Los muertos nada deben a los vivos Lilas y violetas mojadas Tus huesos son mi amuleto Cariño y calor de mi corazón. Los errores de los muertos viven, como los fantasmas Pero, ¿qué gritos puede escuchar tu rostro de pergamino? Nada, la nada Vacío terrible que asola el anhelo de nuestros días. ¡Qué suerte tienen los muertos! Nada temen, nada deben La perpetuidad ofrece la máxima corona Lo eterno que no puede convertirse en polvo La muerte es benévola en su impávida soltura Lo definitivo es ineludible Naturaleza misma del fenómeno de la ontología ¿Para qué desgarrarme a jirones las mejillas, si puedo caminar de la mano con tu sombría compañía? Que guardo en un papelito doblado en la cajita de mi pecho Para abrirlo cuando quiera recordarte Es mi agridulce placer masoquista. ¡La muerte es la sublimación perfecta! ¡Los muertos no clavan puñaladas! ¡Los muertos no te escupen en la cara! Al menos no más Que con su risa final. No tienes que caminar por el mundo sabiendo Que no estar es decisión confirmada Pero, ¡oh, los vivos! ¡Qué terror más absoluto! ¡Qué hemorragia caliente que me raspa! Qué martirio constante el saber Que mirándome a los ojos me clavas la puñalada Y me dejas regresar a casa Arrastrándome ensangrentada ¡Qué pavor con esos fantasmas! Más lejanos que los muertos Más cínicos que la estupidez que arrebata Las almas de los difuntos. Espectros traicioneros, inalcanzables Inconectables Figuras de arena al final de los pasillos Tu silencio elegido y voluntario Es tortura para mis pobres manos. Ausencia, odio y descuido La torre de babel de las mentiras mal intencionadas Con qué sonrisa tus dientes Permiten que profieras engaños ante mi vista velada. ¿Cuánto pesa la sangre? Ligera como el aire cuando me das la espalda. ¡Muerte es mejor! Qué suciedad repugnante Enturbiando el agua Veneno de mi lengua viperina, que si pudiera, te mataba.