One-shot El Tormento de Liandry [League of Legends]

Éste es un relato para el concurso de Harrowing. No quiero entrar en Spoilers así que disfruten.

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Cualquier otro día, Lilac Liandry se habría detenido a apreciar la belleza de la luna. El Lunari solía tener la costumbre de escapar de sus deberes durante breves periodos para contemplar a la emperatriz de la noche en el cénit de su gloria.

Y eso era justo lo que hacía aquella fatídica noche de Harrowing hacía ya 10 años. El por entonces joven acólito de la luna no esperaba encontrarse con los temibles espectros que acechaban otros rincones de Valoran, ignorándolos cómo una amenaza lejana.

Se suponía que él estaría patrullando. Se suponía que nada iba a pasar. Pero él no estaba patrullando, y algo sucedió.

Cuando regresó de congraciarse con la Madre Luna, Lilac Liandry encontró que su asentamiento había sido víctima de la niebla negra. Fue testigo de los horrores de las islas de la sombra en carne propia mientras veía cómo su pueblo era arrasado por seres de horror. Seres cuyas carnes se habían vuelto una con la vegetación, jinetes espectrales que conducían carrozas tiradas por tiburones voladores, entidades hechas de oscuridad condensada moviéndose a velocidades de miedo, todas enfocadas a la tarea de mermar las filas de los vivos y aumentar las suyas propias.

Los pocos Lunari que quedaban en el sitio se escondían en busca de una oportunidad para huir, mientras una horda de jinetes espectrales cabalgaba destrozando todo a su paso. A lo lejos, Lilac fue sorprendido por el temible avistamiento de un imponente ser espectral con el torso de un hombre unido al de un corcel. Su brutal voz emanaba autoridad, y algunos de los espectros le obedecían cómo a un comandante.

Él se quedó petrificado mientras veía que el ser mitad corcel cargaba hacia él, lanza en mano, procurando ensartarlo. La sensación de miedo paralizante fue rápidamente reemplazada por el dolor de caer de cara al suelo, un frío metálico en los pies, y una risa demencial y espantosa a sus espaldas.

— Éste es mío — Susurró una voz a sus espaldas.

— Cómo quieras, pero te lo cobraré. — Rugió el general medio corcel en respuesta.

Lilac pasó los siguientes años siendo atormentado día sí y día también por el espectro de un sádico carcelero, cubierto de cadenas y con el rostro embadurnado en un siniestro e innatural fuego de color verde.

Miles de veces recibió latigazos con cadenas de metal. Otras miles, su corazón fue quebrado por presenciar el sufrimiento de las otras presas del carcelero. Pero lo que más le dolía era saber de la noche perpetua que cubría el exterior de aquel lugar, y no poder salir ni una sola vez a contemplar la luna. Ese tormento psicológico de saber que lo que más amaba estaba tan cerca suyo y aún así no podría alcanzarlo se convirtió en un veneno en su corazón. Uno que le causaba incluso más dolor que cualquier otra cosa que el tirano carcelero le pudiese hacer.

Todo el tiempo, el techo de su celda goteaba, cómo un reloj. Su cuerpo, privado de todo sustento, se negaba a ceder del todo, producto de la terrible maldición de las islas a las que fue arrastrado por fuerza. Demacrado y marchito, el Lunari deseó morir con todas sus fuerzas. Rogó a las esencias hermanas de la muerte que viniesen por él con todas sus fuerzas, pero por más que gritaba en su mente, por más golpes que se diese con los límites de aquel lugar donde andaba confinado, sus reclamos sólo caían en los sordos oídos del monstruo que lo mantenía cautivo.

Poco a poco, el sufrimiento se volvió rutina. Con el tiempo, logró soportarlo, al menos superficialmente. Era cómo si adoptase una máscara con la cual proteger lo poco que le quedaba de humanidad. Una máscara a la que se iba aferrando cada vez más, conforme más aumentaba su tormento.

Entonces su carcelero decidió que no sería suficiente jugar con su cuerpo o su mente, y se dedicó a quebrar su alma. Éste comenzó a echar sal a la herida de sus sentimientos más profundos, hasta que un día, Lilac echó a llorar, por primera vez. Y no era un llanto cualquiera, sus lágrimas eran rojas cuál sangre. Su rostro comenzó a palidecer y su cuerpo se endureció hasta que sólo quedó una cáscara vacía. Pero aún no estaba muerto.

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— ¿Tienes algo nuevo? — Pregunta una mujer pelirroja a un tendero.

— Mi mercancía habla por sí misma, Sarah. Mira ésta máscara, traída hace unos días desde las Islas de la Sombra por unos Centinelas de la Luz.

— Interesante, pero no es mi estilo.