One-shot Una Visita Inesperada

Tema en 'Fanfics sobre Videojuegos y Visual Novels' iniciado por Marina, 7 Junio 2016.

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    Marina

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    Una Visita Inesperada
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    Fantasía
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    Este one-shot es para la actividad de Ichiinou: Ayúdame a volver

    Una Visita Inesperada

    La chica se asomó de nuevo por la ventana. Frunció el ceño al ver en el cielo oscuro los relámpagos que anunciaban el principio de la tormenta eléctrica que los meteorólogos habían anunciado esa mañana. Miró el reloj y se dio cuenta que sus padres y hermano tardaban en volver. Los primeros de sus trabajos y el segundo de la universidad, quien había salido de casa tres horas antes para hacer un examen. Volvería pronto, le había dicho él, pero ninguno de los tres había regresado.

    Suspiró y casi de inmediato saltó por un trepidante trueno que hizo estremecer la misma casa, así que cerró las cortinas y fue a sentarse en uno de los sillones que adornaban la sala, pero casi de inmediato se levantó cuando otros truenos más se escucharon. La tormenta se tornaba espantosa. Entonces recordó que su hermano siempre tenía su computadora encendida, al igual que sus dos monitores y si estaba en un videojuego, pues igual la consola estaría en función. Pensó que tantos truenos podían dañar sus aparatos, por lo que decidió ir a desconectarlos, aunque no estaba segura si eso le gustaría a él ya que le tenía prohibido entrar a su habitación y tocar sus cosas. Además según él, no era verdad que en la actualidad se dañaran los aparatos por tormentas eléctricas, pero en serio que ésta era horrible. Así que sin creerle tal afirmación, mejor prevenir que lamentar y fue por el pasillo sin detenerse hasta que llegó a la puerta a la que quería llegar. La abrió para entrar en el preciso momento en que otro rayo caía muy cerca de la casa, la que volvió a cimbrarse mientras ocurría un apagón.

    Genial”, pensó tratando de ver en la penumbra y al acostumbrarse su mirada, se quedó sin aliento, porque ante ella y de la nada, apareció un ser desconocido. Se quedó muda por la impresión cuando al volver la luz, ésta entró por el pasillo iluminando al invasor.

    El ser parecía sacado de una película de ciencia ficción. Un sujeto alto, más alto que ella, embutido en un traje dorado con hombreras, tórax y casco rojos. No le pudo ver el rostro, pero sí una especie de arma que traía en el brazo derecho, muy intimidante porque partía por debajo del codo hasta ocultar la mano; terminando en un orificio por el que supo que debía de salir lo que fuera que saliera de ahí. Entonces fue que encontró su voz para gritar espeluznada.

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    La figura, ignorando su grito, rotó sobre sus pies para observar en torno y ella, aprovechando su distracción, miró un bastón que su hermano había comprado para representar un papel en una obra en la universidad y sin pensarlo siquiera, lo tomó apuntando al visitante amenazadoramente, pero no se conformó con apuntarlo, sino que le propinó un bastonazo en el hombro izquierdo al momento de exigirle con voz temerosa.

    —¡Fuera de mi casa, extraño!

    El golpe del bastón hizo que el visitante se volviera a ella. La joven retrocedió cuando el sujeto levantó el brazo armado.

    —¡No me mates! —le pidió la chica con voz temblorosa—. Si sales ahora mismo de mi casa, prometo que no te delataré a la policía por allanamiento de morada.

    La joven quería salir corriendo de ahí ante la amenaza del arma sobre ella, pero pensó que si se movía un poquito, sí le dispararía, porque el intruso parecía dudar en dispararle o no. Un sonido salió del casco, una interferencia y luego una voz que no reconoció a qué género pertenecía.

    —¿Dónde estoy?

    —¡Pues en mi casa! ¿Vas a dispararme con eso?

    —Pero este no es el planeta Zebes, ¿verdad?

    ¡Lo que me faltaba”, pensó la muchacha, “un loco que se ha escapado del manicomio.”

    —¿Es el planeta Zebes o no? —insistió el del traje—. Tú no eres un pirata espacial.

    —¿Pirata espacial? ¡Claro que no! Ni en las historias que escribo. Soy una terrícola y este es el planeta Tierra.

    ¿Por qué le sigo la corriente a este loco?”, se preguntó ahora, sin saber qué hacer. Ojalá sus parientes llegaran ya... o no, mejor no. Con ella muerta era suficiente.

    —¿El planeta Tierra? ¿Y cómo llegué aquí? —inquirió el tipo bajando el brazo, lo que hizo suspirar de alivio a la chica, quien acercándose un par de pasos, preguntó curiosa. Sin el arma apuntándole cobró más confianza en sí misma.

    —No sé cómo llegaste aquí. ¿De dónde vienes?

    —Ya te dije, del planeta Zebes.

    Y lo dijo con tanta seguridad que parecía no estar loco. Iba a preguntar otra cosa cuando detrás de ella, una sorprendente exclamación se escuchó:

    —¡Oh, por Dios! ¡No lo puedo creer!

    La joven se giró y miró a su hermano, quien dejando caer la mochila al suelo, dio al frente unos pasos como hipnotizado, boquiabierto, lleno de incredulidad y de admiración.

    —¡Samus Aran! ¿Eres tú de verdad?

    ¿Samus Aran? A la hermana le sonó el nombre y cuando lo hubo ubicado, lanzó otra exclamación de estupor. ¿Era en serio? ¿Ese sujeto era esa Samus Aran del videojuego que su hermano jugaba desde que era niño? Pero entonces no era un él, sino una ella. ¿Estaba soñando, acaso?

    —¡Tú me conoces! —dijo Samus acercándose al muchacho, quien salió de su estupor—. Dime cómo es que llegué aquí. Estaba en una exploración cuando de pronto caí como en un agujero y terminé aquí. La fragilita dice que estoy en el planeta Tierra, en su casa.

    —¿A quién llamas fragilita? —reclamó la chica irritadamente ofendida—. Me llamo Esther y de fragilita no tengo nada.

    —Tranquila, Esther —la calmó su hermano—. Desde su punto de vista pues sí eres una criatura frágil. Ella es una cazarrecompensas contratada por la Federación Galáctica y ha combatido a los más rudos enemigos.

    —Entonces tú también eres una criaturita frágil —soltó Esther y su hermano la miró molesto, pero casi de inmediato volvió su atención a su consola de juego.

    Metroid era uno de sus videojuegos favoritos, así que jamás se cansaba de él. Lo había jugado antes de irse a la universidad.

    —¿Tú puedes ayudarme a volver a mi mundo? —Quiso saber Samus—. Es imperativo que siga con mi misión.

    Saúl tecleó el comando y abrió el juego, pero en la pantalla apareció sólo un color negro, sin embargo era sólo en apariencia, porque ya con toda la atención puesta en ella, el joven notó una especie de espiral hecha con líneas intercalas con blanco, pero en su mayoría negras y de esa espiral brotaba una extraña energía.

    —Acércate, Samus —le pidió tecleando de nuevo el comando, acrecentando la espiral que de pronto pareció salir de la pantalla.

    Afuera otro relámpago iluminó el cielo y al momento del trueno, la espiral se alargó mucho más hacia afuera del monitor.

    —¿Sabes por qué se mezclaron nuestros mundos? —preguntó Samus mirando de qué manera el joven movía sus dedos sobre el control y algo, un sentimiento de reconocimiento la sorprendió.

    Ella, de alguna manera se sintió parte de él, como si lo conociera de mucho tiempo atrás. Como si él fuera su mejor amigo. Esa fue la sensación.

    —No —respondió Saúl mirándola con enorme cariño—. No lo sé, pero supongo que la tormenta eléctrica tuvo mucho que ver y algo que tú hiciste en Zebes. ¿Recuerdas qué hacías antes de llegar aquí?

    —Exploraba un túnel convertida en morfósfera.

    —Pues necesito que te enrolles y debes hacerlo ya, antes de que termine la tormenta eléctrica aquí. ¿Puedes hacerlo?

    —Puedo hacerlo.

    —Bien. Hazlo pues y luego te arrojas contra el monitor. Si puedes hacerlo cuando relampaguee de nuevo, mejor.

    —¿Seguro?

    —Casi. Nada se pierde con intentarlo.

    Samus Aran asintió. Esperó a que los hermanos salieran del cuarto, levantó la mano izquierda para decir adiós y en el preciso momento en que hubo otro relámpago, ella actuó enrollándose. Desde el pasillo, los chicos miraron un destello de luz que los deslumbró por un momento y luego en medio de ésta, vieron a Samus lanzarse en medio de la espiral que la recibió llevándosela.

    —¿Funcionó? —interrogó Esther entrando primero a la alcoba que había quedado en penumbras.

    Saúl la siguió y miró el monitor. Ahí estaba de nuevo Samus congelada en la pantalla, en espera de que él tomara el comando para seguir con el juego. Él mismo la había dejado como morfósfera. Con la emoción del encuentro con uno de sus personajes más amados, había olvidado en qué había dejado el juego. Miró ahora a Esther, quien sonrió con una pequeña sonrisa llena de incredulidad.

    —¿Soñamos esto, Saúl? —inquirió dirigiéndose a la puerta.

    Mientras escuchaba la respuesta de Saúl, se dio cuenta también que sus padres habían llegado a casa.

    —Sí, Esther. Quizás lo soñamos y fue un sueño muy, pero muy bonito.

    Ella asintió y fue a recibir a sus padres. Algún día le contaría a alguien su experiencia.

    F i n
     
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