Song-fic No Logic

Tema en 'Vocaloid' iniciado por Ruki V, 3 Enero 2021.

  1.  
    Ruki V

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    Escritora
    Título:
    No Logic
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Poesía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2190
    Aloh uvu
    Este songfic contiene la traducción de algunos versos de la canción No Logic, así que, pues, les dejo el link.
    Me disculpo moderadamente por el género y la clasificación, tal vez no son super apropiados, pero bueno (?)
    Saludos y gracias por pasarse a leer este escrito.


    En un par de semanas, oficialmente mi tercer semestre de preparatoria habrá finalizado.

    —Hey, Luka— levanté la vista de mi libro y vi a Miku sonriéndome desde la entrada a la biblioteca de la escuela. —¿Aún no vas a casa?

    —No, quería quedarme a estudiar para mañana.

    —¿No sería más cómodo estudiar en casa en casa? La biblioteca además es fría…

    —Me concentro un poco mejor aquí, y el frío es lo que más me gusta de diciembre.

    —Bueno… te dejo. No te sobre-esfuerces. Santa Claus también da regalos a chicas de 80s.

    La despedí con la mano, sonriendo, y después regresé mi mirada hacia mi libro. Con todos los exámenes hacía lo mismo: siempre y cuando hubiera gente haciendo actividades extra curriculares en la escuela, había también personal, y por lo tanto se me permitía estudiar en la biblioteca. Me gustaba tener el mayor silencio posible para darle una leída a mis temas de estudio, escribir un resumen, leer el resumen y escribir más notas cortas de los temas.

    Siempre ponía todo mi esfuerzo en mis estudios, muchas veces sacando altas calificaciones.

    Sin embargo, por mucho que estudiara, había veces en que los exámenes simplemente podían más que yo. Al momento de estar respondiendo preguntas, ya fuesen de opción múltiple, de completar oraciones, de respuestas tipo ensayo, de relacionar conceptos con definiciones: simplemente no me podía concentrar. Lo mínimo que he sacado todo el tiempo es un 80, cuando de verdad mi mente no da para el 90 o 100, por más que intente.

    Claro que, incluso si en ocho de cada diez exámenes tengo la calificación más alta de la clase, mis padres siempre les han puesto más atención a los dos en los que no me destaco.

    ¿No es suficiente con estar por encima del promedio? ¿No está bien ser lo suficiente?

    Por lo visto, de acuerdo a mis padres, la respuesta es “no” par a ambas preguntas. Siempre me han dicho que si puedo hacer más, haga más; que si puedo esforzarme más, me esfuerce más. Tengo 16 años y mi única responsabilidad es estudiar: por lo tanto, cualquier otra cosa pasa a ser menos importante que mi rendimiento académico. En periodo de exámenes, de verdad esperaban verme estudiar, estudiar y estudiar, casi como robot pre-programado.

    ¿No debería dormir si estoy cansada? ¿No está bien un descanso de vez en cuando?

    Por lo visto, de acuerdo a mis padres, la respuesta es “no” par a ambas preguntas, también. Creo que me exigen demasiado, pero sé perfectamente que lo hacen por mi propio bien, ya que buenas calificaciones pueden abrirme las puertas, teóricamente, a un buen trabajo; y un trabajo puede hacerme ganar dinero que, supuestamente, me daría una vida perfecta.

    Pero, a veces pienso que… No hay forma de vivir una vida perfecta.

    Y a veces pienso que… Realmente no quiero vivir una vida perfecta.

    Pienso que quiero ser yo misma.

    Me puse a pensar en todo esto en medio de mi lectura, y cuando me di cuenta decidí poner un separador en medio de las páginas en las que supuestamente estaba leyendo, antes de ponerme de pie para caminar por la biblioteca. Necesitaba tomar un descanso, y esa era una de las razones por las cuales me gustaba estudiar en la escuela cuando era posible. Ese día era posible porque mis padres estaban fuera de casa y no volverían hasta muy tarde, por lo que no se enterarían a qué hora volvería yo: pretendería que estudié en casa, claro.

    La biblioteca estaba completamente vacía, pues la encargada ya varias veces me había permitido estudiar completamente a solas, a sabiendas de que era buena alumna tanto en calificaciones como en comportamiento. Se lo agradecía mucho, porque en mis descansos me permitía a mí misma explorar los libreros y contemplar los libros que podría leer en mi tiempo libre, si mis padres no pensaran que era una pérdida de tiempo. Porque la biblioteca de la preparatoria no solo contenía libros escolares, sino material de literatura juvenil, de géneros como romance, fantasía, ciencia ficción, misterio, horror, poesía. Mis padres creían que era de mayor provecho leer acerca de ciencia, historia, salud, y cosas que fueran de provecho, que contribuyeran a mis conocimientos. Leer por gusto no les parecía algo útil.

    Y así, sin querer, tratando de no pensar ni en mis padres ni en mis estudios durante mi descanso, no podía evitar volver a ello. Sacudí mi cabeza, como si literalmente pudiera quitarme de encima esos pensamientos, y continué caminando despacio entre los libreros, pasando mis dedos por encima de los pequeños letreros que señalaban las secciones. Y fue entonces cuando me llamó la atención una sección al fondo a la que no había prestado atención antes: “Religión y espiritualidad”. Me parecía curioso, porque incluso si estudiaba en una preparatoria privada se suponía que debía de ser una institución laica. ¿No contaba si los libros estaban simplemente para que los leyera quien quisiera, sin que nos obligaran? Nunca hubiera imaginado, aun así, que tendrían libros al respecto en la biblioteca escolar.

    Mis padres no son particularmente religiosos, y yo tampoco: sin embargo, me pregunté qué pasaría si, sin ver, pasaba mi dedo índice por encima de aquellos lomos, de lado a lado, y sacaba uno al azar para ojearlo. No es como si fuera a leer una biblia, era solo curiosidad.

    Y el azar escogió un título muy interesante: “Dios nunca parpadea”. Parecía casi hasta ser amenazador, si no te detienes a pensar que básicamente nos dicen lo mismo de Santa Claus cuando somos niños. Pero en la parte inferior de la portada, algo parecido a un subtítulo explicaba que aquel libro contenía “50 lecciones para las pequeñas vueltas que da la vida”. Eso sonaba mucho más profundo de lo que esperaba; tal vez porque estaba pensando más en lo religioso que en lo espiritual. Por un momento incluso me acobardé de ojear el libro.

    En su lugar, decidí echar un vistazo a la contraportada para leer la sinopsis primero.

    «Relatos inspiradores, conmovedores y sabios que ayudarán a jerarquizar tus prioridades, vivir con optimismo, enfrentar con fortaleza los problemas y descubrir la alegría de la vida. Cada capítulo invita a la reflexión con palabras llenas de sabiduría, verdades universales, consejos para valorar los momentos felices: La vida no es justa, pero aun así es buena... »

    El primer “consejo” por sí solo me parecía demasiado pesado, pero la verdadera sorpresa llegó a la mitad de la lista, haciéndome dejar de leer, deteniéndome en seco. Me parecía bastante interesante aquello: “Puedes enojarte con Dios, Él lo resiste” decía. Por alguna razón, esas palabras hicieron que mi curiosidad le ganara a mi miedo, y decidí leer el relato que llevaba aquel título. Cuando estaba por terminarlo, algo llamó mucho mi atención.

    «Fue entonces cuando enloquecí. Pegué con mis puños. Maldije. Me subí al auto y fui a dar una vuelta. Grité todo mi odio y enojo hacia toda la gente que me había abandonado y lastimado. Cuando terminé, me di cuenta de que no era mi jefe o mi papá o mi mamá o las monjas o ninguna figura de autoridad del pasado. Era el número uno quien me hacía enojar. Todo lo demás se lo eché a Dios. Lo maldije para arriba y para abajo e incluso lancé la bomba de las groserías. Repentinamente, sentí algo extraño que se apoderaba de mí.

    Paz.

    Debajo de todo ese enojo había una calma profunda.

    Debajo de esa pila de resentimiento, estaba el amor de Dios.

    Sentí una luz interior que me calentaba, como si Dios estuviera sonriendo y dijera:

    —¿No te sientes mucho mejor ahora?

    Empecé a reír. Dios quería que descargara el basurero que yo había llevado a cuestas durante años para que pudiéramos acercarnos.»


    Antes de que me diera cuenta, estaba sentada en el suelo, recargada contra el librero del que había tomado el libro, simplemente observando las palabras impresas en aquel libro, ya sin leerlas. Me quedé muy pensativa, pero al mismo tiempo en blanco, dejando el libro abierto sobre mi regazo. Entonces, ya que no había abierto demás el libro, las páginas empezaron a moverse como a punto de cerrarse, de pronto mostrándome el índice.

    Ya que la contraportada no enlistaba las 50 lecciones, decidí leer el índice, hasta la 19.

    “Un escritor es alguien que escribe. Si quieres ser un escritor, escribe.”

    Intrigada, decidí leer por lo menos la última página del relato.

    «¿Cómo no escribir? Esperar hasta tener hijos. Esperar hasta que a tus hijos les salgan los dientes, terminen la temporada de futbol y se vayan a la universidad. Esperar hasta tener dos horas de tiempo ininterrumpido para escribir.

    Esperar hasta dejar de fumar, dejar de beber o encontrar la bebida adecuada y estar completamente borracho.

    Esperar a que tus hermanos se muden y tus padres mueran. Esperar a encontrar al amor de tu vida. Esperar hasta que el divorcio sea definitivo.

    Esperar hasta irte de vacaciones. Esperar a que las vacaciones se acaben. Esperar a retirarte.

    Esperar hasta encontrar tu musa. Esperar hasta sentirte inspirado.

    Esperar hasta que el doctor te diga que tienes seis meses de vida.

    Después morir, con todas las palabras acumuladas en tu interior.»


    Mis padres me alentaban enormemente a meterme a concursos de escritura organizados por la preparatoria: no creo que sepan que de verdad quería hacerlo, por mero gusto, no por créditos extra para la universidad ni nada parecido. Pero no importaba que lo supieran, solo que me dejaran hacerlo. Escribir, casi sobre cualquier cosa, realmente me hacía muy feliz, me relajaba, me distraía al mismo tiempo que hacía algo relativamente productivo.

    Entonces, dándome cuenta de lo mucho que quería todo eso en ese momento (incluyendo hacer algo relativamente productivo si puede considerarse productivo para mi “espíritu”), decidí ponerme de pie y regresar a la mesa en la que estaba estudiando, abrir mi libreta en la última hoja en blanco y escribir en ella. Lo primero que se me viniera a la cabeza.

    Y escribí. Casi como si fueran notas de lo que aprendí leyendo aquel libro, pero no.


    «Dios. ¿Puedes leer mi escritura?

    Porque, quiero que sepas que, incluso si tu no lo deseas…

    Quiero reír cuando esté feliz,

    y quiero llorar cuando esté triste.

    Siempre vivir mi momento, eso es lo que quiero hacer.

    Nadie puede nunca regresar a un momento una vez que ha pasado,

    y seguramente eso me traerá arrepentimientos.

    Con estos sentimientos que tengo ahora, deseo caminar mi propio camino.»


    Cuando terminé de escribir esa última línea, me di cuenta de que era verdad.

    Deseaba caminar mi propio camino.

    Deseaba decidir mi destino. Anhelaba no tener que seguir los pasos cuidadosa, estricta y meticulosamente trazados por mis padres para que yo pudiera tener una “vida perfecta”. Ansiaba hacerles saber que quería leer novelas juveniles, que me gustaba escribir, que esperaba que no lo consideraran algo “inútil” y que en el fondo de mi corazón contemplaba una carrera relacionada con las letras.

    Entonces abrí los ojos. No me había dado cuenta de que los había cerrado; que había soltado la pluma y me había llevado las manos a la cabeza. Que tenía ciertas ganas de llorar. Cuando lo noté, me detuve a respirar hondo antes de recoger mi libro, libreta y lapicera para meter en mi mochila e irme.

    Sin embargo, cuando tomé mi libreta para cerrarla, de ésta cayó una hoja de máquina que estaba doblada por la mitad. No recordaba qué era, pero cuando la desdoblé recordé que era el inicio de un borrador bastante corto de un escrito para un concurso de la escuela.

    «“Hacer sólo las cosas que quieres hacer, y deshacerte de las que no quieres hacer…

    Que todos vivan así… no es posible, ¿o sí?”»



    Tal vez no es posible para todos.

    Pero… ¿de verdad es imposible para mí?
     
    Última edición: 5 Enero 2021

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