Long-fic La hija del mal

Tema en 'Vocaloid' iniciado por Al Dolmayan, 18 Octubre 2012.

  1.  
    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    13 Octubre 2012
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    Escritor
    Título:
    La hija del mal
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    3294
    Capitulo IX
    The daughter of white
    -¿Por qué soy diferente?-
    Mientras que en el País Amarillo vivían los terrores causados por el Señor de la Oscuridad y, de los altos cobros de impuestos y excesos que cometía la reina Rin, en otro reino, más allá de las fronteras del País Magenta, al otro lado del extenso mar de Akuno, existía un lugar llamado País Verde, un reino pacifico y tan lleno de vegetación que hacia honor a su nombre. Era mundialmente conocido por ser uno de los principales productores agrícolas, al cual la mayoría de los reinos vecinos compraban sus productos.
    Otra cosa por la que era famoso dicho país, además de sus numerosas granjas, era el hecho de que todos sus habitantes tenían el cabello de color verde, aunque fuese en distinta tonalidad, pero todos poseían una cabellera del mismo color a fin de cuentas.
    En una de las villas más lejanas de la capital, donde la gran mayoría de sus habitantes eran campesinos que trabajaban en el cultivo de cebollas, las casas eran en su mayoría grandes, construidas de piedras y madera, pintadas uniformemente de marrón y techo de tejas. Cerca de cada vivienda, se encontraba un granero, más uno tres veces más grande a las afueras de la villa donde todos guardaban parte de su cosecha.
    El viejo camino principal llegaba desde la lejana ciudad hasta le plaza central, donde se dividía en distintas direcciones que llevaban a todos los rincones del pequeño pueblo. Todo rincón reflejaba una gran alegría, niños corriendo entre las casas, persiguiéndose unos a otros o arrojándose piedras pequeñas. Las jóvenes de la villa paseaban juntas, llenando cestos de diversos vegetales para llevarlos a sus casas, mientras que los muchachos las miraban en lugar de hacer su trabajo reparando los maderos dañados de las casas o las cercas; a las afueras del poblado, entre los grandes campos de cultivo, los hombres trabajaban arduamente para que no se perdiera la cosecha por las plagas de insectos o ataques de animales como roedores, evitando el caos provocado por estos en años anteriores.
    Pero aun más lejos de aquellos campos, donde el camino se pierde entre los árboles y no existe huella alguna de humanos en los alrededores, en lo más profundo del bosque, había una joven sentada al pie del un grande y viejo árbol. Su mirada triste se mantenía fija en las nubes que cruzaban el inmenso cielo azul y su cabello se mecía delicadamente con las ligeras brisas que soplaban. Aquella chica permanecía en silencio, apenas moviendo la boca, pero sin que palabra alguna saliera de sus labios. Su nombre era Yowane Haku, conocida en todo el pueblo no por poseer grandes virtudes o cualidades, ni por provenir de una familia de grandes recursos económicos. Ella era una chica solitaria y callada, siempre con la mirada triste, todo provocado por ser el objeto de burla y rechazo de los demás vecinos pues ella, a diferencia de todos, tenía el cabello de un color blanco como la nieve y sus ojos eran rojos como dos grandes rubíes.
    Pasaba los días del mismo modo. Salía lo más temprano posible del pueblo, para evitar las malas miradas e hirientes palabras de las demás personas, y se escondía en lo profundo del bosque, donde permanecía hasta el atardecer; regresaba al pueblo, pero permanecía detrás de las cercas de las ultimas casas hasta que oscurecía y podía caminar tranquila hasta su casa, evitando ser vista por los pocos que permanecían en las calles.
    Mientras permanecía en el bosque se dedicaba a mirar el cielo y las nubes, a los animales que curiosos se acercaban a ella o simplemente como el viento mecía a los árboles que le rodeaban. En algunas ocasiones cargaba un pequeño cuaderno donde dibujaba el paisaje que le rodeaba; pero principalmente, pasaba las horas preguntándose muchas cosas. ¿Por qué soy diferente? ¿Por qué no soy como los demás? ¿Cuál es mi destino? ¿Sólo soy un objeto de burla? ¿Por qué no estoy muerta? Preguntas como estas y aun muchas mas, rondaban por su cabeza a diario, mientras estaba sentada en aquel árbol.
    -Dios… ¿Por qué Dios? ¿Por qué me hiciste así?- decía con una débil y triste voz. –Acaso… ¿mi única razón de existir es… ser la burla de todos? Ya estoy cansada de todo esto… ¡ya no puedo más! ¡Dios! ¡Por favor has algo!- comenzó a gritar, a pesar de sentir un fuerte nudo en la garganta. –Ya no puedo ser la burla de todos, quiero… quiero ser aceptada, que los rechazos terminen ¡ser feliz por una vez!- las lagrimas comenzaban a brotar de sus ojos, mientras su mirada desesperada de clavaba en el cielo, como si buscara el rostro de Dios. –Por favor… ¡cámbiame! Quero ser igual que todos en el pueblo, que me acepten. Un motivo para ser feliz, pero ya no puedo soportarlo mas. Mátame si quieres, ya no me importa, quiero… dejar de sentirme así… por favor.
    La joven se sentó de nuevo, permaneció abrazando sus piernas mientras miraba el suelo. Sus carmesíes ojos poco a poco se inundaban de lágrimas hasta que finalmente, estas brotaron y tras resbalar por sus mejillas, rápidamente caían a la fría tierra, como gotas de lluvia. Así permaneció aquella joven de blanca cabellera hasta que el sol se ocultó detrás de las lejanas montañas del oeste.
    El camino de regreso al pueblo era largo y resultaba peligroso por la presencia de ladrones que desde hacia unas semanas, amenazaban esta zona del País Verde. Esto ya no le importaba a Haku, quien incluso caminaba aun más despacio, esperando ser atacada y así terminaran con su sufrimiento. Pero contrario a lo que esperaba, no había nadie, el camino estaba desierto ni una sola alma podía verse alrededor.
    Al llegar finalmente al pueblo, también le sorprendió el hecho de que ya todos se encontraran dentro de sus casas. Normalmente eso ocurría más tarde, cuando los hombres del pueblo entraban a sus casas para cenar después de pasar un tiempo en la plaza descansando de las actividades diarias. Sin darle mayor importancia, Haku llegó a su casa y entro rápidamente.
    Esa noche, antes de dormir, se preguntó si Dios había escuchado sus suplicas y por eso no se había encontrado a nadie.

    A la mañana siguiente, la joven Yowane se levantó temprano como de costumbre; rápidamente se vistió y desayunó poco como solía hacerlo. Por su condición, no podía darse grandes lujos y solo vivía de lo poco que podía cultivar para si misma y de lo que recolectaba del bosque. Sirvió su modesta comida en un pequeño plato blanco y lo llevó a la mesa, frente a la ventana. Desde ahí podía mirar la plaza del pueblo, cosa que aprovechaba para planear su ruta de salida hacia el bosque. También miraba el cielo, le gustaba su casa porque en ella había algunos nidos de palomas que siempre salían a volar mientras ella desayunaba. En varias ocasiones se quedaba perdida en sus pensamientos, incluso algunos trataban de volar como las aves, a un lugar lejano de esa aldea donde pudiera vivir en paz y feliz con mas personas como ella, o simplemente acompañar a esas aves en su recorridos diarios.
    En esta mañana, el cielo había amanecido gris, lleno de oscuras nubes que presagiaban una fuerte lluvia. Sin importarle esto, Haku decidió salir a dar su acostumbrada caminata por el bosque y alejarse de todos. Cuidadosamente salió de su casa, asomándose por las ventanas y puerta antes de salir; en ocasiones, esa era la parte más difícil de su recorrido. Todo parecía estar despejado, así que se puso en marcha y abandonó su hogar. Recorrió con sumo cuidado las calles de la villa, escondiéndose detrás de los muros o barriles que encontraba a su paso; hasta la mitad del camino nadie la había visto. Su marcha continuaba por los callejones hasta que vio bloqueado su camino por un montón de cajas apiladas entre dos edificios; buscó la forma de superar el obstáculo sin éxito alguno. Finalmente se dio la vuelta y tomando valor se decidió a salir por la calle principal de la villa. “Falta poco y no se ve nadie cerca” pensaba “nadie notara mi presencia”. Acelero el paso lo más que pudo para llegar al arco que señalaba los límites de la villa, pero antes de lograrlo un grito la detuvo en seco.
    -¡Miren!- gritó la voz de un niño. –Es ella. ¡Es la hija de blanco!
    -¿Que está haciendo esa rara mujer aquí?- agregó un muchacho. –Está en la entrada, espantara a los viajeros.
    -Oye tú, rara. Regresa a tu casa y no vuelvas a salir.- le dijo otra persona que estaba cerca. –Hoy vienen por las cosechas y si te ven, ni se preocuparan por llevarse las verduras ¡Lárgate!
    -¡Si lárgate!- gritó de nuevo el niño –No te queremos ver ¡eres fea!- siguió chillando y tomando una piedra, se la aventó a Haku, librándose por poco del impacto.
    Las demás personas que estaban cerca, lejos de detener al agresivo pequeño, lo alentaron a continuar con la agresión y llamaron a varios niños para que se le unieran. Al instante, alrededor de siete infantes se reunieron y tomando piedras del suelo, comenzaron a atacar a la joven, quien no pudo hacer más que correr para evitar las pedradas. Varías lograron darle en la espalda, pero cuando una pequeña roca tocó su cabeza no pudo evitar gritar.
    -¡Ya basta!- dijo entre lágrimas. -¡Dejen de arrojarme piedras! ¡Déjenme en paz!
    En el mismo momento en que gritó, un rayo logro verse detrás de ella y con esto comenzó una intensa lluvia. Todos los niños miraron asustados la escena, fijando después sus miradas en Haku quien tímidamente se dio la vuelta y corrió a su casa.
    -¡Es una bruja!- se escuchaban los gritos de los niños. -¡Bruja! ¡Bruja!
    -¡Yo no hice nada! ¡Yo no fui!- gritaba Haku al borde del llanto, mientras las personas se acercaban a los niños para escucharlos.
    Las miradas acusadoras de todo el pueblo se volvían contra Haku al oír las palabras de los infantes, mientras que ella ignorándolos completamente, corrió a su casa y se encerró en ella. Sabiendo que pronto irían en su contra, se escondió en el sótano, pues su entrada se encontraba oculta, la cerró con un candado y sentándose en el rincón más alejado, esperó a que sus vecinos llegaran.
    Se quedó ahí sentada en el suelo, abrazando sus piernas con una mirada triste y amarga. En poco tiempo llegaron a sus oídos los gritos de las demás personas y lo golpes que tiraban a su casa. Ante la impotencia de no poder hacer nada por defenderse a si misma ni a su hogar, simplemente comenzó a llorar, sin saber cuanto tiempo pasaba, hasta caer profundamente dormida.

    Durante los siguientes días, Haku ni siquiera se atrevía a asomar la cabeza por la ventana, seguía refugiándose en su sótano y el único motivo que tenía para salir era ir a la cocina por un poco de comida. A la mañana del octavo día, sus alimentos y agua se agotaron, viéndose en la necesidad de abandonar su hogar y buscar algo para los próximos días.
    En esta ocasión intentaría por un camino diferente, en vez de ir por su acostumbrado recorrido por el este del pueblo, iría por el oeste, rodeando más casas, pero esto también la pondría a salvo, además de cubrir su cabeza con un velo que tenía a la mano. Se cubrió con el y abandono su morada.
    Para su buena suerte, el camino que eligió resulto ser mucho mejor que el que ya acostumbraba tomar, pues pasaba por la parte trasera de todas las casas y graneros lo que evitaba que la vieran. También resultó provechoso para conseguir alimentos, pues algunos graneros estaban tan llenos que los productos salían por sus ventanas o estaban cerca de estas, por lo que Haku solo debía estirar un poco la mano para obtenerlos. Ella pensaba que si esta gente le maltrataba tanto sin razón alguna, no estaba mal robarles un poco de comida que tanto necesitaba. También fue al bosque a recolectar unas cuantas cosas, como frutillas, setas y algunas hierbas que podrían servir como medicina.
    Ese escape de su casa le sentó muy bien, la brisa fresca soplaba en su rostro, haciéndola olvidar por un momento los problemas que había vivido hace poco. Pasó frente al viejo árbol donde solía perder el tiempo. Como si una extraña fuerza emergiera del árbol, Haku dio unos pasos hacia el, tenia toda la intención de sentarse y pasar ahí toda la tarde. Pero al estar cerca notó que había algo extraño en su lugar.
    Detrás del árbol se asomaba lo que parecía ser un vestido de color verde y mientras mas avanzaba, se hacia mas notoria la presencia de una chica, pues se podían ver sus manos y su cabello. Al notarlo, Haku dio media vuelta y se preparó para irse. Sin mirar atrás dio unos cuantos pasos hasta que pisó una ramita seca; el ruido la paralizó y llamó la atención de la desconocida, quien de un rápido movimiento se levantó y fue a investigar lo que provoco ese sonido.

    -Espera- dijo la voz de la chica desconocida. –No huyas. ¿Quién eres?
    Haku no respondió, volteo a ver a la chica. Era una joven de aproximadamente 16 años, de ojos verde esmeralda y un largo cabello verde, peinado en dos coletas. Traía puesto un vestido de color verde azulado, que hacia juego con su cabellera. Ya sabía quien era.
    -Déjame- dijo débilmente Haku. –Yo no hice nada.
    -No, espera. No te haré nada.
    -¡No es cierto! Siempre me dijeron eso, pero ¡era mentira!
    -Por favor, créeme. Yo no te voy a hacer nada. No sabía que tú venías a este lugar, en serio.
    -Sólo arrójame una piedra y ya déjame.- menciono Haku, dándole la espalda y sentándose en el suelo. –Es lo único que puedes hacer aquí. ¿Qué buscarías tú de mí?
    -Quiero hablarte, eso es todo.
    -¿Hablar? ¿Hablar conmigo? ¿Por qué lo harías? ¿Crees que no se quien eres? Eres Hatsune Miku, la chica que todos en la villa quieren, a la que todos aceptan… ¿por qué querrías hablarme?
    -Oh, ya entendí. Entonces tú eres Haku.
    -Si soy yo- dijo algo molesta. –Y no soy una bruja. No se como paso eso de la lluvia ¡yo no hice nada!
    -Tranquila Haku, tranquila. Yo sé que no pudiste iniciar la lluvia, eso es imposible.- le sonreía mientras hablaba. –Se como te tratan todos ahí pero… debes saber que yo no soy igual. No vine a decirte nada malo ni atacarte, es solo que… creí que necesitabas… compañía.
    -Compañía… Ya deja de mentir. ¿Cuántos te acompañan? ¿Qué no se han burlado lo suficiente de mí?
    -Haku por favor, escúchame… Se que te han hecho mucho daño, que te tratan muy mal; pero yo no voy a hacerlo. No me gusta que te hagan eso, es tan… horrible. Quero ser tu amiga, que tengas en quien confiar.
    -No te creo, ahora déjame sola.- dijo dándole la espalda. –Quiero estar sola.
    -Haku yo…
    -¡Déjame ya!
    Miku dio un triste suspiro, dio unos cuantos pasos, acercándose a Haku. Le dejó una pequeña flor blanca y se alejó de ella.
    -Ah, antes de olvidarlo.- dijo dándose la vuelta. –Me gusta tu cabello porque es diferente.- Dicho esto, se fue del bosque dejando sola a Haku.

    Fueron muriendo así los días, Haku regresaba a su árbol para pasar el tiempo sentada mientras miraba el paisaje. Pero desde aquella tarde todo se había vuelto diferente; ya no pasaba los días sola, aquella chica, Miku, comenzó a ir al bosque para acompañarle. En algunas ocasiones, ella ya se encontraba ahí sentada, esperando a Haku; otras, llegaba después. Siempre permanecía alejada, sentada entre los árboles que rodeaban a la chica de cabello blanco, admirando el paisaje o jugando con los animales, pero en numerosas ocasiones, cantaba. El sonido de su dulce voz llenaba de alegría el bosque y resonaba en todos sus rincones, los alegres cantos tenían influencias aun entre los animales, que se acercaban curiosos hacia la chica de verde.
    Con el transcurso del tiempo, Miku se acercaba cada vez más Haku, aunque fuera solo un paso. El cabo de unas semanas, ambas se habían sentado en el árbol, cada una en un lado contrario; esto representaba un avance para Miku, pues ya se había acercado lo suficiente para poder hablar tranquilamente con su compañera, aunque no podía mantener un conversación larga, por lo que era la chica de cabello verde quien platicaba todo el tiempo.
    -Muchos me dicen que… hago mal por estar aquí, contigo. Dicen que eres mala y me harás daño. Yo sé que no es así. Si fuera verdad no estaría aquí, me hubiera ido desde el primer día que nos vimos.- decía Miku, siempre hacia una pausa, esperando una respuesta que nunca llegaba. –Pienso que… los que hacen mal son ellos por tratarte así. Eres diferente… pero es te hace mejor… al menos yo me aburró de ver solo cabello verde- dijo soltando una risita. –Pero… me gustaría que dejaran de se así. No los entiendo. No comprendo porque tienen miedo.
    -¿Miedo? ¿A que le tendrían miedo?- logró escucharse la débil voz de Haku.
    -A ti, por ser diferente. Ese es su motivo para tratarte tan mal, tienen miedo de ti por ser diferente. Eres distinguida, lista, sensible, algo que ellos nunca serán. Se ríen de ti por ser diferente, pero tú deberías reírte de nosotros porque somos iguales.
    -Tú también eres diferente.
    -¿Qué? No, soy igual que ellos. De ojos y cabello verdes.
    -No. Eres diferente por dentro.- se levantó de su lugar, rodeo el árbol y terminó frente a Miku. –Eres diferente aquí dentro.- dijo presionando el corazón de la chica de cabello verde. Le dirigió una pequeña sonrisa -¿Quieres venir a desayunar mañana en mi casa? No tengo mucho pero… quiero estar contigo.
    Miku permaneció unos segundos mirando a la joven directo a sus ojos. No podía creer lo que acababa de escuchar; tras darse un leve pellizco en la pierna y comprobar que no soñaba, le devolvió la sonrisa a Haku.
    -Me encantaría. Estaré en tu casa mañana… amiga.
     
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    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Pobre Haku!!, a sufrido tanto, creo que me sentí un poco identificada con ella, creo que es porque me hacen un poco de Bulling por mi caracter y forma de ser distinta a lo normal XD!, pero me da igual :p, bueno, fue suficiente de mi vida personal. Como siempre, me gustó tu capitulo, malditos campesinos que no saben valorar a la gente!, yo creo que en su lugar me huviera vuelto su amiga porque me gusta que la gente sea distinta porque la hace diferente, aparte de que el color verde nunca a sido mi color favorito. Creo que ya he dejado en claro que no me agrada mucho Miku, pero creo que aquí se portó bien. Debo de aceptar que en un principio pense que Haku se iba a morir de hambre o que se alimentaba por medio de la metamorfosis hasta que después, por fin, comió algo XD!


    Felicidades, sigue así y espero conti!
     
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    Al Dolmayan

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    La hija del mal
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
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    Capitulo X​
    “The Daughter of Green”​
    -La verde de gran corazón-​
    A la mañana siguiente, cuando el sol apenas se asomaba entre los grandes árboles del bosque del País Verde, Yowane Haku, conocida como la hija de blanco, tenia ya unos minutos de haberse levantado. Trabajaba intensamente en la cocina, preparando el desayuno que compartiría un poco más tarde con su nueva y única amiga en todo el reino. El simple hecho de pensar en que tendría a una invitada provocaba que su corazón se acelerara; la emoción, resultaba tan grande que apenas había logrado conciliar el sueño en toda la noche, sería a primera vez que alguien visitaría su casa para desayunar y no estaba segura de cómo comportarse, ni que preparar, nada.
    Aunque por algunos momentos se detenía a mirar el suelo, pensando que todo había sido una cruel broma organizada por todo el pueblo para hacerla sentir aun más miserable. Estos pensamientos se apoderaban de ella por unos minutos, haciendo que dejara de trabajar y sus ojos se llenaran de lágrimas. Pero de inmediato las limpiaba, volvía a sonreír y seguía con sus deberes. La idea de la broma era algo que siempre estaba latente, y no sería la primera vez que le hacían ese tipo de jugarreta; pero en esta ocasión había algo distinto. Al recordar la perseverancia de Miku para hablarle y seguir a su lado a pesar del rechazo, al recordar aquel brillo tan especial en los ojos de la joven Hatsune y todas las sonrisas que, para Haku, lucían tan sinceras.
    Al final de unas cuantas horas, la casa se encontraba completamente limpia y el desayuno estaba listo para poder compartirlo con su nueva amiga. Sólo faltaba un detalle; con todo quehacer, Haku olvido completamente que debía vestirse para la ocasión tan especial que se presentaba. Rápidamente corrió a su habitación y abriendo el grande y viejo ropero que tenia ahí, sacó todos los vestidos que estaban guardados. Los extendió sobre la cama y uno por uno, los revisaba, esperando no estuviesen dañados o sucios. Algunos al verlos los arrojaba de inmediato al suelo, pues tenían agujeros o manchas de pasto, mientras que otros tenia la suerte de regresar a la cama para ser nuevamente inspeccionados. Así paso el rato, hasta que al final quedaron dos vestidos, uno de color rojo y otro blanco. Al verlos, se pregunto por que tenia vestidos así, con los colores de sus ojos y cabello respectivamente, era algo que ya no necesitaba. Ambos vestidos estaban en un buen estado, apenas y los había usado.
    Finalmente se decidió por el vestido blanco, que era mas casual, mientras que el rojo era más un vestido de gala y usarlo en esta ocasión seria exagerado. Se lo puso y arreglo su cabello en una larga trenza. Najó de su cuarto y para su sorpresa, al pisar el último escalón rumbo a la sala, alguien llamó a la puerta.
    Con una mezcla de susto y emoción, nerviosismo y alegría, corrió inmediatamente a abrir la puerta. Sus manos temblaban y sentía como su corazón daba vuelcos. Al abrir, se sorprendió por lo que vio. No se trababa de Miku, quien llamó era una figura encapuchada. Al verla, la joven de blanco se asustó y cerró con un portazo; se disponía a poner los seguros cuando una dulce voz le habló.
    -¡Haku! ¡Haku! ¡Lo siento!- decía al voz. –Soy Miku, abre por favor. No quería asustarte.
    Lentamente, la puerta se abrió de nuevo, dejando ver la sorprendida cara de Haku. Miraba fijamente a la encapuchada, quien rápidamente se descubrió el rostro. Era Miku.
    -Lo siento mucho, pero no podía dejar que me siguieran.
    -¿Que te siguieran?
    -Hay quienes no están felices de que te acompañara estoas días, pero eso que importa. Que hagan sus corajes, ¡no te voy a abandonar!
    -Oh mu-muchas gracias. Em… pero… ¿no es algo apresurado? Apenas nos conocemos y… no creo que debas hacer esto.
    -Tranquila Haku- sonrío la chica de cabello verde- Lo que ellos digan no me importa, además, tu me agradas.
    Las palabras resonaron por unos segundos en su cabeza mientras contemplaba el rostro de la chica de cabello verde. Por primera ocasión alguien le dirigía palabras amables, desde que le conoció los cumplidos no paraban de llegar, aunque únicamente vinieran de Miku, pero eso no importaba, pues igual le hacían sentir bien por primera vez en su vida.
    -Pasa por favor. Y… lamento haberte cerrado la puerta en la cara.
    -No tienes porque disculparte- dijo la joven mientras entraba a la casa. –Debí quitarme la capucha antes de llamar.
    -Si, me asustaste.- respondió con una risita, seguido notó que su amiga llevaba una canasta en sus manos. –Disculpa, pero… ¿Qué tienes en esa canasta?
    -Bueno, no me pareció muy justo aparecerme en tu casa con las manos vacías, así que traje unas cuantas frutas y un pequeño regalo, pero te lo daré más tarde.
    “¿Un regalo?”, se preguntaba en su mente la hija de blanco mientras dirigía a su amiga al comedor, donde los platos les esperaban junto a una tetera llena de té recién hecho. Haku hizo sentar a su invitada y le sirvió una taza. El lugar tenía un fuerte aroma a rosas, proveniente de los floreros que se encontraban en cada una de las esquinas de la habitación. En cada uno de los jarrones había al menos siete rosas de color blanco, recién cortadas y totalmente abiertas. La anfitriona disimulada mente buscaba en la canasta aquel regalo que su amiga la había comentado, moviendo las manzanas y duraznos, sin resultado alguno. Miku notó su curioso comportamiento y con una sonrisa le dijo.
    -El regalo no esta ahí, yo lo tengo.
    -¿Eh? No buscaba el regalo- mintió Haku, soltando una risita que la delataba. Dejó la canasta en el comedor y caminó hacia al cocina. –Es que… veía que frutas trajiste. Voy por un cuchillo y la comida, no tardo.
    Inmediatamente corrió a la cocina, se sentía algo apenada por lo que acababa de ocurrir. Sin tardar mucho tiempo, regresó al comedor cargando una charola y una pequeña olla negra, sirvió en los platos unos huevos y un extraño guisado de cordero con varias hierbas que Miku nunca había visto en toda su vida; Haku se sentó frente a ella, tomó una cuchara y comenzó a comer aquel estofado, al cual la chica de verde se limitaba a ver tratando de descubrir que era lo que le habían servido. Optó por dejarlo de lado y pasó a comerse los huevos, para su sorpresa, la chica de blanco ya había terminado con su ración de guiso e incluso se servia de nueva cuenta, algo que le sorprendía. Armándose de valor, tomó la cuchara y probó un poco del guisado. Para su sorpresa, pese a su aspecto extraño, el platillo guardaba un agradable sabor que terminó por gustarle, tanto que volvió a servirse.
    Ya habían terminado con el desayuno y apenas se habían dirigido la palabra, fueron momentos de silencio un tanto incómodos hasta que Miku, aprovechando la comida, se decidió a hablar para así romper el hielo.
    -El desayuno estuvo delicioso- dijo –Cocinas muy bien.
    -Oh… muchas gracias.- respondió Haku con un leve sonrojo y una expresión de sorpresa. –Me alegra saber que te gustó.
    -Claro, todo sabia muy bien, aunque no se que es lo que tenia el guisado- dijo entre risas. -¿Dónde aprendiste a cocinar?
    Haku permaneció mirando la mesa unos segundos y abrió la boca un par de veces sin decir nada.
    -Hace tiempo… en la iglesia que esta cerca de la playa Ritsu. Ahí conocí a un monje que me enseño a cocinar con las hierbas que hay en el bosque.
    -Interesante- dijo la chica verde con rostro de asombro. –Yo no había comido nada que no sea cosechado por granjeros. ¿Y aun visitas al monje?
    -No, ya no. Hace tiempo que esa iglesia esta abandonada. Pero… de vez en cuando voy.
    -Tal vez podemos ir juntas algún día.
    -Eso me encantaría- respondió Haku con una ligera sonrisa. Después de guardar silencio por un tiempo se volvió hacia Miku y le preguntó -¿Tú sabes cocinar?
    -La verdad no. Normalmente mi madre cocina y cuando ella no está lo hace la criada. Ambas intentaron enseñarme pero… no me es muy fácil eso de cocinar.
    -Si quieres puedo enseñarte yo. Conozco varios platillos sencillos que puedes hacer.
    -Muchas gracias Haku. Espero al fin aprender a cocinar.
    -Si pones todo tu empeño, así será. Si quieres empezamos ahora mismo.
    -¿Ya? ¿Tan pronto?- respondió con asombro. –Creo que deberíamos esperar un poco.
    -Eso lo sé, cocinaremos para comer mas tarde. Claro… si no tienes que irte.
    -No hay nadie en mi casa, así que tengo pensado pasar todo el día a tu lado.

    “Cocinas delicioso” “Pasar todo el día a tu lado” eran palabras que Haku únicamente podía imaginar, eran aquellas expresiones que toda su vida tanto había esperado escuchar y ahora, por fin llegaban a sus oídos, pues Miku se las había dicho esta mañana, todo lo que imaginó y aun más a lo largo del día.
    Pasaron toda la mañana juntas, sentadas en la pequeña sala donde platicaban algunas de sus experiencias; mientras que Miku comentaba sobre los festivales a lo que había asistido desde niña hasta algunos chismes del pueblo y claro, de algunos viajes que hizo con sus padres a la ciudad capital, Haku narraba sus vivencias en el bosque, desde las plantas y flores que encontraba, sus visitas con aquel monje y por supuesto, como vivían los animales en el bosque, los cuales habían sido su única compañía en tanto años.
    Por la tarde salieron un momento al bosque a recolectar algunas hierbas y moras para la comida. Algo nuevo para Miku, pues nunca se había adentrado al bosque con esa finalidad. Haku le enseño de cuales plantas cuidarse, como actuar frente a algunos animales y distinguir entre las frutillas comestibles y las que no lo son. Una vez con las canastas llenas y acercándose el atardecer, regresaron a la casa de la joven Yowane e iniciaron la primera lección de cocina, con un resultado interesante: una sopa de setas quemada y un caldillo sin sabor, el cual Haku arreglo agregando unas cuantas verduras. Después de comer los “experimentos” de Miku, tal como les dijo ella misma, pasaron unos minutos más en la sala, platicando sobre sus vidas.
    El reloj de plaza principal sonó, eran ya las nueve de la noche. Pasaron todo el día juntas pero ya era la hora de separarse, Miku debía regresar a su casa o tendría problemas con sus padres.
    -Antes de irme tengo que darte algo- dijo la chica de cabello verde. –Te dije que tenia un regalo para ti y aquí esta.
    Miku le extendió sus manos hacia Haku y con un delicado movimiento le puso una fina cadena de oro con un dije en forma de una rosa en color blanco. Yowane lo tomó en sus manos y le miró fijamente, la joya resplandecía con la luz de las velas y una lágrima corrió por su mejilla, pero no era por tristeza, sino de felicidad. Le dio un abrazo a su amiga y al oído le dio las gracias, no solo por el regalo, sino por aquel fantástico día.
    Desde entonces, la rutina diaria de ambas chicas dio un giro radical. Haku ya no pasaba los días sola en el bosque, dibujando animales y flores; ni Miku los pasaba encerrada en su casa o al lado de aquellas personas intolerantes que eran los demás habitantes del pueblo. Ahora estaban juntas desde la hora del desayuno hasta el anochecer. En ocasiones iban juntas al bosque y ahí pasaban todo el tiempo, recogiendo flores o persiguiendo a varios animales que siempre se les acercaban curiosos; también tomaron en serio las clases de cocina, en las cuales Miku dejó de ser un desastre y mejoraba con cada lección nueva; de igual modo, y en contadas ocasiones, las reuniones eran en la casa de Miku mientras se encontrara sola, algo que pasaba cada mes mientras sus padres estaban de viaje.
    Pero la felicidad estaba cerca de terminarse, pues ya muchos en la villa se habían dado cuenta de la relación que tenían las dos chicas y no les gustaba para nada verlas juntas. Los rumores comenzaban a circular por toda la aldea, algunos decían, sosteniendo la idea de que Haku era bruja, que Miku había sido hipnotizada como una venganza hacia ellos por sus malos tratos; otros decían que le había robado el alma y todos correrían el mismo destino si no las echaban del pueblo lo mas pronto posible.
    Estos rumores llegaron a oídos de Miku quien de inmediato ideó un plan de escape y tenía en mente aplicarlo esa misma noche, no había tiempo que perder.

    Ya era media noche. Exactamente habían pasado 7 meses desde que ellas se conocieron. Haku se había quedado dormida en la sala mientras leía una obra de teatro. Esa noche había sido aburrida, pues Miku se fue temprano y no le quedo otra opción que leer. La estancia estaba en total silencio y el fuego de la chimenea iluminaba el rostro de Haku en la oscuridad; desde su cuello algo resplandecía, era aquel dije que su amiga le regaló en su primer día juntas, no se lo había quitado desde entonces. De pronto, unos golpeteos en la ventana la despertaron. Asustada, tomó en sus manos un bastón que tenia cerca y con pasos silenciosos se acercó a la fuente del ruido, que iba en aumento. Dispuesta para atacar, corrió la cortina y vio que, para su buena suerte, se trataba de Miku.
    -Haku, tenemos que dejar la villa.
    -¿Dejar la villa?- preguntó confundida, creyó escuchar mal debido a que aun estaba adormilada, pero las palabras de Miku eran ciertas.
    -Si, debemos irnos ahora mismo. La gente esta molesta.
    -¿Molestos? ¿Pero que les hicimos nosotras a ellos?
    -No nos quieren juntas. ¿Recuerdas que, cuando nos conocimos en el bosque, te dije que no me veían con buenos ojos por estar cerca de ti?- Haku asintió con la cabeza, escuchando con atención a su amiga. –Pues ahora creen que tú me embrujaste y quieren echarnos del pueblo.
    -¿Que? No puedo creer que sigan con esa absurda idea.
    -Lo sé. Pero ahora debemos darnos prisa Haku y huir de aquí.
    -Voy por mis cosas, ya vengo.
    -Haku, espera. No podemos cargar mucho equipaje.
    -No tengo mucho de todas formas.- dicho esto, subió las escaleras rápidamente, dejando esperando a su amiga.

    Quince minutos después, la hija de blanco regreso cargando unos cuantos paquetes donde tenía su ropa guardada y algunos objetos personales. En cuanto salio de la casa, la chica de cabello verde le entrego una larga gabardina negra, igual a la que ella tenía puesta, le pidió ponérsela y que cubriera su cabeza de inmediato. Una vez que ambas se vistieron de negro, tomaron sus pertenencias y caminaron por la parte exterior de la villa hasta el arco que marcaba la entrada. Una vez ahí tomaron el camino principal. Haku no tenia idea de a donde se dirigían, pero no quería hablar por temor a que las descubrieran, únicamente seguía a Miku, confiando ciegamente en ella. Caminaron unos cinco minutos más y se adentraron al bosque, caminando entre arbustos hasta llegar a un par de caballos, listos para partir.
    Montaron a los caballos y de inmediato se pusieron en marcha hacia el norte. El destino no importaba en ese momento, lo único importante era abandonar el pueblo y refugiarse en algún lugar donde no les conocieran para así poder viajar al extranjero. Tal vez resultaría difícil, pero mientras estuvieran juntas, todo iría bien.
     
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    Sango Asakura

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    Bien hecho, me gustó tu cap, es agradable pensar que Haku por fin tiene una amiga :). Han pasado muchas cosas divertidas, jaja Miku no sabe cocinar aunque quien soy yo para juzgar si se me quema el agua de la maruchan XD. Huyan a México (y yo terca con eso)!
    Malditos pueblerinos intolerantes! Dios los va a castigar XD! (Nota: Dejar los cigarros de chocolate), según veo en el siguiente capitulo hará aparición de nuevo nuestro principe consentido, espero y ser capaz de aguantar la pareja, aun así espero la conti.

    Felicidades y sigue así :D
     
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    Al Dolmayan

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    La hija del mal
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    Género:
    Tragedia
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    28
     
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    2630
    Capitulo XI​
    “La mansión”​
    -Juntas para siempre-​
    -Muy bien señoritas, ustedes dos están de suerte- dijo con un tono alegre un muchacho de unos diecinueve años de edad, su cabello era de color castaño oscuro e iba vestido con un fino traje negro –Tenemos dos plazas disponibles como sirvientas.
    -Es lo que queríamos- respondió sonriente una jovencita de cabello verde, peinado en dos largas coletas. –Trabajar juntas, no importa lo que sea.
    -Ah, dos jóvenes tan bellas deberían buscar algo mejor, pero si así están bien ustedes, podemos contratarlas; pero no se confíen, la ultima palabra la tiene el señor de la casa. Con su permiso, iré por él. –dijo el joven, hizo una reverencia y salio de la habitación.

    Las dos jóvenes se quedaron sentadas en la oficina, esperando el regreso de aquel muchacho. Miraban atentas el lugar de arriba abajo, desde las el suelo hasta los muebles estaban hechos de finas maderas que brillaban con la luz que lograba filtrarse por la ventana. Varios escudos colgados en el muro tenía grabadas las letras “AG”, algo que las jóvenes no entendían muy bien. Después de inspeccionar toda habitación, sus miradas se cruzaron, permaneciendo en silencio unos minutos.
    -Miku- rompió el silencio una joven de cabello blanco. -¿cómo te enteraste de este trabajo?
    -Por el dueño de la posada donde nos hemos quedado. Ayer hablé con su esposa y me escuchó cuando pregunte por un lugar donde trabajar. Él dijo que sería buena idea venir aquí.
    -Pero no sabemos nada de él. Eso me preocupa.
    -Por lo poco que me dijeron, viene del País Magenta y era un consejero o algo así. No creo que sea malo.
    -¿Un consejero?- vaciló unos segundos la chica de blancos cabellos. –Espero que me acepte, ya sabes como m tratan por mi aspecto.
    -Claro que te aceptara, no existe mejor cocinera que tu. Y si no lo hace, yo no aceptare el trabajo; es a las dos o a ninguna.
    -Pero… pero Miku… -dijo sorprendida.
    -¡No te dejare sola Haku!
    Yowane, sin saber que responder, sólo pudo abrazar a su amiga, a lo cual esta correspondió. Así permanecieron unos segundos hasta que escucharon a la puerta abrirse de pronto. Se soltaron rápidamente y voltearon la mirada hacia el frente, fingiendo que no había pasado nada.
    -Lamento la demora señoritas. Dijo la potente pero tranquila voz de un hombre. –Pero aún hay muchos detalles que afinar en este lugar.
    Las dos jóvenes se levantaron de su asiento y volteando hacia la puerta, saludaron con una reverencia al recién llegado. Él les sonrió y de igual modo hizo una reverencia.
    -No soy un noble, mucho menos un descendiente de la realeza; no tienen que hacer eso- dijo el hombre. Caminó con paso lento hasta su silla detrás del escritorio, pero no la ocupó.
    Su vestimenta se distinguía a la de otros hombres que ellas habían visto; su saco era negro y se encontraba totalmente desgarrado de la parte inferior, igual que su pantalón, que era tan azul como el mar. Sus negros zapatos relucían al igual que el suelo de mármol y cargaba con un bastón de empuñadora de plata. Sus ojos grises miraban atentos a las dos chicas y sonriendo se presentó.
    -Mucho gusto señoritas, soy Axel Grygera, dueño de todo lo que ven, de toda esta mansión y lo que le rodea en un radio de diez metros… tal vez quince… aun no negociamos eso. Tengo entendido que ambas vienen por el puesto de sirvienta, es una suerte, tenemos dos vacantes. ¿Cual es su nombre señorita?- se dirigía a la chica de cabello blanco.
    -Yo-yowane Ha-haku, señor. Me llamo Yowane Haku- logro decir un tanto nerviosa, ante la mirada de Grygera.
    -Mucho gusto señorita Haku. Su cabello… es un color distinto, me agrada, al igual que sus ojos, son únicos- dijo Grygera con una sonrisa. -¿Y usted como se llama?
    -Soy Hatsune Miku.
    -Miku… mucho gusto señorita Miku. Su apellido me es familiar… Oh bueno, hablaremos de eso después. Antes de recorrer la mansión debo preguntar, ¿alguna de ustedes sabe cocinar?
    -¡Haku!- gritó Miku al instante. –Ella es una gran cocinera.
    -Mi-miku…
    -Oh que bien- dijo el señor de la mansión –Es mejor tener a dos cocineras que una, le da más variedad a los platillos.
    -Pero yo… no sé…- decía en voz baja la hija de blanco –Sólo preparo comidas sencillas con productos del bosque…
    -¿En serio? Sería interesante probar su comida, señorita Haku.- respondió el señor Grygera con cierta emoción. –Un cambio en el menú ya me era necesario. Pero hablaremos de eso más adelante, por favor síganme, debo mostrarles toda la mansión.
    -Toda la mansión- repitió Miku. –Entonces ¿nos contrata?
    -Por supuesto que las contrato. Se que tienen lo necesario para trabajar aquí con sólo mirar sus ojos. Tienen un brillo especial. Síganme por favor.
    Grygera se adelantó y abrió la puerta, dejando pasar a las dos jóvenes. Una vez afuera, cerro la puerta y, según Haku, cuando el bastón pasó frente a la cerradura, esta hizo un ruido. El dueño de la mansión se puso frente a ella y les pidió que le acompañaran en un recorrido por toda la residencia. Ellas lo siguieron muy de cerca todo el tiempo, pues temían perderse en alguno de los inmensos pasillos o entrar a alguna puerta que no debían.
    A cada paso, su asombro era más grande, no solo su nuevo patrón resultaba llamativo, todo en la mansión Grygera resultaba interesante y sorpréndete. Desde el fino suelo de mármol y los detallados muros, los cuadros de oro y plata, igual que los candelabros; o las incontables salas, cada una decorada diferente, según Grygera, era una decoración característica de los países que había visitado. Pero más increíble eran las dimensiones de aquella mansión, similares a las de un palacio, y sus enormes ventanas que iluminaban cada rincón.
    Al terminar el recorrido, las dos amigas habían terminado cansadas por tanto caminar y sin noción del tiempo, contrario a Grygera, quien no se veía afectado por tanto caminar y permanecía sonriendo.
    -Se que es agobiante los primeros días, yo también me perdí los primeros días- dijo entre risas. –En sus habitaciones encontraran un plano de la mansión y sus uniformes. Siéntanse libres de decorarlas como gusten y mañana mismo empiezan.
    -¿Mañana?- reacciono al instante Yowane. –Es muy pronto, ¿no cree?
    -¿Necesitan más tiempo? Bueno, supongo que podré darles unos días más para que arreglen sus asuntos personales…
    -No, no. Mañana comenzamos a trabajar señor- respondió Miku. –Es que no esperábamos que todo fuera tan rápido.- dijo con una risa nerviosa.
    -Lamento si esto resulta muy apresurado, pero quiero dejar a todo mi personal listo antes de irme. Deben saber que viajo mucho, por negocios, y aun tengo asuntos pendientes en el País Magenta. Así que mi mansión estará a su completo cuidado cuando eso pase.- decía Grygera, seguía con esa mirada tranquila y la sonrisa en su rostro, fuera de encontrar estresantes sus viajes, parecía que disfrutaba el solo imaginarlos. –Su trabajo será fácil, limpiar y mantener todo en orden, vigilar durante el día, comprar alimentos en el mercado, y para usted señorita Haku, cocinar. Este o no presente, eso deberán hacer.
    -Si señor- respondieron al unísono.
    -¿Qué me falta decirles? Tendrán un día a la semana libre, serán los sábados, para ambas. Y su pago va a ser de doscientas monedas de oro a la semana.
    -¡¿Cuánto?!- gritó Miku sin contener su impacto. Resultaba un pago muy alto para una sirvienta.
    -¿Le parece poco?
    -No, no, no. Para nada señor- respondió Haku, al ver que su amiga no reaccionaba. –Es perfecto para ambas.
    -Esta bien, señorita- dijo Grygera sin quitar la vista de Miku, quien seguía petrificada. –Pero si necesitan un aumento… no duden en pedirlo.
    Haku solamente le dirigió la mirada a su nuevo patrón, aun sorprendida por el gran salario y la oferta de un aumento. ¿Quién era en verdad este hombre que ofrecía tanto dinero? ¿Un consejero en verdad ganaba tanto dinero? Esas preguntas daban vuelta en su cabeza y al mismo tiempo formulaba varias teorías sobre como obtenía el dinero y más aun, cuanto tendría en verdad para gastarlo de esa forma.
    -Debo retirarme señoritas- dijo Grygera. –Espero encontrarlas en la cena de esta noche, con permiso.- Y sin decir más, el consejero del País Magenta se dio media vuelta y se perdió entre los pasillos de la mansión, dejando solas a las dos chicas que seguían anonadadas.

    Desde el primer día de trabajo en la mansión Grygera, había quedado confirmado que su trabajo no sería difícil y sólo debían seguir ciertas reglas que sus superiores, Hiroshi el mayordomo y Sara, la sirvienta que tenía mas tiempo trabajando para Grygera; se encargaron de enseñarles. Estas restricciones eran, entre otras, no interrumpir al patrón mientras el estuviera en su estudio, no entrar a las puertas que el plano marcaba con una “x” y no hacer preguntas sobre los ruidos extraños que podrían llegar a escuchar. Para Miku, todas estas reglas eran solo excentricidades de un hombre rico, así que no le dio mucha importancia y se dedicó a obedecerlas.
    Siguiendo todas estas normas, su trabajo resultaba en verdad sencillo: sólo limpiar la mansión, algo sencillo pues, para su sorpresa, los muebles y pisos casi no se ensuciaban; y salir al mercado a comprar algunas cosas que llegaran a faltar, lo cual resultaba divertido para ambas, pues siempre conocían a un nuevo mercader que ofrecía productos nuevos e interesantes, o llegaban grupos de trovadores a cantar leyendas de lejanas regiones. Incluso llegaron a toparse con un circo, que sin duda, lo que más les impactó fue el acto del tragasables.
    Dentro de la mansión, las cosas eran distintas a como se las imaginaban. La facilidad de su trabajo les hacia disponer de mucho tiempo libre que aprovechaban en las clases de cocina de Miku. En palabras de Haku, ella mejoraba un poco con cada lección y pronto sería capaz de cocinar para todos. Otra sorpresa era el trato que Grygera les daba a todos sus empleados; siempre agregaba joven o señorita antes de decir sus nombres, pasaba largos ratos platicando con ellos y, lo que menos esperaban, que Grygera se sentara a comer junto con sus sirvientes. En todo palacio o mansión, los sirvientes rodeaban a su señor mientras el comía y únicamente se acercaban para servirle o recoger los platos; pero aquí, tanto servidumbre como patrón, compartían la mesa.
    A pesar del grandioso trato de su patrón, su buen salario y la comodidad del trabajo, Haku no podía evitar sentir una gran curiosidad por aquellas habitaciones que estaban prohibidas para todo sirviente, a excepción de Hiroshi y Sara. La mayoría de las noches, antes de dormir, pasaba largo rato pensando en que podía guardar ahí, imaginando que había desde objetos de la niñez de Grygera, hasta las más descabelladas ideas, tales como cuerpos humanos o un harem. Una tarde, llena de valor, se decidió a investigar que había ahí.
    Pensó que lo más conveniente era entrar al cuarto más pequeño, así que cuidando de que ni Sara o Hiroshi la vieran, se dirigió a la puerta que estaba entre la estatua de una princesa egipcia y una armadura completamente roja. Abrió lentamente la cerradura y sin hacer ningún ruido, entró a una oscura habitación, iluminada únicamente por siete velas. El interior estaba en penumbras, carecía de ventanas y parecía ser una habitación vacía. En la pared del fondo había siete marcos dorados, que reflejaban la luz de las velas, de los cuales, sólo dos, el segundo y el tercero, estaban ocupados. Uno tenia el retrato de una mujer de cabello castaño corto, vestida con un fino vestido rojo como la sangre. Su pose era extraña, daba la impresión de estar recostada sobre el suelo, llevando su dedo índice de la mano derecha a su boca, como si lo saboreara, con una expresión de placer en su rostro. La otra pintura era de una mujer de cabello rosa, claramente largo, pero recogido hacia arriba y decorado con tres flores amarillas; vestía con un kimono rojo con un diseño de rosas. Se encontraba de rodillas en el suelo, con una expresión sombría en el rostro y unas tijeras en su mano derecha.
    Haku miraba en silencio las pinturas, debajo de cada marco había una placa, al parecer de plata, cada una con una inscripción que no se podía leer. Motivada por la curiosidad, la joven Yowane dio unos pasos más al frente, pero algo la detuvo de pronto.
    -Veo que le gusta mi colección, señorita Haku.- resonó la voz de Grygera. –Pero lamento informarle que esto es una colección privada.
    -Lo siento señor, lo siento.- se disculpó al instante, sin ver a los ojos a Grygera. Sabía que había infringido una de las reglas y esperaba un regaño o algo peor, pero no, el patrón solo le sonreía. –Me equivoque de habitación.
    -Señorita Haku, no tiene que mentirme. Usted es curiosa por lo que he notado, y no tengo nada en contra de ello, yo soy igual. Pero me temo, que si vuelvo a verla en una habitación prohibida, me veré en la necesidad de… amonestarla.
    -Entendido señor Grygera. No se repetirá.
    -Confío en su palabra. Ahora, acompáñenos, ya es hora de cenar y tengo que darles un anuncio importante. Se que les dará gusto a todos.

    -¿Cómo se te ocurre entrar a una habitación prohibida?- reclamaba Miku a su amiga durante la cena. –Te puede despedir por eso.
    -Lo siento. Es que me ganó la curiosidad. Lo siento.
    -Ya déjalo, no importa. Al menos no te despidió- dijo algo molesta. Tras unos segundos, su voz se volvió suave de nuevo y no pudo sobreponerse a la curiosidad que le inundaba. –Y dime… ¿Qué había ahí?
    -Sabía que me preguntarías- respondió con una sonrisa. –No había gran cosa, sólo unas pinturas de dos mujeres… que daban miedo.
    -En este lugar todo da miedo.- ironizó la chica de cabello verde, provocando la risa de ambas, que de inmediato tuvieron que callar ante la mirada inquisitiva de Sara.
    Ella susurro algo a Grygera, quien de inmediato asintió y llamó la atención de todos golpeando su copa con un tenedor.
    -Señoritas, joven Hiroshi. Presten atención a lo que debo decirles.- dijo con su voz potente que resonaba en todo el comedor. –Es un gusto informarles que en los próximos días, el País Verde recibirá la visita de un distinguido miembro de la realeza; que según he escuchado, se trata de príncipe Shion Kaito, del País Azul.
    Al escuchar esto, todas las sirvientas, a excepción de Sara, lanzaron un grito de emoción y comenzaron a murmurar entre ellas. Axel se limitó a sonreír, esto confirmaba los rumores de que el príncipe del País Azul era sumamente popular con las jóvenes de todo reino. Se levantó de su asiento y levantando la voz, llamó la atención de sus empleadas.
    -Ya sé que a todas les emociona el saber esto, pero no olviden dormir esta noche. Serán días de trabajo duro, pues pienso invitarlo a cenar y tal vez acepte quedarse aquí unos días. Cuento con que todos aquí trabajaremos para darle su debida bienvenida al príncipe.
    -¡Por supuesto, señor!- grito Miku al mismo tiempo que se puso de pie. Al darse cuenta que había dejado sorprendidos a todos, incluyendo a Grygera, no pudo evitar sonrojarse y totalmente apenada, tomó de nuevo asiento.
    -¿Te emociona mucho verdad?- pregunto Haku con una sonrisa.
    Miku no contestó, únicamente asintió con una cabezada, mientras escondía su ruborizada cara entre sus cabellos.
     
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    Sango Asakura

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    No me lo esperaba, realmente no me esperaba que Grygera fuera el recolector de los pecados capitales! Te quedó muy bien el cap, ocurrieron cosas que no imaginaba y eso que tu historia todavia no llega a su climax. Me muero de la curiosidad de saber que hay en las demás habitaciones, además de que el principe Kaito hará su aparicion de nuevo ¡yupi!
    Me dejaste imprecionada por estas revelaciones, espero y haya otros giros en este fic que haces que nunca se vuelva monotono.
    Felicidades y espero conti!
     
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    Al Dolmayan

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    Antes de empezar, quieor decirles ¡Feliz Navidad! (algo atrasado je je). Y agradecer a sangoasakura por sus comentarios en este fic :P
    Y no, Grygera no ocupa el lugar del juez Marlon; aunque si quieor dar la idea de que es alguien más tras la pista de los pecados. Ahora si, el capitulo que siguie.



    Capítulo XII​
    “Los extranjeros”​
    -A toda joven él enamoro-​
    Era una fresca mañana en el País Verde. Una ligera brisa soplaba por los terrenos, sacudiendo delicadamente los árboles. En la ciudad, la actividad era muy poca, siendo sólo unos cuantos comerciantes quienes caminaban por las calles para alistar sus puestos; en los muelles no era diferente, las pocas personas que por ahí transitaban eran pescadores, algunos apenas saldrían a mar abierto, mientras que otros ya regresaban con sus redes llenas y muchos más se encontraban en medio del mar. Uno de estos pescadores, el más alejado del grupo, fue el primero en ver un lujoso barco, tan grande como ocho casas, con al figura de una sirena con los brazos extendidos en la proa y blancas velas, que se acompañaban de una bandera azul.
    En cubierta, detrás de la sirena, un joven de cabello azul recibía encantado el soplo del viento salado en su rostro, mientras sonreía al ver que se acercaban a su destino.
    -¡Próximo destino! ¡El País Verde!- dijo un muchacho de cabello blanco que se acercaba –Vaya Kaito, no te veía sonreír así desde la fiesta en el manantial.
    -Y esa si que fue una fiesta- dijo con un tono pícaro en su voz. –Aunque a fin de cuentas, ninguno pescó nada. ¡Pero como nos divertimos!
    -¡Eso es lo que cuenta!- gritó Piko, provocando las risas de ambos. Cuando recuperaron el aliento, después de profundos suspiros, el joven de cabello blanco siguió hablando. –Sabes… cuando me contaste este alocado plan tuyo, creí que te habías vuelto loco y esto aun me parece una locura. Pero amigo mío, también debes saber que te apoyo en esto y, hasta podría ser beneficioso para mi, digo, en vista de que tu hermana es intocable para mi.
    -Así se habla Piko. Ahora debemos centrarnos en disfrutar este viaje y encontrar a nuestras princesas.
    -Más bien campesinas.

    El barco finalmente tocó puerto en la País Azul, ante el asombro de varios pescadores que no daban crédito a lo que sus ojos vean, ningún barco así había llegado al País Verde, nunca. Era la primera vez que alguien tan importante, como murmuraban entre ellos, se atrevía a visitar un reino de campesinos. Todos se acercaban curiosos al barco, aunque guardaban cierta distancia, esperando la aparición de varios guardias. Y en efecto, un pequeño grupo de soldados vestidos con armaduras azules salió del barco rápidamente, delimitando un perímetro seguro para el príncipe. En efecto, quien venia en ese barco era alguien importante.
    Después de los soldados, el siguiente en bajar fue un hombre de ropas grises, que jalaba las riendas de dos caballos blancos, ya ensillados, haciéndolos bajar por el puente que unía al barco con el puerto. Un par de sirvientas le seguían muy de cerca, abriéndole pasó al joven Utatane, de cabello blanco y ropas grises, que caminaba junto al príncipe Kaito, que vestía su ya acostumbrado traje blanco y una rosa azul sobre su corazón.
    Los pescadores que en el muelle se encontraban, miraban sorprendidos a los recién llegados, eran pocos quienes los ignoraron y otros cuantos, que al parecer los reconocieron de inmediato, salieron corriendo hacia el pueblo.
    Kaito y Piko permanecieron en silencio unos segundos, admirando la sencilla arquitectura del lugar; no era nada lujosa ni llamativa como la que tenían en el País Azul o como lo había visto el príncipe cuando viajó al País Amarillo. También las personas eran distintas y lo primero que notaron fue que todos, absolutamente todos los presentes, tenían el cabello y ojos de color verde.
    -Son mis nervios, o todos aquí se ven iguales- dijo irónicamente Piko.
    -Piko, se más respetuoso.- reprimió Kaito a su amigo. –Pero admito que si es extraño ver a toda la gente con el mismo color de cabello.
    -Ahora tú debes ser respetuoso.
    -Disculpen que los interrumpa, su alteza, joven Utatane- intervino el hombre que llevaba a los caballos. –Los guardias están listos para acompañarlos y sus caballos ya están debidamente ensillados.
    -Ah, muchas gracias- dijo al instante Piko.
    -Si pero…- agregó Kaito. –Esta vez iremos sin escolta. Así que descansen, quédense en el barco o den una vuelta por la ciudad, no necesitare de sus servicios hoy.
    -Pero… pero su alteza- tartamudeo el hombre. –No podemos dejarlos ir sin protección.
    -Kaito, yo creo que el mar te revolvió las ideas. El lugar puede ser peligroso, y no creo que nos confundamos con los lugareños…
    -Oye, tranquilo. No queremos llamar aun más la atención; y recuerda que tenemos un plan- dijo Kaito guiñándole un ojo a su amigo de cabello blanco.
    -El plan, ¡cierto! Y los guardias, sin ofender, podrían arruinarlo.- agregó Piko parándose frente al sujeto de los caballos. –Ya escucharon al príncipe, iremos solos. Yo cuidare de este muchacho.
    -Su majestad, mis órdenes son…
    -Deja esas órdenes viejas. Yo mando aquí y ordeno que nos dejen ir solos.- dijo firmemente y subió a su caballo. –Regresaremos en unas horas. Tal vez hasta el anochecer.
    -Caray. Amigo mío, tu si que quieres divertirte hoy.- exclamó Utatane con su ya acostumbrado tono pícaro.
    Cuando ambos estuvieron ya montados en su respectivo caballo, y lograron por fin convencer a los guardias de que les dejaran ir solos, los dos amigos del País Azul cabalgaron por las calles de la pequeña ciudad antes las curiosas miradas de los habitantes, dirigidas principalmente a Piko, que no tardó en notarlo.
    -Kaito… ya me cansé de que me vean raro.
    -Tranquilo, no deben estar acostumbrados a extranjeros.
    -No. Sí están acostumbrados a extranjeros, pero no a sujetos de cabello blanco como yo.- dijo un tanto molestó, se volvió a una pareja que lo veía desde su casa y les gritó –¡En el País Azul el cabello blanco es muy común!
    -Piko, tranquilo- dijo Kaito entre una sonora carcajada. –El plan es atraer a las damiselas, no ahuyentarlas. Y con esos gritos, más que un noble pareces un oso- seguía diciendo entre sus risas.
    -Así que quieres atraerlas, déjamelo a mí.- mencionó Utatane tirando de las riendas de su caballo.
    Se acercó a un grupo de jovencitas que miraban con mucha curiosidad a Kaito y murmuraban entre sí.
    -Buenos días señoritas- saludó a las jóvenes. –Mi nombre es Utatane Piko, vengo del País Azul.- dijo con seriedad. –He notado que miran con curiosidad a mi compañero y murmuran entre si. ¿Puedo preguntar por que lo hacen?
    Ellas permanecieron en silencio unos segundos, mirándose entre si algo apenadas, hasta que finalmente la que parecía ser mayor, de verde cabello trenzado, le respondió.
    -Escuchamos el rumor de que… el príncipe Kaito había llegado- dijo insegura, volteando a ver varias veces a sus amigas, quizá en busca de apoyo. –Y creemos que es él.
    -Entiendo señoritas.- respondió Piko. Guardó silencio un momento y siguió hablando. –Pues sus sospechas son ciertas, están viendo al mismísimo príncipe Shion Kaito. ¿Por qué no van a saludarlo?- mencionó con una sonrisa de oreja a oreja –Está ansioso por conocer a las damiselas de este reino.
    Los ojos de aquellas muchachas se llenaron de brillo al instante. Al parecer, aquel rumor que circulaba en el País Azul, sobre como toda chica que viera al príncipe Kaito quedaba flechada, era cierto. Sin dudarlo dos veces, ella dejaron a Piko sólo y fueron directo a donde Kaito, quien algo confundido les saludó con una sonrisa. Ellas, encantadas, le regresaron el saludo con una reverencia y buscaron sacarle conversación.
    Mientras aquellas pueblerinas lo rodeaban, el príncipe de azul seguía con la mirada a su colega, quien ya estaba platicando con otras jovencitas y no dejaba de señalar a donde el estaba. Al cabo de unos minutos, ese mismo grupo se acercaba a Kaito, mientras que el joven Utatane iba tras otras chicas. En menos de una hora, una multitud de mujeres de entre 15 a 23 años rodeaban al príncipe del País Azul quien, desconcertado por tanta atención y hasta nervioso, buscaba a su amigo a lo lejos con la mirada, sin resultado, pues este había desaparecido.
    -¿Es cierto que buscas esposa aquí?- preguntó una de las chicas.
    -¿Perdón?- respondió alterado el príncipe. Comenzó a reírse nervioso, mientras que en su mente se preguntaba que cosas les había dicho Piko. –Bueno sobre eso… no se que cosas les ha dicho Piko, pero solo venimos de visita.
    -¿Piko es el muchacho de cabello blanco?- preguntó otra. –Porque fue él quien nos dijo eso.
    “¡Lo sabía!” pensó Kaito, al momento que su mente se llenaba de imágenes donde Piko era castigado con lujo de violencia, pero manteniendo una sonrisa en el rostro. Pero muy en el fondo, disfrutaba estar rodeado de tantas jovencitas.
    -No debieron hacerle caso, es un mentiroso. Aunque… esta es una linda bienvenida a su reino. Ver a tantas damas, y todas tan bellas.- dijo para ganar algo de tiempo. Aunque la idea era buscar esposa, el plan de Kaito era muy diferente a lo que había hecho Piko.
    Al cabo de un rato, y después de que la multitud de mujeres que rodeaban a Kaito creció aun más, el joven Utatane reapareció en una de las calles del pueblo, montado en su caballo, pero ahora le acompañaba una chica de ropas rojas y cabello corto hasta el cuello, sin duda, la conquista de su amigo.
    El joven noble miraba alegre los efectos de su travesura, ver la cara de Kaito en apuros siempre resultaba divertido y más ahora si era a causa de una multitud que le acosaba con planes de matrimonio.

    No muy lejos de ahí, entre los mercados, se paseaba Miku con una canasta. Estaba de compras, consiguiendo con los alimentos que Sara le había entregado en una larga lista. Se detuvo unos segundos frente a una panadería; aunque en la mansión tenían pan de sobra, la verdad era que ella apenas y pudo comer un par de frutas ante el apuro de su compañera que le apresuró a salir de compras, ya hacia unas dos horas de esto, así que el hambre comenzaba a ser insoportable. Disimuladamente contó las monadas que le quedaban, no necesitaba más de tres para comprar una pieza; pero tampoco podía faltarle el dinero, aun debía comprar unas cosas y no quería fallarle a Sara, no porque se llevaran muy bien, sino porque sus castigos resultaban, en palabras de sus otras compañeras sirvientas, un tanto crueles.
    Dio un suspiro, totalmente resignada a no comer pronto, guardó las monedas y siguió su camino, que se vio interrumpido por un grupo de chicas que corrían hacia la plaza principal. Motivada por la curiosidad, se fue tras ellas para averiguar porque tenían tanta prisa. Justo al dar vuelta en la esquina más cercana, se topó con una multitud de mujeres que se conglomeraban alrededor de un chico de traje blanco, pero era incapaz de reconocerlo dada la gran distancia a la que se encontraba. Intentó en vano acercarse, pero al ver que era imposible, dio la vuelta y regresó al mercado, algo decepcionada por no descubrir el porque de lo ocurrido.
    Tiempo después, una vez que Miku cumplió con todos los alimentos enlistados, y calmar un poco su hambre con una pieza de pan que, para su buena suerte, el dinero para la despensa le permitió comprar; y sin ninguna prisa por regresar a la mansión, la joven Hatsune paseaba con toda la calma del mundo. A pesar de tener ya varios meses viviendo en esa ciudad, conocía muy poco de la misma, sólo algunos lugares que había visitado con Haku en sus días libres y eso, todos estaban en las afueras, donde podían estar lejos de todo.
    El ambiente era agradable, el sol brillaba sobre el País Verde y la fresca brisa marina se encargaba de refrescar hasta el último rincón del poblado; las calles al fin se encontraban vacías, los montones de chicas que se agruparon en la plaza central se habían ido de pronto, así que Miku podía pasearse con toda tranquilidad, a su pasó, todas las personas que la veían le dirigían una sonrisa y le saludaban. Resultaba muy agradable que todos le saludaran con gusto, aunque pensaba que era por ser una empleada de Grygera, ya que también a Haku le trataban muy bien, a diferencia de cómo era en su pueblo natal; otra razón que la tenia muy feliz de vivir en la mansión Grygera, podía salir sin temor a nada con su amiga.
    Pensar en todas esas cosas le ponía de muy buen humor y no tenia pena por demostrarlo con una alegre sonrisa y un brillo lleno de vida en sus ojos. Los saludos de todos los pueblerinos, las risas de los niños al jugar, las palomas volar sobre su cabeza, todo era perfecto. Sin pensarlo, sólo dejándose llevar por la felicidad del momento, comenzó a cantar. Era una trova ya vieja, que narraba la felicidad que provocaba en una persona el hecho de ver el maravilloso mundo que le rodea. Su voz era realmente hermosa, un deleite al oído. Comenzó por entonarla en voz baja, pero fue subiendo su volumen conforme caminaba, hasta el punto en que toda la calle podía escucharla.
    Los vendedores se asomaban desde sus negocios para conocer a la mujer de bella voz, las personas que caminaban por la calle se detenían a su lado y después le seguían para no perder ni una nota, hasta los niños más escandalosos guardaron silencio para escucharla cantar. En poco, el sonido de su dulce voz resonaba por toda la vía, encantando a los presentes.

    -¿Escuchas eso Piko?- pregunto Kaito, avanzando por una de las calles junto con su caballo.
    -Si, es el sonido de la respiración de Saya- dijo el noble, besando la mano de la chica de vestido rojo, quien se puso del mismo color que su ropa.
    -Eso no. Escuchen con atención… alguien esta cantando.
    -Oh, esa voz.- dijo Saya, que montaba el caballo de Piko. –No se puede confundir, es una chica que trabaja en la mansión.
    -Una sirvienta… tiene una voz hermosa.- dijo Kaito, totalmente distraído.
    -¿Y canta muy seguido?- le pregunto Utatane
    -Siempre que sale al mercado.
    -Parece que encontramos a la cantante del pueblo, amigo mío.- se dirigió a su amigo príncipe, quien no respondió, pues ya se había acercado a escuchar a la joven cantante. –¿Que te parece? Le doy la espalda un segundo y el se va sin avisar.- dijo indignado a su compañera.
    Con dificultades, el príncipe de azul se abrió paso entre la multitud. En principio no le permitían el paso, pero al verlo y darse cuenta de quien era, las personas se hacían a un lado para abrirle el paso; aunque una que otra señorita intentó retenerlo.
    Finalmente pudo llegar al centro, a tan solo unos pasos de la chica de bella voz, que le daba la espalda; pero dejaba ver las expresiones de los ancianos, quienes seguían la letra, solo que en voz baja, y de los niños, que se mecían lentamente siguiendo al melodía. Kaito echó un vistazo a su alrededor. Todos los presentes sonreían; la felicidad de aquella chica se les contagiaba al escuchar su voz, y poco a poco, también entraba en el príncipe del País Azul. El joven había quedado maravillado con aquella mujer y ni siquiera le había visto el rostro.
    La canción llegó a su fin. Todos los que ahí se encontraban, rompieron el silencio con sonoras aclamaciones y fuertes aplausos, algunos pedían incluso que cantara de nuevo. Cuando Miku volvió en si, se sorprendió al ver la gran cantidad de personas que se habían reunido para escucharla, lo que provocó que se le subieran los colores al rostro, algo apenada. Hizo una reverencia y dio las gracias por escucharla, aun con su cara roja. Ya estaba a punto de irse, cuando una voz masculina le habló, pidiéndole que se diese la vuelta.
    Así lo hizo ella y al girar quedo cara a cara con el príncipe Kaito, quien le sonreía amistosamente.
    -Tengo que decirle, señorita, usted canta hermoso- dijo él.
    -¿Príncipe Kaito?- logró decir Miku después de trabarse varias veces al intentar hablar. De nuevo se ruborizó y se quedó muda por la impresión. En el retrato que Axel les mostró a las sirvientas, el príncipe de azul era muy apuesto, pero en persona lo era aun más.
    -Si, el mismo. ¿Cuál su nombre señorita?
    -Soy… Ha-hatsune…- apenas podía articular la chica de verdes cabellos. –Hatsune Miku, su alteza.
    -Hatsune Miku- repitió él con una sonrisa. –Debo decirle, que disfruté su interpretación. Me hizo sentir su felicidad señorita, en verdad que cantó muy bien.
    -Muchas gracias- respondió ella, aun sorprendida.
    -Tiene una voz majestuosa. Sería todo un placer escucharla cantar de nuevo.
    -Bueno… si… si así lo desea.
    -Lamento interrumpir, pero creo que tendrá que esperar, su alteza.- se escuchó la voz de un hombre.
    De la nada, el señor Axel Grygera, vestido con su típico traje negro y cargando su bastón, había aparecido al lado de ambos jóvenes quienes reaccionaron dando unos pasos atrás y soltando un leve grito. Ambos jurarían que él no estaba ahí hacía un segundo.
    -También me da gusto verlos- respondió Grygera cómicamente. –Su majestad, bienvenido al País Verde. Es un gusto verlo de nuevo.
    -¿Gracias?- dijo Kaito, aun asustado. –Espere… yo a usted lo he visto antes. En el País Amarillo, en ese baile de las… flores amarillas.
    -En verdad es rosas amarillas, pero efectivamente, ahí nos vimos por primera vez. También recuerdo que lo vi en la academia de filosofía del País Gris.
    -¿Usted estaba ahí?
    -¡Por supuesto! Ese lugar casi es mío- dijo, después soltó una carcajada y recuperó la compostura. En la mente de Miku, dos palabras describían a su patrón: “muy raro”. –Me sorprende- continuó. –que alguien de la realeza se interese en las teorías y propuestas de los filósofos, tan contrarías a su ideología.
    -Cosa de mi padre, pensó que debía conocer a que me enfrentare.
    -El mundo siempre está en cambio constante, es inevitable.- dijo Grygera.
    Los tres permanecieron callados. La platica se había vuelto incomoda para Miku, que optó por voltear a otro lado y ver como el publico que había reunido con su canto se alejaba poco a poco al comprender que, al menos por ahora, no cantaría de nuevo.
    -Señorita Miku, le recomiendo regresar cuanto antes a la mansión. Sara ya está algo molesta.
    -¿Eh? Lo siento señor, lo siento. Me adelantare.
    -Tranquila señorita, le acompañare. No queremos que enfrente usted sola la ira de Sara, ¿verdad?- le dijo Axel. Se volvió hacia Kaito y mirándolo a los ojos, le sonrió y agregó. –Sería un honor que nos acompañara esta noche a cenar, su alteza.
    -Gracias por la invitación. Espero no sea un inconveniente que me acompañen Piko y su… em… amiga.
    -¿El joven Utatane también esta aquí?- se emocionó Grygera. –No es inconveniente, entre más invitados, es mejor. Los esperamos esta noche. Y no hay pierde para llegar a mi morada, cualquiera aquí les puede guiar.
    -Entiendo. Ahí estaremos esta noche señor.
    -Estaremos esperando. Con permiso.- hizo una reverencia y se dio la vuelta. –Señorita Miku, vámonos.
    -¡Si señor!- respondió ella. –Con su permiso, majestad. Fue un gusto conocerlo.
    -El gusto ha sido todo mío- le dijo con una sonrisa.
    -Lo veré… esta noche.- respondió Miku, levemente sonrojada. Se dio la vuelta y se fue caminando detrás de Grygera.

    El príncipe se quedó parado, viendo como ambos se perdían entre los edificios y la gente. Algo en la joven sirvienta lo tenía fascinado, y no era únicamente su voz. De pronto, sitio que una mano se posaba en su hombro y era levemente sacudido.
    -Despierta amigo- se trataba de Piko, que trataba de sacarlo de su trance. –Es temprano y aun tenemos mucho que hacer.
    -Ya no Piko, creo que ya encontré a la indicada.
    -Te refieres a la sirvienta de Grygera?
    -Ella misma. Me ha llenado la vista y el oído. Además, sólo mírala, ella es el vivo retrato de una persona feliz. Debo conocerla, debo acercarme.
    -Es una sirvienta, trabajan la mayoría del tiempo.
    -Tal vez. Pero el mismo Axel Grygera me ha dado la oportunidad de conocerla.
    -¿Kaito?
    -Si tienes planes, cancélalos.- ordenó el príncipe. –Esta noche iremos a cenar a la mansión Grygera.
    -Pero… invite a Saya a cenar.- replicó el joven de cabellos blancos.
    -Invítala con nosotros entonces. A Grygera no le incomodara.- dijo Kaito con una sonrisa. Se volteó de nuevo al camino, por donde Miku y el misterioso señor Grygera habían desaparecido.

    -¿Conociste al príncipe?- preguntó una de las sirvientas de cabello violeta, llamada Suzume, a Miku. -¿En verdad conociste al príncipe Kaito?
    -Si- respondió un tanto asustada. –Ya les dije que así fue. Me escuchó cantar y… y le gustó.
    -Tranquila Miku- le decía Haku, que tomaba su mano.
    La sala de la mansión Grygera se encontraba ocupada por seis de las sirvientas, incluyendo a Miku y Haku, todas alrededor de la joven Hatsune, preguntándole sobre su encuentro con el príncipe Shion Kaito.
    -¿Es cierto que es tan apuesto como dicen?- pregunto otra, de cabello rubio. Su nombre era Erika. –¿O como se ve en los retratos?
    -El pues…- susurró Miku, sonrojándose levemente. –Es… es mucho mas guapo de lo que pensé. ¡Si! Es más apuesto en persona.
    -¡Y pensar que vendrá esta noche!- exclamó Kasumi, una criada de cabello negro. –Conoceremos al príncipe esta noche.
    -Siento envidia de Miku, ella ya se lo ganó con su canto- comentó Erika.
    -¡Erika! ¿Que cosas dices?- respondió Miku un tanto nerviosa.
    -Creo que exageran un poco- intervino Haku, un tanto seria. –Apenas se han visto… no creo que debamos comentar esas cosas.
    -Vamos Haku, es divertido el pensar algo así- dijo Hilda, otra sirvienta de cabello rojizo. –El creer que algún día, un príncipe, un duque o cualquier noble puedan fijarse en una sirvienta como nosotras, es tan…
    -Poco probable- intervino una voz severa, femenina, pero que causaba miedo. Sara, la mayor de las sirvientas de Axel Grygera, se acercaba al grupo. -¿Qué es este alboroto? Tenemos mucho que hacer antes de esta noche, y ustedes perdiendo el tiempo.
    -Ay Sara. No seas una aguafiestas- reclamó Kasumi. –Estamos así porque el príncipe Kaito vendrá esta noche.
    -¡Por eso mismo deberíamos estar trabajando! Vamos, vamos, todas a limpiar y a preparar el comedor para esta noche, alisten sus uniformes de gala. Haku, te necesito en la cocina.- ordenó Sara, provocando que las demás sirvientas se alejaran, a excepción de Haku. –En cuanto a ti Miku. Deberías ser reprimida por demorarte tanto en llegar con la comida.- le dijo con una voz profunda, que atemorizaba. –Pero, como gracias a eso, Axel encontró al príncipe, supongo que lo pasare por alto. Por esta ocasión.- dijo ella, con una sonrisa, que no disimulaba su intimidante expresión.
    Resultaba curioso que, de entre todas las sirvientas, incluyendo a Hiroshi, nobles, miembros de la realeza y demás personas, Sara era la única que se refería al señor Grygera por su nombre, incluso frente a él. Tal vez era a causa del tiempo que tenían de conocerse.
    -No se repetirá, Sara.
    -Eso espero. Haku, te espero en la cocina; Axel ya me dio la lista de los platillos que quiere para esta noche.- dijo la sirvienta de cabello azul y ojos similares a los de un felino. Se dio la vuelta y echó a andar hacia la cocina.
    Las dos amigas se quedaron solas, mirando como Sara se alejaba. Esperaron a que desapareciera tras el umbral de la puerta y dieron un largo suspiro de alivio.
    -Sara… asusta.- dijo Miku.
    -Lo sé. Y yo estoy con ella todo el día en la cocina.- comentó resignada. –A veces hace cosas muy… raras. Y hace comentarios muy extraños.
    -Me imagino que cosas te dice. Kasumi y Suzume me han contado ciertos incidentes. Es muy rara.
    -Si, y me da miedo estar a solas con ella.- dijo Yowane, suspirando. –A veces siento que si me descuido, ella hará algo como…
    -¡Haku!- como si le hubieran invocado, el grito de Sara les interrumpió. -¡Haku! Ven rápido, mujer. La mitad de los platillos solo sabes prepararlos tu.
    La hija de blanco, como se le conocía en su pueblo natal, de nuevo dio un largo suspiro, se puso de pie y dio unos pasos al frente.
    -Ya voy Sara- respondió desanimada. –Me asusta.- dijo, volviéndose a Miku.
    Ella la miro con una sonrisa, se paró frente a ella y le tomó las manos.
    -No tengas miedo Haku, yo voy a estar cerca en todo momento, así que no podrá hacerte nada.- le dijo con una sonrisa. –No te dejare sola.
    -¡Gracias Miku!- exclamó Yowane, abrazando a su amiga. La soltó y le devolvió la sonrisa. Comenzó a caminar rumbo a la cocina, pero a medio camino se detuvo y volviéndose para con su amiga, le dijo. –Miku, deberías arreglarte muy bien. Tienes que sorprender al príncipe esta noche.- se dio la vuelta y a paso apresurado se metió a la cocina, dejando sorprendida y sonrojada a Miku.
     
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  8.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Los elotes no tienen maiz, los elotes no tienen maiz (sino maíz, con asento en la "i" XD!). Bueno, eso tengo que decir para tranquilizarme, no puedo creer que apenas hay leve MikuxKaito y ya empiezo a perder los estribos, bueno, dejando fuera eso, me gustó tu cap, ese par de mujeriegos y su "fiesta en el manantial", qué cosas habran hecho en esa dichosa fiesta XD!
    Ese grygera si que da miedo, aparece en cualquier lugar, no se porque ne recordó a Brake de Pandora hears, solo le falta salir del ropero o de debajo de la cama jaja.
    No encontré faltas de ortografia (será por qué yo no se nada sobre eso) más que unos cuantos errores de teclas, pero nada fuera de eso.

    Espero conti así que ¡animo! y de paso ¡Feliz navidad! (atrasada) y ¡Feliz y prospero año nuevo! (adelantado) :D
     
  9.  
    Al Dolmayan

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    Título:
    La hija del mal
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    ¡Feliz año nuevo!
    Solo por eso vengo dejarles este capitulo.
    Tengan un prospero y productivo 2013

    Capitulo XIII
    “El príncipe y la sirvienta”​
    -Y ella será la dueña de su corazón-​
    Había caído la noche sobre el País Verde, sus calles eran alumbradas por modestos faroles y el cielo se acompañaba por las estrellas y la luna. Tal vez por la humildad de la ciudad y la poca iluminación, los astros parecían brillar con mayor intensidad que en otros reinos, algo que notaron inmediatamente los viajeros del País Azul en su camino a la mansión Grygera.
    -Nunca la había visto brillar tanto- mencionó Piko. –Hasta se ve más grande.
    -La luna y las estrellas siempre se ven así en este reino- dijo Saya. –Los pocos extranjeros que vienen de visita dicen lo mismo.
    -¿A cuantos extranjeros conoces?- preguntó celosamente Piko.
    -No te asustes Piko- le calmó la chica, que no pudo evitar reírse. –Mi padre es dueño de varias posadas, por eso los he escuchado.
    -Ahí tienes amigo- mencionó Kaito –Puedes confiar en Saya- se rió por lo bajo y, acercándose, le susurro. –Lo que me parece raro, es que te pongas celoso.
    -¡Kaito! Quiero que confíe en mí, darle buena impresión, tú sabes.
    -Si claro… ese no es el Piko que conozco.
    -Hombre, por favor. No me hagas quedar mal con ella.
    -Hare lo posible- respondió le príncipe riéndose.
    -Disculpe… ¿de que tanto hablan?- intervino Saya, temiendo cometer un error por interrumpir al príncipe.
    -Ah Saya, no te preocupes- dijo Piko al instante. –Asuntos del País Azul si.
    -Oh, lamento la interrupción, pero estamos por llegar a la mansión.- señaló a joven al frente, donde se encontraba un edificio de gran tamaño, rodeado por una larga barda y rejas que en su centro, tenían las letras AG, marcando los dominios de Axel Grygera.
    Las puertas se abrieron de pronto, sin que nada a la vista les moviera, apareciendo detrás de estas Axel Grygera, acompañado por Hiroshi y Sara; el primero vestía un traje incluso mejor que aquel que pertenecía al señor de la casa, mientras que la sirvienta usaban un uniforme distinto al acostumbrado, en lugar del típico vestido negro de criada, vestía uno más largo que llegaba hasta el suelo, completamente azul, con un pequeño saco blanco.
    -¡Sean bienvenidos a mi morada!- vocifero Axel, ciertamente, estaba emocionado. –Siéntanse en confianza de pedir lo que deseen y yo haré lo posible por dárselos.
    -Es muy amable señor Grygera- dijo Kaito. –Gracias por invitarnos a cenar esta noche.
    -Si, estamos muy agradecidos con usted. Si visita el País Azul, seremos tan hospitalarios como lo ha sido con nosotros.- añadió Piko. Después, sonriendo traviesamente, agregó. –Yo se que pedirá Kaito esta noche.
    -Lo que sea, no dude en pedirlo, su majestad.
    -Ah que Piko- dijo nervioso. –Es una broma, este muchacho siempre está bromeando. No le haga caso.
    Grygera únicamente permaneció mirándolos, en silencio. Les sonrió a ambos, divertido por el comportamiento de los dos jóvenes. Se dio la vuelta y se dirigió caminando lentamente a las puertas de la mansión, seguido por Hiroshi. Sara, por su parte, hizo una reverencia y les pidió a los tres invitados que entrasen a los jardines de Axel, siguiéndola en todo momento. Ellos la obedecieron.
    Le seguían con un paso lento y pausado, pues a lo largo de su camino se detenían a admirar las estatuas, algunas muy extrañas, que decoraban el jardín; al igual que los numerosos árboles y otras plantas, cuyas flores les resultaron completamente desconocidas. Tratando de adivinar, en distintas ocasiones, de que flores se trataban, fueron regañados por Sara, quien los apresuraba con el pretexto de que la comida se enfriaba. Saya, estaba segura que las flores de un rosal amarillo brillaron al momento en que pasaron frente a el, mientras que Kaito creyó ver un rostro dibujarse en uno de los árboles.
    Finalmente llegaron a la mansión. En el vestíbulo, esperándolos, se encontraban las seis sirvientas restantes, formadas en dos filas a los lados de la alfombra central. A la derecha se encontraban Suzume, Kasumi y Haku; a la izquierda se encontraban Erika, Hilda y Miku, todas vistiendo el mismo uniforme que Sara. Al instante en que los tres invitados entraron a la mansión, las criadas les dieron la bienvenida al unísono e hicieron una reverencia. Sara los hizo caminar más, pasando de largo a las sirvientas, quienes los siguieron en cuanto les hubieron rebasado. A pesar de que todas, incluyendo a Haku que parecía ser la menos emocionada, después que Sara, con la llegada del príncipe de azul; le miraban sumamente entusiasmadas, aunque los ojos de Kaito únicamente se centraban en Miku. Al percatarse de esto, la señorita Hatsune se sonrojo un poco, pero en vez de voltear a mirada, le dirigió una sonrisa. Haku, dándose cuenta de ello, no pudo evitar sentir gusto por su amiga. Siguieron caminando hasta el comedor, donde Hiroshi servia el ultimo plato y Grygera les esperaba de pie, a un lado de su silla, en la cabecera.
    -¡La cena está servida!- vociferó el señor de la casa. –Tenemos toda una variedad de platillos para deleitar sus paladares; distintas clases de carne, jamón, pollo, ternera y faisán, varios pasteles de piñones así como tazones con verduras cocidas y crudas, y un gran tazón lleno de una masa negra con puntos blancos, la cual Grygera decía ser el creador de dicho platillo. –Por favor, tomen asiento.

    Grygera, como señor de la casa, se sentó en la cabecera de la mesa, frente a todos; a su derecha estaban los invitados, el príncipe Kaito, Piko y Saya, y después Suzume e Hilda; a la izquierda se sentaron Sara, Erika, Miku, Haku y Kasumi, finalmente al fondo, se encontraba Hiroshi, el único que trabajó en toda la noche. Ya sentados a la mesa y con las copas de vino servidas, los presentes se dispusieron a cenar.
    -Señor Grygera- dijo Kaito después de un rato. –hemos asistido a diversos palacios y mansiones, pero ninguno nos había ofrecido un banquete tan delicioso como este. Y ni que decir del vino, nunca había probado uno igual.
    -Sólo lo mejor para mis invitados, pero si debemos agradecer a alguien por esta cena es a nuestras cocineras, Sara y Haku.- señaló a las dos sirvientas, provocando un leve sonrojo en el rostro de Yowane, mientras que Sara menciono en voz baja “ninguna preparo esa masa negra”. –En cuanto al vino, asumo responsabilidad, elegí el mejor de la reserva.
    -Pues debe ser usted todo un conocedor; nunca me habían ofrecido un vino como este.
    -No sé si en verdad soy un conocedor, pero si le puedo asegurar que soy muy adepto al vino.
    -¡Y vaya que lo es!- dijo por lo bajo Kasumi, causando las risas de Haku y Miku, que luchaban por contenerse ante la mirada de Sara.
    -Y yo debo agregar- intervino Piko –Si me disculpan y sin ninguna fan de ofender; es la primera vez que compartimos a mesa con la servidumbre.
    -Lo imaginaba en verdad.
    -¿Puedo pregunta por qué lo hace?
    -Por supuesto joven Utatane. Para mi es importante mantener una buena relación con mis empleados, si van a trabajar conmigo por diez o quince años, debo asegurarme de tratarles bien.
    -¿Seguro que no tiene algún motivo escondido?- preguntó Utatane con tono pícaro.
    Axel Grygera respondió con una sonora risa y agregó.
    -Para nada joven Utatane, para nada. Le aseguro que aquí no hay más relación que de sirviente y amo; es sólo que me gusta ser más… revolucionario.
    -¿Oíste eso Kaito? Únicamente trabajan para usted. Bien, se ha evitado problemas.
    -¿Por qué dice eso?- preguntó Saya.
    -Si joven Utatane, a que viene el comentario.- se unió Grygera.
    -Ah eso. Bueno… es un caso poco conocido del duque de Yuusan- comenzó a contar Piko, algo nervioso, mientras buscaba apoyo en su amigo Kaito, que parecía estar en algún trance.
    El príncipe dirigía su mirada, aparentemente, a un retrato que estaba en el muro. Era de una mujer en medio de un oscuro bosque, claramente era de noche. Sus cabellos, apenas visibles, eran de un color azul verdoso, sus verdes ojos apenas lograban distinguirse y en su boca estaba torcida de un modo extraño; llevaba un vestido verde, sobre el cual iba un delantal blanco. Toda cubierta por una larga capucha negra. A sus pies se distinguía una canasta de mimbre y dos manzanas rojas en su interior.
    Pero esto lo hacia a fin de mirar, disimuladamente, a Miku.
    Ella no tardó en darse cuenta, y cruzaba la mirada con el príncipe Kaito en todo momento. Al principio sentía pena, pero conforme pasaba la noche, la fue perdiendo.
    Cuando todos acabaron con los platillos de la mesa, Hiroshi se puso de pie en el acto y fue a la cocina con paso presuroso, Sara también se levantó de su asiento y fue a auxiliar al joven sirviente. Al poco rato, regresaron cargando varias charolas, sobre las cuelas traían diversas tartas de frutas, dulce de leche y mazapanes. De estos postres, Saya, Piko y Erika no quisieron probar bocado, pues habían comido demasiado; contrario a Kasumi, que se hartó con los dulces platillos, lo que le causaría un fuerte malestar más tarde.
    Terminada la cena, el señor Grygera se levantó de su asiento, invitó a todos a pasar a la sala principal y pidió que le esperaran unos minutos. Sin decir más palabras, abandonó el comedor a toda prisa, dejando desconcertados a los presentes.
    Sara fue la siguiente en ponerse de pie y dirigió a todos a la sala, una vez ahí ordenó a Miku y Suzume que fueran a la cocina por unas copas de vino e hizo sentar a los invitados en unas sillas con respaldos púrpuras. Hiroshi permaneció de pie, cerca de lo tres jóvenes, mientras que las sirvientas se formaron frente a cada una de las puertas, todas mirando dirigiendo sus miradas al príncipe, a excepción de Sara. Era como si ellas le analizaran, tratando de encontrar sus verdaderas intenciones con Miku, pues bien sabido era, gracias a Erika que vivió en el País Azul, que Kaito Shion y Piko Utatane eran un par de casanovas.
    Al poco tiempo regresaron Miku y Suzume con las copas de vino y las entregaron a los invitados. Cuando Hatsune se acercó al príncipe Shion, este le tomo por el brazo y le dijo al oído que le concediera unos minutos a solas. La joven sirvienta de cabellos verdes dudó unos instantes, permaneció en silencio mirando al príncipe, hasta que finalmente aceptó concederle su petición. Al momento, Kaito se puso de pie y con una sonrisa se disculpó con los demás presentes, diciendo que debía comentar algo con Miku en privado.
    Ambos caminaron juntos hasta la puerta donde Haku esperaba, sólo los miro, a ambos, a los ojos. Dirigió una ligera sonrisa a su amiga para darle confianza, ocultando su falta de confianza hacia el príncipe. Les abrió la puerta y sin agregar nada más, les dejó salir. En cuanto abandonaron la sala, todas las sirvientas, Piko y Saya, corrieron a as ventanas para espiar a la pareja.
    Se encontraban en otra área del inmenso jardín de Grygera, cubierta un verde pasto; numerosos arbustos cortados en forma de cubo y espiral, flores desconocidas de color negro y púrpura, y enormes árboles de duraznos adornaban el lugar, todo iluminado por la luz de la luna. Kaito miraba sus alrededores, asombrado. De pronto, como ya le había pasado a su llegada, vio un rostro dibujado en uno de los árboles, que desapareció al cabo de unos minutos.
    -Disculpa- dijo. –Pero creo que acabo de ver un rostro en aquel árbol.
    -¿Un rostro?
    -Si- respondió, acompañado de una risa nerviosa. –Tal vez bebí mucho vino.
    -No se preocupe príncipe, le aseguro que no se encuentra ebrio. En esta mansión pasan cosas extrañas a veces.- respondió la Miku con una pequeña sonrisa.
    Kaito guardó silencio unos segundos, solo para agregar una pregunta.
    -¿Cosas extrañas?
    -Si. Lo siento su alteza, el señor Grygera nos tiene prohibido habar sobre ello.
    -No, no. No te preocupes por eso; la fama de Grygera se extiende por todo el mundo- mencionó con una sonrisa. –Es sólo que los árboles de nuestras tierras no tienen rostros.
    -Creo que en ningún lugar, alteza.- indicó entre risas la joven sirvienta.
    -Miku… voy a pedirte un favor. Dirígete a mi por mí nombre, no me llames príncipe, alteza o majestad, por favor. Sólo Kaito.
    -Está bien- dijo Miku, un tanto confundida. En su mente se preguntaba el porque de esa petición que resultaba un tanto extraña viniendo de un miembro de la realeza. Pero su duda quedaría resulta muy pronto.
    El príncipe del País Azul le llevó a uno de los rosales más cercanos. Dio un suspiro y dirigió sus palabras a Miku.
    -Tal vez esto parezca muy precipitado, pero debo hacerlo para estar seguro de mi mismo.- habló con una voz calmada, pero que temblaba un poco. –Hay algo en ti, en tu ser que llamó mucho la atención desde esta mañana. Tu voz, el brillo de tus ojos…
    -Kaito… -fue lo único que pudo salir de la boca de Miku.
    -Una noche, es todo lo que pido. Sólo te pido que me acompañes a una velada, mañana. Si te sientes incomoda, por lo que sea, te juro desaparecer de tu vida, ni siquiera visitaré este país de nuevo. Todo lo que pido, es que aceptes mi invitación para cenar mañana.
    Ambos quedaron mudos. Kaito temía haber cometido un error con sus palabras, sonar muy desesperado o sospechoso, algo que incomodara a la joven sirvienta; aunque mostraba gran seguridad en su rostro, por dentro se imaginaba una respuesta negativa. Miku, por su parte, simplemente estaba sorprendida. Las palabras del príncipe, la forma en que lo dijo; esperaba que fuera diferente, con esa picardía o altanería que se decían ser típicas en él. Se habían limitado a verse el uno al otro, entreabriendo la boca un par de veces sin decir nada en realidad.
    Finalmente, Miku respondió a las palabras del príncipe, un tanto tímida y sin ocultar que su rostro se había ruborizado.
    -Kaito… me habían dicho que esto pasaría, pero no quería creerlo.- hizo una pausa. –Dices que algo en mi ha llamado tu atención… creía imposible que algo así ocurriera. Yo…- vaciló un poco. –acepto la invitación con gusto.- dijo finalmente con una sonrisa en el rostro.
    El príncipe de azul, inundado de alegría, también sonrió de oreja a oreja. Tomó la mano de Miku, la besó delicadamente y le dio las gracias por la oportunidad. En la mansión, casi todos se habían alegrado con lo que vieron: Piko, porque su amigo logró una velada con la chica que quería; las sirvientas porque una de ellas había logrado que un príncipe se fijara en una simple criada; pero Haku aun dudaba de las intenciones de Kaito, no quería que su amiga saliera lastimada.

    Al día siguiente, las sirvientas se encontraban corriendo de un lado a otro en la mansión. La única que no se movía de su habitación era Miku, pues sus compañeras a habían prohibido salir hasta que fuera la hora de su cita.
    Entre todas, incluyendo a Sara, se habían puesto de acuerdo para arreglar a la joven Hatsune antes de su velada con el príncipe Shion. Para su fortuna, Axel Grygera se mostró amable y no sólo le concedió a Miku el permiso de ir a aquella cena, también permitió que sus criadas pasaran todo el tiempo necesario con su compañera, incluso fue él mismo quien salió a comprar el vestido que usaría para esa noche.
    La única que tenía dudas sobre el príncipe era Haku, y no desaprovechaba cualquier momento para hacérselo saber a su amiga.
    -¿En verdad estas segura de esto? Ya sabes todo lo que se dice de él, es un casanova junto con Piko. ¿Recuerdas las fiestas que hacia?
    -Si Haku, las recuerdo- dijo Miku. –Erika nos las contó a las dos. Fiestas llenas de chicas de todo el País Azul, lo sé. No debes preocuparte tanto por esto.
    -Lo siento si llegó a ser molesta, Miku. Pero soy tu amiga y temo que sólo quiera usarte para pasar el rato.
    -Haku. Agradezco que te preocupes por mi, amiga.- mencionó con una sonrisa. –De estar en tu lugar, yo actuaría igual. Pero confío en las palabras del príncipe, podrán decir lo que sea de él, no importa, sus palabras anoche fueron… sinceras- dio un suspiro y tomó las manos de su amiga. –Estoy segura que él no hará nada malo.
    -Más le vale, porque te defenderé de lo que sea.- agregó la hija de blanco, simulando la pose de un soldado.
    Ambas sonrieron con el comentario.
    El momento fue interrumpido por unos golpes en la puerta, seguidos por la voz de Grygera.
    -¿Puedo pasar, señoritas?
    -Claro, señor. Adelante.- respondió Miku.
    El señor de la casa entró, seguido por Sara e Hilda, que cargaban con el vestido de Miku, el cual había sido modificado un poco pues Grygera cometió un error con la talla y compro uno más largo. Era un atuendo de hombros descubiertos, de color negro sobre el pecho y los costados hasta las rodillas, siendo el resto de un verde marino. Habían conseguido también, un par de zapatos negros y un collar de esmeraldas con un dije en forma de luna.
    -Señor Grygera- habló Miku abochornada. –No tiene que tomarse tantas molestias.
    -Señorita Miku, esto lo hago gustoso y a cambio de nada. Una dama debe verse radiante en su primera cita, sin importar con quien sea. Le deseo que tenga una magnifica velada con el príncipe. Con su permiso señoritas, les dejo trabajar.- Se despidió y abandono a prisa la habitación.
    Miku y Haku miraban detenidamente el vestido y los accesorios; no les fue difícil adivinar que todo era caro, muy caro, pero Grygera fácilmente podía comprar cientos de vestidos idénticos. Sara se acercó a la joven Hatsune y comenzó a desvestirla sin decir palabra alguna, asuntándola a ella y también a Haku, que no supieron como responder a eso. Ya se habían acostumbrado al comportamiento duro de ella, pero esto era diferente. De inmediato, sin dejar ver el cuerpo desnudo de Miku, Hilda se acercó y comenzó a vestirla, al ver que el actuar de Sara le había sorprendido, intentó calmarla.
    -Discúlpala, es que esta emocionada, como todas aquí.
    -¡Vaya forma de mostrarlo!- gritó aun sonrojada y algo molesta la joven Hatsune. –Al menos debió avisarme.
    -No es el estilo de la sirvienta más ruda del mundo- dijo entre risas Hilda, tratando de calmar el ambiente, pues Sara estaba dispuesta a hablar. –En verdad… todos aquí están muy emocionados. ¿Verdad Sara?
    -Sí, muy felices- comentó después de una pausa. –Por alguna razón, esto tiene a Axel muy entusiasmado, pero ni idea del por qué. No lo había visto así desde que conoció a Montesquieu.
    -Estaba insoportable esa ocasión- recordó entre risas Hilda. –Listo, solo falta peinarte y ponerte el collar.
    -Gracias Hilda.
    -¡Oh Miku!- exclamó Haku. –El vestido de queda de maravilla; luces hermosa.
    -¿Verdad que si? El señor Grygera escogió el vestido perfecto.
    -¿Él lo eligió?- tartamudeo Miku, levemente sonrojada. –Gracias chicas… no se que decir…
    -Sólo mírate al espejo y péinate- ordenó Sara. –El príncipe no debe tardar.
    -Que aguafiestas eres Sara- reclamó Hilda. –Démonos prisa para que la “patrona” no sé enoje.
    -Me rindo, ustedes son imposibles- suspiró Sara, caminando hacia a puerta. –Si él llega y no estás lista para entonces, yo no lo voy a entretener.- sentenció y abandono el cuarto.
    -¿Qué le pasa a ella?- preguntó Haku, desconcertada.
    -Ya ven como es estricta esa mujer.- respondio Hilda, comenzando a peinar a Miku. –No le hagan caso. Miku, pero que largo es tu cabello, y no se enreda; siento envidia.
    -Bueno, con el debido cuidado…
    -¿Qué peinado te haremos?- interrumpió la joven sirvienta, jugando con el cabello de Miku. –Se me ocurre uno alto, que vi en la hija del rey del País Violeta, aunque suelto te quedaría bien.
    -Si no te molesta Hilda, quisiera mi peinado normal.
    -¿Las coletas? ¿Estás segura?
    -Sí. Son parte de mí, ya sabes. No quiero fingir ante el príncipe, ni fingir ser alguien diferente.
    -Bueno… yo creí que usarías algo nuevo para la cena.
    -Para mi gusto, las coletas de Miku siempre se ven hermosas, como lo es ella.- agregó Haku, tomando el cabello de su amiga y comenzando a peinarlo. –Además, así al conoció el príncipe, debemos mantener esa buena imagen.
    -De acuerdo, como ustedes dos digan- se resignó Hilda.
    -Perdón por frústrate, pero me gusta mas así.- se disculpó Miku, poniéndose el collar de esmeraldas al cuello.

    De pronto, la puerta se abrió de golpe. Erika entró apresurada, y casi gritando el nombre de Miku en repetidas ocasiones. Se apoyó en la cama para recuperar el aliento.
    -Miku- dijo al recuperar el aire. –Ya llegó. El príncipe esta aquí. ¡Acaba de llegar Miku!

    Kaito, que se presentó en el palacio vistiendo un traje distinto. Ahora era uno totalmente azul rey, distinguiéndose los finos botones de oro y el escudo real del País Azul. Le acompañaba en la sala Hiroshi, cargando una charola donde había puesto una copa de vino, la cual el príncipe rechazó. Esperaban en silencio a que alguien más bajara; las sirvientas sólo se daban la vuelta para saludarle y seguir su camino a otra de las habitaciones de la mansión y Grygera, no daba señales de existencia.
    -Creo que llegué muy temprano.
    -Oh, no se preocupe por eso, su alteza. Ya sabe que algunas mujeres demoran en arreglarse para sus citas.
    -Sí, lo sé. Pero creo que si es muy temprano.- insistió. –Si no es molestia, quisiera saber por qué todas las sirvientas están tan aceleradas.
    -Es la emoción, su alteza. Todos nos entusiasmamos al saber de la cena que tendrá con la señorita Miku. Somos como una gran familia.
    -Ya veo. Es bueno saber que aun siendo compañeros de trabajo, se lleven tan bien entre todos. Demuestra una gran unión entre todos los que viven en esta mansión, incluyendo al señor de la casa.
    -Gracias, su alteza.- se escuchó la voz de Grygera detrás de Kaito, provocándole dar un salto por el susto. –Intento que todos tengan una gran convivencia bajo mi techo.
    -Señor Grygera- balbuceó el príncipe. –Pero de donde… ¿de dónde salio usted?
    -Todo el tiempo estuve en la habitación de junto. Disculpe si le asusté.
    -Descuide, Grygera.- dijo con una risa nerviosa el príncipe, aunque en sus adentros pensaba que algo era muy raro con aquel hombre.
    -La señorita Miku no debe tardar en bajar. Si me permite, aunque ya debe saberlo, todos estamos muy entusiasmados con esto. Usted le ha dado grandes esperanzas a todas mis empleadas.
    -¿Grandes esperanzas? No sé que decir a eso. Pero supongo que debe ser increíble que esto suceda para una…
    -¡Caballeros!- vociferó Erika al pie de las escaleras. –La señorita Hatsune Miku, del País Verde.
    Al escuchar su nombre, Miku comenzó a bajar las escaleras con delicados pasos, para no caerse por el vestido que llegaba hasta el suelo. Detrás de ella, venia Haku e Hilda, improvisando una escolta. Para Grygera, resultaba simpático el acto y lo miraba entretenido sin dejar de sonreír; pero Kaito estaba asombrado por el aspecto de Miku, estaba atónito ante la belleza de la joven, que no le permitía quitarle los ojos de encima.
    Hatsune se acercó a los dos hombres e hizo una reverencia.
    -Buenas noches señor Grygera, Kaito.- saludó con una enorme sonrisa en su rostro.
    -Buenas noches- respondieron ambos.
    -Gracias por todo señor Grygera- dijo en voz baja Miku.
    -No debe agradecer nada señorita. Ahora salgan, vamos. Disfruten de la noche jóvenes- les apresuraba. –Que después no tendrán nada que hacer.
    -Tengo todo planeado, señor- dijo Kaito. –Prometo que lo pasaremos bien. Con su permiso.
    El príncipe y la sirvienta se despidieron de Grygera y se dirigieron a la salida, donde las demás criadas esperaban para decirles adiós a ambos. Incluso Sara se encontraba ahí y le dijo “pásala bien” a Miku.
    Abandonaron la mansión Grygera de una vez y cruzaron el inmenso jardín, idéntico a la noche anterior, pero sin rostros dibujados en los árboles, cosa que Kaito esperaba ver. Las puertas se abrieron solas, como si el viento les empujara, dejando ver una carroza en la calle, esperando a la pareja. Era toda de color azul, con grabados de plata y el dibujo de una rosa en el techo. El conductor era un soldado debidamente uniformado que sujetaba las riendas de los caballos, decorados con un casco azul, con suma firmeza. Juntos se acercaron a la carroza, el mismo príncipe le abrió la puerta a Miku y le ayudo a subir. Al estar los dos dentro, el carro echó a andar, rumbos a los muelles.
    Durante el trayecto, quien más habló fue Kaito, que no paraba de admirar la belleza de la sirvienta que le acompañaba y le decía toda clase de cumplidos, aunque en momentos dejaba de hacerlo y prefería tocar otros temas. Miku, por su parte, tenía una extraña mezcla de sentimientos; por un lado estaba asombrada, tenia una cena a solas con un príncipe, cosa que ni siquiera de niña le había pasado por la mente; tímida, no sabía como comportarse en ese momento, así que se limitó a responder toda cuestión que Kaito le dirigía; pero aun más importante, en el fondo sentía una enorme alegría, aunque no sabía si era por su cita o por toda la emoción que llevó a la mansión.
    -Llegamos, su alteza- dijo el soldado cuando hubieron estacionado frente al barco en que los dos viajeros del País Azul llegaron a esas tierras.
    De inmediato bajó de su asiento, fue a abrir la puerta de la carroza y auxilio a ambos jóvenes a bajar. Les siguió hasta el pequeño puente que conectaba al barco con el muelle y regresó a su puesto. Kaito y Miku subieron hasta cubierta con un paso lento, para evitar caer al agua.
    -Buenas noches príncipe, señorita Hatsune- les recibió uno de los mayordomos de la familia Shion. –Sean tan amables de seguirme.
    Siguieron en silencio al mayordomo por toda cubierta, sin escuchar nada más que sus propios pasos sobre la madera el barco y el batir de las velas con las frescas brisas que soplaban desde el mar. Cuando llegaron a proa, vieron la mesa que ya les estaba esperando desde hacia tiempo, adornada por dos floreros con rosas azules y un plateado candelabro de tres velas en el centro. Pero no era la única fuente de luz, además de la luna, cientos de velas estaban acomodadas por todo el barco.
    -Kaito… que lindo…- tartamudeaban la sirvienta de verdes cabellos. –Que lindo detalle.
    -Para una dama, siempre lo mejor.
    -Todo esto… es sólo por mí.
    -Así es. Y aun faltan muchas cosas más, pero todo a su debido tiempo. Por favor, toma asiento.

    Ambos se sentaron a la mesa. Pasaron unos minutos callados, admirándose el uno al otro, con la mirada fija en sus ojos, buscando algo en el fondo. El sonido de platos les sacó de su trance; la cena se acercaba.
    Ahora fue una sirvienta la que se acercó a ellos. Es ofreció vino, acomodó la vajilla para que pudieran comer y descubriendo las charolas, el delicioso aroma de los platillos inundó el barco. A cada uno le sirvió su ración de ternera, acompañada por almendras tostadas y unas verduras hervidas, predominando las zanahorias y las berenjenas. Y como postre, les esperaba una tarta de frutas del bosque.
    -Disculpa. ¿Dónde está el joven Piko?- preguntó Miku, sorprendida de no encontrarlo ni de espía. –Creí que nos acompañaría.
    -No. Se encuentra con Saya, no estoy seguro de a donde fueron, pero salió con ella a la ciudad.- respondió Kaito. –Les dije que nos acompañara, pero rechazó la invitación.
    -Entiendo. Quiere estar a solas con Saya.- dijo.
    El silencio se apoderó del barco una vez mas, las cosas no iban del todo bien para el príncipe. Debía encontrar un tema de conversación pronto, aunque sus nervios le traicionaban y dudaba de mencionar palabra alguna.
    Como si de un milagro se tratase, quien habló de nuevo fue Miku, después de probar bocado.
    -Esto sabe muy bien. Es delicioso. Felicitaciones al cocinero.
    -Me alegra que encuentres agradable el platillo que prepararon para nosotros; pero si de felicitaciones se trata, tengo que decir que las cocineras de Grygera merecen un gran aplauso.
    -A Haku le alegrara saber eso. Ella es muy buena cocinando.
    -¿Son buenas amigas ustedes dos?
    -Sí.- respondió Miku con una sonrisa. –Las mejores amigas.
    -¿Y donde la conociste?
    Esa simple pregunta, fue la clave de la noche. Durante el resto de la cena, Miku le contó al príncipe de azul sus diversas vivencias en aquel pueblo desde que tenia memoria; sobre sus padres que negociaban con los productos que cultivaban, su gran gusto por la música, pero también de cómo se sentía sola cuando en dejaban en casa por motivo de algún viaje y que, a pesar de tener amigos en todo el poblado, la única persona que le hacia sentir bien, era Haku. También narró como se conocieron, la situación que la hija de blanco vivía en ese momento y el porque trabajaban con Grygera.
    Por su parte, Kaito la habló a la hija de verde de sus muchos viajes por diversos países del mundo. Desde la visita a la lejana tierra de Enbizaka a los ocho años, pasando por el año en que vivió País Blanco y el inolvidable baile de las rosas amarillas en el País Amarillo, donde apareció un vampiro. Habló también de sus muchas reuniones con filósofos y pensadores, pero aun más de todas las “aventuras” que había experimentado al lado de Piko, su inseparable colega.
    Cuando ambos se dieron cuenta, ya había pasado un largo rato desde su llegada, quizá fueron tres o cuatro horas las que duró su platica, pero no les mortificaba, habían resultado en un rato muy provechoso y agradable.
    Con ánimos de permanecer juntos aun más tiempo, bajaron del barco y fueron directamente a la carroza, donde el soldado que servia de conductor, les seguía esperando, un tanto adormilado. Subieron al carro y dieron una vuelta por los principales puntos de la ciudad; visitaron la plaza principal, donde se detuvieron unos momentos en la fuente. Pasaron frente a la catedral y la gran casa de un noble; la cual era mucho más pequeña que la mansión Grygera.
    Cuando se les terminaron las paradas y el sueño de su conductor era demasiado, regresaron a la mansión de Axel. Todo estaba callado, en silencio, sin señales de que alguien permaneciera despierto. La joven pareja bajó del vehiculo y se despidieron.
    -Miku- decía el príncipe –Gracias por esta gran noche. Nunca había disfrutado tanto la compañía de una mujer, hasta hoy.
    -Al contrario Kaito, yo estoy agradecida por todas las molestias que tomaste para que disfrutara de esta velada. Gracias Kaito.
    Se miraron fijamente a los ojos. Ahora era distinto, ya no buscaban en su interior, ahora sus miradas tenían un brillo especial.
    -Y… respecto a vernos de nuevo. Estoy convencido de querer una relación mas profunda contigo; pero también depende de ti.- pronunció el príncipe.
    -Sobre eso. Deberías prolongar tu estancia en este país; espero verte mañana.

    Los ojos de Kaito se iluminaron de alegría y de inmediato abrazó a Miku; ella le correspondió, y aunque sentía como los colores se le subían al rostro, también rodeó con sus brazos al príncipe. Se soltaron. Él, para despedirse, tomo la rosa azul que tenia en su saco y la entregó a la sirvienta, no sin antes darle un delicado beso en la mano.
    Se separaron lentamente, sin ánimos de hacerlo, peor era necesario. Kaito subió a la carroza y emprendió el camino a los muelles, Miku esperó a que las puertas de la mansión se abrieran y entró. Para su sorpresa, Haku estaba esperándola, con una lámpara en sus manos, una sonrisa en el rostro y Axel Grygera parado a su derecha.
    -Miku- dijo Haku. –Bienvenida de regreso, amiga.
    -Haku, no esperaba que estuvieren aquí.
    -Decidí esperarte toda la noche. El señor Grygera quiso hacerme compañía mientras volvías.
    -No tenias que hacerlo, Haku.
    -Después escuchare tus reclamos; ahora prefiero… que nos cuentes tu velada, todos los detalles.
    -De acuerdo.- respondió emocionada la joven Hatsune. –Fue increíble esta noche, no podré olvidarla.
    Los tres comenzaron a caminar rumbo a la mansión, escuchando atentamente el relato de Miku, quien de solo recordarlo, no podía evitar sonreír de alegría ni ruborizarse con los últimos momentos que vivió antes de entrar a la casona.
     
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  10.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    ._. ... sin comentarios.
    umm, ummm, ¡Buena narración! si eso era lo que queria decir. Ya, ya, debo de dejar esto o será marcado como spam, bueno, yo siempre he pensado que Grygera trama algo, ahora resulta que tiene una pintura de Eve y que a un arbol le aparece rostro cof, cof, eso ya me está sonando MUY sospechoso, ya quiero saber que trama, así que no demores mucho, espero y este adelantado cap no interfiera en tu publicación del jueves.
    Bueno, me despido y ¡Feliz año nuevo!
     
  11.  
    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    La hija del mal
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    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    4971
    Para nada, de hecho este fic ya está terminado desde hace unas semanas XD
    Por eso publico tan puntual y puedo adelantar caps.
    Ap, y este capítulo tampoco fue facil de escribir para mi, no soy partidario de MikuxKaito, pero buenooo, asi dice la historia de las canciones jeje.
    Ahora si el cap de hoy.


    Capítulo XIV​
    “El viaje del sirviente”​
    -Fue en un viaje a un lejano país-​
    Las campanas de la torre del reloj resonaban, indicando la hora. Era mediodía, las doce horas en punto, el momento en que la actividad de todos en el País Amarillo estaba en su apogeo. Pero también era la hora de la merienda de la reina Kamui Rin I, que esperaba en su habitación mientras miraba por la ventana. Golpeaba su abanico negro en repetidas ocasiones con su mano, mostrando una gran impaciencia.
    -Es hora de la merienda…- se dijo a si misma en voz baja. –Y no está servida…
    Mientras más tiempo pasaba, la impaciencia de Rin iba en aumento; los golpeteos aumentaron de velocidad y fuerza, y en su rostro se dibujaba una expresión de enojo. Nunca en toda su vida le habían hecho esperar tanto, siempre tenia lo que quería en el instante en que lo pedía, pero desde la partida de su sirviente, las cosas iban más lentas o eso sentía ella.
    Al fin, pasados quince minutos, se escucharon unos golpes en la puerta.
    -Su majestad- dijo la voz de una muchacha, sonaba insegura y temerosa de la reina. –Esta lista la merienda.
    -Pasa- respondió con una voz fría, cesando los golpes del abanico.
    Las puertas de roble, pintadas de blanco, se abrieron de par en par dejando entrar a una joven sirvienta de cabello rubio, más oscuro que el tono de la reina, y peinado en una sola y larga coleta. Empujaba un pequeño carrito de servicio donde traía la tan esperada merienda. Se acercó a la mesita que estaba frente a la ventana donde Rin esperaba. Ella permanecía de espadas a la sirvienta, aun con su expresión de enojo.
    -Llegas tarde- reclamó la joven monarca.
    -Lo siento mucho, su majestad. No volverá a pasar.- se disculpó la sirvienta.
    -Eso mismo dijiste ayer y mira que hora es. Debería hacerte pagar por tu falta.
    -¡No, por favor mi reina! No volverá a pasar, se lo juro.
    -Eso espero- dijo mientras se daba la vuelta y amenazaba a la sirvienta con el abanico.
    Acto seguido, avanzó hasta la mesita y se sentó. Sus azulados ojos no se apartaban de la pobre sirvienta que, aunque temblando, trataba de servirle la merienda. Con un pulso fuera de control, pudo servir la comida: un brioche acompañado de una copa de vino.
    -¿Quién lo preparó?- preguntó Rin, esto se había vuelto algo de rutina desde la partida de Len.
    -Fui yo, su majestad. Tal como ordenó que lo hiciera.
    -Espero que sea mejor que el de ayer, no pude ni siquiera tragarlo.
    La criada permaneció en silencio, con la mirada clavada a suelo; podía sentir como su estomago se retorcía por los nervios y sus manos temblaban bruscamente. No estaba asustada, estaba aterrada por la posible reacción de la reina.
    Rin tomó la pieza de pan en sus manos, la olfateo e hizo un mal gesto. Esto hizo que la sirvienta sintiera un escalofrío recorrerle la espalda y sus manos temblaran aun mas, mientras su corazón latía más fuerte y su frente se llenaba de un sudor frío. La reina finalmente dio un mordisco al brioche, y tras masticarlo unos segundos, lo escupió el suelo. Se levantó de la mesa con un movimiento brusco y tiró todo lo que había en la mesa.
    -¡¿Qué es esta atrocidad?!- chilló Rin. Aunque su voz era la de una niña caprichosa, sus gritos infundían temor entre los criados del palacio. – ¡Es horrible! No puedo comer semejante porquería
    -Su alteza yo…
    -¡Cállate!- ordenó al instante. –Nada de lo que digas hará que repongas lo que hiciste. ¿Acaso eres tan inútil que ni una simple receta puedes seguir?
    -Lo siento, su alteza, lo siento…- dijo con una voz débil, estaba aguantando las ganas de llorar.
    -¡Eres una inútil!- siguió gritando la enfurecida reina. Se dio la vuelta, quedando otra vez frente a la ventana. –Fuera de aquí. Y será mejor que te mantengas lejos de mí, si te veo en lo que resta del día, mandare que te cuelguen de inmediato. ¡Ahora largo!
    Sin decir una sola palabra, la aterrada sirvienta abandono la habitación con un paso veloz, mientras que unas lágrimas se escapaban de sus ojos. Cerró la puerta y corrió por el pasillo, hasta perderse.
    Rin, ya sola, dio un fuerte y sonoro pisotón. Gritó unas veces más, se dirigió a la mesa y comenzó a golpearla en repetidas ocasiones, mientras apretaba los dientes y lloraba, pero o de tristeza, sino por la frustración que sentía.
    -Len…- decía en voz baja. –Len, regresa pronto. Las cosas aquí sin ti no funcionan… ¡Nada funciona si no estas!

    La sirvienta de rubio cabello había llegado hasta las puertas de la cocina; estaba asustada por la amenaza de la reina, pero aun más miedo le causaba la idea de encontrarse a Misawa. Sin duda, el general había escuchado los gritos y en cualquier momento apareciera frente a ella para reprimirla. En las últimas fechas, ese era el trabajo principal de Misawa; se encargaba de todo sirviente o soldado que hiciera enojar a la reina, y la mayoría de las ocasiones terminaban con serias heridas.
    Sin poder contenerse más, rompió en un amargo llanto, una mezcla de coraje y temor. Sus sollozos llegaron hasta los oídos de otros sirvientes, que de inmediato se acercaron a ella.
    -Neru- dijo la sirvienta de cabello rosado, era Luka. –Pero Neru ¿Qué pasa?- preguntó poniéndole una mano sobre la espalda e inclinándose para quedar a la altura de sus ojos.
    -La reina… no… no le gustó la merienda- decía ente sus sollozos.
    -¿Otra vez con su actitud de niña mimada?- dijo el muchacho que acompañaba a Luka. Era un joven alto, de cabello verde y corto. –En verdad no comprendo que le pasa.
    -Gomu, será mejor que cuides tus palabras- le respondió Luka, abrazando a Neru para calmarle. –Si Misawa te escucha…
    -Bha, yo no le tengo miedo a Misawa.- dijo en un tono soberbio. –No puede ni con ese tal vampiro.
    -Vampiro o no, haces mal en compararte con él.- reprimió al chico. –Vamos Neru, todo estará bien.
    -Luka- logró decir con una voz que aun temblaba. –Quiero que Len regrese pronto.
    La sirvienta de cabello rosa lanzó un suspiro, acaricio el cabello de Neru y le ayudó a ponerse de pie. Mirándola a los ojos, le dijo:
    -Yo también quiero que regrese.
    -¿Soy yo, o la reina está insoportable desde que lo mandó a ese viaje?- dijo Gomu.
    -Está insoportable- respondieron las sirvientas al unísono.
    -Te envidio Gomu- mencionó Neru. –El señor Hiyama no es así.
    -Es bueno solo servirle a él; pero cuidar a su hija, eso es lo difícil.
    -¿Acaso la pequeña Yuuki es mucho para ti?- bromeó Luka, provocando la risa de la joven Neru y un gesto de molestia en el sirviente. Los tres se metieron a al cocina y no salieron en varias horas.
    Muy lejos de ahí, un solitario barco navegaba por el ancho mar que separaba al País Azul del País Verde. Era pequeño, de velas desgastadas y color negro. Su pequeña tripulación era compuesta por un anciano que fungía como capitán, dos jóvenes de cabello negro, un chico pelirrojo al timón, una cocinera, un perro y un chico rubio con un sombrero negro, era Megurine Len, el fiel sirviente de la reina Kamui Rin I. Este último se mantenía de pie en cubierta, mirando las olas con total tranquilidad; el movimiento del oleaje le entretenía y con suerte lograba ver un banco de peces o algún delfín. Quizá su transporte no era lujoso ni cómodo, pero había resultado muy entretenida toda la travesía desde el País Amarillo: desde su partida había disfrutado de los hermosos paisajes de los bosques y puertos que había en su patria; en su camino hacía el País Azul, el barco en que viajaba se vio en medio de una terrible tormenta que les desvió un par de días de su curso original, llegando a una isla desierta; su estancia en el País Azul fue breve, a pesar de habar pasado todo un día perdido, pero provechoso porque pudo conocer en su mayoría al reino más rico del mundo; finalmente, encontró ese pequeño barco de pescadores que accedieron a llevarlo a su destino.
    Distraído en sus pensamientos, el joven rubio no se dio cuenta de que el anciano capitán de la nave se acercó a él. Motivado por la curiosidad, avanzó hasta donde estaba el chico y se puso a un lado.
    -Vienes desde muy lejos muchacho- le dijo el capitán. –Pocos hombres son los que viajan al País Verde y los que lo hacen con mercaderes. Tú no eres un mercader ¿verdad?
    -No señor, no lo soy.- le respondió. –Soy un simple viajero.
    -Un viajero, eh. Debes de ser uno muy curioso, porque en ese reino no hay nada más que campos de cultivo.
    -Me han dicho que sus paisajes son hermosos, aunque sean grajas como usted lo dice capitán. Sólo quiero conocer ese país.
    -Como digas muchacho. Pero es un destino muy peculiar.- dijo el anciano.
    Ambos miraban el mar, como si las olas les dejara en alguna especie de trance, del que no podían salir. Tal vez fue un delirio, pero al joven rubio le pareció ver a una sirena muy parecida a su hermana bajo el agua; asustado, se frotó los ojos en varias ocasiones mientras se preguntaba si era real o solo había convivido con muchos marineros en las recientes fechas. Cuando volteó con el capitán, notó que estaba mirando el cielo, así que no quiso preguntarle nada por temor a parecer un loco; pensó que debía ser el largo rato bajo el sol, o tal vez sólo extrañaba mucho a Luka.
    Así permanecieron largo rato hasta que el sonido de una campana les despertó, era la señal de que la comida estaba lista y de no ir inmediatamente, no alcanzarían su ración y tendrían que esperar hasta la hora de cenar. De inmediato, ambos corrieron a la cocina, donde Yuna, la cocinera, estaba sirviendo los primeros platos.
    El capitán ocupó su lugar en a cabecera de la mesa, donde ya le esperaba un plato colmado de un estofado. Los demás tripulantes estaban sentados, a excepción del piloto y la cocinera. Len, fue a su silla que estaba al fondo, junto a uno de los chicos de cabello negro. De inmediato, Yuna se acercó a él con un gran plato de estofado y varias piezas de pan.
    -¡Gracias Yuna!- exclamó el chico de cabello oscuro. –Que considerada.
    -¡Aparta las manos Yami!- respondió la cocinera, dándole un manotazo. –Esto es sólo para nuestro invitado.
    -Pero, pero. No es justo mujer.- renegó el muchacho. –Darle tantos lujos al pasajero.
    -Se llama hospitalidad. Tenemos que ser amables con nuestro amigo.
    -Lamento mucho los inconvenientes que les ha traído mi presencia en su barco.- se disculpó Len.
    -No es molestia alguna, muchacho- vociferó el capitán desde su asiento.
    -El capitán tiene razón. Disculpa a mi hermano, no le gusta la competencia- dijo con un tono burlón el otro muchacho de cabello negro. Su nombre era Aniki, hermano mayor de Yami.
    -¡Hermano!- se exaltó Yami. -¡eres un bocón, hombre!
    Todos echaron a reír y, entre más comentarios graciosos, anécdotas de los pescadores y las obligadas preguntas a Len que no arrojaron ninguna respuesta nueva, pasó la hora de la comida.

    El barco llegó a los puertos del País Verde tras unas horas más de viaje. Serían cerca de las 7 de la tarde y el sol ya se ocultaba en el horizonte mientras los pecadores desembarcaban. El capitán fue el primero en bajar, seguido por Len y Aniki.
    -Bueno joven Megurine, bienvenido al País Verde. El reino más humilde que existe en todo el mar.
    -Les agradezco mucho su ayuda capitán. A usted y su gente, muchas gracias.
    -No tienes que agradecer muchacho, fue un gusto tenerte entre nosotros.
    -Oye Len, espero que cumplas tu objetivo aquí.
    -Gracias Aniki- respondió Len. En el último de los muelles logró distinguir lo que era un gran barco azul con el escudo real del País Azul. –Creo que no tardaré mucho.
    -Menos mal, tal vez podamos llevarte de regreso.- mencionó Aniki con una sonrisa.
    -No hará falta, estaré aquí por un buen tiempo.- dijo el sirviente rubio. –Pero aun así agradezco el ofrecimiento.- agregó tomando el costal donde guardaba sus pertenencias.
    Sin decir nada más, dio media vuelta y se internó a la ciudad, dejando atrás a sus amigos pescadores que le miraban caminar. Notó que lo seguían vigilando, así que se detuvo y volteando con ellos, se despidió haciendo un gesto con a mano y se fue. Aniki y el capitán esperaron hasta que los edificios ocultaron al joven Megurine y subieron al barco.
    -Capitán…
    -¿Qué ocurre chico?
    -Ya sé que no debe importarme, pero aun me da curiosidad saber que busca Len en un lugar como este.
    -Oh, Aniki. ¿No es obvio?- respondió el anciano capitán con una sonrisa, dejando ver su falta de dientes. –Es una mujer.

    Al día siguiente, Len se despertó muy temprano y se fue directo a los muelles a buscar al príncipe Kaito. Para su alivio, los pescadores que la llevaron hasta aquel país ya se habían ido, así no les incomodaría de nuevo y le dejarían cumplir con su misión especial a gusto. Pasó gran parte de la mañana vigilando el barco del príncipe, pero nunca pudo verlo, sólo aparecían guardias que cuidaban el navío, marineros que limpiaban la cubierta y varias criadas con canastos para comprar comida. Cuando el hambre le venció, abandonó los muelles y regresó a la posada a comer.
    “Debe estar dormido aun” pensaba Len mientras comía en compañía de un par de músicos que también de hospedaban en esa casa. A su parecer, fue a buscar al príncipe muy temprano. Aun no amanecía cuando él ya se encontraba frente al barco y era obvio que sólo los sirvientes y soldados se despertaban a esa hora. Cuando terminó su desayuno, tomó una pequeña libreta y regresó a los muelles. Ya era más tarde, alrededor de las diez de la mañana, así que estaba seguro de poder encontrar a Kaito en público. Una vez frente al barco, se escondió entre unas cajas y no apartaba la vista del inmenso barco azul, sólo escribiendo ocasionalmente algo en su libreta.
    Pasaron las horas y el príncipe no daba señales de su existencia. “¿Qué tanto puede hacer ahí dentro?” se preguntaba el chico mientras un soldado bajaba a un par de caballos del barco para hacerles dar una vuelta por la ciudad. La situación de Len era incomoda; podría pasar todo el día ahí escondido, sin apartas los ojos de la nave y no lograr ver al príncipe; otra opción era acercársele a un guardia o sirvienta y preguntar por él, pero resultaría sospechoso y le formularían cientos de cuestiones antes de dejarlo poner siquiera un pie en el puente del barco, además, no tenia excusa para acercarse y mas sospechosas levantaría al no tener el cabello verde como los lugareños. “Otra vez me das problemas” pensó refiriéndose a su cabello. Su tercera y última opción era abandonar los muelles e ir a buscar a Kaito a la ciudad, no podía saber si él abandonó la embarcación mientras fue a desayunar; se hospedaba en algún lugar distinto, como la casa de algún rico o del rey mismo; tampoco podía saber si Kaito no se internó más en aquel país o si en verdad estaba ahí y no en otra patria. Todas esas ideas se arremolinaban en su cabeza mientras le tiempo transcurría, tanta fue su concentración para aclarar la mente que, cuando se dio cuenta, las horas ya habían pasado y el sol comenzaba a ocultarse.
    Decepcionado, regresó a la posada. En cuanto llegó, sin fijarse en las personas que estaban en el comedor y la sala, subió directo a su cuarto y cerró de un portazo. Estaba desanimado por no ver al príncipe ni una sola vez y a la vez frustrado, pues el día se fue y no pudo terminar con la canción que le escribía a su querida reina: una composición donde le decía lo mucho que la quería y todo lo que esta dispuesto a hacer por ella.
    Dejó sus cosas en una mesa que funcionaba como un pequeño escritorio. De un salto cayó en la cama y ya acostado, tomó una almohada y se cubrió la cara con esta. Al final, el sueño lo venció y permaneció dormido en a misma posición por largo rato, hasta que unos golpes en su puerta lo despertaron. Se quitó la almohada de la cara y se sentó en la cama, aun dominado por el sueño.
    -Pase.- dijo con voz somnolienta.

    La puerta se abrió y una muchacha de cabello verde y vestido rojo se asomó. Sin darle importancia que Len casi se cayera por el sueño, sólo le dijo que ya era hora de cenar y cerró. Cuando las palabras de aquella chica llegaron a la cabeza del joven sirviente, miró la puerta, con la esperanza de que ella siguiera ahí. Le pareció extraño, pues no reconoció ni la voz ni el rostro de la muchacha.
    Se levantó de la cama y cambió sus ropas. En el fondo, lo único que quería era descansar de un día tan largo que se fue en vano, pero el repentino gruñir de su estomago se lo impidió y se vio obligado a bajar al comedor. Cuando llegó, vio a los dueños de la posada, sentados al frente de la mesa y cerca de ellos estaba la muchacha que fue a darle el aviso; los músicos de la noche anterior seguían ahí, al igual que un muchacho pelirrojo. Len tomó su lugar al fondo de la mesa, no quería que le interrogaran sobre sus intenciones en aquel país, ni siquiera llamar la atención. Sin decir nada, siquiera mirar a alguno de los huéspedes, tomó su plato y comenzó a comer. No prestaba atención a las pláticas, sólo le importaba la sopa que comía y terminar esa canción; pero entonces, escuchó un par de nombres que le resultaban muy familiares.
    -No, Piko hoy no iba a venir. No estoy segura de que iba a hacer con Grygera.- dijo la muchacha de cabello verde.
    Len de inmediato volteó. ¿Piko? ¿Grygera? En su mente se preguntaba si en verdad serían las personas que el ya conocía o una extraña coincidencia. Como preguntarle directamente a ella resultaría sospechoso, se dirigió a uno de los músicos.
    -Disculpa, pero me pareció escuchar el nombre de Piko.
    -Pues si, Saya acaba de mencionarlo- le respondió –Creo que es su novio.
    -Ah ya veo. ¿Sabes cual es su nombre completo?
    -Caray… no sé su apellido. Oye Ganmo- le habló a otro de los músicos, que de inmediato volteó, aun con un trozo de carne en la boca. –¿Cuál es el nombre del novio de Saya?
    -¿El noble?- dijo. Tragó el pedazo de carne que masticaba y continuó. –Utatane.
    -Oh, claro. No soy bueno con los nombres.- se volvió a Len. –Si, se llama Utatane Piko. ¿Por qué la curiosidad?
    -Es que… mi primo, se llama Piko y vive aquí, pensé que era podría ser el.

    Utatane Piko. El nombre resonó varias veces en su cabeza, era el amigo del príncipe Kaito, eso quería decir que ambos estaban en ese país. Su destino tenía que ser ahora la morada del señor Grygera; si Piko se encontraba ahí, también lo estaría el príncipe o al menos podría estar más cerca de él.
    Terminada la cena, agradeció la comida y subió corriendo a su cuarto, dejando atónitos a los demás presentes. Llegando a la habitación, alistó sus cosas para el siguiente día; tomó un cuaderno de la mesa y se puso a escribir. No era la canción que pensaba dedicarle a Rin, sino un resumen de su día. Desde que abandonó el País Amarillo se decidió a llevar un diario donde registraría todo lo que aconteciera en su viaje, le parecía algo muy divertido y podría compartir sus experiencias con Rin y Luka. Terminado su escrito, guardó el cuaderno en el costal y se fue a dormir.

    A la mañana siguiente se despertó tarde, o al menos lo era para él. Los relojes marcaban las nueve de la mañana cuando Len ya estaba en el comedor de la posada; por alguna razón despertó muy inspirado para terminar la canción. Poco tiempo después, la dueña de la casa bajó a la cocina y al verlo, le sirvió el desayuno. Para Len, era un poco extraño no ver a nadie, así que le preguntó a la señora donde estaban los músicos.
    -Ya se fueron- le respondió. –Partieron al amanecer, creo que a Evilious.
    Evilious, una región muy lejana, aun más que el País Verde. Aunque el destino le parecía un tanto peculiar, Len no perdió el tiempo indagando sobre los músicos y se dedicó a comer rápidamente. Al terminar, subió a su habitación, guardó al libreta con la canción a la mitad; se puso su gorro negro y abandonó al posada, buscando la casa del señor Grygera. Su pesquisa no fue difícil, preguntó a más de una persona para asegurarse y todos respondieron lo mismo: al este, casi saliendo de la ciudad, se encuentra una enorme mansión; pero no era la única constante, todos le hablaban maravillas sobre dicha vivienda, sus dimensiones, los jardines, las sirvientas, los adornos de oro. Algo que Len no creía, hasta que llegó a las puertas de la residencia Grygera.
    El sirviente del País Amarillo quedó asombrado por la arquitectura de aquella mansión. Los jardines eran amplios, no tanto como los del palacio, y sin embargo los árboles y plantas que le cubrían superaban a los que tenia reina Rin; la mansión era inmensa, más bien parecía un palacio y no hacia falta examinarla para notar los adornos de oro que, tal como le dijeron, resplandecían con la luz del sol. Maravillado, Len permaneció parado frente a las rejas por varios minutos, admirando la residencia Grygera y preguntándose en sus adentros que persona, sin ser rey o príncipe, podría poseer semejante mansión.
    Al salir de su trance, recorrió la reja por fuera, buscando un hueco por donde entrar o al menos asomarse para confirmar la presencia del príncipe Kaito. Su caminar le parecía eterno, por más que avanzaba la reja no parecía terminar y sentía que con cada paso se alejaba más de la mansión. Finalmente se detuvo frente a un árbol que oportunamente se encontraba a escasos centímetros del enrejado. Sin pensarlo dos veces, se trepó en él y se acercó lo más que pudo a la tierra de Grygera; si la rama aguantaba, podría entrar a echar un vistazo, pero el constante crujido de la cepa le obligaba a detenerse. Cuando el árbol se tambaleó por el peso del chico, decidió abandonar su arriesgada misión y bajar, pero el grito de una mujer le hizo voltear a los jardines de Grygera. Entonces lo vio. Por fin encontraba al príncipe Shion Kaito del País Azul, aunque no parecía ser el mejor momento.
    -¡Su majestad! ¡Por favor!- gritaba una mujer. Era Sara, sirvienta de Axel Grygera, que perseguía al príncipe con un traje blanco. –¡Póngase algo de ropa!
    -¡No! ¡Hace mucho que no hago esto y no perderé la oportunidad!- le respondía a gritos Kaito, que no paraba de correr. Estaba desnudo, cubriéndose únicamente con su bufanda.
    -¡Esta loco!- renegaba Sara. Se detuvo y dio un largo suspiro de resignación.
    -No importa lo que hagas, se quedara así hasta que le de frío o regrese Miku, lo que ocurra primero- dijo un chico de cabello blanco que se acercaba. Era Utatane Piko.
    -¿Por qué hace semejante barbaridad?
    -No estoy seguro. Dice que así se siente libre. ¿Libre de que? No tengo idea.
    -No creí que el rumor fuera cierto.
    -¡Deben intentarlo!- interrumpió Kaito, parándose entre los dos. Les sonrió y volvió a echar a correr.
    -¡Esto es imposible!- gritó Sara molesta. -¡¿Quién hace eso?!
    -Él- respondió Piko con una sonrisa y señalando a Kaito.

    Len no daba crédito a sus ojos, quedó en shock al ver correr desnudo a Kaito. “¿En serio Rin se enamoró de él?” se preguntaba mientras buscaba como bajar del árbol. También conocía los rumores de Kaito, que solía desnudarse y correr por las calles del País Azul, pero nunca creyó que fueran ciertos hasta ahora. Confirmada la presencia del príncipe en el País Verde, el trabajo de Len se volvía más fácil, ahora sólo debía espiarlo hasta asegurar que no tenía novia.
    Bajó del árbol con sumo cuidado, pues la rama estaba por romperse, y se escondió detrás de este para que no le descubrieran. Pasó mucho tiempo esperando a que algo ocurriera, pero ya nadie se movía; la sirvienta ya se había ido desde hacia rato y Piko se llevó a Kaito pasada media hora de ejercicios. Estaba sólo y no podía hacer nada, ni siquiera continuar con la canción, pues dejó la libreta en la posada.
    El aburrimiento se hizo rápidamente de él y pensó que sería mejor irse, volvería más tarde o mejor otro día, con la esperanza de tener buenos resultados. Se levantó del suelo y tomó sus cosas dando un leve bostezo. De la nada, una fuerte corriente de viento lo alcanzó, volando su gorra a unos metros de distancia. El joven sirviente corrió tras esta, tratando de tomarla inútilmente, pues cada vez que sus dedos rozaban con la cachucha el viento regresaba y se la llevaba más lejos.
    La gorra llegó hasta la puerta de la mansión Grygera, cayendo en una canasta llena de pan. Una blanca mano la tomó y le sacudido el polvo. Una joven sirvienta de cabellos verdes, peinados en dos largas coletas, tenia el sombrero en sus manos y buscaba con la mirada a su dueño.
    -¡Mi sombrero, mi sombrero!- se escuchaban los gritos de Len, que se acercaba corriendo hasta la sirvienta. Se detuvo frente a ella y recobrando el aliento, reclamó su gorro. –Es mío, el viento se lo llevó.
    -Sujétalo fuerte la próxima vez, de pronto soplan unas ráfagas muy fuerte por aquí.- dijo la joven con una sonrisa, devolviendo el gorro a Len.
    -Gracias, lo tendré en cuenta.- respondió mientras se acomodaba el gorro. –Me tomó por sorpresa.
    -Disculpa, pero...- mencionó la chica. –No quiero parecer agresiva, pero tengo que preguntarte… ¿Qué haces por este rumbo?
    -¿Ah? Yo… no sabía que estaba prohibido.- respondió nervioso. ¿Acaso Grygera había restringido el paso a sus tierras? –Nadie me lo dijo en el pueblo.
    -Tranquilo. No esta prohibido, es sólo que casi nadie viene por este rumbo. Por eso la pregunta, no quería asustarte, lo siento.- dijo ella rápidamente.
    -No, descuida. Pero si me asusté un poco.- mencionó Len en voz baja. –Veras, buscaba la casa de mi primo pero… creo que me perdí.
    -Es normal. Aunque esta sea una ciudad pequeña, los caminos son extraños y uno se pierde con facilidad. Me pasó varias veces.- agregó la sirvienta. Por alguna razón no dejaba de sonreír. –Si necesitas ayuda, podrías pasar a la mansión y te llevaremos a donde vive tu primo.
    Los ojos de Len se iluminaron por un instante, estaría cerca del príncipe Kaito y eso le permitiría averiguar más sobre su objetivo en ese reino; pero de la nada, recordó que no sería lo más conveniente. El príncipe y el señor Grygera lo conocían ya de vista por el baile de las rosas amarillas, además, la no existencia de dicho primo sería un gran inconveniente.
    -Eres muy amable, pero mejor iré al pueblo. Aun así, gracias em…
    -Miku. Hatsune Miku.- se presentó la sirvienta con la gran sonrisa que no había dejado de mostrare al muchacho.
    -Miku, mucho gusto. Me llamo Megurine Len.
    -¿De que país vienes? Por tu cabello no puedes ser de aquí.
    -Vengo del País Morado.- mintió el chico.
    -Es muy lejos. ¿Qué te trae por aquí?
    -Mi primo, sólo vengo a invitarlo a una boda, pero ni el mas mínimo rastro de él.- dijo con un suspiro. –Seguiré buscándolo.
    -¿Seguro que no quieres nuestra ayuda?
    -No, estoy bien. Pero gracias por el ofrecimiento- respondió Len, ya alejándose. –Pero tendré en cuenta venir si no lo encuentro. ¡Gracias!

    El muchacho se alejó poco a poco, volteando la mirada en repetidas ocasiones. Sólo tenia que aparentar su partida, hasta que ella entrara a los jardines. Escuchó unos ruidos metálicos, las puertas se abrían y la joven sirvienta había desaparecido detrás de estas, internándose a los jardines de Grygera. En cuanto las rejas se cerraron, Len corrió de regresó al árbol, esperando ver más actividad, aunque no hizo falta.
    A mitad del camino pudo ver como Miku era recibida por el príncipe Kaito con un abrazo y un beso. Él tomó en sus manos la canasta y juntos entraron a la mansión. Len no pudo evitar sonreír, aunque amargamente. Su misión había sido cumplida, pero el resultado no le gustaría para nada a Rin.
     
  12.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Y tan ta ka tan, este cap a terminado!Ok, ya se que estoy mal, medio loquita pero bueno (Medio!!). Me mató de la risa lo del costal de Len jaja, a de parecer ropavejero y lo del cabello tambien XD! o mejor aun, lo de Kaito desnudo, aun no entiendo que le paso en su infancia, no puedo echarle la culpa a el microondas, porque no existian, así que yo creo que se le cayó a su mamá XD!
    Esa Rin celosa, fue capas de mandar a Len a espiar a Kaito, como sufrirá con la verdad (Vamos Rin! Manda quemar a Miku! muajaja!!) cof cof, quién dijo eso? :cool:, creo que si estoy muy loca.
    Felicidades, espero la conti de esta historia que se aproxima a su fin.
     
  13.  
    Al Dolmayan

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    La hija del mal
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    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
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    Capitulo XV​
    “Corazón roto”​
    -Pero su amor, a la amarilla enfureció-​
    -¿Te gritó otra vez?- preguntó la voz de Gomu.
    -Si… me arrojó el té a la cara y gritó sus amenazas de nuevo- suspiró Neru, su rostro estaba enrojecido, pues el té estaba caliente y logro quemarla. Sobre su vestido podían verse unas manchas y limpiaba sus lagrimas con un pañuelo verde –Lo peor fue que me quemó. Gomu, comenzaba a dudar de sus amenazas pero… esto me hace tener miedo de nuevo.
    Los dos sirvientes estaban reunidos en una pequeña sala, cerca de la cocina. Frente a ellos había una enorme ventana que ofrecía una vista panorámica de los poblados jardines. El sol se filtraba por el cristal, iluminando los lujosos muebles de madera. Originalmente, ése cuarto se construyó para que los reyes tomaran el té por la tarde o atendieran a sus visitas; Rin, por su parte, desde niña la ocupaba para planear sus travesuras y al crecer, para perder el tiempo con Len antes de las reuniones con los nobles.
    Pero desde la partida del joven Megurine, la sala ya no era utilizada por la reina, así que los sirvientes la ocupaban durante los escasos momentos libres que tenían para comer o simplemente descansar.
    -Semejante niña mimada. Cree que puede tratarnos así sólo porque su fiel perro Misawa acata todas sus ridículas órdenes.- decía molesto mientras servia una taza de té a Neru; por su parte, la sirvienta estaba acariciando las zonas más afectadas por la caliente bebida. –Neru… no deberías hacer eso, te vas a lastimar más.
    -Lo sé, pero me arde mucho.
    -Toma, bebe esto. Después te daré un ungüento que tengo; cura las quemaduras.
    -Gracias Gomu.- dijo la joven mientras tomaba la taza recién servida. –Eres tan amable con nosotras, siempre curándonos y tienes medicinas para todo.
    -Agradece a mi abuela, ella me enseñó a hacerlas con hierbas del bosque.
    -Tu abuela. Parece que tus abuelos son muy grandes personas, siempre los mencionas y dices que te enseñaron todo lo que sabes.
    -Bueno… crecí con ellos. Mi madre murió cuando mi hermana nació y mi padre… era soldado. Murió cuando tenía cinco años, antes del fin de la guerra.
    -Cielos, no sabía eso. Debió ser difícil para ti.
    -No mucho- respondió el joven, dio un sorbo a su té. –Por su trabajo, casi no los conocí; mi madre siempre estaba en el mercado y mi padre, bueno, ya sabes, Misawa le gritaba cada cinco minutos.
    -Y parece que eso no ha cambiado contigo- dijo Neru. Ambos sirvientes echaron a reír. –¿Y tus abuelos que hacían? ¿Tus padres los mantenían?
    -No con eso altos impuestos. Mi abuela hacia esas medicinas y mi madre las iba a vender al mercado; mi abuelo hacia sombreros, y aun sigue en el negocio, claro que ahora le ayuda mi hermana, aunque ella se lleva casi todo el trabajo desde que mi abuelo enfermo, y como mi abuela murió el año pasado…
    -Oh Dios. Lamento tanto lo de tu abuela. Y la enfermedad de tu abuelo, ¿no es grave?
    -No tanto, solo que a veces no se puede mover con facilidad y sus movimientos se hacen torpes. Mi hermana siempre esta con él, no hay de que preocuparse.
    -Sin duda, tu hermana es tan noble como tu. Entonces, ¿ningún familiar tuyo ha sido sirviente de la familia Kamui?
    -No, yo soy el primero. Y ni siquiera soy sirviente de ellos, es el señor Hiyama para quien trabajo. Estoy pagando la deuda de mi familia con él.
    -Vaya, la mayoría de los que están aquí es porque sus antepasados fueron sirvientes.- dijo Neru. Dio un sorbo a la taza mientras miraba por la ventana. A lo lejos se podía distinguir un carro que se acercaba. Pensó que eran los vegetales para la comida del día, así que no le dio importancia. Regresó la mirada al joven Gomu y con algo de pena le hablo. –Gomu… ¿podrías decirme como terminaste aquí?
    -Claro. No es molestia alguna.- respondió con una sonrisa. –Fue hace un año, que es el tiempo que llevo aquí. Durante el cobro de los impuestos, los guardias visitaron a mi abuelo. No teníamos con que pagar, el negocio iba mal, apenas nos alcanzaba para comer; pero a ellos no les importo- hizo una pausa, apretó el puño y su mirada se desvió al suelo. –Amenazaron con llevarse todo lo que teníamos en casa si no les pagábamos en diez minutos. Obviamente no conseguimos ni una sola moneda y comenzaron a sacar las herramientas de mi abuelo; yo me opuse, me planté frente al marco de la puerta y no los deje entrar de nuevo.- de nuevo hizo una pausa. El volumen se su voz bajó un poco al continuar. –Me amenazaron con las espadas, pero seguí de pie frente a mi casa. Se molestaron aun más y empezaron a golpearme, me sacaron a la calle y siguieron dándome golpes y patadas; pero, para mi buena suerte, el señor Hiyama estaba cerca, el mismo estaba realizando los cobros. Salio en mi defensa, ordenó a los guardias alejarse e ir a cobrar en otras casas; me ayudo a levantarme y dijo que admiraba mi valor por enfrentar a los guardias y no me preocupara más por pagar impuestos, el necesitaba un sirviente personal y si yo aceptaba, mi abuelo no tendría que pagar mientras yo trabajara para él.- dio un ultimo sorbo a su té y dejó la vacía taza sobre un pequeño plato. –Y heme aquí, después de un año.
    -Cuidando a la pequeña Yuuki.- agregó Neru.
    -Si, pero me siento engañado. El señor Hiyama nunca dijo que mi trabajo sería cuidar a su hija.
    La sirvienta echó a reír y tras recuperar el aliento, volvió a hablar.
    -Si te decía que ibas a hacer en verdad, es probable que no aceptaras.
    -Tal vez por eso omitió ese detalle, o que Yuuki es demasiado activa. Me vuelve loco a veces y siempre se esconde de mi.- dio un suspiro. –Pero bueno, al menos puedo ir a cuidar a mi abuelo cada dos semanas…
    -¡Volvió!- interrumpieron unos gritos al joven Gomu. –¡Por fin ha regresado!
    -¡Al fin descansaremos de todos esos gritos!- gritó otra voz.
    -¡Alguien avise a Luka!- dijo la voz de una chica.
    -¿Volvió?- preguntó Gomu. –¿Estarán hablando de Len?
    -¡Tiene que ser él! ¡Nadie más podría alegrarnos tanto!- gritaba la sirvienta, claramente emocionada. Con un salto se puso de pie, y tomando la mano de Gomu, salieron de la sala, siguiendo a la multitud de criados que corrían hacia la puerta principal del palacio.

    Una multitud de criados, guardias y heraldos se reunían en torno a un carro cargado de vegetales, pero estos no eran el motivo de la emoción; junto al conductor, un joven de cabello morado con un parche en el ojo, estaba sentado un muchacho rubio, vestido de traje con una rosa amarilla bordada en el pecho. Cargaba un pequeño costal y sus ojos se iluminaban con cada rostro que veía.
    -¡Len!- gritaron algunos sirvientes, aunque la voz de Neru los superaba a todos.
    -¡Hola!- saludo el joven Megurine. -¡Los extrañé a todos!
    -Y tu no sabes que falta nos hiciste, muchacho- respondió Gomu, provocando las risas de los presentes, incluyendo a Len.
    Len se bajo del carro, sujetando el pequeño costal con su mano izquierda. Saludaba a todos, a los hombres les estrechaba la mano y a las mujeres les daba un abrazo; fue claro que al ser turno de Neru, el rostro de ella se tornó aun más rojo de lo que ya estaba. Así siguió el muchacho, recibiendo la bienvenida de sus compañeros sirvientes, hasta que un par de dedos se posaron en su frente, deteniendo su marcha.
    -¿Acaso no vas a saludar a tu hermana?- dijo una familiar voz femenina.
    -¿Luka?- preguntó el joven levantando la mirada. –¿En verdad crees eso posible, hermana?- respondió. Dejo caer el saco el suelo y rodeó a la chica de rosados cabellos con sus brazos. –Te extrañé mucho Luka.
    -Yo también te extrañé Len, no tienes idea de cuanto.- respondió ella, también abrazando al muchacho. Al separarse, Luka le dio un beso en la frente a su hermano y con una mano intentaba peinarlo.
    -¡Hermana! No tienes que hacer esto frente a todos- renegó el chico.
    -¿Acaso te da pena que tu hermana cuide tu apariencia?- dijo la sirvienta de rosa mientras con su mano revolvía el cabello de su hermano menor. –¿Es eso?
    -¡Hermana, ya déjame!- gritó Len, alejándose del alcance de Luka. Aunque el lo negaba, su rostro presentaba un ligero sonrojo, claramente apenado por lo que su hermana había hecho. –Eres malvada.
    -Pero así me quieres hermanito- le dijo, con una sonrisa y guiñándole un ojo.
    Los hermanos Megurine siguieron avanzando, juntos ahora, entre la multitud de sirvientes que no dejaban de saludar a Len. Su presencia los alegraba y tranquilizaba a todos, con el regreso del muchacho ya no tendrían que tratar personalmente a la reina y los gritos de ella y del general Misawa se reducirían considerablemente.
    La alegría en el ambiente perduro largo rato, hasta que las puertas del palacio se abrieron de nuevo y a figura de un hombre en armadura se acercaba con un paso tranquilo a los hermanos Megurine. Acompañado por tres guardias que le abrieron el paso, el general Misawa Kurogane se detuvo frente al joven Len. Sus fríos ojos se fijaron en el muchacho y le recorrieron de pies a cabeza. Con un gesto de su mano, uno de los soldados tomó el saco del chico y se lo llevó al interior del palacio, acto que desagradó a Luka y comenzó a quejarse, pero Misawa la ignoró y habló con Len.
    -Megurine Len, que gusto que regreses con nosotros. Creo que ha quedado claro cuanto le extrañaron todos aquí, incluyéndome.- dijo mientras le extendía su mano, aunque en verdad su última palabra era mentira.
    Len vaciló unos segundos antes de responder, permaneció mirando la mano del general. Él sabia que aquel hombre que tenia enfrente le estaba mintiendo, si alguien lo quería lejos del reino, ese ere Misawa. Y en verdad, a Len tampoco le daba gusto que el líder militar apareciera, pero por no querer mostrarse descortés, también le mintió mientras estrechaban la mano.
    -También me da un enorme gusto verlo de nuevo, general.
    -Espero que cumplieras con el encargo que nuestra respetable reina te encomendó.- agregó el militar con cierta malicia en sus palabras.
    -Lo he cumplido satisfactoriamente, si es lo que quiere saber.
    -Perfecto muchacho, por favor acompáñame- dijo mientras lo tomaba de los hombros. –La reina se encuentra realmente impaciente por verte desde hace ya muchos días.
    Siguió hablando mientras obligaba que Len caminara a su lado; los dos guardias que quedaban apartaban del camino a los sirvientes que se negaban a dejar que el joven los abandonara. El descontento se volvió general, pero nadie se mostraba más molesto que Luka; no confiaba en Misawa, mucho menos cuando estaba cerca de Len. Sin ser vista por los soldados, se escurrió entre la multitud y corrió detrás de su hermano para estar segura de que Misawa Kurogane no intentaría hacerle daño a él o a la reina. Pero su apuro fue en vano, pues antes de subir las escaleras, un par de guardias le impidieron el paso, alegando que la reina no quería ser molestada en ese momento.
    Durante su trayecto hacia la habitación de la reina Rin, Len y Misawa no se dirigieron palabra alguna, ni siquiera sus miradas se cruzaron. El general rápidamente se adelantó a los pasos del joven, cosa que poco le importó, lo único que quería saber era como había pasado esos días Rin y donde habían dejado su libreta.
    Finalmente llegaron a los aposentos de la reina Kamui Rin I. La entrada era custodiada por un par de guardias armados, que en cuento distinguieron a Misawa, presentaron sus armas y le abrieron las puertas.
    -¡General!- saludaron.
    -Descansen. Retírense ahora mismo, yo vigilare a la reina.
    -¡Sí señor!- respondieron al unísono.
    Al instante, ambos soldados marcharon escaleras abajo, y el ver a Len, le ofrecieron una sonría y le dieron la bienvenida; él les correspondió el saludo y agradeció el gesto de bienvenida. Rápidamente subió hasta donde Misawa, que parado frente a la puerta, custodiaba la habitación de la reina.
    -Ella tiene mucho tiempo esperándote- mencionó con potente voz. –Espero que sean buenas noticias las que traes.
    -Sean buenas o malas, es algo que únicamente le importa a ella- respondió Len, sin dejarse intimidar. –Así que agradecería mucho que nos dejara platicar en calma. No sé que autoridad cree poseer, pero le aseguro que espiarnos es algo que a la reina no el agradaría.
    -Lo que tú le digas es importante para el país, y por ende para mí. Y tienes suerte de ser su consentido, de no ser así, ten por seguro que tanto Luka como tu se las verían conmigo por sus conductas inaceptables.
    -Si yo tuviese un físico similar al suyo, tenga por seguro que me ganaría la horca en este momento.- dijo desafiante el muchacho. –Ahora con su permiso, general.
    Sin decir una palabra más, Len dio la espalda al militar y se adentró a los aposentos de la reina, cerrando la puerta, ante una encolerizada mirada por parte de aquel.

    La habitación de Rin estaba totalmente iluminada, las ventanas dejaban entrar los rayos del sol que se reflejaban en los marcos de oro y los espejos gemelos que se apoyaban en el tocador de la reina. Ella se encontraba al fondo, de pie frente a la ventana central. Sostenía su abanico negro en la mano derecha, mientras la izquierda se apoyaba en el cristal. Su vestido era totalmente blanco en esta ocasión, aunque no dejaba de ser detallado ni de tener sus acostumbrados adornos de oro. Sin hacer ruido, Len avanzó lentamente hasta quedar frente a la mesita que la reina tenia a sus espaldas. Conteniendo la alegría de ver a Rin, tomo aire.
    -Señorita Rin- dijo fingiendo que su voz era más grave. –Alguien quiere verla.
    -No tengo ánimos de ver a nadie.- respondió con melancólica voz.
    -Dice que es importante.
    -¿No entendiste? ¡No quiero ver a nadie!- gritó enojada, aunque su voz parecía débil. Se dio la vuelta, preparándose para arrojar el abanico contra aquel criado que había llegado a incomodarle, pero otra cosa sucedió. En cuanto sus ojos se cruzaron con los de Len, el abanico cayó de sus manos hasta el suelo, la expresión en el rostro de la joven reina cambio totalmente, de un rostro enfurecido a uno sumamente alegre con algunas lagrimas que comenzaban a asomarse. –¡Len!- gritó con una voz que desbordaba de emoción. –¡Regresaste! ¡Al fin regresas!- vociferaba mientras corría hacia los brazos del sirviente, que ya al esperaban abiertos.
    -Así es Rin. De nuevo estamos juntos, mi reina.
    -Olvídate de eso ahora, estamos solos.- ordenó mientras abrazaba a Len. En ese instante le fue inevitable llorar de alegría. –No tienes idea de cuanto te extrañe, me hiciste mucha falta.
    -Rin, ya estoy aquí- dijo, al mismo tiempo que acariciaba delicadamente el cabello de la reina. –Yo también te extrañé mucho, fue difícil no ver tu sonrisa.
    -¡Len!- chilló la chica rubia sonrojándose.
    -Y como te sonrojas cuando lo digo también- agregó entre risas.
    Permanecieron largo rato abrazados, el tiempo dejó de pasar para ambos muchachos. Desde muy pequeños habían desarrollado un profundo cariño, a tal grado que se volvieron inseparables y no podían permanecer mucho tiempo uno lejos del otro. Cuando por fin se separaron, ambos tomaron asiento frente a la mesita donde solían merendar y, como pocas veces sucedía, la poderosa reina Kamui Rin I del País Amarillo, permaneció en silencio durante el relato del joven sirviente. Len, le contó todo sobre su travesía; desde la partida del puerto de su propia nación, sin pasar por alto la tormenta que el alejó se su curso inicial, su complicada estancia en el País Azul donde se perdió, el viaje junto a esos pescadores y lo que le pareció el encuentro con una sirena. Rin escuchaba con suma atención el relato del chico; sus ojos se iluminaban con cada palabra que salía de su boca y ella guardaba silencio, solo reaccionaba para hacer alguna pequeña pregunta o para expresar su sorpresa. Parecía una niña pequeña a la cual su padre le contaba un cuento o una fabula para pasar el tiempo frente a la chimenea. Cuando el joven Megurine llegó a la parte donde espiaba el barco del príncipe Kaito, la reina dio un salto y su corazón se aceleró; acercó la silla un poco mas a donde estaba Len para escuchar claramente lo que descubrió. Todo marchaba bien, aunque ella se impacientaba mientras su sirviente le platicaba cuando lo encontró en la mansión Grygera, omitiendo el detalle de verlo correr desnudo. Por su parte, Len comenzaba a trabar sus palabras, sabía que pronto llegaría el momento que quería evitar. Su misión fue cumplida exitosamente, pero lo descubierto por el chico seria del total desagrado de Rin. Antes de mencionar a Hatsune Miku, el menor de los Megurine guardó silencio.
    -¿Len? ¿Por qué te detienes?- preguntó la reina con curiosidad.
    -Rin… sobre lo que me mandaste a investigar…
    -¿Qué ocurre? ¿Él tiene novia o no? Respondeme.- chillaba Rin, mirando con desesperación al muchacho.
    Dio un suspiro y armándose de valor, dijo la verdad.
    -Lo siento Rin, el príncipe Kaito tiene novia. No supieron decirme cuanto tiempo tiene esa relación, pero los pueblerinos confirmaron lo que mis ojos vieron.
    Rin enmudeció y en su rostro, una sombría expresión se formaba, trataba de simular enojo, aunque las lágrimas que se acumulaban en sus ojos decían otra cosa. La tristeza que sintió fue profunda, comparable con el día en que supo de la muerte de sus padres. Con dificultad, aunque clavando la mirada en el suelo, pudo hacerle una última pregunta a su fiel sirviente.
    -Ella…- dijo, su voz comenzaba a quebrarse. –¿Acaso ella es una noble, o hija de rey de aquel país?
    -Es… una plebeya, sirvienta del señor Grygera.- respondió pausadamente, tomando la mano de la reina de dorados cabellos.
    Ella, sin decir nada, apretaba con fuerza los dedos de Len. También fruncía el seño y presionaba su mandíbula con el cráneo para contener las lágrimas, intento inútil, pues al cabo de escasos segundos, las amargas gotas recorrieron sus mejillas y caían al suelo manchando la lujosa alfombra.
    Sin mucho que hacer, Megurine Len la acogió en sus brazos, tratando de calmarla. Tampoco había mucho que decirle; los que pasaron como felices minutos en el palacio, se volvieron largas y amargas horas para los dos jóvenes rubios. Él no soportaba verla así, aunque en cierto modo le parecía algo exagerada dicha reacción, comprendió que era la primera vez que la reina sentía algo por un hombre; ella, a quien nunca se le había negado nada, por primera vez sentía lo que era no poder poseer algo, pero más doloroso le resultaba porque en esta ocasión era una persona, el primer muchacho por el que se sentía atraída.
     
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    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Pobre Rin, su corazón se a roto :(.
    Me agradó la forma en que resivieron a Len, pobres ya lo necesitaban para domar a la fiera XD!
    Me pareció un poco triste la historia de Gomu, muchos han sufrido por la culpa de la reina que en si su forma de ser es culpa de Misawa, ojalá y el pague por lo que ha hecho.

    La historia se está tornado más interesante, espero la conti, felicidades y sigue así :D.
     
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    Al Dolmayan

    Al Dolmayan Entusiasta

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    La hija del mal
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    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    5508
    Capitulo XVI​
    “La botella de los deseos”​
    -Deja que el mar conozca tus deseos-​
    Desde el regreso de Len al palacio los días fueron tranquilos para los sirvientes, heraldos, guardias, jardineros, boyeros y demás personas que estaba al servicio de la reina. Rin no había querido salir de su habitación desde el regreso de su sirviente, las puertas permanecían cerradas todo el tiempo, los guardias que las custodiaban tenían la orden de no dejar entrar a nadie más que Len y ningún ruido se escuchaba dentro mas que el de los platos a la hora de cada comida.
    La situación tenia a tres personas inquietas. Len estaba muy preocupado por el ánimo de su reina, nunca le había visto tan decaída en todo el tiempo que había estado a su servicio; pasaba todo el día sentada frente a la ventana, mirando el cielo o los jardines, pocas veces hablaba. Sus ojos siempre estaban llorosos e irritados, había llorado como nunca en su vida y cualquier situación podía hacerle romper en llanto. El joven Megurine siempre le acompañaba, trataba de alegrarle con chistes y canciones; pero nada daba resultado. La tristeza de Rin comenzaba a afectarle a él también, no solo se mostraba desanimado ante las demás persona, también se distraía mucho y dejaba de poner cuidado en varias cosas, incluyendo su vestimenta.
    El general Misawa también estaba preocupado, pero lejos de importarle el difícil momento por el que pasaba la reina, sus inquietudes se debían a perder lentamente la gran influencia que tenía en el reino al carecer del apoyo que Rin daba a sus palabras, tanto en el interior del palacio, como entre los nobles y la corte real. El general esta nervioso, aunque los sirvientes seguían asustados por su presencia, en las reuniones de la corte su voz e ideas sobre el cobro de impuestos o la problemática de la falta de alimento en las regiones más alejadas del reino dejaban de ser escuchadas sin la presencia de la reina y, en cambio, los consejeros y nobles de la corte preferían poner atención a las palabras del señor Hiyama, que eran contrarias a las de Misawa. Mientras éste ultimo buscaba planes de guerra, el consejero Hiyama Kiyoteru proponía ideas pacifistas y el uso del dinero recaudado de los impuestos para conseguir alimento, semillas y ganado de naciones cercanas. Esto le infundía un enorme miedo; si dichos planes se autorizaban, su poder disminuiría considerablemente, por lo que buscaba cualquier momento para acercarse a Rin.
    Megurine Luka temía por ese momento, la frustración de Misawa Kurogane era fácil de percibir, para recuperar su influencia se acercaría a Rin y aprovechando el momento de debilidad, le persuadiría sin complicación alguna para aplicar su bélicos planes. Esto lo había hecho desde el primer día de su reinado; aunque el consejero Hiyama también tomaba parte en las decisiones, era la voz de Misawa la que más influía en la joven mente de Rin. La sirvienta de rosa permanecía alerta, vigilaba al general día y noche para evitar sus malas intenciones, pero también le preocupaba Rin. El saber que estaba pasando por un momento triste le recordaba aquellos días junto a Lily, cuando se encargaba de consolarla después de las numerosas discusiones con Gakupo o la muerte de sus padres. Al ser Rin tan parecida a la difunta reina, Luka sentía un enorme impulso por estar apoyando a la joven monarca, pero al no poder acercarse, tenía que preguntarle a su hermano sobre ella.
    -Ya han pasado más de dos semanas y sigue sin salir de la habitación.- dijo la voz de Luka. Estaba en la cocina ayudando a su hermano a preparar la merienda de la reina. –Eres el único que tiene contacto con ella, ¿cómo ves su estado de ánimo?
    -Aun la veo mal, ya no ha pasado mucho tiempo llorando pero eso no quiere decir que ya se encuentre del todo bien.- respondió. Después dio un suspiro mientras sus ojos se posaban en a taza de té. –Como quisiera poder hacer algo para alegrarla de nuevo.
    -Len… haces todo lo posible. Lo único que está en nuestras manos es apoyarla en este momento.
    -Lo sé, es lo que intento hacer. Pero es tan difícil, se la pasa pegada a la ventana.
    -Igual que su madre. Ella también pasaba así sus momentos de tristeza, frente al cristal, dejando que el sol tocara sus mejillas. Pero no había durado más de un día triste.
    -Parece que hacías tu trabajo mejor que el mío.
    -Los problemas de Lily eran muy diferentes a los de Rin, no podemos compararlos.
    -Lo siento hermana, pero no puedo evitar sentirme culpable de que Rin se encuentre triste.- dijo entre suspiros. –Como quisiera haber vuelto con buenas noticias para ella.
    -Tu de nada tienes la culpa Len- le reprimió su hermana mayor. –Tu tampoco sabias de esa relación; en verdad nadie es culpable, si el príncipe Kaito decidió ofrecer su corazón a esa muchacha, ya no podemos hacer nada.- dijo mientras dejaba el brioche que preparaba en la bandeja.
    -No dudo que Rin lo entienda, pero recuerda como es su comportamiento y por ser el primero… le duele.
    -Si, la entiendo a la perfección, también lo he sentido.- mencionó. La sirvienta de rosados cabellos permaneció callada por algunos segundos; a su mente venían imágenes de años pasados, cuando perdió a quien fue el amor de su vida.
    -¿Hermana? ¿Te encuentras bien?
    -¿Qué?- reaccionó Luka, mirando sorprendida a Len. –Ah, si, si, me encuentro bien. Sólo recordé unas cosas del pasado, nada importante- respondió con una sonrisa nerviosa. –Oh Dios, ya es tarde Len, apúrate y llévale la merienda a Rin, ya sabes como le molesta que sean impuntuales con esto.
    -Pero Luka, aun no suenan las campanas, aun no es medio día.
    -¡Mucho mejor para nosotros!- interrumpió la mayor de los Megurine. –Sin retraso alguno, anda chico, ve.- decía mientras le entregaba la bandeja a Len y le apuraba a empujones para abandonar la cocina.
    -¿Segura que te encuentras bien? Estas actuando muy raro.
    -¡Claro que estoy bien!- indicó con un grito que resonó por toda la cocina. –Ya niño, ve a su habitación que ella no puede estar mucho tiempo sola o Misawa le va a llenar la cabeza de sus bélicas ideas.
    -¡Por todos los cielos! ¿Cómo pude dejarla sola con ese hombre tan cerca?- se dijo a si mismo Len, que rápidamente abrió la puerta y salio caminando lo mas rápido que sus piernas le permitían.
    Al verse solitaria, Luka cerró la puerta de la cocina sin hacer ruido alguno, se apoyó en uno de los muros y llevándose la mano al pecho, sobre su corazón, se dejo caer. Con una débil voz que podía quebrarse en cualquier momento, apenas lograba decir las siguientes palabras.
    -Lily… te extraño…

    Con paso veloz, Len subía la larga escalinata de la torre central donde se encontraban la habitación de la reina Rin. Al final de las escaleras estaba el pequeño carro de servicio que solían utilizar para la merienda. El joven dejó sobre este los alimentos y en silencio pero con veloz paso, avanzó por el pasillo hasta las puertas del cuarto de la reina frente a las cuales, los dos guardias que debían custodiar el umbral se divertían jugando con dados. El acto desagradó totalmente al sirviente que parándose frente a ellos, les quitó los dados y les reclamó el acto.
    -¡Que vergüenza!- decía. –En lugar de hacer su trabajo prefieren perder el tiempo con un vil juego de azar.
    -Espere joven Len, usted no entiende.
    -¿Entender que? No es difícil entender que ustedes no merecen ser guardias y descuidan su trabajo por un juego. Pero esperen a que la reina se entere de esto.
    -Joven por favor, espere- le interrumpió su marcha el guardia de la derecha, sus ojos eran verdes y del casco se asomaban unos cabellos rojos. –Si estamos jugando dados es porque la reina nos mando a descansar.
    -¿Qué? ¿Ella dijo eso?
    -Así es joven- menciono el otro guardia. –Ella misma nos concedió unos momentos de descanso al salir de sus aposentos.
    -¿Salió? ¿Y la dejaron irse así nada más? ¡Que irresponsables!- les interrumpió frenéticamente.
    -Joven, déjenos terminar.- le quiso calmar el guardia. –Si la dejamos ir sola fue porque así lo quiso su majestad. Intentamos seguirla pero nos hizo volver, quería estar unos momentos a solas y ordenó que no le acompañáramos y menos que mandáramos a buscarla.
    -Conocemos su actual humor, no quisimos disgustarla aun más.- agregó el guardia de ojos verdes.
    -¿Y cuando se fue?
    -Unos minutos después de que usted bajara a la cocina.
    -¿Les dijo a donde iba a estar?
    -Ni una sola palabra.
    -Misawa…- dijo el joven sirviente en voz baja –El general Misawa, ¿no estaba cerca?
    -Para nada; el general salió desde muy temprano a buscar al señor de la oscuridad, aun no regresa joven.
    Al oír esto, Len dio un suspiro de alivio. Su temor desaparecía, pero ahora una gran preocupación tomaba su lugar. ¿Dónde estaría Rin en ese momento? Y mas importante aun ¿Qué estaría haciendo? Una persona deprimida puede llegar a cometer toda clase de actos. Todas estas posibilidades ocupaban a la mente de Len hasta que uno de los soldados lo despertó de su trance.
    -Ahora que recuerdo, ella también mencionó que usted vendría pronto y nos pidió darle un mensaje.
    -¿Un mensaje? ¿Qué Mensaje?
    -Solo dijo que usted sabría como y donde encontrarla, joven.
    Lan vaciló unos momentos, tratando de dar sentido a las palabras de Rin. Eran tantos los lugares donde ella podría estar, salas que no se habían usado en años y ellos dos usaban como sus escondites; túneles secretos por todo el palacio, pensados para ser usados como escape en los momentos de invasión; o simplemente el jardín central, sentada bajo el árbol de naranjas que la reina Lily sembró hacia ya mucho tiempo y que, según los criados de mayor antigüedad al servicio de la corona, era uno de los lugares favoritos de la difunta reina.
    Agradeciendo el mensaje, Len rápidamente abandonó el pasillo y recorrió todo el palacio buscando a la reina Rin. Visitó todas las habitaciones en las cuales solían esconderse de Misawa para que les dejara charlar cómodos, se adentró a los túneles secretos, recorriéndolos de principio a fin con un veloz caminar, incluso preguntó a los guardias de las puertas que conducen al exterior si la habían visto, pero nada dio resultados. El paradero de Kamui Rin era desconocido. En su desesperación, Len acudió a la única persona de confianza en el palacio: su hermana Luka.
    Al no encontrarle en su pequeño cuarto, el muchacho regresó a la cocina, lugar donde la sirvienta de rosa había estado por última vez. Llamó a la puerta un par de veces, esperando a que su hermana le abriera, pero no fue así. El muchacho se acercó con cuidado y puso su oído sobre la madera. No escuchó nada. Alterado por la desaparición de la reina y ahora por la falta de respuesta de su hermana, el menor de los Megurine abrió la puerta de golpe y entro gritando el nombre de Luka.
    Ella respondió con un grito por el susto y de inmediato se puso de pie, asustada por la intervención tan ruda.
    -¡¿Qué pasa?!- chilló apenas recuperado el aliento. –¿Qué ocurre?
    -¡Hermana! ¿Qué hacías que no me respondías?
    -Tranquilo, me quede dormida después de que subiste con la reina.- dijo finalmente, cuando la calma volvió a ella. –Pero que cara Len, ¿qué ocurre?
    -¡Rin desapareció! Subí a su habitación con la merienda y los guardias me dijeron que ella se fue sola.- respondió al instante el desesperado muchacho. –No quería que le acompañaran y no la encuentro; ya la busque en todos los lugares que se me ocurrieron y nada.
    -Cálmate hermano, no llegaras a nada así como estas.- dijo Luka. Tomó a Len de los hombros y le obligó a sentarse frente a la mesa. Ella se sentó frente a él y con una voz tranquila le siguió hablando. –Respira profundo, Rin no puede estar lejos. ¿Acaso los guardias no saben a donde fue? ¿O te dieron alguna pista?
    -No lo saben- dijo entre suspiros. –Solo me dijeron que yo sabría como y donde encontrarla.
    Luka guardo silencio. Lentamente, una sonrisa se dibujo en sus labios y sin decir nada se levantó y camino hasta uno de los gabinetes, de donde tomó unas botellas.
    -Ya sé donde ésta. Se parece mucho mas a Lily de lo que pensé.- le dijo a su hermano mientras le entregaba las botellas. –Ve con esto a cuadro del Arcángel Miguel y espérame ahí, no tardare.
    -De acuerdo- respondió el muchacho algo perplejo. –Pero no entiendo para que es esto.
    -Ya te lo explicare hermanito, pero apresúrate, Rin te necesita.- menciono Luka, caminando a la puerta y abandonando la cocina, dejando a un Len muy confundido.

    Sin entender una sola de las palabras de su hermana, Len dejó la cocina y se fue directo al lugar que le había indicado. Ahí estaba él, parado frente a cuadro de la famosa representación Arcángel Miguel, que sosteniendo una espada en su mano izquierda y una balanza en la derecha, sometía al diablo arrojándolo a las llamas del inframundo. Aquella pintura estaba en marcada en el que era un marco de oro puro, que el rey Gakupo I mandó hacer para celebrar su llegada al trono; gracias a los debidos cuidados, este conservaba el mismo brillo con el que llegó al palacio del País Amarillo. A la derecha de este, había una chimenea que lucia un poco descuidada.
    El joven sirviente seguía confundido por la reacción de su hermana y se preguntaba para qué eran las botellas y que planeaba Luka; el hubiese preferido únicamente conocer el paradero de la reina. Jugueteaba un poco con las botellas para calmar su tensión, haciéndolas rodar entre sus pies. Por algún motivo, a su mente vino la imagen del general Misawa entrando por la puerta principal y aprovechando las botellas que tenía a la mano, le arrojaría una directo a la cabeza. No pudo evitar sonreír ante su idea he incluso planeó llevarla a cabo al regreso del militar, después de todo, ningún sirviente se atrevería a delatarlo, todos odiaban a Misawa tanto como él.
    Sus malignas intenciones se vieron interrumpidas por la llegada de su hermana que lo hizo volver a la realidad. La vio acercarse por el pasillo derecho y cargaba con ella un par de plumas, algunos trozos de papel y un tintero lleno, todo cuidadosamente acomodado en un cesto.
    -Llévate todo esto con la reina, es el momento indicado para que conozca a las botellas de los deseos- dijo con una sonrisa.
    -¿Las botellas de los deseos? ¿En serio crees que con eso se alegre?- dudó el chico. –Sabes como es ella, no creo que se convenza de pedir un deseo.
    -No, pero también sé como eres tú y confío que sabrás como alegrarla- mencionó mientras le entregaba el canasto. –Así animaba a Lily, era divertido pedir un cerebro para Gakupo- dijo entre risas, aunque Len sólo le miraba.
    -¿Y Rin a donde se fue?
    -El único lugar donde puede estar es una pequeña playa escondida a unos kilómetros de aquí. Es hora de que conozcas uno de los más grandes secretos de este palacio. Únicamente Lily y yo sabíamos de este túnel, es… un secreto que sólo la reina y una persona de su confianza conocen.- le decía mientras palpaba el marco de oro. –La verdad es que este cuadro solo sirve para ocultar el túnel, es mentira que el rey Gakupo I lo consiguió; en verdad lo consiguió su madre, la reina Ritsuko, fue ella quien mandó construir este túnel e instalar esto.- con uno de sus dedos encontró un pequeño hueco en el marco del que sacó una pequeña y delgada llave.
    -Una llave- dijo Len para si mismo. –¿Por qué construyo ese túnel?
    -Los hombres de la familia Kamui son muy difíciles de tratar…- respondió Luka dándole la llave. –Busca la cerradura en la chimenea, yo cerrare la puerta.
    -Gracias hermana. Pero tengo la curiosidad, ¿cómo Rin pudo abrir la puerta?
    -Existen dos llaves, la de la reina y su sirviente. Ambas están en este cuadro, pero en diferente compartimento. Ahora ve con tu reina, se que harás un buen trabajo.

    Sin replicar más, el sirviente siguió las indicaciones de su hermana. Entro en el cuadro que era la chimenea y busco la cerradura en el muro, entre los ladrillos que los adornos del conducto ocultaba a la vista. Pronto la encontró y al hacer girar la llave dentro del cerrojo, el muro tras la chimenea dio un chirrido y la puerta se abrió. Len entro decidido a encontrar a Rin, pero una mano detuvo su marcha. Volvió la cabeza atrás y vio a su hermana que le ofrecía una vela para iluminar su camino. Él la tomo y le agradeció con una sonrisa; se adentró lentamente al túnel, cuidando sus pasos mientras que Luka cerraba la puerta para no dejar evidencia alguna de la existencia de dicho pasadizo. Apenas recorridos un par de metros, el joven sirviente se encontró con una lámpara de aceite al pie de una escalera de roca. La levantó y agitó para verificar que estuviese llena; para su buena suerte así era, la linterna tenia todo el aceite necesario para iluminar por largo rato así que la encendió con ayuda de la vela.
    Con esa lámpara en sus manos, la visibilidad era mejor y pudo bajar la escalera tranquilamente, sin temor de caerse ni tropezar con uno de los escalones o alguna piedra que estuviera por ahí. El pasadizo secreto era demasiado estrecho y su altura apenas igualaba la de un caballo, un hombre robusto difícilmente pasaría por ese lugar, por lo que también representaba un escape seguro en casos de invasión. Sus muros eran rocosos y rugosos, el túnel sólo había sido cavado y carecía de iluminación o decorados. La oscuridad y el silencio eran totales, y podía sentirse un aroma húmedo en el ambiente, incluso a Len le pareció escuchar un goteo en varios puntos. Así paso largo rato, vagando por el extenso túnel; su noción del tiempo desapareció y el cansancio comenzaba a apoderarse de sus piernas, pero la determinación de encontrar a Rin era más fuerte. Finalmente logró distinguir lo que tanto esperaba, una luz a lo lejos se veía, mostrando el final del largo túnel. Aun más motivado con el descubrimiento, Len aceleró el paso; a cada centímetro, sus oídos se llenaban con el sonido del viento y el oleaje del mar, mientras que a su rostro llegaba una brisa fresca y salina. Poco a poco, se mostraba frente a el una playa, tal como su hermana aseguraba; el suelo arenoso y el brillo del sol sobre las aguas se revelaba ante sus ojos con cada paso que daba.
    Por fin llegó al final del túnel. La luz del sol lo cegó por unos segundos, pues sus ojos ya se habían acostumbrado a la poca iluminación de la lámpara de aceite. Al aclarar su vista de nuevo, Len dejó la linterna al pie de la salida del túnel junto a otra de aspecto similar, sin duda la ocupada por la reina. Permaneció ahí parado, admirando el lugar. Era una pequeña playa, de blancas arenas, rodeada por una ladera rocosa sin vegetación de color marrón. Se preguntaba que distancia había recorrido, las cosas estaban muy alejadas del palacio y aunque buscara alguna torre mirando hacia atrás, no lograba verla; tampoco los sonidos de las campanas y trompetas del puerto llegaban a sus oídos, mucho menos el ajetreo de la gente.
    Bajó con cuidado la ladera rocosa, cuidando sus pasos para no resbalar o tirar el contenido de la canasta. Al poner sus pies sobre las blancas arenas, encontró a la reina; estaba sentada en una gran roca, no se percató de la llegada de Len, pues miraba el mar tranquilamente. El ambiente era serenos y el leve sonido del oleaje resultaba relajante, algo que sin duda le venia muy bien a Rin para el momento tan tenso que vivía. Aunque su animo le decía correr hasta ella y abrazarla por la espalda, pero se le ocurrió una idea mucho mejor, tomó la pluma y el tintero, escribió algo en un trozo de papel y lo metió en una de las botellas. Tomó otro pedazo y sin escribirle nada, lo metió en otro de los recipientes y se acercó en silencio al mar. Al estar a una corta distancia de las aguas, y sin que Rin lo viera, arrojó la botella vacía al agua. El chapuzón creado de pronto asustó a la reina, que dio un salto de su asiento y un grito ahogado salio de su boca; con una cara que reflejaba su miedo, volvió la mirada hacia atrás, encontrándose a Len que no sonreía tranquilamente, admirando las ondas creadas por la caída de la botella. Al verlo, la reina corrió hasta él y lo abrazó. Lo soltó y con una sonrisa lo saludó de manera muy peculiar.
    -Tardaste mucho, Len. Pero me da gusto verte.
    -Perdóname por la demora, primero fui a buscarte por todo el palacio antes de preguntar a Luka sobre este lugar.
    Rin respondió con una risa traviesa.
    -Ya lo sé, pensé que primero harías eso.- dijo al fin. –Aun así gracias por venir.
    -Me asuste al no verte. No vuelvas a hacer esto.- reclamó el chico.
    -¿Eh? ¿Osas darle órdenes a tu reina? Lo haré cuantas veces quiera porque puedo.- dijo con un gracioso tono. –¿Sabes por qué?
    -Porque eres la reina.
    -¡Si! Pero mas importante, porque así se que te importo.- mencionó ella, volviendo a abrazar a su sirviente. –Ahora debes responderme esto, ¿para qué son todas esas cosas?
    -Es solo una pequeña costumbre que tenemos en el pueblo de donde vengo- respondió tranquilamente mientras tomaba la segunda botella y se acercaba al mar. –Es una forma de pedirle a Dios un deseo o agradecerle.
    -¿En serio hacen eso?- preguntó algo suspicaz. –Suena algo…
    -¿Tonto? Si, quizá lo sea; pero es una tradición ya vieja. Además, he sabido de casos en los que si ha funcionado.
    El sirviente decía esto mientras dejaba la segunda botella a la orilla del mar; apenas ésta se movía por el oleaje, el muchacho regresó al lado de su reina mientras el recipiente era arrastrado por al corriente mar adentro.
    -¿A ti te ha funcionado alguna?
    -No hasta hoy. Pero tengo la esperanza de que uno de esos dos deseos se haga realidad.
    Rin guardó silencio. Su vista se dirigía a la botella que con cada segundo que pasaba se alejaba de la playa; el movimiento de las olas era tan fuerte que en poco tiempo, aquella ampolleta de cristal se perdió totalmente de vista; tal vez se hundió en el mar, siguió flotando hasta encontrar tierra o algún ángel la tomó para llevarla ante Dios.
    -Len…-dijo la reina, algo seria. –No se si debes mantenerlo en secreto pero… quisiera saber que deseos pediste.
    -La curiosidad es normal. Y si puedo confesar mis deseos. En la botella que acabo de mandar, pedí a Dios que aleje la tristeza de ti, que seas alegre de nuevo y me regales esa sonrisa que siempre amé.- respondió con calma, sonriendo y mirando los ojos de Rin.
    La joven monarca del País Amarillo no pudo esconder su sonrojo al oír esas palabras, ni una tímida risita que mostraba lo apenada que estaba. No le era común recibir halagos, mas que los de Misawa, pero dada la gran frecuencia de estos, no los tomaba muy en cuenta. Abrazó de nuevo al muchacho y mirando una vez más el mar, volvió a hablarle.
    -¿Y en la otra que pediste?
    -Algo que he deseado desde hace mucho tiempo.
    -¿Le pediste a Dios una novia?- dijo con tono de juego. –¿O más altura para poder encarar a Misawa?
    -Ambas son buenas ideas, ¿cómo no se me ocurrieron?- le respondió frustrado, o al menos eso hizo parecer. –Pero pedí algo muy distinto.
    -¿Qué cosa?
    -Que el busto de Rin sea mas grande- le respondió con una sonrisa picara y de inmediato echó a correr ante la atónita mirada de Rin, que al reaccionar por fin, después de que los colores se le subieran al rostro, lanzó un fuerte grito y salió en persecución tras su sirviente, logrando atraparlo después de dar la vuelta a la playa alrededor de diez veces.

    El resto del día lo pasaron igual: Len siempre decía alguna broma o cumplido a su reina, ella reaccionaba con un grito o una sonrisa respectivamente, pero en ningún momento dejaron de reír. Por unos instantes, ambos se sentían volver al pasado, durante su infancia, cuando juntos se encargaban de molestar al general Misawa escondiendo partes de su armadura o bañarlo de pies a cabeza al entrar en alguna habitación; o esos largos recorridos entre los rosales, la mayoría de las veces para evitar las reuniones con otros nobles o el regaño del militar, o incluso, de Luka.
    El sol se ocultaba en el horizonte, marcando la hora de regresar al palacio. La repentina desaparición de ambos podría tener a todo el personal alborotado, aunque resultaba un beneficio porque nadie les vería entrar por la chimenea. Sin lograr que Rin cambiara de idea y se animara a arrojar una botella, pues ella alegaba en su defensa que al ser la reina no necesitaba pedirle nada a Dios y solo con ordenarlo, era capaz de poseer todo aquello que anhelara; sin embargo, recordó lo ocurrido con el príncipe, a lo que rápidamente dijo, ya encontraría la forma de enamorarlo; Len tomó las cosas que cargaba en el cesto y las depositó en este, tomando de la mano a Rin subieron juntos la rocosa ladera y cargando cada uno con su lámpara de aceite encendida, emprendieron el camino de regreso al palacio por el largo túnel secreto.
    Para su buena fortuna, al llegar, no había ni un alma cerca de la sala donde estaba escondido el pasaje. Con sumo cuidado subieron hasta los aposentos de la reina, sin dejarse ver por los criados o algún guardia que cumpliera con su labor. Sin problema alguno llegaron a su destino, donde ya no estaba ningún guardia custodiando la puerta de la habitación. Entraron como si nada hubiese pasado y tras cambiar la reina su vestido, Len bajó a la cocina a buscar algo que cenar, pues el tiempo se fue rápido y no habían probado bocado alguno desde el desayuno; además, tenia que informar a Luka de su regreso y cambiar su traje, pues estaba lleno de arena.

    Aunque aparentemente nadie se dio cuenta del regreso de la reina y su sirviente, había una persona en el palacio que permaneció todo el tiempo cerca de la habitación de Rin. Desde su llegada, el general Misawa Kurogane tenía pensado hablar con la monarca sobre una estrategia para atrapar al Señor de la Oscuridad. Al no estar ella presente, se quedó frente a sus aposentos, esperando su regreso para actuar. Una vez que Len la dejó sola, Misawa fue a donde Rin.
    -Mi reina, necesito entrar.- dijo el líder militar. –Necesito discutir con usted como atrapar a ese vampiro.
    -¡Ahora no Misawa!- gritó ella en respuesta. –No tengo ganas de política ni de atrapar vampiros.
    Pero ignorando esa respuesta, Misawa entró de todas formas.
    -¡Le dije que no quería hablar…!- gritó molesta Rin, pero fue interrumpida por el general.
    -¡Esto no puede seguir así!- rugió Misawa, elevando la voz aun más alto que la reina. –No puede desatender el reino, existen muchos asuntos que necesitan su rápida intervención.
    -Hiyama dijo que él y el resto de los consejeros se encargarían de todos nuestros problemas.
    -Lamento informarle lo contrario mi reina; lo que Kiyoteru está haciendo es desafiando su autoridad; sus ideas son contrarias a todo lo que su padre nos dejó como legado, temo que el reino se hunda en el caos y la miseria si el mantiene el dominio entre los demás consejeros.
    -¿Qué ha dicho? No puedo dar crédito a sus palabras. El señor Hiyama ha dedicado su vida a nuestro servicio y el personalmente asesoraba las decisiones de mi padre.- respondió firmemente Rin. Las palabras de Misawa habían resultado un duro golpe para su orgullo. –Tendré que hablar con él.
    -En mi opinión, esto se arreglaría si usted vuelve a presentarse en las reuniones, antes de que sea demasiado tarde y Kiyoteru contamine al resto de sus consejeros.
    -Escuche con atención general; no tengo animo alguno de asistir a reuniones o eventos que me necesiten; se que su lealtad hacia mi es grande y que no abusaría de los nombramientos que le de. Usted será mi representante en todas las juntas, será mi voz y oídos hasta que decida regresar.
    -Aunque me siento honrado y le aseguro cumplir con su designación, pero sigo creyendo que usted debería tomar el mando de nuevo a pesar de su depresión.
    Rin no dijo nada, únicamente lo miraba algo sorprendida. Solo una persona sabia de su estado anímico, y era Len. En ningún momento lo mencionó a Misawa o a otra persona que no fuera su sirviente personal.
    -¿Cómo es que sabe de eso?- pregunto al volver en si. –Len era el único que sabía.
    -En verdad, todos en el palacio lo sabemos.- dijo Misawa. –Como era de esperarse, Len le contó a su hermana y le pidió guardar el secreto, pero ella no lo hizo. En vez de respetar su privacidad, esa sirvienta se dedicó a divulgarlo como un chisme en el mercado.- decía el general, pero sus palabras eran mentira.
    El se enteró por espiar a la reina Rin y a Len el día del regreso de éste; mientras ellos platicaban en privado, el militar ordenó a los guardias que se fueran y permaneció con el oído en la puerta, enterándose de todo.
    Al oír esto, la confianza que Rin tenía en Luka desapareció al instante. Más fuertes eran las palabras del malicioso general Misawa que el cariño que sentía por la que fue la persona más cercana a su difunta madre.
    -Entiendo…- dijo al fin con una voz triste.
    -Mi reina, si me lo permite, este es el momento justo para hacerse respetar, no solo entre los sirvientes, también entre los súbditos de este reino y los habitantes de reinos lejanos.- comenzó a hablar Misawa, elevando el tono de su voz. –Usted es la reina del País Amarillo, tiene a su servicio uno de los ejércitos mas poderosos del éste mundo y que la historia ha conocido.
    -¿Qué quiere decir con todo eso?
    -Mi reina, usted tiene todo el poder que un ser humano podría querer. El mismo dios se lo ha concedido; usted es la reina, heredera legítima y designada por el mismo Creador para dirigir esta nación. Todo lo que desee lo puede obtener con solo una orden.- seguía su discurso. Cada palabra estaba pensada para elevar el ya de por si inflado ego de Rin. –Si quiere a un príncipe, ¡demándelo! Preséntese ante su padre y pida su mano, arregle el matrimonio. Si una plebeya le causa tanto dolor, ¡elimínela! Nadie puede oponerse.
    -¿Esta sugiriendo que yo… mande matar a esa plebeya?
    -Pero no solo a ella. ¡A todo ese reino rebelde! Con ese chisme iniciado por Luka, sus sirvientes la verán débil; si en el País Verde se enteran que el príncipe Kaito era pretendido por usted, perderán el respeto hacia su persona. Es necesario atacar…
    -¡General Misawa! ¿Sugiere una guerra?- gritó Rin. –Es una acción exagerada.
    -He sabido de guerras que iniciaron porque un príncipe perdió un anillo en terrenos extranjeros y eso bastó para tomar las armas.- replicó Misawa, tan seguro de sus palabras. Sabía que hablando de ese modo lograría convencer a Rin de seguir su plan, pues ella era orgullosa. –Nuestro reino necesita comida y reactivar su economía; piénselo de esto modo, una invasión a las fértiles tierras del País Verde significarían una valiosa adquisición para nuestro reino. Solucionará nuestras necesidades, tendremos suficiente abasto para nosotros y sobrara para venderlo a otros. Seremos la nación más rica y poderosa del Evilous, primero conquistando el País Verde, y después ¡el mundo! Como Alejandro Magno. Véalo de este modo- dijo, acercándose al oído de la joven reina. –Usted pasara a la historia como la reina más poderosa que ha existido, existe y existirá en este mundo; será recordada y temida, para siempre.
     
  16.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Maldito Misawa!!! Ese hombe se tiene que ir al infierno!! ok, ya me relaje ahora puedo continuar. Me gusto la forma en que introduciste la leyenda de la botella a la historia, fue realmente lindo y lo de la entrada oculta fue muy ingenioso, pero una de la cosas que más me agradó fue el constante deseo de Lily XD!
    Creo que este fic cada vez se va acercando más a su final, ya pronto comenzará la revolución! pobre Rin no se es tan mala como para merecerce eso.
    Felicidades y espero la conti :D
     
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  17.  
    Al Dolmayan

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    La hija del mal
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    Tragedia
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    Palabras:
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    "¿Ya saben quien es el verdadero villano?"

    Capitulo XVII​
    “Los impuestos”​
    -Por dinero la soberbia creció-​
    Era más de medio día en el País Amarillo; el sol brillaba con todo su esplendor, iluminando las calles y edificios. Un grupo de jóvenes, ataviados con ropas azules, miraban con sumo interés un cartel clavado a un árbol.
    Dicho anuncio tenía un retrato del llamado “Señor de la Oscuridad”, aquel vampiro que por una larga temporada había sido el terror del País Amarillo; el dibujo lo representaba como un ser malvado y oscuro, con una sonrisa maléfica y unos ojos sombríos, bajo la imagen se enumeraban los delitos cometidos por aquel misterioso personaje: acoso a las mujeres del reino e irrumpir en el palacio, eran sus cargos originales, pero con el pasar de los días se agregaron otros como robos de mercancías, dinero y alimentos, todos cometidos contra los nobles del reino. Al pie del cartel y escrito con densas letras negras, estaba una promesa de recompensa para aquel que entregara al “Señor de la Oscuridad”, consistente en ser libre de pagar impuestos por todo un año, cosa que le venia muy bien al pueblo y más con los que estaba por venir.
    Un grupo de carrozas y jinetes andaban a toda aprisa por el camino principal, saliendo de entre las grandes casas y edificios de la ciudad, rumbo a un pequeño poblado a unos kilómetros más adelante, que se encontraba entre los campos de cultivo. La pequeña villa estaba en un estado deplorable, las casas totalmente maltratadas, muchas daban la impresión de poder derrumbarse en cualquier momento, otras eran tan humildes que ni siquiera tenían un techo completo.
    La caravana se detuvo en la plaza del poblado; los jinetes bajaron de sus caballos y haciendo sonar las trompetas, anunciaron su presencia y ordenaban a los campesinos a reunirse en torno a ellos. El aspecto de todas esas personas chocaba con el de los nobles que habitaban alrededor del castillo, con el de los habitantes de la ciudad y aun, con los mismos soldados. Sus ropas estaban totalmente desgastas, llenas agujeros y muy sucias, no eran más que trapos que les cubrían el cuerpo.
    De una carroza, bajó un hombre con finas ropas amarillas, cargando una pequeña campana y un pergamino enrollado. Del otro carro bajaron dos hombres más; uno era alto, de cabello negro y corto, vestido con una armadura, era el general Misawa Kurogane; el otro era igual alto, pero no tanto como el líder militar, vestía un traje negro y de su cuello colgaba una insignia con el escudo real. Su cabello era castaño, un poco mas largo que el de Misawa y usaba lentes. Dio un vistazo alrededor, y con un suspiro le habló a su compañero.
    -Sigo sin entender porque me has traído hasta aquí Misawa.
    -Así lo mandó la reina, Kiyoteru.- respondió el general. –Tu comportamiento ha dejado mucho que desear, y quiere estar segura que sigues siendo fiel a su autoridad.
    -Mi familia ha servido a la corona por cinco generaciones y ahora duda de mí. En verdad no creo que exista motivo alguno para cuestionar mi fidelidad.
    -Tus propuestas en las juntas del consejo dejan mucho que desear.
    -Son ideas nuevas, de pensadores nuevos. El tiempo del sistema que usamos se termina, son tiempos de cambios en todas las naciones.
    -Aunque venga el fin de los tiempos, a nuestra reina le desagradan tus ideas.
    -Si, lo dejó muy claro el otro día que hablo conmigo.- dijo. El consejero guardo silencio un momento, se acomodo los lentes y miro fijamente el general. –Pero ahora me doy cuenta de lo obvio, fuiste tu quien le comentó de mis diálogos con el consejo.
    -Yo solo hago lo mejor para nosotros, confundías a los demás consejeros, no puedo permitir que hagas eso y menos que pongas en duda la forma de gobernar de la reina.
    -Nada malo he hecho, Misawa. Y bien lo sabes. Yo no estoy levantando ánimos de una sublevación, o algo parecido; solo intento mantener la aceptación de la gente hacia nosotros. Mira ese lugar, así lo hemos dejado con todos nuestros cobros, la gente sufre, no tienen comida ni dinero, no tienen nada. Las personas se cansan.
    -Y es por eso que debemos mantenerlos bajo nuestro control, tal como hacemos ahora. Los cobros, las guardias, nuestras leyes y castigos tan duros. Así garantizaremos el orden y la paz.
    -¿Y por eso están tan desesperados por atrapar al señor de la oscuridad?
    -Es un rebelde, nos desafía, a todos en el palacio. A la reina Rin, a mí, incluso a ti te ha desafiado con sus conductas criminales. Si lo dejamos libre para que continúe con sus malas acciones, temo que incite a más personas para actuar como él.
    -Ya deja de exagerar el asunto Misawa. No creo que por obra de alguien que se hace pasar por un vampiro perdamos el control del reino.
    -¿Eso crees tu? Estás equivocado- replicó con potente voz. –Ese hombre o lo que sea, se burla de nosotros y de todo lo que representamos. Nos deja en ridículo con cada fechoría nueva; cada robo, cada mujer atacada, cada paso que da es una falta de respeto para el reino; nos hace ver débiles.- decía con voz potente mientras golpeaba la palma de su mano derecha con su puño izquierdo. –Los débiles no pueden tener el poder, no son aptos, y el nos hace ver así.
    -Esto lo haces mas grande de lo que en verdad es; y ya se que no te importa eso en absoluto, conozco tus planes e ideas. Para ti es personal, te duele el orgullo por no poder atrapar a ese hombre y más aun que se escapó frente a tus narices en el baile.
    -Kiyoteru, se ve que no entiendes nada. Es cuestión de honor, con el honor viene el respeto y así garantizamos el control del reino.
    -Ahora hablas de respeto. Cada día me es más difícil comprender lo que pasa por tu mente y la de la reina. Ahora, dices que estoy aquí para demostrar mi fidelidad, pero no se como lo haré en este lugar. ¿Sólo por venir aquí a oír como leen un papel sobre el señor de la oscuridad?
    -Oh, lamento no informarte antes pero, hubo un pequeño cambio de planes y daremos también un aviso respecto a los impuestos.
    -¿Pero que dices? ¿Impuestos de nuevo?
    -En efecto, Kiyoteru. Tu siempre fuiste hábil con los números, quizá puedas estimar cuanto dinero sacaremos de aquí.
    Pero antes de que el consejero pudiera mencionar palabra alguna, Misawa hizo una señal al heraldo y de inmediato agitó su campana, llamando la atención de los campesinos. Un par de guardias colocaron una caja que encontraron en un callejón y el mensajero se paró sobre esta. Desenrolló el pergamino que cargaba en sus manos y con una voz fuerte comenzó a leer el contenido de este.
    -Es voluntad de nuestra soberana informar al pueblo sobre lo siguiente. Debido a los recientes conflictos en reinos lejanos, nuestra honorable reina, Kamui Rin I, ha decidido aumentar los impuestos a fin de estar preparados para una posible invasión enemiga. Por ello, se ha decidido que los impuestos aumentaran al triple del precio actual y todo aquel que se dedique a cualquier tipo de venta, tendrá que aportar además la cuarta parte de sus ganancias diarias. Quienes no puedan pagar, se les cobrara su deuda en el calabozo y con trabajos gratuitos para la corona.

    La reciente noticia fue un balde de agua helada no solo para los pueblerinos, sino también para el consejero Hiyama, que miraba atónito al heraldo. El descontento campesino no se hizo esperar, comenzando a gritar y maldecir, mientras los soldados les intimidaban con sus armas. El mensajero rápidamente abrió otro pergamino y mirando a Misawa pidió la autorización para leer el segundo mensaje, a lo que el general asintió con la cabeza.
    -Es también voluntad de nuestra reina- vociferó el heraldo, teniendo que elevar más la voz para que los agitados súbditos le oyeran. –Dar a conocer el siguiente aviso. Por sus altos crímenes en contra de la corona, y dada la gran habilidad que posee, se necesita de la ayuda del pueblo para capturar al criminal conocido como el señor de la oscuridad; a cualquiera que colabore con nosotros y lo entregue al General Misawa Kurogane, se le perdonaran los impuestos por un año completo. La información necesaria para aclarar todas sus dudas, así como los crímenes imputados estarán presentes en los carteles que se repartirán por todo el reino.
    Lo nueva noticia también hizo reaccionar el pueblo, pero en forma muy distinta a la anterior, pero tampoco era la esperada por Misawa y sus hombres. En el palacio se esperaba que el pueblo acogiera con entusiasmo la noticia; de inmediato se armarían y saldrían a la búsqueda del vampiro. Pero no ocurrió así, los campesinos se limitaron a mirarse entre si y murmurarse cosas que no podían entender los soldados. Algunos negaban con la cabeza, otros no creían la noticia. Pero no sólo los pueblerinos y Misawa estaban sorprendidos. También el consejero Hiyama lo estaba, pero por otro motivo.
    -¿Qué es lo que ocurre?- pregunto al militar. –¿Triplicar los impuestos? Es una locura, no le veo motivo. Ni siquiera existe conflicto alguno en reinos vecinos.
    -Todo es parte de nuestra estrategia para atrapar al señor de la oscuridad.
    -Pero ustedes no tuvieron la decencia de informarme de dicha decisión, ¿Cuándo la tomaron?- decía Kiyoteru elevando el tono de voz.
    -Oh, creo que fue justo anoche, lamento no haberte avisado.- dijo con suma tranquilidad y sin mirarlo.
    -¡¿Qué hicieron?! ¿Hasta que grado harán sufrir al pueblo para atrapar a ese sujeto?
    -¿Es acaso que tu estas en contra nuestra?
    -No estoy en contra ni a favor de nadie. Pero esto me parece una injusticia, no tienen porque hacerle esto al pueblo, sólo míralos, no tienen ni en que caerse muertos y ustedes ahora les quieren quitar lo poco que tienen.
    -Ante la necesidad de la gente, surgen las oportunidades que podemos aprovechar.- dijo Misawa sin mostrar emoción alguna. Su voz era seca y cortante, y por nada del mundo giraba su mirada al desesperado consejero.
    -No, no, no. Esto esta mal. ¡Es una injusticia!- gritaba mientras le arrebataba uno de los carteles de captura del señor de la oscuridad y se encaminaba a las carrozas. –No puede ser que por tu incompetencia y la de tus soldados pongan a sufrir a todo el reino, no lo permitiré.
    -¿Y que piensas hacer Kiyoteru?- pregunto en tono sarcástico.
    -¡Detener esto a toda costa! No permitiré este desastre.- dijo mientras se subía a la carroza. -¡Al palacio de inmediato!- ordenó al cochero, que le obedeció algo asustado. Si algo era poco común en el País Amarillo, era ver al consejero Hiyama molesto. –Si yo no puedo detenerte, se quien lo puede conseguir. ¡No permitiré este abuso!- grito al militar, que se limitó a verlo marcharse.
    Cuando Misawa Kurogane se quedó solo, sin soldado alguno a su alrededor, no pudo evitar sonreír en seguida reírse por lo bajo.
    -Adelante, ve con al reina a reclamar esta resolución.- se decía a si mismo. –Tu mismo acabaras con la poca confianza que ella tiene en ti. Todo esta saliendo según el plan.- seguía hablando en voz baja. Levanto la mirada y la fijo en uno de sus soldados, un joven de cabello castaño que coordinaba a los hombres que clavaban los carteles del señor de la oscuridad en los árboles y casas. -¡Capitán Ming!
    -¡Si señor!- respondió de inmediato, acercándose al general.
    -Capitán, queda a cargo de coordinar esto. Terminen con los carteles y pasen al siguiente poblado.
    -Si señor, ¿alguna otra orden?
    -Es todo. Regresen al palacio en cuanto terminen, necesito corroborar que todos los carteles se repartieron.
    -Así se hará mi general.- dijo el capitán Ming, regresando con el resto de los soldados.
    Misawa se alejo lentamente del poblado, y aunque tanto el cochero y algunos soldados le preguntaron a donde iba, el se limito a decirles que tenia asuntos pendientes en el palacio, pero se iría caminando. Aquel hombre, no podía ocultar su maléfica sonrisa que crecía más cada vez que miraba a la gente sufriendo por la noticia de los nuevos impuestos. Pero en el fondo, algo le incomodaba. La reacción ante la recompensa por la captura del señor de la oscuridad no era la que esperaba; al contrario, parecía que el pueblo lo protegía. En sus pensamientos, Kurogane concebía esta posibilidad, pues el vampiro había atacado a algunos nobles y les robo dinero. Pero no por eso detendría su estrategia; al contrario, de no dar resultados volvería a hacer lo mismo, pero aumentando la cuota cinco veces mas.

    -Estos panecillos son tan deliciosos Len. Nadie en todo el reino los prepara como tu- dijo la voz de la reina Rin. Pasaba de la hora de su merienda y ella seguía sentada a la mesa comiendo. Como era costumbre, estaba acompañada por su fiel sirviente en su habitación, que solo la miraba. –Podría comer cien de estos.
    -Rin, ya has comido tres brioches seguidos- dijo. –¿Segura que no te has llenado?
    -Es que son deliciosos- respondió con una amplia sonrisa. –Solo Len sabe hacer los brioches perfectos.
    -Ah gracias- alcanzo a mascullar con una ligera risa. –Supe que tuviste problemas con algunos sirvientes y la comida.
    -¡Si! Todo lo que preparaban sabía muy mal, o no tenía sabor alguno.
    -Vaya, que curioso. La mayoría cocinan muy bien.
    -Pero ninguno sabe hacer brioches- dijo dando el ultimo bocado. –Les quedaban horribles.
    -¿Ni mi hermana? Ella me enseñó a hacerlos.
    -Luka… Nunca parecía estar disponible para mí. Siempre que le llamaba, los guardias me decían que estaba ocupada.
    -¿Mi hermana ocupada?- se extrañó Len. Aunque Luka siempre tenía trabajo, ella lo dejaba de lado para atender a la reina. –No suele evitar atenderte.
    -Lo sé, me pareció raro. Pero bueno, supongo que en algún momento tenia que pasar. Quizá al fin se consiguió a un pretendiente.- agregó con un tono juguetón.
    -¿Qué? ¿Mi hermana con novio?- se sobresalto el joven Megurine. Nunca había escuchado a su hermana mayor hablar sobre algún pretendiente, siquiera de un chico que le llamara la atención. En ese momento se preguntaba cuanto tiempo estuvo fuera del País Amarillo en verdad. –Eso seria… no lo sé. Me sorprendería que fuera así.
    -A mi también, ¡pero eso seria tan lindo!- agregó risueña sin apartar la vista del joven. –Y no lo tomes a mal pero, creo que ya le hace falta.
    Len le dio respuesta con una carcajada. Miró los ojos de la reina y se sentó a su lado. Sin darle aviso alguno, tomó una de las frutillas de su plato y de un bocado se la comió.
    -Tienes razón. Le vendría muy bien a mi hermana. La veo sola muchas veces, hasta triste en ocasiones. Si es por un pretendiente, espero sea un buen hombre.
    -¡Claro que será un buen hombre!- exclamó la joven monarca. –Aunque tu hermana sea una sirvienta, se ha ganado el respeto de todos por ser una gran mujer. Nadie que no pudiese ser un buen pretendiente lo intentaría.
    -Te diré, en nuestro pueblo muchos quisieron, pero a ninguno lo aceptó.
    -¿Es muy exigente?
    -O ellos eran muy malos.
    Ambos se miraron unos segundos, quedando el silencio, el cual rompieron con una sonora carcajada que llenaba toda la habitación. Pero de pronto, su alegría se vio interrumpida al abrirse de par en par las puertas y delante de un par de guardias que inútilmente intentaban detenerlo, entro el consejero Hiyama, con una expresión de enojo en el rostro.
    -¿Cómo pudo hacerlo?- vociferaba mientras se dirigía a Rin. –No logro entender como es capaz de hacer algo así.
    -Señor Hiyama, que grosero fue al entrar de ese modo.- le reprochó la reina que apenas lo miraba. –Espero sea importante lo que va a decirme.
    Kiyoteru llegó hasta la mesa donde estaban sentados la reina y el sirviente, quien de inmediato se puso de pie para cederle el lugar al consejero, pero este lo ignoró. Se plantó a un lado de la soberana y siguió hablando.
    -Es peor que un crimen lo que acaba de hacer. Triplicar los impuestos cuando la gente apenas tiene que comer.
    -Son tiempos difíciles y de gran tensión entre los reinos, todos debemos hacer sacrificios.- dijo segura de si la reina. Su voz había cambiado; del tono dulce que tenia con su sirviente, ahora adoptaba uno sumamente serio.
    -Puede engañar a todos en el reino, pero a mi no. Se muy bien que esto es idea suya y de Misawa para detener a ese criminal.
    -Y si así lo fuera, ¿qué?- replicó. –Esto lo hacemos por el bien de reino. No podemos dejar a ese hombre suelto para que ataque a más mujeres.
    -Usted no puede mentirme- respondió indignado el consejero, sin dejar de mirar los ojos de la joven reina. –Solo es un pretexto para obtener más dinero y vengarse del sujeto que interrumpió en su baile sin importar a cuantos perjudicara.
    -Señor Hiyama- dijo con voz potente. Se levantó de su silla, dirigió sus fríos y azules ojos al consejero y siguió hablándole. –Había tiempos en los cuales, usted nunca objetaba mis decisiones y según lo que me dicen, era uno de los principales defensores de mi padre. ¿O estoy equivocada?
    -Eso… no puedo negarlo mi reina.
    -¿Qué ocurrió con ese consejero fiel? En las últimas fechas, usted se ha dedicado a atacar todos y cada uno de mis mandatos, cada decisión, cada ley, cada decreto, usted los ha atacado y reprochado. Estoy cansada de ello y no permitiré que siga así.
    -¿Eso es? ¿Le molesta que vea por el pueblo?- se molestó Hiyama, que fue elevando la voz a cada palabra. –Trato de evitar una catástrofe, ¡algo que usted misma causara si sigue así!
    -¡Cállese!- chilló la reina. Al instante, los guardias tomaron al señor Hiyama por los brazos. –Uno de los tantos objetivos de este mandato era saber si aun era fiel a mí y al reino. Y ya veo que no lo es.- decía mientras se acercaba a el. –Parece que los servicios de cierto consejero ya no serán necesarios en este reino, a no ser que se decida a cooperar y deje de contradecir mis mandatos.
    -¿Cómo se atreve a hacerme esto?
    -En verdad, mis deseos son echarlo del palacio ahora mismo, pero por el respeto que le tengo, y como era un buen amigo de mi padre, seré benévola y os daré una última oportunidad.- dijo con cierto aire soberbio.
    -Mi reina, con todo el respeto y de la manera más humilde que pueda ser, le pido que olvide de esa nueva medida, no puede hacerle eso al pueblo.
    -Mi decisión fue tomada y le pido que la respete.- volvió a su tono serio. –Ahora, le pido guardar silencio y salga de mi vista en este instante, antes de que cambie de opinión.
    -Mi reina, no. ¡Los resultados serán desastrosos!- gritó Hiyama alterado, con la esperanza de que la monarca reaccionara, pero no ocurrió así.
    -¡Guardias! ¡Sáquenlo de aquí!- ordenó la reina Rin.
    Al instante, los dos soldados que no pudieron evitar la interrupción se llevaron arrastrando al consejero de lentes, que miraba suplicante a la reina y sofocando sus propios gritos. El escándalo seguro se sabría y eso significaba la llegada del general Misawa a la oficina del señor Hiyama Kiyoteru.
    Apenas llegaron al umbral, los guardianes de las puertas arrojaron al consejero fuera de los aposentos de la reina, aunque respetando su posición, solo le empujaron. Cerraron de nuevo las puertas de fina madera se pararon frente a estas, bloqueando el paso.
    -No es nada en contra suya, señor Hiyama- dijo uno de los soldados. –Pero es mejor que abandone el pasillo.
    -Por favor señor, en verdad háganos caso- agregó el otro guardia, que era mas joven. –Ya hemos visto esto muchas veces, no queremos tener problemas con ella ni con el general.
    -No los tendrán, al menos no por mi parte.- dijo fríamente el consejero mientras se arreglaba el traje y, sin agregar otra palabra, se dio vuelta y caminó hasta su oficina.

    Los pasillos del palacio por primera vez le parecían interminables al consejero de lentes y eran mas oscuros que de costumbre. El sol que lograba filtrarse por las ventanas se reflejaba en los anteojos de aquel hombre, que, perdido en sus pensamientos, recorría el palacio sin un rumbo fijo; ya varias veces había pasado frente a su oficina, pero evitaba entrar en esta, su mente y las visiones sobre un futuro oscuro le atormentaban. El pensar que abogar por los súbditos le podría costar sus privilegios y que ni aun así lograría que la reina le escuchara, resultaba frustrante; ni siquiera Gakupo, que se caracterizó por ser un dictador, le trataba así.
    Después de mucho vagar por los pasillos, el cansancio se hizo notar en sus piernas, así que optó por regresar a su despacho. El trayecto le pareció de igual modo extenso, más al subir la escalinata que llevaba a la torre sur. Finalmente llegó a su oficina, toda una planta de la torre, que ocupaba también como su dormitorio y el de su hija. Lentamente abrió la puerta, aun molesto por lo ocurrido; pero de pronto, en cuanto sus pies atravesaron el umbral, una mano apareció y tomándolo de pecho, lo arrojó al escritorio, donde se golpeo la espalda y cayó al suelo. Mientras se retorcía del dolor, logro distinguir; pese a su borrosa vista, pues con el impacto sus lentes cayeron directo al suelo, logró distinguir una figura humana frente a él. Trato de reincorporarse, pero un golpe en la boca del estomago lo mando de nuevo al suelo.
    -Muy mal Kiyoteru, muy mal- dijo una voz grave y fría, era Misawa. –¿Por qué ese afán tuyo en molestar a nuestra venerable reina?
    -Entonces ya lo sabes- dijo con dificultad, el ultimo golpe le había sofocado.
    -Por supuesto. Los rumores corren rápido en este palacio.
    -Lastima que tú controlas que rumores se escuchan…- sus palabras fueron seguidas por un grito ahogado de dolor. El general Misawa le golpeo la cara.
    -¡No me gusta tu actitud Kiyoteru!- rugió el militar. –Eres problemático, rebelde, y bocón. Parece que tu única misión es incomodarnos a todos aquí y hundirnos en a miseria.
    -Yo- hablaba entrecortado. Un fino hilo de sangre brotaba de su labio inferior y la marca del puño de Misawa se dejaba ver en su mejilla. –No quiero eso. Pero si ustedes siguen así…
    -Cállate. Sabemos muy bien lo que hacemos y tenemos todo calculado. Pero por ninguno motivo soportaremos la interrupción de ninguna persona y menos de un consejero de ideales contrarios a los nuestros.- seguía hablando, elevando la voz de pronto al referirse al señor Hiyama. –De la manera mas atente te pido, desistas de cambiar nuestros planes.
    -No me detendré solo porque un perro como tú lo dice.- vociferó Kiyoteru, causando un arrebato de ira en el general Misawa.
    Su mano de nuevo apresó el pecho del consejero, arrojándolo al muro y golpeándolo con su espalda y cabeza. Inmediatamente, la fría mano del general apresó el cuello del señor Hiyama, inmovilizándolo ante la pared. Sus pesada mano apretaba el pescuezo del consejero, evitando que respirara; cuando la falta de oxigeno comenzó a notarse, aflojó un poco sus dedos para evitar dejar inconciente al indefenso hombre.
    -Escúchame bien Kiyoteru.- dijo acercándose al rostro del débil consejero. Su voz seguía fuerte, pero hablaba en un tono mas bajo. –Tienes dos opciones a elegir; puedes tomar todas tus cosas y marcharte ahora mismo de este reino. Eres listo, seguro encontraras un buen puesto en algún reino que acepte tus ridículas ideas. Tu otra opción es permanecer aquí, pero olvidarte de tus innovadoras ideas. Eres muy influyente entre los demás consejeros, quizá más que la misma reina, y por eso necesitamos que te sometas a nuestros mandatos y apoyes las resoluciones que su majestad haga.
    -¿Y que si no lo hago, eh?- menciono burlonamente el consejero con una sonrisa confiada. –¿Acaso me torturaras o amenazaras de muerte? Eso no funcionara…
    Misawa se limitó a mirarlo a los ojos. En pocos segundos, una sonrisa, sobria y tenebrosa se dibujó en su rostro, seguida por una risa que inspiraba temor.
    -No Kiyoteru, estas muy equivocado- respondió el militar. –No te voy a atacar a ti, sino a alguien más.- su risa se volvía más sonora con cada palabra. –Si no a otra persona… -hizo una pausa y se acercó al oído de Hiyama. –Tu hija.
    -Yuki- dijo estremeciéndose el consejero. Apenas escucho eso, su sangre se heló y su respiración se volvió forzada. Misawa había tocado un punto que resultaba fatal y más miedo le causaba al saber que semejante hombre en verdad era capaz de cometer actos de terrible naturaleza. –No, no lo hagas. No puedes…
    -¿Qué me detiene? Absolutamente nada.- siguió hablando el general. –Ya lo sabes, o cooperas con nosotros, o tu hija la pasara realmente mal. Me encargare de lastimarla tanto como sea posible y hacerle sentir miserable, así tu también serás miserable; y cuando ambos deseen estar muertos, yo, felizmente haré realidad su deseo. Espero tu respuesta en la junta de mañana.- terminó de hablar. De nuevo tomo del pecho al señor Hiyama y lo arrojo al suelo. –Toma la decisión correcta hombre.
    -¿Qué pasó con Misawa Kurogane, el general benévolo que conocí hace veinte años?- masculló con dificultad el maltrecho consejero. –Es si era un hombre…
    El silencio se apoderó de la aviación, mientras Misawa caminaba hasta la puerta. Lentamente la abrió y volviendo la mirada, dio respuesta a la dura pregunta del señor Hiyama.
    -Así no se maneja un reino…- habló con voz sombría y abandonó el despacho, dejando al consejero tendido en el suelo, frente a su escritorio.

    Pasaron varias horas, ya era de noche y el palacio se iluminaba con centenares de velas a lo largo de toda su estructura. Los jardines eran vigilados por pequeños grupos de guardias, no más de cuatro por equipo, que ponían especial atención en sus pasos para no lastimar a ninguna de las plantas de la reina. En el interior del palacio, un silencio total llenaba sus pasajes, pareciera que todos dormían; era una noche tranquila, como no se tenia desde hacia años.
    De pronto, en la torre sur, el silencio que se había apoderado de la noche, era roto por los cantos de una niña que subía a brincos por la escalera y era seguida por un sirviente de cabello verde cuyo rostro reflejaba cansancio. Llegaron juntos a las puertas del despacho del consejero y llamaron, pero no recibieron respuesta. El sirviente llamó una vez más y el resultado fue el mismo. Al no escuchar el consejero, ambos se asustaron un poco y abrieron la puerta tímidamente. El lugar estaba vacío y no mostraba señas de desastre causado por Misawa, a excepción por el escritorio que estaba totalmente desordenado. Lentamente entraron a la oficina, sin hacer ningún ruido. Todo parecía en orden, pero la ausencia de Kiyoteru les molestaba; la pequeña abrazaba al sirviente, temerosa de encontrar algo peligroso al caminar por la oficina.
    -Disculpen- dijo una voz masculina, provocando que ambos saltaran del susto.
    El consejero salía de lo que era su dormitorio, con una taza en sus manos. . En cuanto la pequeña de cabello negro lo reconoció, salio corriendo hacia él y lo abrazó.
    -¡Papá!- gritó la niña. –Nos asustaste.
    -Lo siento Yuki- respondió con una sonrisa. En el momento, la pequeña Yuki no se percato del gesto de dolor de su padre, pero el sirviente si lo hizo. –¿Cómo se comporto esta tarde?
    -¡Muy bien papá!- respondió rápidamente la pequeña. –¿Verdad que si Gomu?
    -Si, se portó muy bien hoy- dijo el joven con una sonrisa. –Ha mejorado mucho en la cabalgata.
    -Oh que bien. Mi pequeña Yuki será una gran jinete.- dijo mientras acariciaba la cabeza de su pequeña hija. La niña no superaba los 9 años de edad. –Hija, ve a cambiarte de ropa.
    -¡Si!- contestó con una sonrisa. –¿Papá me contara una historia?
    -Claro Yuki, anda, ve a cambiarte.
    -¡Si! Buenas noches Gomu, nos vemos mañana.- se despidió la hija del señor Hiyama y se fue corriendo a su dormitorio.
    Ambos caballeros se quedaron solos en la oficina. El ambiente era tenso, Kiyoteru mantenía la mirada clavada en el pasillo por el que desapareció su hija, mientras que Gomu permanecía mirándolo a él. En silencio se le acercó y examinó su rostro detenidamente, claramente se veían los golpes propinados por Misawa.
    -Señor Hiyama… ¿Qué le pasó?- preguntó Gomu señalando las marcas provocadas por los guantes metálicos del general.
    -No es nada, tropecé y me golpee con el escritorio esta tarde.
    -Señor, se ve que fue un golpe muy duro, no quiere que…
    -Déjalo así Gomu, estaré bien, solo es un golpe.- sentenció el consejero, alejándose del sirviente. –Es posible que tenga mucho trabajo los próximos días; así que necesitare que cuides a Yuki hasta tarde.
    -Entiendo señor. Me haré cargo de ella el tiempo necesario.
    -Gracias Gomu. Y por favor, nunca le quites a vista de encima ni te separes de ella.- pidió Kiyoteru.
    -Por supuesto señor. Cuidare de Yuki como si fuera mi hermana… pero- agregó el sirviente Gomu, su rostro reflejaba preocupación. –Me inquieta esto, ¿qué ocurrió señor?
    -Todo está en orden; solo que con tanto trabajo, no quiero que Yuki se sienta sola, es todo.
    -Comprendo, y tiene razón. Yo estaré a pendiente de su hija.
    -Gracias Gomu, no sabes como lo agradezco. En verdad has resultado un gran apoyo para mi, más en épocas complicadas como esta.
    -Es lo menos que puedo hacer para agradecerle su ayuda señor, mi lealtad por apoyarme a mi hermana y a mi con nuestro abuelo.
    -No es ninguna molestia, necesitaban el apoyo de alguien…- el consejero hizo una pausa, miro una de sus libretas y se dio una palmada en la frente. –Es cierto, hoy debes ir a casa de tu abuelo.
    -No se preocupe señor, puedo, puedo posponerlo. Solo mando a un…
    -No Gomu- lo interrumpió. –Tienes que ir a apoyar a tu hermana. Estaremos bien hasta que regreses.
    -Esta bien, pero si me necesitan, vendré cuanto antes.
    -Anda Gomu, no te preocupes.

    Megpoid Gomu, el sirviente al servicio del consejero Hiyama y encargado del cuidado de su hija Yuki, abandonó el palacio, como lo hacia todos los viernes desde el día que comenzó a trabajar para la corona. Todas las semanas tenia que hacerlo para atender a su abuelo enfermo y apoyar a su hermana menor, Gumi, que pasaba día y noche al cuidado del anciano. O eso era lo que la gente conocía, pues la familia Megpoid resultaba misteriosa.
    El trayecto desde la mansión real hasta el humilde hogar de los Megpoid era largo: atravesaba las mansiones de los nobles y los prados que reservaron para sus caballos, una larga plaza que frecuentaban los influyentes, mas adelante estaban las casas de los súbditos, primero los militares y con cada metro recorrido, aparecían las viviendas más pobres y devastadas; bares, carnicerías y algunas sastrerías eran los edificios en mejores condiciones, pero no dejaban de verse débiles. Pasando todo esto, Gomu llegó a una plaza, amplia pero en malas condiciones, cuyo centro era una estatua del rey Gakupo I, sostenía un cetro en su mano derecha y con la izquierda señalaba el suelo. El joven Megpoid pasó de largo y se dirigió a una de las casas sobre la cual colgaba un letrero que rezaba “sombreros”. Pero a medio andar, se desvió hasta una casa cercana y se detuvo. Sobre el muro estaba clavado uno de los anuncios que informaban de la recompensa para quien atrapara al señor de la oscuridad. Gomu lo miraba fijamente, la imagen del vampiro era idéntica al real, cada detalle del traje y el cabello, pero el rostro era borroso. Nadie en todo el País Amarillo conocía la cara del señor de la oscuridad; solía ser cubierta por las sombras o una mascara, dejando al terror del País Amarillo en total anonimato. El joven de verdes cabellos tomo aquel pergamino y lo arrancó de un solo movimiento, le enrolló y volvió a la puerta de la casa de su abuelo. Dio tres golpes sobre esta y tras esperar unos segundos, se abrió una ranura por donde se veían un par de ojos verdes.
    -¿Quien es?- dijo una voz femenina, pero a la vez joven.
    -¿Cómo que quien es?- respondió Gomu. –Soy yo tonta.
    -Perdóname por no poder ver en la oscuridad- reclamó ella y cerró a ranura. Segundos después la puerta se abrió, permitiendo el paso del sirviente Megpoid.
    El joven entró a la vivienda y cerro inmediatamente la puerta. Dejó su sombrero colgado en el perchero que estaba a un lado y caminó directo a la sala, dejando varias bolsas pequeñas en la mesa del comedor.
    -¿Nadie te siguió?- preguntó una muchacha. Estaba parada a un lado de la puerta, cerrándola con candados. Su cabello era verde, igual que el de Gomu, corto hasta su cuello y con dos mechones que caían sobre sus oídos. Llevaba puesto un vestido anaranjado con detalles amarillos. –Ya varias veces nos han visitado los guardias. Estas siendo muy descuidado Gomu.
    -Niña, niña, cálmate- decía el joven Megpoid mientras se quitaba el saco. –No iba a venir aquí si me seguían, ¿con quien crees que hablas?
    -Con el que la última vez resbaló a mitad de la huida- sonrió burlonamente la chica.
    -Y lo tienes que recordar- respondió el muchacho en un suspiro. Hizo una pausa y tomó el cartel arrancado, extendiéndolo en la mesa. –Este es el nuevo chiste de la reina y Misawa, junto con los nuevos impuestos.
    -Triplicados, los vecinos no hablan de otra cosa- mencionó la joven.
    -Y supongo que el abuelo ya sabe o de estos carteles- dijo Gomu con una cara de resignación.
    -Y no le gustó para nada- respondió ella mientras leía el cartel. –Si que lo quieren, semejante recompensa y unos buenos años de prisión, me sorprende que no este condenado a la horca.
    -Creo que ya tienen algo más efectivo, un nuevo aparato. Con Yuki siempre conmigo nunca me entero de todo.- lamentaba Megpoid. –Muy tentador… ¿crees que alguien se atreva a buscarlo?
    -Tú sabes más de eso que yo- respondió entre risas la chica.
    -Oh claro, puesto que eres solo la simple cochera- dijo Gomu y soltó una carcajada.
    Pero las risas cesaron de pronto cuando de la nada se escuchó un fuerte golpe seco y Gomu lanzó un grito de dolor. Se alejó rápidamente de la mesa, dando quejidos y frotándose la cabeza, detrás de él había llegado un hombre de avanzada edad, apoyado en un bastón y ataviado con un traje completamente negro. Se acercó a Gomu lentamente y le golpeo en la espinilla con el bastón.
    -¡Torpe!- gritó el anciano. –Mira lo que has hecho, ya no podemos estar en paz.
    -Buenas noches abuelo- saludó un fastidiado el joven Gomu. –Nunca me habías recibido así.
    -Al parecer debí hacerlo antes; dejo que vagues unos días sin supervisión y haces un desastre.- reclamó el abuelo Megpoid, a la vez que señalaba el cartel del señor de la oscuridad. –Ahora todo el reino estará detrás del vampiro que les ha atemorizado en los últimos cincuenta años.
    -En verdad abuelo- intervino la muchacha. –Es posible que no intenten nada.
    -Gumi, no trates de escudar a tu hermano. Por su culpa…
    -Por mi culpa no pagamos impuestos, ¿debo recordarlo?- interrumpió Gomu. Se acercó al anciano y mirándolo a los ojos le dijo. –Abuelo, confía en mí, llevan años buscándonos y nunca lograran atraparnos. Estoy dentro del palacio, se como trabajan y los conozco a todos, burlarlos es facil.
    -Gomu, te arriesgas demasiado hijo… Desde la primera noche que entraste así al palacio…
    -Se que es arriesgado abuelo, pero debo hacerlo. Si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará.- Se apartó del comedor y caminó al pasillo, sacando una llave de sus ropas. –El señor Hiyama no podrá defendernos, por eso hago esto.
    -¿Piensas salir hoy?- preguntó alzando la voz el anciano Megpoid. –Los guardias están por doquier y por mi agradecido que esté el pueblo contigo, nunca falta aquel traidor que busca el beneficio propio.
    -Yo solo les robo- respondió. Insertó la llave en una pequeña ranura en el muro, abriendo una puerta que no lograba distinguirse a simple vista. Entró por esta y la cerró de nueva cuenta. –Además, Gumi es la que reparte el dinero.
    -No puedo creer que arriesgues a tu hermana. Si los perdiera a ambos…
    -¡Abuelo! No caigas en pensamientos negativos, ahora más que nunca necesitamos tu apoyo.- replicó Gumi. Sus verdes ojos se posaron en la figura de su abuelo. –Hacemos esto con gusto y estoy conciente del riesgo. Pero no olvides que un espectro oscuro es capaz de defenderse.- concluyó, fingiendo pelear con alguien.
    -No puedo creer que mi personaje, que cree con el fin de asustar a las damiselas y poder acosarlas, se vuelva un justiciero, el héroe del pueblo.
    -¿No es mejor ser recordado en los libros de historia, como el hombre que se enfrentó a toda una patria y no como aquel que sembró el terror en la misma?- cuestionó Gumi, arrojándose a una silla. –Sin duda, lo primero es mejor.
    -No puedo discutir con ustedes dos, aunque siempre peleen, terminan apoyándose.
    -Somos hermanos, claro que nos apoyaremos- dijo con una amplia sonrisa Gumi. –Aunque tratemos de sacarnos los ojos todos los días.
    El anciano rió con le chiste a sonoras carcajadas; pero en cuanto recordó el aumento de los impuestos, su semblante volvió a ser serio. Aunque el no tenia que temer, salvo que descubrieran que estaba sano, le dolía en el alma el no poder hacer nada por sus vecinos; mas aun que algunos les miraran con envidia por no tener que pagas ni una sola moneda. Gumi habia logrado apoyar a lagunas personas, dándoles de comer y apoyándolos con el pago de impuestos. Pero el que más ayudaba al pueblo, sin duda era su nieto Gomu, quien disfrazado, había iniciado una cruzada en contra de la corona del País Amarillo. Un hombre, contra todo un reino.
    -Gumi…- tartamudeo. –Estoy preocupado por nuestros vecinos. Aunque los apoyemos, no podemos hacer mucho con ese impuesto tan alto. Si la reina no se arrepiente, las cosas se pondrán muy mal.
    -Abuelo; Gomu y yo tendremos que trabajar al doble para cubrir los gastos de cuantos podamos. No nos dejaremos abatir tan fácil.
    -Pero si ella solo toma medias mas duras…
    -¡Eso no pasara!- gritó la voz de Gomu, la puerta falsa se abrió y esté salio de ella, sus ropas eran distintas, un traje negro con destellos azules y una larga capa oscura que ondeaba con cada paso. En su mano derecha cargaba con una peluca azul. –Ya es hora de que alguien le haga frente a esa reina mimada. Si el señor Hiyama y Luka no pudieron, es hora de que alguien que no es de este mundo le haga entrar en razón.
    -¿Vamos a salir esta noche?- preguntó Gumi, entusiasmada.
    -Así es Gumi, prepara los caballos- respondió su hermano, su voz era mas grave. En su rostro se dibujo una sonrisa y se puso la peluca de azules cabellos. –Ella al fin me aceptó como una amenaza, y eso seré.- decía. Gomu, con una actitud totalmente distinta, lanzó una burlona carcajada. –¡Arrodíllense, ante el señor de la oscuridad!
     
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    Al Dolmayan

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    La hija del mal
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    Tragedia
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    Capitulo XVIII​
    “El señor de la oscuridad”​
    -¡El terror del País Amarillo!-​
    -Gomu, todo me parece bien pero… es muy arriesgado- le decía Gumi a su hermano antes de partir al palacio. –Estarás dentro, lleno de guardias, sirvientes. No lo sé, cualquiera puede bloquearte el paso.
    -Hermanita, ya lo deje claro. Hemos hablado de ello las ultimas dos horas, si utilizo todos los túneles secretos, estaré bien.- le respondió tranquilamente su hermano mayor. Vestía un sencillo traje negro, su ropa de sirviente. –No pueden atraparme.
    -Confío en ti hermano, pero es muy riesgoso.- insistía. Las ropas de Gumi eran igual negras, un refinado traje masculino con detalles morados; el cuello de la camisa le llegaba hasta el mentón, parte que comenzaba a cubrir la mascara de calavera que llevaba en sus manos. –Trata de que no te vean salir.
    -Colgué unas cuerdas que caen sobre mi habitación, nadie me vera.
    -¿Y si las quitaron?
    -Colgare otras.- respondió rápidamente. –Gumi, en verdad o quieras que haga esto, ¿verdad?
    -Es muy arriesgado. La última vez casi te atrapan. Quizá sean algo tontos, pero debes admitir que Misawa los ha entrenado bien.
    -Si, son más ágiles, pero igual no son competencia para mí.- dijo arrogantemente el joven de verdes cabellos.
    -Estas siendo muy soberbio Gomu.- reclamó su hermana menor. –Esa actitud te puede dar problemas.
    -No tendremos problema alguno si nos apegamos al plan. Solo entrare a asustarla, eso es todo.- decía seguro de si mismo. –No robare, no golpeare a nadie.
    -Tengo un mal presentimiento- mascullo, miro a los ojos a su hermano. Este sonreía, sereno, en total calma. Esa mirada típica en él antes de hacer sus apariciones como el señor de la oscuridad; tranquilo, confiado en si mismo. Era ágil a pesar del traje que resulta incomodo de maniobrar.
    -Yo también, pero debamos hacerlo.- hablaba con tranquila voz. –Siendo sinceros, si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará.
    La chica de ojos verdes permaneció en silencio, mirando a su hermano. El templado semblante de aquel chico le sorprendía y tranquilizaba a la vez. Una paz interna que el reflejaba y era capaz de contagiarla.
    -¡Tienes razón!- rugió Gumi. –Si no actuamos nosotros, nadie lo hará. Debemos darle su merecido a esa malvada mujer.
    -¡Así se habla hermanita!- gritó entusiasmado. –Repasemos el plan, debemos tener todo perfectamente calculado- dijo Gomu, extendiendo un pergamino. Era un dibujo del palacio y sus alrededores; pero tenía muchos mas detalles. Cuidadosamente, estaban señalados todos y cada uno de los cuartos importantes de edificio, como las habitaciones de la reina Rin, Misawa, el consejero Hiyama, Luka y Len; los distintos despachos, calabozos y armerías. Pero también, con tinta verde, estaban trazados los diferentes túneles secretos y sus respectivas salidas.
    -Vaya, alguien tuvo mucho tiempo para buscar esos pasadizos.
    -Esa niña, Yuki. Los conoce todos. Fue muy frustrante buscarla las primeras semanas.- suspiró Gomu.
    -Pero se lo agradecemos enormemente en este momento.- dijo entre risitas la chica de cabello verde.
    -Bien. En punto de la media noche, cuando suenen las doce campanadas, saldré de mi habitación rumbo a la torre central. Asustare a la reina y saldré corriendo a esta habitación- dijo señalando un cuadro con el dibujo de una trompeta. –En cuanto llegue, haré sonar una trompeta, dos veces seguidas.
    -Entonces yo me acercó al palacio…- comenzó a hablar Gumi, pero su hermano la interrumpió.
    -No, ya no. Tú me esperaras justo en este árbol- señaló la imagen de un solitario árbol al sur del plano, misma que estaba conectada a una “x” dentro del palacio con una línea verde. –Tomare este pasadizo secreto.
    -Pero hermano, yo creí que…
    -No Gumi, conozco sus caballos. Son muy rápidos, mientras mas distancia hagamos mejor.
    La señorita Megpoid dudó unos segundos, mirando a su hermano; abría la boca pero ningún sonido salía de esta. No le convencía el nuevo plan que su hermano había ideado, tan diferente a lo que era la rutina que hacían cada que el señor de la oscuridad atacaba. Comúnmente, mientras Gomu asustaba a las mujeres, su hermana apagaba todas las velas cercanas y, cuando llegaba a los oídos de Gumi el sonido de los gritos provocados por aquel, emprendía la marcha desde un lugar cercano hasta un par de casas más adelante del punto donde el vampiro aparecía, ahí, este subía al carruaje y desaparecían juntos en la penumbra. Como un medio para inspirar temor, Gumi solía usar una mascara con forma de calavera; y volteaba siempre hacia las victimas y perseguidores del señor de la oscuridad mientras Gomu soltaba su característica carcajada.
    Pero en esta ocasión, resultaba muy diferente; además del gran riesgo que los hermanos Megpoid corrían por querer asustar a la reina, Gomu tenía razón. Con las frecuentas apariciones del señor de la oscuridad, no resultaba extraño que Misawa decidiera entrenar a los guardias para atraparlo y conseguir caballos mas rápidos.
    -¿Y entonces que se supone que haré?
    -Tú estarás aquí, esperando esa señal.- habló Gomu, su voz se había tornado seria, como pocas veces ocurría. –Justo en este árbol, solo eso. No quiero que te arriesgues de más.
    Gumi permaneció en silencio mirando el plano.
    -Se que es una larga distancia, pero se que podré recorrerla rápido y llegar al túnel.- trataba de calmarla. –Todo estará bien.
    -Confío en ti hermano, se que no podrán atraparte.- respondió ella, sin embargo, su expresión permanecía seria.
    -Una cosa más hermana.- agregó él. De sus ropas sacó un pequeño reloj de arena y se lo entregó a Gumi, que algo sorprendido lo tomó. –Este es un reloj de arena de quince minutos. En cuanto escuches la trompeta, deja correr la arena y espérame ese tiempo. Solo tengo esos quince minutos para salir de ahí.
    -¿Qué hago si no sales en esos quince minutos?
    -Vete- dijo su hermano mayor después de unos segundos de incomodo silencio. –Si no llegó a salir cuando la arena se acabe, huye.
    -¿Huir? Pero hermano eso…
    -Es necesario, Gumi. Eres el único apoyo para el abuelo, no pueden capturarte a ti también.- hablaba el joven, tomando las manos de su hermana menor. –Si algo me llega a pasar, si me atrapan, no solo serás la única persona que le quede al abuelo, irán por ustedes.
    -¡No digas esas cosas!- chilló ella.
    -Tranquila, no pasara.- dijo él, apretando las manos de su hermana. –Pero debemos preverlo, estar listos para todo.
    -¿Y que haré si… eso ocurre?- pregunto con temblorosa voz la Megpoid menor.
    -Si no logro salir, huye, ve por el abuelo y llévatelo cuanto antes- respondió totalmente serio. –Al reino más lejano que puedas, donde ese loco de Misawa no pueda hacerles daño.
    Gumi miro a su hermano con los ojos llorosos. No quería imaginarlo, intentaba ser fuerte como siempre, pero en esta ocasión no podía; una presión en su pecho, un mal presentimiento, le impedían mantener ese pensamiento optimista y aventurero que todas las noches tenia. Al no tener respuesta, Gomu volvió a tomar la palabra. Enrolló de nuevo el plano y lo dejó en las manos de su hermana.
    -También quiero que, por favor, le entregues esto a Meiko, a dueña del bar. Ella sabrá que hacer con esto y te ayudara a escapar del reino.
    -¿Sakine?- reacciono la chica ante a declaración. –¿Le dijiste a ella que tú eres el señor de la oscuridad?
    -Si, lo hice. Después del baile comencé a tener contacto con ella.- dijo Gomu tomando sus cosas. –Ella sabrá que hacer con los planos, le serán mas útiles que a nosotros.- dijo con una sonrisa, mientras llevaba su costal al hombro.
    Para su hermana menor era imposible ocultar su incomodidad y preocupación. Estaba asustada y temía por el bienestar de su hermano, mientras que aquel únicamente sonreía para calmarla. Dándose cuenta de esto, el joven Megpoid la abrazó y dándole un beso en la frente le dijo.
    -Estaré bien hermanita. Te prometo que después de esto, nos encaminaremos con el abuelo a otro reino, riéndonos de la reina.
    -Más te vale cumplir- respondió con temblorosa voz. –O tendré que golpearte con una tabla en el otro mundo.- sonrío ligeramente.
    -Mas me vale volver- dijo, caminando hacia el palacio –No quiero golpes también allá.
    -¡Hermano!- gritó Gumi.
    -¿Qué ocurre?- se exaltó el joven.
    -Buena suerte ahí dentro. Te quiero Gomu.- alcanzó a decir, su voz aun temblaba y sus ojos estaban vidriosos.
    -Gracias. Yo también te quiero Gumi.- respondió él con una sonrisa y dándose la vuelta, emprendió el camino al palacio; dejando a su hermana sola con los caballos, esperando el momento de actuar.

    -¡Oye! ¡Gomu! ¿Dónde estabas hombre?- preguntó uno de los guardias mas jóvenes al recién llegado. –Te perdiste la hora de la cena.
    -Lo siento Mothy, tenia mucho trabajo en los establos.
    -Tu trabajo es cuidar a la hija del consejero Hiyama.
    -Amigo, esa niña se pasea por todo el palacio y se le ocurrió dejar sus cosas entre la paja.- dijo mientras enseñaba el costal al guardia, estaba lleno de libros, algunas figurillas y varias plumas.
    -Esa niña es un desastre- respondió entre risas Mothy. –Entra ya Gomu, no sea que te vea Misawa y nos mate a ambos.
    -¿El general anda suelto o de mal humor?
    -Y dime tu, ¿cuando no esta de mal humor?
    Ambos echaron a reír. Aunque les daba miedo, el general Misawa siempre era objeto de burlas y chistes, siempre y cuando, el no rondara cerca.
    El soldado se hizo a un lado, permitiendo el paso de Gomu, que entró rápidamente y sin hacer ruido alguno. Agradeció a su amigo y caminó lo mas rápido posible a su pequeña habitación, cerca de la torre donde vivían el consejero Hiyama y la pequeña Yuki. El trayecto fue rápido y sin complicaciones; Misawa no se lograba distinguir en ningún lugar, los pocos sirvientes que Gomu encontró se limitaron a saludarlo moviendo las manos y los únicos guardias en los pasillos se encontraban muy ocupados charlando con un par de criadas que muy sonrojadas, no dejaban de reírse por lo bajo.
    Finalmente, el joven Megpoid llegó a su habitación. Cerró rápidamente la puerta con su candado y dejó el costal a un lado. Corrió a su ventana inmediatamente y reviso el borde; las cuerdas que había dejado atadas seguían en su lugar. Las jaló un par de veces para comprobar que estuviesen debidamente amarradas y volvió a dejarlas caer. Acto seguido buscó debajo de su cama un pequeño y alargado cofre, cerrado con dos candados; sacando las llaves de sus ropas, los abrió, al igual que la caja y de esta sacó un largo traje negro, con detalles azules y una larga capa negra. Era el traje del señor de la oscuridad. Lo contempló unos segundos, como si fuera la última vez que lo vería, le extendió en la cama delicadamente y recorría cada centímetro del conjunto con sus dedos. El traje estaba en buen estado, salvo algunos raspones en las piernas y brazos debido a las acrobacias ejecutadas y los flechazos evitados.
    Alejándose de la cama, tomó el costal y rebuscando en su interior, tomó del fondo una peluca de cabellos azules. La dejó a un lado del traje y caminó hasta un pequeño buró que estaba junto a la puerta. Abrió el último cajón y de este sacó el antifaz negro que ocasionalmente se animaba a usar y la dentadura falsa de los largos colmillos. Ambos objetos permanecieron en sus manos, miró el atuendo del señor de la oscuridad y dio un suspiro.
    -Fue divertido mientras duró- dijo para si mismo. –Tal vez sea la última vez, o tal vez sea la última vez que actuemos en este reino.
    Dejó las cosas en la cama y él se sentó en un banco al borde de la ventana, donde podía ver el cielo. Aun faltaban varias horas para la media noche, cuando todos en le palacio estaban dormidos, o al menos en su mayoría. Pero lejos de preocuparse por si mismo, Gomu se preocupaba por su hermana y de cómo pasaría el rato. Estaba sola en el carro con los caballos, posiblemente caería dormida por el aburrimiento; o tal vez se quedaría sentada en el suelo y miraría el cielo, como el lo hacia en ese momento; pero también podría estar alerta, tomar un tronco y blandirlo a modo de espada, lista para atacar a cualquier guardia que se acercara.
    Sonrío con el último pensamiento, era el más probable. Ya una vez ella había noqueado a un par de soldados que impedían su huida de una reunión de nobles.

    Sin conocer la hora exacta, el joven Megpoid Gomu, sirviente del señor Hiyama, se quitó el traje de sirviente y lo escondió bajo la cama, junto con el cofre que había sacado hace rato. Vistió el traje del señor de la oscuridad, ese mismo disfraz que su abuelo y su hermana habían creado para el cuando opto por continuar con la tradición familiar, interrumpida por la muerte de su padre. Acomodo la capa a su cuello y colocó la dentadura falsa en su boca. Mirándose al espejo, sonrío de manera maléfica, mostrando los falsos comillos. Ese gesto que a tantas personas infundía un profundo temor y el encontraba tan divertido. En ese instante se preguntó si su sonrisa le daría miedo a la reina; no quería tener que atacarla de verdad, solo asustarla, aparecer frente a ella y confrontarla, solo eso; hacerla estremecer y arrepentirse por sus malas acciones, era lo único que buscaba.
    Tomo la peluca azul, y sujetando su verdadero cabello con un pequeño lazo, se la puso en la cabeza, ajustándola lo más abajo posible para que pareciera su cabello real. Estaba listo, el señor de la oscuridad estaba en el palacio, listo para actuar y aparecérsele a la reina malvada. Solo faltaba esperar la hora, la media noche.

    La luna estaba en su punto más alto y un profundo silencio, junto con una oscuridad total se había adueñado de todo el reino amarillo. No podía percibirse movimiento alguno en los alrededores del palacio ni en el poblado, todos dormían o permanecían resguardados en sus habitaciones. Pero aun en la espesa penumbra que reinaba en el ambiente, se distinguían diminutos puntos luminosos, pequeñas flamas que trataban de iluminar los caminos. Era el ambiente perfecto para actuar, en mucho tiempo, no se había visto una noche tan oscura como aquella, perfecta para el señor de la oscuridad. Gomu estaba al pie de la ventana, con el antifaz sobre su rostro y sujetando una de las cuerdas que caían de la abertura; estaba listo, solo esperaba las doce campanadas. Su noción del tiempo se perdió totalmente, ya no sabía si habían transcurrido horas o solo segundos desde que se paró frente a la ventana.
    De pronto, sin dar aviso alguno, el repicar de una campana se escuchó por todo e palacio. El sonido fue tan fuerte que en todos los rincones de la morada real lograba oírse con claridad y no solo eso, el eco llegó hasta las casas más alejadas del pueblo. Megpoid no se inmuto, permaneció en la misma posición apesar del fuerte sonido. Pasaron las campanadas, segunda, tercera, cuarta, quinta; hasta el resonar de la sexta, Gomu se movió. Apretó la cuerda, listo para saltar. Séptima, octava, novena campanada. Dio un tirón a la soga, como si tomara valor de esta y se paró en el borde de la ventana. Llevó su mano al antifaz y se lo quitó, sus ojos lo contemplaron un momento. Décima, onceava campanada. Su mano tembló levemente… le sonrió a su mascara y la arrojó por la ventana. La doceava campanada se escucho aun mas fuerte que las anteriores, Gomu se estremeció totalmente, se aferro de la soga; pero antes de bajar, dejo caer el suelo su antifaz. Apenas se deshizo de el, se puso unos guantes y apretando la soga con gran fuerza, comenzó a bajar por el elevado muro.
    Sus pasos eran cortos y seguros, un pequeño resbalón, por mínimo que fuera, podría resultar letal para él. Ambas manos temblaban, pero se sujetaban firmemente de esa gruesa cuerda que en este momento significaba su vida. Sin mirar abajo ni por un segundo, Gomu logro llegar la ventana más cercana. No tenía cristal alguno que la protegiera, ni cortinas, así que pudo entrar con facilidad. Terminó en un pasillo, enmedio de una escalinata; el lugar estaba vacío, ni una sola persona cerca de el. El señor de la oscuridad sacó de sus ropas una pequeña navaja y son soltar aquella soga, la cortó rápidamente para que no se pudiera ver sobre el borde de la ventana. Dejó caer el resto al vacío y hecho a corre escaleras abajo.
    El trayecto no presentó inconveniente alguno, ningún guardia o sirviente se veía cerca, y en caso de toparse con cualquier persona, esconderse seria fácil, pues la poca luz de las velas no llegaba a los rincones, donde Gomu solo tendría que arrodillarse y cubrirse con la capa. Siguió caminando un rato más, sus pasos eran veloces pero delicados, no podía permitirse hacer ruido alguno que llamara la atención. Llegó a un vestíbulo, ni un alma se percibía y la luz era aun menor que en el pasillo del que acababa de salir. Aquel joven se detuvo unos segundos a meditar el camino que debería seguir, un túnel secreto estaba cerca, pero lo llevaría muy lejos de su destino, también podía seguir hacia el frente aunque estuviese lleno de guardias. Optando por la primera opción, dio unos pasos por la oscura antesala; estaba llena de cuadros enmarcados en oro, armaduras vacías que sostenían lanzas y banderines amarillos, y unos cuantos candelabros cuyas velas apenas iluminaban unos centímetros. La marcha del falso vampiro de detuvo en seco cuando a sus oídos llegó el sonido de unos pasos metálicos. Eran guardias que se acercaban a él. Al escucharlos se escondió entre la penumbra, arrodillándose junto a una de las armaduras, se cubrió con la capa y esperó pacientemente a que se fueran los soldados; los segundos pasaban y a ese sonido metálico se sumaron una risas femeninas. Movido por su curiosidad, Gomu hizo la capa a un lado para poder ver que ocurría en el pasillo; eran los guardias y las sirvientas que había visto hacia unas horas, ellas abrazaban a los soldados y no dejaban de reírse, mientras que ellos solo bromeaban, posiblemente estaban alcoholizados. Cuando al fin se fueron, el señor de la oscuridad salió de su escondite y con cautela se dirigió a la puerta por la que aquellos habían salido.
    Para su buena suerte el siguiente pasillo estaba totalmente solo, contrario a lo que imaginaba al pensar que estaría lleno de soldados. Tranquilamente caminó hasta la siguiente puerta, escondiéndose detrás de los muros y muebles para no ser visto. Faltaba poco, solo una habitación y estaría frente a las escaleras que lo llevarían a la torre central. Abrió la puerta despacio, sin hacer ningún ruido, lo suficiente para poder echar un vistazo sin ser detectado, pero de inmediato se detuvo: a un lado del portal estaba un soldado haciendo su ronda de vigilancia, dando la espalda al vampiro intruso. Gomu vaciló un momento que hacer; no quería llamar la atención aun, por lo que atacarlo no era la mejor opción pues podría hacer mucho ruido, pero esperarlo podría resultar una peor idea ya que otros soldados podrían aparecer en aquel vestíbulo.
    Armándose de valor, metió su mano derecha en el pantalón y sacó de este un pequeño garrote. Lo sujetó con fuerza, decidido a noquear a ese guardia que obstruía su camino; delicadamente apartó la puerta de su cerradura, sin producir sonido alguno que advirtiera al descuidado soldado. Sólo había una oportunidad que no podía perder, si fallaba el golpe todo su plan estaría arruinado. Respirando profundamente, abrió de un veloz movimiento la puerta y golpeó el casco de aquel hombre, dejándolo aturdido. Acto seguido, le quitó el yelmo y golpeó con el garrote su nuca; los miembros de este se aflojaron y cayó inerte al suelo, siendo amortiguado el sonido por los brazos de Gomu. Ya en el suelo lo arrastró a uno de los rincones oscuros y ahí lo dejó acostado. Echó un vistazo a los alrededores mientras se ajustaba la capa y al verse solitario con el hombre inconciente, se alejó por la escalinata que tenia frente a él. Avanzaba con la espalda rozando los muros, corriendo bajo las antorchas para no ser visto. Las ventanas en la torre carecían de cristal que les cubriera, dejando entrar una fresca brisa que aliviaba el calor producido por las teas y el grueso disfraz de vampiro; su travesía continuó hasta un tragaluz situado a unos tres pisos de la habitación real, justo donde comenzaban a aumentar los guardias. Gomu se acercó a este y parándose en su borde, como lo hizo en la habitación, encontró, atada a un clavo sobre le marco de la ventana, una larga cuerda que estaba atada a lo más alto de la torre central. La jaló un par de veces y asegurando la fuerza del nudo, se amarró la cintura y comenzó a trepar el muro. Si antes al bajar debía ser cuidadoso, ahora debía avanzar más rápido y con pasos firmes, evitando resbalar o podría resbalar y caer frente a los guardias. Finalmente después de un largo y difícil ascenso, gracias al cual sus manos terminaron ligeramente heridas por el roce con la soga y sus piernas cansadas por el arduo camino, el señor de la oscuridad llegó al techo de tejas.
    Permaneció ahí unos minutos, aunque ya había subido le noche anterior, no se detuvo para admirar el ambiente desde ese punto como ahora. El pueblo, el reino amarillo se veía tan pequeño desde la cima del palacio; el cielo parecía poder tocarse con las manos, la luna y las estrellas aparentaban estar tan cerca de Gomu, y al mirar al horizonte, parecía que la tierra y el cielo se fundían en uno solo, sin principio ni fin. Al salir de su asombro, el joven Megpoid recogió la soga con la que recién había subido hasta ese techo y se la puso al hombro. En la orilla contraria a donde se ubicaba estaba otra cuerda, mas corta que la anterior, esperándolo.
    Enredó uno de sus brazos a la nueva soga y dejándola caer al vacío de la torre, comenzó a bajar por el muro del mismo modo que lo había hecho para abandonar su dormitorio. El camino era mas cortó en esta ocasión, solo bajar unos cuantos metros hasta el balcón de la habitación real, un camino mucho más breve que los anteriores y sin embargo, debía tener especial cuidado ahora de no hacer ruido o corría el riesgo de ser descubierto. Cautelosamente llegó a su destino, el balcón de la reina; con sumo cuidado bajó hasta este, echó un vistazo alrededor y amarro la soga que cargaba sobre su hombro a una pequeña columna. En silencio se acercó a la habitación de la monarca y escondiéndose tras el muro, se asomó al interior de los aposentos; aun iluminados por las velas, su cama estaba vacía con el dosel abierto y las sabanas listas para recibir el sueño de la joven reina, la mesa donde solía merendar se encontraba limpia y sin manteles, pero una voz llamó la atención del intruso. En su peinador, sentada de espaldas al balcón y con su ropa de cama puesta, estaba ella, la reina Kamui Rin I, cepillando su cabello con un fino peine hecho de oro puro con el sello real grabado. A su lado estaba el fiel sirviente Megurine Len, aun vestía su traje y únicamente le hacia compañía a la gobernante del País Amarillo. Gomu trató de ignorarlos para concentrarse en su plan, pero entonces, Rin comenzó a hablar sobre cosas que impactaron al falso vampiro.
    -Según Kiyoteru, ya tenemos ingresos suficientes para la guerra. No puedo esperar para mandar el ataque.
    -Rin… ¿en verdad esto es necesario?- preguntó Len con una voz temerosa.
    -Misawa no esta ni cerca Len, podemos hablar con toda calma- respondió ella volteándolo a ver. -¿Por qué me preguntas eso?
    -Bueno, es que no veo un verdadero motivo para ir a la guerra, las naciones cercanas están en paz desde hace años y esto… si el País Verde tiene aliados… solo nos perjudicaría a nosotros.
    -Len, Len, Len. Te quiero como a mi hermano, y eres el único que esta al tanto de todas mis decisiones antes que nadie, pero aun así demuestras la instrucción que te falta.- dijo con tono soberbio. -¿En verdad crees que no tengo espías? No tienen aliados poderosos, ni el País Azul tiene un gran ejército como nosotros.
    -Sigo creyendo que esto es una exageración. No puedes hacer la guerra porque alguien enamoró al príncipe antes que tú.- agregó con voz calmada.
    -¡Len!- chillo ella.
    -Lo siento, pero es lo que pienso.- siguió hablando el sirviente con su mismo tono tranquilo. –Creo que tu y Misawa están exagerando las cosas.
    -¡No es solo por eso!- comenzó a gritar la reina. –Es mera estrategia y a beneficio del reino. Esas tierras son desperdiciadas por al falta de recursos, si las conquistamos nos veremos sumamente beneficiados con todo lo que obtendremos de ellas.
    -Tal vez; pero ambos sabemos que esto lo haces por esa chica.
    Rin permaneció en silencio unos segundos, su mirada se desvió al suelo. En el fondo de su corazón, las palabras de Len le causaron un profundo dolor.
    -Es cierto, es por ella.- respondió al fin, levantando de nuevo la mirada. –Pero debo hacerlo, esto no se quedara así. Tengo que… matarla.

    Las últimas palabras de Rin hicieron que se le helara la sangre a Gomu. Estaba aterrado por el nivel de maldad en el corazón de una mujer tan joven, ya no sabía si era por la influencia de Misawa o la reina estaba corrompida por el poder. Una guerra con el País Verde, el más humilde en los alrededores del Evillious, una invasión causada por el capricho de esa mujer de mal corazón. Aunque su curiosidad le dictaba a escuchar más tiempo aquella conversación, Gomu sabía que debía actuar hora, lo más importante ya era de su conocimiento y debía buscar de alguna forma el informárselo a los reinos verde y azul antes de que fuera demasiado tarde.
    Respiro profundo y una vez armado de valor irrumpió en los aposentos reales con su burlona carcajada, provocando un escalofrío que recorrió la espalda tanto de la reina como del sirviente.
    -¡Mujer de mal corazón! ¡Por humanos como tu, los desprecio a todos!- gritó con voz potente, señalándola con su dedo. –Su nuevo mandato me ha estado molestando mucho- volvió a hablar mientras se acercaba más a la joven reina, con una sonrisa maléfica que dejaba ver sus colmillos.
    Los dos jóvenes rubios, la soberana y el sirviente se miraban aterrados, nunca habían imaginado que aquel vampiro les atacaría en su propio palacio. Rin comenzó a gritar, pidiendo ayuda, aunque sus alaridos eran ahogados que apenas se lograban entender; peor Len, al verla así, tomó valor y encaró al señor de la oscuridad tratando de acertarle un golpe al rostro, pero su inexperiencia en pelas fue notoria cuando el vampiro bloqueó su ataque y le dio un puñetazo en la boca el estomago, sofocándolo y obligándole a doblarse por el dolor y la falta de aire. Con un gran dolor en su alma por atacar a su amigo, Gomu tomo del cuello a Len y lo arrojó a la mesa donde se estrelló produciendo un fuerte golpe.
    Seguido de esto, y de pedir perdón por lo hecho, se dirigió a Rin. Estaba horrorizada por la presencia del vampiro en su habitación, se aferraba la silla donde estaba sentada y entre lágrimas, pedía ayuda a gritos a los guardias. El nombre de Misawa era recurrente, pero mientras más se acercaba el intruso a ella, comenzó a llamar a cualquier persona. Sin importarle los gritos de auxilio de la joven, Gomu se paró frente a ella y mostrando sus colmillos comenzó a hablar, mientras que con su mano derecha recorría el cuello de la chica.
    -¿Acaso no quería verme, su alteza?- preguntó en tono burlón. –Aquí me tiene, frente a usted. No se siente tan poderosa sin sus soldados, ¿verdad?
    -No, vete por favor, no, no, no me hagas nada- suplicaba en un llanto Rin, alejando la cara de Gomu.
    -Sería tan fácil morder su cuello ahora y acabar con esto. Pero no, no puedo hacerlo mi reina, usted me desagrada y no puedo beber su sangre.- dijo tomándola del cuello. –Estoy muy enojado con usted, no tolero ver lo que hace con la gente de este reino.
    -¡Su alteza!- se escucho el grito de Misawa fuera de la habitación. –¡Megurine! ¡Abre la puerta mocoso!
    -¡Misawa! ¡Por favor!- respondió Rin con un chillido, pero a Gomu no le importó, tenia que seguir con el plan.
    -No me gusta esa nueva orden tuya de los impuestos niña- le decía al oído mientras apretaba ligeramente su cuello. –El problema lo tienes conmigo, no con el pueblo, así que déjalos fuera de esto ¿Me escuchas?
    -Vete ya, por favor vete.- chillaba Rin. -¡Misawa!- gritó de nuevo. El ruido de las puertas tratando de abrirse era más fuerte; Gomu sabia bien que esto estaba a su favor, pues Len siempre cerraba durante las noches.
    -¡¿Me escuchaste mocosa?!- gritó de nuevo Gomu. –O retiras tu estupida orden, o yo volveré ¡y te dejare seca! ¡El único a quien deben temer aquí es a mí, no a tu perro Misawa!
    -¡Por favor déjame!- gritó horrorizada la reina, apunto de romper el llanto, o desmayarse, era difícil saberlo.
    -¡Mi reina!- gritó Misawa que había entrado junto a tres guardias más. Len logró acercarse a la puerta y la abrió. Los cuatro iban armados con espadas y ballestas, listos para defender a la reina.
    -Ah, general Misawa, que gusto verlo esta noche a usted y sus hombres. Si no le importa, solo hablaba en privado con la reina.- dijo tranquilamente mientras se separaba de ella, pero de pronto, la jaló del brazo y la puso frente a él, usándola de escudo. –Pero ya me tengo que retirar.
    -Cobarde y vergonzoso, escudarse con una mujer- rugió Misawa.
    -No dejare que me atrapen tan fácil, aunque eso signifique escudarme con su reina, humanitos.- respondió con una sonrisa. Abrió a boca y se acercó al cuello de la temerosa Rin. –Puedo sentir como pasa tu sangre por aquí, y tu miedo hace que huela mejor.
    -¡Aléjate de ella vampiro!- gritó uno de los soldados, apuntándole con la ballesta.
    -Yo no haría eso si fuera tu, solo arriesgas a tu reina. Misawa, ordénales bajar las armas o ella se muere.
    -Bastardo…- dijo furioso el general. –Bajen las ballestas, ahora.- ordenó con cierta frustración, a lo que sus hombres obedecieron sin dudar.
    -Perfecto humanos, todo es mejor cuando cooperan- dijo mientras se acercaba al bacón. Aun sujetaba a Rin con sus manos, que ahora permanecía muda con sus ojos llenos de lágrimas. –No se preocupen, si ella cumple con lo que le he pedido, no me verán de nuevo. Pero si no lo hace…- se acercó de nuevo al cuello de la reina y lo rozó con sus colmillos. –Creo que ya saben que haré.- soltó una carcajada y acto seguido, aventó a la joven reina a los brazos de Misawa mientras el corría al balcón.
    -¡Atrápenlo!- rugió un furioso Misawa, a la vez que tomaba a Rin en sus brazos y la abrazaba. –¡Quiero verlo preso!
    -¡Si señor!- respondieron en coro los guardias y siguieron a Gomu al balcón.

    Cuando llegaron, él ya estaba parado en la orilla del balcón, con la cuerda enredada en su brazo derecho pero de un modo que no podían verla. Se despidió de ellos con un ademán y se lanzó al vacío ante las miradas atónitas de los tres soldados.
    La soga se desenrollaba tras él con cada centímetro recorrido en al caída; comenzó a balancear sus piernas, de modo que sus pies rozaran con el muro del palacio haciendo más lento su descenso. Miró hacia arriba, los tres soldados lo miraban confusos, a los cuales se sumó Misawa, quien irritado al ver la soga, tomó su espada y la corto de un tajo, pero antes de hacerlo, Gomu logró entrar al palacio por una ventana abierta. Este suceso solo enfureció mas al general, que de inmediato dio nuevas ordenes.
    -Ese maldito. ¡Atrápenlo! No me importa si es vivo o muerto, ¡ese hombre no se burlara de nosotros! Suenen la alarma, que todos los hombres se pongan a buscarlo. ¡Lo quiero en mis manos ya!
    De inmediato, los guardias salieron de los aposentos reales en marcha a las diversas torres para dar la alarma del intruso. Misawa miro de nuevo el vació, no podía creer que ese hombre se había burlado de ellos tanto tiempo, y menos aun que todos cayeran en su trampa. Regresó a la habitación, donde vio a Rin acostada en su cama y Len a un lado. Tomaba su mano y la acariciaba, tratando de calmar a la reina por el terrible momento que acababa de ocurrir. Sin decir nada, abandonó los aposentos y salió en búsqueda de Gomu.
    Megpoid terminó en una bodega, donde solo tenían guardados muebles y candelabros que no se habían utilizado en años. Su llegada levantó una gruesa nube de polvo que la causo alergia y comenzó a estornudar. Cubriéndose con su capa, corrió a la puerta que abrió de una patada para llegar la escalinata. Sin perder tiempo, comenzó a bajar de tres en tres los escalones, debía ganar tiempo ante los soldados sea como sea. DE la nada a sus oídos llegaron los sonidos metálicos que anunciaban la cercanía de la guardia real; miró hacia atrás, eran al menos diez hombres los que lo seguían y dos llevaban ballestas las cuales fueron disparadas. Ambos disparos fueron evitados por el vampiro que siguió huyendo de sus perseguidores sin muchos problemas. Llegó al vestíbulo y se metió a la primera puerta que encontró. Era el comedor, una enorme sala con una mesa donde al menos podían comer 50 personas y a los lados frente a los muros, un grupo de armaduras con banderines amarillos, detrás de las cuales se escondió. La comitiva de guardias entró corriendo e inspeccionaron con la vista el lugar. Uno de ellos se acercó a la armadura detrás de la cual se escondía Gomu, pero antes de que pudiera revisarla, el joven Megpoid empujó la coraza, llevando a aquel soldado al suelo entre un fuerte ruido metálico. Tomando una bota, golpeó con esta al hombre que tenia a su derecha, dejándolo también en el piso y tomando su lanza. De inmediato, el resto de los guardias salió a su encuentro, pero Gomu los evitó saltando a la mesa, sobre la cual corrió, evadiendo los ataques de las lanzas enemigas y, para su buena suerte, la mesa se encontraba limpia, sin plato o jarra que entorpeciera su paso. De un salto bajó de la mesa y llegó hasta las puertas; miró a los soldados que lo perseguían y burlándose de todos ellos, cerró el grueso portón rápidamente, colocando la lanza que había tomado entre los picaportes para atrapar a los guardias.
    Unos gritos se escucharon, Gomu volteó a buscar su origen y vio a otro guardia que se acercaba con una ballesta, lista para disparar. El joven se dio a la fuga, ondeando su capa para no resultar un blanco fácil del enemigo, técnica que funcionó y le permitió llegar hasta un gran jarrón vacío que estaba sobre una mesa. Lo tomó y midiendo la distancia, lo arrojó por los aires a su perseguidor al mismo tiempo que corrió hacia el soldado. Aquel dejó caer su ballesta para atrapar el proyectil de cerámica y no pudo prevenir el ataque de Gomu, que llegó hasta él y le mando al suelo de una patada con el jarrón en sus manos, mismo que se rompió sobre la cabeza del soldado.
    Ligeramente impresionado por lo que acababa de pasar, Gomu tomó en sus manos la ballesta y arrancó su carrera de nuevo, pero los gritos de otra horda de guardia le llamó la atención. Volteó hacia atrás y vio como un grupo de al menos quince hombres se acercaban a él, listos para disparar sus flechas; sin detenerse, Gomu corrió por el pasillo lo más rápido posible hasta pasar un enorme candelabro que colgaba del techo. Se detuvo y disparó la ballesta hacia las sogas que lo mantenían suspendido en el aire, las cuales se rompieron y la lámpara se precipitó al suelo frente a los soldados que perseguían al falso vampiro con un fuerte golpe. Gomu de nuevo salió corriendo, el tiempo se acababa y aun no daba avisó a su hermana. En su trayecto a la torre este, se encontró con varios guardias a los cuales dejó fuera de combate fácilmente, la ballesta quizá ya no tenia flechas que disparar pero funcionaba con un garrote para golpear a los enemigos que podían aparecer. Al estar por fin cerca del cuarto que buscaba, dos hombres armados con espadas salieron a su encuentro; Gomu golpeo a uno con la ballesta que cargaba y la dejo caer; quitándose su capa de un tirón, envolvió con esta el brazo del otro sujeto y la jaló para acercarlo a él y recibirlo con un codazo en el rostro. Seguido, Megpoid tomó la espada que termino entre su capa y avanzó de nuevo al cuarto frente a la mirada de otro pequeño montón de militares que iban tres él. Cerró las puertas de golpe y puso la espada entre ambas para atorarlas el tiempo suficiente. Presuroso, rebuscó entre las cajas y muebles del cuarto para encontrar una de las trompetas que usaban como alarma; al escuchar como los gritos de los guaridas y, en especial, los de Misawa se intensificaban, la desesperación se adueñó de el y arrojó las cosas al suelo, aumentando el escándalo. Finalmente encontró las trompetas que necesitaba en una vieja caja de madera; tomó una y estas y la hizo sonar una vez. Fue una nota larga y llana, sin pausas ni variaciones. Al terminar de soplar por el instrumento, lo dejo caer en el suelo.
    A lo lejos, frente aquel árbol donde Gomu le mando esperar, estaba la joven Gumi mirando el palacio. La iluminación de lugar había aumentado desde hacia ya un tiempo, y el movimiento de los que ahí vivían se intensificó desde que Gomu se le apareció a la reina. Temblando totalmente y con una expresión en su rostro que reflejaba una profunda preocupación, la hermana del señor de la oscuridad tomó el reloj de arena y le dio vuelta, pidiendo a Dios que protegiera a su hermano y le hiciera volver a salvo.

    Las puertas se estremecieron. La espada que Gomu usó para cerrarlas estaba a punto de caerse y permitir el paso de los guardianes del Reino Amarillo; los gritos del general Misawa iban en aumento, maldiciendo al intruso y dando órdenes más fuertes a sus hombres. Gomu se acercó de nuevo a la entrada y puso frente a esta un par de cajas, las más pesadas que puso mover, para bloquear el paso de los perseguidores. Miró a su alrededor, desesperado, buscando la salida secreta que había en esa habitación; no podía creerlo de él, había olvidado por completo donde se ubicaba. En un intentó por dar con el túnel secreto comenzó a recorres los muros con su mano, pendiente de que los soldados no derribaran su barricada. Por fin la encontró. La cerradura era una falsa lanza que estaba a unos metros de la puerta principal; metió los dedos bajo esta y de un fuerte tirón abrió el pasadizo secreto, un oscuro camino alumbrado solo por un par de velas. Se adentró en este, cerrando la puerta falsa justo antes de escuchar como las cajas y la espada con las cuales bloqueó el pasó cayeron al piso.
    La guardia real entró en la habitación, estaba vacía y por los objetos tirados en el piso, parecía que acababa de vivirse una pelea en ese sitio. Un par se acercó a la ventana, buscando al intruso con sus ballestas listas para dispararle, otros rebuscaban entre los desechos el escondite del joven Megpoid, pero Misawa, caminando lentamente hacía las lanzas que estaban en un muro. Al acercarse pudo notar como una de estas se encontraba con su mango separado del resto; hallazgo que lo llenó de ira.
    -Conoce los túneles- murmuró para el mismo. Metió la mano bajó esa lanza y abrió la puerta secreta. –¡Conoce los túneles secretos!- gritó a sus hombre. –¡Rápido! Ustedes dos persíganlo, los demás síganme, debemos bloquear los pasadizos.- ordenó con voz potente a sus hombres.

    Gomu corría aprisa por el oscuro corredor y sus pasos aceleraron un vez que escuchó el eco del andar de otras dos personas por el mismo pasadizo. Sin mirar atrás, corrió lo mas rápido que le permitían sus piernas; no podían darle alcancé en un espacio tan reducido donde no sería capaz de maniobrar para escapar. Pronto llegó al final del camino, una puerta de madera cerrada lo señalaba. El señor de la oscuridad se acercó a esta y posó su oído sobre la misma. Se escuchaban muchos pasos cerca, pero debía salir en ese mismo instante. Alejándose un poco para tomar el vuelo necesario, se lanzó contra la puerta de madera y le abrió de un fuerte empujón. La puerta se movió tan rápido que un par de guardias ni siquiera pudieron notarlo y recibieron un fuerte golpe con esta. Gomu salio rápidamente, cerró el túnel con la pared falsa de la cual colgaba un cuadro y jaló un mueble cercano para sellar la salida. Sin hacer pausa alguna, reinicio con su carrera rumbo a la torre oeste, viéndose obligado a recorrer todo el palacio por dentro.
    Cruzó a toda velocidad los diversos pasillos y vestíbulos por los que tenía que pasar, escondiéndose y golpeando a cuanto guardia intentara detenerlo. Pero el cansancio en su cuerpo se hacia notar más y más con cada momento, el paso de Gomu se hacia lento y no podía evitar jadear un poco; para su fortuna, ya no faltaba mucho para llegar a su destino, el túnel secreto que lo sacaría de la residencia real se acercaba a él. De una puerta roja salieron otros guardias para atacarlo, armados con espadas que comenzaron a blandir cerca de Gomu, esperando herirlo de seriedad, pero no les era posible acertar las estocadas. Con saltos y empujones, Megpoid evadía las agresiones, pero no podía durar mucho así, en su mente se lo repetía, el tiempo no era su aliado. A lo lejos resonaron otras voces, eran más guardias que se acercaban corriendo; al percatarse, el señor de la oscuridad corrió a una mesa cercana, se subió a esta de un salto y desde ahí trepó de otro brinco a una vitrina cercana. Ante la mirada atónita de los soldados, éste les dio la espalda y empujó con una pierna el mueble, provocando que se cayera. Mientras aquellos hombres acorazados se alejaban de la vitrina, Gomu aprovechó su descuido y saltó de esta para continuar su camino. No faltaba mucho, el túnel que buscaba estaba cerca, solo debía pasar las escaleras.
    A fin alcanzó su meta, las escaleras a la torre oeste estaban frente a él. Sin embargo, el escándalo provocado por los gritos frenéticos y os pasos metálicos de los guardias que lo seguían le hicieron detenerse. Esperó la llegada de los soldados, y, en cuanto vio a los primeros, de nueva cuanta echó a correr, subiendo los escalones; pero, al llegar al décimo peldaño, se aferró al pasamanos de marfil y saltó sobre éste, aterrizando a un lado de la escalinata; se acercó lo más que pudo al pequeño muro a fin de no ser visto, bajando la cabeza con la esperanza de no ser detectado. Sus manos temblaban de nervios, cada vez más fuerte al sentir como se acercaban los soldados; segundos después, aquel grupo de hombres acorazados pasó a su lado, subiendo por las escaleras hasta lo mas alto, entre una tormenta de gritos de guerra y golpes metálicos. Al escuchar como se alejaban, Gomu respiró tranquilo, recobrando el aliento que desde hacia rato había perdido, pero ni aun así podía estar en paz. Aun faltaba regresar con su hermana y los quince minutos que él mismo había estimado le llevaría salir del palacio estaban a punto de agotarse.
    En silencio se acercó a un estatua cercana, en contra esquina a la escalera. Era una efigie de un hombre alto y robusto, vestido con una armadura que semejaba la figura de un gran oso, y a pesar de su aspecto, el rostro de aquel caballero tenía una sonrisa tranquila. Gomu, tomando las fuerzas que le quedaban, posó sus manos sobre la figura y la empujó hacia enfrente hasta descubrir un gran agujero que se escondía bajo aquella estatua; esa era la entrada al túnel secreto que lo sacaría el palacio. Al contemplarlo no pudo evitar sonreír satisfactoriamente, burló a toda la guardia real y encaró a la reina, tal como el quería; y como no pudieron atraparlo, no tenia porque dejar atrás su papel de vampiro. En esto pensaba mientras se introducía en aquel hoyo pero para su desdicha, sin poder creerlo, un gritó lleno de rabia le obligó a detenerse en seco. Lentamente, con la sangre helada, giró su cabeza hacia atrás y vio a quien menos quería; el general Misawa Kurogane, junto a dos hombres más, miraba a Gomu tratando de huir por ese pasaje, con una mirada tan furiosa que podía sentir como le penetraba en lo mas profundo de su alma. Sin otra opción mas que la de seguir adelante, Gomu se dejó caer por el agujero, provocando de nuevo una persecución en su contra y encabezada por Misawa. Aquel y sus hombres, armados con ballestas, se introdujeron también en el túnel a seguir tras el intruso, que ya les aventajaba varios metros.
    Megpoid corría desesperadamente por el pasadizo oscuro, iluminado por unas cuantas lámparas de aceite que, sin embargo, no mejoraban la visión. Alterado además por el contante eco de los pasos de Misawa y sus hombres, el señor de la oscuridad no dejaba de mirar hacia atrás, aunque no distinguía casi nada en aquel lugar tan poco iluminado. De la nada, una flecha pasó zumbando a su lado, exaltándolo aun más y provocando que tropezara con sus propios pasos; de inmediato se puso de pie, papando con sus dedos aquel costado de su cabeza, cerciorándose de no estar herido. Apenas pudo pararse, distinguió la silueta de los soldados que le perseguían y para detenerlos tomó una de las lámparas y la arrojó al suelo, levantando una llamarada que se extendió al menos un metro a los costados. Volvió a la carrera, tenia que alcanzar a su hermana en el coche. Pero aquel muro de fuego de poco sirvió ante la furia de Misawa que era el que lo seguía más de cerca y apuntando con la ballesta a su cabeza.
    Con gran dificultad y cansancio en sus pies, Gomu llegó a unas escaleras de piedra, las cuales subió de prisa hasta topar con una trampilla de madera; de un fuerte y veloz empujón la levantó, junto a una nube de polvo que le cegó por unos instantes. Al recuperar la vista, giró a todos lados buscando a su hermana con la mirada, pero no la encontró. Los quince minutos pactados por ambos ya habían terminado y Gumi se fue de su puesto de vigilancia. El joven de cabello verde, cubierto por la peluca azul salió rápido del túnel y corrió hacía los árboles, ahora tenia que ingeniárselas sólo para regresar a casa. Para su sorpresa, no muy lejos de ahí estaba su hermana, avanzando a los caballos lentamente, introduciéndose en el bosque. Dispuesto a alcanzarla, Megpoid Gomu dio unos pasos al frente, dispuesto a salir corriendo al encuentro de su cómplice; sin embargo, y para su desgracia, un fuerte y agudo dolor se extendió por la parte posterior de su pierna, derribándolo entre el césped y retorciéndolo de dolor mientras lanzó al aire un fuerte grito.
    -¡¿Hermano?!- chilló Gumi detrás de la mascara de esqueleto. Giró la cabeza para ver atrás y pudo ver a Gomu en el suelo, delante de un par de soldados y Misawa.
    -¡Cochero!- gritó Gomu ligeramente desesperado. -¡Huye! ¡Rápido!
    -Gomu…- dijo con dificultad la chica sollozando. -¡Lo siento mi señor!- respondió con un nudo en la garganta, mismo que apenas le permitió fingir la voz de un hombre. A pesar del momento, ninguno podía dejar su rol.

    Gumi se internó en el bosque, acelerando el galope de los caballos, perdiéndose entre el follaje verde de los árboles. Incapaz de hacer otra cosa, Gomu se limitó a decir en voz baja “corre, corre, corre” mientras veía como su hermana desaparecía entre el las hojas.
    -Vaya, vaya, miren a quien tenemos aquí.- dijo fanfarroneando el general, dejando la ballesta en el suelo. –Amárrenlo.- ordenó a sus hombres, que de inmediato obedecieron y ataron con una soga al falso vampiro. –Ya no te sientes tan superior, ¿verdad?
    -Señor, ¿que hacemos con el cochero?- Preguntó uno de los soldados.
    -Déjenlo ir. Ya tenemos a éste que es el líder.
    -Entendido señor.
    -Y tú- dijo refiriéndose a Gomu. –Tienes gran valor al irrumpir en nuestro palacio y atreverte a hacerle eso a su majestad. Lo admiro, pero que estupido fuiste al creer que saldrías libremente de tal acto.
    -Tal vez general, pero eso a sus ojos; a los míos, hice lo que era necesario.
    -¿Necesario? Sin duda este hombre está loco.- se mofó de él.
    -Búrlese todo lo que quiera, pero en el fondo yo le gané la partida y bien lo sabe.
    -Deja de inventar cuentos, lo del vampiro ya no funciona.
    -¡Pero funciono! Lo engañe a usted, a sus guardias, a los nobles, al pueblo y a esa niña mimada que se dice ser reina.
    -¡Respeta a tu reina!
    -¡La única que reconozco como mi reina, es a la reina Lily!
    -¡Ella esta muerta!
    -¡Y aun así gobernaría mucho mejor!
    -¡Cállate!- rugió Misawa dando un puñetazo a Gomu en su rostro, el cual aflojó la peluca azul. –¿Qué es esto? ¿Una peluca?
    Gomu guardo silencio, mirando a los ojos de Misawa. Desafiante como siempre lo fue aun de sirviente.
    -¿Qué escondes hombre?- dijo quitándole la peluca; dejando al descubierto el cabello verde del joven Megpoid. Los guardias exclamaron sorprendidos al ver quien era en verdad el sujeto que tenían apresado y el general Misawa, por el contrario, solo se enfureció más. –¡Megpoid! ¡Así que tú eres!
    -El señor de la oscuridad, general.- respondió sonriendo. –Por eso es que le gane, soy un simple sirviente de humilde casa y pude dejar en ridículo a todo un reino en varias ocasiones. ¡Aun frente a su cara, general!- agregó burlándose de él.
    Después de permanecer unos segundos callado, Misawa reacciono. Recogió la ballesta y le puso de nuevo la peluca a Gomu.
    -Llévenselo.- dijo fríamente. –Ante la reina, que conozca a quien osó burlarse de ella.
    -¡Si señor!
    -¡Ah! Y procuren que Hiyama este presente, junto con su hija ¡Deben saber quien es en verdad su querido sirviente! - agregó con una forzada risa. Los guardias obedecieron a instante, llevándose a Gomu arrastrando y sin salir de su asombro. Misawa permaneció en silencio, parado en el mismo lugar; no se movía, se limitaba a mirar como arrastraban a Gomu hasta el palacio con una extraña mueca que asemejaba una sonrisa. –Y con esto, ya no queda nadie que me amenace.
     
  19.  
    Sango Asakura

    Sango Asakura Entusiasta

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    Hombre!! tu me quieres dar un infarto!! te lo juro, cada capitulo me sorprendes más!!
    No me lo esperaba, realmente no me lo esperaba!! Yo imaginaba que el señor de la oscuridad era algun otro personaje, nunca me hubiera imaginado que era Gomu.
    Lamento el no haber comentado el cap anterior, pero algo fuera de mi poder me lo impidio, pero ahora ya estoy aquí :).
    La guerra se acerca y con ella el final del reino amarillo, que lastima que hayan atrapado a Gomu y lo peor es que no pudo decirle a nadie lo de los planes de guerra, pero si algo le sucede Gumi le dará el mapa a Meiko y armaran la revolución!!!
    Muchas felicidades, sigue así y espero la conti!!!
     
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  20.  
    Al Dolmayan

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    Título:
    La hija del mal
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    5269
    Porque estoy de buenas owo y es que al fin acabe este fic! Actualizo hoy.

    Capitulo XIX​
    “La reunión en el bar”​
    -El legado de un vampiro-​
    El revuelo en el palacio un continuaba, pero ya en menor medida. Los guardias rebuscaban en los pasillos por si acaso había un aliado del señor de la oscuridad; los sirvientes, en su mayoría, permanecían encerrados en sus respectivas habitaciones, con excepción de Luka y Neru, que estaban a un lado del trono esperando a la reina, y otros cuatro criados que permanecían el fondo de la sala del trono. Todos se miraban entre si, sobresaltados aun por la aparición del vampiro en el palacio y el peligro que corrió la reina en su encuentro.
    Una puerta lateral se abrió, de la cual salieron un par de soldados que, junto a Len, escoltaban a la reina Rin hasta su trono. Ella aun lucia asustada, y no era para menos, había estado en las manos del mas temible criminal del reino que era, también, un vampiro que pudo matarla, o el menos, eso creía. Sin soltar la mano de Len, se sentó en su sede y aun temblando, pidió a Neru que le trajera una copa de vino. Para sorpresa de todos, lo hizo sin gritarle, sin amenazas y llamándole por su nombre, cosa realmente extraña.
    La criada volvió con una copa de vino blanco para su reina y se la ofreció sin mirarla a los ojos, ni siquiera el rostro. Rin la tomó con cuidado y le agradeció, gesto poco común en ella. Bebió de la copa lentamente, degustando el sabor del vino que poco a poco le calmaba. Luka no le apartaba la vista de encima, esa costumbre del vino blanco la tenía Lily también, sin duda, la actual monarca debió verla hacer eso durante su infancia. Minutos después llegó el consejero Hiyama Kiyoteru, acompañado de su pequeña hija Yuki; él se veía alerta y aun preocupado por el bien estar de la reina, mientras que la niña aun estaba adormilada y no paraba de frotar sus ojos mientras preguntaba a su padre el por qué del llamado de Misawa.
    La expectativa dominaba en la sala, y los presentes comenzaban a impacientarse, incluidos los demás guardias. Aunque el general pregonaban la captura del “Yami no Ou”, el que no llegaran con el prisionero ponía nerviosos a los presentes y comenzaban las ideas sobre un posible escape del vampiro. Al cabo de unos minutos, las puertas centras se abrieron de par en par, y por ellas apareció el general Misawa, encabezando a los dos soldados que sujetaban al señor de la oscuridad, quien iba encadenado de brazos y piernas. El ver al grupo, los criados lanzaron alaridos de victoria por la captura del vampiro que por tanto tiempo había sembrado el temor en los corazones de todos en el Reino Amarillo; pero dos personas permanecían en silencio, tanto Rin como Len solo los miraban acercarse, sus miradas no se cruzaban en ningún momento y sus manos tampoco se soltaban.
    -¡Mi reina!- alzó la voz el general. -¡Este bellaco osó entrar a su morada y atacarla en sus propio aposento! Pero esta noche, lo hemos atrapado. ¡Atrapamos a aquel que se autonombro el terror del País Amarillo!- alardeaba Misawa agregando una risa al final de cada frase. –Y hemos sido engañados todo este tiempo, pues este criminal no es ningún vampiro, sino un hombre, un hombre común que se atrevió a desafiarnos y que como todos los que han hecho eso, fue derrotado.- alardeaba. –Pero su farsa a terminado y ahora, ante usted, mi reina, desenmascararé a este farsante que no solo se mofo de usted, sino también abusó de su compasión, de su morada, de su confianza, a este traidor a al corona- seguían hablando mientras se acercaba al vampiro, quien solo miraba el suelo. –Que nos engaño a todos los aquí presentes con su amabilidad o supuesta obediencia. Sin más que decir, os presento a este hombre- dijo al momento que tomaba la peluca del falso vampiro. –¡Megpoid Gomu!- rugió Misawa para que su voz resonara por todo el palacio. Mientras el gritaba, retiró de un jalón la peluca azul de Gomu, dejando a la vista sus verdes cabellos, alborotados por e maltrato que le dieron antes de presentarlo ante la reina.
    La sorpresa de los presentes no se hizo esperar. Todos lanzaron un alarido de asombro al ver el verdadero rostro del señor de la oscuridad, no podían creer que todo el tiempo convivieron con el criminal mas buscado del reino, aquel que siempre fue un dolor de cabeza para Misawa y se burlaba cuantas veces le era posible de la joven reina Kamui Rin; o que siempre hablaron y trabajaron con el vampiro que atormentaba a los nobles para robarles sus preciadas monedas y asustaba a las mujeres del reino con sus colmillos. Y aunque todos reaccionaron según su propio carácter, los que mostraban mayor impacto eran Yuki, que abrazando a su padre y con lagrimas en sus ojos, no podía creer que el hombre encargado de su cuidado fuera también ese criminal tan peligroso, que aquel amable y cariñoso Gomu que siempre jugaba con ella, fuera en verdad el señor de la oscuridad; el consejero Hiyama, por su parte, no saltaba a su hija y permaneció mudo, con una mirada de estupefacción clavada en aquel que fue su sirviente personal. La criada Neru gritó el nombre de Gomu al ver los cabellos del joven preso y sintió que su cuerpo iba a desfallecer pero se mantuvo fuerte, igual que Luka, quien tampoco cabía en si misma a ver quien era el vampiro al que tanto temían en el reino. Del mismo modo, Len se estremeció al verlo y quedó pasmado al ver a Megpoid con esas ropas, sobretodo porque aquel siempre la pareció una buena persona que jamás en su vida se alejaría del recto camino que aparentaba tener.
    Pero quien mas llamó la atención por su reacción fue la misma reina, que pasó del temor y desesperación, a la seriedad. Su rostro se endureció como piedra y sus ojos permanecieron fijos en Megpoid Gomu.

    -Gomu…- masculló el consejero, saliendo de su asombro.
    -Señor Hiyama… Yuki…- mencionó el joven de cabello verde levantando la mirada –Lamento mucho esto; espero que pueda perdonarme señor. Yuki… perdón, por esto te dije que… nunca debías temerle al señor de la oscuridad…
    Pero ninguno de los dos le respondió. Hiyama permaneció mudo y Yuki empezó a llorar, ocultándose bajo el brazo protector de su padre. Ante esto, Gomu volvió a bajar la mirada. El silencio se apoderaba de nuevo de la habitación, solo escuchándose los sollozos de Yuki.
    -Mi reina- habló Misawa después de unos segundos. –Dígame, ¿Qué haremos con este traidor? ¿Cuanto tiempo estará encerrado, o cuando desea ejecutarlo?
    Pero Rin no respondió. Se quedó callada, mirando solo a Gomu; se levanto de su cómodo trono y soltando la mano de Len se acercó al prisionero y le ordenó mirarle a los ojos. Así lo hizo Megpoid y la monarca comenzó a hablarle.
    -Así que tú eres el señor de la oscuridad, el temible vampiro que atormentó a mi reino.
    -Si- respondió secamente Gomu.
    -Debería mandar a ejecutarte ahora mismo, pero no pienso hacerlo en este momento.- dijo con un aire frío. –Tengo una propuesta que nos beneficiara a ambos.
    Las sorpresas no paraban esa noche, y los sirvientes se mostraron perplejos por las palabras de la reina. En ningún momento a ella se le había ocurrido negociar con criminales, ni siquiera molestarse por verlos al rostro. Pero ahora estaba frente al señor de la oscuridad, hablándole tranquilamente y a punto de proponerle algo; mas de un soldado se pregunto si esto no era alguna treta de Rin para ponerlos a prueba, o si Gomu era en verdad un vampiro y con su mordida controlaba a la reina.
    .¡Su alteza! ¿Se da cuenta de lo que dice?- interrumpió Misawa. -¡Intenta negociar con un enemigo del reino!
    -¡Silencio!- ordenó con firme voz. –Aquí la reina soy yo, y sé lo que hago general.
    -Perdóneme mi reina.
    -Así esta mejor. En cuanto a ti, Gomu- volvió a decirle, acercándose tanto que terminaron cara a cara. –Te propongo esto, olvidare tus crimines y que intentaste asesinarme, incluso exentaré a tu familia de los impuestos; pero a cambio, tu debes servirme.
    -¿Servirle de nuevo? ¿Haciendo que? ¿Atendiendo sus caballos o limpiando letrinas?
    -Para nada Gomu. Pensaba en un trabajito muy diferente y que disfrutaras hacerlo. Tú seguirás siendo el señor de la oscuridad, pero trabajaras para mí. Intimidaras a todos aquellos que se nieguen a pagar los impuestos, serás espía en las calles de cualquier intento de revuelta, en fin. Tú les harás temerme.
    El joven Megpoid se quedó callado, mirando a los ojos de la reina, sorprendido por tal declaración.
    -Mi reina…- dijo en voz baja. –Agradezco mucho su oferta… pero… ¡me niego a hacerlo!- gritó en la cara de Rin, seguido de escupirle a los pies. –¡No seré otro perro como Misawa que sigue sus ordenes!
    -¡No me grites!- respondió con una bofetada la joven reina. –Te doy una oportunidad para salvar tu vida y la rechazas de ese modo.
    -Prefiero morir a volverme en contra del pueblo que intente defender.
    -Bien, así será. Guardias, llévenselo al calabozo, y procuren dejarlo en el rincón mas apestoso. General Misawa- dijo Rin, calmando el tono de su voz. –Creo que tendrán una noche agitada, preparen cuanto antes la orca. Lo colgaremos a primera hora mañana.- agregó con una siniestra sonrisa, tan típica en ella. Se dio vuelta congracia y regresó a su trono.
    Las reacción fueron varias; algunos celebraron el acto, en su mayoría los soldados; otros, como Neru y Luka, dejaron escapar un ahogado grito de no que también les dejó los ojos llorosos; tanto Len como el consejero Hiyama permanecieron en silencio, como si meditaran la decisión de la reina; pero nadie reaccionó como la pequeña Yuki, quien no se molestó por callar su grito ni detener sus lagrimas. Se negó a la decisión de Rin y trató de soltarse del brazo de su padre para correr al lado de Gomu mientras gritaba entre lágrimas su nombre.
    -En seguida mi reina.- contestó Misawa con una voz suave, que cambió a recia al dirigirse a sus hombres. –¡Ya escucharon! ¡Llévenselo al calabozo, y preparen todo para la ejecución!- gritó. Lentamente se acercó a Gomu e imitando la característica risa del señor de la oscuridad, agregó –¿Quién se arrodilla ahora?- siguió riéndose del prisionero, incluso mientras se retiraban de la sala rumbo a las mazmorras, el sitio mas oscuro del palacio.

    Los tambores resonaron por todo el palacio apenas el sol salio de oriente, y continuaron sonando por largo tiempo. Las puerta se abrieron y de estas salió un gran grupo de soldados; los primeros diez tocaban sus tambores para alertar de su paso, otros dos cargaban con estandartes de la rosa amarilla, emblema de la reina; detrás de estos venia un grupo de al menos veinte hombres armados con lanzas y escudos que marchaban en singular movimiento, seguidos de un jinete cuyo caballo jalaba una jaula de hierro cubierta con una manta negra, dentro de la cual estaba encerrado Gomu. Otros veinte soldados marchaban detrás de el, escoltando al general Misawa, quien iba a caballo, y dos carretas más. En una iban el consejero Hiyama y las sirvientas Luka y Neru, en la otra viajaban Rin y su sirviente Len. Todos se dirigían al mismo punto, la plaza principal.
    El escándalo provocado por los instrumentos causó que todos los vecinos, salieran de sus casas. Algunos aun estaban durmiendo, otros ya estaban trabajando desde primera hora, pero el sonido de los tambores los atrajo. Lentamente, el pueblo se acercaba al séquito de la reina y los seguían, tal desfile solo significaba una cosa: se llevaría a cabo una ejecución, pero desconocían al pobre que seria colgado de cuello.
    Al llegar a la plaza principal, los guardias formaron una muralla con sus escudos para impedir el avance de las personas y garantizar la seguridad de Rin, quien ya había experimentado hostilidades con los pueblerinos. Detrás de los soldados que protegían a la reina, se situaron los que cargaban con un tambor y dejaron de tocar, mientras que los estandartes se situaron al fondo de la horca, ya armada desde la madrugada. El primero en subir fue Misawa, que no dejaba de sonreír maléficamente; le seguía el consejero Hiyama, que permanecía inexpresivo. Después subieron las sirvientas Luka y Neru, a modo de escolta de la reina Rin, que les seguía de cerca junto con Len, sentándose al fondo de la tarima, el lugar perfecto para admirar la ejecución.
    El pueblo se amontonaba en torno de la orca, pues su curiosidad iba en aumento. Tan ajenos a lo ocurrido la noche anterior en el palacio, se preguntaban a quien le esperaba aquella soga mortal, pues no habían escuchado de la captura de algún criminal ni de algún vecino que fuese arrestado por revelarse ante la reina. Cuando las especulaciones estaban en su apogeo, la voz de Misawa se alzó por encima del bullicio para calmar las dudas de los presentes.
    -¡Habitantes del País Amarillo!- dijo con cierta fanfarronería. –Ya no deben de temer a la noche. Ya no temerán a salir de sus casas durante la noche, entre la penumbra. Pues valientemente, mientras ustedes dormían seguros en sus camas, he capturado a uno de los terrores de este magnánimo reino. Tráiganlo.- ordenó a sus hombres que de inmediato sacaron a Gomu de la jaula, le cubrieron con la manta y lo subieron a la tarima. –Las calles vuelven a ser seguras, pues por fin a caído- dijo mientras tomaba la manta. –¡El señor de la oscuridad!
    La manta callo a suelo, dejando ver el rostro del famoso vampiro criminal del reino. Su cabello estaba alborotado, sus ropas sucias y rasgadas en algunos puntos, y en su rostro se veían varios golpes. La multitud reacciono con sorpresa, no solo atraparon al vampiro, sino que este no murió a recibir los rayos de sol; el simple hecho de que aquel ser fuera sometido les causaba un gran impacto. Misawa se acercó de nuevo y lo tomo del cabello mientras le sonreía a la reina. Ella permanecía callada, sentada en su silla con un rostro inexpresivo, apretando la mano de su sirviente. El general se volvió al pueblo y siguió hablando.
    -Pero este criminal es solo eso, un hombre que decidió ponerse en nuestra contra, alguien que decidió retarnos y terminara muerto como muchos otros. - decía mientras aferraba sus dedos a los azules cabellos del falso vampiro. –Este hombre llamado… ¡Megpoid Gomu!- rugió Misawa arrancando la peluca del joven. Sus cabellos verdes quedaron descubiertos, y el pueblo se conmociono.
    -¡Es el nieto del sombrerero!- gritaron algunos.
    -¡Es Gomu!- exclamaron otros.
    El escándalo fue en aumento, no solo se escuchaban las sorpresivas reacciones de los pueblerinos, algunas voces, aunque eran las menos, comenzaban a gritar a Misawa “libéralo”, apenas se escuchaban entre el bullicio. Neru, que siempre fue buena amiga de Gomu, no pudo soportar mas el momento y se bajó de inmediato con sus ojos inundados de lagrimas, sin mirar atrás para ya no sentir mas dolor. Los gritos de “libéralo” iban en aumento.
    -¿Los escuchas Gomu?- decía a modo de burla. –Creen que por gritarme te voy a dejar ir a tu casa, pobres idiotas.
    -Tus burlas y crímenes contra el pueblo algún día los pagaras Kurogane.
    -Tal vez, pero hoy te toca pagar a ti.- dijo el general dándole una bofetada al joven.
    El verdugo se acercó en silencio a Megpoid y le puso la soga al cuello, retrocediendo después a su puesto junto a una palanca. Gomu quedó de pie en el centro de la horca, mirando por última vez a su pueblo, a la gente que intentó ayudar; sin embargo, a pesar del tenso momento, no pudo contener la sonrisa que se dibujaba en sus labios. Tal vez porque los militares estaban muy ocupados en la ejecución, el verdugo en su trabajo, Misawa burlándose de él; pero únicamente él se había dado cuanta de lo que estaba por pasar. Un soldado subió a la tarima y se detuvo a un lado de él, desenrolló un pergamino y comenzó a enunciar los delitos de los que se le acusaban a Megpoid.
    -Oye Gomu- volvió a hablarle Misawa. –Aun puedes salvar tu pellejo, solo tienes que suplicarme piedad frente a todas estar personas y podré salvarte.
    -Generosa oferta general- dijo Gomu sin voltear a mirarlo. –Pero prefiero morir ahora mismo, que pagarle la deuda el resto de mi vida.
    -Valientes palabras para alguien que morirá como un criminal cualquiera.
    -Y le aseguro Misawa, que mi muerte será mas importante de lo que piensa- concluyó Gomu. Cuando el soldado terminó de mencionar los crimines, el verdugo se dispuso a jalar de la palanca, pero la característica risa burlona del señor de la oscuridad lo detuvo, igual que a las voces de los súbditos. –¡Soy el señor de la oscuridad! Ahora de rodillas, pues les aseguro que mi muerte no significa una derrota. ¡El vencedor soy yo!- dijo, seguido de su burlona carcajada. –¡Lo peor esta por venir!
    -¡Ejecútelo ahora!- ordenó enérgicamente Misawa al verdugo, que obedeció de inmediato.
    Al ver como el verdugo posaba su mano sobre la palanca, las voces que exigían a libertad de Gomu se hicieron mas fuertes aun, los pueblerinos se arrojaron contra los soldados que funcionaban como contención y, de pronto, comenzaron a arrojarles piedras a Misawa y al verdugo, golpeando a este ultimo en la cabeza. Al ver el acto de rebelión, la reina se levantó de su asiento y salió corriendo junto con Len de regreso a su carroza. Los habitantes del poblado comenzaron a golpear a los soldados, en un intento por liberar a Gomu.
    -¡El nos defendía!- grito un hombre de edad madura.
    -¡Libérenlo!- se escuchaba a coro la voz del pueblo.
    El general Misawa, protegiendo su cabeza con el escudo de uno de sus hombres, caminó hasta la palanca, y haciendo a un lado al inconciente verdugo, la jaló fuertemente.
    Una trampilla bajo los pies de Gomu se abrió de par en par, haciéndolo caer de la tarima directo al suelo, misma caída que fue interrumpida por la cuerda que el joven de verdes cabellos tenia atada al cuello. Así quedó suspendido desde la horca, teniendo como ultima visión a un pueblo enardecido con la realeza y a un Misawa desesperado. Su último aliento lo ocupó para decir el nombre de su hermana y morir con una inquietante sonrisa en el rostro.
    -¡Deténganse ahora perros!- rugió el general. –Su lucha es en vano, su héroe ha muerto y nada pueden hacer al respecto. Que su muerte sea una lección para todos ustedes.
    Pero el pueblo no se detuvo al ver el cadáver de Gomu, al contrario, a escuchar la noticia de su muerte se lanzaron con mas ira aun contra los soldados. A algunos los desarmaron, a otros los dejaron inconcientes y a otros más los obligaron a huir de nuevo al palacio. Poco a poco, las personas comenzaron a acercarse a la tarima para recamar el cuerpo de su héroe, del hombre que engañando a todo el reino lucho por ellos en contra de la malvada reina.
    -¡Que viva Megpoid Gomu, el señor de la oscuridad!- gritaba a muchedumbre mientras tomaban el control de la plaza.
    Los militares al verse en peligro, abandonaron la plaza y se refugiaron tras los muros del palacio, a pesar de la orden de Misawa para contener a los súbditos. Al verse abandonado por sus hombres, por Luka y por el señor Hiyama, que huyeron junto con la reina, se vio obligado a abandonar el cuerpo de Gomu.

    Durante las siguientes horas y hasta más allá del anochecer, los disturbios continuaron. Todo guardia con el sello real era atacado por los pueblerinos, los sirvientes eran retenidos en sus casas y las piedras no dejaban de llover sobre el palacio. Fue necesaria la intervención de la caballería para poner fin a tal alboroto, pero ni así fue sencillo ni rápido. Los rebeldes atacaron valiente y fieramente a los jinetes de la reina; a algunos solo los golpearon, a otros lograron matarlos y robarles a sus caballos, pero poco pudieron hacer cuando todo el ejército fue mandado para someterlos, bajo la orden de apresar a cuanto hombre y mujer pudieran, y matar a los mas problemáticos. Aquello se convirtió en un caos: gente corriendo por todas las calles, despavorida, temerosa, algunos heridos y otros con un incontrolable llanto; gritos, de toda clase, insultos y ordenes, lamentos y aclamaciones, los nombres de Rin, Misawa y Gomu; grandes charcos por el pueblo, algunos de sangre acompañados de alguna espada o daga, un casco, una mano o un cuerpo, otros de lagrimas, amargas por la muerte de un ser querido. Algunas casas quemándose, principalmente las de funcionarios de la corona o militares.
    Entre ese desastre, una figura humanoide se escapada de todos, tanto guardias como pueblerinos, entre la oscuridad. Se movía rápidamente entre los charcos de sangre y sudor, entre los soldados y las armas, evitando ser visto. Llegó por fin a su destino, un bar que ya se veía afectado por los años y sus clientes, pero que sorprendentemente era de los pocos lugares del pueblo que no se había visto afectado por la revuelta.
    Esa persona dejo ver al fin su rostro a la luz de una lámpara de aceite, era un señor de edad ya avanzada, al menos sesenta años de edad, de poco cabello canoso y una pequeña barba blanca. Entró como si nada a la cantina. En su interior había pocas personas, casi vacío el lugar, solo tres mesas ocupadas y unos siete hombres en la barra. Todos estaba ahí escondidos del caos que se vivía en las calles. Aquel señor se dirigió directamente al cantinero, que se encontraba limpiando un vaso, y le habló.
    -Sakine- dijo. –Vengo con Sakine.
    -¿Para que la quiere ver?- preguntó el cantinero mirando al señor.
    -Soy su tío, estoy de visita en este reino y espero que ella pueda alojarme.
    -Ya veo, sígame por aquí señor.- respondió el cantinero y abandono la barra, caminando hacia la puerta de la bodega; el anciano lo siguió de cerca, mirando a todos los clientes del lugar con detenimiento.
    Entraron a la bodega en silencio, el cuarto era muy amplio y oscuro, iluminado por unas cuantas velas que dejaban ver los montones de barriles donde se contenía el vino, cerveza y otras bebidas alcohólicas.
    -¿Cuánto tiempo más fingirás ser su tío?- murmuró el cantinero. –Ya van diez veces que pides ser aojado aquí.
    -Por suerte nunca están los mismos clientes cuando llego Shigeru- respondió el señor, tranquilizando a su compañero. –Esto acabara pronto.
    -Eso espero… por cierto, no he salido de aquí desde la mañana. ¿Cómo siguen las cosas allá afuera?
    -Horribles, es mejor que no salgas. Apenas pude llegar hasta aquí.
    -No pensaba salir de aquí. Aun debo hacer guardia- agregó. Se detuvo frente a un estante, lo empujó con facilidad y dejó a la vista una pequeña portezuela en el piso. La abrió, dejando ver un oscuro túnel y se hizo a un lado. –Ya sabes donde esta.
    -Si, muchas gracias Shigeru- agradeció el anciano.
    Entró en el túnel con cuidado, bajando lentamente sus desgastados escalones de piedra que se desmoronaban un poco al pisarlos. La escalinata era breve y en poco tiempo, el señor llegó a un pasillo iluminado por unas velas. Era un pasadizo subterráneo, cuyos muros eran de la misma tierra, una especie de cueva bajo el bar. Avanzó por esté unos metros hasta llegar al final del camino, un muro. Pero en vez de buscar una salida o regresar, golpeo con fuerza la pared.
    -¡En el blanco!- vociferó el anciano.
    Después de sus palabras, un pequeño cuadro en el muro se movió y en su lugar estaban dos ojos de color cobre, mirándolo de frente.
    -Oh es usted.- dijo una voz femenina. –¿Nadie lo siguió?
    -¿Estaría aquí de ser así?
    -Cierto. Espere un poco.- dijo la mujer y cerró la pequeña puerta. Se escucharon varios “clicks” y el muro de piedra se recorrió a un lado, dejando ver a una mujer de largo cabello rosado, con un llamativo mechón que se curvaba hacia arriba. Vestía un sencillo atuendo beige. –Bienvenido Benimaru.
    -Gracias Miki- dijo el anciano entrando al cuarto.
    El lugar no era más que una cueva subterránea, con varias vigas de madera que sostenían su techo. Estaba completamente amueblado, con varias mesas y muchas sillas, libreros llenos de pergaminos, armas y unas cuantas botellas; los muros estaban cubiertos por varios carteles, varios con los decretos de la reina, pero tachados con rojo. Otros eran de criminales, figurando como principal uno del señor de la oscuridad. Y el fondo, acompañado por una pequeña tarima y un blasón desgarrado del reino amarillo, un retrato de la reina Lily. Cerca de esta, en una mesa, estaban Gumi y su abuelo charlando con una mujer de cabello café.
    -Los Megpoid siguen aquí- pregunto Benimaru.
    -Si, Meiko aun no los deja marcharse. Tiene razón, es mejor sacarlos de aquí cuando el alboroto pase.
    -Como veo las cosas, puede tardar un tiempo.
    -¿Tenemos prisa acaso?
    -Para nada mi amiga. Es mejor retrasarlo- respondió a Miki con un tono calmado. Se ajustó la ropa y fue a donde los Megpoid.
    Desde la entrada podían escucharse las palabras de Meiko, aquella mujer que solía vestir de rojo y tener una mirada ruda, pero famosa por dos cosas: beber alcohol la mayoría del tiempo y ser la esposa del capitán Sakine, a quien la reina Rin mandó matar por desobedecerla. Cuando el señor Benimaru se acercó a ellos, aun pudo escuchar la plática que sostenían.
    -Sé que ellos mataron a Gomu pero… es muy arriesgado que te quedes aquí- le decía Meiko a Gumi, su voz era firme. –Además, tu hermano pidió que te fueras del reino.
    -Yo sé muy cual fue su orden… pero no puedo irme así nada más…
    -Gumi, escúchame- le dijo Meiko calmando su voz. –Y te entiendo, sé que deseas vengar a tu hermano, créeme, sé como te sientes. Por eso mismo debe huir, esa ira te hará perder la cabeza y además, Misawa va a buscarte, a ustedes dos los buscara por ser la familia de Gomu y les acusara de cómplices.
    -De eso no existe prueba alguna…
    -El hecho de ser hermanos te acusa
    Gumi se quedó muda, con la mirada baja y apretando sus puños con frustración.
    -Disculpe a mi nieta, esta muy afectada por la muerta de su hermano…
    -Todos lo estamos…
    -¡Y más de lo que se imaginan!- intervino el señor Benimaru. –Es un caos ala afuera, parece que el pueblo esta en guerra.
    -Eso no nos conviene en nada- murmuro Meiko. –Pueden descubrirnos.
    -No vi a nadie de los nuestros por las calles.
    -Eso no me tranquiliza.- mencionó Meiko. Se volvió de nuevo con el anciano Megpoid. –Por ahora haremos esto, usted y su nieta se refugiaran aquí hasta que el alboroto termine, después los esconderemos en otra casa hasta que puedan salir de aquí.
    -¡Yo no quiero irme!- grito Gumi con lagrimas en sus ojos.
    -¡Eso esta decidido!- replicó Meiko con fuerza.
    -Por favor, ¡por favor! Déjeme luchar a su lado.
    Meiko vaciló unos segundos, miró a Benimaru y Miki buscando apoyo, pero ellos tampoco supieron que aconsejarle. Dio un suspiro breve y tomando un tarro de cerveza respondio.
    -Ya veré que hago contigo.
    Dio un tragó a su bebida, con el cual dejo a la mitad de la cerveza y se alejó de los Megpoid, sentándose en una mesa al centro de la cueva. El silencio se apoderó del lugar, todos miraban los muros o el techo sin decir una palabra, a excepción de Gumi, que no podía contener sus sollozos al ver el cartel donde figuraba su hermano. Así permanecieron hasta que la puerta se abrió de nuevo y por esta entró un hombre corpulento, de gran altura y tosco aspecto que asemejaba a un bárbaro de tiempos arcaicos. Se acercó a Meiko, la saludó y se sentó a su lado sin saludar a nadie más.
    -¿No piensas aprovechar la oportunidad?- pregunto el hombre.
    -No hay nada que aprovechar- le dijo Meiko.
    -¿Bromeas? Debemos atacarlos ahora, en la confusión no sabrán ni que los golpeó.
    -¡Error, Hiroki!- habló el señor Benimaru. –Eso seria una catástrofe para nosotros. Los hombres de la reina están sueltos en las calles y podrían ganarnos con facilidad.
    -Ya están muy afectados por el embate del pueblo, sus defensas son bajas ahora.
    -¡Pero ya están alertas!
    -¡Debemos atacar ahora!
    -¡Silencio!- ordenó Meiko azotando su tarro en la mesa y mirando enojada a los dos hombres, poniendo fin a la discusión. –Tenemos un plan trazado y nos apegaremos a él. Si no les gusta, pueden irse de aquí cuando les venga en gana, a ver como les va.- silenció a los dos hombres para luego dirigirse a Miki. –Por favor, los pergaminos.
    -En seguida Meiko- respondió ella y se fue a uno de los libreros.
    -¿Cuánto mas vamos a esperar Meiko?- insistía Hiroki –Ya no soporto esta situación.
    -Todos estamos hartos, no eres el único Hiroki.- dijo Meiko con su potente voz, a pesar de beber desde temprano, no mostraba ningún signo de estar ebria. –Pero vamos a hacer las cosas bien, no como esos salvajes que se arrojaron llenos de furia contra los soldados. Vamos a honrar la muerte del señor de la oscuridad.
    -Aquí están- dijo Miki entregando unos pergaminos a Meiko –El ultimo obsequio de Gomu para nosotros.
    -Perfecto- dijo tomando los rollos y sonriendo; los extendió delicadamente sobre la mesa, colocando saleros en sus esquinas para que no se enrollaran de nuevo. Eran en total siete pergaminos, cada uno con rayas, marcas, señas y líneas punteadas, que al unirse, formaban un plano del palacio. –Caballeros, el señor de la oscuridad no nos dejó oro ni joyas como último regalo, sino algo mejor.
    -Increíble- fue lo único que pudo decir el señor Benimaru.
    -El muchacho hizo un gran trabajo dentro, ¿eh?- comentó Hiroki.
    -Así es, pasó mucho tiempo elaborando esto. Como pueden ver, cada pasillo, cada habitación, cada puerta y ventana, hasta cada letrina y armadura están señalados aquí.
    -¿Y que son estas líneas verdes?- señaló el señor Benimaru. –Hay demasiadas en este plano.
    -Esas líneas son los pasajes secretos del palacio; son al menos cuarenta, de los cuales mas de la mitad conectan con otras habitaciones.- habló Meiko. Se notaba seguridad en su voz. –Los que nos importan más, son estos diez que conectan con el exterior.
    -Si se bloquean, estarán atrapados. Más fáciles de matar.- comentó Hiroki sonriendo. –Es un lugar pequeño, no podrán correr.
    -Exacto. Y dices que no te doy diversión.- rió Meiko sonoramente. De inmediato recuperó la compostura y contempló los pergaminos. –Tanto tiempo para formar este reino de terror… y nosotros estamos por acabar con el.
     

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