacan la mercancía, no tiene de otra. Creo que él se toma muy a pecho la existencia de cierta gente para no hacer su trabajo. Si quiere que el sitio cambie, el primero que debía empezar a cambiar era él. Pero se ve que él no lo ve así. Incluso él contribuye a que las cosas se mantengan de dicha manera, puesto a que él frecuenta a una prostituta menor de edad, aparentemente, para pasarla bien. En el momento en el que el novato le propuso un duelo, pude ver que le iba a disparar por la espalda, pero pese a haberlo previsto, fue satisfactorio igual. Al final, aquel policía era peor que ciertos criminales, y el novato empezó con su propósito de limpieza del mundo eliminándolo. Una buena despedida para una mala basura. Muero por saber qué hará cuando llegue al sitio y vea todo ese lío, y que incluso se de cuenta que es por un puñetero frasco. Algo que recomendaría es que dieras algún indicador de que la escena ha cambiado y que son otros personajes los que hablan cuando se haga alguna transición. Me perdí un poco en el cambio de la charla entre Tay y el jinete para luego pasar al policía novato y veterano. Es que no hubo casi nada que revelase que la escena cambió el enfoque y pasamos a ver sus perspectivas, simplemente, apareció sin más. Y fue algo chocante. Se venía repitiendo en capítulos anteriores, pero como el foco eran Gonzales y su grupo, casi que no fue un problema. Pero ahora, con tanta gente llegando de todos lados a protagonizar el battle royale por el frasco, sí se necesitó de algún indicador de cambio. Bueno, eso es todo. Si todo va bien, comento el final esta noche. Caso contrario, asumo que lo haré mañana. Un saludo.
Hola. Paso a comentar el capítulo final. Vaya, así que, Gonzales es quien cuenta la historia a nada menos y nada más que su nieto. Supongo que entonces, las alocadas cosas que sucedieron en el relato, pudieron ser algunas reales y otras no. Siendo otras solamente un producto de la senil imaginación del anciano criminal rehabilitado. No esperaba que Milio pudiera convocar a los policías y militares cercanos para poner punto final a un problema ocasionado por un frasco, pero supongo que puedo aplicar mi propia lógica para esto. Si se quiere un cambio, se empieza de a poco. Seguro él, tras haber arrestado a toda esa gente, pudo traer algo más de orden al sitio. Enhorabuena, porque le venía haciendo falta. Qué más puedo decir. Fue muy entretenido que leer, y las escenas de acción me gustaron, aunque fueron algo difíciles de seguir cuando todo estaba sucediendo sin un poco más de descripción del lugar, principalmente, del campo de batalla donde tuvo lugar el battle royale por el frasco. Respecto a la trama, creo que faltó un cierre para lo sucedido con Vinicius, Sapo y Cabeza, que lo último que supimos de ese último era que estaba siendo atendido y poco más. Quiero decir, está la confirmación de Gonzales de que él y sus dos amigos se volvieron a ver, pero hubiera estado mejor algo más de información respecto a lo que sucedió con esos tres personajes nombrados más arriba. Luego de todas las sorpresas que me dio Vinicius en los capítulos anteriores, me desilusionó un poco que quedara dejado de lado en este capítulo y no se le hiciera siquiera una mención. En fin, al final, con lo que se vio en el capítulo final (los insultos, el hombre del poncho apodado Chaco y su forma de expresarse) asumo que esta historia transcurre en algún lugar de la Argentina. Si bien, hay palabras que yo no he escuchado oírlas decir a otros argentinos, lo cierto es que no conozco el resto del país, así que, quizá si se digan acá y no lo sé XD. En líneas generales, fue un buen relato. Claramente, le hizo muy bien ser dividido. Un capítulo único de 25k palabras habría podido espantar a la gente. Yo admito que si viera eso, lo sentiría casi como muy pesado para leerlo todo de golpe. Y me tendría que tomar un día completo en leer. El capítulo más largo que he leído en este foro tenía alrededor de 17k de palabras. Por lo que, de haberme leído todo en una única sentada, habría roto el record. He encontrado este error, quizá haya otros, pero a estas alturas de la noche, no podría saberlo con certeza. Creería que la palabra correcta es "cedan", salvo que referenciaras a una marca de auto, que no creo que sea el caso. En fin, eso será todo por el momento por aquí. Gracias por invitarme a leer la historia, la he disfrutado. Nos leemos luego :) Chau.
Muchas gracias a ti por leerla, y me alegro que te gustara. Lo cierto es que todo esto comenzó como un simple chiste que creí que sería divertido. "Tres mafiosos intentan robarle un frasco a un niño (sale mal)", junto con, creo recordar, la trama de uno de los capítulos de Billy y Mandy donde también va de que empieza con una tontería y acaba en un caos a escala colosal con muchos involucrados. Fui añadiendo más cosas poco a poco, pero como estaba pensando como una historia corta no pensé en algunos detalles (como el que mencionas de que Vinicius es absurdamente fuerte para los supuestos rivales que tenía). No creo que vaya realmente a escribir una secuela o a expandir esto, pero aún así tengo pensado lore sobre qué ocurrió con varios de los personajes importantes luego de estos eventos. Entre ellos, Vinicius y los compañeros de Gonzales. Si quieres te lo puedo contar, o tal vez prefieras que se quede en tu imaginación, que tampoco es mala idea. Un saludo! PD: No es ningún país real, por cierto. Es solo un montón de estereotipos latinos que fui añadiendo. Tu especulación anterior de toda Latinoamérica unida fue bastante acertada :,p