Buenas decisiones.

Espero les agrade este escrito. Muchas gracias a los que se tomen la molestia de leer, acepto comentarios así que por favor no se abstengan.

¡Que tengan un buen día!

Buenas decisiones.​

Para variar, hoy también amanecí con dolores en todo mi cuerpo. Los moretones ya eran de un color muy oscuro, y no lucían nada bien. Aun así no podía quedarme en cama, debía levantarme como cada día, tenía una rutina que seguir.

Nada debe cambiar, todo debe seguir como siempre.

Me repetía lo mismo una y otra vez.

Todo debe estar perfecto.

Puse la pava en la hornalla, preparé unas tostadas y saqué el queso de la heladera. Sentí la ducha y por alguna razón sentí con ella un escalofrío recorrer mi cuerpo.

Esperé unos minutos y comencé a preparar los huevos revueltos. Para el momento en que ya estaban listos, sentí que alguien se acercaba al comedor y me alegré de que todo esté preparado. Puse el plato en la mesa y serví un café con leche, más leche que café como a él le gusta.

—Puedes sentarte mi amor –le dije mientras colocaba la taza con el café en su lugar.

Él me miró, miró la mesa y se quedó unos segundos analizándola.

No hacía calor pero estaba sudando. Lo miré con una sonrisa y esperé paciente su aprobación. Él gruño y se sentó sin decir nada, de alguna forma me sentí aliviada. A veces el silencio es mejor que cualquier otra cosa.

Desayunó, se terminó de cambiar y salió a trabajar. ¡Otra vez en que se olvida de saludarme al salir! Seguramente tiene mucho que hacer en la oficina, no lo culpo. Aunque no voy a negar que un poco me dolía que pasara aquello.

Recojo todos los trastos y los dejo en el fregadero, luego los lavaría, tenía al menos unas seis horas antes de que volviera. No quería que viera todo sucio, ¿qué clase de ama de casa sería, qué clase de buena esposa?


Fui al baño y abrí la llave de la ducha, para que el agua se vaya calentando. Me saqué la ropa con cuidado, de no rasparme las heridas que aún no habían cerrado, y me metí bajo el agua. Al principio me ardió un poco, luego me acostumbré y me bañé como de costumbre. Vi como un poco de sangre se mezclaba con el agua jabonosa y se iba rápidamente por la cañería. No le di demasiada importancia, al menos esta vez no mancharía otra toalla de rojo.

Me sequé también con cuidado y me fui a mi cuarto a ponerme algo de ropa limpia. En el camino, no pude evitar mirarme al pasar frente al espejo que estaba a la salida del baño.

¿Esa mujer en verdad era yo? Me detuve y me quedé recorriendo cada centímetro de mi cuerpo con la mirada, y no pude contener las lágrimas mientras lo hacía. Moretones, cortaduras, marcas de dientes y quemaduras. Eso más todo tipo de cicatrices ya viejas que jamás se iban a ir, que iban a estar allí recordándome cuál era mi lugar en este mundo.

Me daba asco verme; vergüenza, miedo. Sentí impotencia, pensé en huir. Fui hacia mi habitación y me puse lo primero que encontré. Tomé mis documentos, algo del dinero que tenía escondido y otra muda de ropa que metí en mi cartera. Esto no podía seguir así, yo tenía sueños, tenía un futuro que quería alcanzar.

Cuando ya estaba camino a la puerta, suena el teléfono. Por un momento dudé en atender, pero luego me decidí por hacerlo.

Podría haberle pasado algo malo.

—¿Diga? -dije tímidamente.

—Amor, lo siento –era él, sentí como mi piel se erizó al escucharlo–. Otra vez me fui sin despedirme, es que estoy muy distraído últimamente. ¿Me perdonas?

—Claro amor… No es tu culpa –y es que no lo era, ¿cómo podía ser yo tan cruel? ¿Irme simplemente porque él está muy ocupado con su trabajado, ocupado consiguiendo la comida que yo como tan feliz cada día?

—Sandra, ¿estuviste llorando?

—No, no querido. Creo que me estoy por enfermar, el frío estos días estuvo fatal, ¿no?

—Espera a que llegue a casa y te preparo una de esas sopas que me hacía mi abuela. Eso y unos besos te harán sentir mejor. ¿Qué me dices?

—No lo dudo amor, claro que te espero.

—Muchas gracias por todo, veré si salgo un poco antes de la oficina. Te amo Sandra.

—Te amo –le respondí y ambos cortamos el teléfono.

Me quité la chaqueta y volví a guardar las cosas de donde las había sacado. Encendí la radio y me fui directo a la cocina a lavar los trastos del desayuno.

No me puedo ir ahora. Todo debe estar perfecto para cuando el vuelva. Quiero esa sopa, esos besos…


Ya no lloraba, realmente estaba feliz. Después de todo así era él: siempre distraído. Qué bueno que ya todo se había arreglado, qué bueno que analicé la situación y no hice algo de lo que seguro me arrepentiría.