Long-fic La hija del mal

Tema en 'Vocaloid' iniciado por Al Dolmayan, 18 Octubre 2012.

  1.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    0.o Pobre Gomu!!! Era tan joven!! Tenia una vida por delante!! Ok, vasta de drama.
    Me hace realmente feliz tu temprana publicación, yupi! Fue triste el hecho de la muerte de Gomu, pero eso solo traera consigo el inicio de la revolución, que bueno que Meiko ya apareció y con ella los planes para terminar con el reino, el unico incentivo que falta en la guerra con el pais verde y de inmediato comenzará todo el revuelo! Aunque esa muerte nos dejará la muerte dew Miku muajaja... cof, cof, lo siento se me escapan las verdades cuando me dan felicidad XD!
    En general, me pareció un capitulo muy bueno y que te deja con ganas de más, así que le ruego a Dios que estes de humor más seguio. Felicidades y espero la conti :)
     
  2.  
    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    Título:
    La hija del mal
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    8637
    Creo que este es el capítulo que tanto esperabas sangoasakura !

    Capitulo XX​
    “The Servant of Evil”​
    -Todo por ti lo haré, incluso ser malvado…-​
    “Ya han pasado dos meses desde la ejecución de Gomu en la plaza publica y de la revuelta provocada por varios pueblerinos molestos por la misma. La vida no ha sido fácil en el Reino Amarillo a partir de entonces.”
    “Los pueblerinos en su mayoría se volvieron más hostiles con los funcionarios encargados de cobrar los impuestos, cuando se presentaban en sus casas, eran recibidos con palos y piedras. Muchos de esos funcionarios resultaron heridos, por lo que hizo falta la compañía de la milicia para que pudiesen hacer su trabajo con suma tranquilidad, o al menos eso es lo que pensó Misawa. En verdad, esto solo volvió mas violenta la situación, pues cuando algún súbdito intentaba agredir a nuestro servidor, los soldados le atacaban, provocando que los vecinos del barrio salieran a la defensa de su colega y se iniciara una lucha que podía durar desde minutos hasta días.”
    “Esto trajo como consecuencia una reducción al dinero que la corona recibía del pueblo, pues así resultaba imposible cobrar los impuestos y, como Misawa había dado la orden de arrestar a todos los alborotadores, la población comenzó a descender y con ella el dinero que se obtenía cada semana con el impuesto, sin mencionar como el calabozo empezaba a llevarse. Esto molestó en gran medida a la reina Rin, quien estaba preparándose para atacar al País Verde, pero los preparativos se retrasaron por la falta de recursos para comprar armamento, pero claro, no es que le faltara dinero al palacio, sino que la reina no quería gastar de su fondo personal para obtener armamento.”
    “De algún modo, mi reina se las arregló para convencer a los nobles del reino a hacer una aportación a los fondos para la guerra contra el País Verde, prometiéndoles a cambio repartirles las tierras conquistadas y darles cargos de poder en aquella región. Los ambiciosos nobles, motivados por las ofertas de la reina, accedieron a contribuir a la guerra y le entregaron unas cantidades de dinero superiores a las pedidas por Rin, quien al tener los recursos suficientes, no dudó ni un segundo en armar a sus tropas para invadir el lejano País.”
    “A decir verdad… eso ocurrió esta semana, el lunes. Hoy es viernes por la noche, pasa de las ocho y estamos en un barco de guerra cerca de las costal del País Verde. El ataque está por comenzar, sólo esperamos la llegada de los espías que ha mandado el Misawa a vigilar al príncipe Kaito. Una vez confirmada su ausencia podremos atacar… y yo, bueno… me encargare de matar a la chica que hirió a mi reina.”
    -¡Megurine! Más vale que ya estés listo muchacho.- rugió la voz de Misawa repentinamente, espantando al sirviente que se encontraba tranquilamente sentado mientras escribía en su diario.
    -Lo estoy general, lo estoy- respondió Len tratando de calmarse. –Pero, tenía entendido que debemos esperar a los espías.
    -Ya llegaran niño, no tengas duda de ello.- dijo Misawa sentándose frente a él. Lo miró curioso uno segundos, luego el diario y de nuevo al chico. –¿Que estas escribiendo?
    -Es mi diario general.- respondió Len con voz seca, Misawa y él no se llevaban para nada bien.
    -Claro… Supongo que cuestionas la decisión de la reina por mandar atacar este reino.
    -No voy a caer en su truco, general. Además, sabe que soy incapaz de conspirar contra mi reina y apoyo todas sus decisiones.
    -Una elección inteligente, Megurine. Pero te estaré vigilando, tu hermana siempre dio problemas y no dudo que tú seas igual.
    -Busque todo lo que quiera, no me encontrará ni la mínima muestra de traición.- dijo Len con firmeza, quien cerró su diario de inmediato y mirando con dureza a Misawa, se levantó de la mesa. –Deje de dudar de mi, el que ambos no podamos llevarnos bien no significa que debamos atacarnos.
    -Eres tan listo y rebelde como Luka. De no ser protegidos por la reina, ya los habría matado- comentó el general levantándose de su asiento. –Pero por otra parte, son fieles a su reina. Es bueno tenerlos de nuestra parte, así alguien hace nuestro trabajo sucio- agregó esbozando una malévola sonrisa en su cara. –No quiero fallas Len, ya sabes que tienes que hacer.
    Sin decir más, el general Misawa se dio la vuelta y se fue del camarote. El joven sirviente permaneció en silencio total, con la mirada clavada fijamente en la puerta como si esperara el regreso del líder militar. Siguió así unos segundos, hasta que despertó de su transe y volvió a sentarse. Sus ojos permanecían clavados en la puerta. Al cabo de unos minutos, Megurine se levantó de nuevo, tomó su diario y dirigiéndose a su cama, lo dejó sobre una mesita donde también estaban los restos de un plátano. Dio un suspiro y caminó hacia el guardarropa, mismo que abrió. El mueble era ocupado solo por un traje limpio y una pequeña bolsa negra. Len la tomó y sacó su contenido. Una daga.

    Era de noche, la luna brillaba en un vistoso cuarto menguante sobre un despejado y oscuro cielo cubierto de estrellas. El océano se mantenía igual de negro, reflejando en si mismo los luminosos cuerpos celestes, dando la impresión de un cielo sobre el otro. A varias leguas, a una distancia suficiente para esconderse de la vista de cualquiera en el País Verde, los barcos del ejército del País Amarillo esperaban pacientemente la llegada de los espías. En total penumbra, iluminados solo por la luna y meciéndose con la corriente del agua, los navíos permanecían en silencio total. En cubierta, los más ansiosos eran sin duda Len y el general Misawa Kurogane, quienes constantemente volteaban al territorio de País Verde o del mar, para buscar con su mirada a los espías encargados de vigilar al príncipe Kaito.
    Tuvieron que pasar varios minutos que parecieron horas, para la llegada de los espías. En un reducido bote de remos, cinco individuos vestidos como campesinos comunes del País Verde se dirigían a los enormes buques de guerra, deteniéndose a un lado del principal, donde Misawa y Len les esperaban ansiosos. Los marineros de inmediato arrojaron una escalera de cuerda para que los espías pudiesen subir a cubierta y tras identificarse presentaron su informe.
    -¡Señor! Hemos inspeccionado en su totalidad el territorio del Reino Verde.- comenzó a hablar uno de los espías.
    -Muy bien, lo escucho capitán. Capacidad del enemigo para responder a nuestro ataque.
    -Nula general. En este reino carecen del debido armamento para responder a nuestra agresión. Les venceremos en cuestión de minutos. Pero tienen mucho campo abierto, será fácil que los pueblerinos huyan.
    -Eso no es ningún problema, usaremos a los jinetes.- respondió Misawa de inmediato. -¿Qué hay del príncipe Kaito?
    -El príncipe Shion no se encuentra en este lugar señor. Lo buscamos a la mansión Grygera, pero no se encontraba ahí, igual fuimos a los muelles, pero su barco no apareció. Algunos comerciantes confirmaron que el príncipe abandonó el reino hace unos días.
    -¿Y no hay fecha para su regreso?
    -Se rumora que es mañana a primera hora. Si vamos a atacar, debemos de hacerlo rápido, mi general.
    -Perfecto, simplemente perfecto- dijo Misawa con una sonrisa. –El príncipe Shion se encontrara con una grata sorpresa al volver a este lugar. Sabrá lo que es negarse a la reina Kamui Rin.
    -¿Qué paso con la chica?- intervino Len. Se sentía asustado y nervioso como nunca antes, pero trataba de hablar con firmeza. –Con Hatsune.
    -La carta fue entregada. Hatsune estará en el punto de reunión a la media noche como lo ordeno el general.
    -¡Excelente! Estamos listos para atacar entonces.- dijo Misawa a Len. Se volteó con sus soldados y con voz potente comenzó a dar ordenes. –Preparen las armas, quiero todos los cañones listos; capitán Dao, prepare a sus jinetes y acérquense a los muelles. No quiero prisioneros, maten a cuantos puedan, no se toquen el corazón. Y tu Megurine- dijo ahora dirigiéndose al joven sirviente. –Ya sabes que hacer. Tendrás dos minutos exactamente, solo dos.- mencionó mientras le entregaba al chico un reloj de arena. –Si para entonces no la has matado, reza para que no te pegue una bala; atacaremos cuando esos dos minutos se acaben.
    -Entendido general, no debo demorarme.
    -Exacto. Y una cosa más. Deja el cuerpo abandonado en el punto de reunión, yo pasare más tarde para cerciorarme de que cumpliste con tu misión. Y si no veo el cadáver de esa chica- se acercó al oído de Len lentamente, para susurrarle algo. –Tu hermana pagara ese error.
    El general se alejó despacio de Len, sin quitarle su ya acostumbrada e intimidante mirada hasta entrar a su camarote. El joven sirviente simplemente dejó salir un suspiro.
    -Es difícil tenerlo como superior.- dijo el capitán. –Así es trabajar para él a diario.
    -¿Acaso entrenan para soportarlo?
    -Deberíamos hacerlo. A veces Misawa es insoportable.
    -¿Como pueden trabajar con esas amenazas y gritos todo el tiempo?
    -Las ignoramos la mayoría del tiempo, es el único modo de poder estar ligeramente tranquilo.- decía el capitán mientras se acercaba al borde del barco y baja el primer escalón de la escalera de cuerda. –Andando Len, que el tiempo no será amigo esta noche.
    -Lo sé…- respondió con tono melancólico el sirviente de rubios cabellos. Siguió al capitán y bajaron juntos por la escalera de cuerda hasta llegar al pequeño bote de remos que los llevaría a las playas del País Verde. –¿No se supone que me darían un bote solo para mi?
    -Me temo que ya no Len. Misawa cambió de opinión al percatarnos que un bote de remos se perdió en el viaje.
    -¿Un bote perdido? Tal vez estaba mal amarrado.
    -Si, es posible. Cosas así pasan seguido, pero para Misawa un error significa el fin del mundo.
    -Que exagerado.- comentó Len. Rápidamente se aclaró la garganta y cambio de tema. –Capitán, ¿usted está de acuerdo con todo esto?
    -Nunca he estado de acuerdo con el general, seguro sabias eso.- comentó mientras sus manos tomaban los remos. –Pero no puedo hacer mucho; a la menor muestra de rebeldía, manda a cortarte la cabeza.
    -Menos mal que no es el rey… aunque se comporte como uno.
    -Bueno, ¿que esperabas? Pasó buen tiempo como tutor de la reina, es normal que se sienta por encima de ella, y aun peor, que puede mandarla.- decía el capitán mientras el bote se alejaba del barco. No podía alejar la mirada del camarote de Misawa, temiendo que éste escuchara sus palabras.
    -Es increíble ese sujeto. Recuerdo cuando le enseñaba a ser reina… no han cambiado mucho las cosas; ella sigue consultando todo con él.
    -Bueno, todo el ejército sabe que Misawa es quien tiene la última palabra. Es más poderoso que todos los consejeros juntos.
    -Capitán, dígame la verdad. ¿Misawa la metió la idea de este ataque a la reina?
    -No puedo confirmarlo muchacho, pero dicen que Misawa había planeado esto incluso antes de que la reina diera la orden.
    Len quedó mudo, desde ese momento y por el resto del trayecto, a pesar de los intentos del capitán por hacerlo hablar. Pero la mente del chico estaba perdida en sus pensamientos, pues ahora, varias cosas tomaban sentido, como el repentino cambio de humor de Rin, o la rapidez con que se coordino el ataque al País Verde.
    Cuando se dio cuenta, el bote se detuvo en la playa del reino Verde, en un punto escondido a la vista de los pueblerinos.
    -Bueno, hasta aquí llego yo. Ahora todo depende de ti muchacho.
    -Gracias capitán.- agradeció Len mientras se bajaba del bote. Con la vista inspeccionaba el lugar, verificando que ni una sola persona los estuviese observando a la distancia. –No sé si podre lograrlo- agregó con voz nerviosa. –es la primera vez que haré algo así y me da miedo.
    -Se como te sientes, es difícil la primera vez. Solo debes armarte de valor y atacar, como si tu vida dependiera de ello.
    -Se dice muy fácil… ¿Y si fuera la vida de alguien mas?
    -Con mayor razón Len, con mayor razón.
    Len se alejó del bote, con las palabras del capitán aun resonando en su cabeza. Por más que quisiera salvar la vida de Miku, esto el sería imposible, pues de no asesinarla, Misawa no solo se encargaría de hacer ese trabajo, sino también de matar a Luka y hacerle quedar mal con Rin. Poco a poco, el sirviente se alejó de la playa para introducirse en los bosques del País Verde.
    Durante se camino, no podía dejar de admirar la gran cantidad de vegetación y fauna presente en el área, tan solo en ese pequeño trayecto ya había identificado al menos a quince animales y treinta plantas distintas, pero no podía evitar sentir pena por tan bellos lugar que sería destruido en menos de dos horas.
    Su andar siguió sin un aparente rumbo hasta que logro ver la imponente mansión Grygera, hogar del consejero más importante del Reino Magenta y también, de la primera victima fatal del próximo ataque. Len se alejó de esta con suma precaución, pues era bien sabido que Axel Grygera solía tener un buen número de guardias en su propiedad, aunque nunca se ha sabido bien el porqué.
    El largo camino de Len lo llevó a aproximadamente un kilometro de distancia de la mansión; donde se encontraba el punto de reunión. En medio del bosque, un gran claro iluminado por la luz de la luna sería el lugar donde Miku daría su ultimo suspiro y Len se encargaría de llevárselo. Sentándose en un tronco, el joven sacó de nuevo la daga y se entretuvo jugueteando con esta, haciéndola girar en sus manos y clavándola varías veces en su asiento.
    Los minutos pasaron como si fueran horas, y Len no sabia que hacer con su impaciencia; tratando inútilmente de distraerse dando vueltas por el pequeño claro a al luz de la luna, observar la nula actividad en la mansión Grygera o solo sentarse y esperar a que algún animal se le acercara. Cuando su mente ya no pudo encontrar con que más distraerse y el asunto de Misawa se había vuelto repetitivo, el sirviente se tendió en el pasto, dominado por el sueño que casi le provoca dormirse. Sin embargo, las repentinas campanas de la iglesia local lo hicieron estremecerse violentamente entre las hierbas, asustando a algunos insectos que salieron volando. Len se levantó de inmediato y esperó a escuchar el resto de las campanadas. En total fueron doce, confirmando lo que temía, ya era de media noche y la tal Miku no aparecía. Sin más opción, el joven sacó de la bolsita donde guardaba la daga el pequeño reloj de arena que Misawa le había entregado en el barco y lo colocó en el tronco. Los dos minutos comenzaban a correr.
    La arena del reloj bajaba aprisa, en especial para los ojos de Len que no podía elegir si mirar entre los arboles o hacia el mar; su cabeza no para de girar de un lado a otro, sin dejar de revisar cuanto tiempo le quedaba. Faltando un minuto aun en su reloj, pudo escuchar unas pisadas cercanas, delatadas por el sonido de algunas varitas crujiendo de pronto. Sin esperar un segundo, el joven sirviente se escondió entre los arbustos cercanos para verificar la identidad de quien se acercaba. En efecto, quien venia hacia él era Miku; vestida con un sencillo pero lindo vestido azulado, la sirvienta del Grygera caminaba entre los arboles, buscando inútilmente a su amado príncipe.
    En sus adentros, Len sonreía de una extraña felicidad. Tal vez porque no le fallaría a su querida reina a fin de cuentas, o quizá por salvar la vida de su hermana; pero más bien era por el hecho de quitarse a Misawa de encima.
    Miku se detuvo al llegar al claro, lo inspeccionó con la vista por un rato hasta que algo llamó su atención. Mirando a todos lados, la chica de cabellos verdes se acercó al tronco donde hacia unos instantes Len estaba sentado y con una actitud curiosa, tomó en sus manos el pequeño reloj de arena. El sirviente no lo podía creer, en su apuro por no ser descubierto, había olvidado llevarse el reloj de Misawa y su presencia en ese lugar ya no era un secreto. Sin otra opción, el joven de cabellos rubios tomo la daga en sus manos y se preparó para atacar a su victima desde la oscuridad de los arbustos, como un tigre a su presa. Cuando la chica estaba frente a él, se dispuso a atacarla directo a la garganta, pero ella le descubrió primero por el brillo de la cuchilla y se alejó unos pasos.
    -¡¿Quién esta ahí?!- gritó la joven. -¿Piko? ¿Eres tú, Piko?
    Len no respondió a los gritos de Miku, solo se quedó escondido y en silencio; su preocupación principal era el tiempo que le restaba para matarla, cosa que no podía saber mientras ella tuviese el reloj en su poder. Sin poder encontrar otra opción, el muchacho escondió el arma tras sus ropas y se dispuso a salir de su escondite, cuando de la nada, los gritos de la chica de cabello verde resonaron en el bosque. El sirviente salió de su escondite sin pensárselo, y con la daga en mano abandonó el arbusto que lo cubría, solo para ver como una figura humana, completamente vestida de negro y con la cara cubierta por una marcara de mismo color, sujetaba con fuerza a Hatsune mientras le acercaba un cuchillo a su cuello.
    -¡Déjame!- gritaba aquella desesperada. –¡Por favor! ¡Ayuda!
    -¡Cállate!- ordenó la misteriosa figura con una voz femenina, familiar a los oídos de Len. –Perdóname por lo que hare…- dijo de nuevo, clavando el cuchillo sobre la garganta de la joven y deslizándolo por su cuello con un rápido movimiento.
    La herida de inmediato se abrió y comenzó a despedir numerosos chorros de sangre que bajaban por su cuello y corrían hasta el suelo. La mirada de Miku se tornó completamente vacía, pero conservaba el miedo y dolor que sintió en sus últimos segundos de vida, al igual que los movimientos desesperados de su mandíbula que trataba de articular algunas palabras sin resultado alguno.
    El misterioso atacante dejó caer el cuerpo de Miku al suelo. Guardó su arma y se dirigió de inmediato a Len, quien no podía dar crédito a sus ojos, acababa de presenciar un asesinato y estaba en shock.
    -¡Len!- le dijo el atacante. –Dame tu arma, ahora. ¡Len!
    -¿Quién eres tú?- tartamudeo el joven dando unos pasos atrás.
    -¡Soló dame esa daga!- gritó el atacante arrojándose sobre el sirviente, quien intentó escapar en vano. Sin problema alguno, pudo arrebatarle la daga y corrió de nuevo a apuñalar el cuerpo de Hatsune, sobre el corazón y el estomago.
    Len no lograba comprender que ocurría, alguien más estaba haciendo su trabajo. En su mente se preguntaba si Misawa no había confiado en él y mandó a alguien más, o tal vez, el militar había decidido eliminarlo y matarlo junto a Miku. Paralizado por el miedo y la impresión de ver lo ocurrido, el joven apenas podía moverse para intentar huir entre los arboles, pero la voz de nuevo le habló, ahora con una voz tranquila.
    -Espera Len, no te vayas. Te necesito aquí.
    -¿Quién eres tú?- volvió a preguntar el sirviente, aun temeroso.
    -Soy yo Len…- respondió el atacante. Llevó sus manos a la cabeza y se quitó la mascara que le cubría el rostro. –Luka.
    -¡¿Hermana?!- gritó el muchacho totalmente perplejo. Se dejó caer de rodillas, sin apartar la vista de su hermana mayor que estaba junto al cadáver de Miku. La sorpresa era más fuerte de lo que podía soportar, una presión en su pecho le impedía respirar debidamente y su cabeza daba vueltas, tratando de encontrar una explicación para lo recién acontecido.
    -No hay tiempo, te explicare en el camino Len, pero nos queda menos de un minuto. Ven acá.
    Pero el joven rubio no se movió, estaba congelado por el impacto de ver a su hermana en ese lugar, cometiendo un asesinato. Ella, perdiendo la paciencia, pasó sus manos sobre las heridas de Hatsune y, acercándose a su hermano, comenzó a manchar la camisa con la sangre de la sirvienta.
    -¿Qué haces?- dijo Len con suma dificultad.
    -Ellos deben creer que fuiste tú.
    -Hermana- balbuceó. –¿Por qué hiciste esto?
    -No iba a dejar que te convirtieras en un asesino…
    -Pero que dices. ¿Cómo sabias que debía matarla? ¿Quién te lo dijo, Misawa?
    -Nadie me lo dijo Len. Escuche a la reina darte esta orden… así me entere de tu misión.- respondió Luka poniéndose de pie. –Prometí que te protegería de todo, que serías una persona de bien.
    -Hermana… Yo no sé que…
    Pero antes de poder hablar, el sonido de varios cañones cortó el momento de los hermanos Megurine, quienes voltearon de inmediato a la costa a fin de poder escapar de las tropas comandadas por el genera Misawa. Luka tomó el brazo de su hermano menor y echó a correr hacia los arboles para esconderse. Len seguía atónito a los hechos, aun no podía comprender que sucedía con su hermana, pero el miedo a ser confundido por el ejército era aun mayor.
    -Hermana, ¿a donde vamos?
    -A escapar de aquí.
    -¿Por qué mataste a Miku?- pregunto jadeando el chico.
    -¡No te ibas a convertir en tu padre!- gritó Luka, provocando que Len se detuviera de pronto.
    -¿Papá? Pero el nunca… él no es un asesino.
    -Ya te explicare después, ahora debemos huir.
    Los cañones volvieron a rugir, ahora más fuerte que la vez anterior; como si estuviesen más cerca y fueran más. Luka, temerosa de los disparos, tomó de la mano a su hermano y salió corriendo de nueva cuenta entre los arboles, dirigiéndose a la playa donde estarían más seguros.

    Lejos de ese lugar, en los muelles, tres barcos con los pendones del País Amarillo tocaban puerto en las tierras del Reino Verde. Dos de estos anclaron y siguieron disparando con sus cañones, provocando la huida de todos los pueblerinos que vivían cerca de la costa, mientras varias docenas de soldados armados desembarcaban en los suelos de madera del puerto, formándose a un lado de las naves; el tercer barco no traía cañones, pero en este viajaban los jinetes del ejército, quienes bajaban a prisa sobre sus caballos, pero no abandonaban lo que quedaba de muelle.
    A unas pocas millas de ahí, el barco de Misawa permanecía inmóvil, únicamente el ligero oleaje de la noche lo hacia mecerse de un lado a otro de forma tan tranquila que podía arrullar a sus tripulantes. Pero nadie dormía, salvo los espías que ya habían recorrido todo el País Verde durante el día. Los soldados esperaban pacientes la orden de acercarse, ellos aun tenían a varios jinetes que estaban listos para el ataque, pero el general no les dejaba irse, sus ordenes habían sido las de esperar. Como si nada estuviese ocurriendo, Misawa permanecía alejado de sus hombres, parado en la cubierta y mirando el oscuro horizonte en total silencio. Era un gesto que solía hacer durante los ataques, darle la espalda al caos provocado por sus soldados antes de salir al campo, sin que nadie pudiese comprender el porque de hacerlo así.
    -Señor- le habló uno de los soldados. –Nuestras tropas ya han desembarcado en el muelle, esperan su orden para comenzar el ataque.
    -Perfecto.- se limitó a decir sin voltear a ver al soldado.
    -Señor, ¿quiere que demos la orden?
    -No. Llévenme al puerto, y preparen mi caballo y a los jinetes que vienen a bordo. Yo mismo daré la señal.
    -Entendido señor.- dijo el soldado, quien se retiró al instante.
    A los pocos minutos, el barco comenzó a moverse en dirección a tierra firme tan rápido como el viento se los permitía. Al poco tiempo, la nave principal del ejército amarillo se vio frente a las costas del País Verde, mismo que fue recibido por todas las tropas que pacientemente esperaban al general en los puertos. Soltaron las anclas para asegurar que su navío no se movería y bajando una rampa, los tripulantes comenzaron a bajar, escoltando a Misawa como si fuese un noble de alto rango.
    Los soldados de inmediato presentaron armas frente a él, cosa que ignoró por completo, pues ellos aun estaban acomodando sus espadas y rifles cuando el general pasó frente a todos hasta llegar con uno de sus tenientes, mismo que lo saludó con toda formalidad.
    -Reporte Teniente Kaai- dijo Misawa admirando las bodegas quemadas.
    -Hemos tomado con facilidad la costa, General. No había ni siquiera marineros cerca que nos hicieren frente.
    -Bien. ¿Defensas del enemigo?- preguntó con voz grave.
    -Nulas señor. Únicamente unos cuentos civiles nos intentaron hacer frente, pero los aniquilamos con facilidad. Esta gente no esta armada, ni siquiera tienen ejercito.
    -Perfecto, será sencillo acabar con todos estos campesinos.- sonrió Misawa viendo los cadáveres de los civiles asesinados. Pero esa sonrisa era distinta, no se trataba de aquella típica mueca malévola tan común en él; ésta reflejaba un gusto por lo que miraba, reflejado también en sus ojos que brillaban de forma singular. -¡Acaben con todos! No dejen a nadie vivo. Y quemen cuanto edificio vean, será como si este pueblucho nunca existiera. ¡Ah! Pero no toquen a Grygera, ni su propiedad, ¡o yo mismo los mato!
    -¡Si señor!- respondieron al unísono todos los soldados presentes, mismos que de inmediato hacharon a correr detrás de los jinetes, en un violento embate hacia el reino Verde, pues apenas abandonaron los puertos, arremetieron contra todo edificio, casa y persona, ya fuera niño, mujer o anciano, sin tocarse el corazón.
    Misawa miraba feliz el caótico paisaje, sin quitar la sonrisa de su rostro que mostraba todos sus dientes. Había algo en ese ambiente de sangre y fuego que le causaba una profunda felicidad, mismo que aumentaba con los gritos de dolor y piedad de los pueblerinos que eran masacrados por sus hombres. Del mismo modo, cada vez que un cristal se rompía o un incendio nuevo iniciaba, el general no podía evitar dejar salir una ligera risa.
    -¡Señor! Su caballo ya está listo- le dijo un soldado que jalaba de las riendas al animal, ya con su respectiva armadura.
    -Perfecto. Todo va según lo planeado. ¡Capitán Yashiro!- grito de pronto el general, asustando a los presentes. Sin perder ni un segundo, el capitán se acercó a él, algo temeroso. –Capitán, quiero que estos barcos sigan bombardeando esta isla insignificante.
    -Pero mi general, nuestros hombres ya están en el pueblo.
    -Eso no es un impedimento. Que los cañones disparen a toda vivienda o edificio que se vea en al costa, si nuestros hombres están cerca podrán evadir los disparos.
    -¿Y Megurine, señor?
    -A mi no me importa si ustedes lo matan, pero les aseguro que la ira de nuestra reina no se comparara con esto si llegan a lastimarlo.- dijo con un tono sarcástico. Subió a su caballo al primer intento y halando de sus riendas, tomo su espada en mano.
    -¿Tan importante es esta batalla que usted mismo ira al campo?- Le preguntó Yashiro.
    -Tengo unos pendientes en este lugar.- respondió mirando su espada. –Pero eso no indica que no pueda divertirme un poco- comentó con una sonrisa, misma que desapareció de pronto y fue remplazada por una expresión fría y seria. –Ya conocen mis órdenes, obedézcanlas. ¡Y ustedes tres!- rugió a un trio de jinetes. -¡Síganme!
    -¡Si señor!
    Así, armado con su espada, el general Misawa Kurogane se internó en el pueblo, seguido de tres de sus hombres, con destino al bosque donde Len debía matar a Miku. Sin embargo, los cuatro motivados por la adrenalina y sensación de poder que sus caballos y armas les otorgaban, optaron por dedicarse primero a la cacería de pueblerinos, sin distinguir a nadie.
    El ejército amarillo avanzaba sin piedad por las calles del pueblo, rompiendo cuanta ventana encontraran, irrumpiendo en todo edificio para sacar a sus habitantes y robarles lo poco de valor que tenían, para finalmente incendiarlos frente a los ojos de los pueblerinos, que miraban impotentes como sus hogares eran consumidos en las llamas antes de que una espada les atravesara el pecho o cortara sus gargantas. Muchos se arrojaban a los pies de los atacantes, suplicando piedad para las mujeres y los niños, pero poco valieron las palabras para el ejército de Misawa, quienes después de ver humillados a sus victimas, se deleitaban propinándoles golpes y patadas antes de darles muerte con el hierro o una bala. Las calles enteras del País Verde se tiñeron de rojo con la sangre de sus propios habitantes que nada lograron hacer para frenar el ataque; y aquellos pocos pero valientes que hicieron frente a los agresores, encontraron un sufrimiento mayor al ser derrotados y mutilados por los hombres de Misawa, quienes primero les cortaban los pies para evitar que escaparan, seguían las piernas, las manos y los brazos, miembro por miembro hasta decapitarlos.
    Al poco tiempo llegaron los falconetes, aquellos artilleros que con sus cañones dispararon sin piedad a los edificios, en especial a aquellos donde aun había gente, ya fuera por quedar atrapados en un incendio o simplemente porque los mismos soldados los encerraron con el fin de aplastarlos con el escombro de sus casas. En breve, los rastros de sangre y miembros humanos cercenados, se acompañaron de tablas y tejas destrozadas, cuerpos aplastados y un sinfín de hollín proveniente de los incendios y cañonazos. El País que en algún momento fue pacifico, lleno de alegría y verdes campos, abandonó su imagen para quedar reducido a una tierra devastada por el fuego y la muerte.
    El imparable ejército amarillo avanzaba por las calles sin problema alguno, llevando el caos y la muerte a todo lugar que veían. Rápidamente llegaron a la plaza central, donde derribaron toda estatua, emblema y tienda que vieron, el kiosco del centro se redujo a cenizas y la fuente que lo acompañaba fue reducida a polvo. El rastro de devastación aumentaba con cada paso, ante los inútiles intentos de civiles y del débil ejército verde que trataba de hacerles frentes, solo para encontrarse con una dolorosa muerte.
    El único lugar seguro en todo el pueblo era la Mansión Grygera. Sus muros y rejas permanecían intactos, ajenos al caos sembrado por los soldados de reino Amarillo, quienes solo podían admirarla aunque sus impulsos les incitaran a destruirla. Sin embargo, pese a su seguridad, en el interior de la enorme casa la servidumbre de Grygera no estaba tranquila. El sonido de los cañones les pusieron en alerta y con gran nerviosismo, pues la ausencia de Axel les hacia sentir desprotegidos a pesar de tener un plan. En cuanto se dieron cuenta de ataque extranjero, todos corrieron al refugio de la mansión en el sótano, siguiendo las órdenes de Sara. Todos menos Miku.
    Inesperadamente, la puerta del refugio se abrió de golpe y por esta salió Haku seguida por Sara y el único hombre al servicio de Grygera, Hiroshi. La sirvienta de cabellos blancos corrió por el vestíbulo rumbo a la puerta principal hasta que la mano de Sara le detuvo tomando su brazo.
    -¡Haku! No vas a salir de esta mansión, ¡te mataran allá afuera!
    -Déjame Sara, no pienso esconderme y dejar a Miku sola.- replicó la joven. –Ella me necesita ahora.
    -Miku es lista, sabrá como burlas a esos soldados y llegar hasta aquí, conoce le plan de emergencia- le decía la sirvienta de afilados ojos, similares a los de un gato.
    -Ella es mi amiga, ¡no la abandonare!
    -Sabemos que es muy importante para ti, pero si algo te pasara…- comentó Hiroshi, pero fue interrumpido.
    -¡Será mi culpa!- gritó Haku liberándose del agarre de Sara y echando a correr de nuevo. –No me voy a quedar aquí si Miku no está. Lo siento pero… debo ir.
    -Haku… Grygera así lo manda en estos casos.- dijo Sara, pero sabía que no podría mantener en la mansión a Haku.
    -Perdón, no puedo obedecer esa orden.- respondió. Caminó hasta la puerta, rápidamente la abrió y echó a correr por el gran patio, ante las miradas impotentes de Hiroshi y Sara.
    -Es una gran amiga- dijo él, tomando del hombro a su colega.
    -Axel me matara por esto…- suspiró Sara, regresando a su refugio.

    Haku abandonó los terrenos de Grygera, extrañada de la nula atención que recibía la mansión por parte de los enemigos. Pese a esto, esperó a que los soldados dejaran de desafilar frente a ella para internarse al bosque y buscar a su amiga, pues era la única que sabía de la nota que Miku recibió y donde se verían. Por un momento, el saber que estaba con Kaito le traía algo de calma, incluso llegando a pensar que tal ataque era obra del País Azul y por eso la cita del príncipe a media noche. Distraída por sus pensamientos, la joven de cabellos blancos dejó de lado la cautela y fue descubierta por un falconete que cargaba su cañón.
    -¡Ahí! ¡Una sobreviviente!- gritó el militar.
    -¡Mátenla!- se escuchó la voz de otro.
    Sacándola de su trance, Haku corrió en dirección contraría al bosque, evitando por suerte las múltiples balas disparadas por los soldados amarillos, mismos que la seguían a pie, hasta que, para su buena suerte, llegaron a una pequeña casa de piedra dentro de la cual, la hija de blanco se escondió. Los militares dejaron de disparar al verla entrar, pero no se fueron. Esperaron pacientemente al falconete, que con su cañón cargado apuntó a la casa. Haku desconocía los planes de sus atacantes, se había refugiado bajo una mesa con la esperanza de que aquellos hombres armados se fueran. Pero en vez de eso, escuchó algo que le heló la sangre.
    La voz de “¡Fuego!” llegó a sus oídos y detrás de esta, el fuerte estruendo del cañón al dispararse. La enorme bala atravesó los muros de roca, provocando que la construcción temblara. Al ver el aguante de la casa, el falconete recargó de nuevo y volvió a disparar a una de las bases de la casa, provocando que ésta al fin callera en pedazos sobre la sirvienta, cuyos gritos llegaron a los soldados que rieron por su acción.
    -Anda, ve a rematarla- dijo el falconete a uno de sus compañeros.
    -No pudo sobrevivir a eso, pero más vale estar seguros.- dijo el soldado mientras se acercaba a los restos de la casa, con su espada en mano.
    -¡Ustedes!- gritó otra voz. -¡No pierdan tiempo, y lleven ese cañón al palacio!
    -¡Si señor!- respondieron ambos, molestos por no terminar con su “trabajo”.
    Los dos se retiraron después de cargar el cañón, dando por muerta a Haku, pues no había forma de que sobreviviera a tal derrumbe y al no ver movimiento alguno, celebraron el asesinato de la joven.

    Lejos de la isla Verde, a un distancia donde no se podían ver las llamaradas y gruesas nubes de humo negro, un barco de velas azules y lujosa construcción navegaba hacía las costas del País Verde. En su interior, viajaban los inseparables amigos Kaito y Piko, príncipe y noble, respectivamente, del País Azul. Como era costumbre en ambos, sus pláticas se acompañan de risas y bromas, pero esta ocasión era diferente, pues hablaban de algo más serio.
    -¿Qué harás que?- exclamaba Piko. -¿Pedirle matrimonio?
    -Así es Piko. Creo que es el momento indicado.
    -¡Pero Kaito!- dijo el noble con una risa. –No tienen ni un año como pareja.
    -Es casi un año.- replicó Kaito, serio.
    -Nueve meses no son casi un año- respondió con una sonrisa.
    -¡Piko!- gritó Kaito entre risas. –Nunca puedo ganarte en asuntos así. Bien, tienes razón, ni cerca del año.
    -¿Lo ves? No puedes ganarme en nada colega.
    -Te gané en ajedrez en nuestro último juego.
    -Eso no se vale, estaba resfriado.
    -¡Resfriado mi pantalón! Esa fue una justa victoria- se defendió Kaito, provocando tanto sus risas como las de su amigo.
    -Kaito, Kaito, eres un hombre difícil de vencer, lo reconozco. Y no podre persuadirte de esta locura, ¿verdad?
    -¿Qué es la vida sin un poco de locura?- dijo Kaito sonriendo. –Estoy seguro de mi decisión.
    -Y solo porque pensamos igual, te voy a apoyar en todo lo que planees.
    -¿No será por que eres mi amigo?
    -Cierto, por ese motivo también.- dijo con una voz graciosa, provocando de nuevo las risas de ambos.
    Pero las carcajadas y alegría del momento se verían abruptamente interrumpidas por la llegada de un marinero, que apurado abrió la puerta del camarote donde el príncipe se encontraba y recobrando el aliento tomó el valor de hablar.
    -¡Su majestad!- dijo, estaba pálido. –Tenemos problemas en el País Verde.
    -¿Qué clase de problemas?- preguntó Kaito extrañado.
    -Al parecer mi príncipe, esta bajo ataque.
    -¿¡QUE?!- gritó Kaito. Se levantó de pronto de su silla y corrió hacia cubierta con el corazón latiendo tan fuerte en su pecho que le causaba dolor.
    -¡Kaito! ¡Espera!- le dijo Piko, corriendo detrás de él para evitar que la desesperación lo llevara a cometer una locura.
    Sin embargo no lo escuchó, en ese momento el príncipe no pensaba en otra cosa que la situación de País Verde, pero especialmente, en su amada Miku. Cruzó sin demora alguna el pasillo que unía los camarotes con cubierta y no se detuvo hasta llegar a la proa. Sujetándose de una cuerda, el desesperado príncipe se paró en la punta de la nave para ver la isla donde vivía su amada.
    Lo que sus ojos acontecieron hizo que su sangre de helara. Desde ese punto, lo único que podía verse eran enormes columnas de humo y algunas llamaradas que provenían del Reino Verde. Ninguna casa o árbol se veían, solo la negra nube de cenizas provocada por los incendios y los barcos que de momento, le eran desconocidos.
    -¡MIKU!- gritó el príncipe, explotando de ansiedad.
    Sin pensarlo, Kaito se arrancó el saco y soltó la soga que lo mantenía equilibrado, dispuesto a saltar al mar. Pero de la nada, las manos de Piko le tomaron de un brazo y el hombro, sujetándolo con fuerza para que no se arrojase al océano.
    -¡Detente! Te vas a matar.
    -¡No me importa! ¡Suéltame Piko!- ordenó Kaito forcejeando para liberarse.
    -¡No lo hare! Es un suicidio si saltas.
    -¡Tengo que ir allá!
    -No te dejare ir Kaito. Lucha todo lo que quieras, no te dejare. Regresaremos a casa y ahí…
    -¡Este barco no regresara! ¡No sin Miku!- rugió Kaito, hecho un mar de desesperación. –Si das a orden de irnos, te juro que voy a saltar así tenga que cargar contigo.
    -No puedo contigo, ¿eh?- dijo Piko.
    -Señores, ¿qué hacemos?- preguntó el marino a cargo del timón. –¿Seguimos adelante o regresamos a casa?
    Ambos permanecieron en silencio, admirando el desolador paisaje que ofrecía ahora el País Verde. De aquel paraíso lleno de paz y vida, no quedaba nada; todo había desaparecido. Piko miró a su querido amigo, quien no dejaba de ver el desastre con ojos vidriosos.
    -Mantenga el curso marino, iremos al País Verde.- masculló Utatane al fin, soltando al príncipe. –Aléjese del muelle y háganos tocar tierra lejos del pueblo ¡Y preparen a nuestros caballos!
    -¡Como ordene señor!- respondió el marino, corriendo hacia el timón y girándolo un poco para alejarse de los barcos enemigos; mientras que un par de sirvientes bajaron por las escaleras para alistar a los corceles.
    Piko al fin liberó al príncipe Shion, le dio una palmada en la espalda y lentamente se alejó de él, deteniéndose a escuchar la voz de Kaito.
    -Gracias amigo- le dijo con un tono bajo, apenas audible por el sonido del mar.
    -Siempre te apoyare Kaito, siempre.- le contestó, alejándose de la proa.

    La nave encalló en una playa alejada al pueblo, donde el desastre sembrado por las tropas de Misawa no había llegado aun, sin embargo, lograban verse algunos cañonazos en la arena, posiblemente disparos desde los barcos de guerra que buscaban a los pueblerinos que intentaron escapar del ataque.
    Del navío del príncipe se abrió una puerta, dejando salir una rampa por la cual bajaron Kaito y Piko ya montados en sus caballos; sin darles tiempo a sus guardias o sirvientes de alistarse, los dos amigos de inmediato galoparon hacía el bosque, mismo que les llevaría a la mansión Grygera. Se internaron entre los arboles, abriéndose paso entre ramas y arbustos que estorbaban el paso de los caballos; ambos avanzaban a la par, evadiendo los obstáculos que la misma naturaleza había puesto, atormentados por el eco de los cañones, pero agradecidos por la ausencia de militares en esa zona.
    Kaito, desesperado, hizo a su caballo correr más rápido, alejándose de Piko quien se detuvo por quedar atorado en un charco de fango, y pese gritarle a su amigo que se detuviera, éste lo ignoro. El príncipe de azul no pensaba en otra cosa más que en la seguridad de su amada y nada, ni siquiera el rugir de los cañones le detendrían hasta estar con ella. Con forme avanzaba por el bosque, las luces provocadas por los incendios de las casa se lograban ver con mayor claridad y el ambiente se llenaba con el humo que emitían dichas quemazones. Después de recorrer casi todo el bosque, Katio terminó a unos metros de un pequeño claro desde le cual lograba verse la mansión Grygera a lo lejos; se acercó lentamente, cuidando que los soldados no le vieran. Pero mientras el caballo seguía sus pasos, el príncipe Shion logró distinguir una figura humana en el suelo. Sin pensarlo, bajó del corcel mientras su corazón se detenía y en su garganta se formaba un nudo terrible, pues con cada centímetro que avanzaba se confirmaba su temor.
    Miku había sido asesinada; frente a él veía el cuerpo apuñalado de su querida novia, con las heridas expuestas en su garganta y pecho, su vestido de color esmeralda completamente manchado de sangre y la mirada vacía de la joven, clavada en algún punto del cielo, perdida. Kaito, conmocionado por su descubrimiento, abrazó con fuerza el cuerpo de su novia, negándose a aceptar lo ocurrido. Ocasionalmente le hablaba y agitaba con delicadeza, tratando de ver alguna reacción en la muchacha de cabellos verdes, sin resultado alguno; después de varias intentos, se dio por vencido, rompiendo en un amargo llanto por la perdida.
    -Kaito…- dijo Piko, quien acababa de llegar. Bajó del caballo y corrió a donde su amigo para darle una palmada en la espalda. –Por Dios… como lo siento.
    Él príncipe no dijo nada, permaneció en silencio llorando la muerte de Miku, su futura esposa, sin importarle que con cada movimiento sus ropas y rostro se mancharan de rojo. Así pasaron unos minutos, con el duelo de Kaito y Piko que solo vigilaba a los soldados.
    -¡Kaito! ¡Debemos irnos!- gritó de pronto el noble Utatane. -¡Ahí vienen!
    -¿Quiénes? ¿Los desgraciados que mataron a Miku?
    -Yo que sé, pero son como cuatro hombres a caballo, todos armados.- respondió apurado.
    -¡Que vengan, me encargare de ellos!
    -¡No seas tonto Kaito!- dijo Piko acercándose a él. –Son militares entrenados, te mataran.
    -No me importa…
    -¡Despierta Kaito Shion! ¡Debemos irnos ya!- vociferó de nuevo, acercándose a su caballo. –Si investigamos de donde vino este ataque, podrás vengarte. ¡Ahora vámonos!
    Pero el príncipe no se movió, se quedó plantado en el mismo sitio abrazando el cuerpo inerte de Miku, esperando a los jinetes, cuyos gritos y trotes de los caballos se escuchaban con más claridad. Entre ese escandalo, Kaito logró escuchar un nombre familiar, Misawa.
    -Misawa…- balbuceó.
    -¡Kaito! ¡Ella querría que siguieras vivo!- gritó por ultima vez Piko.
    -¡Ya se de donde son ellos!- respondió, corriendo con el cadáver de Miku hacia su caballo; pero era ya demasiado tarde, Misawa y sus hombres los vieron.
    -¡Déjala ahí! ¡Vamonos!
    -Pero no puedo…- comenzó a decir el príncipe Shion, quien mirando como los militares se acercaban obedeció a Piko, subió de un salto a su caballo y de inmediato salieron al galope.
    De nueva cuenta, los dos amigos se internaron a espeso bosque del País Verde, ahora escapando del grupo de cuatro hombres armados, quienes les disparaban continuamente sin acertar ningún tiro. La persecución se extendió a los terrenos más alejados de la mansión Grygera, viajando al norte para no delatar al barco del príncipe y tratar de despistar al enemigo con a vegetación del lugar, sin embargo, todo resultaba inútil. Los atacantes se acercaban cada vez más, hasta que se convirtieron en un blanco fácil.
    Un disparó se escuchó en le silencio del bosque, seguido de un grito de dolor proveniente de la boca de Utatane Piko. El joven noble del País Azul acababa de recibir una bala sobre su hombro que comenzó a sangran copiosamente, bañando su espalda por completo. Kaito se dio cuenta de esto y de inmediato intento frenar a su caballo, interrumpido por su mejor amigo.
    -¡No! ¡Kaito, vete de aquí!
    -¡Pero estas herido! ¡No te perderé a ti también!
    -¡Debes salvarte! ¡Tu eres el príncipe y yo solo…!- las palabras de Piko fueron interrumpidas por otro disparo, el cual le dio en la cabeza.
    Las manos del noble se soltaron de las riendas que guiaban al corcel y su mirada se volvió vacía, su cuerpo perdió toda fuerza, cayendo estrepitosamente en la tierra del monte y dando al menos tres vueltas debido a la velocidad del animal, hasta que un árbol detuvo su andar.
    -¡Piko!- gritó lleno de dolor Kaito, con sus ojos a punto de llorar por la muerte de su querido amigo y compañero de aventuras.
    Incapaz de hacer algo, el príncipe de azul siguió su marcha por el bosque, huyendo por su vida; aunque en ese momento no le importaba morir. Uno de los atacantes apuntó su arma directo a la cabeza de Kaito, con ese solo impacto bastaría para darle muerte. Sujetó con firmeza la pistola y cuando estaba por tirar de gatillo, un disparo resonó detrás de él y cayó muerto al suelo. Sus compañeros se detuvieron en seco, temerosos y confundidos hasta que miraron atrás; el general Misawa sujetaba su arma de fuego en las manos, con una expresión de ira dirigida a sus hombres.
    -¡Idiotas!- les gritó. -¡Ineptos! ¡Estúpidos! ¡Su error nos costara caro, montón de idiotas!
    -¿Pero que dice general? Solo seguimos sus órdenes.
    -Dije que mataran a los pueblerinos, ¡pero estos dos no eran pueblerinos! Vean bien a quien mataron inútiles.
    Los dos jinetes restantes cabalgaron hasta donde el cuerpo de Piko había caído, ambos se bajaron del caballo para examinarlo a mayor detalle, pero no lograron reconocerlo.
    -¿Quién era este muchacho?- preguntó uno de ellos.
    -Él era Utatane Piko, un noble del País Azul. Y el otro hombre era el mismo príncipe Shion Kaito del mismo reino. ¡Por poco matan a un príncipe, idiotas!
    -Señor, perdónenos. No los reconocimos en la oscuridad…
    -Les grité que se detuviera, ¡que los dejaran ir!
    -No lo escuchamos, general- se defendieron ambos soldados. –Perdone nuestra falta.
    -No quiero más fallas… idiotas.- dijo Misawa con un tono frio. De pronto, tomó su espada y atravesó el cuello de uno de los soldados, mientras que al otro le disparó justó en la frente, con movimientos tan rápidos que ni siquiera se dieron cuenta de cuando tomó sus armas. Sujetando con firmeza las riendas de su caballo, el general Misawa salió a trote hacía el pueblo. –Al menos Megurine hizo bien su trabajo… idiotas.

    Aun era de noche cuando el ataque terminó. Las llamas de los edificios ya se habían apagado por el consumo total de las estructuras de madera, quedando solo cenizas esparcidas por todo el desolado paisaje. La mayoría de los cuerpos de los habitantes del País Verde también se consumieron en los incendios, otros yacían entre los escombros de las pocas viviendas que no fueron afectadas por el fuego, y otros más en las calles, con huellas de una intensa violencia de la que fueron victimas antes de morir. Los hombres de Misawa se dedicaban a recoger estos últimos cadáveres, apilándolos en la plaza central para después incinerarlos, con tal cinismo que aun decían bromas entre si por el ataque.
    Lejos del poblado, en medio del espeso bosque, un solitario jinete de cabello azul cabalgaba lentamente entre los arboles, mirando que no hubiesen mas soldados cerca de él. En su camino se encontró los cadáveres de los tres hombres a los cuales Misawa había asesinado y, más adelante, el cuerpo de Piko. Bajó de su caballo de un salto y cargando el cuerpo de Utatane, lo colocó sobre el corcel asegurándolo con una de las riendas. Subió a su caballo para volver a cabalgar por el bosque, ahora más lento para evitar que el cuerpo de Piko se callera, con destino al claro donde yacía el cuerpo de Miku; pero al llegar se sorprendió de ver a alguien junto a los restos de Hatsune. En un principio pensó que se trataba de un soldado del País Amarillo, por lo cual desmontó al animal y caminó sigilosamente entre los arbustos para ver con mayor claridad a quien acompañaba a Miku; pronto su alma dio un suspiro de alivio, pues aquella misteriosa figura era Haku, que lloraba frente a su amiga; su rpoa estaba cubierta de polvo y presentabas algunos raspones en los brazos y rostro. El joven jinete se acercó en silencio, cuidando de no hacer ningún ruido para asustar a la sirvienta, sin embargo, ella se dio cuenta de su presencia y volteo a verlo.
    -Kaito…- dijo mientras se levantaba. –¡Kaito! ¡Estas aquí!- gritó corriendo hacía el príncipe para abrazarlo, sacudiendo de su ropa el polvo que los escombros le dejaron.
    -Haku, estas bien…- alcanzó a articular el príncipe.
    -Si, todos en la mansión Grygera están a salvo. Pero Miku no estaba… ella salió porque… recibió una nota tuya.
    -¿Nota mía?- se sorprendió Kaito. –Entonces… este ataque fue planeado solo para matar a Miku… ¡esa maldita Kamui!
    -¿De que hablas?
    -Los celos de esa maldita niña, Kamui Rin, la reina del País Amarillo.- dijo Kaito furioso. –¡Supo de Miku y la elimino!
    -Entonces… esos soldados eran… ¡Soy una tonta! ¡Creí que tú los habías mandado!
    -¿Pero como pudiste pensar en eso?
    -La nota, la cita a media noche y el ataque poco después…- logró hablar Haku, hecha un mar de lágrimas. –¡Llegué a culparte!
    -Eso ya no importa Haku… tu no podías saber lo que pasaba.
    -Pero es… me siento horrible por acusarte.
    Kaito ya no respondió, se limitó a darle un abrazo a Haku para calmarla aunque fuese un poco; al dejar de sollozar, el príncipe Shion la soltó y tomo el cuerpo de su difunta amada en sus brazos.
    -¿Así quieres hacerlo Rin?- dijo mirando el cuerpo de Miku. –Así lo haremos… me vengare de esto.
     
  3.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Te quedó realmente bien el capitulo, muy bien narrado como siempre y con una magnifica trama. Ese maldito de Misawa! no puedo comprender como una persona puede ser tan cruel. Definitivamente su muerte me inpacto, fue desgarrador ese momento casi lloro, me caia tan bien, tenia toda una vida por delante y tambien tenia a Kaito, si estoy hablando de ti, Piko!, por qué te nos fuiste!!! XD, que pensaban, que hablaba de Miku jajá, ya quisiera, yupi, yupi! Miku murio!!! wiii!!, digo, digo, pobre Miku, si pobresilla :cool:. Ok, creo que debo de dejar de trolear o me van a terminar corriendo.

    Me gustó mucho la conti. Lo que hizo Luka me pareció muy valiente, ella no queria que Len se convirtiera en asecino, así que ella cumplió con su trabajo, creo que ya se ganó el cielo XD. La guerra pronto comenzará, ya quiero ver como ocurre la revolución, se que te quedará muy bien.

    Felicidades y espero conti.
     
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  4.  
    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    La hija del mal
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
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    Capitulo XXI​
    “Gemelos II”​
    -Nuestro destino dividieron en dos pedazos-​
    Misawa recorría con un paso veloz los pasillos de su barco, mirando a todos lados como si el enemigo le acechara de cerca. Su armadura aun estaba manchada de sangre y pólvora, al igual que su rostro que mantenía su expresión de alegría, resultando en una temible imagen.
    Se detuvo frente a una puerta marcada con una rosa y llevando su mano al mango de la espada, golpeó un par de veces llamando a la persona que estaba dentro, sin resultado alguno. Volvió a hacerlo una y otra vez hasta que, tras una espera de un minuto, una voz le respondió.
    -Adelante.- dijo un chico. Era Len.
    Misawa abrió lentamente la puerta de madera, recorriéndola centímetro a centímetro, con la mano sobre la espada aun y una mirada que examinaba todo frente a él, esperando un ataque a traición del joven, pues era bien sabido por todos que ambos querían eliminarse. Len para proteger a Rin de la influencia de general, y éste para deshacerse del obstáculo que representaba el sirviente entre él y la reina.
    Cuando el líder del ejército amarillo recorrió completamente la puerta, vio a Len sentado al borde de la cama, despeinado y con una cara adormilada. El sirviente había cambiado sus ropas por una holgada pijama de color blanco, pero mantenía pequeñas manchas de sangre en su rostro y manos. Misawa entró al camarote soltando su arma y cerró de inmediato la puerta.
    -Veo que hiciste bien tu trabajo- dijo. –Debo admitir que estoy sorprendido, no creí que fueras capaz de hacerlo.
    -Hay muchas cosas que no espera de mi, general. Una persona siempre puede sorprender a otros.- respondió el chico tallándose los ojos. –¿Para eso me ha despertado?
    -Si Len, para eso, debía asegurarme que cumpliste con tu deber. ¿Dónde esta la daga?
    -En esa mesa, dentro de su bolsa.- respondió Len señalando la mesa al fondo del camarote. –¿No quiere ver mi ropa también?
    -Ya que lo mencionas, si, me gustaría verla.
    -Esta en el ropero.
    -Gracias Len, pero prefiero que tu me la traigas.
    -¿No confía en mi?
    -No confío en nadie de apellido Megurine.- dijo Misawa empuñando su espada frente a Len. –Ahora tráeme esas cosas.
    -General, con todo respeto- dijo el muchacho levantándose de su cama –Si yo quisiera matarlo, créame que ya lo hubiera hecho.- concluyó.
    Caminó primero hacia la mesa al fondo del camarote, tomando la pequeña bolsa negra donde había guardado su arma; en seguida se dirigió al gran ropero de madera, lo abrió y sacó de su interior un traje lleno de manchas de sangre, el mismo que vestía al momento de la muerte de Miku. Sin mostrar expresión alguna, llegó hasta Misawa y le entregó las cosas.
    -Ahí tiene, como puede ver, si lo hice. ¿Puedo volver a dormir?
    El militar no dijo nada, limitándose únicamente a inspeccionar las ropas, pero de manera muy extraña. Tocaba y olía las manchas de sangre, sonriendo cada vez que lo hacia. Después tomó la bolsa, a abrió y sacó la daga; mirando con detalle la pequeña navaja, cubierta de sangre seca.
    -Bien hecho Megurine, demasiado bien.- dijo con una voz seca. –Si no fuera porque nos odiamos, te aseguro que te reclutaría ahora mismo.
    -Aun así podría; pero sé que no lo hará por temor a que lo suplante apenas aprenda todo lo necesario.
    -Eres listo muchacho, muy listo como para ser un simple sirviente.- respondió con gran seriedad el general. –Sin duda el convivir con intelectuales y nobles te viene muy bien.
    -Aprendí de la única persona que ha tenido el valor para hacerle frente Misawa, mi hermana.
    El general se quedo mudo y la seriedad se adueño de su persona; Len pudo notar con claridad como sus palabras habían herido el gran orgullo de Misawa Kurogane, el militar mas cruel y duro del reino. Poco a poco, sus ojos demostraban una profunda ira y desprecio por el muchacho, pero a diferencia de lo que hacía con toda persona que le hablaba así, Len era intocable, como su hermana Luka; los dos Megurine eran protegidos por la reina.
    -Pero hasta ella tuvo miedo alguna vez.- dijo al fin el general, tan frio como un tempano de hielo. –Que suerte tienes muchacho, mucha suerte.- terminó de hablar y guardando al daga entre su armadura, le dio la espalda a Len y se fue caminando, aun con una expresión de ira y desprecio.

    Len se asomó a todos lados, incluso salió para revisar los camarotes contiguos para verificar que estuviesen vacíos. Suspiró tranquilo al verse a solas en esa sección de dormitorios y cerró la puerta de inmediato para dirigirse a su cama. Pero en vez de sentarse para dormir, dio un par de pisotones al suelo y se asomó debajo de su cama.
    -Puedes salir.- dijo con voz baja.
    Se apartó unos pasos, mirando fijamente su cama. De esta salieron un par de brazos, totalmente vestidos de negro a excepción de las manos, se extendieron por el piso y tras estos salió una figura humana de cabello rosa. Se puso de pie y se sentó en la orilla de la cama, acomodando su larga cabellera.
    -Te lo dije, Misawa no es capaz de sospechar tanto de un sirviente, cree que somos muy inferiores como para ser un peligro.
    Len no respondió nada, permaneció callado en el mismo lugar, sin mirar a alguien mas que a su hermana, o a quien creía que era su hermana. Su mente aun estaba confundida por lo ocurrido en el bosque, y se volvía aun peor al recordar las palabras de Luka antes de abandonar el País Verde.
    -No entiendo porque la mataste…- dijo al fin el muchacho.
    -¿Acaso querías hacerlo? ¿Querías matarla?
    -Tenía que hacerlo yo, esa fue mi orden.
    -Pero no pensabas hacerlo, tú querías evitar su muerte, ¿verdad?
    -Yo…- tartamudeó Len, ya no sabia que pensar. –No hubiera sido capaz… pero debía hacerlo…
    -Amenazó con matarme, ¿verdad?
    -¿Cómo lo sabes?
    -Conozco a Misawa muy bien, mejor de lo que él cree. Sé muy bien como trabaja a las personas.
    -Tenia miedo de que te hiciera algo… por eso acepte.
    -Si Len, tranquilo…- suspiró Luka. –Hasta yo he sido su victima.
    -Algo dijo sobre… que hasta tu le has tenido miedo.
    -Lo escuche- dijo con seriedad Luka. –Y lo peor del asunto es que es verdad… me amenazó y tuve que seguir sus ordenes.
    -¿Qué es hermana? ¿Qué ordenes te dio?
    -Misawa y yo… sabemos muchas cosas que pondría en riesgo el reino… y entre esas cosas, entre esos secretos… estas tú. Mi orden fue guardar silencio.
    -¿Yo?- dijo confundido el chico. –Pero, no logro entender. Explícame.
    -Si Len, tú. Debes saber que nada de lo que has vivido es real, las cosas que crees ciertas no lo son, todo esto que vives ha sido manipulado por Misawa, por mi… y tus verdaderos padres.
    -¿Mis verdaderos padres?- se sorprendió Len, no lograba entender las palabras de Luka, y mucho menos a que se refería con esa ultima frase. –Hermana… ¿qué… qué es lo que debo saber?
    -Len… sé que es difícil para ti, pero debes saber la verdad de tu origen. Yo no soy tu hermana.
    -¿Qué?- exclamó Len asustado, recuperándose rápidamente. En su mente pasaba la idea de una broma de mal gusto por parte de su hermana, no sería la primera vez que le hace algo así. Pero la seriedad con que su hermana permanecía le hizo dudar. –Dime que solo estas bromeando, ¡dímelo!
    -Quisiera que fuera solo una mala broma pero no lo es.- continuó hablando Luka sin retirar su tono de seriedad. Sus brillantes ojos se habían apagado un poco, tornando su vista triste. –No somos hermanos Len, ni siquiera familiares. Yo soy de la humilde familia Megurine, y tú, provienes de una familia muy distinta.
    Len permaneció mudo, limitándose a mirar a Luka mientras trataba de darle un sentido a sus palabras, cada vez se confundía más y no podía ni imaginar cual era su verdadera familia.
    -Me creas o no, esta es la verdad.- dijo ella. –Len… tu verdadera familia, es Rin.
    -¿Rin?- alcanzó a decir el confundido joven. –¿Somos primos o algo así?
    -No, ella es tu verdadera hermana. Ustedes dos son gemelos.
    De inmediato Len se levantó de la cama con un brinco y llevó sus manos directo a su rostro para frotarlas sobre este. No podía creer lo que su hermana le decía, era imposible que en verdad el fuera el príncipe del País Amarillo, pero siempre había sentido algo extraño con Rin; era un extraño instinto que le ordenaba estar cerca de ella. Todo esto se arremolinaba en su mente mientras caminaba en círculos frente a su cama, si eso era verdad, ¿cómo nunca se dio cuenta? Tantos días juntos y nunca sospechó de su gran parecido.
    -Sé que no tiene sentido, que no puedes creerlo, pero es cierto. Rin y tú son hermanos.
    -¿Cómo fui tan tonto para no sospechar?- se reclamaba el chico. No había más que buscar, cada facción de su rostro, el color de sus ojos y de su cabello. Los dos eran idénticos en todo aspecto físico, pero nunca pudo sospechar de alguna relación de sangre con la reina Rin, por lejana que esta fuera.
    -No es culpa tuya Len. Lamento esto en verdad pero, me vi obligada a manipular tu entorno y distraer tu mente para evitar sospechas; lo mismo han hecho con Rin. No podíamos dejarlos saber la verdad… era peligroso.
    -¿Pero por qué hermana… Luka…? Si eso es verdad como dices, ¿por qué lo hicieron? ¿Quién nos quiso separar?- decía Len alterado.
    -Fue tu padre Len, el rey Gakupo III lo hizo. Da gracias que su orden no pudo ser obedecida por nadie.
    -Pero ¿de que hablas? No puedo comprender lo que ocurre aquí.
    -Te contare todo Len, todo lo que me vi obligada a hacer desde que naciste. Es una historia larga que comenzó ese día, cuando Lily tuvo a sus dos hijos…
    >>Habían sido nueve meses de larga espera para todo el reino y las naciones amigas; todos estaban a la expectativa del niño que sería el futuro soberano del País Amarillo: los súbditos, el rey de País Magenta, los sirvientes del palacio, pero en especial, el rey Gakupo III, pero no te mentiré, yo también estaba entusiasmada.<<
    >>Finalmente el día llegó; el parto de mi reina estaba por iniciar después de largas horas de esperar el momento justo. Yo estaba a su lado, como siempre, sosteniendo su mano en señal de apoyo, cosa que Gakupo nunca hizo mientras su matrimonio duró. El alumbramiento pasó sin mayores contratiempos, naciendo de Lily una pequeña niña que sería llamada Rin; pero a los pocos segundos, el partero dio un grito de sorpresa al darse cuenta de que aun había otro niño por nacer. Tanto Lily como yo nos asombramos como aquel hombre, no teníamos ni la menor idea del nacimiento de gemelos. Con un gran esfuerzo de su parte, logro nacer el segundo hijo de Lily y Gakupo, un niño llamado Len. Tú.<<
    >>El hecho causó varias reacciones; mientras que tu madre y yo estábamos felices y de inmediato comenzamos a consentirlos a ambos, Gakupo se llenó de ira y desesperación, arrojando cuanto objeto tenia cerca de él al suelo o al aire, frente a los ojos de Misawa. Temeroso de la vieja leyenda que profetizaba el fin de un reino con el nacimiento de gemelos, Gakupo te alejó de los brazos de tu madre y te entregó a Misawa para que te diera muerte en medio del campo mas alejado al que pudiese llegar.<<
    >>Al ver la tristeza que embargó a Lily cuando ocurrió esto, y por mi gran cariño hacia ella, decidí perseguir a Misawa por todo el reino hasta rescatarte de su espada. <<
    -¿Has visto esa cicatriz en la cara de Misawa?- preguntó Luka.
    -Si… siempre dice que fue en una batalla, contra otro general- respondió Len, algo distante.
    -Eso es mentira. Fui yo misma quien le hirió el rostro para salvarte. Esa cicatriz es una marca mía.
    -Su orgullo no le permite decir la verdad…
    -Ni eso, ni su pacto conmigo y Lily.- dijo la sirvienta de rosa, mirando el techo del camarote. –Si algo bueno tiene Misawa, es palabra, ya sea para bien o para mal, sus palabras son importantes para si mismo.
    >>La misma noche en que fuiste salvado, nos reunimos en secreto los tres: Misawa, Lily y yo, pactando no decirle a nadie sobre lo ocurrido y que hacer contigo. Ahí se decidió que tanto ella como el general guardarían silencio, fingiendo que las órdenes de Gakupo se cumplieron al pie de la letra. Pero yo tenía que irme lejos del reino para protegerte de todo, tu padre, el mismo reino, tu oscuro destino. <<
    >>Opte por esconderte en mi pueblo natal, Azakawa, lejos de toda intervención y contacto con la milicia del país amarillo, pues los nobles del lugar no confiaban en los soldados de Gakupo y preferían pagar sus propias guardias. ¿No confiaban en el rey? Tenlo por seguro. Cuando llegue a casa, sabia que me enfrentaría a otro problema, explicar tu origen, ¿cómo decirles a mis padres que ahora había un nuevo hijo en la familia? No fue nada fácil… tuve que mentirles, soportar uno de los castigos más duros por parte de mi padre y las lagrimas de mi madre. <<
    -¿Qué fue lo que les dijiste a mamá y papá?- pregunto Len, ahora interesado.
    -Para ellos, así como para todo el pueblo, tú eres mi hijo.- respondió Luka totalmente seria, como si esas palabras le dolieran o entristecieran.
    -¿Tu hijo… yo?- tartamudeo Len atónito.
    -Si, mi hijo.- repitió la sirvienta. –Todos en Azakawa creen que durante mi estancia en el palacio tuve amoríos con varios nobles de la familia Kagamine, y que tú eras producto de una de esas relaciones.
    -Pero yo siempre… todo el tiempo nos presentaron como hermanos…
    -Logré que mis padres accedieran a criarte como un hermano, les dije que… sería mejor para ti crecer como un legítimo Megurine que como un Kagamine bastardo…
    Len se quedó mudo. Luka le había dicho la verdad, su vida había sido una mentira por todo ángulo que se viera; sus verdaderos padres no pudieron criarlo, uno por desprecio y ella por evitar la ira de su esposo. La chica que creía su hermana en verdad era la sirvienta de su verdadera madre; y sus supuestos padres no tenían relación alguna con él, incluso pensó que ellos le odiaban en el fondo por ser el producto de una relación prohibida de su hija. Y para colmo, en sus dos hogares no tenia el mismo origen. ¿Qué más le ocultaría Luka? ¿Habría mas cosas de las que el debería tener conocimiento?
    -Eso es todo lo que tienes que decirme- dijo al fin con cierta frialdad.
    -Si… es todo.- respondió Luka mirando el suelo de madera. Dio un suspiro de frustración y se levantó de la cama, dispuesta a abandonar el camarote del joven rubio; pero antes de llegar a la puerta, este la detuvo.
    -No te creo…- alcanzó a decir él. –Aun te falta algo más, lo sé.
    -¿Qué mas puedo ocultarte?
    -Aun no me dices porque le temiste a Misawa, tu misma lo escuchaste cuando lo dijo antes de irse.- repuso un frio Len, tomado del brazo a la sirvienta.
    -¿No puedes encontrar la conexión? Misawa amenazó con matar a mis padres y a ti si le contaba esto a Rin.- respondió ella liberándose del agarre del chico. –No hay más que explicar; tus verdaderos orígenes, tu verdadera identidad, ya lo sabes todo Len.
    -Aun pienso que falta algo más que contar; aun debes ocultarme algo.
    Luka guardó silencio por unos segundos, mismo que rompió con un suspiro lleno de amargura; llevó ambas manos a su pecho y bajó la mirada al suelo de nuevo. Len sabia muy bien que aun había más cosas ocultas por la pelirosada, y no se detendría hasta conocerlas; de esto estaba consiente la sirvienta de rosa, conocía muy bien a su hermano y su gran perseverancia. Pero en esta ocasión, ella no podía ceder.
    -Lo siento Len, pero no puedo decírtelo. No aun…- concluyó ella, abriendo la puerta y abandonando el camarote tan rápido como pudo.

    Len sólo la miró irse por el largo pasillo de la nave, desconociendo a donde se dirigía. Cuando Luka al fin desapareció tras doblar su camino a unas diez puertas de distancia, el ahora confundido joven cerró su camarote, bloqueó la puerta con la mesita de noche y se arrojó a la cama. Así permaneció por un largo rato, tendido en su colchón con los brazos flexionados para apoyar su cabeza, mirando el oscuro techo sobre él. No importaba cuanto lo intentara, la cantidad de información recién recibida la impedía conciliar le sueño; en su cabeza solo se arremolinaban imágenes sin sentido de como Luka le rescató de las manos y espada de Misawa, las miradas de desprecio que a escondidas le dirigían los padres de la mujer que había creído su hermana, las incontables lagrimas de Lily al verlo desparecer junto a Luka para salvarle la vida, los duros momentos que su llamada hermana tuvo que pasar frente a todo el pueblo de Azakawa, todos los años que pasó escondido de la verdad, tan cerca y lejos de su verdadera hermana.
    La gran duda que le aquejó durante toda la noche era saber que haría ahora. Legítimamente él también era un heredero al trono y podía luchar por el, pero, ¿con que grupo? ¿y como convencer a la gente de que él era un hijo de la dinastía Kamui? Todo le parecía tan imposible en aquel momento, además, él no estaba molesto para nada con Rin, de todos en el País Amarillo, ella era la menos culpable. La culpa en esto la tenían todos los que le rodeaban: Misawa, Luka, sus padres Lily y Gakupo, al menos hasta donde sabia, pues era posible que aunque su nacimiento permaneció en secreto otras personas estuviesen al tanto, pero saber quienes o cuantas no lo podría descubrir, ya que conociendo a Misawa, ya se había encargado de hacerles callar.
    Mientras Len se torturaba en su cama con múltiples pensamientos sobre su origen y que hacer a partir de ahora, en la cubierta, de pie junto al timón del barco, permanecía en silencio el general Misawa. Sus ojos estaban fijos en la humeante isla que era ahora el País Verde, esbozando una maléfica sonrisa de satisfacción, su habitual expresión de victoria.
    -General- le habló un soldado –nuestros hombres han tomado la ciudad; la resistencia del enemigo fue débil ante nuestro poder.
    -Eso es perfecto capitán.- respondió Misawa sin dar la vuelta. –Que todos nuestros hombres descansen esta noche; por la mañana se dedicaran a limpiar este lugar y tomar las pocas cosas de valor que tengan.
    -Como usted diga mi general.
    -Y una cosa más, capitán. Saque a todos sus hombres de mi nave, regreso al reino ahora mismo.
    -¿Qué dice? Pero mi general, apenas hemos iniciado el ataque, no puede abandonarnos ahora.
    -¿No acaba de decirme que el enemigo no pudo hacer nada para defenderse? Los reinos tienen sus mejores defensas en las fronteras, para que nadie pueda pasar a donde esta el rey. Dudo mucho que esta isla de campesinos tenga algo mejor que ofrecer.
    -Pero general, si usted no nos dirige…
    -¿Qué me quiere decir con eso? Sinceramente capitán, si no cree poder vencer en este lugar, más la vale arrojarse al mar con una bala de cañón al cuello.- dijo Misawa elevando la voz, al fin se había dado vuelta para mirar al indeciso soldado. –Usted y los tenientes conocen a la perfección mis estrategias.
    -Le prometo no traicionar su confianza, mi general.
    -Eso está mejor. Ahora fuera de aquí, tengo mucho que hacer aun.
    -Si mi general.- respondió el soldado, saludando a Misawa y dándose media vuelta para regresar a los camarotes, dejando a su superior solo, con una sonrisa en los labios.

    -¡Ha vuelto! ¡Mi reina! ¡El general Misawa ha vuelto!- gritaba un sirviente mientras corría por la sala del trono, directo al asiento de la reina Rin –Nuestras tropas han vuelto mi reina.
    -¿Tan pronto han ganado la guerra?- Se extrañó Rin. –¿Tan pequeño es el Reino Verde? ¿O acaso los subestimamos?
    -Lo desconozco su alteza, pero la nave del general luce intacta.
    -Ah…- exclamó Rin poco entusiasmada. –¿Que hay de Len?
    -El joven Len también se acerca, lo vi en la cubierta deseoso por bajar de la nave. Pero no comprendo que hacia él en la guerra.
    -¡Un encargo muy especial! ¡No debo justificarlo contigo, ni con nadie!- explotó falsamente Rin; ni fingiendo un enojo podía esconder el gusto por volver a ver a su querido sirviente. –Anda, preparen la habitación de Len, ¡y un baño! Debe estar sucio y fastidiado por el viaje- ordenó a Neru y otra sirvienta de cabello morado. -¡Andando!
    -En seguida mi reina- respondieron las dos chicas antes de salir huyendo.
    -¿Y el general?- preguntó otra sirvienta cercana a la reina. Su cabello era rosado.
    -¿Misawa? ¡Es cierto! ¡See, Aoki! Ustedes hagan lo mismo para el general!- ordenó de nuevo, provocando que ambas criadas huyeran de inmediato tras responder a su mandato. –Gracias Luka, lo había olvidado.
    -Descuide mi reina, a veces pasa. En especial con alguien tan… singular como él.- bromeó con el asunto, provocando la risa de ambas.
    -No sé que haría sin ti o sin Len. Probablemente el reino ya hubiese colapsado de no estar ustedes aquí.- mencionó Rin. –Fue un tanto complicado estar toda la semana sin ti; pero ya estas curada de tu mal para recibir a tu hermano.
    -En verdad, desde anoche me siento bien, pero ya sabe como son los médicos. No quieren correr riesgos.
    -¡Lo sé! Cuando contraje un pequeño resfrió me trataban como si tuviese viruela. Las dos peores semanas de mi vida.
    -Al menos Len estaba ahí para cuidarle.- sonrió Luka. –Creo que eso le ayudó mucho, ¿no?
    -Más de lo que crees. Pero dime… exactamente, ¿de que enfermaste?
    -Nada grave, solo fue una intoxicación provocada por comer un hongo venenoso. Por suerte no era letal.
    -Cielos, tendré que reprimir a quien trajo semejante peligro al palacio.
    -Para nada mi reina- sonrió de nuevo Luka. –Un error es cometido por cualquiera. No debemos exagerar.
    -Está bien, lo dejare pasar por esta ocasión, pero solo esta. Si vuelve a pasar, ¡habrá consecuencias!
    -Mi reina- dijo Luka entre risas. –Tranquila, no creo que a Len le guste verla molesta después de pasar varios días separados.
    -Créeme que nada podría molestarme ahora.- respondió Rin con una amplia sonrisa. –Me da algo de pena decirlo pero… sé que actúo como una niña por el regreso de Len.
    -Todos nos emocionamos cuando alguien muy querido regresa a nosotros, es normal mi reina.
    -Y no sabes como quiero a ese chico- exclamó Rin con un grito de alegría, ante los brillantes ojos de Luka que miraba con gusto la gran alegría de la reina. Pese a lo ocurrido en días pasados, un poco de felicidad juvenil le venia muy bien.

    Pasaron los minutos, poco más de una hora para que las carrozas donde Misawa y Len viajaban de regreso al palacio llegasen. Su arribo no pasó inadvertido por los habitantes, pues el escandalo provocado por las armas de los soldados que les escoltaban llamaban la atención de todos. Con el veloz galopar de los caballos, los dos carros llegaron a su destino.
    El primero en bajar fue Misawa Kurogane, acompañado de sus fieles soldados que le recibieron con trompetas y la acostumbrada presentación de armas. Menos escandalo causó la llegada de Len, pero sin duda fue quien demostró mas afecto por parte de los sirvientes. El joven fue recibido por un amplio grupo de criados, si no es que eran todos lo del palacio, quienes entres abrazos y saludos, le acompañaron hasta el interior del palacio. Pero a pesar de ser el último en bajar, el sirviente de rubios cabellos fue el primero en presentarse con la reina, ante un salón completamente vacío, donde solo estaban Rin y Luka.
    -¡Len!- gritó Rin al verlo entrar a la sala del trono. Sin pensarlo ni un minuto, la reina se levantó de su lujoso asiento y corrió por toda la sala directo a los brazos del joven que seguía avanzando. –Al fin llegas.
    -Rin…- dijo levemente el sirviente. Aunque todo el camino había estado serio, callado y distante de los demás, aunque durante todo el viaje no hizo más que pensar en cruel acto que cometieron contra él, Len no podía evitar sentirse feliz por ver a Rin de nuevo. -¡Rin!- gritó el chico alegre, corriendo hacia al reina. Tal vez la verdad era dolorosa, pero después de tantos años, no podía cambiar las cosas de la noche a la mañana.
    -¡No sabes como te extrañe Len!- exclamó la joven monarca mientras abrazaba a su sirviente. –Siempre me haces mucha falta.
    -Y aun así me mandas a misiones especiales- respondió él alborotándole el cabello. –Así que no te quejes.
    -Disculpe señor sirviente, no le vuelvo a pedir nada- le dijo inflando las mejillas para abrazar de nuevo a Len. –Dime… ¿en verdad lo hiciste?
    -Fue difícil pero… lo hice.- suspiró Len.
    -Disculpa que te mandara a hacer eso pero… no confiaba en nadie mas, solo tú…
    -¡Glorioso sea este día para el Reino Amarillo!- interrumpió con su llegada el general Misawa; abriendo de par en par las puertas y entrando rodeado de sus soldados. –Pronto nuestros dominios se verán ampliamente extendidos con tierras fértiles y ricas en sus productos.- Siguió anunciando mientras se acercaba a los gemelos Kamui. –Oh, disculpe mi reina. ¿Interrumpo algo?
    -Ahora que lo menciona, si general, me está interrumpiendo.- le dijo Rin con gran molestia.
    -Le ofrezco mis más sinceras disculpas, su majestad. Pero es fácil dejarse llevar por la emoción de una justa victoria.
    -Si es que atacar a un pueblo indefenso es justo.- dijo Len con Molestia.
    -¡No me molestes niño!
    -¡Misawa!- chilló Rin.- ¡Len! No quiero que comiencen a discutir. No este día.
    -Si así lo desea mi reina- dijo el general mirando a Len.- Lo hare porque es su voluntad. ¡Y porque me siento de muy buen humor!- agregó elevando la voz con una curiosa alegría. –Debemos celebrar nuestra próxima victoria.
    -¿Próxima victoria?- cuestionó Rin de inmediato. –Creí que usted me traería una nueva conquista general.
    -La tendrá mi reina- dijo entre risas. –La victoria es nuestra, solo deme unos días, horas quizá. Mis hombres no tardaran en tomar el control del País Verde.
    -Le veo muy confiado general, tanto en la victoria como en sus hombres.
    -Mis tropas conocen a la perfección mis estrategias de batalla; y el pobre ejército verde no tiene oportunidad con nosotros. ¡Una nueva era iniciara!- rugió eufórico –Con su permiso su alteza, solicito permiso para mandar los preparativos de una fiesta en honor a nuestra victoria.
    -Permiso concedido general- respondió Rin con cierto fastidio. –Que sea tan grande como nuestra victoria.
    -Y así lo será- dijo con una reverencia. –Con su permiso, mi reina.- volvió a hablar, dándose la vuelta y marchándose con sus hombres.
    -No puedo creer que lo consintieras.- reclamó Len.
    -Ya me estaba fastidiando el hombre.- dijo Rin aun molesta. –Nunca lo había visto actuar tan… extraño.
    -Es el licor en su sangre. Lo vi beber mucho en el barco.
    -Entonces está muy seguro de la victoria. ¿Tú que dices?
    -Odio darle la razón a Misawa pero, la tiene. El Reino Verde no tiene ninguna oportunidad.
     
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  5.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Y la verdad se ha sabido! tin tiri rintin!
    Te quedó muy bien el capitulo, me encantó la forma en que Luka le contó todo a Len, ella realmente tuvo que sacrificar muchas cosas para evitar la muerte de el rubio.
    Hay más cosas que podria decir del cap, pero en mi hay una enorme duda, ¿qué paso con Grygera? se supone que Misawa iba a atacar su mansión y ¿qué ocurrió?, tengo esa enorme duda en mi mente y es qué que carajos paso con él, si de porci es un personaje enignatico y luego me dejas con esas dudas!
    Date prisa y sube la conti que me muero por saber que paso.

    P.D: Felicidades :p.
     
  6.  
    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    Título:
    La hija del mal
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    5005
    En verdad se supone que era el unico lugar que no iban a atacar, aunque tenian ganas de hacerlo, pero como él es un amigo del Reino Magenta no lo hicieron. Pero bueno, te dejo este nuevo capitulo para que te asombres mas de Axel.


    Capitulo XXII
    “The Daughter of Revenge”​
    -Malvada flor carmesí, buscando venganza-​


    El área de cocina del palacio siempre se había ubicado en el mismo lugar, al fondo de la torre principal, escondida de todos. No era la misma habitación que los sirvientes solían usar, ésta cocina estaba especialmente diseñada para preparar los grandes banquetes que se servían a los invitados en caso de fiesta o visita de algún hombre importante de un reino vecino; pero también era usada para aquellas ocasiones en las que la reina Rin se ponía exigente con la comida, cosa que nunca se podía prever. Y por eso mismo, los cocineros siempre debían estar alertas, pues nunca sabían cuando la joven monarca pediría algún platillo extravagante.
    Por eso mismo, siempre eran bienvenidos nuevos cocineros, en especial los que vinieran de otro reino o supieran elaborar algún platillo en especial, para tener siempre con que sorprenderla y traerle nuevos sabores al paladar. Se coincidía pues, que estas fechas una nueva cocinera había llegado al palacio y en estos momentos le daban un recorrido por la amplia habitación.
    -Y eso es todo lo que debes saber, pero lo más importante es que esta será tu área, donde solo harás el pan diario.- dijo el cocinero en jefe. –Procura dejarla lo mas limpia posible.
    -Descuide, ya tengo mucha experiencia en esto- respondió la cocinera de cabello rosado, no del mismo tono que Luka, sino uno mas intenso. –Esta hablando con la principal panadera del reino- agregó guiando un ojo.
    -En verdad es un honor tenerla entre nosotros Miki, pero… me gana la curiosidad. ¿Qué hace la hija del mejor panadero del reino aquí?
    -Disculpe señor pero, hija de un panadero si, del mejor del reino, no. Yo soy la mejor panadera del reino.
    -Oh, le pido que me perdone por tal error.
    -Descuide- le calmó Miki entre risas. –Estoy acostumbrada a ello, todos esperan a un hombre.
    -Eso es cierto. Pero aun no responde a mi pregunta, ¿por qué está aquí?
    -Voy a serle sincera. El negocio ha estado muy mal, ya casi nadie me compra pan aunque baje los precios. Así que por eso decidí ofreceré mis servicios a la corona.
    -Una decisión inteligente de su parte, pero podría ser mal vista por la sociedad.
    -Humillarme trabajando para la corona o morir de hambre por falta de clientes.- dijo haciendo una leve pausa. –Podre vivir sin honor, pero prefiero comer.
    -Como todos señorita Miki, la mayoría de los que estamos aquí es por adeudos con la corona, o porque no tienen otra forma de vivir.
    -Es increíble a lo que hemos llegado…- suspiró Miki.
    -Pero las cosas cambiaran, vendrán tiempos mejores.- se mostró optimista el cocinero, enseñándole una sonrisa tranquila.
    -De eso puede estar seguro, todo esto va a cambiar.- respondió Miki, pero a diferencia del cocinero, ella tenía un semblante más serio, la alegre panadera se había desvanecido.
    -¡Pero bueno! Dejemos de hablar de estos temas, no es propio de un servidor hablar de política- exclamó el cocinero. Tomó a Miki del brazo y la puso frente a la mesa. –Mejor prepare uno de sus panes, así podrá sorprender a la reina.
    -Tiene razón, vine aquí a trabajar, no a molestarme. Solo dígame los gustos de la reina y de inmediato preparare uno.- dijo recuperando lentamente su tono jovial.
    -Bueno, es muy especial en sus alimentos, pero le encantan los…
    -¡Eh, cocinero!- le interrumpió una voz que venia desde la puerta. –Ven acá hombre, el general quiere hablar contigo.
    -¿El general Misawa? ¿Qué necesita de mí?
    -Eso no lo sé, pero ya lo averiguaras si te acercas ahora mismo.- dijo el soldado.
    -Entiendo. Señorita Miki, disculpe la interrupción.
    -Descuide, entiendo como son las cosas aquí.- respondió sonriente de nuevo.
    -En ese caso, ya regreso señorita.- se despidió el cocinero, caminando a donde estaba el soldado para desaparecer tras la puerta.

    Al verse sola, Miki sacó de su zapato un pequeño trozo de papel y lo desenrolló con cuidado. Mientras hacia esto, sus ojos rebuscaban en todos los rincones de la cocina, como si buscase algo entre los muebles y trastes que le rodeaban; cada detalle era examinado por su mirada penetrante, todo objeto le parecía importante y sospechoso. Al tener el pergamino extendido, lo leyó en voz baja y sonrió.
    -Dos entradas en la cocina. Una en el depósito de vegetales y otra… bajo la segunda ventana a la derecha del mueble de las ollas. Bloquearlas será fácil.
    Miró de nuevo a su alrededor, cuidando de que nadie se acercara. Lentamente caminó hasta el depósito de vegetales, que era una bodega pequeña tras una puerta de pesado metal, quizá hierro, cerrada con un candado. Miki tomó el cerrojo en sus manos y lo revisó con detenimiento.
    -Un disparo bastara- murmuró para si misma, luego lo soltó y se dirigió a la ventana.
    Una vez frente a esta, con sus manos palpaba el muro, tratando de buscar alguna cerradura, palanca, botón, o cualquier otro aparato que funcionara para abrir el túnel secreto. Paseando sus dedos por los bloques de pierdas, la panadera se encontró con una diminuta roca suelta, misma que retiró con un ligero tirón para dejar a descubierto una pequeña manija. Movida por la curiosidad, la jaló y parte del muro, tres piedras para ser exactos, se abrieron como si fuesen una puerta. Miki estaba asombrada y presionada a la vez, el tiempo no estaba de su parte en ese momento como para entrar al túnel, pero si pudo asomarse para darse cuenta que la mitad de esa pared era falsa, unos cinco metros de un estrecho pasillo se extendían detrás de la cocina antes de desaparecer bajo tierra. Sin perder ni un segundo, bloqueó la entrada y coloco al piedra en su lugar, regresando todo a como estaba antes. De nuevo, en su rostro se dibujaba una sonrisa, no una cálida y alegre como mostraba frente al cocinero, sino una que reflejaba una profunda satisfacción y confianza, había logrado su objetivo, ahora solo debía informar de su hallazgo a los compañeros de la resistencia.
    Esta apunto de regresar a su estación de trabajo, cuando se escucharon los pasos del cocinero real acercarse. Al verse sin posibilidades de situarse en su posición original, Miki se arrojó al mueble mas cercano que tenia y se puso a esculcarlo un tanto nerviosa. Frascos y recipientes eran agitados por sus manos, como si el simple sonido que producían al agitarse le dijeran que contenían.
    -Bien Miki, acabas de llegar y ya tendrás un trabajo mayor.- llegó diciendo el cocinero, extrañándose al notar como la panadera rebuscaba en ese mueble. –Señorita… ¿Qué esta haciendo?
    -Disculpe mi impaciencia, es solo que buscaba donde guardan las especias.
    -Bueno, si, ha sido un acto de suma impaciencia, pero admito también que me demoré atendiendo al joven.
    -Sólo un poco.- le dijo Miki, mostrándose amistosa. –¿Puedo preguntar que buscaba el soldado con usted?
    -Oh, claro. Y no es nada del otro mundo- respondió el cocinero. –Lo mismo que exige el general Misawa siempre que regresa de una guerra o expedición. Una fiesta para elevar su ego y poder presumir de sus logros.
    -Vaya, el orgullo es la tarjeta de presentación del general.
    -¡Sin duda alguna! Es soberbio como pocos; y no quiero causar polémica, pero estoy convencido de que él tiene la culpa del comportamiento de la reina Rin.
    Miki de inmediato se interesó, miró fijamente al cocinero con cierta sorpresa.
    -¿El general Misawa es culpable?
    -Es lo que yo creo.- dijo el cocinero. –Tal vez yo no conocí al rey Gakupo III, pero si a Misawa y a la reina Rin, y puedo decirle que ella se vuelve más soberbia y malvada cada vez que habla con el general.
    -Pero que acusación tan grave hace usted. Si alguien escuchara eso…
    -¡Que lo hagan!- interrumpió él. –No tengo nada que perder.
    -Admiro su valor señor, no conozco a nadie que sea capaz de gritar algo así.
    -Con el tiempo Miki, vas restándole importancia a algunas cosas; pero basta de esto, tenemos que empezar a trabajar en la cena de hoy. Prepare la masa y pongámonos a trabajar señorita.
    -¡Enseguida!- respondió una activa Miki, que de inmediato obedeció y se puso a trabajar.

    Era de noche en el Reino Amarillo, un día después del arribo de Misawa, y la tranquilidad se había vuelto a apoderar de las calles del poblado, después de numerosas trifulcas ocurridas desde la muerte de Gomu Megpoid, “El Señor de la Oscuridad”. A partir de ese día, los habitantes del reino comenzaron a oponerse a la corona en cuanto les fuera posible, pero sus pequeñas rebeliones siempre eran sofocadas por el poder del ejército, que arrestaba a cuanta persona se resistiera a las ordenes de Rin o atacara a algún guardia, sin importar su sexo o edad. Intimidados por los rumores que presumían las muertes de todos aquellos presos, las revueltas dejaron de ser comunes hasta desaparecer. Sin embargo, aun seguía una resistencia más, un movimiento que aun no se había detenido gracias a su buena organización, fidelidad e ingenio de sus integrantes, pero permanecer en secreto era difícil a veces por las constantes revisiones a hogares y negocios que buscaban dar con el paradero de Gumi, hermana del falso vampiro, de quien no se tenían noticias desde la ejecución de éste.
    Ocultos en el sótano del bar propiedad de Sakine Meiko, como ya les era costumbre desde hacía unos cuantos días, se encontraban el señor Benimaru, que comía un guiso de carne con suma tranquilidad, y Hiroki, que alzaba con ambas manos una gruesa y pesada barra de hierro. Al fondo de la habitación, leyendo varios papeles, estaba Miki, aun vestida con sus ropas de panadera y algunas manchas de harina por todo el cuerpo.
    -Aun pienso que debimos atacarlos mientras Misawa no estaba- se quejó Hiroki con un tono algo brusco. –Ya perdimos una gran oportunidad para librarnos de esa niña.
    -Hiroki, se mas paciente hombre.- le respondió de inmediato Benimaru, con sus habitual tono calmado de voz. –Si Meiko no quiso hacerlo, sus motivos ha de tener.
    -¿Y que motivos son? Porque no encuentro ningún motivo para retrasar un ataque cuando tenemos una amplia ventaja.
    -Meiko dijo que debemos tener a la reina y a Misawa juntos, ¿recuerdas?- trataba de explicarse el señor Benimaru. –Si atacábamos a la reina Rin, el general nos hubiese aniquilado a todos a su regreso.
    -¿Con que fin? Ya no habría reino que recuperar.
    -Pero podría hacerse llamar rey. Debemos tener en cuenta todas las posibilidades.
    -Aun así… pienso que sólo debemos matarlos a todos.
    -Que impulsivo Hiroki. Una guerra no se puede ganar así.
    -Tampoco puede ganarse si no levantas las armas cuando tienes la oportunidad.
    -Ya te dije que no podemos descuidar ningún detalle, Misawa no podía quedar suelto por ahí.
    -¡A Misawa lo mato de un golpe!
    -¡Ese no es el punto!
    -¡Silencio!- rugió la voz de Meiko desde la puerta. -¿Qué les hace pensar que pueden venir a gritarse a mi negocio?- seguía diciendo mientras se internaba a la bodega. Su sola presencia bastó para que los dos hombres guardaran silencio. –Saben muy bien como está la situación y ustedes gritándolo todo. ¿Por qué no traen a un grupo de soldados para que nos maten de una buena vez?
    -Perdón Meiko…- se disculpó Benimaru poniéndose de pie. –Perdí por un momento la cabeza.
    -De una forma muy escandalosa.- dijo Meiko, luego miró a Hiroki. –Y tú, ¿no dirás nada?
    -Perdona el escandalo, pero aun pienso que cometiste un error.- dijo con voz ronca.
    -¿Sabes una cosa? Me da igual lo que digas al respecto, tu idea no va acorde al plan que tenemos. Eres buen hombre, pero te falta disciplina.- terminó de reprenderlo la líder del grupo. –Debemos matar a la reina, pero si no eliminamos a Misawa, no lograremos nada. Todos sabemos que él es quien mueve todo dentro del palacio, por eso debemos dejarlo fuera del mapa.- Se hizo un silencio en la bodega. Ni Benimaru ni Hiroki tenían palabras para responder a Meiko, quien no se detuvo hasta llegar a su escritorio. La dueña del bar permaneció al pie del mueble unos segundos, mirando a los dos hombres que seguían mudos, esperando alguna reacción. Al no ver ninguna, se sentó. –Miki, ¿como vas con tu misión?
    -Todo marcha a la perfección, pase sus interrogatorios y no sospechan nada de mí.
    -Hasta que alguien hace bien su trabajo. ¿Alguna novedad en el palacio?
    -A pesar de solo tener tres días dentro, si, tengo algo que resultara interesante para todos.- comenzó a hablar Miki acercándose al escritorio. –Todos sabemos que Misawa es muy orgulloso y escandaloso y como era de esperarse, planea dar una fiesta para celebrar la conquista del Reino Verde.
    -Gran cosa, una nueva alza de impuestos como siempre y un montón de nobles presumidos.- interrumpió Hiroki.
    -Al contrario Hiroki, es una gran oportunidad que aprovechar.- tomó de inmediato la palabra Meiko, levantándose de su silla. –Todos encerrados en el palacio, cayéndose de borrachos incluyendo los guardias. Nadie sabrá que ocurrió y podremos eliminar también a los nobles del reino…
    -Pero de seguro tendrá invitados de otros reinos- habló el señor Benimaru. –Ya saben, le gusta presumir ante otros reyes.
    -Oh no señor, no habrá invitados extranjeros; únicamente los nobles de este reino estarán presentes.
    -Será una masacre perfecta- rio Meiko. –Todos encerrados listos para ser asesinados. Pero me sigue molestando el ejército que esta fuera…
    -¡Eso no será ningún problema Meiko!- resonó una voz femenina desde la puerta. De inmediato todos se voltearon para mirar con sorpresa a una mujer de cabello color vino, peinado en dos grandes bucles. –Miki no es la única con novedades.
    -¡Teto!- gritó la panadera.
    -Vaya, vaya, miren quien regresó de entre los muertos- dijo Hiroki burlón.
    -Que gracioso Hiroki, pero debes saber que una “muerta” ha aportado mas que tú a nuestra causa.
    -Claro… desapareces un mes completo. Yo he entrenado tropas, en cambio tú, ¿qué has hecho?
    -Yo traigo esto- dijo sacando una carta un tanto maltratada. –Creo que encontraran muy interesante lo que dice.
    -Déjame verlo.- dijo Meiko tomando la carta. La desdoblo de inmediato y sentándose de nuevo comenzó a leerla con cierta curiosidad. –“General Misawa, disculpe la falta de formalidad pero…”- Mientras avanzaba en las palabras escritas, su expresión cambiaba de seriedad a una de sorpresa que terminó dibujando una malévola sonrisa en sus labios.
    -Conozco esa sonrisa- mencionó Hiroki. –Esta tramando algo.
    -Meiko, ¿qué dice esa carta?- preguntó Benimaru algo temeroso, la expresión de Meiko, en efecto, inspiraba miedo.
    -Una gran noticia que nos beneficia a todos nosotros.- dijo sin borrar la sonrisa de su rostro. –Creo que debemos adelantar el ataque, actuar cuanto antes.
    -¿Pero que dices? Justo acabas de decir que debemos esperar el momento adecuado- replicó Benimaru.
    -Y ese momento ha llegado ahora, sería tonto no aprovecharlo. ¡La fortuna nos sonríe compañeros!- gritaba en un frenesí la tabernera.
    -Debe ser muy bueno lo que dice esa carta- mencionó Miki mirando detenidamente a la mujer de cabello castaño. –A pesar de que no quieres decirnos.
    -¡Sin duda lo es! ¡Grandes noticias que pronto sabrán!- decía ella, mezclando palabras con risas. –Pero debes decirme Teto, ¿cómo conseguiste este documento?
    -No lo vas a creer, pero fue muy fácil.- alegó presumida Teto –Esta mañana en la playa apareció un muchacho flotando a la deriva en un bote de remos y cargaba con esta carta.
    -Espera… ¿quieres decir que le robaste esto a un soldado?
    -¿A un soldado?- expresó Benimaru, pero nadie le prestó atención.
    -No es un soldado, es otra persona que no viene de nuestro reino. De hecho… él te espera en el pasillo Meiko.
    -¿Está aquí? Pues hazlo pasar de inmediato- ordenó la líder del grupo con voz potente.
    Teto mostró todos los dientes en una sonrisa y se dio media vuelta para regresar a la puerta de la bodega, salió y caminó unos pasos que se escucharon en la habitación, ante la intriga del resto de los presentes. Unos murmullos llegaron a sus oídos, incomprensibles desde su ubicación. El silencio volvió a reinar sobre la sala, tan incomodo como pudiera ser posible, interrumpido de la nada por un ataque de tos que sufrió Benimaru. Los pasos sonaron de nuevo, ahora eran más; en un segundo, Teto entró a la bodega aun sonriente, seguida por un joven de cabello azul cuyas ropas blancas estaban desgarradas y manchadas de negro hollín. Su cara era el reflejo de la ira y tristeza, marcados con suma claridad a pesar del notable cansancio en sus marcadas ojeras.
    -No puede ser…- balbuceó Miki estupefacta. –Es…
    -El príncipe Shion Kaito- completó Meiko, con la misma sorpresa que su compañera. –Su alteza… aquí.
    -Principe, ellos son el grupo del que le conté esta tarde, mis compañeros… la resistencia a la corona amarilla: Los hijos de la venganza.
    Kaito no dijo nada, solo miró a cada uno de los presentes fijamente, examinándolos a la distancia con sus azules ojos llenos de dolor y furia. Avanzó unos pasos más hasta quedar frente a Meiko y le extendió la mano.
    -Shion Kaito, príncipe del País Azul.
    -Sakine Meiko, líder de la resistencia.- se presentó estrechando la mano del príncipe. –Es un honor tenerlo frente a mí.
    -Al parecer, así lo quiso el destino.- dijo secamente el joven. –Su aliada Teto me ha informado de sus objetivos y planes.
    -Horrible para alguien de la realeza, ¿no?
    -Horrible para todo ser humano, pero admito que a veces no existe otra opción y debemos tomar las armas.- mencionó Kaito, su voz ahora era mas tranquila. –Y yo quiero apoyarlos en eso.
    -¿Disculpe? ¿Ha dicho que quiere ayudarnos?
    -En efecto señorita, quiero auxiliarles en su cruzada contra la reina Kamui; eso claro, si usted lo aprueba.
    -Aunque la idea me fascine, no puedo evitar preguntarle ¿por qué?
    -Mis motivos tengo, pero quisiera hablar a solas con usted, si no es molestia, claro está. -pidió el príncipe Kaito.
    -Por supuesto, sígame por favor.- dijo con tono amable, mismo que cambió bruscamente para llamar la atención de su grupo. –Y ustedes, al otro rincón, no nos molesten.

    La tabernera caminó junto al príncipe hasta la mesa ubicada al fondo de la bodega, mientras que el resto del grupo se sentó en las sillas que estaban amontonadas en la esquina contraria de la habitación, murmurando entre si sus suposiciones del porque el príncipe Shion estaba con ellos.
    Kaito y Meiko tomaron asiento frente a la mesa, ella tomó una botella y un vaso de la repisa cercana a ellos y le ofreció un trago al príncipe, que lo aceptó de buena gana. Apenas le fue entregado el vaso, el joven bebí todo el contenido y pidió que se le sirviera más. Así lo hizo Meiko, sirviéndose también un vaso.
    -Así que esta sediento.
    -No suelo beber licor a no ser que sea una ocasión importante… pero admito que lo necesito ahora mismo.
    -Ayuda a sobrellevar las penas, así hemos soportado tantos años de abusos y dolor causados por la corona.
    -Mientras el licor no domine su vida.
    -Ni un segundo, su alteza.- respondió Meiko dando un sorbo a su bebida. –Pero hablemos de lo importante, estoy segura que usted tiene tantas dudas como yo. ¿Por qué no empieza?
    -Aunque tradicionalmente los miembros de la realeza comenzamos, prefiero que sea usted quien tome la palabra.
    -Es muy amable príncipe. Y voy a aprovecharlo porque tengo dos preguntas que hacerle.
    -Adelante.- indicó Kaito dando otro sorbo a su bebida.
    -¿Qué hace usted aquí y como obtuvo esa carta?
    -Usted es muy directa, otro lo tomaría como un insulto. Pero yo no…- dijo el príncipe en un suspiro. Terminó de beber su trago y dejando el vaso a un lado comenzó a hablar. –Me trae aquí un temible deseo de venganza señorita. Algo que no puedo reprimir por más que intente, el dolor más fuerte que he sentido. Su reina se ha llevado algo muy importante para mí.
    -¡No me diga que ahora también es ladrona!- gritó Meiko. -¿Qué no tiene limites esa mujer?
    -Me temo que usted no entiende. Ella no se ha llevado nada material, sino algo que vale más que todos los tesoros del mundo.- agregó con gran seriedad. –En su reciente ataque al reino Verde, ella mandó matar a mi prometida… no es una exageración, yo sé muy bien que…
    -Nosotros también lo sabemos príncipe- le interrumpió Meiko. –Sabemos que esa supuesta guerra solo era el disfraz para el asesinato de su prometida.
    -¿Cómo es que lo saben?
    -Su alteza, tenemos varios espías en el palacio- respondió Meiko con una risa ligeramente malévola. –Ahora entiendo, su visita se debe a que busca venganza por la muerte de su prometida.
    -Y de mi mejor amigo… él también fue asesinado durante el ataque. Se sacrificó por mí. Los soldados me confundieron e intentaron matarme, Piko solo quería sacarme de ahí… y Miku… aun no sé como pudieron atraparla.- decía mientras extendía su vaso hacia Meiko para que le sirviera mas licor.
    -Su alteza, aunque esto sea un bar, le aseguro que todas las decisiones importantes las hemos tomado sobrios.
    -Mi decisión ya fue tomada cuanto murió Miku. Tengo que vengar su muerte y la de Piko, no dejaré que Kamui crea que consiguió su objetivo.
    -Entonces por eso esta aquí, príncipe. Quiere venganza- decía Meiko sirviendo de nuevo el vaso de licor.- y le diré que se encuentra en el lugar indicado.- agregó con una sonrisa. –Pero eso no responde a mi otra pregunta, ¿Cómo consiguió la carta?
    -La conseguí cuando venia rumbo a este reino. Después del ataque al País Verde… estaba solo, hasta mi barco fue hundido. Los soldados de su reina no me dejaban en paz, no podía avanzar dos pasos sin ver a uno, armado con lanzas y espadas. Esa noche tuve que pasarla en una cueva junto a los cuerpos de Miku y Piko… no pude enterrarlos… siguen ahí… prometí volver…- comenzó a decir con una voz tan baja que parecía un susurro. Su mirada se perdió unos instantes en la pared de la bodega.
    -Sé que lo cumplirá, pero continúe, ¿como hizo para llegar hasta aquí?- le despertó Meiko de su repentino trance.
    -Yo… busque ayuda… a Grygera, pero su mansión no estaba. Fue tan raro… no había rastros de fuego o del ejercito amarillo pero… su mansión no estaba.- siguió diciendo algo distante. –Vagué por un día entre los restos de las casas y los cadáveres quemados de los pueblerinos… era horrible. Ese hedor… aun lo siento.- seguía diciendo el príncipe. Era imposible sacarle más palabras, sus pensamientos estaban aun atrapados en las ruinas de aquel pueblo del País Verde; su mirada se perdía en la nada, con ojos llenos de dolor y desesperación, como si estuviese mirando la masacre de nuevo. Tras un minutos y varías llamadas de atención por parte de Meiko, Kaito pudo continuar con su relato. –Vi a un reducido grupo de soldados, cabalgaban hacía los barcos con gran prisa. Todos se veían lastimados y llenos de desesperación, no entendí que pasaba en aquel momento, solo escuche decir a uno que tenia una carta para un tal general Misawa, que era necesario volver.- dio un suspiro y se llevó una mano a la cabeza para acomodar su cabello. –Ni siquiera recuerdo que pensaba en ese momento; solo quería vengarme, hacerles daño, pero me contuve. Cuando estaban descuidados, subí al barco y me escondí entre unos barriles. No se dieron cuenta de mi presencia, permanecí escondido todo el viaje de vuelta, que por algún motivo era más rápido de lo que acostumbraba a viajar un navío. Todos los tripulantes estaban muy ansiosos y uno de ellos no dejaba de leer una carta, al menos cada hora volvía a abrirla. Finalmente escuche gritar a uno de ellos que se acercaban a este reino, que se prepararan para tocar puerto. En ese instante… no sé que me pasó; fue como si toda la furia guardada en mi quisiera salir de pronto a destruir ese barco… y lo hice.
    -¿Destruir el barco, usted solo?
    -Si. Fue sencillo. Solo tomé una vela y la arrojé a los barriles de pólvora que tenían guardados. No eran muchos, pero fue una cantidad suficiente para agujerar el casco del navío y comenzar con el incendio del mismo. Desaté un caos entre esos hombres- dijo con una risa. –y en medio del desastre, pude ver como uno de los soldados subía a un bote de remos, con la carta en sus manos y comenzaba a bajar al mar. Yo lo seguí, en un intento por salir con vida de ese barco, aunque también tenía curiosidad por saber que decía esa carta. Subí al mismo bote y mientras el reaccionaba al susto, lo arrojé al mar. Lo último que recuerdo de esa noche… es a mí remando tan fuerte como podía hasta caer dormido.
    -Y al despertar, ya estaba Teto atendiéndolo.
    -En efecto. Desperté en su casa sin saber como llegué ahí.
    -Interesante príncipe; me sorprende su relato. Simplemente lo que hizo no es algo que esperaría de un miembro de la realeza.
    -Una persona siempre puede hacer algo inesperado.- respondió Kaito.
    -Cierto, ¡mírenos a nosotros!- gritó Meiko riendo, pero recupero la compostura de inmediato. –Con eso responde a mis dudas príncipe, pero me ha surgido una. ¿Por qué venir directamente aquí y no a su reino para pedir ayuda?
    -Porque mi padre no lo hubiese consentido.- dijo con un cierto enojo. –Para el, la muerte de Miku sería una noticia de jubilo.
    -¿Qué tan mala relación con ella tenia?
    -Ni se molestó en conocerla. Para él, una plebeya casada con su hijo era una gran desgracia, casi un pecado capital. Si acudía a él, simplemente me ignoraría.
    -No entiendo por qué la realeza se complica tanto las cosas.- agregó Meiko. –Tantas reglas y tradiciones.
    -No es fácil ser plebeyo, ni tampoco noble.- concluyó Kaito, dejando su vaso sobre la mesa. –Pero ahora me toca preguntarle a usted, señorita. No le cuestionare mucho, solo tengo una pregunta.
    -Pues adelante príncipe.
    -Su compañera Teto mencionó que ustedes se hacen llamar “Los hijos de la venganza”. Admito que dicho titulo me llena de curiosidad; ¿por qué tal nombre para su grupo?
    -Es curioso que lo pregunte- dijo la tabernera con una risita. –Por que eso buscamos príncipe, ¡venganza! Es lo único que queremos, buscamos vengarnos por todas las atrocidades que esa chiquilla que tenemos por reina nos ha hecho vivir a todos en el reino. Impuestos injustos, matanzas, dejarnos morir de hambre.
    -Y es por eso que planea derrocarla. Solo para tener su venganza.
    -No me entiende su alteza. Vera, por años nuestro pueblo ha sido oprimido y explotado por la dinastía Kamui y sus interminables guerras que solo sirven para dejarnos aun más pobres. Estamos cansados de eso, ya nos ha hecho muchos males y ¡vamos a vengarnos!
    -Aunque admiro ese espíritu de lucha, no creó que ese sea su verdadero motivo, ustedes deben tener algo más escondido; son los lideres de un movimiento contra la reina… algo personal deben tener.
    -No le mentiré, tiene razón. Todos nosotros, los aquí presentes, somos como usted príncipe, buscamos venganza porque ella nos arrebató a alguien importante en nuestras vidas. Vea a Hiroki, el hombre musculoso. Perdió a su esposa e hija una tarde después del cobro de impuestos. Los guardias se las llevaron, y nadie volvió a saber de ellas.- decía mientras señalaba a Hiroki, que seguía levantando sus barras. –Oh a Teto, se llevaron a sus padres por no poder reparar la carreta de la reina.- señaló a la chica de los bucles, que charlaba con la panadera. –Miki, se dedicaba a la panadería con su padre… hasta que dejaron de vender sus panes, y sin dinero para pagar, a él lo apresaron. Y por ultimo, Benimaru… su hijo era militar. Desobedeció a la reina y… ella mando ahorcarlo…- dijo con una voz temblorosa.
    -Lo siento en verdad…- comentó Kaito, mirando al reducido grupo. –¿Y usted? ¿A quien perdió por culpa de Kamui?
    -Yo era la esposa de ese soldado- dijo con voz amarga.
    Kaito quedó mudo, no sabía como responder a eso. Miró el suelo unos segundos y dejó escapar un largo suspiro.
    -¿Saben que harán si derrocan a Kamui?- preguntó el príncipe.
    -No en verdad, solo festejaremos hasta caer de borrachos. Después de eso, aun esta confuso.
    -Tengo amigos, pensadores y filósofos, que podrían ayudarles a establecer un gobierno mejor, para que no se repita lo que viven ahora. Ellos tienen las ideas, solo hay que darles una oportunidad.
    -Mientras me garanticen que no será necesario repetir la masacre que tenemos planeada, haga venir a sus amigos. Seremos parte de su experimento.
    -Le garantizo que será así. Serán la primera nación, el primer país en avanzar políticamente.- dijo Kaito extendiendo su mano.
    -Si usted nos apoya con sus amigos filósofos y los reinos extranjeros, yo misma le ayudare a obtener su venganza.- respondió Meiko, estrechando su mano.
    -Es un trato, Meiko- mencionó con una sonrisa el príncipe de azul.
    -Felicidades, ahora usted es uno de nosotros.- concluyó la hija de la venganza.
     
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  7.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Genial °O°, simplemente genial.
    Este capitulo estubo lleno de acontecimientos inesperados, realmente sorprendente. ¿Cómo que la mansión de Axel desapareció? cada vez pienso más que él es el señor del jardin infernal o el mismo demonio.
    Que bien que Kaito se unió a la rebelión! yupi! les será de vastante ayuda, aunque espero que con lo de el barco no se vuelva piromaniatico.

    Cómo que te gusta dejarme con dudas no?, primero con lo de Grygera y ahora con lo de la carta. Qué dirá esa carta!!! debe de ser algo muy importante y fundamental en el destino del reino.

    Espero la conti para poder desacerme de mi duda.

    P.D: Vivan los hijos de la venganza!!!
     
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  8.  
    Al Dolmayan

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    La hija del mal
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    Capitulo XXIII
    “Venganza”​
    -Tus pecados así serán pagados-​
    Misawa reía con sonoras carcajadas que resonaban en todo el salón a pesar de la música y las conversaciones de todos los nobles presentes. El general levantaba su gran copa llena de vino sobre su cabeza y tras brindar por la victoria sobre el País Verde, bebió de un trago todo el vino. A su lado estaban el consejero Hiyama y su hija Yuki, mirando con cierta sorpresa al líder militar; al parecer, ya había bebido varias copas durante la noche aunque la fiesta no tenia mas de dos horas de iniciada.
    Al otro lado de Misawa, sentada con una expresión de satisfacción, estaba la reina Rin, que comía tranquilamente de su corte de carne y no se molestaba por tocar el vino. Como era costumbre, el joven sirviente Len estaba parado a su derecha, admirando todos los lujos que su hermana de sangre había conseguido para la fiesta que el general había pedido. Al fondo del gran salón se encontraban diversos artistas, entre malabaristas y tragafuegos que asombraban a los presentes con sus proezas; en el centro estaban los bailarines contratados para entretener a los invitados, que se movían al ritmo marcado por los músicos que con violas, violines, flautas y trompetas amenizaban la velada desde un extremo del salón. Pocas eran las parejas de nobles que se atrevían a bailar en torno a las mesas; en su mayoría eran los más jóvenes quienes se animaron, hasta la reina Rin se había animado a bailar una pieza con su sirviente Len para intentar animar a las parejas mas adultas sin ningún resultado, preferían charlar y comer a levantarse de sus asientos.
    -¡Amigos! ¡Nobles del glorioso Reino Amarillo!- vociferaba Misawa con su copa en el aire. Su voz indicaba que ya estaba alcoholizado, al igual que un sonrojo en sus mejillas y nariz –Gracias por acompañarnos en esta noche especial, donde celebramos una vez mas, la majestuosidad y poderío de nuestro reino. Como saben, la primera batalla con el Reino Verde fue un éxito, nos dio la primera de muchas victorias, que significan una nueva época para nosotros. ¡Con su conquista, pronto la riqueza y fortuna nos abrigaran en su dorado manto!- terminó de hablar para brindar y beber todo el vino de su copa de un solo trago.

    -Misawa siempre tan elocuente en sus discursos de conquista.- dijo un noble de cabello rojizo a los hombres que le acompañaban. –Siendo sincero, y aunque lo respeto mucho, su discurso es la peor parte de la fiesta.
    -¿Su discurso?- respondió mordaz uno de los hombres. –Pero si el hombre toma la palabra como cinco veces durante la noche. Demos gracias que esta muy ebrio como para hablar y disfrutemos de toda esta comida. ¡El pan de esta ocasión es increíble!
    -Hasta que se consiguieron un buen panadero.- tomó la palabra otro hombre, el más joven de la mesa y de cabello verde. –Buena comida, buen ambiente, Misawa ebrio y mujeres lindas. ¡Que buena fiesta!
    -Buena fiesta, tal vez. Pero eso no quita que la mitad de los presentes estuviésemos a punto de no asistir.- comentó un chico rubio. –Esas repentinas tormentas casi echan abajo el puente y el lodo no dejaba andar a las carretas. Todos en mi casa estaban espantados, mis sirvientes decían que era un mal augurio.
    -¡Oh por favor Rinto! No vas a creer en esas primitivas supersticiones, ¿verdad?- replicó el peliverde. –Mis sirvientes me dijeron lo mismo y yo no les creí.
    -Yo no creo que eso sea mal augurio, eso solo pasa en el teatro y los cuentos de ancianas locas- bromeó el otro noble que luego hecho a reír con sus compañeros, excepto Rinto.
    -Tal vez… pero aun así me siento incomodo- confesó el rubio. –Algo no me gusta en esta ocasión.
    -No seas amargado y disfruta, ya después será tiempo de preocupaciones.- le aconsejó el peliverde extendiéndole un trozo de pan.

    Pero el no eran los únicos incomodos; aunque no lo expresaran, la mayoría de los presentes, incluyendo sirvientes y soldados tenían un mal presentimiento y hablaban de ello por lo bajo. Nadie tenía ánimos de arruinar la fiesta, menos de llamar a la desgracia, escudándose con el pretexto de una superstición, preferían olvidarla con comida y licor.
    La fiesta transcurría con suma normalidad, el espectáculo de los tragafuegos y equilibristas era sin duda el éxito de la noche, tan increíble era la actuación de ambos, consistente en que los acróbatas y bailarines atravesaran dos llamaradas, que llamaba hasta la atención de Rin. La joven reina no les podía apartar la mirada, estaba tan asombrada por la agilidad de esas personas que no quería perderse ni un solo segundo de la presentación; en verdad la disfrutaba, exclamaba de sorpresa y aplaudía la pericia de los artistas que le servían de entretenimiento como si fuera una niña que visita el circo.
    De pronto, el número principal dio inicio. Los malabaristas se acercaron a los tragafuegos y tomando en sus manos varios leños, los arrojaron a las llamas para que comenzaran a arder y así hacer malabares con las antorchas, primero, cada artista con tres leños ardientes, luego se juntaron en parejas para lanzárselos uno a otro sobre las cabezas de los bailarines, para terminar el acto colocándose cada malabarista frente a una mesa y arrojarse los leños en serie, a modo de dibujar un cuadro de fuego. El público había quedado mudo la mayoría del tiempo, reaccionando solo con algunos sonidos que demostraban su asombro y admiración por lo que veían sus ojos, pero al terminar con la presentación, con todos los leños apagándose de forma misteriosa en el aire, los nobles estallaron en una gran aclamación por el gran espectáculo brindado para ellos esa noche.
    Cuando las aclamaciones cesaron y el revuelo de los presentes disminuyó, la reina Rin se levantó de su trono con copa en mano y la elevó sobre su cabeza para agradecer a todos los nobles por asistir, invitándoles a quedarse más tiempo para disfrutar de otro espectáculo, pero también se disculpó por tener que retirarse unos minutos a causa de un ligero dolor de cabeza que le aquejaba desde hacia tiempo. Sin agregar más, se retiro de la mesa junto con Len, pero antes, Misawa la detuvo.
    -¿Se encuentra bien mi reina?- logró decir a pesar de su alto estado de embriaguez. -¿Alguien le molestó?
    -Todo va bien general, no se preocupe. Ya dije que es por un dolor de cabeza, pero nada grave.- repuso Rin alejándose. –Sigan disfrutando la fiesta, después de todo, es en su honor Misawa. Yo volveré luego.- dijo haciendo un ademan con la mano a unos soldados para que no le acompañaran. –Len, vamos.

    Los dos jóvenes rubios subieron la larga escalinata que les conducía directo a la habitación de la reina, con forme avanzaban, la música y demás sonidos provenientes del salón principal fueron disminuyendo hasta desaparecer. El repentino silencio y la escaza iluminación de las antorchas que deformaba las sombras de los dos chicos y de los muebles, creaban una atmosfera un tanto terrorífica. Motivada por esto, Rin se aferró del brazo de su sirviente para caminar juntos, el ser reina y dueña del castillo no quitaba el hecho de aun sentir temor. Len seguía como si nada, ya era habitual que Rin le tomara del brazo o abrazara en situaciones así, pues la reina nunca había superado el miedo a la oscuridad; de hecho, para cruzar los túneles secretos siempre debía ser acompañada por Len o Luka, solo por ellos que le inspiraban valor y confianza, ningún otro sirviente o soldado le hacia sentir así, ni siquiera Misawa.
    El pasillo estaba totalmente vacío, a excepción de dos guardias que vigilaban la puerta a la habitación real, quienes de inmediato se hicieron a un lado para dejarle entrar. Rin solo les lanzó una mirada intimidatoria, con lo que los dos soldados supieron que ella quería estar sola, por lo que de inmediato se fueron corriendo al otro lado del corredor. Ella misma abrió las puertas y entró a sus aposentos, caminando directo a su cama y dejándose caer como una niña que muere de sueño. Preocupado, Len se le acercó con paso veloz, predispuesto a escuchar los lamentos de su reina.
    -Rin, ¿estás bien?- le preguntó.
    -Por supuesto Len, estoy perfecta- dijo la joven reina tendida en su cama, con las extremidades extendidas a modo de ocupar todo el colchón. –Buena fiesta, ¿no?
    -Oh si, excelente fiesta la que estas dando, en especial semejante espectáculo con esos artistas.
    -Y pensar que todos salieron de la calle. Creo que les ofreceré quedarse aquí por un buen tiempo.- dijo mientras levantaba los brazos para estirarlos como si quisiera tocar el techo. –Me impresionaron mucho. ¿Por qué debo vestir cosas tan incomodas?
    -Bueno, eres una reina. Por tradición las reinas visten así.
    -Que incomoda tradición, apenas y puedo moverme bien con semejantes vestidos. Esto es algo que he llegado a envidiar de las plebeyas, su ropa se ve más cómoda.
    -Tal vez sea más cómoda, pero no es tan bella como esta. Además, ellas visten así porque se mueven mucho y tú… pues no eres la mujer mas activa del reino.- dijo Len con una leve risa.
    -¡Oye!- recamó la reina, pero de inmediato se tranquilizó. –Pero tienes razón, como reina no tengo muchas actividades físicas que realizar… para eso estas tú.- mencionó a modo de chiste, pero solo ella se rio. Al ver que el sirviente solo la miraba con seriedad, se aclaró la garganta y agregó. –Len… estos días te he notado algo distante y muy callado. ¿Algo te molesta?
    -No, todo esta bien Rin. No te preocupes por nada.
    -¿Seguro? A mi no me puedes engañar Len, sé que algo anda mal contigo.- siguió hablando la reina, sentándose al borde de su cama con ligera dificultad por el amplio vestido. –Anda, dime lo que tienes.
    -No es nada…- titubeo el chico. Se hizo un silencio incomodo después de su respuesta.
    -Es por la misión que te di, ¿no?- dijo al fin la reina después de unos segundos en total mudez. –No debí encomendarte eso, ¿verdad? Un asesinato es mucho para ti… no debí hacerlo…
    -No es eso Rin, no… no me importa.- dijo Len con gran dificultad acercándose a ella; le tomo una mano y con fuerza la sostenía. –No me importa que me mandes hacer, todo por ti hare.
    -Len- tartamudeo la joven.
    -Eres mi reina, te debo mi lealtad pero… hay algo más, desde que nos conocimos, nuestra relación ha sido mas que el simple trato de reina a sirviente…- decía Len tímido, pero con firmeza. –Hemos sido amigos… tal vez más que eso… casi hermanos.
    -¿A que quieres llegar con eso Len?- preguntó Rin ya sonrojada. No sabía como tomar las palabras del chico rubio. –¿Acaso tu…?
    -Rin, la verdad es que… tal vez nuestra relación es así porque…
    Pero las palabras de Len se vieron interrumpidas por un repentino y fuerte sonido, irreconocible en ese momento. Pasando un segundo, de nuevo volvió a escucharse aquel ruido extraño, semejante a un montón de troncos golpeando con el suelo de piedra. Rin se asustó y abrazó con fuerza a su sirviente, pues la idea de la intromisión de un atacante como lo había sido Gomu fue la primera que le llegó a la mente, helándole la sangre. Ambos permanecieron sentados al borde de la cama, mirando fijamente la puerta de la habitación, esperando la llegada de alguna persona, pero no apareció nadie. Lentamente, Len se levantó de la cama y caminando con rapidez, fue a cerrar la puerta con la intención de resguardarse.
    -¿Qué fue eso?- preguntó Rin aun temerosa.
    -No lo sé… pero mejor debemos quedarnos aquí, hasta que algún soldado venga a buscarte.
    -¿Crees que sea otro atacante como el señor de la oscuridad?- dijo la joven reina con un hilo de voz y tartamudeando.
    -Espero que no…- decía el sirviente abrazando de nuevo a la reina. –En verdad, espero que no.

    Sin saberlo, el presentimiento de Kamui Rin no estaba muy lejano de la realidad. Lejos del palacio, en el centro del pueblo, una multitud de personas se reunía frente al bar de Sakine Meiko; todos cargando diversos objetos: trinches, antorchas, piedras, hondas, algunas lanzas, palas o simples troncos. Todas esas personas, campesinos, súbditos, sastres, panaderos, vendedores, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres, se apretujaban entre si con tal de que sus oídos pudiesen escuchar las palabras que Meiko proclamaba con fiereza desde la barra de su establecimiento. Parada sobre la mesa de madera, la castaña vestía una armadura escarlata que cubría todo su cuerpo, desde los pies hasta el cuello, y con un extraño escudo de armas, que consistía en una espada atravesando una rosa, dibujado sobre su pecho. Con una copa de vino en su mano izquierda, daba vueltas, de esquina a esquina, incitando a todos los ahí reunidos a luchar contra la corona y deshacerse de una vez de la reina que tanto daño les había hecho. Detrás de ella, con una mirada fría y sin expresión en el rostro, el príncipe Kaito miraba con atención a la muchedumbre, inspeccionando a algunos de los presentes o a sus armas, pero pocas veces volteaba a ver a Meiko. A diferencia de ella, él no vestía ninguna armadura, solo un desgastado traje azul que le consiguieron, pero igual estaba armado con un sable y dos cuchillos.
    -¡Esta noche por fin cobraremos venganza por todos sus abusos hacia nosotros!- vociferaba la dueña del bar. -¡Es nuestro momento de lastimarla, de hacerle sentir lo que ella y sus ancestros nos hicieron por tanto tiempo! Hoy, la luna y las estrellas en el cielo, serán testigos de nuestra venganza, de la venganza de nuestros hermanos, de nuestros padres, de nuestros esposos o esposas. Pondremos fin a su reinado de miedo y dolor, pondremos fin a los cobros injustificados de impuestos, pondremos fin al mandato de ese niña y de Misawa, y pondremos fin ¡a la dinastía Kamui!- Los pueblerinos rompieron en aplausos con la última frase y secundaron las palabras de Meiko gritando “Fin a los Kamui”, mientras elevaban sus armas en señal de batalla. –Todos ustedes son valientes, más valientes que todo el ejército amarillo junto, y con el triple honor, porque no atacaremos a un enemigo en desventaja como lo hacen esos malvados hombres. Nosotros los mataremos con nuestras propias manos.- de nuevo, toda a gente lanzo gritos para expresar su apoyo. –Andando pues, ya todos conocen nuestro plan y debemos aprovechar que todos en el palacio están vulnerables a nuestras armas. ¡Por el pueblo amarillo!
    -¡Por el pueblo amarillo!- repitieron todos los presentes antes de retirarse.
    -¿Qué le pareció príncipe?- se dirigió Meiko al joven Shion con una sonrisa de confianza. –Tengo todo un don para la palabra, ¿no cree?- agregó mientras bajaba de la barra.
    -Puede convencerlos de luchar, supongo que si es un talento con la palabra el suyo.- dijo Kaito. –Pero, ¿tendrá el mismo para mantenerlos ordenados?
    -Llevamos mucho tiempo organizándonos para esta noche, claro que puedo mantener el orden con ellos. Y si sumamos la estrategia que hizo para nosotros, su alteza, esta noche triunfaremos. Nunca se me hubiera ocurrido algo así.
    -Mi padre me obligó a aprender el arte de la guerra con los mejores generales de mi reino, nunca creí que me fuera útil algún día.
    -Y mírese ahora, sus conocimientos liberaran a un pueblo oprimido y lo convertirán en un héroe.
    -Héroe será aquel hombre que logre liberar a su pueblo sin usar violencia. Y no sé si pueda ser el héroe de un reino ajeno al mío.- le respondió Kaito. –Ni siquiera estoy en busca de fama, ya sabe lo que quiero aquí.
    -Como todos nosotros. Pero anímese, no es conveniente ir a la batalla cuando las penas dominan en la mente de uno.- le dijo Meiko dejando la copa a un lado de la mesa y tomando su espada. –Lo necesito centrado en esto, usted coordinara el ataque conmigo.
    -No es tan complicado el plan que he ideado, crear un disturbio y someter a los guardias que vengan.- comentó el príncipe tomando una antorcha, misma que extendió a Meiko. –No requiere de gran coordinación. Lo más difícil corresponde a sus compañeros, pero eso no está en mis manos.
    -Usted no se preocupe, le aseguro que ellos podrán manejarse solos. Del único que dudaría es Hiroki, es algo bruto e impaciente, pero con el tiempo logramos educarlo un poco.- comentó Meiko con una risa mientras extendía su mano para tomar la antorcha que el príncipe le acercaba.
    -Espero que sea cierto, no puede cometer errores.- sentenció Shion con seriedad, tomando otra antorcha en sus manos y abandonando el local. Meiko se limitó a mirarlo salir, desenfundó su arma y lo siguió al exterior.

    Cientos de personas, todos aquellos que estaban dispuestos a luchar por su libertad, se reunían en la plaza principal del pueblo. Armados con sus herramientas de labranza, improvisadas armas hechas con varas, sartenes y antorchas, permanecían de pie frente al camino principal que llevaba directo al palacio, esperando la llegada de su líder Meiko. A lo lejos, un grupo de hombres que parecían cocineros, llevaban barriles llenos de aceite y pólvora hasta las puertas de un edificio del cual colgaba la insignia de la familia Kamui, mientras que unos niños cargaban unas canastas de las cuales sacaban unas piedras que repartían entre la muchedumbre. Increíblemente, a pesar del ajetreo provocado por la multitud reunida, el silencio imperaba en las calles, roto únicamente por las esporádicas órdenes que gritaban algunos hombres. En su mayoría, sólo pedían mas armas, o un barril más de aceite.
    De pronto, las personas que estaba reunidas frente al bar, se hicieron a un lado, dejando un inmenso pasillo humano que abría el paso a los dos líderes del movimiento. Kaito avanzaba con un rostro inexpresivo, totalmente ajeno a la multitud que le rodeaba; por otro lado, Meiko avanzaba con una sonrisa de confianza en el rostro y una mirada maliciosa que brillaba a la luz de las flamas que cargaban los presentes. En ocasiones, volteaba con algunos de ellos para dar más indicaciones o pedirles que se acercaran y preguntar algo. El paso de Meiko y el príncipe Shion Kaito recorrió toda la plaza hasta llegar a la entrada del edificio lleno de barriles, el cual había sido atacado con tomates y se le había arrancado el letrero que tenia grabado el escudo Kamui. Dentro, un par de hombres vaciaban el aceite contenido en uno de los barriles por todo el suelo, dejándolo resbaloso y brillante a la luz de las antorchas que desde la plaza lograban filtrar su luz.
    La mujer de armadura carmesí se adelantó y levantando su antorcha por lo alto, gesto que fue imitado por todos sus partidarios, mientras Kaito seguía sin cambiar su expresión y distante, ignorando por completo el bullicio de los pueblerinos reunidos. Con una simple mirada, el príncipe azul dio a entender a los hombres que abandonaran el edificio, mismos que obedecieron de inmediato.
    -Gracias príncipe, no sé que haría sin su presencia- dijo en broma la dirigente de los pueblerinos, que de inmediato volteo ante su gente para dirigirles unas palabras de nuevo. –¡Gente del País Amarillo! ¡Levanten las armas ahora! ¡Este es nuestro momento, es la hora de mostrarle a la reina de que estamos hechos!- vociferaba Meiko con fuerza; sus palabras eran repetidas por otras personas cada cierta distancia, a fin de que todo el pueblo escuchara. –Le haremos arrepentirse por todo el dolor que nos causó, vivir el miedo con el cual nos controlaba, hacerle nuestra esclava y deshacernos de ella. Hoy inicia un nuevo capitulo de nuestra historia; uno sin reyes ni abusos de poder, sin guerras injustificadas ni ridículas fiestas que solo nos empobrecen más. Nosotros somos el País Amarillo, no esa reina presumida, y nos vengaremos por ello.- agregó. Se adentró unos pasos en el edificio, con antorcha en mano, cuidando de que esta no tocara ninguna pared o puerta. -¡Que esta llama dé inicio a nuestra batalla!
    Al terminar sus palabras, Meiko extendió su antorcha ante los pueblerinos, como si de una presentación de armas se tratase, gesto al que todos respondieron alzando sus armas en señal de batalla. Una vez enardecida la muchedumbre, la de armadura carmesí se dio la vuelta y arrojó la candela al interior del edificio lleno de aceite con tal fuerza que atravesó todo el vestíbulo hasta el pie de las escaleras. De inmediato, el suelo aceitado comenzó a arder en llamas que se extendieron velozmente por los muros y el resto de la estructura de madera, levantando una densa y larga columna de humo negro que llegaba hasta el oscuro cielo nocturno.
    El bravo fuego se avivaba cada vez mas, como el espíritu de lucha en los pueblerinos, que no tardo nada en extenderse a construcciones vecinas gracias a la pólvora esparcida en la calle. A la voz de “¡Corran!”, proveniente de Kaito, los súbditos se alejaron corriendo de las casas que se quemaban con tal de resguardase de las llamas y posteriormente, de la explosión de las mismas, pues las llamaradas alcanzaron los barriles de pólvora dentro de cada construcción.
    Tablas y tejas encendidas volaron por los cielos, golpeando casas y negocios cercanos, que a causa de ello también se incendiaron, mientras los pueblerinos se cubrían y corrían a fin de no ser lastimados.
    -¡Los barriles!- ordenó Meiko con fuerza para que su voz sobresaliera en el escandalo. –Al centro de la plaza. Ya todos saben que hacer.
    De nueva cuenta, unos sujetos acercaron varios barriles y los destaparon, dejando ver que su contenido eran varios litros de aceite. Tan pronto como les retiraron las tapas, otros jóvenes se acercaron con sus antorchas encendidas y las introdujeron en los toneles, cuyo interior comenzó a encenderse, causando unas llamativas llamas. Meiko, viendo esto, extendió su sable y dio otra orden con la cual todos se retiraron de la plaza rápidamente.

    El disturbio no pasó por desapercibido en el palacio, pues los guardias vigilantes que desde las torres más altas miraban el pueblo se percataron del incidente. Al momento de ver como las gruesas columnas de humo se levantaban, uno de ellos bajó de su puesto y corrió hasta donde estaba Misawa, que seguía bebiendo en presencia de los nobles, a pesar de que su mano apenas y lograba sostener la copa. Con cierta timidez se acercó a él, pues más que temer a que el general le reprendiera, le preocupaba la reacción de los invitados, quienes podrían aterrarse con el hecho.
    -Señor… disculpe la interrupción.
    -¿Qué es lo que quieres muchacho?- le repuso Misawa con cierta molestia. Sus ojos ya estaban totalmente rojizos. -¿No vez que estamos festejando?
    -General yo lo lamento pero… pero tenemos problemas.
    -Problemas los que tendrás si sigues molestando.- dijo Misawa amenazante. Acto seguido levantó su copa. –¡La victoria es nuestra!- exclamó con toda su fuerza, recibiendo respuesta positiva de los nobles.
    -Pero señor, es urgente que atienda esto…- insistía el vigía. –Los súbditos se volvieron locos, están incendiando casas.
    -¿Por algo tan insignificante vienes a interrumpir?- se quejó Misawa bebiendo todo el vino de su copa. –Ya saben que hacer- agregó por lo bajo. –Maten, arresten, mutilen, hagan lo que sepan con tal de calmar a esos campesinos.
    -Entendido señor- afirmó el joven soldado y se fue corriendo, pasando desapercibido por los nobles que se limitaban a beber y comer.

    Las puertas del palacio se abrieron de par en par, saliendo de estas un gran numero de soldados que llegaría tal vez a los doscientos hombres. La mayoría se fuero directos al pueblo, armados con lanzas, espadas y algunas bayonetas, mientras que otro reducido grupo se dirigió a los establos, donde montaron a sus respectivos caballos y se dieron al galope, alcanzando a los soldados que se les adelantaron. Pronto, el pequeño ejército amarillo se reunió de nuevo y marcharon juntos a la plaza del pueblo a reprender a los súbditos, preparando las armas para atacar. Sin embargo, al llegar a su destino, los hombres de Misawa no encontraron a ninguna persona. El lugar estaba vacío, sin más señales de vida que los barriles de aceite ardiendo en el centro de la plaza y los edificios en llamas, pero no quedaba rastro alguno de un levantamiento en el poblado.
    Los atónitos soldados no supieron que pensar ante lo que veían, algunos solo recorrían lentamente la plaza en posición de ataque por si alguien intentaba agredirlos, otros se quedaron parados frente a los barriles mirando a todos lados; menos eran los que se quejaban y pensaban que todo era una pésima broma de algún simpatizante del Señor de la Oscuridad. La gran variedad de ideas sobre lo ocurrido impedía que entre los mismos guardias se pusieran de acuerdo para hacer algo al respecto, estaban confundidos.
    -Alguien apague esos barriles, todo esto no es mas que un juego.- ordenó uno de los soldados montados. –Vámonos al palacio.
    -¿Sin arrestar a nadie?- impugnó otro hombre.
    -Arresten a dos o tres campesinos que vean por ahí, ¿qué más da que sepan algo?
    El grupo se militares comenzó a reírse de su idea, el solo hecho de inculpar a unos inocentes les hacia gracia, después de todo, solo eran campesinos, personas que estaban por debajo de todos y por ello, no importaba si desaparecían unos cuantos. Mas aun no dejaban de carcajearse cuando desde el techo de una casa, apareció Meiko, desafiante y con la espada en alto, brillando esta junto con la armadura a causa de las llamas. Pasó desapercibida por todos los soldados, pero esa era su finalidad, atacarlos por sorpresa.
    -¡Ya!- gritó la mujer de armadura roja, provocando que todos los soldados voltearan asustados a donde ella estaba.
    Sin embargo, ninguno de los militares pudo reaccionar a la aparición de Meiko, se quedaron paralizados por un segundo al ver como de los techos de todas las casas, negocios y demás edificios, se alzaba un gran ejército conformado por los habitantes del reino, quienes cargaban numerosas piedras en sus manos, todas de un tamaño considerable. Sin dar aviso alguno, los pueblerinos comenzaron a arrojar las rocas directo a la milicia, tanto jinetes como picadores, siendo noqueados varios por el fuerte impacto. Tan pronto como el ataque dio inicio, de los callejones salió el príncipe Kaito seguido por otra fracción del improvisado ejército de campesinos, quienes tomando antorchas y picos, cerraron las vías de escape a los hombres de Misawa, a quienes trataban de herir con sus herramientas a la ves que espantaban con el fuego a los caballos.
    El asedio de las rocas continúa, derribando a cuanto hombre golpean; algunos se ponen de pie rápidamente, otros se quedan en el suelo con los miembros tendidos. Era inútil buscar refugio alguno, las calles estaban cerradas por murallas humanas que atacaban a los soldados, los edificios carecían de un techo que les sirviera de escudo y las piedras no paraban de caer de cielo como si de una lluvia se tratase. La escena era terrible, varios caballos corrían sin un rumbo tratando de huir del caos, si tenían la suerte de no ser golpeados; incluso, uno de los equinos arrastraba a su moribundo jinete por el suelo, quien ya no tenia fuerzas para salvarse; había también cuerpos que yacían inertes en la plaza, en su mayoría sin casco y una cuantas manchas de sangre a su alrededor, y aun así, había hombres que buscaban salir con vida, aunque eso significara usar los cadáveres de sus colegas como escudo. De pronto, Meiko levantó de nuevo su espada, provocando que las piedras dejaran de caer contra los militares.
    Tan rápido como esto ocurrió, Kaito señaló con su sable a los sobrevivientes y ordeno atacarlos; al instante, la muchedumbre armada con picos arremetió contra ellos, atravesando sus cuerpos con los picos y rastrillos, golpeando sus armaduras y cascos con martillos, rematando a los ya caídos y robándoles toda arma que pudiese funcionarles, ante una defensa imposible de ser lograda. El ejercito de País Amarillo era masacrado por los campesinos y súbditos de los cuales alguna vez abusaron; sus gritos de agonía inundaban la plaza, al igual que los charcos de sangre que se formaban con cada cuerpo que caía al suelo. En poco tiempo ya no quedaba ningún uniformado de pie.
    -¡Felicidades a todos ustedes!- irrumpió la voz de Meiko, que apareció de pronto en la plaza junto a los pueblerinos que le acompañaban en los techos. –Todos pueden estar orgullosos de lo que han hecho, hemos dado el primer golpe de esta noche, pero aun no es hora de descansar. ¡Aun falta lo principal!- rugió con toda la fuerza que le daban sus pulmones, mientras levantaba su espada al cielo y bajarla con brusco movimiento señalando al palacio. –¡Adelante!
    En total silencio, el improvisado ejército avanzó por la calle principal hacia el palacio, dejando los cadáveres de los soldados esparcidos por toda la plaza, no sin antes haberles robado sus armas, escudos y partes de sus armaduras. A los pocos heridos, que no superaban la cantidad de veinte, los dejaron atrás mientras un grupo de enfermeras y curanderos les atendían. Por otra parte, una carreta jalada por varios chicos salió de un callejón y siguió a la muchedumbre; sobre esta iban varios barriles llenos de piedras y aceite. A esto se sumó otro carro, también movido por un equipo de jóvenes, sobre el cual descansaba un grande y grueso tronco, recién talado, que con dificultad avanzaba por la calle principal, pero al final pudo alcanzar al ejército de súbditos que avanzaba silencioso con destino al palacio.
    En breve tiempo llegaron a su destino, las rejas del bello palacio del Reino Amarillo. Los jardines reales estaban vacíos, ni un alma en pena se paseaba por ahí en ese momento, todos estaban encerrados en la fiesta, incluyendo los guardias. El ejercito de súbditos se mantuvo alejado de las bardas que rodeaban la morada real, agachados y escondiendo como pudiesen las antorchas que despedían su luz; no debían levantar sospecha alguna, no ahora. La única persona en pie de aquel inmenso grupo era Meiko, que se asomaba al interior de los jardines reales con sumo cuidado, aunque la penumbra de la noche le ayudaba a ocultarse. Al estar segura que nadie miraba, la líder de los pobladores desenfundo su espada y la blandió con delicadeza en el aire, reflejando con su hoja la luz de la luna; al ver la señal, un gran número de hombres dejaron su escondite para acercarse a la alta barda que les separaba de la morada real, colocándose uno cada dos metros de distancia con respecto al otro. Cuando el último de estos individuos ocupó el puesto que le correspondía, la dirigente de armadura carmesí desvió el destello lunar de nueva cuenta, ahora dirigiéndolo frente a las rejas de oro. De inmediato, aquellos súbditos tomaron en sus manos unas botellas de cristal, llenas de aceite hasta el borde, y las arrojaron por arriba del muro para que se rompieran al impactar en el suelo.
    El sonido de los vidrios romperse llamó la atención de un par de soldados que se encargaban de custodiar los campos reales, quienes se acercaron corriendo con sus lanzas en mano hasta la fuente de aquel extraño sonido, quedando sorprendidos al ver los restos de cristal empapados en el resbaladizo aceite. Confundidos por lo visto, ambos guardias se acercaron a las rejas doradas con la intención de salir y buscar a quien arrojo la botella, pero antes de que estuviesen siquiera cerca, otra lluvia de recipientes llenos del combustible volaron sobre sus cabezas para estrellarse y esparcir su contenido por el césped. Los dos militares se alejaron del alcance de los inusuales proyectiles, dirigiéndose tan rápido como sus piernas los permitían hacia las puertas del palacio, sin embargo, antes de que pudieran entrar les detuvo un fuerte grito.
    -¡Ariete! ¡Derriben las rejas!- resonó la voz del príncipe Kaito.

    Un espantoso estruendo se escuchó por todo el jardín real. Al girar la vista los asustados guardias, vieron con temor como una muchedumbre había aparecido frente a la reja del palacio, todos armados con lanzas, picos, antorchas y demás objetos que les sirvieran para atacar a los ocupantes de la residencia real, pero lo que en verdad les causó temor fue el gran tronco que usaban como ariete, mismo que golpeaba en repetidas ocasiones la reja de oro. De la nada, una nueva lluvia de botellas se avecinaba sobre los verdes campos de la reina, rompiéndose como los anteriores y llenando aun más el campo de aceite.
    Las trompetas de alarma sonaron tan fuerte que su tono llegó a todos los rincones del edificio, pero no para advertir de la llegada del enemigo como era usual, sino para dar alarma a los soldados de que el enemigo ya estaba entrando en los límites del castillo. En el interior de la residencia, el miedo se apoderaba de todos los nobles y sirvientes que disfrutaban de la fiesta, tan ajenos en un principio a la situación que ocurría a unos metros de ellos. Las primeras notas de la corneta bastaron para helarles la sangre a todos y acabar con su celebración; las copas de vino fueron abandonadas por las manos de los distinguidos, la comida dejó de ser el centro de atención y los artistas contratados habían dejado de presentar su espectáculo.
    -¿Qué les pasa a todos ustedes?- preguntaba Misawa aun festivo, pero claramente estaba ebrio. –Muestren algo de espíritu ¡estamos en una fiesta!
    Sin embargo, ya nadie le escuchaba. Todos se levantaron de sus asientos y miraban con desesperación la entrada del salón, como si esperaran que sus atacantes llegaran de la nada; en cambio, el que apareció en el umbral fue un soldado del reino, con una expresión de miedo en su pálido rostro.
    -¡Señor!- exclamó parándose frente a Misawa. –¡Es urgente señor!
    -¿Qué es tan urgente soldado? ¿Una pequeña revuelta?
    -Con todo respeto general…- tartamudeo el joven guardia. –Esto no es una revuelta… es una rebelión.
    “Rebelión.” Una palabra que dicha por un campesino no valía nada, por un filósofo significaba catástrofe, y por un militar podía significar varias cosas, en este caso, significaba peligro y, para los nobles, era sinónimo de muerte.
    -¿Rebelión? No me haga reír soldado. Es ridículo pensar que esos campesinos idiotas tienen la inteligencia para organizarse en contra de nosotros.
    -Pero…
    -Nada que unos cuantos soldados más no arreglen.
    -¡General! ¡Usted no entiende!- repuso enérgico el soldado, causando la ira de Misawa. –Ellos están aquí, tratando de derribar la reja que nos protege.
    -¡Insolente!- rugió el general dando una bofetada al joven. -¡Si eso fuera cierto, nuestros vigías hubiesen avisado antes!
    -¡Eso es porque están muertos!- repuso otra voz masculina desde la entrada al salón, causando el terror de todos los nobles. –Yo toqué la trompeta de alarma, encontré a los vigías muertos…
    Un estruendo metálico interrumpió al soldado, indicando que la reja había sido derribada; seguido de un mar de gritos que venían desde el jardín y decenas de militares armados que corrían directo a la puerta principal, dispuestos a defender el palacio. Misawa enmudeció al ver como sus hombres se reunían frente al portal, con lanza en mano, mientras esperaban al enemigo o una orden de su líder; él, tambaleándose por el alcohol bebido, apenas pudo caminar hasta el vestíbulo para contemplar a la muchedumbre de súbditos que se confabulaba frente al palacio. Era la primera vez que el famoso general Misawa Kurogane se veía en la necesidad de defenderse, así como la primera vez que se sentía amenazado la primera vez que sabia lo que era el miedo.
    -General… sus ordenes.- pidió uno de los soldados, pero su consulta no recibía respuesta alguna. –General, por favor sus ordenes. ¡General!
    -¡Mátenlos!- logro decir. –¡Saquen a los nobles de aquí y mátenlos a todos ellos!

    El ejercito de civiles reunido permanecía fuera de los limites del palacio a pesar de que la reja ya había sido derribada, solo estaban parados frente al jardín real empuñando sus armas de manera intimidante. Con una señal del sable de Meiko, el mismo grupo de hombres que habían arrojado sus botellas llenas de aceite penetraron en los terrenos de la reina, arrojando de nuevo sus proyectiles para que su contenido se esparciera por el césped más allá de lo que habían alcanzado al arrojar las botellas sobre la barda. En respuesta, los soldados del Reino Amarillo salieron a su encuentro con el afán de defender su reino, marchando velozmente por los verdes campos llenos de aceite para enfrentarse al enemigo.
    -¡Fuego!- gritó Kaito desde las afueras de la barda.
    Siguiendo su orden, los civiles tomaron de un barril varias rocas bañadas en combustible y las coloraron en sus ondas para que unos niños las encendieran con una antorcha. Cuando las piedras estuvieron envueltas en llamas, los pueblerinos hicieron girar sus ondas disparando los proyectiles incendiados hacia el jardín real.
    Aquello fue como una apocalíptica lluvia de fuego para los ojos de los soldados del País Amarillo, que solo podían admirar impotentes como los proyectiles se dirigían a ellos y cubriéndose con sus escudos cuando las primeras rocas cayeron al suelo, convirtiéndose en una escena caótica donde los gritos de dolor, a causa de los fuertes golpes de los proyectiles o las quemaduras provocadas, imperaban en el aire, al igual que el fuego comenzó a extenderse por el amplio terreno gracias al aceite previamente esparcido. En pocos minutos, el color verde fue sustituido por llamas rojas y anaranjadas.
    -¡Adelante!- ordenó Meiko al señalar con su arma el palacio. –Maten a todo soldado y noble, dejen vivos a los sirvientes. ¡Luchen con valor y decisión!
    Concluyeron sus palabras antes de adentrarse a los campos en llamas que hace solo instantes habían sido hermosos jardines, seguida por la totalidad de su ejercito de rebeldes, que blandiendo sus improvisadas armas, se disponían a combatir con valor y sed de venganza. Las armas chocaron entre si, mientras que los soldados caídos presas de la lluvia de rocas ardientes o las llamas eran rematados en el suelo, los guardias reales que seguían en pie respondieron a la agresión de los civiles con la valentía y fuerza que les quedaba, a pesar de estar rodeados de llamas y ser superados en gran numero, pero al verse superados rápidamente comenzaron a retirarse, tratando de entrar al palacio para ahí atrincherarse mientras los arqueros y balísticos se encargaban de herir a los atacantes desde los muros y torres de la residencia real.
    -¡Las flechas están rotas!- se escuchó gritar a un hombre adulto. –No tenemos flechas útiles.
    -La pólvora que tenemos es muy poca capitán.- agregó otra voz masculina. –No tenemos que ni como disparar.
    -No me importa si debemos arrojarles nuestros fusiles o espadas, debemos detenerlos.- repuso la voz enérgica del capitán, mirando con impotencia como sus colegas eran masacrados en el campo teñido de sangre.
    Un desgarrador grito de terror que se debilitaba en el viento, provocando que la sangre se les helara a todos los arqueros. Unos cuantos se asomaron con temor, solo para mirar con un horror inmenso como uno de sus colegas se precipitaba hacia el vacío desde lo alto de la torre, agitando desesperadamente sus brazos que buscaban de forma inútil un lugar del cual detenerse. Con un sonido seco, el soldado terminó en el suelo, con los huesos destrozados mientras un charco de sangre se formaba bajo su cabeza.
    Con un grito de batalla, aparecieron ante los arqueros un sinnúmero de rebeldes que dirigidos por Teto y el señor Benimaru atacaron con todo su repertorio de armas a los soldados. Aporreaban a la mayoría, dejándolos con la defensa baja para que las lanzas del resto de los civiles se bañaran con la sangre de los militares o fueran arrojados al vacío para encontrar la muerte al impactar su cuerpo con el suelo. Viendo esto desde los jardines, la dirigente Meiko dibujó una maléfica sonrisa en su rostro, deteniendo su lucha por unos segundos tras asesinar a un soldado. La mujer de armadura carmesí miró a su alrededor la destrucción que había causado: el fuego encendido con toda su fuerza que se extendía a lo largo del jardín arrasando con toda planta, árbol u hombre que se encontrara; los militares masacrados por el ejército de civiles, muchos aun con vida que impotentes permanecían en el suelo hasta que las llamas los consumieran o vieran el final de sus vidas a manos de un rebelde que cortaba su cuello; los cuerpos inertes o vivos que eran arrojados desde las torres del palacio; y la sangre, tan roja como su armadura, que cubría las manos, rostros y armas de los campesinos y súbditos, que formaba extensos ríos a lo largo del lugar de batalla y llenaba el ambiente con un aroma a muerte. Satisfecha por su resultado, empuño por lo alto su arma, llamando la atención de Kaito.
    -¡Príncipe! ¡Es hora!- le dijo a gritos. -¡Traiga consigo a ocho hombres!- concluyó para salir corriendo a toda velocidad directo al interior del castillo.
    Shion obedeció sin decir palabra alguna, limitándose a llamar la atención de los ocho hombres con un silbido. Habiendo estos volteado, el príncipe señaló con su espada a Meiko y la siguió, indicando a aquellos que debían hacer lo mismo.

    Mientras el desastre imperaba para los defensores del reino, que seguían sin saber como rechazar el embate enemigo, su dirigente, el general Misawa Kurogane caminaba lenta y torpemente por los oscuros pasillos del palacio, tropezando con cualquier objeto o con sus pies entre si, tratando de llegar lo más pronto posible a su despacho. Detrás de él se lograban distinguir grupos de sirvientes y nobles, que intentaban huir desesperados a la vez que gritaban de pavor.
    -Señor- se le acercó uno de los soldados. –La situación es crítica, ya no podemos hacer nada.
    -Sigan las órdenes que les di.- balbuceó el general.
    -Pero general, ya no hay órdenes que seguir. Los rebeldes son muy fuertes, están organizados a la perfección.- explicó el guardia. –Nuestros hombres están siendo masacrados por ellos, no tenemos flechas ni pólvora para disparar; ellos lograron entrar, están aquí dentro arrojando a nuestros arqueros desde las torres y atacando a los nobles.
    -¡Entonces solo huyan!- rugió el general Misawa furioso, o confundido. Era difícil para el decidirse por un estado de animo; además de estar alcoholizado, la situación empeoraba su indecisión, ni siquiera sabía que sentir, ira o desesperación, miedo o valor.
    -¡No podemos!- repuso el otro. –Los túneles están bloqueados, todos lo están. De alguna forma los encontraron y les prendieron fuego, no podemos pasar, sin mencionar que han tomado tres para poder entrar.
    -¿En serio?
    -Si señor, tres túneles repletos de rebeldes. Nos tienen acorralados.
    -¡Imposible! No son tan listos.
    -Pues lo son general. ¡Abra los ojos y véalos usted mismo maldito ebrio!
    -¡Insolente!- gritó Misawa abofeteando al soldado, seguido, le quitó la espada de la mano y se la clavó en el cuello, atravesándolo totalmente. –Somos el reino con el ejército más poderoso, no podemos ser derrotados por un grupo de campesinos tontos, es algo imposible.- decía para si mismo. –Ya verán, torpes. Acabare con la revuelta aunque yo mismo tenga que hacerlo.
    Misawa dejó caer la espada del soldado, que también cayó a medio pasillo ya muerto y con la mirada perdida, continuando su recorrido hasta el despacho donde tenia guardada su arma y casco. Chocando con todo objeto que se le venia enfrente, apoyándose en el fino muro, y volviendo sordos sus oídos a los gritos de rebelión y dolor; el líder militar llegó al fin a su oficina. Abrió la puerta de golpe, entrando tambaleante a la habitación y cerrando con un portazo; dio una vuelta sobre su propio eje, terminándola para apoyarse débilmente en su escritorio, jadeando con violencia para intentar recuperar el aliento, pero lo único que logró fue vomitar hasta dejar su estomago vacío, tal vez a causa de su borrachera, del miedo o una mezcla de ambos. Al terminar, limpio su boca con un pañuelo que tenia cerca y como si ya nada le importara, se dejó caer frente al mueble, respirando agitado.
    -Que patético eres.- dijo una voz femenina, tan fría como un tempano de hielo.
    -¿Qué?- murmuró Misawa tratando de reincorporarse. –¡¿Quién esta ahí?!- gritó.
    -¿Tanto miedo tienes que no puedes voltear?- siguió hablando la voz con el mismo sentimiento –Dime general, ¿qué se siente tener miedo?
    -¿Quién eres tú?- balbuceó el general mientras se daba la vuelta. Entonces la vio; era una figura femenina vestida con una capa y capucha verdes, dejando asomar unos cuantos cabellos de igual color, pero su rostro no lo pudo ver, estaba cubierto con una mascara blanca con varias líneas rojas dibujadas sobre esta.
    -Una victima tuya, ¿quién mas?
    -Un fantasma…
    -No Misawa, un fantasma sería mejor. No pueden dañarte.- agregó la mujer, acercándose unos pasos al militar. –Pero yo estoy viva, y a eso he venido, a hacerte daño.
    -Tonta… ¡tú no puedes hacerme nada!- exclamó él, abalanzándose contra la mujer que, sin esfuerzo alguno, evitó al agresor que se estrelló en la puerta.
    -El tonto eres tú, niegas lo que es obvio y mandas a morir a tus hombres. ¡Eso es ser un tonto!
    -¡Cállate!- rugió Misawa lanzándose de nuevo contra la misteriosa, que de nuevo lo esquivó dando un paso a la derecha para que se estrellara en un librero.
    -Hombre necio, tu soberbia ha sido tu perdición y la de tu reino.- seguía hablando la mujer acercándose al derrotado general. –Has sido derrotado.- concluyó ella pateando tan fuerte como pudo la cabeza de Misawa, dejándolo inconsciente en el acto.

    Rin y Len miraban con terror desde el balcón lo que ocurría en los terrenos del palacio, impotentes de hacer algo para poder escapar del lugar o para detener el embate enemigo. Los aposentos de la reina permanecían intactos hasta el momento, a pesar de ser atacados en varias ocasiones por las furiosas rocas ardientes de los rebeldes. Ella permanecía prendida del brazo de su fiel sirviente, buscando algo de valor o consuelo en su abrazo, cosa inútil pues él estaba tan horrorizado como ella; el poder oculto de los súbditos era de temer y había causado una destrucción mayor a la que habían imaginado en sus mentes a causa de una guerra. Temblando, Rin ya no pudo soportar más tiempo ver la matanza y entró corriendo a la habitación, arrojándose a la cama e intentando cubrir su cabeza entre los cojines que tenia. Len, harto también, siguió los pasos de su reina, sentándose a tu lado para acariciar su espalda con delicadeza.
    -Rin, todo estará bien…- trató de calmarla inútilmente el joven sirviente.
    -¡No me digas que todo estará bien!- chillo ella apretando el puño, a punto de romper en llanto. –Estamos perdidos, vienen por mí y no se detendrán.
    -Estoy seguro que Misawa…
    -¡Él esta borracho! No puede defendernos y esto que vemos es la prueba.- gritó desesperada con los ojos llenos de lagrimas. –Es inútil Len… vamos a morir.
    -¡No! No voy a permitir eso, así tenga que dar mi vida por la tuya, te prometo que tu saldrás con vida de este reino, prometo que estarás bien.- dijo Len con decisión, tomando todo el valor que su espíritu podía.
    -Len… ¿por qué lo harías? He sido mala, merezco esto y… solo he abusado de tu servicio.
    -Mentira Rin; yo no lo siento así y aunque lo fuera, jamás me perdonaría que algo malo te pasara. No por el hecho de ser mi reina, sino por…- comentaba Len con rapidez, evitando que la rubia monarca tomara la palabra; sin embargo, otra cosa lo interrumpió.
    Fuertes golpes sacudían las pesadas puertas de madera, reflejando el apuro de la persona que estaba fuera del aposento real. El joven sirviente se levantó de la cama, indicando a la reina que se quedara ahí acostada para no llamar la atención; con sumo cuidado de no provocar ruido alguno, Len avanzó a grandes zancadas hasta el portal dispuesto a defender con su vida a la joven gobernante. Sin mas armas que sus puños, quitó los candados que mantenían fija la gruesa tabla que bloqueaba el movimiento de las puertas y de un rápido jalón abrió la del lado derecho, encontrándose de frente con una sirvienta de largo cabello rosado.
    -¡Len! Están bien aun.- exclamó ella entrando a la habitación de pronto, abrazando al joven. –¡Es horrible!
    -Hermana… ¿qué esta pasando afuera?- preguntó el chico con temor, cerrando de nuevo la entrada.
    -Una catástrofe Len, ¡no quieren verlo!- respondió mientras corría a abrazar a Rin. –Esos rebeldes desquiciados, están destruyendo todo. Los soldados son masacrados y robados, a los nobles los están asesinando sin piedad, los únicos que salen vivos son los demás sirvientes y lo peor, tienen el palacio lleno, no tardaran en llegar aquí.
    -Pero aun podemos escapar por los túneles…
    -No Len, están inhabilitados, todos.- interrumpió Luka acariciando el cabello de Rin para calmarla. –De algún modo los encontraron, les prendieron fuego para evitar nuestro escape y los únicos tres que son útiles, ellos los ocuparon para entrar.
    -Estamos atrapados…- sollozó Rin totalmente desesperanzada.
    -Si mi reina… lo estamos.- dijo Luka abrazando a la chica rubia.
    Len se quedó parado frente a ellas, mirando como se resignaban ante lo obvio; pero él no se dejaría vencer tan fácil, su mente seguía buscando una forma de escapar del peligro. Los ojos del chico rebuscaban con apuro en la habitación, esperando encontrar algún arma o medio de escape que les permitiera huir convida a los tres. Al ver los dorados espejos gemelos que Rin tenía en su tocador, una idea descabellada y arriesgada fue concebida en su mente. Llevó una de sus manos hacia su cabeza y de un tirón deshizo la pequeña coleta que acostumbraba llevar; una vez con el cabello suelto, corrió al tocador y se peinó de forma similar a Rin.
    -¡Lo tengo!- gritó él.
    -¿Len?- preguntaron las dos mujeres.
    -Rápido Rin, ponte mis ropas, te sacaremos de aquí.- decía el sirviente desvistiéndose ante el sonrojo de la reina. –Tomare tu lugar, nadie lo sospechara.
    -Pero… ¿qué dices? Claro que se darán cuenta. No te pareces tanto a mí.
    -Rin, debo decirte esto. Quisiera que fuera en otro momento pero… ya no puede esperar.
    -Len… ¿vas a hacerlo ahora?- preguntó Luka seria, pero preocupada a la vez.
    -Sí, ya no puede esperar y de ello depende la vida de Rin.
    -¿De que están hablando?- preguntó la reina sumamente confundida.
    -Rin, debes saber algo.- le dijo Len tomándola de las manos. –Quisiera que fuera en otro momento, en otras circunstancias, pero no pudo ser así. Ven.- indicó el joven jalando delicadamente las muñecas de la monarca.
    La levantó de la cama, dirigiéndola con paso tranquilo hasta el peinador de oro que esperaba a un lado del colchón, deteniéndose ambos frente a los espejos gemelos.
    -Asómate al espejo y dime que ves.- pidió el sirviente.
    Rin obedeció sin reclamo alguno, totalmente confundida, pues no lograba entender el plan del sirviente. Apenas estaba observando el reflejo de su rostro, cuando Len acercó el suyo, causando en la reina una enorme sorpresa.
    -Es… es igual…- tartamudeaba, olvidando la desesperación del ataque civil por unos segundos. –Eres idéntico a mí…
    -Sí… lo soy. Eso es porque… somos hermanos- confesó Len sin soltar a la reina, lanzando un amargo suspiro.
    -¡¿Hermanos?!- chilló Rin alejándose del espejo y de Len. –Eso es… no es verdad, es imposible ¡Imposible!- gritó dirigiéndose a Luka en busca de apoyo.
    -Lamentablemente Rin… él dice la verdad.- respondió la sirvienta de rosa con seriedad. –Ambos son hijos de Kamui Gakupo III y Kagamine Lily, son hermanos gemelos.
    -Nos separaron al nacer, nuestro padre quería que yo muriera para evitar una catástrofe, por eso fui criado por la familia de Luka.- dijo Len sumamente serio, tomando de los hombros a Rin para que se calmara. –A ambos nos mintieron.
    -¿Por qué nunca lo dijeron?- logró articular Rin entre sollozos. -¿Por qué ocultarlo tantos años?
    -Su padre temía que al ser gemelos se disputaran el poder con una guerra.- respondió Luka amargamente. –En su desesperación mandó matar a Len, pero yo lo rescaté. Y con Misawa amenazándome, no podía decirte la verdad Rin.
    -Misawa también lo sabe.
    -Él era el encargado de asesinarme.- agregó Len. –Luka lo atacó antes de que…

    Pero las palabras del joven rubio fueron interrumpidas por una serie de gritos de dolor y golpes metálicos provenientes del pasillo, regresando a los gemelos Kamui y a Megurine a la realidad que se vivía en ese momento.
    -Ya no tenemos tiempo que perder, por favor Rin, vístete como lo hago yo.- insistió Len arrojándole la ropa a Luka para que le ayudara a cambiarse.
    -Pero dime, ¿vas a dejar que te atrapen tan fácil? ¿No tienes algún truco?- cuestionó la sirvienta mientras le quitaba el vestido a la reina.
    -Por ahora; pero en cuanto se den cuenta de que no soy Rin me soltaran.- respondió con seguridad. –Para entonces ustedes ya estarán lejos de aquí.
    -Tratare de huir a Evillious, mientras más lejos mejor.- agregó Luka, entregando el vestido de la joven rubia al chico.
    -¿Seguro que estarás bien?- sollozó Rin.
    -Lo estaré hermana, lo prometo.
    Con el auxilio de la sirvienta pelirosada, en poco tiempo los gemelos se vieron cambiados de rol; Rin vestía como un modesto sirviente, sin descuidar un detalle para que luciera idéntica a su hermano, incluyendo la coleta de cabello que aquel solía llevar, en tanto, Len se puso, con dificultad, el fino vestido de la reina, convirtiéndose en un perfecto doble, cuyo verdadero sexo quedaba oculto en su totalidad y gracias al peinado, los rasgos del sirviente lucían más femeninos.
    Los golpes y pasos iban en aumento, escuchándose más cerca a cada segundo. Luka estaba preocupada, no dejaba de voltear hacia las puertas de gruesa madera mientras movía con nerviosismo sus dedos, esperando que se abrieran de golpe en cualquier momento; Rin era quien más sufría de los tres, no solo le acosaba el enorme miedo de ser capturada por los rebeldes, a esto, se sumaba la desesperación de ver a su reino sucumbir, pero sobre todo, el saber que durante toda su vida le habían ocultado la existencia de su hermano gemelo y, que este fuera todo el tiempo su sirviente personal, era el golpe más fuerte que había recibido durante la noche y ni siquiera tenia tiempo para meditarlo o pedir una justa explicación. Pero Len, a pesar de tener sobre si el peso de una sentencia de muerte segura, de intensas torturas o cualquier otro castigo que pudiesen idear los civiles en su contra, permanecía sereno, callado y paciente. Aunque por dentro su mente era un remolino y el miedo imperaba en su alma, no podía expresarlo frente a Rin, ya con sus ánimos rotos y sin esperanzas; tenía que ser fuerte por ella, por ambos; mostrarse seguro de un plan que podía fallar en cualquier momento.
    Hecha un mar de lágrimas, Rin, la llamada hija del mal, abrazó por última vez a Len, su fiel sirviente, su hermano gemelo; con un lazo tan fuerte que el chico por unos segundos perdió el aliento, y tan emotivo que por un momento estuvo apunto de romper con su templanza. Recuperando la compostura, el sirviente del mal envolvió con sus brazos a la chica rubia, le besó en la frente y dirigió una cálida y amistosa sonrisa, como solía hacerlo.
    -Todo estará bien. Anda, tienes que marcharte, ya no llores más.- dijo el rubio.
    -No sabes como deseo que esto no estuviera pasando… es todo mi culpa.
    -De nada sirve lamentarlo, no es culpa tuya, todos hemos contribuido. Vamos, te prometo que estaré bien.- le alentó.
    -Te quiero Len…- concluyó ella, besado la mejilla del joven y soltándolo.
    -Y yo te quiero Rin.
    -Len- se acercó Luka abrazándolo. –Más te vale salir vivo de esto o te las veras conmigo en el otro mundo.- hablo con aire de rudeza para ocultar el nudo en su garganta.
    -Nunca cambias- respondió con una ligera risa. –Y nunca lo hagas.
    -Tal vez tu sangre sea Kamui, pero tienes el corazón de tu madre.
    -Y el espíritu de los Megurine.- sonrió el joven de dorados cabellos. –Siempre serás mi hermana.
    -Y tu mi pequeño hermano.- dijo la pelirosada besando la frente de Len.

    Aun estaban despidiéndose cuando se escucharon fuertes golpes tras las puertas, mismas que se sacudían violentamente, fracturándose con cada embate. Gritos maldiciendo y ordenes furiosas llegaban a los oídos de los tres, asustándoles al grado de sentir como su corazón intentaba salir de sus cuerpos. Rin intentó correr a los brazos de su hermano, pero Luka la tomó de la cintura para evitarlo y se hicieron a un lado de la cama, mientras que Len se acercó al balcón tan rápido como el vestido se lo permitía, fingiendo ser una reina dolida por la caída de su gobierno. Al poco tiempo, el candado cedió a la fuerza de los golpes, siendo arrancado por un fuerte impacto y abriendo de par en par las puertas por las cuales entraron nueve hombres armados.
    -Buen trabajo Hiroki- felicitó la voz de Meiko al sujeto que les abrió, entrando junto con Kaito.
    -Sirvientes, fuera de aquí.- ordenó Kaito, sin que le obedecieran. -¡Fuera he dicho!- repitió a gritos y amenazándoles con su espada.
    Rin estaba paralizada por el miedo, no podía mover sus piernas ni articular palabra alguna. El hombre que alguna vez le pareció el más noble y apuesto del mundo, incapaz de odiar, con un corazón bueno y amable, estaba frente a ella amenazándole con una espada, tan lleno de ira y rencor que parecía ser otra persona. Luka de inmediato tomó del brazo a Rin y se la llevó al pasillo con un jalón, corriendo por el mismo hasta perderse de vista. Sin que ninguna se diera cuenta, Meiko les había estado dirigiendo a mirada desde que entró a la habitación.
    Los nueve hombres se acercaron al balcón donde Len, haciéndose pasar por reina, miraba el campo de batalla en que se habían convertido los bellos jardines reales, de los cuales ya no quedaba nada; habían sido convertidos en un terreno enorme, muerto, lleno de cenizas, sangre y cuerpos mutilados. Lentamente se acercaron Kaito y Meiko, ambos con una expresión de satisfacción en los rostros y un brillo maléfico en sus ojos.
    -Caballeros, atrápenla.- ordenó Meiko.
    Al escucharla, los nueve hombres, ocho civiles y Hiroki, se acercaron corriendo a Len, cortándole todo escape posible, aunque el chico ni siquiera se movió. Dieciocho manos cayeron sobre el, jaloneándolo con fuerza hacia ellos mientras forcejeaba inútilmente. No tardaron mucho los civiles en someterle, sujetándole ambos brazos y amenazando su cuello con el filo de tres cuchillos.
    Tan pronto le tuvieron en su poder, le arrastraron ante Meiko, que les miraba desde el centro de la habitación junto con el príncipe del Reino Azul. Este hombre seguía con su expresión de ira en el rostro, tan intimidatoria que Len creyó que este le atravesaría el corazón con su sable en cualquier momento; por su parte, la dirigente de los rebeldes no paraba de sonreír complacida, la situación le producía algún extraño placer; quizá la sed de venganza era saciada, o el ver tan vulnerable a alguien considerado intocable tenia su gracia. Sin embargo, a pesar del brillo de satisfacción en su mirada, Meiko permanecía analítica, sus ojos recorrían de pies a cabeza el cuerpo del joven, como si buscaran algún detalle que le asegurara que era la reina.
    -Nos volvemos a ver, su alteza.- dijo con ironía Meiko. –Apuesto que no se acuerda de mí.
    Len se quedó callado. Claro que sabía quien era, la recordaba muy bien de aquella ocasión en que el capitán Sakine había llevado a su esposa a un baile real, justo en el que le nombraron capitán de la guardia real. La primera y hasta el momento única vez que le había visto. En aquel día tan lejano, Sakine Meiko le había parecido una mujer sumamente tranquila, amable y feliz; pero ahora tenía ante él a una persona distinta, decidida, sanguinaria, violenta.
    -Veo que no.- comentó Sakine. –¡Pero que importa! ¡No somos nada para usted! ¡No vale la pena recordar a quien le ha quitado a su esposo, a sus padres, a sus hijos, a alguien amado!- gritaba con fuerza y enojo. Luego recupera la calma. –Pues eso es lo que va a sentir, mi reina.- dijo con malicia, sonriendo de una forma en que se le notaban todos los dientes. –Hiroki, llévela a cualquier celda libre. Al amanecer me encargare de ella.
    -Claro Meiko.- respondió. –Andando, y ni se les ocurra soltarla o los arrojare desde la torre.- rugió Hiroki a los dos hombres que mantenían preso a Len, poniéndose en marcha y abandonando la habitación posteriormente.
    -¿Satisfecho?- dijo riendo la hija de la venganza, una vez solos.
    -No lo estaré hasta que ella muera.- respondió con seriedad el príncipe de azul.
    -Nadie lo estará hasta que la vean muerta.- añadió Meiko recuperando su semblante serio. –Sin embargo, podemos hacerla sufrir más.
    -¿Cómo?
    -Confíe en mi príncipe. Ella sufrirá aquí y en el infierno.- agregó, volviendo a reírse sonoramente.

    En los alrededores solo existía un lugar donde reinaba la paz, un punto en el cual los horrores de la rebelión no habían llegado, los gritos y maldiciones de los rebeldes no se escuchaban, la sangre de los soldados del País Amarillo no había manchado la tierra, permanecía ajeno a la caída del reinado de la dinastía Kamui. El único lugar seguro en aquellos momentos era la pequeña playa escondida que servía de refugio a toda mujer que se atreviera a casarse con un Kamui. Una leve brisa soplaba desde el mar, refrescando el ambiente. Pequeñas olas rosaban las arenas de la playa o golpeaban con sutileza los muros de roca. De pronto, un túnel se abrió entre los muros de roca, del cual salieron Rin y Luka.
    En cuanto ambas lograron salir del túnel, y tras unos segundos para recobrar el aliento, Rin escaló con apuro el rugoso muro de piedra que estaba detrás suyo, resbalando en ocasiones, desprendiendo piedras en otras, siendo seguida por Luka. Al legar a la cima, la rubia se dejó caer de rodillas, quedando en un estado de shock por unos cuantos segundos hasta reaccionar con un amargo y doloroso llanto. La sirvienta apareció a su lado, con el vestido desgarrado, y al ver el estado de Rin, la abrazó, buscando darle fuerzas y afecto.
    A lo lejos, ambas podían ver con claridad el palacio, rodeado de una espesa y negra nube de humo, misma que salía de sus ventanas y jardines. El reinado Kamui había muerto.
     
  9.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Dios! Son demaciadas impreciones para un solo capitulo!, pero aun así me gustó, fue genial la forma en que narraste toda la revolución, fue genial, con tantos detalles y buenas estrategias, simplemente genial.
    Que lastima que le Len y Luka le tuvieran que decir a si la verdad a Rin, no dejaron que siquiera lo analizara, aunque me dio gracia las innumerables veces que le trató de decirle, pero simpre era interrumpido por una cosa o por otra haciendo parecer que estaba enamorado de ella jaja.

    Creo que Meiko si se dió cuenta de que era Len a quien habian capturado, pero planea hacer sufrir más a Rin viendo su muerte. Te juro que cuando llegó Luka y les contó que no habia ningun lugar por donde escapar, lo primero que se me llegó a la mente fue el pasadiso de las reinas y hasta decia como loca "vamos! recuerden el tunel a la playa!" como esperando que me escucharan, definitivamente cada vez estoy más loca -_-.

    Muchas felicidades por el cap y espero la conti.
     
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  10.  
    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    La hija del mal
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    Tragedia
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    Capitulo XXIV
    “Ejecución”​
    -Su cabeza ha de rodar-​

    Música alegre se escuchaba en las calles de lo que algún día fue el Reino Amarillo, chocando con la imagen devastada que la rebelión había dejado a su paso. Los rastros del levantamiento seguían presentes: edificios por todo el poblado quemándose aun, pero solo aquellos en los que hondeaba una bandera con la insignia real, cuerpos sin vida de los soldados que defendieron a la reina esparcidos por todo el pueblo, mismos que eran levantados por un grupo de hombres y arrojados a las construcciones en llamas.
    Las calles de nuevo eran tomadas por un mar de civiles, algunos cantando, otros bailando, muchos se reunían en las casas cercanas al palacio para atender las heridas causadas en la batalla; había una pequeña comisión que se encargaba de interrogar a los sirvientes del palacio, buscando entre ellos a algún noble que intentara salvar su vida haciéndose pasar por un criado. La plaza principal se llenaba una vez más de fuego y humo, ahora causado por la quema de todo estandarte con el escudo de la dinastía Kamui, junto a varios retratos del rey Gakupo III y la reina Rin I. Curiosamente, las pinturas de la reina Lily permanecían intactas. Varias tumbas eran cavadas al costado derecho de los muros del palacio, donde se enterraría a los hombres que murieron por liberar a su pueblo; por otro lado, los cadáveres de los soldados realistas eran amontonados en el jardín real y se les bañaba con aceite para incendiarlos más tarde.
    Finalmente, otro numeroso grupo de civiles se dedicaba a sacar del palacio todo objeto de valor, desde joyas y cuadros, hasta muebles, costales llenos de dinero e incluso comida; todo reuniéndolo en varias carretas.
    -Todo lo de valor a los carros. Lo repartiremos entre todos nosotros.- ordenaba Miki con voz potente. –Y que ni se les ocurra tomar algo del tesoro, o los mandare con Hiroki.
    -¡Así se controla a un ejército!- gritó Teto al acercarse. –Ellos tenían a Misawa, pero nosotros al rudo Hiroki.
    -No creo que Misawa fuera tan malo.- bromeó Miki, causando la risa de ambas. –Y hablando de ese hombre, ¿en donde lo dejaron?
    -Encerrado por ahí en alguna celda. No sé qué planes tenga Meiko para él.
    -¿Qué otra cosa que la muerte?
    -Pero el detalle es como le dará muerte. Admito que me da algo de miedo. –agregó con una risa nerviosa. –Y esa chica enmascarada…
    -Ella me asusta a mí, pero de no ser por su auxilio los vigías les habrían visto. Lástima que no sé quien es en verdad.
    -Creo que ella es…
    -¡Señorita Miki!- interrumpió uno de los hombres. –Hemos sacado todo lo valioso, soló quedan unos adornos de oro en los muros, pero no podemos quitarlos.
    -Déjelos ahí, mandaremos arrancarlos otro día.
    -Bien, ¿partimos ya?- preguntó el civil.
    -Aun debemos esperar a Meiko, descanse soldado.- ordenó Miki. El hombre le dio las gracias y se fue.
    -Y a todo esto, ¿Dónde van a guardar el tesoro?
    -En el bar. Creemos que es mejor esconderlo ahí porque sólo existe un camino; en este lugar es vulnerable a los ladrones, tiene muchas entradas.
    -Como quieran- respondió Teto subiéndose a una de las carretas para después acostarse sobre el asiento del conductor. –Estoy tan cansada por esta noche. ¿Te molesta si me quedo dormida?
    -Para nada, creo que te acompañare porque también…- comenzó a decirle Miki, pero rápidamente salió corriendo hacía otro de los vehículos al percatarse de como un chico se robaba unas piezas de oro. -¡Oye tu! ¡Deja eso ahí! ¡Deténganlo!
    -Buena suerte Miki- le deseó Teto con una sonrisa divertida, mirando lo ocurrido. Manteniendo el gesto en su rostro, tomó una corona y se la puso en la cabeza, luego acercó dos costales a sus costados y volvió a acostarse, cubriendo sus ojos con la aureola. –Así debe ser dormir como reina.- se dijo a si misma, antes de cerrar los ojos y caer dormida.

    Mientras en las afueras del palacio la joven panadera y un par de hombres perseguían al chico, y Teto dormía rodeada de oro; dentro de la residencia real Hiroki y Benimaru esperaban en el calabozo, vigilando la celda donde estaba encerrado Len. Ocasionalmente, el corpulento hombre se volteaba a verlo para dirigirle unos insultos que en un principio resultaban divertidos para su compañero, pero pronto se volvieron tediosos, causando disgustos en vez de risas. Sin embargo, ninguno de estos parecía molestar a Len, que permanecía sentado en una esquina de su celda, con la mirada baja y sin decir una sola palabra, sumido en la oscuridad. Tenía miedo, no podía negarlo, sabía a la perfección que al cambiar de ropas con su hermana él mismo había firmado su sentencia de muerte, pero quería seguir con la esperanza de salvar su vida. Sus ideas no tardaron mucho en arremolinarse en su mente, mezclándose imágenes de sus posibles y duras torturas, un fracaso en el escape de Luka y Rin, el miedo de morir al amanecer; todo junto le atormentaba con gran pesar al chico, que a pesar de ello, permanecía con un semblante sereno ante sus captores.
    Al fondo del pasillo se escucharon varias pisadas acompañadas de risas con un tono maléfico; tres hombres armados caminaban rumbo a las celdas acompañados por Meiko y el príncipe Kaito, este último sin expresión alguna en el rostro, a diferencia de sus compañeros que mostraban una amplia sonrisa. El grupo se acercó a Benimaru y Hiroki, quienes se quedaron en silencio mirándolos en la penumbra.
    -¿Les han dado problemas los prisioneros?- preguntó Kaito con frialdad.
    -Ninguno príncipe. Misawa estuvo gritando por un tiempo, pero ya tiene mucho que se quedó callado- respondió Benimaru con su voz tranquila. –En cuanto a la reina, no ha dicho palabra alguna.
    -Ni siquiera una queja o respuesta a mis insultos.- agregó Hiroki. –Solo se la ha pasado ahí sentada.
    -Vaya, vaya. Así que por primera vez la reina no tiene nada que decir.- se mofó Meiko acercándose a la celda. –¿Será que el cambio de papeles le afectó tanto? ¿O del miedo se ha quedado muda?- seguía hablando con burla, sin resultado alguno. –Debe ser eso, el cruel cambio de una vida lujosa y una habitación confortable, a una sentencia de muerte y una fría celda en el calabozo. Pero no debe preocuparse, ¡esto acabara en la mañana!- gritó con tono de alegría, esperando provocar algo en la reina falsa. Pero al ver que nada le hacía hablar, cambió su sonrisa por un gesto serio. –Entonces, no piensa hablar. Ya veremos si eso no cambia. ¡Ustedes tres!- se giró para llamar a los hombres que le habían acompañado. –Desnúdenla y llévenla al jardín, que sienta el frio del ambiente y lo duro del suelo, si hay rocas sueltas o puntas de lanzas a su paso, mucho mejor. Ya afuera le bañaran con treinta cubetas de agua fría y le azotaran diez veces.
    -¿Sólo diez veces?- cuestionó uno de los hombres.
    -¡Sí! ¡Diez veces!- le respondió Meiko con furia. –Si me entero que le dieron un golpe de más, yo misma los azotare treinta veces en el rostro. ¿Entendido?
    -Si Meiko.- respondieron a regañadientes los tres sujetos.
    -¿No crees que te excedes con semejante castigo?- cuestionó Benimaru sin abandonar su puesto.
    -A ellos les parece poco y a ti mucho, yo creo que es justo. Y da gracias que logré convencer a estos para que no la violen.- respondió con su característica voz ruda. –Ahora abre esa celda. Y Hiroki, tu abre la de Misawa, tengo que hablar con él.
    -En seguida Meiko.- respondió él a prisa.
    -¡Meiko!- resonó una voz femenina. –Al fin llegas, mujer.
    -Veo que sigues aquí. Descuida, cumpliré mi trato contigo.
    -Pues hasta ahora no lo has hecho.- dijo de nuevo la voz, revelando su identidad. Lentamente, la chica enmascarada se acercó a la mujer de armadura carmesí, con un paso firme. –Acordamos que el señor Hiyama y su hija estarían a salvo de tus hombres.
    -Y lo están.
    -¡Pero presos!- señaló la enmascarada la celda que estaba a su derecha, donde el señor Hiyama permanecía sentado mientras abrazaba a su hija. –Exijo que los liberes ahora mismo.
    -Que impaciencia mujer. Los liberare después de la ejecución.
    -No, tiene que ser ahora. Recuerda que él no quería que ellos se vieran afectados, en especial Yuki. No permitiré que vea como torturas a estas personas.
    -Esta bien, tú ganas. Benimaru, libera a Hiyama y su hija en el acto.- ordenó de nuevo con enfado. –Y dales suficiente dinero para una semana.
    -Dos semanas.- apeló la enmascarada.
    -¡Una semana! ¡Y una carreta!- repuso Meiko. –Ahora sáquenlos de aquí.
    -En el acto.- respondió el señor Benimaru, tomando las llaves de la celda y abriéndola. –Señor Hiyama.- le llamó con una voz suave. –Por favor, salga junto con su hija, los vamos a dejar salir de aquí.
    -Debe ser algún truco para matarnos, ¿no?- respondió con temor el consejero. –He visto lo que hicieron con los nobles…
    -Para nada señor, su libertad y la de su hija está garantizadas. Puede confiar en nosotros, ahora salga por favor.- seguía diciendo Benimaru con su habitual voz serena.

    Kiyoteru permaneció en silencio y sin moverse. Miraba con desconfianza a sus captores, temeroso de que en cuanto saliera de su celda le atacaran. Tras pensarlo unos segundos, se armó de valor; abrazó con fuerza a su hija y tras darle un tierno beso en su frente, avanzó hasta la reja sin soltar a Yuki. El señor Benimaru lo detuvo frente al hierro que cerraba la celda, invitándolo a mirar alrededor para que comprobara la ausencia de más civiles armados. Convencido de que no había trampa en las palabras de los revolucionarios, el señor Hiyama y la pequeña Yuki salieron de la celda.
    -Sígame señor Hiyama, afuera le entregaremos su dinero y una carreta.- repitió Benimaru.
    -Muchas gracias por su consideración, en especial a usted señorita. Le agradezco con toda el alma que abogara por nosotros.- dijo Hiyama deteniéndose frente a la misteriosa mujer.
    -No me agradezca del todo a mi señor.- respondió ella. –Dé gracias al Señor de la Oscuridad.
    -¿Gomu?- dijo la débil voz de Yuki.
    -Él… ¿estaba involucrado en esto?- preguntó el consejero.
    -No desde un principio. Cuando la reina se volvió mas dura con sus cobros, fue cuando se acercó a la rebelión.- contestó la enmascarada.
    -Y de no ser por él, esto hubiera sido un fracaso.- interrumpió Meiko. –No tenemos tiempo que perder. Ahora váyanse de aquí. Ninguno de mis hombres les molestara.- agregó con una voz ruda y recia.
    -Mejor no hacerle esperar señor, Meiko no tiene mucha paciencia.- intervino Benimaru tomando a Hiyama de los hombros y sacándolo junto con Yuki de las mazmorras, acompañados por Hiroki y Kaito.
    -¿Feliz ahora?- preguntó Meiko a la enmascarada.
    Ella no respondió. Permaneció mirando como Benimaru guiaba a padre e hija por el oscuro corredor hasta que los tres desaparecieron en la oscuridad. En sus labios se dibujó una ligera sonrisa de satisfacción y susurró unas palabras que nadie pudo escuchar.
    -Ya cumpliste con una parte, ahora lo que falta.- dijo al fin la enmascarada.
    -Quería que esa niña escuchara lo que voy a hacer.
    -Eres increíble tratando con los niños, ¿lo sabías?- comentó la misteriosa chica con un notable sarcasmo en su voz, recibiendo por respuesta un gesto de enojo por parte de Meiko, que sin agregar otra cosa, entró a la celda donde estaba el general Misawa.

    La celda ocupada por el antiguo general Misawa Kurogane estaba a la izquierda de la asignada a Len, encontrándose en un estado tan deplorable como la otra: oscura, sucia, fría y húmeda, pero a esto se sumaba un nauseabundo hedor que se extendía por toda la cámara, causado por los restos de licor y comida que el militar había consumido durante la fiesta, mismos que vomitó en varias ocasiones a causa de su alto grado de alcalización acompañado de los numerosos golpes que le habían sido propinados por los civiles. Eran pocos los lugares que no habían sido alcanzados por el vomito del hombre, que yacía acostado sobre su costado derecho en el suelo, de cara al helado muro y cubriendo su cabeza con ambas manos. De su boca salían leves quejidos, tal vez por el dolor de sus heridas o a causa de su malestar por embriagarse, su respiración era un tanto forzada y de su pierna izquierda brotaba un delgado hilo de sangre.
    Meiko se acercó malintencionadamente al hombre, con sumo silencio pero con un paso acelerado. Sin dar previo aviso, la mujer de armadura carmesí lanzó una fuerte patada contra la espalda de Misawa, haciéndole gritar de dolor.
    -¡Arriba cerdo miserable!- gritó con fuerza mientras le daba otra patada. –No es bonito cuando tú eres el que sufre, ¿verdad?- seguía rugiendo con furia, imponiendo el sonido de su voz al de los alaridos de dolor de Misawa. –¿A cuántos has hecho sufrir de este modo? ¡Dímelo!
    -Lo que sientes en este momento, no es ni la mitad de todo lo que hemos sufrido nosotros.- agregó la enmascarada. –Esto y más nos hicieron sufrir tus acciones y las de esa niña a la que llamabas reina.
    -¿Qué se siente sufrir por primera vez, general?- preguntó Meiko con burla en sus palabras. –Algo que usted desconocía, lo sé.
    -Búrlate lo que quieras Sakine…- balbuceó el general. –Poco te durará el gusto.
    -¡Me recuerda! ¡Que halago!- ironizó la mujer de cabello castaño. –Pero no por eso seré más clemente con usted.
    -Di lo que quieras Sakine…- siguió hablando Misawa con voz entrecortada. –Todo tu esfuerzo se acabara… Admiro la forma en que se organizaron ustedes… pero aun así… mis hombres los mataran a todos.
    -¿Sus hombres? ¿De quienes está hablando general? No queda nadie.
    -Juegas conmigo… Aun están mis soldados en el Reino Verde.- dijo con dificultad, pero esbozando una sonrisa confiada. –Ellos los detendrán…
    -Lamento decírselo Misawa.- intervino la enmascarada. –Pero usted perdió esa guerra, sus hombres han muerto en este momento.
    -No… no es verdad. Sólo me quieren torturar. ¡Mentira!- decía con desesperación el militar.
    -¿No nos cree? Tal vez a su capitán sí. Veamos que nos dice en esta carta.- mencionó Sakine. De la coraza que cubría su pecho sacó un trozo de papel muy dañado, lo desdobló y comenzó a leerlo en voz alta. –“General Misawa, disculpe la falta de formalidad pero no tengo tiempo para ello. Debo informarle que nuestra situación es crítica, desesperada y mortal. Al avanzar hacía la ciudad principal del Reino Verde nos hemos llevado una desagradable sorpresa: ellos nos esperaban. Al parecer, en nuestro primer ataque, quedaron sobrevivientes que lograron alertar al rey de nuestra llegada; los emboscados fuimos nosotros, antes de llegar al palacio fuimos sorprendidos por el ejército del Reino Verde. Mataron a muchos de nuestros hombres, obligándonos a refugiarnos en las ruinas del puerto que destruimos; nuestras municiones y provisiones se están agotando. General, me temo que hemos subestimado al enemigo y eso nos costara caro; requiero refuerzos con urgencia, lo requiero a usted para supervisar el ataque. No sé cuanto más podamos resistir. Capitán Tetsu.”
    -Nada prometedor- comentó la mujer de la mascara blanca.
    -No es cierto… esa carta es una mentira. ¡Mentira!- se repetía Misawa, sin dar crédito a sus oídos. –Ustedes solo buscan jugar con mi mente.
    -Di lo que quieras Kurogane, pero esta carta tiene el sello real.- mencionó Sakine arrojando el papel frente al militar apresado. –Es verdad lo que acabo de leer.
    -¡Imposible! ¡Es imposible que esos granjeros nos vencieran! ¡Esta carta es falsa, ustedes la escribieron!
    -¡Tu soberbia no te permite ver la verdad!- irrumpió la voz de la enmascarada.
    -Los subestimaste a ellos, y perdiste. Nos subestimaste a nosotros, y ahora estás prisionero en tu propia cárcel.- continuaba el ataque verbal de Meiko, que no dejaba de sonreír con cada palabra que salía de su boca. Disfrutaba lo que estaba haciendo. –¡Que hombre tan patético!- rugió de nuevo, propinándole otra patada.
    De pronto, el ruido de la reja de acero al abrirse interrumpió el entretenimiento de la líder de los revolucionarios. Uno de los hombres que había sido mandado a la celda contigua se acercaba tímidamente a las dos mujeres. Su rostro mostraba un cierto miedo, mismo que aumentaba con cada paso que daba hacía su líder.
    -Meiko…- mencionó él. –Tenemos un problema con la reina.
    -¿Qué clase de problema?- preguntó con enojo y con una mirada que inspiraba temor.
    -Es mejor que vengas, creo que atrapamos a la persona equivocada.- confesó el hombre. –Debes ver esto…

    Sakine Meiko permaneció un segundo en silencio, mirando al sujeto que le llamaba. Curiosa por saber que ocurría, se alejó de Misawa y de la enmascarada, abandonando la celda junto con aquel. Ambos se adentraron en la celda ocupada por Len, que era rodeado por los otros dos sujetos.
    La líder de los rebeldes se acercó curiosa al prisionero, sin identificar a primera vista cual era el problema que sus hombres detectaron. Caminó en torno a la supuesta reina, examinando su cuerpo con la vista, en busca de aquello que le dijera que no se trataba de la persona que creían todos. De la nada, se detuvo en seco y llevó su mano directo a la cabellera del sirviente, halando su cabeza hacia atrás.
    -Tú no eres Kamui… Ni siquiera eres mujer…
    -Parece que fuiste engañada.- respondió Len con voz entrecortada pero firme. –No contabas conmigo.
    -Un doble… un maldito doble.- dijo Meiko jalando más fuerte los cabellos del sirviente.
    -No soy cualquier doble. Soy su hermano gemelo. Tienes al Kamui equivocado.
    -¡Mientes!- repuso ella. –Kamui era hija única.
    -Créelo si quieres, yo digo la verdad. Tu revolución ha fallado.
    Meiko ya no respondió. Se quedó callada mirando los ojos del chico. Era idéntico a la reina Rin; a la mujer que había mandado a la horca a su esposo. Sus ojos, su nariz, sus labios, el tono de su piel, la forma de su cara y el color de sus rubios cabellos; sus palabras debían ser ciertas. Tras dar un suspiro, le soltó y arremetió de pronto con una patada directo en la boca del estomago del joven, sofocándolo.
    -Quieres tomar el lugar de tu “hermana”, ¿verdad? Sufrirás el castigo que teníamos para ella.- dijo Meiko con voz intimidatoria, dándole la espalda. –Llévenlo afuera, ya saben que hacer. Pero en vez de diez, que sean veinte azotes. Y cubran su pecho y sexo con algo; que todos crean que se trata de esa chiquilla Kamui.
    -Entendido Meiko.- respondieron al unísono los civiles.

    Entre los tres hombres hicieron a Len ponerse de pie, aunque aun no se recuperara de la patada en su vientre. Le pusieron el vestido con el que fue capturado y le hicieron avanzar, con dificultad, por el oscuro pasillo que le llevaría hasta los restos del jardín real. Sakine Meiko, la llamada hija de la venganza, contempló en silencio el recorrido del reducido grupo hasta que desaparecieron en las sombras del corredor; tal vez parecía estar tranquila por fuera, pero por dentro reinaba la duda, debía saber que había ocurrido con la verdadera reina.
    -¡Muy listo Misawa! Poner a un doble de la reina para dejarla huir con vida.- irrumpió en la celda del militar. –Me sigues sorprendiendo.
    -¿De que hablas?- preguntó el con voz cansada. -¿Qué doble?
    -De ese chico que dice ser su gemelo. Ya sé que es su sirviente, pero me impresiona el parecido.
    -¿Len? ¿Capturaron a Len?- reaccionó Misawa tratando de levantarse, pero la enmascarada le detuvo. –Mi reina sigue viva…
    -Parece que si Misawa, que tramposo. ¿Dónde la mandaron?
    -Yo no sé nada, ese no es mi plan.
    -¡Dime a donde la mandaron! ¡¿Cuál es su refugio?!
    -¡Yo no lo sé!
    -¡Mentira!- rugió Meiko pateando la cara del general. –Dime la verdad, ¿quién es ese chico en verdad y donde está la reina?
    -¡Es su gemelo! ¡Y no sé donde está ella!- gritaba desesperado el hombre.
    -¡Córtale un pie ahora!- ordenó Meiko a la enmascarada.
    -¡No! ¡Espera!- suplicó él, pero no le escucharon. Un agudo e intenso dolor se extendió por toda su pierna. La mujer enmascarada obedeció y con su espada cortó el pie del general, que sólo pudo gritar del dolor.
    -Por última vez. ¡Dime quien es él y donde esta tu reina!- exclamó Meiko llena de ira.
    -¡Es su hermano gemelo! ¡Lo ocultamos de sus padres!- confesó al fin Misawa, envuelto en un mar de dolor. -¡Y no sé que fue de Rin! ¡Esto es su plan, no mio!
    -¡Córtale el otro!
    -¡Es la verdad! Yo no se nada, nada…- sollozaba Misawa, completamente humillado y lleno de dolor. –Yo nunca pensé en un doble… es idea de Len…
    -Creo que dice la verdad.- agregó la chica misteriosa.
    -Ya haremos hablar al muchacho.- dijo Meiko. –En cuanto a él… has lo que quieras. Es todo tuyo.- concluyó ella, dando una ultima patada a las costillas del prisionero antes de abandonar la celda.

    La chica enmascarada y el ya lastimado general se habían quedado solos en la oscura celda. Ella permanecía callada y casi inmóvil, era imposible saber que reflejaban sus ojos o que sentía en ese momento; la mascara cubría totalmente su rostro, dejando al descubierto únicamente sus labios. En el suelo, meciéndose con movimientos leves tratando del calmar el dolor por su pie cercenado, permanecía Misawa. Su rostro estaba golpeado por completo, con huellas de toda clase de ataques y de sus labios se desprendían delgados hilos de sangre. El único sonido que se hacía presente en el lugar era el provocado por los quejidos de Misawa, que resonaban con más fuerza en los muros de piedra. Con lentitud, la mujer de la mascara blanca se acercó a él, dejando oscilar a su espada como si de un péndulo se tratase.
    -A cuantas personas las hiciste pasar por esto.- dijo la misteriosa muchacha. –A cuantos los encerraste en esta misma celda, los golpeaste, los mutilaste…- hizo una pausa para acercarse a la cabeza del prisionero. –Los mataste. Y no logro comprender el porqué. ¿Ganarte el cariño y favor de la reina que tu mismo criaste, a costa de sembrar el miedo, el odio…- hizo otra pausa, suspiró y añadió con voz más severa. –La ira en todo un pueblo? No incites la ira de tu pueblo- agregó con voz potente. –porque tarde o temprano la sentirás. Y ese momento ha llegado, presenciaste el poder que tiene en sus manos el pueblo que subestimaste, heriste y del que abusaste tantas veces; ya sabes lo débil que es tu ejército ante otro, lo débil y ciego que tu propia arrogancia te volvió.- decía ella con una voz fría. Guardó silencio un momento, caminando en torno a Misawa. La herida de su pie cortado aun bombeaba sangre, formando un pequeño charco en las piedras del suelo. -¿Por qué lo hizo general? ¡¿Por qué?!- preguntó golpeando con su arma la espalda del militar, hiriéndole aun más.
    -¡Gakupo!- gritó Misawa Kurogane a borde de desfallecer. –Lo hice por su gloria. ¡Para mantenerlo vivo! ¡¿Feliz?!
    -¿Eso es todo? ¿Por eso crear un reinado de terror?
    -¡Él murió antes de tiempo!- dijo Misawa en un grito desgarrador. -¡Yo mantuve vivo su recuerdo, su memoria! ¡Dirigí el reino como él mismo lo haría!
    -¡Corrompiste a una niña inocente!- rugió la enmascarada. Acto seguido le atravesó la pierna con su sable. -¡La utilizaste para cometer las mismas locuras que el rey! ¡Y aun actos peores!- elevaba su voz para imponerse a los alaridos de dolor.
    -¡Era por el bien del reino!
    -¡El bien del reino! ¡Que patética excusa!- replicó ella, girando su espada aun dentro de la carne de Misawa, haciendo que la sangre brotara mas rápido. –¡Ella no es Gakupo! Por tu ambición de poder y deseos de mantener vivo a tu rey, jugaste con la mente de una niña. ¡La volviste soberbia y caprichosa!- decía con toda la ira que había reprimido en su interior, mientras que golpeaba en diversos lugares el cuerpo de Misawa. –¡Corrompiste a una niña! ¡No dejaste que se formara a si misma! ¡Envenenaste su mente y alma! ¡Abusaste del pueblo que juraste proteger! ¡Mataste a inocentes! ¡Golpeabas a personas buenas! ¡Apresabas a los pobres!- empuño su espada, dirigiendo su hoja sobre el cuello del general. -¡Mataste a mi hermano! ¡Y me convertiste en una asesina!- gritó la enmascarada.
    De un único y fuerte movimiento, la mujer de la mascara blanca dejó caer su afilada espada sobre la nuca descubierta del general Misawa Kurogane, cortando su cabeza de un solo tajo, cayendo al suelo de piedra que ya estaba lleno de la roja sangre del prisionero. Ella dejó caer su arma al piso en cuanto sintió como el cuello de su victima era rebanado por completo, alejándose con grandes pasos del cuerpo decapitado, para dejarse caer a suelo al sentir como su espalda tocaba un muro. Entre sollozos y llanto, la misteriosa chica se arrancó la mascara del rostro, arrojándola fuera de la celda y cubriendo su cabeza con ambas manos. Era Gumi, Megpoid Gumi, hermana de Gomu, “El señor de la oscuridad”. Así permaneció ella, sentada en la celda llorando amarga y dolorosamente, mientras que desde las afueras del palacio, llegaban a sus oídos los gritos de dolor que lanzaba Len con cada azote que le daban los hombres de Meiko.

    Era de mañana, alrededor de las siete, en lo que antes se llamaba Reino Amarillo. Ahora no tenia nombre, sólo era un pueblo que recién salía de una revolución, una gran población sin gobierno ni bandera, dirigidos momentáneamente por una mujer cuya sed de venganza fue capaz de movilizar a todos sus vecinos y acabar con una monarquía abusiva. Pero esto no les importaba a ellos, a nadie en ese lugar; lo único importante era festejar la derrota de la reina.
    Un pequeño pajarillo, de color marrón y pecho azulado, se había parado a reposar sobre la diminuta ventana que se encontraba en la celda donde tenían prisionero a Len. El joven estaba de pie, casi colgado, con la mirada baja clavada en el suelo de piedra; con grilletes en sus muñecas para mantener sus brazos extendidos y suspendidos en el aire, dificultando su respiración. Su cara estaba toda sucia, llena de tierra y manchas de sangre, mientras que en su espalda se extendían las veinte largas y sangrantes heridas causadas por los azotes del látigo. En sus pensamientos se decía a si mismo tonto. Tonto por creer que en cuanto los civiles se dieran cuenta de su verdadera identidad le liberarían, por pensar que saldría con vida de aquel lugar; pero más doloroso le resultaba el haber dado falsas esperanzas a Rin. Sin embargo, se no haberlo hecho ella se hubiese negado a marcharse con Luka y sería quien estaría sufriendo el dolor de los azotes y las venenosas palabras de sus captores. Con mucha suerte, sus dos hermanas ya se encontraban lejos de aquel lugar, sanas y salvas, aunque lo tuviesen que esperar por siempre.
    Inmerso en su mundo de ideas de arrepentimiento y melancolía, el joven sirviente dejó salir un par de lágrimas que corrieron por sus mejillas y finalmente, se precipitaron al suelo. De la nada, un sonido metálico llegó a sus oídos, interrumpiendo con su tristeza.
    -Admirable.- dijo una voz femenina. –Realmente es admirable lo que haces niño.
    -Sakine…- murmuró Len.
    -Que halagador, me recuerdas chico.- respondió Meiko con una sonrisa. –A pesar de solo verme una vez.
    -Una vez es suficiente, además que tu nombre es repetido por todos los revolucionarios.- dijo él sin levantar la cabeza. -¿Vienes a torturarme más? Adelante.
    -Demasiado maduro y fuerte para un chico de tu edad.- seguía hablando Sakine mientras se le acercaba. –Aunque bien podrías estar fingiendo, estar entrenado, o ser mayor de lo que aparentas.
    -Cree lo que quieras…
    -Bien, te diré lo que creo.- agregó la mujer de armadura roja, tomando la barbilla de Len para levantar su rostro y que le viera a los ojos. –Tienes razón, tú eres el gemelo de la reina Rin, y que sabes dónde está. Así que quiero negociar contigo.
    -¿Negociar?
    -Si, hacer un trato contigo. Sé que eres un chico listo y no rechazarás mi oferta.- seguía hablando Meiko con una voz tranquila, pero que claramente se notaba falsa. –En verdad, creo que sería una gran perdida para todo este reino que tú murieras; todos hablan tan bien de ti, que eres generoso, justo, tranquilo y noble, no de titulo, si no de alma. Bien, yo te ofrezco salvar tu vida. Si aceptas, quedaras libre, nos olvidaremos de este feo incidente y te unirás a nosotros, podrás ser parte de la reconstrucción del País Amarillo, un líder más; te ofrezco tomar el lugar que por derecho era tuyo: ser rey. A cambio de una simple cosa.
    -¿Qué quieres?- preguntó Len, aunque ya conocía la respuesta de Meiko.
    -Que me digas a donde se fue tu hermana, cual es su escondite, como escapó y como la encuentro.
    -No lo haré.- respondió Len de inmediato y sin meditar. –Mi respuesta es no.
    -¿Qué? ¿Cómo puedes protegerla?- reclamó con indignación. –Por su culpa eres preso, por su culpa eres un sirviente y no rey. Ella te quitó todo.
    -Usted no sabe como ocurrieron las cosas en verdad, pero yo si.- repuso con firmeza el muchacho. –Y mi respuesta sigue siendo no.
    -¡¿Qué pasa contigo, niño?! Te ofrezco vivir y ser un rey, pero tú prefieres morir como un mártir.- gritaba molesta.
    -¿Qué me pasa? Que Rin es mí hermana, por encima de ser mí reina, ella es mí hermana y no puedo traicionarla. Yo daría la vida por asegurar su bien estar, y es lo que pienso hacer.
    -¿No te das cuenta de lo que te ofrezco?- insistía Meiko, pero fue interrumpida.
    -Claro que me doy cuenta. Pero no aceptare traicionar a mi hermana, ella no es culpable de esto.
    -¡Ella tomaba las decisiones que tanto afectaban al pueblo!
    -¡Era manipulada por Misawa!- se impuso Len. –A los dos nos mintieron, manipularon nuestros futuros y nos convirtieron en esto. ¡Ella es inocente, es una victima como yo! No la voy a lastimar, no más de lo que ya está. No traicionare su cariño; si he de sufrir su castigo, lo acepto.
    -Eres valiente…- murmuró Meiko mirando los ojos de Len. Estos reflejaban una extraña fusión de miedo y valor. –Si así lo quieres, que así sea.
    Apenas terminó de hablar, cuando lanzó un fuerte golpe al rostro del chico que casi le deja inconsciente; no hacía falta gritarlo, la hija de la venganza estaba furiosa y no pensaba contenerse. Siguió dando de puñetazos al sirviente, algunos en su rostro, otros en el cuerpo, procurando que el impacto le empujara para chocar contra el muro de roca y sus heridas le dolieran aun más. Cuando sus manos se cansaron, la dirigente de los civiles siguió con su tortura, ahora dando de patadas en el abdomen del muchacho, para finalizar dando de golpes a sus brazos con el sable.
    -Te veo en unas horas… Reina Rin I- dijo Meiko mientras abandonaba la celda, cerrando de un brusco movimiento.

    Se acercaba el medio día, el sol estaba a pocos minutos de llegar a su punto más alto, mientras que una ligera brisa soplaba en los terrenos del que fue el Reino Amarillo, una leve corriente de viento que se llevaba lejos el aroma de la destrucción y la muerte que la noche de revolución había dejado a su paso.
    La plaza central, llamada ahora “La Plaza del Pueblo”, se llenaba una vez más de gente; adultos, ancianos, jóvenes y niños se arremolinaban de nuevo en torno a una gran tarima de madera sobre la cual se había colocado una guillotina que esperaba el momento de cortar la cabeza de alguien, cuya navaja resplandecía con el sol del medio día. Las palabras de los presentes se fusionaban en un mar de sonidos que resultaban incomprensibles, incluso para ellos mismos resultaba difícil mantener una conversación.
    A lo lejos, en el palacio, un grupo de treinta hombres armados salía del edificio escoltando a los líderes revolucionarios, a los llamados “Hijos de la Venganza”. En primer lugar avanzaban Miki y Teto, ambas manteniendo el mismo paso como si se tratase de una marcha; detrás de ellas, en segundo lugar, avanzaban el señor Benimaru y Hiroki, que jalaba una gruesa y larga cadena de acero, misma que se extendía hacía el final del grupo; después, en tercer lugar, se encontraban los dos grandes lideres de los rebeldes, Sakine Meiko y el príncipe Shion Kaito, ella con una sonrisa cínica en su rostro y él con una seriedad tan dura como una roca. Detrás de todos los ya nombrados, con paso lento y cansado, un rostro que reflejaba dolor y sufrimiento, los brazos amarrados con una soga y un grillete al cuello que era jalado por la cadena que Hiroki sostenía en sus manos, caminaba Len, vestido como su hermana Rin.
    La comitiva avanzó por la larga senda que unía al palacio con la ciudad, encontrándose a su paso con varios pueblerinos que les habían esperado con el único fin de lanzar insultos a la falsa reina. Pero ellos siguieron avanzando con normalidad, como si nadie les rodeara y con toda calma, guardando un silencio total, a excepción de Len que, en voz tan baja que apenas se escuchaba a si mismo, susurraba en repetidas ocasiones “lu li la” con el mismo ritmo.
    Después de un tortuoso y largo camino para Len, llegaron a su destino. La Plaza del Pueblo estalló en un grito de odio e ira cuando pudieron distinguir la figura de la reina acercarse a ellos; tan grande era su enojo, que aquel mar de palabras inentendibles se volvieron sólo una: muerte. Uno a uno, los líderes revolucionarios fueron subiendo a la tarima, pasando de largo la guillotina y situándose en la parte derecha del templete, excepto Kaito y Meiko, pues cada uno se detuvo a cada costado del mortal aparato. Por último, subió Len, con un caminar cada vez más pesado y lastimoso. Los golpes de Meiko que había recibido horas antes comenzaban a molestarle en verdad, tal vez tenía unas costillas rotas; por otro lado, las heridas de los azotes se le habían abierto de nuevo y comenzaban a sangrar, manchando el vestido amarillo que le habían obligado a usar. Su guía, Hiroki, le detuvo frente a la guillotina para que lograse contemplar al pueblo que le condenaba a morir, quienes con armas en sus manos consentían el acto y no paraban de pedir que su cabeza fuese cortada en el acto.
    -¡Amigos míos! ¡Dueños del País Amarillo!- vociferó Meiko, causando que todos los presentes guardaran silencio. -¡Ha llegado el momento de cobrar nuestra venganza y de terminar con toda la maldad de esta tierra!- comenzó con su discurso, palabras que no eran escuchadas por Len, que mantenía la mirada fija en los civiles. Algo llamaba su atención.
    En las últimas líneas de pueblerinos se distinguía una oscura silueta encapuchada acompañada de otra figura femenina rosada, que abriéndose paso entre la muchedumbre, se acercaban a la tarima donde estaba Len, sin mucho éxito pues la muchedumbre les retuvo pronto. Las dos figuras correspondían a la verdadera Kamui Rin, disfrazada como su hermano, y a Megurine Luka, que buscaban la forma de poder acompañar al muchacho en su muerte, pero al verse incapaces de llegar más lejos, tuvieron que quedarse a la mitad del camino. Ambas mujeres estaban desesperadas por hacer algo, lo que fuese posible para salvar al chico, pero sabían muy bien que todo intento era un suicidio; no había forma alguna de interrumpir la ejecución que les costara sus propias vidas. El sentimiento de culpa e impotencia hacía estragos en la joven Rin, atormentaban su cabeza y provocaba que en sus adentros se dijera a si misma que era ella quien debía morir y no su hermano. Tan pérdida estaba en sus pensamientos, que no se dio cuenta de las repetidas llamadas de atención de Luka hasta que fue necesario que le golpeara un hombro. Al salir de su trance, notó con horror que el momento que todo el pueblo esperaba al fin había llegado.
    Len fue obligado a hincarse con un golpe que Hiroki le propinó en la espalda, se le quitó el grillete del cuello y le acomodaron en el mortífero aparato, asomando su cabeza por el agujero en la tabla por la cual debía caer la afilada hoja de hierro. Sin miedo alguno, el joven sirviente miró por última vez al pueblo de su nación y dejó caer un par de tristes lágrimas al notar que Luka y Rin estaban presentes.
    -Lo siento…- dijo en voz baja. –No pude escapar hermana…
    -¡La flor malvada morirá!- rugió Meiko, causando la euforia de su pueblo que le respondió con gritos de celebración. –Al sonar las campanadas del medio día.- ordenó a Kaito, que sujetaba la cuerda que mantenía elevada la navaja. Con una sonrisa, se agachó un poco y le habló a Len. –Ojo por ojo, diente por diente, vida por vida. Le dije a tu hermana que pagaría.
    -Que Dios se apiade de ti.- tartamudeó Len. –Como espero lo haga de mi.
    Ella respondió con una risa y volvió a pararse.
    Len estaba temblando, derrumbándose por el miedo y tristeza de no volver a ver a su hermana, pero más le preocupaba el dolor que le acompañaría a ella por siempre. En aquel momento, vino a su mente la canción que durante muchos días le había estado escribiendo; quedó inconclusa, pero ya sabía cual debía ser la ultima frase. Un deseo, su ultimo deseo, una petición a Dios.
    -Si es que tú y yo… volvemos a nacer… quisiera poder ser… tu hermano… otra vez…- tartamudeó en un susurró, que llegó a los oídos de Kaito, quien lo miró con sospecha.

    Las doce campanadas que marcaban el medio día comenzaron a sonar en la torre del reloj; y como le había sido ordenado por Sakine Meiko, el príncipe Kaito, a pesar de su sorpresa por las ultimas palabras de la supuesta reina, soltó la cuerda de la hoja de acero. Aquel instante, esa fracción de segundo, se convirtió en una eternidad para tres personas: Len, Rin y Luka; con la falsa esperanza de que aquel aparato se atorara con algo, o que alguien provocara una revuelta que le permitiera al chico huir, pero ninguna de estas ocurrió.
    En medio de las aclamaciones de todo un pueblo, Rin abrazó con fuerza a Luka, hundiendo el rostro en su pecho para buscar el consuelo que su amargo llanto necesitaba en ese instante; la sirvienta de rosa también le abrazó con la misma intensidad, con sus ojos llenos de lágrimas y un fuerte dolor en su pecho. La hoja cayó sobre el cuello de Len, separando su cabeza del resto de su cuerpo, misma que se desplomó sobre una cubeta de madera junto a un chorro de sangre. El sirviente del mal había muerto, dando su vida a cambio de la vida de su hermana, la hija del mal.
     
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  11.  
    Sango Asakura

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    Leo
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    Escritora
    Hombre! tu estas empeñado en darme un infarto! Fueron tantas impreciones, pero sobre todo la muerte de Len!!! pobre Len! era tan joven, estaba lleno de vida! TT.TT, bueno, ya dejaré el dramatisismo de lado y a comentar como Dios manda.

    Debo de decir que me pareció un capitulo vastante bueno, con una narrativa exelente, además de que no encontré ninguna falta de ortografia (será porque no habia o porque no le preste mucha atención a eso?, nah, quien sabe). Supiste manejar muy bien la trama, ademas de dejarla salir de forma fluida, simplemente genial. Nah, ya basta del comentario serio, fue muy impactante todo, lleno de sangre y crueldad de parte de los personajes, aunque debo admitir que me agradó la forma en la que pagó Misawa, aunque a mi gusto lo hubiera hecho sufrir más :). Me alegra saber que dejarón en libertad a Kiyoteru y a Yuki, desde el capitulo anterior me preguntaba por ellos y me parece bien que esten a salvo.
    Una cosa, siento que Meiko ya se pasó, esta bien que hayan matado a su esposo sin razón y todo eso, pero creo que ya crusó el limite, nah, a quién engaño, si yo soy una perfecta rencorosa, ya me veo igual que ella o peor. Definitivamente una de las cosas que más me dolió (aparte de la muerte de Len) fue el radical cambio de actitud de Kaito, ojala y en un futuro no muy lejano llegue a tener al menos la mitad de la actitud que tenia, si este par de dirigentes de la revolución no hubieran cambiado tanto, me gustaria que terminaran juntos, aunque todavia se puede si... ya!, lo siento, mis fantasias KaiMeillescas me ganan.

    Creo que ya fue mucho escandalo, así que mejor me despido no sin antes felicitarte y esperar tu pronta conti.

    Sayonara!!
     
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    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    La hija del mal
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    Tragedia
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    28
     
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    6699
    ¡Ultimo capitulo!

    PD. sangoasakura pues ta no deberia tener faltas de ortografía. Cuando escribi estos ultimos capítulos, mi novia-editora ya me los revisaba antes de publicar.


    Capítulo XXV
    “Regret Message”​
    -La reina que lloraba-​
    Las fiestas por la emancipación comenzaron en el momento en que Meiko salió del palacio y declaró a todos sus soldados que la reina había sido atrapada por ellos; cesaron unas horas en la madrugada hasta el momento de la ejecución y, desde entonces, los festejos no habían cesado ni por un instante; aquello era un enorme festival rodeado de edificios en llamas, escombros y cadáveres esperando ser enterrados, convivían con bromas de los pueblerinos, bailes alegres y muchas botellas de licor. No importaba el lugar, ya fuese una casa o la calle, un mercado o una cantina, todos los edificios del País Amarillo eran un punto de reunión y regocijo por el fin de la tiranía; sin embargo, la mayoría de las personas preferían festejarlo en el bar de Meiko, la líder y mente maestra detrás de la revolución.
    El ahora famoso bar Sakine, admirado por ser el lugar donde se concibió la revolución del País Amarillo, estaba lleno de personas y aún más que desde afuera se reunían para unirse a la fiesta, aunque principalmente se reunieron ahí los hombres y mujeres que lucharon hacia unas horas. El lugar se había modificado para simular ser un salón, colocando una larga mesa al fondo para que frente a esta se sentaran los líderes de la rebelión, dando cara al pueblo que recién habían liberado. Al centro se encontraba Meiko, junto a otra silla que de momento se encontraba vacía; a su lado izquierdo se colocaron Hiroki y el señor Benimaru, mientras que a la derecha se sentaron Miki y Teto, dejando al final de la mesa otro asiento vacío. Cada uno tenía al frente suyo un gran tarro de cerveza, una copa de vino y un plato servido con un grueso corte de carne, igual que los demás presentes, salvo que ellos no tenían vino. Incuso resultaba sorprendente como los que seguían el festejo desde afuera habían alcanzado comida y bebida suficiente para compartir con los que se acercaban curiosos por el barullo.
    -Amigos míos, vecinos, mis soldados.- comenzó a hablar Meiko antes de cenar, en cuanto sus primeras palabras fueron pronunciadas, un silencio total se apoderó del bar. –Gracias, gracias a todos ustedes aquí presentes, a los valientes hombres y mujeres que están con sus familias ahora, a nuestros valerosos heridos que se recuperan, y a los honorables guerreros que murieron por nuestra libertad. A todos agradezco su entrega y sacrificio, y del mismo modo en que tomaron las armas, espero contar con ustedes para forjar el futuro de nuestro país y reconstruirlo.
    A terminar con sus palabras, la gente rompió el silencio con fueres y sonoros aplausos, acompañados por gritos de victoria que exaltaban el nombre de Meiko.
    -Tienes la facilidad de la palabra Meiko.- expresó Teto un tanto maravillada. –Ya quisiera poder hablar así en público, soy mala para ello.
    -Oh, es tan sencillo Teto.- respondió Meiko. –Debes usar palabras bonitas y formar un discurso que les sorprenda; recitarlo es lo más fácil, solo debes usar una voz potente. Si pudiste dar órdenes en el campo de batalla, podrás hacerlo aquí.
    -Es tan diferente.- replicó Teto. –En batalla domina el impulso y el instinto, además de solo gritar dos o tres palabras.
    -Pues espero que pierdas ese miedo.- le dijo Meiko. –Pronto será necesario…
    -¡Abran paso al príncipe Shion Kaito! ¡Nuestro héroe!- interrumpieron varios gritos desde afuera del bar.

    Entre el gentío presente avanzaba el príncipe de azul, Kaito. Todos le abrían el paso apenas él se acercaba. Venia solo y con un paso veloz, mostrado en su rostro una expresión de enojo que se dirigía directamente a Meiko, cosa que ella miraba con total calma. Únicamente los compañeros de mesa de la mujer de armadura carmesí se dieron cuenta de la mirada furiosa del príncipe, sin lograr comprender el por qué.
    -¡Meiko!- gritó el, llamando la atención de todos.
    -Príncipe, lo estábamos esperando pero se demoró mucho.- respondió ella manteniendo la calma. –Espero que no le moleste.
    -Tengo que hablar contigo a solas.
    -¡Por supuesto! Pero antes me gustaría que dieras un emotivo…
    -¡Ahora!- interrumpió Kaito con voz potente. –A solas ahora mismo.
    -Está bien príncipe, no debe enojarse.- le dijo con una voz inocente que llegó a ser dulce, algo muy raro en ella. –Vamos a la bodega, ahí podemos hablar.- agregó levantándose de la mesa, con el tarro de cerveza en las manos.
    Ambos se dirigieron a la bodega de inmediato, abriéndose paso entre los perplejos civiles que no entendían las actitudes de sus dos principales líderes. Todos volteaban a verse en busca de una respuesta que obviamente no tendrían. Durante el trayecto hacia la bodega, el bar se quedó en total silencio, los ojos de todos se centraron en Kaito hasta que desapareció detrás de la puerta de la bodega, siendo seguido por Meiko que se dio la vuelta y levantando su tarro se dirigió a los pueblerinos.
    -¡Que siga la fiesta!- ordenó tomando un trago. –Que esto es privado.
    -Ya oyeron, toquen música alegre.- añadió Hiroki, mientras señalaba a los músicos que de inmediato comenzaron a tocar.
    -¡Así me gusta! ¡Un gran ambiente!- gritó Meiko mientras cerraba la puerta. –Es una gran fiesta príncipe, debería ser más festivo.
    -¿Por qué nos engañaste Meiko?- preguntó él con molestia.
    -¿De qué habla? Yo no he engañado a nadie.- respondió ella dando un sorbo a su cerveza.
    -Claro que lo hizo, no finja demencia conmigo. Ya he visto el gran engaño que armó frente a este pueblo y a mí.
    -No tengo idea de que está hablando príncipe.- insistía ella despreocupada. –Creo que el campo de batalla le ha afectado, es mucha presión y pocos logran soportarla.
    -Deja de jugar conmigo Meiko, ya vi que no ejecutamos a la reina.- sentenció Shion con voz seria. –Ni siquiera era mujer, era un hombre.
    -Oh, hablas de eso. Sí, tiene toda razón su alteza; yo sabía la verdadera identidad de ese chico. Era el sirviente de la verdadera reina o algo así.
    -Y aun así le mandaste ejecutar. ¡Yo ejecuté a un inocente por tu culpa!
    -Efectos colaterales de la guerra mí príncipe. Ya sabe cómo es esto, en toda guerra es imposible no matar a unos cuantos civiles que son ajenos a todo.- siguió diciendo tranquila.
    -¡Pero esto no es un efecto colateral!- rugió furioso. –Tú sabías que él no era la reina, hablaste con él antes de la ejecución y nos ocultaste su identidad verdadera.
    -¿Acaso no puede verlo, príncipe?- siguió hablando Meiko con gran calma. –Esa gente de allá afuera piensa que lograron derrocar a la niña que por años les robó su dinero, familia y esperanzas. ¿Sabe que hubiese pasado si les decíamos a quién capturamos de verdad?- hizo una pausa. –Perderíamos su confianza, nos veríamos débiles e inútiles y, aumentaríamos su ira, perderían el control, esto se volvería un caos mucho peor del actual.
    -¿Y por eso martirizaste a un inocente?
    -¡Yo no martirice a nadie! ¡Esto no es un guerra santa, es un revolución!- gritó Meiko. –Evité un desastre peor matando a alguien que voluntariamente quiso dar su vida.
    -Una vida no es igual a otra. Él no era culpable de los pecados de la reina Rin.
    -Igual tenía la maldad en su sangre, hermanos gemelos, la misma sangre malvada que su padre Gakupo.- agregó con indiferencia. –Era cuestión de tiempo para que él se volviera malvado.
    -¿Gemelos? ¿Cuántas mentiras estas dispuesta a inventar para proteger tu atroz acto?- preguntó indignado el príncipe.
    -No es ninguna mentira Kaito; tómalo como quieras, pero él mismo lo confesó.
    -Ya estoy harto de este lugar…- respondió él comenzando a caminar directo a la puerta.
    -¿Y si te dijera que… él asesinó a tu amada Miku? ¿Cambiarias de opinión?
    -Mientes…- dijo Kaito. –Él no pudo ser…
    -Claro que fue él. Me lo confesó y otros sirvientes lo corroboraron. El por ti llamado “inocente” es un asesino.
    -Manipulado por la malvada reina… ¡Ella era el problema de este reino!- replicó él, sumamente molesto.
    -Kaito, Kaito, Kaito. ¿Aún no te das cuenta?- preguntó con voz burlona. –Le quitamos al ser más querido que tenía en el mundo, tal y como hizo con nosotros. Ojo por ojo, diente por diente, y vida por vida.
    Ante esas palabras, el joven príncipe se detuvo frente a la puerta y volteó su rostro hacia Meiko; su expresión era distinta, aún seguía enojado, pero en sus ojos se reflejaba también una profunda tristeza.
    -Tal vez la maldad no estaba en la reina, sino en toda esta tierra.- dijo al fin mientras abría la puerta. –Me voy de aquí ahora mismo, ya no tengo nada que hacer aquí. Sólo espero que traten bien a los hombres que mandaré en unos días.
    -¿Insiste en usarnos como prueba para las ideas de sus amigos filósofos? No soy responsable de los catastróficos resultados.
    -Yo pensaría eso dos veces, Meiko.- agregó en tono amenazante. –Si llego a saber que algo les pasó, tendrá una guerra contra mí.- concluyó el príncipe, saliendo de la habitación.
    La hija de la venganza permaneció en la bodega por varios minutos más, mirando fijamente la puerta por donde había salido Kaito. Sus últimas palabras aun resonaban en sus oídos, formando terribles ecos que amenazaban con matarla si ella cometía algún ataque contra los amigos del príncipe de azul. De un solo trago bebió la cerveza que le quedaba en el tarro, tratando de pasar aquel episodio que acababa de vivir. Después de un rato, salió al fin de la bodega para reincorporarse a los festejos del pueblo; sin embargo, por el resto de la noche ya no dijo ningún discurso.
    Los días venideros en el territorio Amarillo, bautizado así por el señor Benimaru, fueron duros para los hijos de la venganza. Pronto descubrieron que no bastaba con su plan de revolución para reconstruir al dañado pueblo, era necesario organizar a los pueblerinos. Los primeros retos vinieron el día siguiente de la ejecución; el poblado aun no terminaba de limpiarse, escombros, cenizas y cadáveres aún estaban esparcidos por todos lados, dando una imagen deprimente y un aroma en el aire que resultaba por demás desagradable, además, a esto se sumó un descontrol en la repartición de los alimentos, que entre caprichos de los pueblerinos y la escases de comida, provocó una lucha entre civiles que terminó con la muerte de algunos de ellos. Pocos días después se presentó otro fatal incidente, durante la repartición de los bienes robados del palacio, cuando un grupo de bandidos fue descubierto mientras robaban las piezas de oro; al saberlo, los civiles se arrojaron contra ellos y al cabo de un rato, comenzaron a pelear entre ellos mismos por el oro. El caos y desorden perduró en el territorio Amarillo por más de una semana, hasta la llegada de un grupo de diez hombres que de inmediato se identificaron como amigos del príncipe Kaito. Muy a su pesar, Meiko los aceptó en el territorio Amarillo recordando las advertencias del molesto príncipe.
    La reconstrucción del País Amarillo, ahora llamado República Amarilla por el nuevo modelo implementado por los filósofos y estadistas, tardó más de un año de duro trabajo en el cual fue necesaria toda la ayuda posible. Desde un gobierno provisional a cargo de Meiko, asesorada por los visitantes del extranjero; la implementación de un nuevo cuerpo de guardianes de seguridad liderados por el señor Benimaru; una administración de los recursos a cargo de Miki y Teto, entre otras necesidades como jueces, construcción de nuevas viviendas y la impartición de educación tanto a menores como adultos, que ya eran responsabilidad de los llamados filósofos.
    Sin embargo, a pesar de ser enviados del príncipe Kaito y tener la necesidad de escribirle una carta donde informaran de sus avances y la situación del País Amarillo, nadie volvió a saber nada del joven heredero al trono del Reino Azul. Las cartas eran dirigidas a su hermana Kaiko, quien respondía varías, pero del príncipe de azul nunca se volvió a escuchar.

    Mientras que los festejos y desordenes imperaban en el territorio Amarillo, la situación era completamente diferente en el País Verde. Los restos del pueblo que Misawa y sus hombres dejaron después de su ataque habían sido completamente derribados, el campo estaba limpio y con la madera de los barcos del ejército amarillo se había construido un nuevo muelle. Resultaba increíble ver como el rey de aquel reino de inmediato mandó a reconstruir el pequeño pueblo, pues claro, no podía perder un punto tan importante como ese. Claro estaba, el proceso se demoraría varios meses, y en aquel momento solo había dos edificios en pie, una pequeña casa de madera y piedra que servía de bodega, y la imponente mansión Grygera, misma que estaba intacta y sin daño alguno.
    Aún era de día, el sol permanecía en su punto más alto y obligaba a los trabajadores del rey a buscar refugio de los molestos rayos que desde el cielo caían sobre ellos. La mayoría aprovecharon la situación para tomar un descanso en la improvisada bodega mientras las sirvientas de Axel les atendían con esmero, ofreciéndoles agua y comida; por otro lado, el señor Grygera se paseaba tranquilamente por el terreno en compañía del capataz y un militar de alto rango, señalando y describiendo como se llevaría a cabo la reconstrucción del pueblo.
    Sin que nadie lo notara, un diminuto barco se acercaba al territorio del Reino Verde. De dimensiones tan pequeñas que era imposible que se tratase de un buque guerrero o mercante, sumamente descuidado y sin bandera alguna en su mástil. Poco a poco, se fue acercando al nuevo muelle del País Verde, avanzando con suma tranquilidad gracias a la calma en el océano. Al llegar al puerto recién construido, una pequeña ancla fue arrojada desde cubierta y un delgado tablón fue colocado como puente entre el navío y la madera del astillero, permitiendo bajar a dos mujeres y un hombre. Las dos féminas vestían sencillos vestidos de color blanco, mientras que la vestimenta del sujeto indicaba que él era un pirata, con las ropas totalmente sucias, botas descuidadas, pantalones remendados y una camisa holgada.
    -Llegamos señoritas, el Reino Verde.- dijo él con tono divertido.
    -Muchas gracias señor Ritsu.- dijo una de las mujeres, de largo cabello color rosa. –Quisiera poder pagarle con algo.
    -No tienen que darme nada más, les dije que las traería hasta aquí y lo he cumplido.- dijo el hombre sonriendo entre su abundante barba. –Además, ya bastante han hecho con regalarle a mi hijo esos vestidos tan finos. ¿De dónde los sacaron?
    -Ya sabe, la rebelión del Reino Amarillo nos permitió tomar muchas cosas.- mintió a pelirosada. –La verdad es que esos vestidos no los necesitaríamos.
    -Pues muchas gracias señoritas.- agregó el pirata. Miró el lugar unos segundos y de nuevo se dirigió a ellas. –Puedo preguntar, ¿qué vienen a hacer ustedes dos en este lugar?
    -Solo estaremos de paso, debemos viajar aún más lejos, y este reino queda en nuestro camino.
    -Como quieran señoritas.- concluyó el hombre subiendo de nuevo a su barco. -¡Eh, Ritsu! ¡Leva anclas, nos vamos!
    -¡Sí padre!- respondió una voz joven, casi femenina. En la cubierta, recogiendo la pesada ancla, apareció un chico de unos dieciocho años de edad, con un largo cabello rojo y un bello vestido de un morado muy oscuro. Al acomodar el ancla en su lugar, levantó su mano y se despidió de las dos mujeres que le habían acompañado en el viaje con su padre. –¡Au revoir,mes amis!- se despidió sonando como una verdadera mujer, impresionando a las dos mujeres que se quedaron en el puerto.
    -Que piratas tan extraños…- dijo la más joven, de cabello rubio. –Disfrazarse de mujer para asaltar a los viajeros.
    -Tú te disfrazaste de hombre para vivir Rin, así que… no eres la más indicada para criticarle.
    -¡Yo no lo criticaba Luka!- respondió en un berrinche la rubia, guardando la compostura rápidamente. -¿Por qué debías traerme hasta aquí? ¿No es suficiente con ver mi hogar destruido y a mi hermano…?
    -No es eso Rin.- respondió la pelirosada interrumpiéndole, acto seguido la abrazó y juntas comenzaron a caminar. –Era necesario alejarnos del País Amarillo lo más que podamos, y este lugar nos queda de paso.- dijo Luka tratando de calmar a Rin, pero al notar que ella estaba distraída le llamó la atención. –¿Me escuchas?
    -Sí, escuche todo… es solo que… si todo fue destruido… ¿por qué sigue esa mansión ahí?- señaló curiosa la residencia de Grygera. –No se le ve dañada.
    -Tal vez Misawa la utilizó de cuartel. Ya sabes cómo era él de humilde- comentó la Megurine sin darle importancia, contrario a Rin que se liberó de su abrazo y corrió hacia la casona como si alguien le estuviese llamando.
    La pelirosada siguió a la joven Rin que avanzaba con un paso acelerado entre los pocos escombros que quedaban regados en la tierra y los materiales para las nuevas construcciones; la rubia estaba convencida de poder encontrar ayuda en la mansión, después de todo esa era, según Misawa, una propiedad de Axel Grygera, un hombre fiel al Reino Magenta que era, a su vez, amigo del Reino Amarillo. No importaba lo largo del camino o tener que rogarle de ser necesario, a la antes monarca amarilla le urgía encontrar un lugar para descansar, alimentarse y sentir lo que podría ser un último momento de la vida a la que estaba tan acostumbrada. Pero pronto, su carrera se vio interrumpida por una potente voz que le espantó.
    -¡Alto ahí!- ordenó un hombre. -¿Quiénes son ustedes y que hacen aquí?
    -Oh, disculpe…- dijo Rin aun asustada. –Esto es… bueno…
    -Ustedes no son de este reino, ¿de dónde vienen forasteras?- preguntó el capataz acercándose.
    -Venimos del Reino Amarillo señores, soy Megurine Luka y ella es mi hermana Rin.- intervino la sirvienta de rosa rápidamente. –Huimos de los horrores de la guerra en nuestro país.
    -Reino Amarillo. Mejor váyanse por donde vinieron, aquí no queremos a nadie de ese maldito lugar.- respondió el militar. –Ya suficiente han hecho aquí. ¡Fuera!
    -Pero señor, si me dejara explicarle.- intentó hablar Luka, pero fue interrumpida por el hombre uniformado que sin oírle trataba de ahuyentarla.
    -¿A que debemos semejante falta de hospitalidad, teniente?- intervino una voz conocida para las dos extranjeras. Ambas vieron con alegría como el señor Grygera se acercaba a ellas, con sus típicos sombrero y bastón acompañándole. –Siempre me pareció que el pueblo más generoso era el Reino Verde.
    -¿Cómo ser amables con gente del reino que vino a destruirnos?- cuestionó con enojo el teniente. –Váyanse ahora mismo.
    -Espere teniente, yo conozco a esas dos mujeres.- agregó Axel. –Son sirvientas del palacio, las he visto varias veces.
    -Señor Grygera, gracias a Dios nos reconoce.- dijo Luka más tranquila, sosteniendo a Rin que se dejaba dominar por el miedo.
    -Gracias a una buena memoria Luka.
    -Espere un momento Grygera.- intervino el teniente. –Acaba de decir que estas mujeres trabajaban en el palacio. No puedo permitir su presencia en…
    -Basta hombre, no sea incoherente. Estas dos son sirvientas, no espías ni militares; yo las conozco teniente y puedo responder por ellas.
    -Grygera, mi labor aquí es proporcionar seguridad.
    -¡Y la tendrá! Deje de preocuparse, de mi casa no saldrán.- dijo Axel sin darle tiempo al militar para responder. –Por favor señoritas, síganme por aquí, les llevare a mi morada para que puedan descansar y lavarse un poco.- dijo mientras entregaba varios papeles al capataz. –Tal vez comer… ¿qué les apetece?
    -¿Tiene carne de ternera?- preguntó Rin con los ojos iluminados y abiertos totalmente, por un segundo olvidó que ya no era una reina. –Suave, recién cortada, cocida lentamente al fuego y acompañada con…
    -¡Rin!- interrumpió Luka cubriéndole la boca con su mano. –No abuses de la hospitalidad del señor.
    -¡No es molestia alguna!- dijo el señor Grygera divertido. –Tengo lo que ustedes pidan de comer, siéntanse libres.- continuó hablando mientras se llevaba a las dos chicas con él rumbo a la mansión, dejando sorprendidos al teniente y al capataz por la gran generosidad de Axel y el repentino cambio en la joven rubia.

    Las ahora seis sirvientas de señor Grygera estaban de regreso en la mansión después de haber atendido a los trabajadores del Reino Verde; encontrándose con la sorpresa de que su patrón tenia visitas inesperadas en la sala. Tras dar la bienvenida a las dos invitadas, Haku y Sara fueron mandadas a la cocina a prepararles algo de comer, mientras que el resto de las criadas volvieron a sus labores acostumbradas. Durante la espera, el señor Grygera escuchó atento las palabras de Luka y Rin, que le narraban con todo el detalle posible los hechos ocurridos en el País Amarillo durante su reciente caída, ocultando en todo momento la verdadera identidad de Rin. Cuando la comida estuvo lista al fin, el señor de la casa invitó a las dos forasteras a pasar al comedor para que pudiesen seguir charlando mientras ellas calmaban su hambre después de varios días de comer mal. En cuanto se sentaron a la mesa y las criadas aparecieron con los platillos preparados para ellas, tanto Luka como Rin quedaron asombradas ante la variedad de comida que les fue ofrecida. No solo estaba la ternera que Rin deseaba tanto, en las charolas también podían verse varios cortes de carne, lomo, chuletas, costillas y demás figuraban en el menú; acompañados de varias piezas de pollo, un atún completo cocido al vapor rodeado de diversas verduras; un gran tazón lleno de ensalada hecha con verduras y frutas por igual, dos ollas repletas de sopa y para acompañar, se les dio a escoger entre diez diferentes vinos.
    Durante la comida el señor Grygera no quiso interrumpir con la charla sobre la revolución del País Amarillo, quedándose sentado frente a la mesa mirando entretenido como las dos mujeres comían mientras él tomaba media copa de cada vino que les había ofrecido. Una vez que ambas terminaron, y después que su anfitrión se disculpara por no poder ofrecerles postre alguno, las hizo pasar a su estudio para continuar con su narración de la caída del Reino Amarillo. Dicha habitación impactó a las dos visitantes, al igual que toda la mansión; los muros del estudio eran inmensos libreros que llegaban hasta el techo, los cuales estaban repletos de libros y pergaminos de diversos tamaños y colores; frente a uno de estos muebles había un escritorio completamente revuelto, con papeles, plumas y varios libros sobre él, seguido de esto estaba una pequeña mesita con un juego de té encima y acompañada por dos sillas. El suelo de la habitación era de madera, pero se encontraba tan limpia y cuidada, que brillaba a la luz del sol que lograba filtrarse por las amplias ventanas, que eran de las mismas dimensiones que los libreros. Con toda calma, el señor Grygera ofreció asiento a sus invitadas, ocupando ambas las sillas que rodeaban la mesa y dejando al anfitrión de pie frente a ellas, caminando en círculos mientras escuchaba las palabras de las dos supuestas sirvientas.
    Entre las dos, narraron con lujo de detalle lo que fue su odisea para poder llegar hasta el Reino Verde; desde su difícil escape de su reino natal, pues todos los puertos estaban bajo el control de los revolucionarios que no dejaban a ningún barco irse ni tocar puerto en sus terrenos, viéndose obligadas a escapar en un pequeño bote de remos y vagar por el océano hasta que un barco de mercaderes las rescató para llevarles hasta el Reino Azul. Una vez ahí, vagaron por la ciudad algunos días, buscando alojamiento en posadas que cobraran poco dinero a la vez que buscaban desesperadas algún barco que les llevara lejos, hasta encontrarse con los piratas Ritsu, que se ofrecieron a llevarlas hasta el Reino Verde.
    -Que difícil jornada para dos bellas doncellas como ustedes.- dijo Grygera cuando el relato había terminado. –Un cambio muy grande en sus vidas.
    -Oh, sin duda lo es señor.- respondió Luka.
    -Y debe serlo aún más para usted.- habló dirigiéndose a Rin. -¿O no, reina Kamui Rin?
    -¡¿Qué dijo?!- se sobresaltó la joven rubia, abriendo los ojos como si fuesen platos. –Pero usted… ¿Cómo sabe quién soy?- dijo aun sorprendida.
    -My lady, es difícil engañarme a mí. Usted es la viva imagen de su difunta madre, la reina Lily. Solo que con cabello corto.- respondió con una sonrisa serena. –Yo la conozco señorita, solo una persona en el mundo podría lucir así.
    -Yo… pensamos que…- tartamudeó la rubia.
    -Pues no es así. No crean que me engañaron en ningún momento; desde que las vi en el terreno las reconocí a ambas.- dijo con tranquilidad. –Pero no iba a delatarlas, y nunca lo haré.
    -¿De qué haba señor Grygera?- preguntó Luka.
    -Ustedes necesitan un refugio, donde vivir y comida, necesidades básicas. Yo, necesito una sirvienta más, y tal vez una cocinera.- dijo mirando el horizonte, llevado su mano directo al mentón. –O una jardinera, Hiroshi necesita ayuda.- dijo en voz baja, como si fuera para el mismo. –Mi punto es, ofrecerles mi mansión como hogar a cambio de sus servicios. Ustedes trabajan para mí y yo, en pago, les mantendré hasta que quieran irse.
    -Eso suena muy bien señor. Aceptaremos el trato.- dijo Luka entusiasmada, pero Rin le interrumpió levantándose.
    -No señor. Yo no puedo aceptar su generosidad conmigo.- comentó Rin mirándolo a los ojos. –Debo ser responsable de ahora en adelante.
    -¿A qué se refiere, señorita?
    -Axel, yo fui la culpable del ataque a este reino. Yo lo mandé, mis soldados atacaron por orden mía.
    -Lo sé. Y agradezco que no tocaran mi propiedad.
    -Pero señor, yo… ¡Ese ataque fue con el fin de asesinar a su sirvienta!- gritó con lágrimas en los ojos. –Yo la mande asesinar, no fue producto de la guerra. ¡Por ella la inicie! Yo mandé a Len a matarla…- confesó sollozando.
    -Rin…- dijo Luka, la única palabra que salió de su boca. De inmediato, volteó la vista a la puerta del estudio, pues le había parecido escuchar un ruido extraño desde fuera.
    Grygera se quedó callado un momento, contemplando a Rin que lloraba amargamente, pero seguía de pie, frente a él, como si esperara una venganza por parte del millonario hombre. Pero no ocurrió. En cambio, lo que él hizo fue acercarse lentamente a la joven rubia y abrazarla con fuerza; esto en un principio la hizo saltar de la impresión, pero poco a poco cedió al abrazo de Grygera.
    -Estoy orgulloso Rin, muy orgulloso. Y te perdono.- dijo con voz tranquila.
    -¿Qué? No lo entiendo señor…
    -Señorita, el hacerse responsable de sus actos y negar mi ayuda por no creer merecerla indican su profundo arrepentimiento en usted. Y de eso se trata, ¿de qué le serviría una tragedia si no genera un cambio en usted?- dijo con una sonrisa. –Aun así mi oferta sigue en pie y le aconsejo que la acepte, usted necesita trabajo y me debe una sirvienta.
    -Claro que acepto señor, trabajare para usted.- respondió Rin con firmeza, aun con lágrimas rodando por sus mejillas.
    -Bienvenida Megurine Rin.- agregó Axel estrechando su mano con la joven Kamui. –¿Y usted Luka?
    -Gracias por su amabilidad señor Grygera.- dijo haciendo una reverencia. –Mis servicios están a su disposición.
    -Bienvenidas señoritas. Espero que se sientan cómodas con nosotros.- concluyó dando unos golpes con su bastón en el suelo. –Hiroshi.
    A los pocos segundos, el mayordomo de Grygera apareció en el estudio, invitando a Luka y Rin a seguirle. Tras hacer una reverencia más a Axel y agradecerle de nuevo, ambas salieron del estudio y siguieron a Hiroshi por los pasillos de la mansión. Ambas miraban con atención los grandes pasillos de la mansión, similares a los de un palacio, llenos de adornos costosos, láminas de oro y pinturas diversas con marcos dorados; tan asombradas estaban que en más de una ocasión obligaron al mayordomo a esperarlas.
    Finalmente, pudieron llegar a su habitación después de cruzar un largo pasillo lleno de puertas que, según Hiroshi, eran los cuartos de las otras sirvientas que trabajaban ahí. Abrió la puerta y dejó ver una amplia habitación de fino suelo de madera, con las paredes pintadas de un color melón y decoradas con delgadas láminas de oro. La ventana estaba colocada en la pared que daba frente a la puerta, y sobre la misma estaba la ventana que dejaba entrar el sol; a los extremos de ese muro, estaban dos camas idénticas, de almohadas rojas y sabanas amarillas, que compartían un largo buró con una lámpara sobre si, a su izquierda estaba un peinador de un solo espejo y al otro lado un gran ropero.
    -Espero estén cómodas.- dijo Hiroshi dejándolas entrar.
    -Gracias. Todo luce bien.- respondió Luka, pero un ruido semejante a un fuerte crujido la interrumpió.
    -¿Qué fue eso?- preguntó de inmediato Rin.
    -Tranquilas, a veces se escuchan ruidos así. Pero no se alteren por ellos, con el tiempo se acostumbran.- comentó el mayordomo con una sonrisa. –Las veré en la cena.- se despidió y cerró la puerta. Al darse la vuelta para regresar por donde había llegado se topó frente a él con Haku, que no paraba de mirar la habitación. –Buenas tardes Haku.- le saludó. –Tenemos a dos compañeras nuevas.- comentó con una sonrisa y se fue caminando por el pasillo.
    -Lo sé…- dijo para ella misma antes de encerrarse en su propia habitación.

    Ya pasaba de la media noche, la mansión Grygera permanecía en un total silencio que se extendía desde el enorme jardín hasta las habitaciones de las sirvientas, donde todas permanecían profundamente dormidas. La oscuridad se expandía por los pasillos de la enorme residencia, siendo combatida solo en algunos muros con pequeñas velas que se derretían lentamente sobre su candelabro. Las actividades en la residencia Grygera habían cesado al fin, después de un día entero atendiendo a los trabajadores enviados por el rey y a las dos nuevas sirvientas del señor Axel. Sin embargo, había un cuarto en el que alguien permanecía despierto. Con sumo cuidado, Rin caminaba en círculos frente a su cama, moviendo impaciente sus dedos y con una expresión de angustia. Pasados unos minutos, la rubia se detuvo y lanzó un largo suspiro. Miró a su ahora hermana que dormía tranquila y ajena a todo, descansando por fin después de tantas tribulaciones que pasaron juntas para escapar del Reino Amarillo y llegar al Reino Verde.
    Pero ella un tenía algo que hacer. Sin hacer ruido alguno, se acercó al ropero, lo abrió y sacó una manta larga de color negro. Se cubrió con este como si se tratase de una capucha y abandonó la habitación en total silencio. Tras vagar por un rato por la enorme mansión, la joven Kamui por fin pudo llegar a la cocina, después de entrar a un baño, una bodega de instrumentos de limpieza y una extraña sala con siete cuadros colgados. Una vez en la cocina, se fue directo a las alacenas para buscar un frasco de cristal, o una botella, no importaba el recipiente siempre y cuando se encontrase vacío. Tras rebuscar con sus manos por varios cajones y alacenas, pudo tomar un pequeño frasco vacío que guardó entre sus ropas.
    En poco tiempo, Rin se las pudo ingeniar para salir de la mansión y terreno Grygera, que para su buena suerte no estaban cerradas ni la puerta de la casona ni las rejas que marcaban los límites de los dominios pertenecientes al excéntrico hombre del País Magenta. Rodeada de penumbra, sin más luz que la proporcionada por la luna y las estrellas en el cielo, la antes monarca de cabellos dorados caminaba por las tierras baldías del Reino Verde; era la segunda vez que sus ojos eran testigos de los resultados de una guerra, solo que ahora miraba la reconstrucción de un pueblo, misma que tal vez nunca pudo llegar si sus hombres hubiesen tomado el palacio del rey. Temerosa pero aun así con paso decidido, ella avanzaba sin dudarlo ni un segundo; en el fondo agradecía la situación actual del lugar, al estar todo despoblado podía pasear de noche sin miedo a toparse con algún bandido o cualquier otra persona peligrosa.
    Finalmente, Kamui Rin llegó a su destino. Las playas del Reino Verde eran el segundo lugar en todo el pueblo que sus hombres no habían podido destruir; el único rastro que quedaba del paso del ejército amarillo eran las ya borrosas huellas en la arena que tanto el mar como el viento se encargaban de desaparecer. La antes reina se acercó a la orilla, hasta un punto en el cual la marea lograba tocar sus pies; apenas el agua le llegaba a la punta de sus dedos, se quitó los zapatos para dejarlos a un lado y se quedó parada unos minutos en donde la marea lograba cubrir hasta sus tobillos. Permaneció así por un largo rato, casi una hora de pie admirando la majestuosidad del océano a la luz de la luna, las olas que se formaban en el horizonte y golpeaban con fuerza la superficie marina para crear un oleaje menor que se extendía desde el centro del mar hasta la orilla de la playa donde los pies de Rin se mojaban con el agua salada.
    -Te extraño Len…- alcanzó a decir en un susurro. A la vez, un par de lágrimas brotaron de sus ojos, recorriendo sus mejillas y cayeron de su rostro para unirse a las aguas del océano.
    Tras dejar escapar un suspiro lleno de pena y amargura, la joven rubia sacó de sus ropas el frasco de cristal junto con un pequeño trozo de papel, una pluma y un diminuto tintero con una letra “G” grabada. Metió la punta del instrumento en la tinta, para luego guardar el frasco y, apoyándose en la base de la ampolla, escribía un breve mensaje compuesto por una oración. Tomó el papel y lo introdujo en el recipiente, cerrándolo tan fuerte como pudo.
    -Dios… por favor…- dijo con un hilo de voz.
    Tras esperar unos segundos, cuando la marea iba a la baja, Rin arrojó el frasco con todas sus fuerzas hacía el mar. Por unos segundos, el recipiente se hundió, pero pudo salir a flote a medida que se adentraba al oscuro océano, mientras que los ojos de la joven Kamui, aunque llorosos, permanecían clavados en el mensaje que recién había mandado. Pero en su nostalgia, no podía percatarse de un peligro cercano. A sus espaldas, con un filoso cuchillo, se acercaba una figura humana que luchaba con la arena, el viento y su propio cuerpo para no hacer ningún ruido; aquella silueta era Yowane Haku, la amiga de Hatsune Miku. Ella había escuchado la conversación que Axel Grygera mantuvo en su estudio con Rin y Luka, enterándose de la verdadera asesina de su única amiga en el mundo; y a pesar de saber que el señor Grygera le perdonó por su atroz acto, el ser de la hija de blanco estaba cegado por la ira, el dolor y el deseo de venganza. Cada paso le acercaba al objeto de su odio y rencor, estaba indefensa y desprevenida, dándole la espalda al peligro que le asechaba. Con coraje, Haku empuñó el afilado cuchillo, dirigiéndolo a la nuca de la distraída Rin que sollozaba al mirar el mar; sin embargo, cuando estaba dispuesta a dejarlo caer sobre el cuello de la joven rubia, esta se dio la vuelta o al menos eso le pareció a Haku, pues el rostro que vio era el de un joven idéntico a Rin que solo le dijo “No” antes de desaparecer en el aire. La chica de cabello blanco había quedado paralizada en el acto, sin comprender si era a causa del susto o si aquella aparición tenía la culpa, el caso era que no podía moverse y se veía obligada a escuchar las palabras de la joven Kamui.
    -Dios…- comenzó a decir Rin con una voz melancólica. –Por favor… escúchame. Sé que nunca te he llamado, que nunca creí necesitarte. Pero ahora te necesito tanto.- dijo apunto que romper en llanto, pero tras una pausa prosiguió. –Luka y Len siempre me han dicho que tú te acercas a los que se arrepienten de corazón y… y yo en verdad lo estoy. ¡He sido malvada!- gritó. -¡He sido soberbia, egoísta y ambiciosa! Y por eso lo perdí todo… Por no escuchar las voces de Hiyama, Luka y Len, que buscaban el bien de todas las personas que de mis decisiones dependían para vivir; pero en cambio, decidí escuchar a un hombre malvado que sólo buscaba su propio beneficio el cual disfrazaba de consejos y adulaciones. Fui una tonta. ¡Tonta!- gritó. –Yo misma provoqué la ira de mi pueblo, destruyeron mi casa, mis tierras y a la persona que más quería en este mundo, mi hermano Len. Se sacrificó por mí, ofreció su vida para que yo siguiera viviendo ¡aunque no lo merezco! ¡Yo debería estar muerta, no él! ¡Mi cabeza debió ser cortada, no la suya!- seguía hablando, a pesar del nudo que se formaba en su garganta y las lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos. –¡Lo extraño! Quiero estar junto a él de nuevo. ¡Quiero a mi Len de vuelta!- gritó con todas su fuerzas, cayendo de rodillas al suelo completamente deshecha por dentro. Ya no podía contener su llanto, mismo que al fin dejó salir. -¡Perdón! ¡Perdón Dios por pecar contra ti! ¡Perdón Hiyama por no escucharlo! ¡Perdón Luka por ignorarte! ¡Perdón por defraudarte mamá! Perdón mi reino por destruirte… Perdón Kaito por asesinar a tu prometida. Perdóname Len… ¡Perdóname por todo Len!- rugía entre sus sollozos, mientras que sus lágrimas caían directo a las saladas aguas del mar, mismo que se agitaba a medida que ella pedía perdón. –Si algún día nos vemos de nuevo, si podemos volver a nacer… quiero ser de nuevo tu hermana Len, por favor…
    Haku dejó caer el cuchillo a la arena tras escuchar los lamentos de Rin, totalmente sorprendida y conmovida por las palabras de la joven rubia. Estaba arrepentida de sus malas acciones, y ello había tocado el corazón de la hija de blanco haciéndola olvidar sus planes de venganza. Sin decir nada, dobló sus rodillas para estar a la misma altura de Rin y le abrazó por la espalda, provocándole un leve sobre salto.
    -¿Haku?- logró decir entre sollozos.
    -Te perdono, Kamui Rin.- respondió Yowane, a punto de llorar. –Miku no querría que tomara venganza.
    -Entonces… tú la conocías.
    -Era mi única amiga…- contestó Haku, rompiendo en llanto.
    -Perdóname…
    -Te perdono Rin, te perdono.
    Ambas permanecieron abrazadas a la luz de la luna, mientras el bravo mar seguía meciéndose frente a ellas, llevándose consigo aquel frasco donde el deseo de Rin estaba escrito, el cuchillo que Haku planeaba usar para vengar la muerte de su única amiga y las lágrimas llenas de arrepentimiento de ambas, una por todas sus malas acciones, la otra por pensar en arrancar una vida del mundo. Sin darse cuenta, a unos pocos metros, ambas eran vigiladas por Luka, que después de verlas reconciliadas, dibujó una pequeña sonrisa en sus labios y se dio la vuelta para regresar a la mansión Grygera.
     
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    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Mientes! son puras mentiras!!! este no puede ser el capitulo final! tiene que haber una secuela, alguna historia relacionada, pero no puede ser el fin!! Qué serán mis semanas sin tu fic, no puedes terminar esto después de tantos meses juntos!!! TT.TT

    Ok, definitivamente esta vez si me pasé, ya me siento en Just be friends, pero aun así será extraño, tienes que hacer una secuela, dejaste muchos cabos sueltos, en especial con Grygera, ese hombre es realmente extraño. Es más, lleguemos a un acuerdo, tu publicas capitulos, yo publico comentarios, qué te parece xD

    Ya para que esto no paresca tanto spam, debo de decir que fue un muy buen capitulo (como siempre), buena narrativa y ninguna falta de ortografia (tu novia hace un buen trabajo), creo que fue un muy buen capitulo final, claro, a menos que te arrepientas de acabarlo :p.

    Muchas felicidades, espero y nos leamos muy pronto :D
     
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    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    Tragedia
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    28
     
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    Epilogo I.
    “El deseo”​
    El océano se mecía con violencia aunque el viento era poco, arrastrando consigo el frágil recipiente de vidrio que Rin había arrojado durante la madrugada. Dentro de este, se encontraba un pequeño trozo de papel donde la joven de cabellos dorados escribió un deseo que salió desde lo más profundo de su corazón.
    Aquel frasco flotaba sin un rumbo fijo, dependiendo completamente del curso que tomara aquella marea. A la distancia, podía distinguirse el cristal, pues reflejaba la luz proveniente del naciente sol que se asomaba desde oriente; comenzaba a amanecer en la región.
    De pronto, el frasco tiene un ligero desvió en su curso con destino al océano, dirigiéndose ahora hasta una pequeña roca que sobresalía en el bravo mar, atorándose con ésta misma. De inmediato, una mano lo sacó del agua; se traba del señor Axel Grygera, que estaba parado sobre aquella roca, acompañado por su bastón y su sombrero al cual parecía no afectarle el viento. Tras contemplar aquel frasco por unos segundos, lo abrió y sacó el mensaje que tenía en su interior, desenrollando el pergamino.
    -De todo corazón.- dijo al terminar de leer. –Yo sé muy bien que nadie debe decirte que hacer pero, considero que de los siete, ella es la única que aprendió la lección y no se entregó. También sé que no soy nadie para interceder por ella,- agregó mirando el cielo. –pero creo que en verdad debes conceder su petición. Por favor.
    Axel alzó su mano, sujetando el trozo de papel por una esquina, mientras que, de la nada, el viento aumentó su fuerza, arrancando con facilidad el pergamino de los dedos del señor Grygera, alejándose de él con cada ráfaga y elevándose al cielo hasta llegar a las nubes; tan repentino como el viento, sobre aquel deseo apareció un nimbo oscuro, como si fuese una pequeña tormenta, y dejó caer sobre el papel un rayo, haciéndolo desaparecer. Tan pronto como esto ocurrió, el viento cesó y la nube desapareció, dejando al hombre del bastón con una ligera sonrisa.
    -Gracias…- dijo; se acomodó el sombrero y golpeó dos veces la roca con su bastón. Detrás de él, se formó una ola de dos metros de altura, que cayó sobre la roca y, al desaparecer, el señor Grygera ya no estaba ahí.
     
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    Al Dolmayan

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    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
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    Epilogo II​
    “Re-Birthday”​
    Quiero ser la única princesa de tu mundo
    voltea a verme ya, o si no pronto me iré
    ¿Qué debo pensar ahora que me abrazas de este modo?
    Me dices que la calle es peligrosa, pero al verte actuar de ese modo.

    Pienso que tú eres aún más peligroso.

    -Muy bien Miku, me gusta como cantas. Pero procura no perder fuerza al mantener la última nota.- digo a la joven de cabello color aqua que canta detrás de mi asiento.
    -Gracias Master. ¿Inicio de nuevo la canción?- me pregunta.
    -No hace falta, tomate un descanso. Llegando a la arena todos podrán ensayar lo que quieran.- le respondí animosamente.

    Mi nombre es Shawn Master, representante de la banda japonesa de pop VOCALOID, una de las más exitosas agrupaciones juveniles del momento, con lo cual, estoy muy feliz tras varios intentos fallidos por llevar a la fama mundial a algún grupo. No es que sea un mal representante, es solo que ciertas disqueras prefirieron a cierto niño bonito canadiense, o a cierto grupo de chicos ingleses sobre las bandas que yo representaba. Pero después de muchos problemas y un viaje a Japón, lo he conseguido; manejar por primera vez un grupo de cantantes con éxito en todo el mundo.
    Pero no solo soy el representante de estos alocados jóvenes japoneses; al mismo tiempo desempeño labores como conductor del autobús donde viajamos por todo el continente; pero claro, no lo hago por ahorrarme el salario de un chofer, sino porque en verdad me gusta conducir.
    Detrás de mi asiento, como de costumbre, va sentada mi novia Thelma. Y aunque ella no trabaja formalmente con la disquera, se encarga de programar las canciones que los chicos interpretaran en sus conciertos, les ayuda con sus vestuarios y me ayuda a mí con todos los asuntos referentes a la representación de la banda, algo con lo que le estoy muy agradecido. Pero quizá su labor más importante fue la de darme a conocer a estos talentosos y algo inquietos cantantes japoneses. Aun lo recuerdo bien, fue después de recibir otro rechazo en una disquera, cuando regresé a casa ella estaba bailando en la sala unas pegajosas y entretenidas canciones en japonés. En cuanto me vio, se detuvo y se sonrojó como nunca antes había visto; fue algo muy lindo de ver. Al calmarse, le pregunté que estaba escuchando y para mi sorpresa, ella reaccionó con gran emoción y por las siguientes cuatro horas vimos videos de estos chicos que se hacían llamar VOCALOID. Después de tres semanas, tras considerarlo cuidadosamente y escuchar todas las canciones que ellos subieron a una página llamada “Nico Nico Douga”, ambos nos animamos a viajar directo a Japón con la única intención de verlos en una presentación en vivo; sobra decir la gran emoción de Thelma cuando asistimos a un pequeño concierto en una convención de Tokio, sin embargo, nos fue imposible hablar con ellos a causa del gran gentío.
    Para nuestra fortuna, la suerte cambio de pronto cuando me enteré que dos de los miembros del grupo eran hijos del profesor Kamui. No podía creer que el hombre que me dio clases en la universidad resulto ser el padre de mis fututos representados. Él mismo me entregó los demos de los chicos VOCALOID y yo mismo los mandé a las oficinas que la disquera tenía en Japón, así como a las oficinas principales en Estados Unidos. La respuesta de ambas fue inmediata, los productores se interesaron en el proyecto, aunque había cierto temor en la oficina central de Los Ángeles, ya no estaban seguros de la aceptación que tendría una banda japonesa a nivel global; afortunadamente logré persuadir a varios directivos que aprobaron el proyecto y en menos de cinco meses, VOCALOID firmó un contrato por dos años en el que se incluía un disco solista para cada miembro, uno donde cantaran todos juntos y un concierto por todo Japón.
    Sobra decir lo que ocurrió. Todos los discos se vendieron inmediatamente en Japón y Corea, hecho que llamó la atención en América y Europa, donde se lanzaron a la venta en menor cantidad, dejando una demanda muy grande en el mercado, tanto que fue necesario grabar lotes más grandes para satisfacer a los fans. En cuanto a los conciertos, a decir verdad los primeros dos no resultaron ser lo que esperábamos, el cupo fue bueno pero no lo que esperábamos. Sin embargo, las críticas en periódicos y los blogs jugaron un papel muy importante para el tercer concierto que celebramos en Osaka, y desde ese momento el éxito estuvo de nuestra parte. Y ahora, bueno, comenzamos una gira mundial muy prometedora que ha recibido una respuesta positiva en cuanto a la venta de boletos.

    A decir verdad, no sé a qué se debe el éxito de la banda. Estoy consciente que en gran parte es por mi intervención y de una ingeniosa campaña publicitaria; pero existe algo más con ellos que les hace diferentes. No sé si sea por el hecho de ellos mismos escribir las canciones y hacerles los arreglos, o sea por la facilidad que tienen para interactuar con los fanáticos, o tal vez por la pasión y empeño que ponen en sus canciones, o por el simple hecho de que todos son grandes amigos y siguen siendo los mismos chicos alocados que eran antes de tener éxito; el hecho es que están dando de qué hablar en un tiempo realmente corto y siempre están dispuestos a escuchar a sus fans, incluso estamos desarrollando vestuarios que varios de sus admiradores nos han enviado.
    Yo creo que la base de este grupo es la armonía y amistad que tienen todos los chicos entre sí, aunque no niego que existen ocasiones en las cuales es difícil calmarlos, en especial por las diferentes personalidades y manías de cada uno.
    Para empezar tenemos a Miku, la joven que cantaba detrás de mí hace unos momentos. Es alegre, soñadora, activa, es la niña linda y chica buena de VOCALOID que, según encuestas, es la favorita en Japón. Y no puedo negarlo, el éxito que hemos tenido se debe a ella en gran medida, tiene ese “no sé qué” que a todos o a la mayoría les gusta, pese a su adicción al puerro y que en el extranjero su fama sea compartida con el resto.
    Un poco más retirados, en el comedor, se encuentran Kaito y Meiko, los miembros más grandes del grupo, aunque siguen siendo inquietos como los más jóvenes. Él es tierno, dulce, distraído y un poco torpe, con un gusto enorme por los helados, una extraña maña por desnudarse y un enorme talento para cantar; sin mentir, lo he escuchado llegar a notas más agudas que Miku. Ella, en cambio, es rebelde, ruda, fuerte, pero cuando la conoces bien resulta ser una buena persona; a pesar de tener el pequeño problema de beber cerveza, no es algo habitual pero cuando lo hace termina embriagándose y golpeándonos a todos por igual.

    -¡Hermano, mira hermano!- grita una peliverde de atuendo naranja mientras se arroja a los brazos de su hermano, un chico de cabello morado. –Mira esto, los dos salimos en el periódico.- agrega entregándole el diario.
    -Déjame ver eso con calma.- le respondió su hermano.
    Ellos son los hermanos Gakupo y Gumi Kamui, que también son los hijos de mi viejo profesor y perfectos contrarios. Para empezar, él es muy ordenado, tranquilo, torpe, dicen las chicas que un poco pervertido, le encantan las berenjenas, adora a los samuráis y es muy protector con su pequeña hermana; mientras que ella es enérgica, inquieta, muy alegre y linda, pero un poco más loca que el resto y fanática de las zanahorias. Uno pensaría que ellos por ser hermanos se alejarían un tanto de grupo, pero no es así; he notado que Gakupo y Kaito son muy buenos amigos, han hecho varios duetos y se autodefinen como los chicos sexys de la banda. Mientras que Gumi, para ser sincero, se lleva bien con todos.
    Claro que no podía faltarnos el elemento serio, y esa labor es propia de Megurine Luka. Ella suele ir mas apartada del grupo, sentada frente a una ventana y leyendo algún libro; tiene su carácter fuerte pero tratándola descubres a una chica linda que adora a los gatos y el atún. En las últimas fechas es común verla sentada junto a la nueva integrante de grupo; era una amiga de Luka de hace tiempo, pero por azares del destino no pudo incorporarse a VOCALOID desde un principio. Su nombre es Lily y siempre la veo junto a la cantante de cabello rosa, al igual que ella tiene un carácter un tanto rudo, es rebelde como Meiko, pero tiene cierta alegría en su persona y una gran afición por las abejas. Y por último agrego, y no es para causar polémica, pero en más de una vez las he visto muy cariñosas entre sí.
    Por último, pero no menos importantes, con una vida de travesuras y un puñado de fans, están los gemelos Kagamine. Rin y Len han sido un par de traviesos desde que les conozco, y según sus padres lo han sido desde que nacieron; lo cual siempre les causo dolor de cabeza, de lo cual ahora sufro por culpa de los dos rubios. Por separado no son tan malos; Len es un chico noble, tranquilo, amable y de muy buen humor, mientras que su hermana Rin es algo escandalosa, un poco testaruda, pero muy juguetona y soñadora; aunque juntos son una pesadilla que nos hacen bromas a todos en el camión. Sin embargo, desde que llegamos a este país los dos se han puesto muy melancólicos de la nada, permanecen callados y su presencia apenas se nota.
    Lo normal sería que ambos cruzaran corriendo el bus mientras nos arrojan bolitas de papel o alguna cosa peor, pero ahora ni gritarse entre ellos; preferían quedarse sentados al fondo del vehículo, mirando por la ventana fijamente y susurrándose cosas que nadie lograba entender. Algo nos están ocultando o anda mal con ambos, pero no le dicen a nadie, si uno se acerca a preguntar que tienen nos responden que están bien y no tienen nada. Mentira. Uno tiene la intención de ayudarles y…

    -¡Detén el camión!- me grita la alterada voz de Rin.
    -¿Qué pasa?- pregunto de inmediato volteando hacia atrás. Los gemelos vienen hacia mí. –¿Qué les pasa chicos?
    -Déjanos bajar Master, por favor.- pide Len, amable pero apurado.
    -¿Bajarse?- me extraña. –¿Qué dices? Aquí no hay nada más que un museo…
    -¡Por favor, Master!- suplica Rin desesperada. –Tenemos que bajar.
    -¿Qué les pasa a ustedes dos? Han estado raros desde…- comienzo a decir, pero mi frase es interrumpida por Len que de pronto abre la puerta del bus. –¡¿Qué haces?!- grito. Me veo obligado a frenar repentinamente, sacudiendo a todos dentro y provocando sus quejas de molestia y dolor.
    -Perdón Master- me responde mientras toma la mano de su hermana. –Pero tenemos que ir a ese castillo.
    -¡Rápido Len, rápido!- chilla la rubia al mismo tiempo que corre fuera del autobús, llevándose consigo a su gemelo.
    -¿Pero qué demonios? ¡Regresen ahora!- ordeno inútilmente a los dos chicos, que hacen de oídos sordos a mi voz y se alejan corriendo.
    -¿Qué tienen esos dos?- me pregunta Thelma mientras baja del camión.
    -¡No tengo idea! Mira que abrir la puerta.
    -Si les sirve de pista.- interrumpe Luka manteniendo su seriedad. –Desde que llegamos a este país, ambos han estado diciendo que deben ir al palacio.
    -¿Palacio? ¿Pero a qué?- se interesó Thelma.
    -No sabemos, pero han dicho eso desde que llegamos.

    Los gemelos Kagamine corren veloces por el campo de césped, dejándonos a tras a todos que no podemos asimilar lo ocurrido y nos limitamos a ver como los dos rubios se van. En poco tiempo llegan a la muralla que rodea al palacio, un gran muro solido del cual lograban verse colgados diversos estandartes rojos con una rosa amarilla en su centro cada uno. Pero ignorando todo esto, incluyendo la fina reja pintada de blanco, Rin y Len se adentraron a los jardines de aquel edificio.
    Conforme sus pies avanzan, se ven rodeados de un brillante césped verde que cubre el suelo de los jardines del palacio, mismos que son decorados en toda su extensión con varios rosales amarillos y un naranjo al fondo. Ambos se detienen a contemplar aquel paisaje, sus ojos brillan con singularidad mientras una pequeña sonrisa se dibuja en sus rostros. De nuevo avanzan con decisión, acariciando algunos de los arbustos como si fuesen de ellos y les hubiesen cuidado desde hacía muchos años, hasta llegar a las enormes y doradas puertas que abiertas de par en par les invitaban a entrar al palacio. Como si alguien les llamase desde su interior, los dos chicos entran a la lujosa construcción, sin soltarse de las manos.
    Una vez dentro, ambos se quedan en silencio, inspeccionando con cuidado el lugar. No están asombrados por la bella construcción, los detallados muros ni los lujosos muebles, tampoco les llama la atención los finos cuadros colgados ni los candelabros de oro. Ellos están sorprendidos porque todo a su alrededor les es familiar, se sienten en casa, pero no entienden el porqué de eso. En su mente se arremolinan imágenes extrañas de otros tiempos, donde se ven el uno al otro corriendo por ese vestíbulo, caminando juntos, riendo; pero también llorando, temerosos o molestos.

    -Hermano… mira eso.- logra decir Rin, señalando una pintura que está frente a ellos. –Esos dos…
    -Son iguales a nosotros.- termina la frase el chico.
    La pintura señalada es el retrato de una joven rubia, de cabello corto y sombríos ojos azules que, sentada al trono, sostiene con su mano derecha un fino abanico negro con detalles dorados haciendo juego con su fino y detallado vestido con la misma combinación de colores. Su mano izquierda, un tanto levantada, era sostenida por un chico rubio, de rostro similar, que vestía un traje negro.
    -Pero… ¿por qué?- habla Rin con un hilo de voz.
    -Porque ellos son sus vidas pasadas.- interrumpe una voz masculina en el lugar, provocando que los gemelos salten del susto.
    Detrás de ellos se acerca un hombre, de aproximadamente unos treinta y cinco años, vestido con un traje negro, que se apoya en un bastón tan oscuro como sus ropas, pero con una resplandeciente empuñadora de plata que tiene escrito AG, y su cabello negro, bajo un sombrero, cae sobre su frente, dejando ver sus grises ojos que brillaban de singular modo, al igual que su sonrisa provocada por ver a los Kagamine.
    -Los gemelos Kagamine Rin y Len. Como me alegra verlos.- dice manteniendo la sonrisa.
    -¿Cómo nos conoce?- pregunta Len de inmediato.
    -Bueno, todo el mundo conoce a los famosos hermanos Kagamine del grupo VOCALOID.- responde dulcemente. –Internet ha ayudado mucho en eso, en especial YouTube y Nico Nico.
    Ambos lo miran con una mezcla de susto y confusión.
    -Oh disculpen, he sido muy grosero.- agrega quitándose su sombrero de copa. –Me llamo Axel Grygera, soy el gerente de este museo. Lamento haberles asustado.
    -Descuide señor Grygera.- responde Len, aun temeroso.
    -Quiero saber a qué se refería con eso.- interrumpe Rin con rudeza. –Dijo que son nuestras vidas pasadas, ¿a qué se refiere?
    -Ah señorita Kagamine, los años no la cambian, ¿eh?- habla él manteniendo el tono suave. –Es una suposición pero, mirándolos a ustedes y a ese cuadro, pienso que son la reencarnación de la reina y el sirviente que están ahí.
    -Sus… reencarnaciones.- repiten ambos hermanos a la vez.
    -Sí. La segunda oportunidad que les ha concedido Dios, o el karma, o en lo que crean ustedes. Ideal para borrar los errores del pasado- agrega serio. –De un pasado trágico.
    En el vestíbulo se hizo presente el silencio, uno tan incómodo y tenso que cualquiera que se acercara podría sentirlo.
    -Por eso las pesadillas- dice al fin Rin. –Pesadillas donde me persiguen y quieren matar. Donde sufro por sentirme sola y…- se detiene para ver a Grygera. –Usted me ayuda.
    -Interesante, me ha visto.- responde él.
    -Yo también lo he visto.- agrega Len. –Pero yo… de lejos mientras veo como matan a una chica y… me quieren decapitar.
    -Memorias de los últimos episodios de sus vidas pasadas.- hace una pausa. –De los más tristes y fuertes que tuvieron. Toda una tragedia.
    -¿Qué hicimos en esos días?- cuestiona Rin, ansiosa.
    -No tengo el tiempo para decirles. Si quieren saber, estudien la historia de este país; en especial, el capítulo de “La hija del mal”. Una gran tragedia.
    -Señor Grygera, por favor. Díganos que hacer, no entendemos que pasa.
    -No lo entiendan mis amigos; disfruten de esta segunda oportunidad, sean felices con sus amigos. Pero les daré un consejo, eviten la soberbia, porque eso causó tanto dolor a este país y a ustedes dos.- concluye señalando la pintura.

    Rin y Len voltean a ver el cuadro de nuevo, quedando perdidos en los ojos de la reina y el sirviente, del mismo color que los suyos, permaneciendo mudos por varios segundos mientras a sus mentes regresan las imágenes de sus vidas pasadas y resuenan las palabras que Grygera recién les había dicho.
    -¡Rin! ¡Len!- grito con fuerza, para que mi voz resuene en los muros del palacio, lo que ha provocado que ambos chicos se estremezcan por el susto. –Vaya con ustedes dos, ¿qué les pasa niños?
    -¿Master?- balbucean ambos asustados, volteando su mirada hacia mí con gran temor.
    -¿Se puede saber que les pasa ahora?- insisto molesto entrando al palacio, detrás de mí vienen Thelma, Luka y Lily con un paso acelerado.
    -Perdónanos por favor Master. Es solo que…- comienza a hablar Len.
    -Queríamos venir a este palacio, nos llamó la atención.- completa Rin la frase. No sé si creerla.
    -Entiendo…- respondo sin estar convencido. –Chicos, pudieron esperar a que llegáramos al hotel, tenemos un horario que cumplir.
    -Perdón, la curiosidad nos ganó.- se disculpa Rin con la mirada baja.
    -No pasara de nuevo.- agrega Len imitando a su hermana.
    -Perfecto, entonces vamos a nuestro bus.
    -¡Esperen! ¿Y el señor Grygera?- pregunta el chico rubio.
    -¿Quién es el señor Grygera?- interviene Thelma.
    -Es un señor con bastón, estaba platicando con nosotros hace poco.- responde Rin de inmediato, buscándolo con la mirada.
    -Cuando llegamos estaban ustedes aquí solos.- habla Lily desde el umbral de la puerta. –No había nadie más.
    -Pero el señor Grygera…
    -Él estaba…
    -¡Basta!- interrumpo tomado a los gemelos de las manos. –Ha sido mucho tiempo viajando y todos estamos agotados. Así que volvamos, la ciudad no está lejos.

    Tal vez el horario apretado, tal vez mi enojo, pero más que nada, quería irme de ese lugar por aquel perturbador retrato de la reina y su sirviente; ella lucia maligna y él serio en cuanto entre al palacio, pero en cuanto los Kagamine voltearon a verme, las figuras en la pintura se tornaron alegres, ambas con una ligera sonrisa. Yo ya no quiero saber más del asunto y me llevo a mis dos cantantes directo a camión, acompañados de cerca por mi novia y otras dos chicas de la banda, que se detienen a observar el árbol de naranjas. Con paso acelerado me alejo de ese museo, no sin antes leer la placa dorada que está en la entrada al jardín: “Aquí vivió la hija del mal”.

    Ahora si, es el verdadero final.
    Muchas gracias por leer este proyecto en el cual me esforce mucho y durante mucho tiempo :)
    Me siento feliz con este fic y aa la respuesta que he tenido. Gracias sobretodo a @sangoasakura por seguirme cada semana! Gracias!

    Nos leemos pronto! Ya preparo un nuevo fic.
     
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  16.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Ohhhh, genial, simplemente genial.
    Me encantaron tus epilogos, definitivamente Grygera es un hombre extraño, bueno, ya me quedó claro que no es humano, pero aun así es raro. Fue demaciado genial la forma en que introduciste lo de las rencarnaciones, demaciado genial, lo bueno es que ahora ese par son felices al igual que los demás VOCALOID's, es agradable que después de tanto sufrimiento y desesperación puedan tener esa alegria que tanto añoraron.

    Me gusto demaciado y debo de decir que fue para mi un placer el seguirte durante estos meses, tienes talento para esto de la escritura, así que no puedo hacer más que felicitarte de corazón y esperar tus futuros proyectos. Muchas felicidades y sigue así.


    P.D: Jajaja, buena forma de introducirte en el fic "Shawn" XD!
     
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