Explícito El monstruo entre el carbón.

Tema en 'Relatos' iniciado por Bettle Red, 22 Febrero 2023.

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    Bettle Red

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    Título:
    El monstruo entre el carbón.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Horror
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1452
    En el lugar donde se rompieron los carrizos, un sujetito, ni anciano ni niño, recoge las escasas piedras blancas que sobresalen en los enormes montones de carbón y de rocas macizas y de tierra.

    Alguna vez fue un lugar lleno de verdes plantas y aire fresco, aguas cristalinas y clima cálido. Alguna vez hubo vida y fue un paraíso, casi bíblico, en el lugar en el centro de la luna.

    La capita gris del hombrecito; que, quizá alguna vez fue blanca, está un poco rasgada por el roce de las rocas. Sus bordes desgastados y viejos dan la ilusión de ser etéreos y él parece flotar, como si fuera una pequeña nube volando muy por debajo de las demás.

    Las nubes... Ya no había nubes, ni cielo, solo un enorme manto gaseoso, entre gris y verdoso que cubría las alturas.


    <<Escarbar, escarbar, escarbar.

    Hoy está mas frío que ayer... ¿fue ayer? No...

    Sí... ¿cuándo fue ayer? ¿qué es hoy?

    <<Esta piedra es bonita, es blanca y redonda. Claro que es pequeña, si fuera más grande no sería tan blanca.

    Es una pena, una verdadera pena>>


    El pequeño encapuchado, camina entre las imponentes montañas y con sus manitas, ásperas y maltratadas por tanto escarbar, toma con cuidado las piedras blancas y las mete en su saco gris... o quizá negro pero un negro viejo y deslavado.

    Al llegar a un montón de carbón, mas pequeño que los grandes montículos, escucha rocas caer en alguna parte.


    <<Ruido, no es bueno, no.

    <<¿Qué será? No veré, no>>


    Avanza unos pasitos pero al instante, se retracta y sigue con su tarea.


    <<No voltearé, no voltearé, si no veo se irá, sí, sí, se irá>>


    Detrás de él un niño, regordete y bonito, le observaba.


    —¡Hola!... —grita sin ninguna respuesta —Oye, hola.— insiste.


    La voz es dulce y tierna. Las piernas del hombrecito tiemblan como tembló la tierra cuando todo se separó.


    <<¡No! que no hable, que no hable>>


    Corre tan rápido como puede, incluso suelta su saco y cubre la boca del niño. No dice nada pero su mirada lo expresa todo:


    <<¡No hables, no hables!>>


    Los redondos y brillantes ojos del nene están bien abiertos, casi, como si sus globos oculares fuesen a salir de sus cuencas

    Quita la mano de la boca del infante; apresuradamente abre su saco, que es mas grande de lo que parece, y lo sostiene frente a él.


    <<Entra, entra, anda entra...

    << ¿por qué no entras?>>


    Lo sacude una y otra vez pero el niño no entiende nada.


    –...


    <<¿Será tonto?>>


    Con una mano sostiene el saco y con la otra hace una serie de señas extrañas, dando a entender al niño –al menos en su mente– que entre al saco pero sigue sin recibir respuesta alguna.


    –...


    <<Sí, es tonto>>


    Se decide a arrojarle el saco en la cabeza cuando otros ruidos mas le interrumpen.

    El temblor del hombrecito se hace visible por unos cuantos segundos, para después quedarse tan firme como una antigua estatua griega.


    <<Si no volteo no existen, si no los veo se van>>


    Parece decidido a permanecer indiferente, hasta que el silencio se rompe con diferentes vocecillas tiernas y suaves:


    –¡Hola!– gritan al unísono.


    <<¡Muchos, son muchos! No está bien, no>>


    El hombrecito está atónito, tanto que usa sus manillas para tocarse los cachetes como en aquella vieja y clásica serie de pinturas de Edvard Munch; “el grito”.

    Se recupera de su incredulidad y toma su saco con ambas manos; lo blande, como si quisiera capturar el viento, y logra hacerle inmensamente mas grande.

    Viendo que esos pequeños y esponjosos niños parecen no entenderle, decide empujarlos –uno a uno– dentro del saco.

    Los montones de carbón comienzan a moverse lentamente...

    Pareciera que estuviesen siendo empujados desde abajo.

    Nubes negras aparecen en el aire, haciendo que la poca luz verdosa que había se haga aún mas tenue.

    Un frío inhumano empieza a sentirse en cada espacio del lugar.


    <<...

    <<No, por... favor... No>>


    El hombrecito quiere apresurarse pero el miedo se lo impide; se le ve en el rostro, incluso sus pupilas se contraen al grado de casi desaparecer.

    De verdad quería llevarse a todos los niños pero ya ni siquiera es capaz de reaccionar.

    Una voz de ultratumba comienza a resonar...

    Tararea una canción que debiera sonar dulce pero es todo lo contrario.

    En una última oleada de valor en si corazón, el sujetito corre y cierra el saco. Termina por esconderse detrás de una prominente roca.


    Los niños observan el comportamiento de tan curioso personaje y, por fin, deciden seguirle. Se esconden detrás de rocas y montículos, algunos se juntan y otros mas se esconden solos.

    La voz cada vez se hace mas aguda y no tan tenebrosa, incluso se dulcifica. Se escucha cada vez mas cerca.

    De entre la niebla del polvo del carbón, se asoma una silueta.

    ¡Solo es un anciano! Un ancianito bonachón con un platón lleno de galletas coloridas, pastelitos con frutas y dulces que, a la vista, lucen muy suculentos y apetecibles.

    El frío es reemplazado por una calidez bendita y, por un momento, todo se ilumina un poco.


    <<¡No, no vayan!

    <<Malo, es malo, no vayan>>


    Los niños se asoman y observan esos lindos y deliciosos postres.

    Uno de ellos decide dar el primer paso.


    –¡Hola!


    El anciano le sonríe y le ofrece el plato.


    –¿Quieres?– Le pregunta, poniéndose en cuclillas para estar a la misma altura.


    <<¡No, no quiere! No quiere, no quiere, no quiere, ¡déjalo! No quiere...>>


    El hombrecito, aún escondido, siente un líquido tibio mojando sus piernitas y no puede evitar romper en llanto, pero es un llanto silencioso, casi como un suspiro...

    Los niños comienzan a acercarse...

    Dan pasitos cautelosos hasta llegar al anciano, este no les hace daño, al contrario; los deja comer y les acaricia la cabeza. Juega, delicadamente, con los mechones de sus cabellos que quedan enredados entre sus dedos.

    El plato esta por quedar vacío...

    Todo se esta oscureciendo de nuevo pero nadie, a excepción del temeroso hombrecito encapuchado, puede notarlo.

    Las risas de los niños suenan, parece ser un ambiente tranquilo y apacible...


    <<No, no, co... co... corr>>



    Un gritito ahogado termina con la calma del momento. El hombrecillo trata de decir algo pero no puede y solo produce sonidos guturales.

    El anciano lo mira y la imagen dócil y generosa que tenía se desmorona en una sonrisa diabólica...

    De las profundidades sale un gigantesco bodrio de carne con infinitos tentáculos, uno de ellos era el anciano. Parecían tener vida propia.

    Los niños corren pero la mayoría son atrapados.

    La criatura era una cosa grotesca.

    Cubiertas de ojos grandes y sin párpados se encontraban dos enormes cabezas con forma fálica saliendo del torso amorfo y lleno de pliegues grasientos de piel.

    El aroma a podredumbre inunda todo lo visible.

    El mazacote se desplaza, dejando un rastro de una espesa y asquerosa baba blanca. Arrasa con todo a su paso; los montículos de carbón se vuelven polvo, e incluso las rocas mas duras se parten.


    <<¡No!>>


    El hombrecito corre con todas sus fuerzas, intenta llegar al saco donde metió a algunos niños, quiere ponerlos a salvo pero estos son aplastados por aquella cosa.

    Los niños, atrapados en los tentáculos de la brutal masa, tratan de escapar del agarre. El ser monstruoso los toma con mas fuerza y comienza a lamerlos cual niño con paletas de caramelo.

    La neblina toca hasta el mas alejado rayo de luz y el frío a vuelto con mas fuerza, congelándolo todo.

    La bestia asquerosa produce jadeos infernales y escupe un líquido amarillento de la boca de una de sus cabezas, mientras que la otra engulle, grotescamente, a los nenes.

    Los niños que lograron escapar de los tentáculos miran atónitos el repugnante espectáculo, al igual que el hombrecito del saco. Están inmóviles, perplejos y llenos de terror.

    Traga al último chiquillo en su poder y sus jadeos se hacen mas intensos.

    Una de sus cabezas, vomita rocas y pedazos de carbón. Escupe líquido baboso rojizo y se marcha, de nuevo, a las profundidades de donde vino.

    Ahora hay mas rocas y más carbón.

    El hombrecito recoge su saco y lo abre; ahora hay mas rocas blancas y redondas en el. Ya no están los niños que salvó, solo estaban esas bonitas y redondas rocas blancas.

    Mira a su alrededor...

    Aquellos niños que sobrevivieron y observaron todo, tienen otra apariencia; no son ni niños ni ancianos. Todos con una capita blanca y un saco negro se miran un momento.

    No pueden hablar...

    Observan las rocas y comienzan a buscar piedras blancas para meterlas en sus sacos..


    <<Escarbar, escarbar, escarbar>>


    El silencio a vuelto...


    La esperanza se ha ido...

    Ellos se han quedado y aquella criatura, un día, volverá. Siempre vuelve.
     
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