Flor De Luna

Tema en 'Fanfics abandonados sobre Libros' iniciado por AnnaClearwater, 15 Enero 2012.

  1.  
    AnnaClearwater

    AnnaClearwater Iniciado

    Acuario
    Miembro desde:
    15 Enero 2012
    Mensajes:
    40
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Flor De Luna
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    27
     
    Palabras:
    4103
    Pesadilla:
    Me metí en la cama de un salto y le miré con una sonrisa tan enorme que ocupaba casi toda mi cara. Era una rutina que llevaba desempeñando prácticamente desde que nací. Y él sabía lo que eso significaba: quería que me arropase, que se tumbase a mi lado y me contase una de esas historias quileutes que tanto me gustaban. Jacob me devolvió la sonrisa y se acercó lentamente a mi cama con los brazos extendidos y moviendo los dedos.

    -¡No, Jake! -le supliqué-. Por favor. Eso no. No me gusta. No lo hagas Jake. ¡No!
    Pero de nada sirvieron mis ruegos. Él se lanzó sobre mí y empezó a hacerme cosquillas. Al final ocurrió lo que tanto temía: me dio un ataque de hipo.

    -Te dije ¡hip! que no lo hicieras ¡hip! -le dije mientras golpeaba su pecho con mis puñitos, convencida de que apenas lo estaría notando-. Esto ¡hip! es por tu culpa ¡hip! ¡hip!

    -¡Oh! Vaya... Lo siento. Te prometo que no volverá a pasar.


    -¡Hip! ¿Me lo prometes?

    -Te lo prometo. No volveré a hacerlo más... ésta noche.

    -¡Eso ¡hip! no vale ¡hip! ! ¡Tramposo!

    Se sentó al borde de la cama y me tapó la nariz.

    -Ahora, aguanta la respiración y empuja el hipo muy, muy abajo. Hasta que notes cómo desaparece.

    Cogí una bocanada de aire e hinché los carrillos, cerrando los ojos para poder concentrarme en hacer desaparecer esa horrible sensación. Cuando por fin pasó, volví a tumbarme. Jacob me arropó y se tumbó a mi lado.

    -Y ahora, a dormir.

    -¡Jo! ¿Hoy no vas a contarme una historia?

    -Hoy no. Ya es muy tarde. Mañana te contaré una de las largas, ¿vale?

    -Si no lo haces no voy a poder dormir -le dije haciendo sobresalir mi labio inferior-. Por favor.

    -¿Cómo lo haces para salirte siempre con la tuya?

    - Pues porque soy tu princesita y tienes que hacer lo que yo te diga.

    -Vale, vale -se incorporó e hizo una reverencia-. A sus pies, alteza.

    Los dos rompimos a reír. De pronto, Jacob se puso serio y volvió a sentarse rápidamente en el borde de la cama. Mi padre entró pocos segundos después.

    -Tranquilo, Jacob. Sólo vengo a darle las buenas noches.

    -¡Papi! -me incorporé y enrollé mis brazos en su cuello-. ¿Dónde está mamá?

    -Abajo, hablando con la tía Alice.

    -¿Lo ves, Jake? Mamá y la tía aún no se han ido a dormir. Eso es porque aún no es tarde.

    Puso los ojos en blanco.

    -Cualquier excusa es buena con tal de no dormirte.

    -Vamos, Nessie, vuelve a la cama.

    -¡No, papá! Aún no. No tengo sueño -apreté más mis brazos, pero él se deshizo rápidamente de mi trampa y me metió de nuevo en la cama-. ¡Eso no es justo! Eres mucho más fuerte que yo. Vas a ver cuando crezca. No podrás conmigo.

    -Pues entonces tendré que pedirle ayuda al tío Emmett.

    -Pues... -no sabía qué responderle. Emmett me parecía excesivamente grande y fuerte. Un recuerdo vino a mi mente. Era un día soleado del pasado otoño. Mi tío jugaba conmigo en el bosque. Los dos estábamos cubiertos de hojas secas. Él estaba tumbado de espaldas sobre la hojarasca y yo estaba de rodillas sobre su pecho, sujetando sus manos mientras intentaba soltarse y quitarme de encima. Pero no podía conmigo. Obviamente, Emmett estaba fingiendo, pero mi padre no tenía por qué saberlo. Coloqué una mano sobre su mejilla para compartir mi visión con él-. ¿Ves? ¡No le tengo miedo!

    -Tienes razón. Cuando seas mayor nadie va a poder contigo- sonreí triunfal mientras él volvía a arroparme-. Pero aún tienes que esperar un poco para eso. Por ahora, sigo siendo más fuerte que tú.

    -¡Disfruta mientras puedas!- le dije mientras Jacob trataba en vano de ahogar una carcajada. Le había oído esa frase a Quil cientos de veces y me pareció el momento oportuno para usarla.

    -¿Qué pasa aquí?

    Mi madre asomó la cabeza por la puerta y me miró sonriente. ¡Caray! Ella sí que parecía una princesa. Era la más hermosa de cuantos vampiros había visto, ¡y mira que había visto muchos a cada cual más impresionante! Pero, sin duda alguna, era la mejor. Resultaba imposible apartar los ojos de ella.

    Cruzó la puerta y se sentó a mi lado, junto a mi padre, en apenas medio segundo. Coloqué mi mano en su cuello para hacerle saber lo que pensaba de ella, que mostró su perfecta dentadura en una espléndida sonrisa y me abrazó apoyando su frente en mi pecho. Cuando volvió a incorporarse, miró a mi padre y a Jacob con curiosidad.

    -¿No me vais a contar el chiste? Os he oído reír y no he podido resistirme a venir a ver qué pasaba.

    -Lo que pasa es que Renesmee no debería pasar tanto tiempo con sus animales de compañía.

    Jacob le lanzó una mirada furibunda. Volví a levantarme y le froté el entrecejo para deshacer el gesto de enfado que había aparecido en su rostro. Él se inclinó y me besó en la frente.

    -Papá está enfadado porque sabe que de mayor voy a ser más fuerte que él.

    -¿En serio? ¿Y más fuerte que yo también?- asentí pletórica-. ¡Vaya!

    -¡Y más que Jacob!- recalqué.

    -Sí, sí. Qué más quisieras- me crucé de brazos y le miré estrechando los ojos para parecer enfadada-. Vale, vale. Tienes razón- dijo alzando las palmas de las manos como señal de rendición-. También vas a ser más fuerte que yo. Vas a ser la más fuerte de todos.

    -¡Bien!- me lancé a abrazarle y él me estrechó con fuerza-. Voy a ser la más fuerte de todos. Y nunca más podréis obligarme a dormir. Pienso estar siempre despierta y me pasaré las noches con Jake oyendo muchas, muchas historias.

    -¡Eh! Yo necesitaré descansar- me separé para poder mirarle y fruncí el ceño-. Recuerda que yo no seré tan fuerte como tú y voy a necesitar dormir para reponer fuerzas.

    -Vale, pero sólo un ratito.

    -¿Un ratito?

    -Sí. Como mucho… una hora.

    -¿Sólo una hora? ¡Puff! Eso es muy poco tiempo.

    -Mmm… Bueno, pues dos. ¡Pero ni una más! Que luego me aburro sola.

    -¿Sola? ¡Pero si tienes a tus padres y a los demás! También puedes jugar con ellos, ¿no?

    -Sí, ya lo sé. Pero contigo me lo paso mejor.

    Cogí sus manos y visualicé todas las cosas que solíamos hacer juntos y lo mucho que me gustaba estar con él. Pude ver cómo se sonrojaba mientras volvía a estrecharme fuertemente contra su pecho.

    Mi padre se levantó repentinamente tenso sorprendiendo a mi madre, que nos miraba medio embobada. En ese momento no comprendí qué podía pasarle. Ahora sé que debió de leer algo en la mente de Jacob que no le gustó especialmente.

    -Edward…- mi madre sujetó su mano y le sonrió con dulzura. Cuando pareció relajarse un poco, ella le soltó y se giró de nuevo hacia mí-. Creo que ya es hora de dormir.

    Esta vez fue ella la encargada de meterme otra vez en la cama y arroparme.

    -¿Puede quedarse Jake?- mi padre tensó la mandíbula y él les miró de reojo-. Sólo hasta que me duerma.

    -Eso deberías preguntárselo a él, ¿no crees?

    Ella le miró y ambos intercambiaron sendas sonrisas cómplices. Realmente no era necesario preguntarle nada. Jacob siempre estaba dispuesto a quedarse conmigo. De todos modos, le miré. Él asintió una vez. Mis padres se levantaron.

    -Buenas noches, mami. Te quiero.

    -Buenas noches, cielo. Yo también te quiero.

    Mi padre se agachó a mi lado y me acarició el pelo.

    -¿Papi?

    -¿Sí?

    -Me alegro de que seas más fuerte que yo.

    Estaba convencida de que ése era el verdadero motivo de su enfado y me sentía culpable. Él me besó mientras me dedicaba una de sus sonrisas traviesas. La favorita de mi madre… Y la mía.

    -Te quiero mucho, princesita.

    - Vaya… Al final se va a acabar creyendo que es una princesa de verdad- musitó Jacob.

    -Lo es, Jake- los dos se miraron sonrientes. Le dio un toque en el hombro y se encaminó a la puerta junto a mi madre-. Buenas noches.

    Cuando nos quedamos a solas, Jacob apagó la luz y se acostó a mi lado, pasándome un brazo por encima. Era agradable tenerle tan cerca mientras fuera caía la nieve y rugía el viento. Saqué una mano y comencé a enredar mis dedos en su pelo. Hacía tiempo que quería preguntarle algo, pero siempre acababa avergonzándome y dejándolo pasar.

    Esta vez, la oscuridad me dio la confianza necesaria.

    -Jake- aunque todo estaba en penumbras, noté la fuerza de sus ojos clavándose en mí.

    Tragué saliva y traté de continuar-, ¿puedo hacerte una pregunta?

    -¡Claro! ¿Qué quieres saber?

    - ¿Tú piensas que soy… rara?- sentí como el rubor se arremolinaba en mis mejillas.- Me refiero a que, bueno, yo no soy como el resto de niños de mi edad.

    De pronto me puse triste. Nunca podría tener amigos, ni ir al colegio, ni hacer las cosas normales que hacían el resto de niños. A mis casi ocho años, en apariencia y mentalidad tenía bastantes más. Me sentía un bicho raro.

    La mano que tenía apoyada en su antebrazo le hizo partícipe de estos pensamientos.

    -Claro que no eres como los demás niños de tu edad- mi barbilla empezó a temblar y tuve que luchar contra mis ganas de llorar-. Tú eres mucho más especial.

    -Sólo lo dices para que me sienta mejor- las lágrimas empezaron a desbordarse-. Sabes que soy rara. Sólo quieres confortarme.

    -¡No! No digas eso, ¿me oyes?- me apretó contra él- Tú no eres rara. No lo eres.

    -Sí que lo soy. ¡Mírame bien! Usáis la palabra especial para no decir la verdad. Y la verdad es que soy rara.

    -Por enésima vez: tú no eres rara. ¿Te has fijado en cómo te miran todos? ¡Eres un encanto! ¿Qué más quisieran los niños de tu edad que parecerse a ti aunque sólo fuese un poco! Eres lista, pareces mucho mayor y eres muchísimo más hermosa que ellos… ¿Sabes? Pensándolo bien, sí que eres rara. Eres rara porque eres increíblemente especial.

    -¿Lo dices en serio?

    -Por supuesto.

    -Entonces, ¿los demás niños me envidian?

    -¡Sin duda alguna! ¿Cuántos de ellos pueden presumir de tener a un hombre lobo como mejor amigo?

    -Mmm… ¿Ninguno?

    -Ninguno. Sólo tú. ¿Y sabes por qué?

    -¿Por qué soy especial?

    -Eso es… Nessie, ni yo ni nadie pensamos que seas un bicho raro. No quiero volver a oírte decir eso nunca más, ¿entendido?

    -Entendido- me besó en la cabeza y me limpió las lágrimas-. Jake, ¿por qué me siento tan bien contigo? Incluso mejor que con mis padres o con la tía Rose. Pero, ¡eh! no les digas nada de esto a ellos, ¿vale?
    Él sonrió. Apuesto a que le habría encantado que Rosalie escuchase lo que yo acababa de decir.

    -Tranquila, será nuestro secreto- dijo bajando la voz—Y en cuanto a la pregunta… Bueno. Verás, aún eres demasiado pequeña para entenderlo, pero… Digamos que para mí eres incluso más especial que para los demás. Prometo explicártelo mejor cuando seas un poco más mayor.

    -Está bien- volví a juguetear con un mechón de su pelo-. ¿Jake?

    -Dime.

    -Tú también eres muy especial para mí.

    -Lo sé- supe que sonreía porque noté estirarse la piel de su mejilla, que estaba apoyada sobre mi cabeza-. Y ahora duérmete, ¿vale? Es muy tarde.

    Le obedecí. Morfeo había hecho acto de presencia y los párpados parecían pesarme toneladas.

    Esa fue la primera vez que tuve aquel extraño sueño. Supe que estaba soñando porque las imágenes estaban envueltas en la característica bruma. Estaba en el prado donde solía ir a cazar con mi madre y con Jacob. Pero esta vez la escena era bastante diferente. Frente a mí se encontraban Cayo, Marco y Aro. Éste último tendía su mano hacia mí con una sonrisa inquietante. Yo no quería acercarme a él, pero mis piernas avanzaban involuntariamente a su encuentro. El abuelo Carlisle intentaba detenerme, pero antes de que pudiera alcanzarme caía al suelo lanzando un terrible alarido.

    Tras los jefes de los Vuturis pude reconocer a mi padre y a mi tía Alice. Pero no parecían ellos. Estaban ataviados con unas largas túnicas oscuras y sus ojos tenían un extraño matiz rojizo. Me miraban inexpresivos, como si fuesen dos estatuas. Su gesto me aterrorizaba. Les escoltaban otros seres vestidos de forma idéntica entre los que se encontraba Jane, que fijaba sus ojos en mí con su habitual sonrisa angelical. Fue entonces cuando comprendí lo que le ocurría a Carlisle.

    Me detuve y me giré. A mi espalda se encontraba el resto de mi familia. Emmett, que sujetaba a Esme y a Rosalie, era quien estaba más cerca de mí y también quien parecía más enfadado. Tenía los labios retirados y mostraba toda la magnificencia de su dentadura, dirigiendo una furiosa mirada a aquellos que se encontraban frente a nosotros. A su lado, unos pasos más atrás Jasper permanecía agachado junto a Carlisle, que se aferraba con fuerza a su brazo intentando levantarse. Ninguno de los dos me quitaba los ojos de encima. Justo detrás de ellos estaba mi madre. Al verla sentí una aguda punzada de dolor. Miraba fijamente al suelo y, a pesar de que era un hecho imposible, supe por el temblor de su barbilla que lloraba.

    -No te lo pienses más, Renesmee- me apremió Aro- ¿Es que quieres que sufra alguien más?

    Le miré confundida y paseé mi vista por los alrededores con ansiedad. ¿Quién había sufrido? Estaba convencida de que no lo decía por Carlisle. ¿Pero entonces…? Al seguir buscando caí en la cuenta de que faltaba alguien. La vista se me nubló y mis piernas comenzaron a temblar de tal modo que a duras penas podían sostenerme. Todo daba vueltas a mi alrededor… ¿Dónde estaba Jacob? ¿Qué le habían hecho?



    Me desperté aterrorizada. Jacob se había ido ya y el no verle me alteró aún más. Salté de la cama y salí de la habitación. Todos se me quedaron mirando cuando aparecí por las
    escaleras. Rosalie se levantó y en un instante me tuvo entre sus brazos. Intenté explicarles el sueño, pero el llanto me impedía hablar con claridad. Aun así, ellos parecieron entenderme. Miré a mi alrededor. Mis padres y Emmett no estaban. Supuse que habrían salido de caza.

    -¿Quieres que vayamos a buscar a mamá?- me preguntó Esme. Yo negué con la cabeza y oculté el rostro entre los pelos de mi tía. Mi madre quería a Jacob casi tanto como yo. No quería asustarla.

    -Esto no me gusta- le oí decir a Alice.

    Carlisle la miró con escepticismo.

    -Alice, sólo ha sido un sueño. No debemos darle más importancia de la que tiene.

    -Acuérdate de Bella, Carlisle. Sus sueños solían cumplirse a menudo. ¿Y si a la niña le sucede lo mismo?

    -No todos se cumplían- replicó él-. Y los que lo hacían no eran exactamente como ella los soñó.

    -De todos modos, Alice tiene razón- comentó Esme preocupada-. A mi tampoco me gusta nada todo esto. Creo que deberíamos hablarlo con Edward y Bella y permanecer alerta.

    ¿Era eso cierto? ¿Los sueños de mi madre se cumplían? ¿Y si Alice tenía razón y a mí me ocurría lo mismo? Mis temblores se acentuaron y comencé a sollozar mientras le transmitía mis miedos a Rosalie.

    -¡Ya está bien!- pidió ella-. La estáis asustando.

    Todos se quedaron callados. Con la cara oculta en el cuello de mi tía, noté sus miradas puestas en mí y el efecto tranquilizante que me estaba mandando Jasper. Esme se acercó a nosotros y Rosalie me depositó con cuidado en sus brazos.

    -Tranquila, pequeña. No va a pasar nada.

    -Pero habéis dicho que… los sueños… mi Jacob…- el berrinche me hacía hablar con dificultad.

    -Nadie va a hacerle daño a Jacob.

    -¿De verdad?

    -Te lo prometo.

    La dulce voz de Esme, junto a la seguridad que depositó en su promesa y el poder de Jasper, lograron calmarme lo suficiente como para que pudiera volver a dormirme.

    Cuando abrí los ojos de nuevo, era mi madre quien me sujetaba entre sus brazos.

    -¿Mami?

    -Sí, soy yo, Duérmete otro ratito, ¿vale? Aún es temprano.

    Quise contarle mi pesadilla, pero cuando fui a poner mi mano en su cuello, ella me lo impidió.

    -No te preocupes, cielo, Ya me lo han contado todo- algo me decía que el verdadero motivo de no dejarme enseñárselo por mí misma no era tanto que ya lo supiera como que no quería verlo-. Sólo ha sido un sueño. No debes estar asustada por eso.

    -Pero tía Alice dijo que a ti…

    -Tú no eres yo, Renesmee- su voz se elevó de forma brusca. Al ver que me había asustado, sus facciones se endulzaron-. No tienen por qué pasarte las mismas cosas que me pasaron a mí. Sinceramente, espero que no tengas que pasar por casi nada de lo que pasé yo.

    -Nadie va a hacerte daño, mi vida- mi padre se agachó para estar a mi altura-. Ni a Jacob tampoco, te lo aseguro. Sólo ha sido una pesadilla. Pero te juro que si alguna vez te encuentras en verdadero peligro, yo voy a estar ahí donde me necesites para ayudarte- hizo un gesto con el brazo para abarcar a todos los que estaban en el salón-. Todos vamos a estar ahí.

    Traté de sonreírle, pero sólo fui capaz de esbozar una mueca que en nada se parecía a una sonrisa. Por mucho que intentasen consolarme, no iba a estar tranquila hasta que no llegase Jacob.

    -Debe estar a punto de venir- susurró mi padre-. Vuelve a dormirte. Cuando llegue te avisaré.

    Esta vez, mi débil sonrisa fue algo más definida. Cerré los ojos intentando dormir. Los brazos de mi madre se amoldaban perfectamente a mi cuerpo pero, pese a lo cómoda que estaba con ella, eran otros brazos entre los que me habría gustado estar en ese momento. Unos brazos más fuertes y robustos… e infinitamente más cálidos.

    Por suerte, no había conseguido dormirme aun cuando le oí llegar. Salté de mi madre a él casi sin tocar el suelo.

    Mi respiración se agitó de felicidad y alivio.

    -¡Hey! ¿Qué haces levantada tan temprano?- me preguntó mientras yo me aferraba fuertemente a su cuello- ¿Tanto me echabas de menos que no podías dormir?- asentí de forma frenética. A pesar de su tono burlón, su pregunta me pareció una afirmación de lo más apropiada- ¿Estás bien?

    Iba a contarle mi horrible sueño, pero justo antes de que pudiera mostrarle imagen alguna, mi padre me separó de él y me llevó a mi cuarto

    -¿Se puede saber qué diantres está pasando aquí?- le oí vociferar mientras nos alejábamos a toda velocidad. Eso mismo me preguntaba yo.

    Hasta que no estuve sentada en mi cama, no me di cuenta de que Rosalie había venido con nosotros.

    -Papi, ¿por qué me has traído aquí? Yo quiero ir abajo. ¡Yo quiero estar con Jake!

    -Ahora podrás bajar. Pero primero tenemos que hablar con él.

    -¿Por qué no me has dejado contarle mi pesadilla?

    Estaba empezando a sentirme verdaderamente frustrada. Mi padre se inclinó y sujetó mi cara entre sus manos con suma delicadeza.

    -Verás, Nessie. Ya sabes lo protector que es Jacob contigo y lo influenciable que puede llegar a ser con todo aquello que tenga que ver con su princesita. Si se lo hubieses mostrado, probablemente habríamos tenido que salir tras él para evitar que se enfrentase a los Vulturis él sólo- aunque sabía que estaba exagerando, me estremecí ante la idea y sacudí la cabeza para alejar esa imagen de mi mente-. Es mejor que se lo contemos nosotros- asentí y puse mi mano en su mejilla-. Jacob va a estar bien. Tú quédate aquí con la tía Rose. Enseguida podrás bajar.

    Él desapareció tras la puerta y yo me quedé allí, inmersa en los múltiples pliegues de la colcha.

    Rosalie intentó jugar conmigo, hacerme mimos, decirme adivinanzas… Pero al ver mi poca predisposición, optó por cogerme en brazos y sentarse en la cama mientras me acunaba como cuando era un bebé. Yo trataba por todos los medios de escuchar la conversación que estaban manteniendo en el piso de abajo pero el sonido me llegaba bastante distorsionado a causa de la distancia. ¡Lo que habría dado por tener el sentido del oído de cualquiera de los allí presentes! En comparación con ellos, me sentía como si estuviese sorda. Un buen rato después oí sus fuertes pisadas ascendiendo a toda velocidad por las escaleras. Cuando se abrió la puerta, volé a sus brazos por segunda vez. Me apretujó mientras yo le transmitía mi preocupación proyectando en su mente el fragmento de sueño en el que yo le buscaba desesperada.

    -No hay nada de qué preocuparse, cariño- a pesar de la enorme seguridad que destilaba su voz, noté cómo un escalofrío recorría su cuerpo-. Esas asquerosas sanguijuelas no me tocaran ni un pelo- Rosalie soltó un bufido, pero él hizo caso omiso y siguió hablándome-. Nadie va a hacerme daño, princesita. Pero lo que es más importante: nadie va a hacerte daño a ti.

    -Me da igual lo que me pase a mí mientras tú estés bien.

    En cuanto terminé de hablar me mordí el labio inferior y me giré para mirar a Rosalie sintiéndome culpable por estar preocupada únicamente por Jacob. Pese a que trató rápidamente de cambiar de expresión, la sorprendí mirándonos enternecida. Le sonreí y añadí:

    -No quiero que os pase nada a ninguno por mi culpa.

    -Tú no tienes la culpa de nada, tesoro- dijo ella acercándose a nosotros-. Además, sólo ha sido una estúpida pesadilla. No entiendo por qué le dan tanta importancia.

    Jacob la miró sorprendido.

    -¡Vaya! Creo que es la primera vez que estoy de acuerdo contigo en algo- ella le sonrió muy pagada de sí misma- .No sabía que las de tu clase pudieseis decir cosas tan coherentes.

    -¿Las de mi clase?

    -Sí, ya me entiendes. Me refiero a las… rubias.

    Ella volvió a besarme y, poniendo los ojos en blanco, me besó en la parte superior de la cabeza y salió de la habitación murmurando algo así como: “Maldito perro pulgoso”. Jacob se tronchaba de la risa y yo les miraba tratando de comprender por qué se llevaban tan mal.

    -¡Ups! Se me había olvidado por completo… Oye Ness, ¿sabes que ha venido conmigo alguien que quiere verte?

    -¿A mí?- intenté hacer memoria, pero juraría que le había visto llegar solo- ¿Quién es? ¿Le conozco?

    -Sí, claro que le conoces. Te está esperando fuera.

    -¿Fuera? ¿Y por qué no le dices que entre?

    -Mmm… Digamos que no es buena idea.

    Me quedé pensativa durante un rato. Ladeé la cabeza y me toqué la barbilla, igual que le había visto hacer a él cuando tramaba algo. ¿Por qué quien fuse no iba a poder entrar a verme? ¿Cómo iba a preferir alguien quedarse fuera, con el frío que hacía, en lugar de entrar en casa?

    Entonces caí en la cuenta. ¡Claro! ¿Cómo no se me habría ocurrido antes?

    -¡Es Leah! ¡Es Leah!- coreé- ¿A que sí? ¿A que es ella?

    -¿Cómo narices has podido adivinarlo?- parecía realmente sorprendido, lo cual me pareció a la vez absurdo y divertido.

    -¡Fácil! ¿Quién si no ella no iba a querer entrar?

    -Cierto…- su cara adoptó un gesto tan estúpido que me hizo romper a reír-. Bueno, ¿bajamos o no a verla?

    Me separé de él y comencé a tirar de su mano con todas mis fuerzas, pero no se movió ni un milímetro. Le miré de forma interrogativa. Él me pegó a su pecho con un leve tirón y me alzó del suelo.

    -¿De verdad piensas que voy a dejarte salir así con el frío que hace? ¿Es que quieres que tu madre acabe conmigo?

    Se acercó al armario, lo abrió y cogió mi anorak y unos calcetines gruesos. Me puso de pie sobre la cama y me colocó el abrigo sobre el pijama. Tuve que sujetarme a su hombro mientras me ponía los calcetines y remetía en ellos la pernera del pantalón. Cuando acabó, me examinó sonriente y me montó a la pela.

    -Ahora sí podemos bajar.
     
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    AnnaClearwater

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    Mensajes:
    40
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Flor De Luna
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    27
     
    Palabras:
    2065
    Leah:
    Apenas fui consciente de cuándo y cómo habíamos llegado a la calle hasta que noté el gélido viento dándome en la cara. Pero el frio me daba igual. Estaba ansiosa por ver a Leah.
    Nuestra relación había dado un giro de ciento ochenta grados. Si bien al principio ella se negaba a tener cualquier tipo de contacto conmigo, al igual que con el resto de mi familia, la cosa cambió radicalmente cuando, tres o cuatro años atrás, ella me salvó la vida.

    Había salido de caza con Jacob y el resto de la manada. Leah también venía, pero se mantenía a una distancia considerable de mi posición –o eso pensaba yo-. Persiguiendo el rastro de un ciervo me acerqué demasiado a los acantilados… tanto que cuando quise darme cuenta, estaba colgando de uno de ellos. No pude frenarme a tiempo y caí al vacío, con la suerte de que pude sujetarme al saliente de una roca. Mis pequeñas manitas se aferraban a él desesperadamente, pero apenas me quedaban fuerzas y las pocas que me quedaban las usaba para llamar a Jacob. Su aullido ahogado sonaba demasiado lejos como para que pudiese llegar a tiempo.

    Fue entonces, a punto ya de soltarme, cuando unas manos sujetaron las mías y me depositaron en tierra firme. Yo mantenía los ojos fuertemente cerrados, por lo que me abracé a mi “salvador” sin detenerme un instante a ver quién era, pero dando por hecho que era uno de los lobos.

    Mientras, los aullidos de la manada sonaban cada vez más cerca. Sobre todo aquellos que mejor conocía.

    Me sorprendí cuando escuché que la voz que me consolaba era la de una mujer. Y la sorpresa fue aún mayor cuando abrí los ojos y vi que quien me hablaba era la mismísima Leah Clearwater.

    Las anteriores ocasiones en las que había coincidido con ella, se había limitado a mantenerse alejada de mí y a fulminarme con la mirada. Por eso, jamás habría podido pensar que aquellas palabras tan dulces saliesen de sus labios, y menos aún que estuviesen dirigidas a mí.

    Jacob llegó varios segundos después exhalando un largo y agudo aullido. Al estar él en su forma animal y Leah en la humana, no le había sido posible comprobar si había llegado a tiempo de salvarme hasta verlo con sus propios ojos. Mientras yo seguía abrazada a ella, me di cuenta de que mi amigo evitaba mirarnos. En un principio creí que se debía a la culpabilidad, pero al ir a poner mi mano en su pecho para hacerle ver mi agradecimiento, descubrí que Leah estaba desnuda. Debía de haberse transformado en humana para poder ayudarme mejor. Le di las gracias apretando aún más mi abrazo y proyectando en su mente el momento en que me salvó. Después de la sorpresa inicial, rió cálidamente y me acarició el pelo mirando a Jacob de forma autosuficiente. Él permaneció a nuestro lado, gimiendo, con las orejas y la cola caídas. Me acerqué a él y me puse de puntillas para poder hundir mis manos en el pelaje de su cuello, intentando consolare. A nuestras espaldas, Leah volvió a adoptar su forma animal y se internó en el bosque a toda velocidad.

    Desde ese día, siempre que salía con la manada a cazar –lejos de los acantilados, por supuesto-, ni ella ni Jacob se separaban de mi lado. Se convirtió en una gran amiga. Nos encantaba hacer rabiar a Jake. La relación entre ellos también cambió a mejor. Él sentía que siempre estaría en deuda con ella por haberme salvado. Y ella se lo pasaba genial recordándoselo.

    Obviamente, esta historia es algo que mi familia ni siquiera sospecha. Se lo hemos ocultado incluso a mi padre, aunque pueda parecer imposible, evitando pensar en ello en su presencia. Todos creen que Leah acabó rindiéndose a mis encantos, al igual que le ocurría a todo aquel que tenía contacto conmigo.

    Sin embargo, a pesar de la fuerte amistad que nos unía, su aversión hacia el resto de mi familia continuó intacta. De ahí que cuando quería verme, le pedía a Jacob que me llevase a La Push o, como en este caso, que me sacase fuera de la casa, incluso sabiendo que si quería entrar iba a ser más que bienvenida. Se lo habían repetido infinidad de veces, y Esme había hecho hasta lo imposible por lograrlo. Pero no había manera.




    Forcejeé con Jacob hasta que conseguí que me dejase en el suelo y corrí hacia ella, que estaba agachada y me esperaba con los brazos abiertos. A pesar del intenso frío y de que todo se encontraba cubierto de nieve, iba vestida con unos pantalones cortos de color crema y una camiseta negra de tirantes. Su piel ardía y yo me cobijé en ella. Me levantó del suelo y sacudió la cabeza con pesar.

    -Desde luego, cada día dudo más que haya un cerebro dentro de esa cabezota- su voz sonaba cargada de reproche. Tocó mis calcetines, que se habían empapado por completo a causa de mi carrera sobre la nieve-. ¿Cómo se te ocurre sacarla así de casa?

    Él la miraba como si estuviese hablándole en un idioma desconocido.

    -¿Se puede saber qué mosca te ha picado?

    -Que tú no tengas frío no significa que no la haga. ¿Por qué no la has vestido en condiciones? ¿Ni siquiera has sido capaz de ponerle unos zapatos? Como enferme no va a hacer falta que los… -me miró y tragó saliva antes de corregirse- que sus padres te hagan nada. Yo misma me encargaré de darte tu merecido.

    -Pero si no tengo frío, Leah, de verdad.

    Intenté que mi voz sonara lo más convincente posible, pero los tiritones me delataban. Cierto que mi temperatura corporal era algo superior a lo normal, pero aquel día era especialmente frío. Ella me apretó aún más.

    -¡Eh! A mí no me cargues con todo el marrón- intentó defenderse-. Si no fueras tan extremadamente orgullosa, entrarías a verla en su casa en vez de hacerme sacarla a la calle con este tiempo.

    Ambos mantuvieron una larga y silenciosa lucha de miradas.

    -No te enfades con Jake- le pedí apartándole el pelo para poder verle la cara. Se lo estaba dejando un poco más largo y ya le llegaba por la barbilla-. Él quería vestirme, pero yo salí corriendo a verte y sólo pudo coger el anorak y los calcetines- mentí.
    Jacob me guiñó un ojo con tan mala suerte que ella le vio.

    -Me parece lamentable que tengas que escudarte detrás de una niña. Pero bueno, no sé por qué me sorprendo…- sus ojos se volvieron súbitamente dulces cuando se fijaron de nuevo en mí-. Sabes que no te haría salir de casa con tanto frío, en eso debo asumir mi culpa- endureció la voz al pronunciar esa última frase-. Pero hoy tenía que hacerlo.

    -¿Qué? ¿Echabas de menos el maravilloso olor que rodeas estos parajes y no has podido evitar venir?

    Leah rugió y apretó los dientes con tanta fuerza que temí que fuese a partírselos.

    -Sólo espero que cuando la niña crezca tenga la suficiente inteligencia como para no conformarse con un tipejo como tú, Jacob Black- él respondió a du mirada de furia con una enorme sonrisa-. He venido a despedirme.

    La mandíbula de Jacob se desencajó y sus ojos se abrieron de par en par. Yo la miraba con la barbilla temblorosa y no precisamente por el frío.

    -¿Que te vas? ¿Por qué? ¿Dónde?

    -Yo no quiero que te vayas. Quiero que te quedes conmigo y con Jake.

    -No puedo, Nessie- volvió a mirar a Jacob, que se había quedado petrificado-. Tengo que irme. Necesito salir de aquí.

    -No… Yo no… No lo entiendo- logró articular al fin-. ¿Por qué ahora? ¿Ha pasado algo? No sé, ¿tienes problemas con tu madre o con Seth?

    -De ser así lo sabrías. Es decir, lo sabríais- hizo un movimiento rápido con la cabeza en dirección a La Push.- Mi tío Ken me ha conseguido un puesto de trabajo en su ciudad. Me voy mañana.

    -¿Y no será peligroso? Quiero decir, que con tu carácter…

    -No te preocupes, llevo preparándome mucho tiempo- contestó con una risilla nerviosa-. Mis accesos de ira están bajo control.

    -¿Lo sabe Sam?- ella apartó la vista y la clavó en el suelo-. Ya veo. Es por él, ¿verdad?

    -Siempre es por él, Jake. Ya deberías saberlo.

    Su barbilla también temblaba. Se la acaricié con la yema de los dedos y ella me dedicó una sonrisa forzada. Nunca la había visto tan hundida. Si por algo destacaba Leah era por su entereza. Pero ahora parecía a punto de romperse en pedazos. Le limpié las lágrimas que habían empezado a descender por su cara y ella sujetó mi mano y la besó.

    -La boda es dentro de unas semanas. Llevan posponiéndola durante todo este tiempo y sé que es por mi culpa. Creí que ya lo había asumido y que podría soportarlo. Pero lo único que estaba haciendo era engañarme a mí misma… Lo he probado todo para olvidarle, ¡todo! Y no me ha servido de nada. Sólo me queda ver si es cierto eso de que la distancia hace el olvido.

    -Y, ¿dónde vive ese tío tuyo?

    -En Swindon- en nuestras caras debía de leerse que no teníamos ni idea de dónde estaba eso-. Es una ciudad pequeña. Está muy cerca de Londres.

    -¡Caray! Sí que te vas lejos.

    Yo les observaba sin saber muy bien qué hacer o qué decir. No quería que Leah se fuese pero, a pesar de su eterna máscara de súper-mujer, había visto en innumerables ocasiones como sus ojos se entristecían cuando veía a Sam o, simplemente, oía hablar de él. En la manada debían de saberlo mejor que yo, incluso el propio Sam. Tampoco debía de ser fácil para él vivir cada día con la certeza de que era el único responsable de ese sufrimiento, ni ver cómo Leah se iba resquebrajando un poco más a cada momento. Lo que no lograba explicarme era cómo ninguno sabía nada acerca de su marcha. Probablemente, ella había evitado por todos los medios pensar en ello para evitar que lo descubriesen.

    -Te voy a echar de menos- le dije.

    Quería lo mejor para ella. Quería que fuese feliz, y si para eso tenía que mudarse a miles de kilómetros, estaba más que dispuesta a aceptarlo.

    -Gracias, cariño y… Siento mucho todo el daño que haya podido causarte en el pasado.

    -¿Daño?- volví a mostrarle una vez más ese recuerdo que tan a fuego se había grabado en mi mente: el de aquel día en el que me salvó la vida-. Tú nunca me has hecho daño.

    -Prometo venir a visitarte… Quiero decir, a visitaros- tendió la mano hacia Jacob, que se la apretó con cariño-. Pese a todo, creo que voy a echarte de menos más de lo que nunca llegué a imaginar.

    -Sí, creo que sé cómo te sientes al respecto- se carcajeó.

    -Mantenme informada de todo lo que vaya ocurriendo- le pidió palmeándome la pierna. Incomprensiblemente, Jacob enrojeció de súbito-. Espero de corazón que todo os salga bien.

    Ambos se abrazaron dejándome a mí en medio. Me sentía como si estuviese atrapada entre dos estufas. Y era muy agradable, pues el frío estaba empezando a calarme hasta los huesos. Un inoportuno escalofrío rompió la magia del momento. Leah me trasladó a los brazos de Jacob y besó mi frente.

    -Llévala dentro, está muerta de frío- él me abrazó intentando cobijarme-. Adiós, Nessie.

    Espero que volvamos a vernos pronto. Y en cuanto a ti…-acarició la mejilla de Jake-. Ya va siendo hora de que te cortes el pelo, ¿no?- intercambiaron una sonrisa cómplice-. Cuídate mucho, Jake. Y cuida mucho de ella.

    -Lo haré.

    -Vamos, entrad en casa o vas a tener que descongelarla.

    Comenzamos a andar. Yo no dejaba de agitar mi mano en señal de despedida mientras las lágrimas me cegaban. Justo cuando llegamos al porche de la entrada comenzó a caer una fina lluvia. Permanecimos allí de pie, observando cómo Leah se alejaba hasta que la perdimos de vista cuando se internó entre los árboles.

    Antes de cerrar la puerta, un prolongado aullido lastimero me hizo estremecer.

    -Adiós, Leah. Cuídate tú también.
     
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    AnnaClearwater

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    Aquella noche aún estaba despierta cuando se marchó Jacob. Mis padres se habían ido a su cabaña hacía horas y en el piso de abajo reinaba un silencio absoluto.

    Fuera, el viento y la lluvia parecían haberse puesto de acuerdo para derrumbar la casa. Las luces del jardín hacían que las ramas de los árboles proyectasen espeluznantes sombras en las paredes de mi habitación. Pero yo no tenía miedo. ¿Cómo iba a tenerlo cuando las criaturas más peligrosas de la zona eran mis familiares y amigos?

    Me levanté y miré por la ventana. El viento soplaba con tanta violencia que parecía estar manteniendo una lucha a muerte con un pequeño manzano que se doblaba de tal forma que me sorprendió que no se hubiese tronchado.

    Sopesé durante un rato la posibilidad de ir en busca de la tía Rosalie para contarle que no podía dormir. Ella era una de las razones por las que prefería pasar las noches en la enorme casa blanca en lugar de hacerlo en el acogedor refugio de mis padres. El otro motivo –el principal- era Jacob, quien detestaba estar conmigo cuando mi padre estaba cerca escudriñando entre sus pensamientos.

    Al final decidí volver a la cama, situada en el centro del dormitorio que antes había pertenecido a mi padre. Estaba segura de que mi falta de sueño se debía a la repentina marcha de Leah y al malestar que ello me provocaba. Me arropé hasta el cuello y fijé los ojos en la chimenea. Carlisle la había dejado encendida, no sólo por el frío. Sabía lo mucho que me gustaba el fuego y el efecto relajante que éste tenía sobre mí. Era probable que Jasper le hubiera informado sobre mi estado de ánimo. El fuego siempre me había resultado algo hipnótico. Podía pasarme horas mirando el restallar de las llamas casi sin pestañear. Al final, conseguí dormirme.

    Pasé una noche horrible. Me dolían todos y cada uno de los huesos. Me despertaba cada dos por tres con la sensación de haber tenido una espantosa pesadilla de la que no lograba recordar nada.

    Una de las veces en las que me desperté sobresaltada, una luz mortecina entraba por el ventanal iluminando tenuemente la estancia. Estaba amaneciendo.

    Me dispuse a bajar para tomar un vaso de sangre y aliviar así la sequedad que me quemaba la garganta. Pero al ponerme en pie todo comenzó a dar vueltas. Las piernas no me respondieron y me precipité hacia el suelo logrando llamar a Rosalie justo antes de perder el conocimiento.

    Cuando volví a despertarme estaba de nuevo en mi cama y tenía a toda mi familia a mi alrededor. Mis padres y Rosalie estaban a mi lado, junto a Carlisle; Emmett me miraba fijamente desde la ventana con expresión contrariada. Pero quien más me preocupaba era Alice que, apoyada en la puerta con los ojos cerrados y flanqueada por Jasper y Esme, parecía estar haciendo un esfuerzo titánico por conseguir ver algo que se le resistía. Intuí que ese algo tenía que ver conmigo, pues varias veces la había oído quejarse de que, a causa de mi fuerte amistad con Jacob, le era imposible visualizar nada en relación con mi futuro.

    -Renesmee, ¿estás bien?- Carlisle puso su mano sobre mi frente-. Su temperatura ha descendido- informó.

    Pensé en lo sencillo que tenía que resultarle constatar este hecho gracias a su casi inexistente temperatura corporal. Así que a eso se debía la terrorífica noche que había pasado, a la fiebre. En fin, al menos mi cerebro parecía estar en perfectas condiciones a pesar de la banda de percusionistas que se había alojado en mi cabeza.

    -Cielo, ¿cómo estás?- esta vez fue mi madre la que habló-. Nos has dado un susto de muerte.

    Sonreí interiormente ante lo absurda que sonaba esa frase puesta en boca de un vampiro. Mi padre también sonrió mientras me acariciaba el dorso de la mano. Todos, excepto Alice que seguía concentrada, me miraban. Parecían estar impacientes, casi ansioso por algo que no lograba entender. Yo permanecía allí tumbada, preocupada únicamente por una cosa

    -Tranquila. Ya viene de camino.

    Miré a mi padre, que sujetaba mi mano con delicadeza, como si temiese reducirla a cenizas con la más leve presión.

    -¿Qué me ha pasado?

    Me quedé paralizada al escucharme y me llevé la mano que tenía libre a la garganta. Mi voz era diferente. Había adquirido una tonalidad distinta. Su sonido infantil había dado paso a uno más armonioso, más adulto. Todos seguían observándome en completo silencio.
    Mis ojos volaron hacia Carlisle.

    -Verás, Nessie. Esta noche han tenido lugar una serie de cambios en ti.

    El acelerado sonido de mi corazón me indicó que el cambio al que se refería no era el que yo había temido en un primer momento.

    -Pero, ¿qué cambios?- pregunté aterrada-. Hay algo mas además de mi voz, imagino…

    Más silencio.

    -Bueno…-todos parecían dudar acerca de qué y cómo decirme lo que pasaba, así que fue Emmett quien tomó la palabra-. Pareces haber crecido diez años de golpe.

    Le miré aterrada. ¿Diez años? ¿De golpe? Intenté ponerme en pie, pero Carlisle me lo impidió empujándome suavemente, pero con firmeza, hasta que volví a tumbarme.

    -Es mejor que sigas acostada, cariño. Aún estás muy débil.

    ¿Débil? Eso no podía ser verdad. Sentía fluir una fuerza demoledora por cada terminación nerviosa de mi cuerpo.

    -Quiero verme-insistí-. Por favor, necesito hacerlo.

    -Ya tendrás tiempo. Ahora debes descansar.

    La voz de Esme tuvo sobre mí un extraño efecto calmante. Aunque lo más probable es que Jasper estuviese haciendo de las suyas.

    Mi padre se levantó de golpe.

    -Jacob está llegando-anunció.

    Se dirigió a la puerta. Mi madre fue tras él y le detuvo.

    -Edward, hazlo con delicadeza, por favor.

    Él la besó y salió, y ella volvió a sentarse en la cama, a mi lado. La habitación volvió a quedarse en silencio, por lo que me resultó más sencillo escuchar la conversación que mi padre y mi amigo estaban manteniendo.

    -¿Y ahora qué pasa?- le oí preguntar- ¿Es que he vuelto a pensar en algo que te ha molestado? Y a estoy empezando a hartarme de tus excursiones por mi mente.

    -Jacob, antes de que veas a Renesmee tengo que hablar contigo. Esta noche ha pasado algo y…

    -¿Qué le ha pasado? ¿Está bien?-parecía estar al borde de la histeria-. Si ha sido por el frío de ayer, yo…

    -Tranquilízate, Renesmee está bien. Es sólo que está algo… cambiada.

    -Explícate, ¿quieres? No estoy de humor para adivinanzas.

    -Lo siento. Estoy intentando hacerlo lo mejor que puedo.

    -Pues esfuérzate un poco más, si no es mucho pedir.

    Su voz sonaba excesivamente alterada. Podía oír el sonido de su respiración. Tenía el corazón desbocado. Ambos sonidos me llegaban con absoluta nitidez, como si tuviese la cabeza apoyada en su pecho. Seguramente mis sentidos, ya desarrollados de por sí, se habían agudizado.

    -De acuerdo- continuó mi padre-, iré al grano si es lo que prefieres.

    -Bien, parece que nos vamos entendiendo.

    -Voy a pedirte que no me interrumpas hasta que haya terminado. Después podrás hacer todas las preguntas que quieras, ¿entendido?-se produjo un breve paréntesis que traduje como una afirmación de Jake-. Esta noche Nessie ha sufrido una serie de cambios. Carlisle está intentando averiguar cómo se han producido tan deprisa, pero aún no ha llegado a ninguna conclusión-una risa ronca estalló en su pecho-. Tranquilo. No le han salido tres ojos ni nada por el estilo. Es sólo que… Digamos que ha dado un pequeño estirón.

    -Pero eso le lleva pasando desde que nació. Ya estoy más que acostumbrado. No entiendo que hayas montado este circo por una bobada como esa.

    -Esta vez el cambio ha sido un poco más… brusco.

    Otra pausa. Mi padre debía estar estudiando las reacciones de Jacob. Yo temblaba de los nervios. ¿Tanto había cambiado? Miré mis manos. Mis dedos se entremezclaban con los de mi madre y a duras penas podía distinguir cuáles eran los de cada una.

    -¿Cómo de brusco?

    -Bastante… Jacob, te ruego que seas discreto. Está muy asustada y no le haría ningún bien que la alterases aún más… No te preocupes, ella está perfecta. Te lo prometo.

    Tras una nueva pausa, le oí subir las escaleras y aproximarse. El pomo de la puerta giró con una desquiciante lentitud. Clavé los ojos en la ventana. Mi madre soltó mi mano y me acarició la cabeza antes de salir seguida por todos los demás.

    La puerta se cerró.

    Yo me negaba a volver la vista. Temía ver la reacción de Jacob ante mi nuevo cambio. El silencio, la tensión y el persistente golpeteo de los tambores en mi cabeza junto con el dolor que éstos me producían, me estaban volviendo loca. Podía oir sus latidos acompañando a los míos en una desenfrenada sinfonía y el sonido de su saliva bajando atropelladamente por su garganta. Oía también sus pasos acercándose a mi cama. Carraspeó y volvió a tragar saliva.

    -¿Ness?

    Era incapaz de mirarle. Finalmente llegó a mi lado. Como ya me había ocurrido en otras ocasiones, noté cómo sus ojos se incrustaban en mí intentando atraer mi mirada. Pero los míos seguían fijos en el bosque del exterior. Se sentó a mi lado y sujetó mi barbilla con la misma delicadeza con la que mi padre había tomado antes mi mano. Era como si temiesen romperme. Giró mi cabeza y me obligó a mirarle. Yo intenté resistirme, pero acabé cediendo. Con una dulzura infinita limpió las lágrimas que resbalaban por mi cara. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando. Al encontrarme con sus ojos, vi que tenían un brillo indescifrable. Estaba sonriendo.

    -¡Jo, tío! Cuando tu padre me dijo que estabas perfecta, no tenía ni idea de que se refería a esto.

    -Jacob, por favor-me esforcé por volver la cara, pero él la tenía sujeta con firmeza entre sus manos-. No tengo ganas de bromas.

    -¿Y quién está bromeando? ¡Mírate! Estás… ¡Guau! No tengo palabras para poder expresarlo con justicia.

    -No seas exagerado.

    -Exagerado, ¡ja! ¿Tú te has visto?

    Ante mi negativa, echó la cabeza hacia atrás y me miró estrechando tanto los ojos que se convirtieron en dos finas líneas bajo sus gruesas cejas.

    -¿Lo dices en serio? ¿Aún no te has visto?- me encogí levemente de hombros-. Pues eso tiene fácil solución.

    Pasó su brazo por mi cintura y me ayudó a levantarme. Suspiré aliviada cuando descubrí que Rosalie me había vestido con uno de sus elegantes camisones. El suelo se encontraba más lejos de mí de lo que solía estarlo. Me detuve y cerré los ojos tratando de combatir el intenso mareo que sentía.

    -¿Te encuentras bien?- preguntó preocupado mientras me sostenía-. ¿Quieres volver a tumbarte?

    -¡No! No. Quiero verme. Estoy bien.

    Abrí los ojos y me concentré en caminar. Carlisle tenía razón. Me sentía muy débil. Lo de la fuerza parecía ahora una mera ilusión. Las rodillas me temblaban tanto que tuve que sujetarme con fuerza a su brazo para no caerme. Con paso lento nos acercamos hasta el enorme armario, regalo de Alice, cuyas puertas eran enormes espejos.

    Al verme reflejada estuve a punto de volver a desmayarme a causa de la impresión. Jacob aumentó la fuerza con la que me sujetaba y me pegó a su costado. Si me comparaba con él, podía constatar que mi estatura había aumentado en bastante más de medio metro. Ahora mi cabeza le llegaba exactamente a la mitad del pecho. No podía decirse que fuera alta, a duras penas sobrepasaría el metro sesenta y cinco, pero era deslumbrantemente hermosa. Una perfecta sincronía entre las características de mis padres. Aunque lo cierto es que mi reflejo se asemejaba mucho más al de mi madre, a excepción de su pelo y el color de sus ojos. Mis tirabuzones habían desaparecido. Mi pelo era abundante y liso, del mismo color broncíneo que el de mi padre y caía hasta la mitad de mi espalda. Sólo mis ojos seguían siendo los mismos. Lo cierto es que eso me decepcionó. Esperaba que hubiesen adquirido el tono dorado que tanto me gustaba de los ojos de mi familia, pero mantenían su marrón oscuro anterior. Mi piel, que ya era bastante clara, había empalidecido aún más, pero mis mejillas eran rosadas.

    Mientras analizaba mi nuevo aspecto, me pregunté cómo habrían podido reconocerme mis padres abuelos y tíos. También me asaltó la duda de cómo iba a encajar todo aquello Charlie, que seguía sin querer saber más de lo necesario, y cómo iba a decírselo a René y al resto de mis conocidos.

    Mis ojos se toparon con los de Jacob a través del espejo. Me observaba boquiabierto, maravillado, como si estuviese viendo a un ángel.

    -Eso es lo que pareces.

    Me sonrojé por completo. Había estado mostrándole mis pensamientos de forma inconsciente a través de la mano que tenía apoyada en su brazo.

    -¿Sabes? Si no fuese porque estoy oyendo cómo late tu corazón y porque estás roja como un tomate, juraría que te has convertido en… uno de ellos.

    -¿Y eso sería un problema?- le desafié.

    -El único problema sería que me despertase y tú sólo hubieses sido un sueño.

    Si tenía alguna duda acerca de si era posible enrojecer hasta los dedos de los pies, en ese momento quedó resuelta.
     
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    AnnaClearwater

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    El Tratado De Paz:
    Varias cosas habían cambiado aparte de mi aspecto. Como bien suponía, mis sentidos se habían perfeccionado más aún. Incluso mi fuerza había aumentado.

    Otro cambio era que había adquirido un repentino pavor a la noche. Desde mi radical cambio de imagen me daba pánico dormir sola. Una terrorífica idea había anidado en mi cabeza: ¿Y si volvía a sufrir un nuevo crecimiento desmesurado y una mañana me levantaba convertida en una anciana? Me habían explicado cientos de veces que eso no iba a pasar, que mi crecimiento se había detenido y que no volvería a cambiar. Pero de nada les servía. No estaba tranquila si alguien no pasaba la noche a mi lado para asegurarme que todo iba bien.

    Normalmente era Rose quien se cargaba de revistas –o de Emmett- y permanecía junto a mí hasta que llegaba el día y yo comprobaba por mí misma que todo seguía igual. A ella le encantaba quedarse conmigo por dos razones: la primera, porque le gustaba hacerlo. Encargarse de mi cuidado era su pasatiempo favorito; la segunda razón era que tanto ella como mi padre se negaban a que Jacob se quedase conmigo todas las noches. Sin embargo, nadie podía evitarle que me hiciese compañía al menos tres noches a la semana.

    Lo cierto es que estaba encantada de que todos se turnasen para no dejarme sola mientras dormía. Pero yo ansiaba el momento en el que llegase el turno de Jake. Podíamos pasarnos la noche entera hablando y riéndonos sin parar. Lógicamente, al día siguiente estábamos tan agotados que nos pasábamos todo el tiempo tirados en cualquier sillón, muertos de sueño.
    Me encantaba estar con él. Sabía hacer desaparecer cualquier preocupación que me acechase sólo mirándome con sus enormes ojos negros y sonriéndome mientras me aseguraba que todo iba a salir bien. Me sentía aliviada sabiendo que iba a estar a mi lado siempre que le necesitase. Era mucho más que mi mejor amigo y estaba unida a él por un lazo mucho más fuerte que el fraternal. No había nada que pudiese definir lo que significaba para mí. Era, simplemente, mi Jacob.

    Pero, a pesar de ser casi imposible que hubiese en el mundo alguien más feliz que yo, había algo que empañaba esa felicidad. Algo que me extrañaba y me molestaba, y que me dolía más que cualquier otra cosa. La actitud de mi padre hacia mi amigo y viceversa. Siempre me había dado la sensación de que ninguno de los dos soportaba con demasiado agrado la cercanía del otro. Cuando le preguntaba a Jacob acerca de este asunto, él se refugiaba en lo mucho que aborrecía tenerle siempre dentro de su cabeza. Mi padre se limitaba a decirme cosas que yo aún no entendía. Y si insistía en saber cuáles eran esas cosas, me pedía que tuviera paciencia. “Todo se sabrá a su debido tiempo…”.

    Pero el tiempo seguía pasando y a mí me sacaba de mis casillas ver cómo cada día que pasaba se llevaban peor. No entendía que era lo que mi padre veía en la mente de Jacob que tanto le molestaba. Y puesto que se negaba a contármelo, siempre acababa enfadándome y encerrándome en mi cuarto.

    Las cosas estuvieron a punto de sobrepasar el límite una tarde, varias semanas después de mi transformación.

    Carlisle estaba en el hospital, Esme y Rosalie habían salido de compras y mi madre, Alice y Jasper se encontraban cazando. Así que en casa estábamos mi padre, Emmett, Charlie, que había venido de visita, Jake y yo. El abuelo y Emmett estaban inmersos en un partido de baloncesto al que mi padre parecía estar prestándole demasiada atención, teniendo en cuenta lo poco que le interesaban los deportes. Pensé que debía de tratarse de un encuentro muy interesante.

    Mientras tanto, Jacob y yo, acurrucados junto al ventanal, conversábamos animadamente sobre las anécdotas que habían tenido lugar ese fin de semana durante la boda de Sam y Emily. La habían estado posponiendo alegando diferentes motivos, pero todos sabíamos que la verdadera razón era Leah.

    Ambos nos reíamos recordando cómo había tenido que hacerme pasar por una prima de mi madre delante de la gente normal. Más de una vez se me había escapado llamarla “mamá”, provocando que cualquiera de los licántropos que anduviera por allí en ese momento rompiera a reír a carcajadas.

    -Estabas realmente preciosa con aquel vestido rojo. Levantaste casi más expectación que la propia Emily. ¿Qué has hecho con él?

    -Guardarlo, ¿por…?

    -Porque pienso que deberías ponértelo más a menudo.

    -Sí, debe de ser muy cómodo salir a cazar con él-ironicé-. Recuérdame que me lo ponga la próxima vez que vayamos.

    Miró al exterior sonriente. Pude oir cómo se alteraba la respiración de mi padre. En un primer momento pensé que se debía a algún lance del partido, pues Emmett y el abuelo saltaron del sillón en ese mismo instante, pero vi cómo miraba a Jacob con el rabillo del ojo. Intenté no darle importancia y seguir con nuestra conversación.

    -Voy a pedirle a Rose que me corte el pelo.

    Pese a que me esforcé por usar el tono más casual posible, hubo una leve nota de preocupación en mi voz.

    -¿Cómo? ¿Estás de guasa? No se te ocurra hacerlo.

    Tuve que reírme al verle. Se había incorporado a medias y me miraba con los ojos muy abiertos y sin parar de gesticular. Mi pelo era su punto débil.

    -¿Cómo que no? Tú te lo cortaste la semana pasada.

    -No es lo mismo. Lo mío es por comodidad- me incorporé para mirarle más de cerca-. Lo es y lo sabes.

    -Ya, pues Quil y Brady lo llevan bastante largo.

    -Sí, y pregúntales cómo se lo pasan cuando tienen que peinarse.

    -Siempre usas la misma excusa. Mamá me contó que cuando ella llegó a Forks, lo tenías larguísimo.

    Puso los ojos en blanco y me dio tres toquecitos en la sien con el dedo índice.

    -¿Tengo que recordarte que hace mucho, cuando tu madre llagó a Forks, yo aún no era un licántropo?

    Imité su gesto.

    -¿Y yo tengo que recordarte que a mí me gustas más con el pelo largo?

    Su cara se expandió en una enorme sonrisa.

    -¿En serio?-entorné los ojos viéndole venir- ¿Te gusto?

    -¡Tú no, idiota! Lo que me gusta es tu pelo… Cuando lo tienes largo, claro, no ahora que pareces una… bombilla.

    -Vale, vale. Me dejaré el pelo algo más largo. Lo que sea con tal de que mi princesita esté contenta. Pero tú deja el tuyo como está, ¿entendido?

    Asentí, intenté copiar su sonrisa y volví a acomodarme entre sus cálidos brazos. A pesar de que el día no era frío en absoluto, me sentía a gusto pegada a él. Últimamente notaba como su temperatura corporal estaba descendiendo de forma sutil. Era un cambio minúsculo que nadie habría podido notar con facilidad. Nadie excepto yo, que estaba tan acostumbrada a su cercanía que podría notar enseguida cualquier cambio que se produjera en él por insignificante que fuese.

    Una de las noches en las que se quedó conmigo le pregunté a qué podía deberse el enfriamiento de su piel.

    <<-Tengo dos teorías al respecto. La primera es que pasar tanto tiempo rodeado de chupasang… ¡ay!-le asesté un codazo en las costillas-, es decir, de tu familia, está haciendo que me transforme en uno de ellos. La segunda teoría es que mi organismo se está normalizando. Sinceramente, espero que sea lo segundo.

    Mientras recordaba esto, permanecimos abrazados en silencio. Él acariciaba mi pelo y yo hacía dibujos en su pecho con mi dedo. Entonces mi padre se levantó y se acercó a nosotros a una velocidad vertiginosa. Sus ojos se habían oscurecido y tenía las aletas de la nariz dilatadas. Emmett y Charlie habían dejado de prestarle atención al partido y paseaban sus ojos de él a nosotros con una mezcla de sorpresa y miedo en ellos.

    -¡Ya está bien, perro!-rugió.

    -¡Eso mismo digo yo!-Jacob me soltó y se puso en pie frente a él- ¡Son mis pensamientos!

    -¡Y ella es mi hija!

    -Veinte pavos por Edward-oí murmurar a Emmett.

    -Yo apuesto por Jacob-le rebatió Charlie.

    Mi padre retiró los labios para dejar a l vista su reluciente dentadura. Fue como una señal para que mi tío se dejase de bromas y volase literalmente a su lado para intentar calmar los ánimos. Yo me sacudí el miedo que me atenazaba cada uno de mis músculos y me coloqué entre ambos.

    -¿Alguien va a hacer el favor de explicarme qué demonios está pasando aquí?

    Miré primero a uno y luego al otro con la esperanza de que dejasen de matarse con la mirada y me prestasen atención. Pero era como si me hubiera vuelto invisible de repente. Comencé a dar saltitos y a agitar los brazos delante de sus narices para ver si, aunque fuese haciendo el payaso, conseguía que me mirasen

    -¡Eo! Estoy aquí. ¿Es que no me veis?- después de todo, conseguí mi objetivo y ambos me miraron-. Decidme qué es lo que pasa.

    -Eso pregúntaselo a tu mascota.

    -¡Ya vale, papá! Ten al menos un poco de respeto. Yo no sé qué es lo que ha podido hacer Jacob. Pero lo que tengo claro es que él no te ha ofendido.

    -No hace falta insultar para ofender-ambos volvieron a mirarse con furia-. Hay muchas otras formas de hacerlo y él parece saber cómo emplearlas.

    -El primero que falta al respeto eres tú entrometiéndote en lo que no te importa.

    -¿Qué no me importa?-daba la sensación de que iban a atacarse de un momento a otro y no se me ocurría forma alguna de evitarlo-¿Lo dices en serio? ¿Cómo puede no importarme que…?

    -¡Se acabó!-grité temblando de rabia-. Mirad, no sé qué clase de problema tenéis, pero ya no lo soporto más. O cambiáis o no quiero saber nada más de ninguno de vosotros.

    Me di la vuelta para irme. Jacob intentó detenerme, pero esquivé su mano y subí a mi cuarto. Cerré con un portazo y me tumbé en la cama poniéndome los cascos y subiendo el volumen del reproductor al máximo. Si iban a seguir discutiendo, prefería no enterarme.
    Unos minutos después la puerta se abrió. Era Jacob. Me quité los auriculares y dejé el reproductor sobre la mesilla. Me incorporé hasta quedar sentada y fijé los ojos en el suelo. Estaba tan enfadada que ni siquiera quería mirarle.

    -¿Puedo pasar?

    -Ya estás dentro- le respondí con sequedad.

    Ladeó la mandíbula inferior en un gesto de absoluta contrariedad. No hacía falta leerle la mente para saber que no tenía ni idea de lo que iba a decirme.

    -Creí que había quedado claro que no quiero saber nada de vosotros hasta que hubieseis solucionado vuestras diferencias. ¿Es que ahora resulta que no hablamos el mismo idioma?

    Le di la espalda con el único fin de hacerle sentir incómodo y que volviese a dejarme sin más compañía que la de mi música. No funcionó.

    -Oye, Ness, no seas así, ¿vale? He venido en son de paz.

    -No quiero una tregua, sino el final de esta guerra-le miré reticente- ¿Crees que sería posible?

    -¡Mi teniente!-se colocó totalmente erguido y colocó su mano derecha en la sien, imitando la pose de un soldado-. Pido permiso para hablar, señor.

    Haciendo un enorme esfuerzo por no reírme, asentí.

    -Señor, los contendientes hemos firmado un tratado de paz. La guerra ha terminado, señor.

    -¿Está seguro de que no es una burda tregua, soldado?

    -Totalmente seguro, señor. El enemigo se ha mostrado dispuesto a dialogar y ambos bandos hemos acordado las condiciones de paz, señor.

    Ya sin poder aguantarme, esbocé una sonrisa y moví la cabeza con resignación. Se sentó a mi lado y me pasó el brazo sobre los hombros, acercándome a él. Apoyé la cabeza en su pecho, dejando que su calor me invadiera. Empezó a hablar tan bajo que me hizo dudar sobre si se dirigía a mí o a sí mismo.

    -Te aseguro que a mí todo esto me gusta casi tan poco como a ti. Pero no soporto que esté continuamente controlando todo lo que pienso.

    -A veces me gustaría haber heredado ese don y poder saber qué es eso en lo que piensas que tanto le molesta.

    -La mayoría de las veces no son más que bobadas.

    -¿Y las demás veces? Jake, mi padre no es precisamente de los que se enfadan porque sí. Debe de haber algo en esa cabezota tuya que él no soporta.

    Alargué la mano y le di unos golpecitos en la frente.

    -Pues tú dirás…-se removió incómodo-. Yo sólo puedo decirte lo que sé. Pregúntale a él para conocer su versión.

    -¿Y antes?

    -¿Antes?

    -Bueno, por lo poco que pude entender, creo que lo que le ofendió fue algo que pensaste sobre mí.

    -¿Sobre ti? Esto… ¡No! Yo no… No estaba pensando en nada que… No estaba pensando en ti, de verdad.

    Oí cómo su corazón se disparaba. Separé mi cabeza de él para poder mirarle a los ojos. Los apartó enseguida de los míos, ligeramente sonrojado.

    -¿Jake?

    -En serio, no era nada.

    -¿Eres consciente de lo mal que se te da mentir? ¿Es que no confías en mí?

    -¡Eh! Eso no es justo. No estás jugando limpio.

    -Tú tampoco lo haces al ocultarme cosas. Se supone que eres mi mejor amigo, y los amigos se lo cuentan todo.

    -Vale, vale. He caído en la trampa. Verás, yo… Bueno, pensaba en… Me estaba acordando de tu vestido rojo.

    -¡Deja de mentirme, Jacob!

    -¡Pero si es la verdad!

    -¿Acaso crees que voy a tragarme que mi padre ha estado a punto de lanzarse a tu garganta sólo porque has pensado en mi vestido?

    -Eres su hija, Nessie. Su única hija. Ya sabes lo q eso significa.

    Me arrodillé sobre la cama para tener mis ojos a la altura de los suyos y le miré con gesto asesino.

    -¿Qué estás insinuando?

    -No insinúo nada. Ya sabes lo que pasa con los hijos únicos. Sabes cómo son de…

    Salté sobre él sin dejarle terminar, haciéndole caer de espaldas y golpeándole mientras él se partía de risa sin intentar siquiera defenderse. Aunque emplease todas mis fuerzas, él apenas lo notaría. Estaba tan pendiente de buscarle un punto débil que no me di cuenta de que mi padre nos miraba desde la puerta hasta que le oí carraspear. Me incorporé a toda velocidad y tiré de la camiseta de Jacob para que hiciese lo mismo.

    -Perdón-mi padre parecía casi tan incómodo como yo-. Siento molestar, pero Charlie se va y quería despedirse.

    -Ahora mismo bajamos.

    Observó a Jacob de forma interrogante durante unos segundos, suspiró y volvió a salir.

    Examiné la cara de mi amigo y comprobé que su expresión había cambiado por completo. Estaba serio, casi molesto. Sus uñas se clavaban en mi edredón con tal fuerza que temí que fuese a desgarrarlo. Enrosqué mis manos alrededor de sus muñecas hasta que sus músculos volvieron a relajarse.

    -¿Ocurre algo?

    -No.

    -¿Más mentiras, Jacob?

    -Tengo que irme.

    Se levantó y se encaminó a la puerta. Yo me adelanté y me coloqué frente a él cortándole el paso.

    -Primero dime qué es lo que pasa.

    -Ahora no, Ness, por favor. Llevo todo el día sin pasarme por casa y mi viejo se preguntará dónde ando.

    -¿Desde cuándo te importa llegar pronto a casa?

    -He notado a Billy algo molesto conmigo. No paso mucho tiempo con él y hay cosas que no puede hacer sólo.

    -¿Y qué hay de Paul y Rachel? Ellos también pueden ayudarle con esas cosas, ¿no?

    Dudó unos instantes. Finalmente se inclinó sobre mí, me besó en la frente y me rodeó para llegar a la puerta.

    -Mañana nos vemos… Supongo.

    Fue lo único que dijo antes de salir y volver a cerrar dejándome sumida en la certeza de que me estaba ocultando algo importante.

    Aunque bajé a los pocos segundos, cuando llegué al salón él ya se había ido.

    Charlie me recibió con expresión divertida y aprovechó mientras me abrazaba para hablarme al oído.

    -Cariño, tenías que haberte quedado. El lobo ha conseguido amaestrar al murciélago.

    Mi padre gruñó y Emmett no pudo reprimir una carcajada. Charlie les miró sorprendido de que le hubiesen oído. Aún no sabía que, por muy bajo que hablase, en aquella casa se le oiría como si estuviese gritando.

    -Abuelo, no seas cruel-le di un beso-. Vuelve pronto, ¿sí?

    -El viernes hay partido-informó Emmett desde el sofá.

    Charlie asintió complacido. Entre ellos había nacido una gran amistad alentada por la pasión que ambos sentían por el deporte.

    -Entonces te veo el viernes- apretó su abrazo-. Cuídate.

    Le vi desaparecer tras la puerta de la cocina, donde mi madre y Esme le estaban preparando unos espaguetis especiales que olían de miedo. Su olor me recordó a Jacob. Era su comida favorita. Sobre todo los que llevaban el ingrediente secreto de Esme, que no era otra cosa que salsa barbacoa.

    ¿Qué le habría pasado? ¿Por qué se había marchado con tanta urgencia? Miré a mi padre en busca de respuestas, pero se limitó a encogerse de hombros y meterse también en la cocina. Menudo momento había escogido para dejar de interesarse por los pensamientos de mi amigo… Enfurruñada, me senté junto a Emmett, que seguía ensimismado viendo el resumen del partido, y esperé a que la cocina quedase vacía.

    Me comí un enorme plato de espaguetis. La fobia que sentía hacia la comida cuando era pequeña había pasado a la historia. Fregué mi plato y decidí irme a la cama.

    -Tía Rose, hoy no hace falta que subas.

    Todos me miraron. Unos sorprendidos y otros extrañados. Rosalie frunció el ceño.

    -¿Estás segura?

    -Sí, tranquila. Estoy agotada. Hoy ni siquiera creo que me despierte.

    -De acuerdo, como quieras. Pero si necesitas algo avísanos, ¿de acuerdo?

    -Lo haré. Buenas noches.

    -Buenas noches- contestaron todos a la vez. Ni un coro lo habría hecho mejor.

    Apenas había apagado la luz cuando oí a alguien subiendo las escaleras. La puerta se abrió y pude distinguir en la oscuridad la perfecta sonrisa de mi padre. Cerró y vino a sentarse a mi lado.

    -¿Va todo bien?

    -Como la seda, ¿por qué?

    -Por nada en especial. Sólo quería asegurarme de que no había ningún problema.

    Nos quedamos en silencio. El tono de su voz me indicaba que estaba preocupado. Me incorporé y apoyé la mejilla en su hombro.

    -Cielo, me gustaría disculparme por lo ocurrido esta tarde. Nos hemos comportado como niños y te hemos ofendido. Jacob y yo hemos hablado y hemos intentado buscar la solución más adecuada. Yo no me entrometeré en sus pensamientos y él intentará no pensar en… ciertas cosas.

    -¿Y cómo sabes si él va a estar pensando en esas cosas si no vas a leerle el pensamiento?

    -Va a ser imposible cumplir del todo mi parte del trato-hice un mohín-.Te prometo que intentaré actuar de modo que él ni lo notará… Siempre y cuando él cumpla su parte.

    -Espero que así sea. No me gusta que estéis siempre como el perro y el gato. Detesto veros discutir.

    -Lo sé. Y una vez más, te pido disculpas.

    -Disculpas aceptadas.

    Acarició mi mejilla con la punta de su nariz y se levantó para irse. Sujeté su mano.

    -Papá, ¿me harías un favor?

    -Claro que sí, lo que quieras.

    -¿Podrías quedarte conmigo hasta que me duerma?

    -Nada me gustaría más.

    Se tumbó sobre la colcha y yo me refugié entre sus brazos. Sentía el frío de su piel traspasando la ropa de cama pero, al igual que me ocurría con la calidez de Jacob, era algo a lo que ya estaba acostumbrada y que no me molestaba en absoluto.

    Con su dulce voz comenzó a tararear la melodía que le pedí que compusiera para mí años atrás, cuando mi madre me habló de su nana.

    Mis ojos comenzaron a cerrarse.
     
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    AnnaClearwater

    AnnaClearwater Iniciado

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    Había cosas que no lograba entender. ¿Qué le pasaba a Jacob? ¿Por qué se comportaba de un modo tan extraño?

    Todo comenzó a cambiar el día que tuvo la discusión con mi padre y se fue de una forma excesivamente apresurada. Y de eso hacía ya algo más de dos semanas. Desde entonces casi no aparecía por casa. Cuando lo hacía, apenas se quedaba unas horas y siempre que podía, evitaba quedarse a solas conmigo.

    Aunque sabía que yo no había hecho nada, no podía dejar de sentirme culpable. De un modo u otro, de quien se estaba alejando era de mí.

    Por otro lado, no había vuelto a necesitar que nadie pasase las noches conmigo. Ellos pensaban que mi temor a sufrir un envejecimiento prematuro había desaparecido pero, aunque en parte tenían razón, sólo mi padre sabía el verdadero motivo. Me pasaba las noches escuchando música, leyendo, enredando con el ordenador… Haciendo cualquier cosa que me evadiese de la realidad, que me hiciese olvidar la amarga sensación de que estaba perdiendo irremediablemente a mi mejor amigo sin una razón aparente. La presencia de cualquier otra persona a mi lado, sólo servía para arrastrarme de nuevo a esa realidad que me aplastaba.

    Estaba anocheciendo. La lluvia arreciaba y el frío era de todo menos normal en pleno mes de agosto. Jacob acababa de irse. Había estado hablando con mi padre y cuando salió parecía enfadado. Se sentó a mi lado, pero se levantó unos minutos después y salió dando un portazo. Supuse que habrían discutido una vez más, pero no quise darle importancia. Me daba igual lo que hiciesen mientras no fuera delante de mí. Era una postura egoísta pero, como decía Charlie: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Y así me lo tomaba yo. Había intentado salir tras él, pero cuando llegué al porche ya había desaparecido. Por el suelo pude ver los restos de su ropa y las zapatillas que le regalé hacía unos días hechas jirones.

    Me senté en las escaleras de la entrada y me concentré en los diferentes sonidos que creaban las gotas de lluvia dependiendo de dónde cayesen. El tejado, la tierra, el asfalto, las plantas… La mezcla de todos ellos producía una deliciosa melodía que me hizo apartar por un momento todas las preocupaciones que atestaban mi cabeza.

    -¿Puedo sentarme contigo?

    Me aparté para dejarle sitio. Mi madre se sentó a mi lado y me tomó las manos.

    -Renesmee, tengo que hablar contigo sobre algo.

    Ella era la única que, salvo raras y contadas excepciones, seguía llamándome por mi nombre completo. Todos los demás habían adoptado el diminutivo que me asignó Jacob.
    La miré preocupada. Algo me decía que lo que iba a contarme no me iba a gustar demasiado. Parecía vigilar cada uno de mis gestos. No terminaba de encontrar lo que quería decirme ni la forma de hacerlo.

    -¿Sabes? En una película escuché una frase que ahora mismo me viene bastante bien-comenté-. “Si fuera bueno, no sería tan difícil de decir”.

    -Dame tiempo, ¿vale? No sé cómo hacerlo… ¡Es que esto es completamente injusto! Apenas tuve tiempo de asimilar que había tenido un bebé y ya tengo que vérmelas con una hija adolescente.

    En un primer momento me asusté. Su voz sonaba tan dura que llegué a creerme que estaba realmente enfadada conmigo. Una sonrisa me demostró que me equivocaba.

    -Tranquila, eres la única madre que conozco, no tengo con quien compararte para juzgar si lo estás haciendo bien o mal-mi broma sonó demasiado forzada. Inspiró pausadamente-. Va, mamá. Escúpelo. Cuanto antes mejor, ¿no?

    -De acuerdo, verás… Nosotros… Tenemos que irnos.

    -¿Irnos? ¿Quiénes? ¿A dónde?

    -Todos. A Fairbanks, Alaska. Está cerca de Denali, así que…

    -¿A Alaska? Pero, ¿por qué? Siempre pensé que cuando nos fuésemos sería a New Hampshire o a algún sitio más cercano. ¿Por qué a Alaska? ¿Por qué...?

    Las palabras se me atascaban en los labios. En cualquier otra ocasión me habría sentido una estúpida enlazando una pregunta tras otra de forma tan precipitada. Pero apenas sí era consciente de estar hablando. Esto era ya lo que me faltaba. Estaba al borde del colapso.

    -Carlisle cree que nos vendría bien vivir cerca de otro aquelarre… Renesmee, yo tampoco quiero irme pero tenemos que hacerlo. La gente está empezando a sospechar. Ya no sé qué excusa poner cuando me preguntan por ti.

    Cuando experimenté el cambio, mi madre tuvo que inventarse que yo era una prima suya y que la niña a la que ella y mi padre habían acogido se había ido a pasar una temporada con unos familiares de Esme… Ese era uno de los inconvenientes de vivir en un pueblo tan pequeño donde todos se conocen. Sobre todo si eres familia del admirado jefe Swan.

    Me levanté y comencé a deambular de un lado a otro dándome golpecitos en la frente con la palma de la mano. Intentando de ese modo poner en orden mis pensamientos.

    -No puede ser, no puede ser, no puede ser…

    -Te aseguro que soy tan poco partidaria de esto como tú. Pero es la única solución.

    -¿Cuándo?

    -Tenemos que preparar aun algunas cosas y…

    -Mamá, ¿cuándo?

    -Pasado mañana.

    -¿¡Pasado mañana!?

    Tuve que sujetarme a una de las columnas para no caerme de bruces. Mi madre me sujetó y me ayudó a sentarme de nuevo en las escaleras.

    -Respira. Cálmate. Vendremos a menudo. Y ellos podrán ir a visitarnos.

    Era incapaz de hablar, por lo que coloque mi mano sobre las suyas.

    -Sí, cielo. Jacob también irá.

    -¡No, mamá!- mi voz sonó como un grito ahogado-. No te estoy preguntando si él podrá visitarnos. Sé que lo hará. Lo que quiero saber es si tiene algo que ver con esto. Él… ¿Lo sabe?

    -Sí. Tu padre se lo dijo esta tarde-recordé el modo en que se fue y le encontré algo de lógica-. Por eso su comportamiento de antes no ha sido como el de siempre.

    -Hace tiempo que su comportamiento no es el de siempre. Y no puedo dejar de pensar que ese cambio tiene mucho que ver conmigo.

    -Tú no tienes la culpa de nada. Jake tiene algunas… dudas que resolver. Por eso anda tan serio.

    -¿Dudas? ¿Qué tipo de dudas? No creo que me evite sólo porque tenga algunas dudas.

    -No te está evitando. Pero es algo que él tendrá que explicarte. Ya lo entenderás.

    "Ya lo entenderás". Odiaba esa frase. Y todos parecían empeñados en repetírmela una y otra vez. Iban a terminar volviéndome loca. ¿Cuándo se suponía que iba a empezar a entender las cosas? Iba a cumplir ocho años, pero tanto mi cuerpo como mi mentalidad estaban más próximos a los veinte. ¿Es que la gente normal aun no entiende las cosas a esa edad?

    -Me voy a dormir. Últimamente tengo la sensación de que los días son demasiado largos y no quiero seguir alargando éste.

    -Cariño, por favor, no te enfades.

    -No estoy enfadada, mamá. Sólo algo aturdida. Necesito dormir un poco y tratar de aclararme.

    -Ya verás como no va a ser tan malo. Todo irá bien mientras permanezcamos juntos.

    -Seguro que sí.

    No sonó ni de lejos todo lo convincente que yo pretendía. Le di un abrazo y entré. Subí a mi cuarto sin ni siquiera detenerme a mirar al resto de mi familia, que estaban reunidos en el amplio salón, probablemente haciendo planes para el inminente viaje. Todos me miraban mientras ascendía las escaleras, pero ninguno intentó seguirme. Sabrían que en ese momento prefería estar sola. Y si no lo sabían, mi padre se habría encargado de hacérselo saber.

    Me costó horrores conciliar el sueño, como era de esperar. No podía dejar de llorar pensando en todo el tiempo que iba a estar sin ver al abuelo, a Sue, a Seth, al resto de la manada… A todos aquellos que formaban parte de mi vida. Y a Jacob. Aunque él no es que formase exactamente parte de mi vida. Más bien es que era la mitad de ella. ¿Cuáles serían esas dudas que parecían estar atormentándole? ¿Qué era lo que tenía que explicarme? Al final fueron mis propias dudas las que me hundieron en un profundo sopor.

    Por la mañana me desperté de un humor estupendo. Al abrir los ojos, la luz del sol, que entraba atropelladamente por la ventana, me cegó. Me cubrí la cara con ambas manos y fui dejando que la claridad penetrase poco a poco entre mis dedos hasta que recuperé la vista por completo. Fuera se oía el alegre canto de los pájaros y el murmullo del río. El cambio tan brusco de clima había influido positivamente en mi estado de ánimo y en mi forma de ver las cosas. Mi perspectiva había cambiado de rumbo. Las cosas no tenían por qué cambiar mientras nos esforzásemos por evitarlo. Mi madre tenía razón. La distancia que iba a separarnos era mucha pero había infinidad de formas de seguir juntos. Me puse melancólica al recordar a Leah. Hacía mucho que no sabía nada de ella. Le escribí una carta después de mi cambio y le mandé un par de fotos, pero no me contestó. Lo poco que sabía de ella era lo que nos contaba Seth. No había vuelto a Forks. Pero lo suyo era comprensible. Ella tenía razones de peso para no hacerlo. Sin embargo, a nosotros no había nada que nos impidiese volver.

    Esa misma tarde hablaría con Jake. No me importaba que no entendiese aun lo que tenía que contarme. Lo único que quería es que todo volviese a la normalidad, que él volviese a ser mi Jacob.

    Bajé las escaleras a saltitos, tarareando una animada melodía que me iba inventando sobre la marcha y dándole un beso a cada miembro de mi familia que me encontraba por el camino. Esme estaba en la cocina. Le di su beso y un achuchón. Estaba preparándome tortitas y el olor de éstas se mezclaba con el del café recién hecho y el del sirope de fresa, creando una increíble espiral de fragancias.

    -¡Vaya! Iba a subirte un desayuno especial para levantarte el ánimo. Pero ya veo que no era necesario.

    -¿Cómo que no es necesario? Has acabado de alegrarme el día.

    -¿Y puedo saber a qué se debe este repentino cambio de humor? Me cuesta creer que res la misma persona que anoche subió las escaleras como si fuese un espectro.

    Le sujeté las manos para hacerle ver el cambio que se había producido en mi mente, dedicándole una amplia sonrisa al estilo Jacob. Cuando acabé, ella me abrazó.

    -Me alegro de que veas las cosas desde un punto de vista tan optimista. Llevamos posponiendo este viaje mucho tiempo, demasiado quizá, por miedo a cómo pudiese tomártelo. Carlisle estaba muy preocupado. Le vas a dar una gran alegría.

    Me senté y comencé a engullir las tortitas con avidez. Estaban deliciosas. Costaba entender cómo alguien que no podía comer, cocinaba con tanta maestría. Debía de tratarse de muchos años de práctica y mucho tiempo libre.

    -¿Dónde están mis padres y Jazz? No les he visto.

    -Han ido a terminar de arreglar todo el papeleo.

    -¡Oh! Bien, entonces luego les veré. Voy a cazar.

    Esme me miró sorprendida señalando el plato vacío que tenía frente a mí.

    -¿A cazar? ¡Pero si acabas de comerte todo eso!

    -Lo sé, pero esto ha sido sólo un aperitivo. Necesito algo más… contundente.

    -Suerte que no puedes engordar-suspiró de forma teatral y ambas nos echamos a reír-. Nessie, cielo, por qué no esperas a que venga Jacob o le pides a alguno de tus tíos que te acompañe? No me gusta que andes por ahí sola.

    -No te preocupes. No voy a ir muy lejos y no va a pasarme nada. Además, me vendrá bien un poco de soledad.

    Recogí la mesa y me dirigí al bosque. Por el camino fui recogiendo flores hasta crear un maravilloso ramo multicolor. Decidí pasarme por la casita de mis padres y dejárselo allí. A mi madre le encantaban las flores silvestres, así que esperaba que le agradase el detalle.

    La puerta estaba cerrada, pero sabía que escondían una llave bajo uno de los farolillos que iluminaban el camino de la entrada. En el interior había varias cajas amontonadas. Ya habían guardado todo lo que iban a llevarse. Busqué un jarrón, lo llené de agua y lo llevé a la mesa del pequeño saloncito. Coloqué las flores dentro y me dispuse a salir.

    Pero algo llamó poderosamente mi atención. Dentro de una de las cajas había cuatro libros con las pastas de cuero negro en las que no había ningún tipo de inscripción. Cogí uno y lo abrí. En el interior pude reconocer la enrevesada caligrafía de mi madre. Leí un par de líneas y comprendí que eran sus diarios. Sabía que se trataba de algo privado, que no estaba bien curiosearlos. Pero no lo pude evitar. Suspendí mi plan de caza, cogí los cuatro libros y decidí llevármelos. Intuía que en ellos encontraría las respuestas que necesitaba.

    -¿Ya estás aquí?

    Esme y Rosalie estaban en el salón viendo la televisión. Me quedé pasmada en la puerta cuando oí la voz de Esme. Iba a ser imposible pasar sin que viesen los diarios y preguntasen.

    -Sí, es que… Me he encontrado con… Seth y… esto… Me ha dejado unos libros para que los ojee-et voilá!-. Así que he cambiado de planes.

    -¿Libros? ¿Sobre qué?-Rose se había incorporado y me miraba con curiosidad-. Tengo ganas de leer algo bueno. ¿De qué género son?

    -Son de…En realidad no lo sé. Sólo me ha dicho que son muy interesantes. Ya te los pasaré cuando los acabe.

    Me mordí la lengua en cuanto pronuncié esa frase.

    -De acuerdo.

    Expiré todo el aire que tenía en los pulmones y salí disparada a mi cuarto. Eché el pestillo y aparté las cortinas para que entrase la luz. Me sentía mal. Iba a violar la intimidad de mi madre y sabía que se enfadaría con razón si me descubría. Pero algo me empujaba a hacerlo, algo a lo que no podía resistirme. Intuía que me estaban ocultando muchas cosas y estaba convencida de que esos diarios me ayudarían a desvelarlas.
     
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    AnnaClearwater

    AnnaClearwater Iniciado

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    Como modo de no sentirme tan culpable, hice un trato conmigo misma: sólo leería aquello que fuese realmente indispensable, aquello en lo que, de un modo u otro, me viese aludida. Todo lo demás lo pasaría por alto.

    Me senté sobre la cama con los libros apilados junto a mí y rebusqué entre las fechas escritas en el interior hasta dar con el primero. Volví a dudar durante unos segundos, así que decidí que lo mejor sería abrirlo de golpe. Ya no había marcha atrás.

    El principio narraba su llegada a Forks. Contaba cómo antes de emprender el viaje, la abuela René intentó convencerla para que se quedase con ella.

    La abuela René… Sonreí al recordarla. Cuando mi madre le confesó –a medias- el secreto de mi familia, en lugar de asustarse o creer que le estábamos tomando el pelo, ella sonrió de oreja a oreja y contestó:

    <<-Sabía que pasaba algo raro, pero no esperaba que fuese tan emocionante.

    Al contrario que Charlie, que se negaba rotundamente a saber cualquier detalle, ella se dedicaba a asediarnos con miles de preguntas. Solía venir de visita cada vez que se acercaba mi cumpleaños, siempre cargada con decenas de regalos. Era una mujer realmente divertida. Poco después de mi transformación, le escribí una carta en la que le expliqué lo ocurrido y le mandé algunas fotos para que pudiese verme. Me llamó en cuanto la recibió, no extrañada ni preocupada, sino ofendida porque ella iba a ser la única mujer poco agraciada de la familia…
    Estaba deseando verla.

    Traté de concentrarme y seguir leyendo. Pasé por encima de las partes en las que hablaba del instituto y de los amigos que había hecho allí: Jessica, Mike, Lauren… Excepto Angela, que solía escribirle a menudo y que nos había visitado en un par de ocasiones, no me caía bien ninguno de los demás. Miraban a mi familia con un recelo odioso, fruto de la envidia, y eso me sacaba de mis casillas.

    La forma en que conoció a mi padre y al resto de los Cullen, y lo extrañamente atraída que se sintió por ellos desde el primer momento, me pareció de lo más interesante.

    Más adelante narraba su primer encuentro con Jacob, a quien conocía desde niña, en una excursión que hizo con sus amigos a La Push y cómo, intrigada por el comportamiento de mi padre, le convenció para que le contase la leyenda de los fríos, una de las antiguas historias de su tribu en las que ni él mismo creía en aquel momento.

    El enfrentamiento contra el aquelarre de James y Victoria fue estremecedor. Mi madre me había hablado de ellos en alguna ocasión, pero al tratarse de recuerdos de su vida humana, había muchos detalles que se le escapaban. Sin embargo, en aquel libro, lo explicaba todo con una precisión espeluznante.

    Apenas me llevó una hora leerme el primer diario y no saqué nada en claro.

    Nada más abrir el segundo, llamaron a la puerta. Me eché a temblar. Si era mi padre, sabría lo que estaba pensando y estaba perdida. Me habría descubierto. De forma automática escondí los libros en el interior del baúl que había bajo el alféizar de la ventana. Cogí una revista que Rosalie había dejado sobre mi escritorio y abrí la puerta mientras adoptaba un aire despistado e inocente.

    -¡Buenos días!-mi calma se tornó real en cuanto me encontré con las perfectas facciones de mi madre-. ¿No pensabas bajar a saludar?

    -¡Buenos días, mami!- la abracé-. Siento mucho lo que pasó ayer. Me comporté cómo una idiota. Sé que es necesario que nos vayamos y prometo no protestar más.

    -No va a ser tan malo, ya verás.

    -Lo sé. Todo va a salir bien. Estoy convencida.

    -Me alegro de verte tan animada-sonrió y, tras mirar el reloj de su muñeca, entornó los ojos-. ¿Aún no ha venido Jacob? Qué raro…

    Yo también miré el reloj. Eran casi las doce del mediodía. Normalmente, Jacob llevaría horas dando vueltas por la casa. Claro, olvidaba que últimamente nada era normal en lo que a él se refería. Sentí cómo se formaba un gigantesco nudo en mi garganta y cómo mis ojos se llenaban de lágrimas. Me debatí contra las ganas de llorar, pero fue inútil. Apoyé la cara en su hombro y me cubrí con su pelo cómo solía hacer de pequeña.

    -No te preocupes. Ya verás cómo se le pasa. Seguro que aún sigue enfadado por todo esto de nuestra marcha. Pero no va a permitir que nos vayamos sin despedirse. Ya lo verás.

    -¿Y antes de saber que nos íbamos? Mamá, sé que a Jake le pasa algo. Y lo que más me duele es que todos parecéis saber de qué se trata menos yo… Dime qué es, por favor. Y no me vengas con eso de que ya lo entenderé.

    -No puedo decírtelo-me aparté de ella y la miré con rabia. Ella alzó ambas manos pidiéndome calma-. Deja que te lo explique. No es algo sencillo de comprender. Ni yo misma lo entiendo del todo. Es muy… complejo y, de verdad, estoy segura de que él te lo dirá.
    Prometí no hacerlo y debo mantener mi palabra. Pero creo que ha llegado el momento de aclarar las cosas… Ahora baja, ¿sí? El abuelo Charlie ha venido y pregunta por ti. También están Sue, Seth y Billy.

    ¡Seth! Me sequé las lágrimas, forcé una sonrisa y salí a toda mecha rogando que no hubiese hablado con Rosalie todavía. Saludé precipitadamente a todo el mundo y, cogiéndole de la mano, me lo llevé lejos del barullo. Cuando salimos al jardín, me miró con los ojos empequeñecidos.

    -¿Qué es lo que pasa?

    -Pasa que… Tú no has hablado con Rose, ¿verdad?

    -Acabo de llegar. No me ha dado tiempo de hablar con nadie aún.

    Mi alivio fue tan mayúsculo que tuve que controlarme para no abrazarme a él gritando de alegría.

    -Bien. Si te pregunta, dile que los libros que me has dejado son de misterio, ¿vale?

    Me dieron ganas de aplaudirme a mí misma. Sabía lo mucho que Rosalie odiaba ese género, por lo que así me aseguraba que no me los pidiese.

    -¿Libros? ¿De qué me estás hablando?

    -Ya te lo explicaré. Tú sólo haz lo que te he pedido, por favor.

    -Está bien. “Los libros que te he dejado son de misterio”- citó-. Lo recordaré.

    Esta vez no intenté controlarme y le abracé. Recurrir a él había sido apostar sobre seguro. Cualquiera de los otros no me lo habría puesto ni la mitad de sencillo.

    Volvimos dentro. Por el camino intenté concentrarme en cualquier otra cosa y fui fijándome en los distintos cuadros y fotografías de las paredes con tal de tener la mente ocupada en algo que no fuesen los diarios y así impedir que mi padre me descubriese.
    Entré en la cocina y me ofrecí para echar una mano con los preparativos de la comida. Carlisle y Esme habían invitado a todos nuestros amigos a una especie de fiesta de despedida.

    Me situé junto a Alice y comencé a hablar sin parar mientras ayudaba a empanar unos filetes. Ella seguía mi alocado ritmo como si fuese lo más normal del mundo, pero mi madre me miraba con suspicacia desde el otro lado de la encimera. A ella no era tan fácil engañarla.

    Cuando la comida estuvo lista y la cocina quedó limpia y vacía, me dispuse a volver al salón junto al resto, pero mi madre me cerró el paso.

    -Está bien, ¿qué ocurre?

    -Nada, mamá, ¿por qué?

    -¿Por qué? ¿Quieres hacerme creer que esa frenética forma de hablar es algo normal en ti?- no supe qué decir, así que permanecí en silencio, retorciéndome los dedos mientras ella tamborileaba sobre la encimera-. ¿Es por Jacob?

    La simple mención de su nombre hizo que se me encogiera el estómago. Mis ojos se posaron involuntariamente sobre el reloj de pared. Ya era casi la una y media y él seguía sin aparecer. Además, Billy había venido sólo –bueno, con Charlie-, así que estaba claro que no iba a venir.

    -Vendrá-mi padre entró en la cocina y me apretó contra su pecho-. Hay mucho que aclarar y no pienso permitir que siga ocultándotelo durante más tiempo. Si no lo hace él, me veré obligado a decírtelo yo. Aunque, de todos modos-me separó de él, sujetándome por los hombros-, estoy seguro de que lo acabarás descubriendo por ti misma muy pronto.

    El timbre sonó y me sobresalté. Mi padre suspiró.

    -No es él.

    Pude reconocer la voz ronca de Paul y la risa escandalosa de Rachel. Con ellos venían el resto de la manada, Sam y Emily. Todos habían llegado. Y a pesar del gentío que se encontraba reunido en el salón, yo me sentía sola. Como si fuese la única criatura sobre la faz de la Tierra. La única superviviente de una hecatombe mundial.

    Notaba un dolor punzante en el pecho. Un dolor muy similar al que debe de sentirse cuando recibes una puñalada. Y lo cierto es que eso me parecía el comportamiento de Jacob: un apuñalamiento en toda regla.

    Subí a mi cuarto, pasando obligatoriamente por el salón y evitando mirar a nadie. Volví a encerrarme y me dejé caer sobre la cama, llorando. Notaba cómo me ahogaba. Me dolía cada desprecio que me había hecho. Y el de hoy era la gota que colmaba el vaso. No tenía bastante con todo el daño que me estaba haciendo sino que, además, ni siquiera iba a dignarse en aparecer para despedirse. ¿Cómo podía ser tan egoísta? ¿Tan malo era lo que fuese que yo le había hecho?

    Mi mirada se detuvo en el baúl. Me incorporé y permanecí varios segundos con la vista fija en esa dirección. Restañé las lágrimas que estaban empezando a secarse en mi cara, provocándome un desagradable picor, y me dirigí hacia la ventana tan despacio que cualquiera que hubiese estado mirándome, habría podido pensar que yo era la escena de una película reproducida a cámara lenta. Levanté la tapa del arca. Los diarios parecían mirarme desde el interior, tentándome a seguir rebuscando entre sus páginas. Los cogí y los deposité con sumo cuidado sobre la cama, y busqué mi vieja mochila de cuero, donde los guardé con aún más precaución. Decidí dejar una nota para avisar a mis padres y evitar que creyesen que me había fugado o algo así.
    <<Necesito estar sola. No me busquéis. Volveré
    a tiempo de despedirme. Disculpadme ante el
    abuelo y el resto. “R” >>

    Volví junto a la ventana y miré hacia el suelo. La altura era considerable, pero había visto cómo el resto de mi familia saltaba desde lugares mucho más elevados. Si poseía muchas de sus cualidades, tales como una increíble velocidad, ¿por qué no iba a tener también esa? Nunca antes lo había intentado. Me ajusté las asas de la mochila y me encaramé al alféizar. Al mirar de nuevo hacia abajo sentí cómo el vértigo me provocaba unas espantosas náuseas. Cerré los ojos con fuerza e inspirando una enorme bocanada de aire, me encogí para tomar impulso y… Salté. Justo cuando el miedo a romperme algún hueso estaba empezando a hacer acto de presencia, noté cómo mis pies se apoyaban en el suelo con suavidad. Abrí lentamente los ojos. Todavía algo mareada, alcé la vista para observar la ventana de mi habitación, situada en el tercer piso. Me parecía inverosímil haber saltado desde esa altura, cuando lo que había sentido realmente era más parecido a bajar un insignificante escalón.
    Cuando se esfumaron las ganas de vomitar, emprendí la carrera. Aunque había tratado de ser lo más silenciosa posible, lo más probable es que mi padre me hubiera oído y no tardase mucho en salir tras de mi. Por eso, mientras me internaba en el bosque pensaba una y otra vez: “Quiero estar sola. Quiero estar sola…”. Esperaba que así le quedase claro.

    Busqué un lugar alejado donde poder estar tranquila y lo encontré junto al río. Me distancié algo más, corriendo en paralelo a la orilla. La mochila parecía pesar toneladas, no por los diarios, sino por la culpabilidad que me recriminaba sin cesar que no debería de haberlos cogido. Cuando me detuve, me la quité y la dejé sobre una roca, a cierta distancia del agua. Me acomodé sobre una roca plana cubierta de musgo, saqué el segundo libro y empecé a pasar las páginas.

    Lloré con la desgarradora soledad y el dolor que se apoderaron de mi madre cuando mi padre desapareció de su vida. Jacob se convirtió en su mejor amigo y en una especie de anestesia que le ayudaban a sobrellevar los días con un poco de alegría. Para referirse a él empleaba términos como “mi sol personal” o “mi puerto seguro”... Y cada vez quedaban más expuestos los sentimientos de Jake hacia ella, lo cual me produjo una extraña e incómoda molestia.

    Seguí avanzando, deteniéndome únicamente en aquellas partes en las que aparecía su nombre. A diferencia del primer diario, en éste aparecía en casi todas las páginas. Pero no había mucho que leer. Lo más interesante fue descubrir cómo le había revelado que él era un licántropo. El resto giraba en torno a la paciente lucha que Jacob mantenía porque mi madre le prestase una atención que ella no estaba dispuesta a concederle.

    Más adelante encontré algo que ya conocía. Mi padre, después de que Alice creyese ver morir a mi madre en una de sus visiones, huyó a Italia para emprender una misión suicida ante los Vulturis. Afortunadamente, mi madre y Alice llegaron a tiempo y éstos les permitieron volver a casa bajo la promesa de que convertirían a mi madre, pues conocía la existencia de los vampiros, algo que no le está permitido a ningún humano.

    En las últimas páginas, mi padre le ofrecía ser él quien obrase el cambio si ella aceptaba a cambio casarse con él, algo a lo que mi madre se opuso enérgicamente.

    El final era la descripción de una discusión entre él y Jacob. Esto de las riñas entre ellos no era ninguna novedad. Por lo visto, venía de lejos.

    Guardé ese libro y saqué el tercero. Me sentía como si estuviese leyendo una novela de ficción totalmente adictiva en la que mis familiares y amigos desempeñaban los papeles principales. Estaba enganchada por completo a aquella historia que, hasta ese momento y salvo contados detalles, me había sido desconocida.

    En las primeras páginas mi madre, de nuevo feliz tras el regreso de su gran amor, trataba por todos los medios de recuperar a Jake, a quien llevaba semanas sin ver tras la discusión que éste mantuvo con mi padre. Y no paró hasta conseguirlo. Él, por su parte, seguía dispuesto a luchar por ella, sin importarle las veces que ella le repitiese que sólo quería a mi padre y que siempre iba a ser así.

    Mientras, Victoria buscaba el modo de acabar con su vida como venganza por la muerte de James.

    En una de las páginas encontré una palabra que atrajo por completo mi atención, “imprimación”. Llegué a la conclusión de que era algo que ni ella misma había logrado definir con exactitud pues, para explicarlo, había reproducido la conversación. Jacob estaba contándole una historia que yo me sabía al dedillo. La historia de Sam y Leah y por qué él la abandonó por Emily. Siempre que me había interesado por el motivo de dicho abandono –curiosidad que aumentó tras la marche de Leah-, él me había dicho que se trataba de algo muy complicado y, para variar, había agregado eso de “ya lo entenderás”.

    Pues bien, al menos esto, había llegado el momento de entenderlo:

    <<-¿Has oído hablar de la imprimación?

    <<-¿Imprimación?-Repetí esa expresión tan poco familiar-. No, ¿qué significa?

    <<-Es una de las cosas singulares con las que nos las tenemos que ver, aunque no le sucede a todo el mundo. De hecho, es la excepción, no la regla. Por aquel entonces, Sam ya había oído todas las historias que solíamos tomar como leyendas y sabía en qué consistía, pero ni en sueños…

    <<-¿Qué es?-le azucé.

    <<La mirada de Jacob se ensimismó en la inmensidad del océano.

    <<-Sam amaba a Leah, pero no le importó nada en cuanto vio a Emily. A veces, sin que sepamos exactamente la razón, encontramos de ese modo a nuestras parejas.- Sus ojos volvieron a mirarme de forma fugaz mientras se ponía colorado-. Me refiero a nuestras almas gemelas.

    <<-¿De qué modo? ¿Amor a primera vista?-me burlé.

    <<Él no sonreía y en sus ojos oscuros leí una crítica a mi reacción.

    <<-Es un poquito más fuerte que eso. Más… contundente.

    <<-Perdón-murmuré-. Lo dices en serio, ¿verdad?

    <<-Así es.

    <<-¿Amor a primera vista pero con más fuerza?-. Había aún una nota de incredulidad en mi voz y él podía percibirla.

    <<-No es fácil de explicar. De todas formas, tampoco importa-se encogió de hombros-. Querías saber qué sucedió para que Sam odiara a los vampiros, porque su presencia le transformó e hizo que se detestara a sí mismo. Pues eso fue lo que sucedió, que le rompió el corazón a Leah. Quebrantó todas las promesas que le había hecho. Sam ha de ver la acusación en los ojos de Leah todos los días con la certeza de que ella tiene razón.


    El libro se resbaló de mis manos y cayó al suelo, por suerte, fuera del agua.

    Ahora, por fin, lo entendía todo. Ahora podía comprender ciertas cosas como, por ejemplo, por qué Jacob pasaba tanto tiempo con nosotros.

    Había imprimado a mi madre.

    Yo había sido únicamente la excusa perfecta para poder permanecer más tiempo junto a ella. Por eso mi padre discutía tanto con él. Eso era lo que leía en su mente, eso por lo que tanto se enfadaba. ¿Cómo no iba a enfadarse cuando estaban tratando de arrebatarle al amor de su vida?

    Claro… Había sido tan estúpida al creer que yo le importaba. No había sido más que un objeto. Parte de su plan. Una marioneta que él había estado manejando para conseguir su verdadero objetivo: a mi madre.

    Empecé a notar de nuevo ese dolor en el pecho. Me tumbé de lado en el suelo y encogí las piernas hasta hacerme un ovillo para intentar calmarlo. Pero no servía de nada. El puñal entraba y salía de mi cuerpo a su antojo, sin ningún tipo de piedad, desgarrando mis músculos y cada uno de mis órganos. El dolor era más intenso en el corazón, que parecía estar apretado en una mano que le impedía latir.

    Sobre mi cabeza, las nubes habían empezado a cubrir el cielo. Oía a lo lejos el retumbar de los truenos. Era como si mi estado de ánimo influyese misteriosamente en la climatología. Pronto empezaría a llover. Pero no me importaba. No me importaba lo más mínimo ni eso ni ninguna otra cosa.

    Todo había cobrado sentido haciendo que ya nada lo tuviese para mí.

    Mi mejor amigo, la persona más importante de mi vida, me había traicionado.

    Entonces algo se iluminó en mi mente. Como si alguien hubiese apretado un interruptor. Era algo que llevaba mucho tiempo dormido en mi interior y que había despertado como consecuencia del enorme dolor que en ese momento se estaba apoderando de todo mi cuerpo. Leer todo eso no sólo me había servido para descubrir que Jacob estaba enamorado, imprimado o lo que fuera de mi madre, sino que, además, me había ayudado a revelarme a mí misma algo más.

    Yo misma estaba enamorada. Amaba profunda y desesperadamente a Jacob Black. Sentía algo tan fuerte por él que dolía casi tanto como su traición. Un dolor que se metía en mi cabeza y me hacía sentir que iba a romperme en pedazos en cualquier momento.

    ¿Por qué no me había dado cuenta antes? ¿Cómo podía haber estado tan ciega? Le amaba. Le había estado amando durante cada segundo de mi vida. Incluso había algo que me hacía pensar que ya le quería antes de nacer. Sonaba estúpido, pero me parecía tan estúpido como cierto. ¿Es que había tenido que descubrir que él estaba enamorado de otra persona para poder ser consciente de lo que yo misma sentía? Era una completa imbécil.

    Unas frías gotas de lluvia cayeron en mi cara y se entremezclaron con mis lágrimas.
    De pronto me sentí identificada con Leah. El viaje a Fairbanks había tomado un rumbo totalmente diferente. “La distancia hace el olvido”. Las palabras de mi amiga resonaron con fuerza en mi memoria.

    Me puse en pie y guardé los diarios, que habían empezado a mojarse. Y corrí a casa mientras una lluvia torrencial empapaba mi débil y entumecido cuerpo.

    Tenía que preparar mi equipaje.
     
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    AnnaClearwater

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    Trepé por el árbol situado junto a mi ventana. Me resultó infinitamente más fácil de lo que me esperaba. Al igual que lo de saltar, tampoco había intentado nunca escalar. A pesar del agarrotamiento, mis extremidades se movían con agilidad. Afortunadamente, no había heredado la patosidad que caracterizaba a mi madre cuando era humana. Con un pequeño salto me colé por la ventana que, por suerte, nadie había cerrado. El agua de la lluvia había entrado en el interior, encharcando el suelo. La cerré y fui hacia el armario. Tenía que cambiarme. Me miré en el espejo y comprobé lo penoso de mi aspecto. Menos mal que no había entrado por la puerta principal. Estaba hecha una sopa. Mi ropa y las deportivas estaban caladas, tenía el pelo enredado y chorreando. Y se notaba por mis ojos, hinchados y enrojecidos, que había estado llorando durante bastante rato.

    Guardé la mochila con los diarios dentro del armario. Ya comprobaría después si estaban muy mojados o si habían sufrido algún otro daño. Cogí una muda seca y mi neceser y decidí que lo mejor sería que me metiese directamente en la ducha.

    Casi me da un infarto cuando, al cerrar la puerta del armario, vi a mi padre reflejado junto a mí.

    -¿Dónde has estado? Estaba muy preocupado. Ya iba a salir a buscarte.

    -Lo siento-murmuré-. Os dejé una nota para…

    Cuando señalé hacia la mesilla, vi que la nota seguía exactamente donde y como yo la había dejado. Ni siquiera la habían visto.

    -¿Crees que una nota va a restarle importancia? ¡No sabía dónde estabas ni si estabas bien!

    -Lo siento.

    -Me enteré en cuanto te fuiste. Iba a salir detrás de ti, pero me pediste que te dejase sola y así lo hice. Les dije a los demás que estabas indispuesta. Al ver que el tiempo pasaba y no volvías…-exhaló todo el aire por la nariz-. Me estaba volviendo loco. Ahora iba a hablar con Sam para salir en tu busca.

    Al oír el nombre del jefe de la manada, volvieron los recuerdos y una nueva puñalada se clavó en mi estómago. Me llevé las manos a la tripa y apreté los dientes a causa del dolor. Mi padre me miró unos segundos, analizando mis pensamientos y mi rostro, y me atrajo hacia él. Apoyé mi cabeza contra su torso y rompí a llorar de nuevo.

    -Esto tiene que acabarse. No soporto verte así… Tienes que seguir, Nessie. Avanza. Te has detenido en el lugar equivocado. Lo has entendido todo mal.

    Le miré tratando en vano de comprender lo que me estaba diciendo.

    -¿A qué te refieres? ¿Cómo que me he detenido en el lugar equivocado?

    Me acarició la cara y movió la cabeza con resignación.

    -Es todo lo que puedo decirte. Ahora ve a ducharte. Todos te están esperando.

    Me dejó sumida en un océano de dudas. ¿Qué intentaba decirme con eso?

    Entré en la ducha dándole vueltas a sus últimas palabras. “Todos te están esperando”. En realidad, nadie me esperaba. Mejor dicho, nadie a quien yo realmente necesitase ver en ese momento. Ahogué el llanto, no sin esfuerzo. No podía seguir así. Estaba sufriendo yo y estaba haciendo sufrir a quienes de verdad me querían. Alguien como Jacob Black no merecía que derramara por él ni una sola de mis lágrimas. Incluso aunque la sola mención de su nombre me desgarrase el alma. Tenía que ser fuerte. Y lo más importante, tenía que olvidarme de él.

    El calor del agua me fue desentumeciendo las articulaciones y cargándome de una nueva energía.

    Mañana abandonaríamos Forks y con ello mi anterior vida. Iba a conservar a todas aquellas personas a las que apreciaba, pero no quería saber nada más de mi pasado. Ligado dolorosamente a su recuerdo.

    La voz de Leah volvió a sonar de nuevo en mi cabeza haciéndome sonreír. “La distancia hace el olvido”. Ojalá tuviese razón.

    Me vestí, me recogí el pelo en una coleta y bajé. Todos me miraban. La mayoría preocupados, como si estuviesen esperando que me echase a llorar en cualquier momento. Sólo Alice, que posiblemente seguía sin poder ver nada sobre mí, frunció el ceño mientras sus ojos me recorrían de arriba abajo evaluando mi vestimenta. Al parecer no era la adecuada para la ocasión. Le saqué la lengua de forma burlona. Eso de estar ciega en cuanto a mi futuro se iba a terminar. Si la causa de ello era la que todos creían, ya no habría ningún obstáculo, por llamarlo de alguna manera. Me estaba encargando de eliminarlo.

    Saludé a todos y tomé asiento entre mi padre y Carlisle quien, mirándome con una gran sonrisa, sujetó mi cara y me besó en la frente. Miré a Esme, que también me sonreía. Sin lugar a dudas, le había contado nuestra conversación de esa mañana... Era como si hubiesen pasado meses desde entonces.

    Fue en ese momento cuando me di cuenta de que mi madre no estaba. Mi padre se envaró. Parecía molesto. Mi respiración se aceleró tanto, que la mayoría de los allí presentes, cuyos oídos eran demasiado agudos, pudieron notar el cambio de cadencia. Disimulé tanto como pude, pero una nueva puñalada me hizo tensarme cuando me vi obligada a pensar en él. Mi padre se frotó la sien mientras asentía una sola vez de forma casi imperceptible. El dolor se transformó en rabia. Así que mi madre estaba con él. Me devané el cráneo intentando encontrar el modo de ir a buscarla. Entonces la rabia dio paso a la impotencia. No podría hacerlo. En cuanto le tuviese frente a mí me derrumbaría. Y lo último que deseaba era mostrarle lo mucho que estaba sufriendo por su culpa.

    La mano de mi padre se aferró a la mía. Apoyó su frente en mi mejilla y me habló al oído, casi para sí mismo.

    -Todo va a salir bien, mi vida. Te lo prometo. Sólo tienes que seguir buscando. No te pares ahí.

    Ya estaba otra vez con lo mismo. Ahí. Sí, pero, ¿dónde? Quizá se refería a que la vida no acababa ahí. Que no podía pararme y que tenía que seguir buscando mi felicidad. Él soltó mi mano y fijó los ojos en la mesa. Parecía casi tan apenado como yo. A lo mejor se debía a la impotencia de no poder prohibir a mi madre que fuese a verle. Pero también podía ser que yo me estuviese equivocando y que eso no fuese lo que quería decirme. En ese caso, ¿qué era?
    Iba a pedirle que no se preocupase, que yo iba a estar siempre a su lado, pasase lo que pasase. Pero Quil y Jared llamaron mi atención desde el otro lado de la mesa y me inmiscuyeron en su conversación.

    De pronto, empecé a sentir una cálida sensación de tranquilidad. Miré a Jasper con una débil sonrisa y él asintió devolviéndomela. A veces, su don podía ser realmente gratificante.

    Pasé el resto de la tarde bastante animada. Siempre había alguien dispuesto a mantener una conversación conmigo. Tras discutir con Embry sobre cuál de los dos ganaría una carrera de larga distancia y haber apostado para comprobarlo cuando volviésemos a vernos –pues mi padre, sin dar explicación alguna, no me dejó hacerlo en ese momento-, me levanté y fui a la cocina en busca de algo de beber. Tenía tanta sed que notaba como si cientos de agujas estuviesen atravesándome la garganta. Cogí un vaso y al girarme para buscar una de las bolsas de sangre que Carlisle traía para mí, descubrí que no estaba sola. Emily me había seguido y se encontraba junto a la puerta. Me esforcé por sonreírle.

    -¿Puedo hablar un segundo contigo?

    -Sí, claro. ¿Ocurre algo?

    -No. Verás, es sólo que… Renesmee, nuestra relación nunca ha ido más allá de la mera cordialidad. Y lo entiendo. Mantienes una gran amistad con Leah y es lógico que no puedas ser también amiga mía. Pero quiero que sepas que te aprecio muchísimo y que… Creo que eres muy especial, y nada me gustaría más que…- suspiró y me sonrió a medias-. Lo siento. Estoy dejando las frases sin acabar y creo que no debes estar entendiendo absolutamente nada, pero… Tengo que decirte algo y no sé por dónde empezar.

    -¿Y qué tal si lo haces por el principio?- le animé.

    -Sí, supongo que eso sería lo normal. Quizás pienses que me estoy metiendo donde no me importa pero… Jacob lo está pasando muy mal-tuve que reprimir las ganas de ponerme a gritar cuando oí pronunciar su nombre-. Y por lo que veo, esta tampoco es una situación fácil para ti.

    Estuve varios segundos paralizada. Notaba una extraña presión en los oídos, como si toda la sangre de mi cuerpo se hubiese agolpado ahí, y una bola de metal se instaló en mi estómago. Me tambaleé y tuve que sujetarme a la encimera con los ojos cerrados para poder combatir el intenso mareo. ¿Qué él lo estaba pasando mal? Era evidente que Emily desconocía muchos detalles.

    Preocupada por mi aspecto, se acercó a mí y sostuvo con fuerza mi brazo.

    -¿Te encuentras bien? Te has puesto aún más pálida de lo que ya estabas.

    Ignoré su broma y solté mi brazo intentando aparentar una seguridad que, en ese momento, brillaba por su ausencia.

    -Sí, no es nada. Sólo estoy algo cansada-tomé aire y volví a tratar de sonreírle-. No pretendo ofenderte ni mucho menos. Yo también te aprecio mucho pero lo que pasa entre… Jacob… y yo- un nuevo pinchazo en el estómago me indicó que sería mejor no pronunciar su nombre-… Bueno, eso es cosa nuestra.

    -Lo entiendo. Yo sólo digo que, antes de que os vayáis, estará bien que hablases con él.

    -Emily, yo lo único que quiero es hacerle desaparecer de mi vida.

    -Eso no es muy justo por tu parte. Él ha hecho… lo que ha hecho de forma involuntaria. En ningún momento quiso hacerte daño. Créeme, sé de lo que te hablo.

    -Pues daño es lo único que ha hecho-me miró compungida-. ¿Puedo pedirte algo?

    -Lo que quieras.

    -Dile que no quiero volver a verle. Que se olvide de que existo como haré yo con él. Que no intente llamarme y mucho menos ir a verme. Quiero que actúe como si jamás nos hubiésemos conocido. Y que deje en paz a mi familia… a toda mi familia.

    Salí de la cocina tratando de mantenerme serena y con la mente en blanco. Pero a juzgar por el modo en el que todos me observaban, no sirvió de nada, así que dejé de fingir. Sam miró por encima de mi hombro, probablemente a Emily, después me miró a mí y por último, fijó la vista en sus manos haciendo una mueca de disgusto. Volví a sentarme junto a mi padre, ignorando los intentos de conversación. No noté que Jasper intentase influir en mi estado de ánimo y lo agradecí, pues no me apetecía sentirme bien en contra de mi voluntad.

    Era ya muy tarde cuando nuestros invitados decidieron irse. Uno a uno fueron despidiéndose. Los jóvenes licántropos bromeaban con todo el mundo y la casa se llenó de una repentina algarabía, aún mayor de la que había reinado durante todo el día. Pese al atolondramiento que tenía, fui consciente de lo mucho que iba a echarles de menos.
    Como mi madre seguía sin venir, Charlie decidió que se despediría de ella por la mañana.

    -Os espera un viaje muy largo y tenéis que descansar-alegó.

    Emmett soltó una risotada. Obviamente que Charlie seguía sin comprender muchas cosas.

    Me despedí también de Seth y Sue con la promesa de verles pronto. Al agacharme para darle un abrazo a Billy, éste aprovechó para hablarme al oído.

    -Dale a mi chic la oportunidad de explicarse. Él también lo está pasando mal con todo esto.

    Me incorporé con un nudo en la garganta y notando cómo la bola de metal había duplicado su tamaño.

    -Adiós Billy. Espero verte pronto.

    Fue lo único que conseguí decir antes de subir a mi cuarto para impedir que me viesen llorar.

    Con las lágrimas cegándome, empecé a guardar mis cosas en la enorme maleta que Rosalie me había regalado. Antes de recoger también los diarios, los revisé y comprobé con alivio que no habían sufrido ningún daño. Ya encontraría el momento adecuado para devolverlos sin ser descubierta cuando estuviésemos en Fairbanks.

    Cuando terminé, me metí en la cama y luché por conciliar el sueño.

    No sé en qué momento exacto me quedé dormida ni si alguien vino a verme para asegurarse de que estaba bien antes de empezar a soñar. Era un sueño de lo más raro. En él yo seguía en mi cama con los ojos cerrados. Escuché cómo alguien intentaba abrir la ventana. Mis párpados no se abrían, tenía la vista muy cansada. El intruso consiguió meterse en mi cuarto. Era extraño, pero no tenía miedo. Continué tumbada, oyendo cómo quien fuese se acercaba a mi cama. Uno de los laterales del colchón se hundió cuando el invasor se sentó a mi lado. Su mano me apartó el pelo de la cara y la ardiente temperatura de ésta me hizo estremecer de dolor. Un dolor excesivamente real para ser parte de un sueño. El extraño acercó su boca a mi oído.

    -Lo siento mucho-me susurró-. Espero que algún día puedas perdonarme.

    La voz del intruso era idéntica a la de Jacob, pero sonaba cargada de amargura. Se le quebró justo al final de la frase y yo volví a estremecerme mientras sentía cómo se clavaba otro puñal en mi pecho. ¿Cuántas puñaladas se supone que puede aguantar alguien antes de morir desangrado?

    Su cálida mano recorría lentamente cada rincón de mi cara. Noté sus dedos deslizándose por mi frente, mis párpados, mis mejillas, siguiendo el contorno de mis labios… Estaba petrificada. No quería abrir los ojos. Me negaba a ver el rostro de esa persona, aunque sabía de sobra cuál era su identidad.

    Dentro de mi sueño me imaginé retrocediendo en el tiempo. Volví a tener dos años, volví a ser una niña. Mi mejor amigo estaba junto a mí, haciéndome compañía hasta que me durmiese. Era él quien me acariciaba. Podía incluso percibir su dulce aroma.
    Entonces su respiración se agitó. Su ardiente aliento azotaba mi cara y su mano se aferró con fuerza a mi cuello. Algunas lágrimas cayeron sobre mi frente…

    …Y me besó. Fue algo sublime. Sus labios, calientes como el fuego, se apretaron contra los míos con suavidad. Aunque solo fuese un sueño, me estaban besando… ¡Mi primer beso! Entreabrí la boca y su cálido aliento entró en mí como una llamarada. Nuestros corazones adquirieron un ritmo desenfrenado. Mi cabeza parecía a punto de estallar. Pero no quería que acabase. Quería seguir soñando y prolongar aquella maravillosa sensación durante el mayor tiempo posible.

    Pero acabó. Sus labios se evaporaron y, cuando por fin mis manos se decidieron a reaccionar, se cerraron en el aire al no encontrar dónde sujetarse.

    Me incorporé hasta quedar sentada en la cama. Estaba hiperventilando y lloraba. Me sentía mal. Sentía mi pecho vacío, como si me hubiesen arrancado el corazón y lo hubiesen arrojado contra la pared. ¿Por qué me había despertado? ¿Por qué ahora que estaba siendo feliz de nuevo? Era injusto.

    Una corriente de aire me sobresaltó e hizo que me invadiera el pánico. La ventana estaba abierta de par en par. Estaba segura de haberla cerrado antes de meterme en la cama. Toqué mi frente, aún mojadas por unas lágrimas que, supuestamente, no eran mías. Me levanté a toda velocidad y me asomé al jardín con la esperanza de ver algo… O a alguien. Pero fuera sólo había silencio. Una profunda calma apenas rotas por el ulular del viento y el sonido de algún que otro animal. Cerré los cristales y volví a la cama. Sentía una mezcla de curiosidad y pavor. Curiosidad porque no sabía si había sido realmente un sueño. Y pavor porque si era real… No, no podía ser. Mi padre le habría escuchado y le habría impedido entrar. Además, él amaba a mi madre, ¿por qué iba entonces a besarme a mí? Aún podía notar el rastro que había dejado su aroma pero, aun así, no podía haber sido real. No tendría sentido alguno que lo fuese. Lo más probable es que estuviese volviéndome majareta. Nadie habría podido entrar en la casa sin ser descubierto. Sólo había sido un sueño. Alguien de mi familia habría abierto la ventana y las lágrimas de mi frente eran simplemente las mías, que se habían resbalado hasta ahí. Eso era. Sólo había sido un sueño demasiado real. Un estúpido sueño que había hecho que me despertase alterada y muy, pero que muy confusa.

    Grabé esa idea en mi mente y una vez que logré convencerme a mí misma, volví a quedarme dormida de nuevo.
     
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    AnnaClearwater

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    Charlie llegó temprano. Ya estaban todos listos para marcharse. Todos menos yo, que seguía metida en la cama y, aunque llevaba horas despierta, era incapaz de moverme.

    Parecía como si una parte de mi fuese consciente de que el hecho de levantarme era el principio del fin y se negase a dar ese paso.

    Mi madre había subido varias veces a intentar levantarme. No le dije una sola palabra. Ni siquiera tenía valor para mirarla. Me limitaba a incorporarme para que creyese que iba a salir de la cama y en cuanto cerraba la puerta me volvía a tumbar. Me dolía una barbaridad la cabeza. Mi boca estaba seca y pastosa y tenía la sensación de que me echaría a llorar en cuanto intentase pronunciar una sola palabra.

    Finalmente me armé de coraje y me puse en pie. Todo empezó a dar vueltas y mi estómago se contrajo provocándome una arcada. Pero no podía vomitar. Tenía la barriga inusualmente vacía. Me di una ducha, me cepillé los dientes y me preparé para bajar.
    Todos estaban en el salón. Esbocé un intento fallido de sonrisa, le di un beso a Charlie y entré en la cocina sin decir una sola palabra. Tal y como esperaba que ocurriese, mi padre entró detrás de mí.

    -Buenos días.

    Fingí no haberle visto ni oído y abrí la nevera en busca de algo para desayunar, pero ya la habían desconectado y, por tanto, estaba casi tan vacía como yo misma. Exhalé todo el aire de golpe y me dejé caer en una silla tratando de no mirarle. Él dio algunos pasos y se situó a mi lado. Estaba tanteando el terreno.

    -Esme te ha preparado unas galletas para que desayunes. Están en ese armario de ahí-me indicó con un movimiento de cabeza-. También hay un poco de…

    -Papá-mi voz sonó más parecida a un lamento que a otra cosa-. ¿Sabes si anoche entró alguien en mi cuarto?

    -Mamá fue a verte cuando llegó- aparté los ojos de él e hice una mueca como prueba de mi incomodidad-. Y más tarde subí yo. Ambas veces estabas dormida.

    -No me refiero a si entrasteis vosotros. Lo que quiero decir es si… ¿No escuchasteis nada raro? ¿Tú o Alice no…?

    Se agachó frente a mí y sostuve mi cara entre sus manos alzando mi mentón y obligándome a mirarle a los ojos. Frunció el ceño e inspiró una gran cantidad de aire por la nariz.

    -¿Ha entrado alguien en tu dormitorio?

    -Eso es lo que estoy intentando que me digas.

    -¿Te hicieron algo?

    -¡No! Es sólo que…

    El recuerdo me quemó la garganta mientras mi padre hacía rechinar sus dientes.

    -¿Estás segura de que eso ocurrió en verdad?

    -No-me levanté y comencé a pasearme por la cocina-. No te preocupes. Si nadie oyó ni interceptó nada, es probable que lo soñase.

    -Sí, es lo más probable.

    Parecía tan poco convencido como yo. Intenté borrar esa imagen de mi cabeza penar en otra cosa. O podía seguir dándole vueltas o realmente acabarían encerrándome en el manicomio más próximo. Cogí el paquete que Esme me había preparado y salí de allí.

    Subí a buscar mis maletas. Me senté en el borde de la cama y me bebí un trago toda la sangre que había dentro de un pequeño termo y, mientras mordisqueaba con desgana una galleta, me asedió una horrible melancolía. Todos los momentos que había vivido en aquel lugar vinieron de golpe a mi memoria, arrastrándome a un tiempo mejor. Un tiempo en el que la inocencia, pero sobre todo la estupidez, me hacía ser feliz. Una felicidad causada por una mentira, por la ceguera de creer que yo era importante para alguien a quien en realidad yo no le importaba lo más mínimo.

    Me levanté y, cogiendo la maleta, me despedí con la promesa de no regresar hasta pasado mucho tiempo. Cerré la puerta y comencé a bajar las escaleras. Emmett apareció enseguida para ayudarme.

    -¿Es que no sabes pedir ayuda? Deja que se encargue el experto.

    Me sonrió y levantó el pesado bulto como si estuviese lleno de plumas. Me pareció gracioso que me permitiese enfrentarme contra diversos animales pero que no me creyese capaz de cargar con una simple maleta.

    Antes de irnos, decidieron recorrer la casa como ritual de despedida. Yo salí y me acomodé en el interior del coche patrulla de Charlie. Carlisle había decidido dejar los coches en Forks por ahora, por lo que el equipaje y todos nosotros iríamos repartidos entre el coche de Charlie y el todoterreno de Emmett. Sam, a quien vi venir desde lejos, se ofreció a llevarlo. Me saludó con la mano al pasar a mi lado y entró en la casa.

    Por fin fueron saliendo y ocupando su lugar en los coches. Conmigo subieron, además de Charlie, mis padres y Jasper. Algo me decía que la presencia de este último era debida a mi intranquilidad. Mi madre ocupó el asiento del copiloto mientras que mi padre y mi tío me flanquearon.

    Al tiempo que nos alejábamos, todos se giraban para mirar con tristeza a la enorme casa blanca. Yo, sin embargo, tenía la vista fija en la carretera y la mente puesta en todo lo que me esperaba de ahí en adelante. Era consciente de que el comienzo no iba a ser ni mucho menos fácil. Se avecinaban días complicados en los que la memoria me iba a jugar muchas malas pasadas. Sabía que me iba a costar mucho esfuerzo y muchas lágrimas habituarme a esa nueva vida, pero estaba segura de que, una vez superado ese periodo, todo sería mucho mejor.

    Deseé que el tiempo pasase lo más rápidamente posible.

    Un buen motivo de esperanza fue que llegásemos al aeropuerto de Seattle mucho más deprisa de lo que me temía. Empezamos a bajar el equipaje ante las miradas curiosas de todos aquellos que se encontraban a nuestro alrededor. Nuestro físico, extremadamente llamativo, nos impedía pasar desapercibidos allá donde fuésemos. Entraron todos juntos y felices, charlando animadamente. Yo me rezagué unos metros. Andaba tras ellos como si fuese una autómata, arrastrando mi maleta. Pude ver con el rabillo del ojo como un grupo de chicos me miraban con atrevimiento. Uno de ellos, alto y fornido, se percató de mi mirada y se atrevió a guiñarme un ojo. Aparté la vista rápidamente. Nunca había tenido contacto con nadie que no formase parte de mi entorno habitual y éste no era el momento adecuado para cambiar este hecho, por lo que aceleré el paso y traté de alcanzar al resto.

    Mientras esperábamos a que saliese nuestro vuelo, mi familia seguía con sus conversaciones y sus risas. Me senté en uno de esos incómodos sillones malolientes, intentando mantener a raya a mi cerebro, que insistía en recordarme a la única persona en quien me negaba a pensar, empeñado en no ponerme las cosas fáciles ya desde el primer momento. Miré a todos lados, tratando de prestar atención a cualquiera de las conversaciones para distraerme del creciente dolor de las puñaladas, que amenazaban con desgajarme en cualquier momento. Carlisle, Jasper y Emmett habían ido a facturar el equipaje. Mi padre hablaba con Sam sobre anécdotas del pasado. No me pareció el tema más apropiado. Esme, Rosalie y Alice hacían planes de compra para cuando llegásemos. Demasiado aburrido. Mi madre y Charlie intentaban ponerse de acuerdo con el asunto de las llamadas y las visitas. Pero ella no parecía estar prestando mucha atención a lo que se decían. No solo por la tristeza que se derramaba de forma imparable sobre ella, sino porque se pasaba la mayor parte del tiempo mirando por encima del hombro del abuelo en dirección a la entrada. Como si estuviese esperando a alguien. Y yo sabía a quién era. Lo sabía de sobra.

    Me revolví incómoda en el asiento y decidí que lo mejor sería coger el reproductor y desconectar escuchando un poco de música.

    Al girarme para buscar mi bolso, mis ojos se toparon con una mirada hirientemente familiar. Los cerré con fuerza intentando hacer desaparecer la visión. En verdad me estaba volviendo loca. O no… Todas las voces a mí alrededor se fueron apagando poco a poco, como indicativo de que lo que había creído ver era real. Estaba cuerda aún. Total y desesperadamente cuerda. Una cálida presencia se detuvo a mi lado y sentí cómo una de sus manos acariciaba mi pelo. Aún con los ojos cerrados di un respingo y me alejé de él.

    -Apártate de ella- oí decir a mi padre entre dientes.

    -Edward, sólo ha venido a despedirse.

    Mi madre tenía la voz calmada. Parecía casi feliz.

    -Lo único que ha venido a hacer es aún más daño.

    -No tengo intención de hacerle daño a nadie-su voz me golpeó como un mazazo, por lo que su disculpa quedó invalidada-. Bella tiene razón. Sólo quiero despedirme… Y disculparme.

    -¿Disculparte?- preguntó Rosalie con indignación-. Es un poco tarde para andarse con disculpas, ¿no crees?

    Mi madre volvió a mediar.

    -Sólo quiere hablar con ella-su fría mano agarró la mía-. Renesmee, por favor, dale una oportunidad.

    Volví a notar su presencia a mi lado. Su calor me hería. Luchaba a muerte contra mí misma para reprimir las ganas de montar un berrinche, a pesar de que eso era lo que más me apetecía hacer en ese momento. La mano de mi madre fue sustituida por una más caliente. Intenté soltarme, pero no pude. Seguía con los ojos cerrados y no los abrí ni siquiera cuando advertí que estaba siendo arrastrada. Cuando nos detuvimos, sus brazos se cerraron alrededor de mi cintura y me atrajeron hacia él. Entreabrí los párpados y fijé la vista en sus desgastadas zapatillas para evitar verle la cara.

    -Suéltame.

    Fue más un siseo que una orden. Él me apretó aún más cuando empecé a forcejear para escaparme.

    -Lo cierto es que no sé por qué te he traído lejos de tu familia- se carcajeó a la vez que ignoraba mi petición-, sé de sobra que pueden oírme igual que si tuviesen las orejas pegadas a mi boca-hizo una pausa y sus brazos me apretaron con más fuerza aún-. No tengo la menor intención de dejarte ir, así que deja de intentarlo.

    Sin prestar atención a sus palabras, empleé todas mis fuerzas tratando de deshacerme de su abrazo. Pero no servía de nada. Sus enormes brazos seguían aprisionándome y él parecía no inmutarse de mi esfuerzo. Clavé mis uñas en su piel intentando herirle. Nada. Entonces él inclinó la cabeza para poner su mirada a la altura de la mía. Inevitablemente le miré y su expresión logró exasperarme más si es que era posible. Estaba sonriendo. ¡Sonreía! ¿Cómo podía ser tan cínico?

    -¿Es que no me has oído? No voy a soltarte hasta que me hayas escuchado.

    -Te he oído perfectamente. Y ahora escúchame tú a mí-hice acopio de toda la rabia que tenía dentro y le miré desafiante-. No tengo nada que hablar contigo. Así que suéltame y sal de mi vida para siempre.

    Su sonrisa desapareció.

    -Está bien. Si eso es lo que quieres lo haré. Pero necesito que me des una razón convincente.

    -¿Quieres una razón convincente? De acuerdo. A ver qué te parece ésta.

    Tragué saliva y me armé de valor. No tenía que mostrar ningún tipo de debilidad. Mi voz debía sonar segura, fuerte y clara.

    -Te odio, Jacob-hasta yo me sorprendí al oírme. De no haber sido por el crujido que noté en mi pecho yo también me lo habría creído. Pronuncié la frase con seguridad, separando las palabras como si cada una formase una frase diferente. Lástima que yo no estuviese tan convencida como mi voz. Aun así, surtió el efecto deseado y me soltó. Su rostro se contrajo, preso de un intenso dolor.

    -Eso no es cierto. No puede serlo.

    -¿Acaso te parece que esté mintiendo?-decidí seguir hurgando en su herida al mismo tiempo que agrandaba la mía-. Eres lo peor que me ha ocurrido en la vida. Ojalá nunca nos hubiésemos conocido.

    Agitó la cabeza. Una enorme lágrima rodó por su mejilla y fue a morir a su cuello mientras todo su cuerpo temblaba. Se dio la vuelta y, sin decir una sola palabra más, salió corriendo a toda velocidad. A demasiada teniendo en cuenta cómo todo el mundo se giraba a su paso para mirarle con asombro.

    Justo en ese momento me derrumbé. Caí al suelo rota en mil pedazos y rogándole a mi consciencia que me concediera un instante de tregua. Pero continué despierta, viendo cómo mi padre me levantaba y me apretaba contra sí mismo y cómo casi toda mi familia me rodeaba mirándome con ansiedad. Casi toda. Mi madre no estaba. El dolor se intensificó cuando comprendí que había ido tras él. ¿Por qué me hacía eso? ¿Por qué se lo hacía a mi padre? ¿Tan poco le importábamos? Una idea me hizo echarme a temblar aterrorizada. ¿Y si se había escapado con él?

    -No pienses eso-me pidió mi padre al oído-. Te estás equivocando, Nessie.

    No pude contestarle. Al menos algo me salió bien y me desmayé. Lo siguiente que recuerdo es ir por el túnel de embarque en los brazos de mi padre. Me sonrió y apretó sus fríos labios contra mi frente.

    -¿Estás mejor?-asentí débilmente-. Me alegro… ¿Sabes? He tenido que mentir diciendo que te has desmayado a causa de tu fobia a volar para que nos dejasen subir contigo así. Espero que las azafatas no te incomoden demasiado.

    Se rió abiertamente. Parecía estar pasándoselo en grande. Y su diversión aumentó cuando, una vez que estuvimos acomodados en el interior del avión, no cesaron de acudir las susodichas azafatas para ver si todo iba bien.

    Miré en torno a nosotros para ver qué hacía el resto de mi familia. Todos parecían felices… Menos mi madre que, sentada al otro lado de mi padre, miraba pensativa al asiento de delante. Me pregunté si estaría pensando en él. Tenía suerte de que mi padre no pudiese entrar en su cabeza, de lo contrario… La cantarina risa de Alice desvió mi atención hacia ella.
    ¿Ya podría ver mi futuro? Mi padre empujó con delicadeza mi cabeza contra su hombro.

    -Duerme un poco, te vendrá bien.

    Yo volví a incorporarme. No tenía sueño. Miré por la ventanilla mientras el avión se ponía en marcha. Un rápido movimiento en la arboleda situada en uno de los lados del aeropuerto llamó mi atención. Escondido entre la maleza, pude ver un gran lobo rojizo mirando en nuestra dirección. Mi padre se inclinó sobre mí y bajó la persiana.
     
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    Temarii Juuzou

    Temarii Juuzou Maestre

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    Amiga, escribes mucho, prefiero poner me gusta a todo y luego leerlo de poco en poco.
    No me gusta mucho Crepusculo, los libros me aburrierón, pero tu historia es hermosa, me facinó.
    Espero ese no sea el final, pues esta interesante.
    Nada más cuida la ortografía y uasa guión largo para los dialogos. Otro tip, te recomiendo que dejes espacio por parrafó y dialogo para que sea más facil de leer.
    Sin más que decir, avisame del conti, espero te sirvan mis consejos para el futuro :p
     
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    LadyWitheRose

    LadyWitheRose Usuario común

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    Hola
    me paso por aqui y me lei tu historia :)
    Es muy largo como me gustan :D
    pero bueno dejame decirte que me gusta la forma en que redactas todo, la forma en que describes las cosas haces
    que el lector se adentre en la trama, eso si ten cuidadito con algunos errores :) nad agraves y aveces me confundo cuando leo por que
    esta todo muy junto... pero de ahi en fuera todo bien :)
     
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    AnnaClearwater

    AnnaClearwater Iniciado

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    Cuando los taxis se detuvieron frente a la que iba a ser nuestra nueva casa, me quedé helada. Era una réplica exacta de la que teníamos en Forks, con la única diferencia de que ésta tenía las paredes exteriores de madera. Así que a eso se debían los continuos viajes de Carlisle. Había estado comprobando que la casa se estuviese construyendo tal y como él quería.

    Mi padre me ayudó a trasladar mi equipaje hasta mi nueva habitación. Todo el interior era idéntico. El amplio salón con sus sillones blancos, la enorme escalera de caracol, la elegante decoración… Hasta los cuadros, las alfombras y las cortinas parecían haber sido clonados. También mi cuarto, como ya imaginaba, era exactamente igual que el anterior hasta en el más mínimo detalle. Sobra mencionar que también se encontraba en el mismo lugar. Tercer piso, última habitación del pasillo.

    -Queríamos que el cambio resultara lo más fácil posible para ti-me dijo mi padre cuando entramos-. Y al menos mientras estés en casa, será como si nada hubiese cambiado.
    Precisamente ahí radicaba el problema. Todo habría sido más fácil si todo hubiera sido diferente. Le abracé como modo de agradecimiento mientras intentaba desterrar ese pensamiento.

    -Podemos reformar tu cuarto si eso va a hacer que te sientas mejor.

    Era de esperar que mi intento fracasaría. Forcé una sonrisa y recorrí la estancia con los ojos tratando de parecer satisfecha.

    -No, está bien así, de verdad. Me resulta todo más… familiar. Al menos no tendré que preocuparme de dónde está cada cosa.

    -Nessie, sólo queremos lo mejor para ti.

    -Lo mejor para mí es estar donde estéis vosotros.

    Volvió a abrazarme.

    -¿Por qué no te echas un rato y descansas? Seguro que te levantas de mejor humor.

    -Sí, creo que me vendría bien dormir un poco.

    Cuando me quedé sola, apilé mi equipaje en una esquina y me tumbé en la cama sobre la colcha. Volví a observarlo todo. Era como si realmente siguiese en Forks.
    Di cientos de vueltas intentando conciliar el sueño. Al final volví a levantarme y opté por ponerme a deshacer la maleta. Me tomé mi tiempo para ordenar cada prenda, primero por temporada y luego por colores. Hice lo mismo con mis libros y discos, los cuales ordené por preferencia y después por orden alfabético, así como con el resto de mis pertenencias. No había querido traer ninguna foto. Ya tenía bastante con lo que mi cerebro me mostraba. No necesitaba, ni quería, ningún otro modo de recordar y, por tanto, de sufrir.

    Al ir a guardar uno de mis múltiples bolsos, algo cayó al suelo. Me agaché para recogerlo y sentí como si me hubiesen pateado el estómago cuando reconocí la pequeña pulsera que Jacob me regaló en mis primeras Navidades.

    Y todo volvió a empezar de nuevo. Las puñaladas, el llanto, los temblores… Sobreponerme no iba a ser fácil ni de lejos.

    Traté de serenarme todo lo que pude y, cuando estuve más o menos tranquila, guardé la pulsera en uno de los cajones del tocador y decidí salir a dar una vuelta por los alrededores para conocer la zona y, de paso, despejarme.

    En el piso de abajo, todo el mundo seguía desembalando y ordenando. Con el tono de voz más calmado que logré poner, les informé de mis planes. Sus voces se entremezclaron en un enredo de consejos, pero sólo mi madre levantó la vista. Su mirada estaba vacía y en su rostro se atisbaba una profunda tristeza. Con la barbilla temblorosa salí de allí preguntándome si su tristeza sería por mí o por él. Prefería no conocer la respuesta.

    En el exterior descubrí que pasaba un riachuelo justo frente a la casa y que había incluso un puente de piedra que tenía que cruzarse para acceder a ella. No me había fijado en nada de eso cuando llegamos. Un espeso bosque de abetos y tejos primitivos se extendía por los alrededores. Me interné en él olfateando las posibles presas a las que tendríamos que dar caza para saciar nuestra sed. Me llegó con claridad el aroma y los latidos de una pequeña manada de renos. Incluso mi dieta iba a permanecer prácticamente intacta.

    Sentada entre la maleza, con los cincos sentidos puestos en todo lo que me rodeaba, perdí la noción del tiempo. Cuando pude recuperar la consciencia, la oscuridad estaba adueñándose de todo. A lo lejos se oía el sordo murmullo de la ciudad. El resto era silencio. Silencio, oscuridad y una completa soledad. No me habría importado quedarme allí toda la vida de no ser por mi familia. Ellos no debían pagar por mis frustraciones. Y mi desaparición sólo acarrearía un problema más. Además, sería absurdo. En cuanto viesen que no volvía, todos saldrían a buscarme y no les llevaría más que unos minutos encontrarme.

    Durante el camino de vuelta comprobé que estaba más lejos de lo que pensaba. Aceleré el paso pero aun así, cuando llegué era noche cerrada. Entré en casa aguardando la merecida bronca, pero nadie dijo nada. Alice, Jasper, Rosalie y mi padre estaban charlando animadamente. Emmett estaba viendo la tele, mi madre y Esme trasteaban en la cocina y deduje que Carlisle debía de estar en su despacho.

    -Te has perdido el show enana-se carcajeó Emmett sin despegar los ojos de la pantalla-. Tienes provisiones para, por lo menos, los dos próximos años.
    Entré en la cocina y comprendí a qué se refería. Las encimeras estaban repletas de cestas y bandejas con todo tipo de frutas. Y al abrir la nevera la encontré sobrecargada con infinidad de gelatinas de todos los colores y sabores habidos y por haber, varios pasteles, casi todos de chocolate, y al menos cinco tartas de queso. Y yo que pensaba que estas cosas sólo pasaban en las películas…

    -Creo que han venido todos los habitantes de Fairbanks a darnos la bienvenida-me explicó Esme aun sorprendida-. No sé qué vamos a hacer con todo esto. ¿Crees que podrás con todo tú sola?-bromeó-. Es una pena que no esté Jacob, con lo que a él le habría…

    Enmudeció y se mordió el labio inferior en cuanto se percató de mi expresión. A pesar de tener los ojos anegados de lágrimas, pude ver a mi madre mirarme de forma fugaz. Esme se acercó a mí y colocó su mano en mi mejilla.

    -Lo siento, mi vida. De verdad. Soy una bocazas.

    Puse mi mano sobre la suya intentando trasmitirle tranquilidad, pero mi mente se había quedado en blanco. No podía pensar en nada salvo en él. Estaba bloqueada. Retiré rápidamente la mano y salí de la cocina en dirección a mi cuarto. Quería dormir y no pensar en nada durante unas horas. Pero sobre todo, quería estar sola para poder desahogarme y quitarme de encima toda esa angustia que me estaba asfixiando. Y así se lo hice saber a mi padre.

    Antes de entrar en mi habitación pasé por el cuarto de baño. Me miré en el espejo. Tenía unas horribles ojeras causadas por la sed y la falta de sueño. Pasé una mano por mi pelo intentando desenredarlo con los dedos. E incluso ese estúpido y nimio gesto me recordó a él. Siempre le había maravillado mi pelo. No podía ni sanearme las puntas sin consultárselo primero. Podía pasarse horas con sus manos perdidas en él. Al menos había algo de mí que le gustaba de verdad, pensé. Y ya estaba otra vez llorando. No podía ser. No quería nada que pudiese recordármelo.

    Abrí el armario y cogí el bolso donde Rosalie guardaba sus utensilios de peluquería. Saqué las tijeras, me coloqué de nuevo frente al espejo y no lo dudé ni medio segundo. Los largos mechones comenzaron a caer. Pronto todo el suelo estuvo cubierto por una alfombra de pelo. Intenté hacerlo lo mejor que pude, pero la peluquería no era lo mío. Me sequé las lágrimas para poder verme mejor. Me sorprendió mi enorme parecido con Alice. Ahora tenía el pelo sólo unos centímetros más largo que ella, cerca de la barbilla. Lo alisé con los dedos. Recogí y limpié todo y me fui a acostar.

    A la mañana siguiente todos se quedaron boquiabiertos cuando me vieron aparecer en el salón.

    -¿Qué has hecho?-me preguntó Rosalie llevándose una mano a la boca.

    Mis padres y Esme me observaban con los ojos dilatados, Carlisle y Jasper intentaban aparentar normalidad. Sólo Alice y Emmett parecían encantados con mi nuevo aspecto.

    -Pues yo pienso que le sienta genial-dijo ella con total sinceridad-. Pero tienes que igualarle un poco las puntas, Rose.

    -¡Cállate!-explotó ésta mirándola como si se hubiese vuelto loca. Alice se encogió de hombros y me sonrió acentuando aún más sus rasgos de duende-. ¿Por qué lo has hecho?

    -Necesitaba un cambio-murmuré sin atreverme a mirarla.

    -¿En serio? ¿Necesitabas un cambio? ¡Pero es que…!

    -Oye, Rosa, no te pongas histérica-la interrumpió Emmett-. Sólo ha sido un corte de pelo.

    -¡No! ¡No ha sido sólo eso!-estaba realmente enfadada. Miró a mi padre y luego volvió a fijar sus ojos en mí-. Ha sido por él.

    No era una pregunta. Todos paseaban sus ojos de ella a mí como si estuviesen viendo un partido de tenis. Se acercó a mí y colocó ambas manos en mis hombros. Tragó saliva e inspiró profundamente, Supuse que para calmarse.

    -¿Ha sido por él?

    Esta vez sí percibí el tono interrogativo. Parecía haberse tranquilizado, pero ahora era yo quien estaba repentinamente cabreada. Me quité sus manos de encima y la miré con furia.

    -¿¡Y eso qué más da!?- grité-¿Qué diablos importa ya? ¿Qué importa lo que haga por él? Él no está. ¡No está!

    Miré a mi madre cuando pronuncié esa última frase, pero ella miraba al suelo con gesto ausente.

    -¡Cálmate!-me pidió mi padre acercándose a mí. Yo me aparté impidiéndole tocarme-. No pasa nada. El pelo crece y…

    -¡Me importa un comino mi pelo!-empecé a notar como una repentina sensación de paz me invadía y luché para intentar sacudírmela de encima-. ¡Para ya, Jasper!

    Él frunció los labios cuando le miré y la paz se evaporó. Moví la cabeza y salí de casa alcanzando una velocidad que nunca antes había logrado.

    Me adentré en el bosque y corrí sin parar hasta llegar al mismo lugar donde había estado la tarde anterior. El arbusto sobre el que había estado sentada aún estaba doblado, por lo que me tumbé en el suelo y apoyé la cabeza en unas ramas cubiertas de múltiples hojas, colocadas de tal forma que se adaptaban perfectamente a su contorno. Recogí las piernas y las apreté contra el pecho, abrazándolas con fuerza, y di rienda suelta a mis emociones. Los recuerdos y el dolor causado por éstos me golpeaban sin piedad, atenazando cada uno de mis músculos y dificultándome la respiración.

    En algún momento debí de perder la consciencia o de quedarme dormida. No sé cuántas horas permanecí en ese estado. Sólo sé que cuando volví a abrir los ojos estaba en mi cama y era de noche… O quizá es que la persiana estaba bajada.




    Las semanas pasaban y mi estado de ánimo seguía sin mejorar. Me recordaba a la descripción que hizo mi madre de sí misma cuando mi padre desapareció de su vida. Al igual que ella, yo también me arrastraba de un lugar a otro sin molestarme casi ni en levantar los pies del suelo. Como si fuese el fantasma de un fantasma. No me apetecía hacer nada y no había nada que me alegrase.

    Además, había otra cosa que me aplomaba aún más. Me avergonzaba y me apenaba a partes iguales mi comportamiento hacia mi familia. Ellos no se merecían cargar con mi mal humor. Y cómo este era inevitable, intentaba pasar sola el mayor tiempo posible.

    A mi ya depresiva situación se le unía el tener que ver cómo se habían deteriorado las cosas entre mi madre y yo. Desde nuestra llegada a Fairbanks, ella seguía refugiada en su propia tristeza y apenas me dirigía la palabra. Yo prácticamente ni la miraba. Cada vez que lo hacía era como si sobre su cabeza llevase un enorme letrero luminoso recordándome que era a ella a quien quería Jacob. Sabía de sobra que no era culpa suya, que la única persona que había provocado todo esto era él y que mi madre era tan víctima como yo. Pero no lo podía evitar. Esta vez mi conducta egoísta no tenía excusas.

    Obviamente, quien peor lo estaba pasando con todo esto era mi padre. Intentó por todos los medios solucionar la situación. Pero nada de lo que hacía servía de mucho. Yo me planteaba cada noche cambiar de actitud, pero al día siguiente volvía a ser incapaz de enfrentarme a ella.

    Una de esas noches mi padre entró en mi habitación, como de costumbre. Lo que no fue como lo acostumbrado es que, en lugar de tumbarse a mi lado, permaneció de pie y en silencio. Sólo fueron unos segundos, pero a mí me parecieron horas. Finalmente hizo algo que me sorprendió tanto como me asustó. Con paso firme se dirigió al baúl de madera. Lo abrió y sacó de allí mi desgastada mochila de cuero. Se acercó a mi lado y la depositó sobre mi regazo. No supe cómo reaccionar. Había sido descubierta y ya sólo me quedaba esperar la más que merecida regañina.

    -No apoyo esto en absoluto-empezó a decir. Parecía contrariado-. Lo que has hecho no está bien. Pero está aún peor el modo en el que se están desarrollando los acontecimientos. Nessie, tu madre lo está pasando casi peor que tú-sonreí con sarcasmo. ¿Acaso era posible q eso fuera cierto? Sinceramente, lo dudaba-. No seas egoísta, por favor. Créeme. Está tan desbordada por todo esto como tú. Es probable que incluso más- quise protestar, pero se sentó a mi lado y colocó su dedo índice sobre mis labios-. Deja que te lo explique, ¿sí? Ella sabe algo que prometió no contarte. Y ahora se está debatiendo entre mantener su promesa o recuperarte.

    -¿Recuperarme?-pregunté extrañada.

    -Ella piensa que te ha perdido. Y sinceramente, eso es lo que parece.

    -¡Pero eso es estúpido! No me ha perdido. Es sólo que yo… Yo no sé cómo…

    Las lágrimas me impidieron hablar por enésima vez. Me sentía horriblemente culpable. Lo único que sabía hacer en los últimos tiempos era daño. Daño y más daño. Mi padre retomó su tradición y, dejando la mochila en el suelo, se tumbó a mi lado y me acunó. Ya había descubierto los diarios, con lo cual ya no tenía nada que perder. Apreté mi mano contra su marmóreo brazo y le mostré lo que había leído y todo lo que había acarreado dicha lectura. Cuando terminé, él se incorporó hasta quedar sentado conmigo entre sus brazos e inclinó la cabeza hasta que nuestros ojos estuvieron a la misma altura.

    -Insisto en que no voy a defender que hayas leído los diarios de tu madre. Es algo que no deberías haber hecho. Aunque debo admitir que hemos estado ocultándote cosas que tendríamos que haberte revelado hace mucho. Pero hija, has entendido las cosas mal- torcí el gesto. Eso ya lo había oído. Y le encontraba tanto sentido ahora como la primera vez que me lo dijo-. Al igual que tu madre, yo también prometí no contarte nada. Y no voy a romper mi promesa, pero-esbozó una sonrisa-… ¿Recuerdas cuando te pedí que no te parases ahí, que siguieras avanzando? En ese momento no me comprendiste, pero…

    -Te referías a los diarios.

    En cuanto terminé su frase me sentí como una idiota. ¿Cómo había podido creer que mi padre no iba a descubrir lo que me traía entre manos? Aunque fuera de forma inconsciente, los diarios siempre habían estado en mi cabeza. Era sólo cuestión de tiempo que me pillase.

    -¿Estás pidiéndome que siga leyendo?

    -Exactamente eso-le miré con incredulidad y no muy convencida de haberle entendido bien-. No te preocupes, los dos vamos a salir bien de esto. Yo mantendré mi promesa intacta y tú…-su preciosa sonrisa traviesa se ensanchó logrando convencerme-. Bueno. Ya lo sabrás.

    Me besó en la frente y se levantó. Pero algo me inquietaba aún.

    -Oye, papá…

    -Tranquila. Tu madre no sabe nada y no voy a decírselo. Ahora duérmete y descansa.
    Mañana tienes cosas que hacer.

    En cuanto cerró la puerta cogí la mochila. Le oí reírse en el pasillo. Debería haber sabido que no iba a dormirme después de lo que me acababa de decir.

    Cogí el tercer libro y lo examiné detenidamente. Pasé las páginas muy despacio hasta llegar hasta donde lo había dejado. La parte de la “imprimación”. Un escalofrío sacudió mi cuerpo cuando recordé aquel día. Muchas cosas habían cambiado desde entonces. Después de pensármelo un instante, comencé a leer.

    Las náuseas me obligaban a pararme cada vez que aparecía su nombre.

    Leí lo de la inquietante ola de asesinatos y desapariciones en Seattle y cómo mi madre logró relacionar al asesino con quien había entrado en su cuarto y se había llevado parte de su ropa. Era de esperar que la identidad de éste no fuera otra que la de Victoria, que estaba reuniendo un numeroso grupo de neófitos para enfrentarse a mi familia y poder acabar con la vida de mi madre.

    Jasper trazó un plan en el que contó con la ayuda de los licántropos, y ella tuvo que repartir su aroma por el bosque para guiar y confundir a Victoria y sus secuaces.

    La noche anterior a la batalla que enfrentaría a mi familia y al ejército de neófitos, la pasó en el interior de una tienda de campaña junta a mi padre y a… él, compartiendo el saco de dormir con este último para combatir el intenso frío del exterior.

    Otra arcada.

    Hubo otra discusión más entre él y mi padre y acabó por marcharse de la tienda. Cuando estuvieron a solas, mis padres comenzaron a hablar sobre los mejores momentos que habían pasado desde que se conocieron y mencionaron el tema de su boda. Fuera se oyó un doloroso aullido y mi madre comprendió que no estaban solos y que su mejor amigo –e imprimado- había estado escuchando toda la conversación. Él huyó y ella le pidió a mi padre que fuese a buscarle. Necesitaba disculparse. Cuando regresó estuvieron hablando y…

    Lo que leí a continuación se encargó de asestarme la última puñalada mortal.

    ¿Por qué mi padre quería que leyese esto? ¿Qué ganaba él haciéndome saber que mi madre también le amaba? ¿Es que todo el mundo estaba empeñado en hacerme sufrir?

    Desbordada por la angustia, no pude reprimir un grito de dolor mientras arrojaba el libro con todas mis fuerzas. Éste fue a chocar contra el armario, haciendo que el espejo de la puerta saltase por los aires en mil trocitos.

    ¡Hala! Siete años más de mala suerte. Como si no tuviese ya suficiente.

    Un instante después tenía a mi padre en la habitación. En menos de un segundo logró esconder los diarios, incluido el que yo había tirado, y correr a consolarme. Justo en el momento en que llegó junto a mí, todos los demás miembros de mi familia acudieron para ver qué había ocurrido.

    Mi madre me observaba desde la puerta. De no haber sido un vampiro, estoy segura de que se habría desmayado. Mi padre siguió la trayectoria de mi mirada.

    -Sacad a Bella de aquí y marchaos.

    Todos fueron saliendo mientras yo volvía a sollozar y a intentar deshacerme de sus brazos.

    -Nessie, por favor, escúchame. Has vuelto a equivocarte. No te has…

    -Déjame sola-le imploré-. Vete y llévate los malditos diarios.

    -Hija, escúchame.

    -¡No! ¡Vete! Por favor, vete y llévatelos. No necesito saber nada más. No quiero saber nada más.

    Finalmente me soltó. Abrió la puerta destrozada del armario y cogió la mochila. Me miró unos segundos con una desgarradora tristeza antes de salir y cerrar.

    Pasé la noche en vela, llorando y suplicándole al olvido que se lo llevase consigo, que le hiciese desaparecer.

    Mi estado pasó del depresivo al prácticamente catatónico. No hablaba con nadie, apenas comía, apenas dormía… Sólo podía llorar. Siempre intentaba que no me viesen, por lo que me pasaba el día perdida en el bosque, independientemente de si llovía o hacía sol. Ni siquiera las bromas de Emmett, con las que tanto me había reído siempre, conseguían arrancarme una minúscula sonrisa.

    Era como si estuviese muerta en vida.

    Mi humor no mejoró ni con la visita de todo el clan de Denali, al que se les había unido Garrett. Mi cumpleaños se acercaba y decidieron quedarse para ayudar con los preparativos. Insistían en que una gran fiesta me levantaría el ánimo.

    Como si fuese tan sencillo.
     
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    Pero Kate y el resto no fueron los únicos en honrarnos con su visita. Una mañana, apenas dos días antes de mi cumpleaños, cuando me disponía a salir de caza, llamaron al timbre. Al abrir la puerta me encontré con alguien a quien recordaba de algo, pero no estaba segura de qué. Sus pequeños y profundos ojos negros me resultaban extrañamente familiares. Llevaba una larga melena suelta y el viento se la despeinaba. Él me examinó con la misma curiosidad.

    -Me alegro de volver a verte-la voz de mi padre a mi espalda me sorprendió-. No te quedes ahí, Nahuel. Pasa y ponte cómodo. Estás en tu casa.

    ¡Nahuel! Claro, por eso me sonaba tanto. Era el chico indígena con mi misma naturaleza. Me miró y me dedicó una cálida sonrisa cuando comprendió que le había reconocido. Los tres fuimos al salón, donde nos acomodamos en el amplio sofá blanco.

    -¿A qué debemos tu visita?

    -Pasé por Forks a saludaros y allí me informaron de que os habíais mudado de residencia. El jefe Swan me facilitó vuestra nueva dirección-me estremecí al recordar al abuelo. Tenía tantas ganas de verle… Mi padre apretó mi mano-. También me dijo que va a ser el cumpleaños de Renesmee- volvió a sonreírme-, así puedo aprovechar para felicitarte.

    -A propósito de eso, vamos a celebrar una fiesta y nos halagaría mucho que te quedases.

    El chico sonrió complacido ante la invitación y yo maldije las ganas que tenían todos de celebrar esa estúpida fiesta.

    -¿Y cómo fue que os mudasteis?-preguntó.

    -Llevábamos más tiempo de la cuenta allí. Demasiado, me atrevería a decir. Y decidimos que ya era hora de cambiar de lugar. La gente estaba empezando a sospechar. A Carlisle incluso llegaron a insinuarle un pacto con el diablo.

    Ambos intercambiaron sendas miradas llenas de ironía y se carcajearon ante el comentario.

    -Debió de ser duro dejar atrás toda una época, ¿no? Sobre todo para ti, Renesmee, que has vivido allí desde siempre.

    Asentí, aún en silencio, y miré a mi padre, que continuó hablando.

    -Fue muy difícil para todos. Hemos dejado allí muchos recuerdos y a gente muy querida. Pero era un paso que antes o después estábamos obligados a dar. De todos modos, seguimos en contacto con ellos. Es más, irán llegando durante los próximos días para poder pasar aquí el cumpleaños de Renesmee.

    -Hablando de amigos, ¿qué pasó con la alianza que os unía a los lobos? ¿Se mantiene o sólo fue para amedrentar a los Vulturis?

    Mi corazón se detuvo durante una fracción de segundo al volver a recordarle. Mi padre aumentó la presión que ejercía sobre mi mano. Luché por sacarle de mi cabeza una vez más y traté de seguir el hilo de la conversación.

    -Se mantiene. Los chicos de la manada se convirtieron casi como en hermanos para nosotros. Les debemos mucho-Nahuel asintió-. Por cierto, ¿Qué pasó con tu familia? Creo recordar que Aro te avisó de que iban a pasarse por tu poblado para resolver el problema con tu padre.

    El chico arrugó el rostro y una sombra oscureció aún más sus ojos.

    -Y así fue. Unos meses después de que mi tía y yo regresásemos a casa tras ayudaros con el asunto de los Vulturis, la diablesa de pelo rubio y el otro alto y fornido llegaron allí acompañados por otros dos encapuchados a los que no pude reconocer, y pidieron ver a mi padre-sin duda se refería a Jane y Félix. Los otros dos serian seguramente Alec y Demetri-. No sé si fue o no fruto de la casualidad, pero aquel día mi padre había ido a visitarme. Nunca perdió la esperanza de que me fuese a vivir con él y con mis hermanas, una de las cuales llevaba unos meses viviendo conmigo y con mi tía.

    >>Los Vulturis pidieron verle y él, creyendo que se trataba de otro tipo de visita, se vistió con sus mejores ropajes y salió a recibirles.

    >>Ni siquiera le dejaron hablar. El alto y los otros dos se lanzaron sobre él y, antes de que pudiera reaccionar, lo despedazaron e incineraron sus restos. No pude hacer nada. Intenté defenderle, pero un intenso dolor me hizo arrojarme al suelo cuando la chica rubia me miró, Era como si me estuviesen ardiendo las entrañas. Temí por la vida de mi hermana, pero desparecieron enseguida sin ni siquiera detenerse a mirarla.

    Mi respiración se entrecortó. Si él no hubiese tenido que presentarse como prueba de que yo no suponía ningún tipo de problema para el resto de los vampiros, nada de eso habría pasado. Su padre había muerto por mi culpa. ¿Y si el verdadero motivo de su visita era vengarse? Era poco probable. Mi padre lo sabría. Pude ver cómo la mandíbula de éste se tensaba mientras me echaba un rápido vistazo de reojo, luego volvió a fijar su vista en el chico.

    -Lo siento mucho-masculló.

    Yo me levanté. Sentía la necesidad imperiosa de salir de allí.

    -Voy a dar un paseo-me disculpé-. Vendré pronto.

    -¿Te importa si te acompaño?

    La petición me cogió desprevenida. A pesar de que quería estar sola, habría estado mal negarme. Pero, ¿y si aprovechaba el tenerme a solas para llevar a cabo su venganza? Miré a mi padre, que puso los ojos en blanco y meneó la cabeza con pesadez. Era una forma sutil de decirme que estaba más loca que una cabra. Volví a mirar al chico y me encogí de hombros dedicándole un intento de sonrisa. Él se despidió de mi padre y salió detrás de mí.

    Caminamos en silencio durante mucho rato. Sabía que seguía mis pasos porque oía el crujir de la arena y las hojas bajo sus pies.

    -¿Nessie?... ¿Puedo llamarte así?-me detuve y me volví para mirarle, encogiéndome de hombros otra vez-. No debes sentirte culpable por lo que le ocurrió a mi padre.

    Mis ojos se abrieron de golpe mientras trataba de volver a respirar.

    -¿Es que tú también lees el pensamiento?-balbuceé casi sin voz.

    -No. Yo no poseo ningún tipo de… don especial. Pero he visto la culpabilidad en tus ojos. En realidad, ellos gritan lo que tú intentas callar.

    Desvié mi mirada, incómoda. Él se acercó a mi lado y sujetó mi barbilla, obligándome a mirarle.

    -Nadie se merece tanta tristeza. Mi tía siempre dice que “sólo alguien que ha sufrido por amor, sabe lo que es el verdadero dolor”. Y tú pareces encarnar esa frase a la perfección.

    Me habría gustado poder decirle que no sabía a qué se estaba refiriendo. Sonreírle y decir que todo me iba genial… Pero ni siquiera podía moverme. Cerré los ojos y traté nuevamente de borrar su rostro de mi mente. Inútil. Era como si lo tuviese tatuado en el interior de mis párpados. ¿Era tan obvia mi desesperación? ¿Tanto se me notaba? Colocó su mano sobre mi hombro.

    -Aunque acabamos de conocernos como quien dice, estoy dispuesto a escucharte si quieres hablar.

    -No tengo nada de qué hablar.

    Abrí los ojos. Mi voz estaba rota. Era evidente que no me iba a creer. Solté mi hombro con un leve tirón y emprendí el camino de vuelta a casa.

    En la puerta me encontré con mi madre y con Tanya, que acababan de regresar de una ajetreada mañana de compras y cargaban con decenas de bolsas.

    -¿Va todo bien?-preguntó Tanya con preocupación cuando me vio aparecer con Nahuel siguiéndome a escasos metros. Tanto sus ojos como los de mi madre se paseaban recelosos de uno al otro.

    La ignoré y subí a mi cuarto.

    Una vez más rompí a llorar. No entendía cómo era posible que siguiese teniendo lágrimas cuando lo normal sería que estuviese deshidratada.

    Varios minutos después llamaron a la puerta. Era Nahuel. Lo sabía porque me llegaba el tum tum de su corazón y, además de mí, nadie más allí podría emitir ese sonido. No contesté por lo que, tras insistir un par de veces, oí alejarse sus pasos.

    Me asomé al pasillo para asegurarme de que no había nadie y me fui a la ducha. Antes siempre me había ayudado a relajarme. Pero últimamente ni por esas. El dolor estaba incrustado en mí, acompañándome durante las veinticuatro horas del día, y darme un baño no servía en absoluto para hacerlo desaparecer.

    Cuando regresaba a mi habitación Nahuel se interpuso en mi camino. Me detuve mirando al suelo.

    -Lo siento mucho, Renesmee. No pretendía hacerte daño.

    -Tú no me has hecho nada, Nahuel.

    -Hacerte recordar, según he visto, es hacerte daño. Así que soy culpable de eso-le miré y sentí la paz que emanaba de sus ojos-. Pero sigo pensando que te vendría bien hablar con alguien. Te ayudaría a despojarte de parte de ese dolor.

    -Soy incapaz de hablar de ello-admití-. Prefiero guardármelo y esperar a que se me olvide.

    -Guardártelo no te va a hacer ningún bien.

    -Hablar de ello tampoco.

    -Al menos inténtalo. No vas a perder nada. Y si te decides a hacerlo, sólo tienes que decírmelo.

    Le miré y puse mi mano en su mejilla. Sabía que iba a ser incapaz de hablar, por lo que decidí transmitirle mi agradecimiento por medio de mi pensamiento. Cerró los ojos al sentirlo y colocó una mano sobre la mía. La sujetó y la acercó a sus labios. La solté con delicadeza y seguí caminado.

    Nahuel me hacía sentir bien. Aunque apenas habíamos pasado un par de horas juntos, me habían bastado para notarlo. Su presencia me inspiraba una tranquilidad casi placentera. Era algo parecido a lo que hacía Jazz, sólo que en él era algo natural.

    Quizá pasar más tiempo a su lado me ayudase a recuperar parte de mi ánimo perdido.

    No salí de mi cuarto en todo el día. Me metí en la cama y dormí durante horas y horas. Había acumulado demasiado sueño.

    Me costó una barbaridad situarme cuando al fin me desperté. Estaba totalmente aturdida. Miré el reloj y me sorprendí al descubrir que había estado grogui durante casi un día entero.
    Fuera estaba amaneciendo.

    La garganta me escocía a causa de la sed. Por fortuna, alguien había dejado un vaso de sangre sobre la mesita de noche. Lo cogí y lo vacié de un trago y, aunque me alivió, necesitaba algo más.

    Conseguí vestirme a trompicones y pasé por el cuarto de baño para asearme antes de bajar.

    Decidí buscar a Nahuel y proponerle ir de caza. Esme me indicó que se encontraba con Emmett en el garaje. Supuse que le estaría enseñando nuestra nueva colección de coches.
    Cuando mi tío me vio llegar, corrió a mi encuentro y me rodeó por los hombros guiándome en la dirección contraria. Sabía que no podía luchar contra su desmesurada fuerza, por lo que me dejé llevar.

    -¿Qué haces aquí enana? Se suponía que estabas en tu cuarto y que no ibas a salir, ¿no?

    -Venía a buscar a Nahuel y…

    -¿A Nahuel? Bien, pues vete con él-dijo haciéndole gestos con su brazo libre para que nos siguiera-. Salid a dar una vuelta. Hace un día magnífico.

    Nos despidió y nos cerró la puerta casi en las narices. Se había comportado de un modo extraño. Ni siquiera hacía buen día. El sol apenas había salido y las nubes lo cubrían todo amenazando con empezar a descargar un chaparrón en cualquier momento. Miré a Nahuel y ésta vez fue el quien se encogió de hombros. Rompió a reír y me tomó de la mano mientras paseábamos por el jardín.

    -¿Has cambiado de opinión con respecto a lo de guardarte las cosas?

    -No-dije sacudiendo la cabeza-.Sólo quería saber si te apetecía venir de caza conmigo. O dar un paseo. No sé prácticamente nada sobre ti y me gustaría poder conocerte.

    -Yo tampoco se mucho sobre ti-se detuvo y me miró.

    -Lo sé. Pero yo lo he dicho primero.

    Ambos sonreímos y seguimos caminando.

    -Y bien, ¿qué quieres saber?

    -Me da igual. Cuéntame lo que quieras. Cualquier cosa.

    Empezó a hablarme de su pasado. De Pire, su madre. Murió al darle a luz y se sentía culpable de su muerte. Le comprendía perfectamente. De no ser por la ponzoña de mi padre, mi madre habría corrido la misma suerte. Me habló también de sus hermanas, a las que adoraba. Pero sobre todo me habló de su ti, Huilen. Ella había sido la encargada de cuidarle y protegerle. Él le mordió por accidente y la transformó. Me sorprendió que su mordisco fuese venenoso. Yo no tenía ponzoña. Y me alegraba que así fuese, de lo contrario, habría causado estragos durante mi niñez. Era realmente maravilloso oírle hablar de su tía, sentir el cariño y la admiración que sentía hacia ella.

    Me contó múltiples historias sobre el pequeño poblado en el que vivía junto a Huilen y dos de sus hermanas, en el que les consideraban casi dioses debido a su inmortalidad; también sobre todas las cosas que había vivido y conocido durante sus más de ciento cincuenta años de vida.

    Sólo se había enamorado una vez. Se llamaba Mailen.I y era mortal. Se negó a transformarla por miedo a que su existencia inmortal fuese tan desgraciada como la que él mismo llevaba. Eso me recordó al principio de la relación de mis padres. Nahuel me confesó que cuando ella murió, vivió la peor época de su vida y que alguna que otra vez sintió remordimientos por no haberle concedido la inmortalidad. Aun así, mantenía que habría sido una acción egoísta, por lo que dejar que su vida transcurriese de forma natural, le pareció la decisión más apropiada. Nunca había vuelto a enamorarse e intentaba huir del amor.

    -Aunque él siempre te encuentra-me dijo-.Lo único es que yo he sabido cómo dominar mis sentimientos sin hacerme daño ni hacérselo a nadie.

    -Ojalá pudieses enseñarme a hacerlo

    -Eso no se enseña, Nessie. Se aprende por cuenta propia con el paso de los años. Pero no siempre funciona-bajé los ojos para evitar mirarle. Cuando volvió a hablar, su voz se había vuelto más animada-. Bien, yo ya te he contado todo con respecto a mi vida. Ahora es tu turno.

    -Mi vida no tiene nada interesante. Sólo he vivido ocho años. No tengo nada emocionante que contar.

    -No tienes por qué contarme algo emocionante. Sólo háblame de ti, de tus gustos, de tus aficiones… De cosas normales.

    Le hice un breve resumen. Pero ya se lo había avisado: no había mucho que contar. Pasé por alto la cuestión espinosa y fingí la mejor de mis sonrisas cuando me preguntó si alguna vez me había enamorado.

    -Sólo tengo ocho años-bromeé sin ganas-. Nadie se enamora a esa edad.

    -Te equivocas-le miré alzando una ceja con suspicacia-. La mayoría de los niños normales a tu edad, ya han vivido su primera experiencia amorosa.

    -¿Con ocho años? No creo que entiendan siquiera lo que es eso.

    -Es cierto, no lo entienden. Pero eso no implica que no puedan sentirlo. Y precisamente porque no lo entienden, la persona de la que se enamoran suele ser algo imposible-hizo una pausa-. ¿Has oído hablar de Freud?-asentí. Una vez oí comentar a Emmett que ese tal Freud era un pirado obsesionado con el sexo-. Pues bien, Freud tenía una teoría. Según él, la mayoría de los niños suelen enamorarse de sus padres al ver en ellos la máxima expresión del amor.

    No sabía si eso podía ser cierto o no, Pero si algo sabía con certeza, era que a mí nunca me había pasado. Quería a mi padre. Le adoraba. Pero en el terreno amoroso, aunque no hubiese sido consciente de ello en aquel momento, siempre había habido alguien que lo eclipsaba.

    Lo cierto es que si volvía a enamorarme, en el remoto caso de que eso llegara a pasarme, me gustaría que fuese de alguien como mi padre. Alguien que siempre estuviese protegiéndome, que hiciera que no necesitase nada más si estaba a mi lado. Muchas veces veía cómo miraba a mi madre y deseaba tener a alguien que mostrase la misma devoción hacia mí. Antes, hacía ya tiempo, creí tenerla. Pero no fue más que un espejismo.

    Las heridas de las puñaladas comenzaron a sangrar y traté de pensar en cualquier otra cosa que me ayudase a ignorar el punzante dolor.

    Cuando alcé de nuevo los ojos, Nahuel me miraba de una forma que interpreté como compasiva.

    No sé cuánto tiempo llevaba en silencio.

    -El desamor duele, pero se supera. Ya lo verás.

    -No sé si yo podré hacerlo-confesé-. Estoy metida en un túnel con la salida bloqueada por cientos de rocas.

    -Pues apártalas-me dijo acariciando mi rostro-. Vas a tardar un tiempo en quitarlas todas, pero verás cómo el esfuerzo merece la pena.

    Le sonreí agradecida, pero sin poder darle ni un ápice de credibilidad. Por muchas piedras que quitase, siempre aparecerían otras que las sustituirían. Nunca podría salir al exterior.

    Dejamos lo de la caza para otro momento y decidimos ir a casa a comer. Pasamos el resto de la tarde juntos, hablando, paseando, cazando… Todos estaban encantados de ver cómo mi ánimo había mejorado ínfimamente. Sólo mi madre parecía disconforme. Nos evitaba a ambos y ponía mala cara cada vez que nos veía juntos. Era algo incomprensible. ¿Qué podía tener en contra de Nahuel?

    Esa noche, cuando me metí en la cama, aproveché para comentárselo a mi padre.

    -No sé qué puede pasarle, pero puedo asegurarte que no tiene nada en contra suya.

    -Entonces, ¿por qué le mira así?

    -Se lo preguntaré si quieres. No puedo hacer nada más. Ni puedo decírtelo porque no lo sé-me achuchó y se incorporó después de darme un beso-. Duérmete. Mañana cuando te despiertes, el abuelo Charlie y el resto ya estarán aquí.

    Eso fue lo que me animó a cerrar los ojos y a conciliar el sueño. Estaba deseando ver al abuelo.


    I.<<Princesa>> en lengua mapuche. (N.del A.)
     
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    La claridad me despertó. Entreabrí los ojos y tuve que volver a cerrarlos. Había demasiada luz. Los fui abriendo poco a poco hasta que logré recuperar la visión casi por completo.

    Me senté en el borde de la cama y me estiré.

    -Buenos días, dormilona.

    El corazón no me salió disparado por la boca de pura chiripa. Mis ojos se abrieron tanto que pensé que iban a salirse de sus cuencas.

    No podía creerlo.

    Sentado en el alféizar de la ventana, con una enorme sonrisa, estaba Jacob. Le había crecido el pelo. Ahora le llegaba algo más abajo de la mandíbula.

    Se levantó y dio un par de pasos en mi dirección. Yo también me incorporé, adoptando una actitud defensiva. Dio un paso más. Apreté los dientes y achiqué mis ojos, con la respiración acelerada y el corazón a punto de estallar.

    -No se te ocurra acercarte ni un solo paso más-le amenacé con un gruñido.

    -Ness, yo sólo…

    -Ni un paso más. Aléjate.

    Me acerqué con cuidado al armario y, antes de que pudiese pestañear un par de veces, cogí ropa limpia y mi neceser y volé al cuarto de baño.

    Tuve que sentarme en el suelo, con la cabeza apoyada en mis rodillas, para recuperar el control antes de meterme en la ducha.

    A pesar de que me moría de ganas de bajar y poder saludarles a todos, especialmente a Charlie, no quería encontrarme con él. Creí que en el aeropuerto le había quedado claro que esperaba no volver a verle nunca más.

    Olvidaba lo persistente que podía llegar a ser.

    Tardé mucho más de lo normal en vestirme y arreglarme el pelo. Incluso me maquillé un poco. Me esmeré demasiado en recoger y limpiar el baño. Pero finalmente no hubo nada más que hacer allí dentro, y no me quedó más remedio que salir y bajar.

    Todos habían llegado. Charlie con Sue y Seth; Jared, Quil, Embry, Paul y Rachel; Sam y Emily; y también Billy.

    Me lancé a los brazos de Charlie, que me abrazó con tanta fuerza que me dejó casi sin respiración.

    -¡Pequeña! Estás realmente preciosa. Deja que te vea-me apartó un poco para observarme y volvió a estrujarme-.Tenía tantas ganas de verte… ¡Oh! Casi se me olvida. ¡Muchas felicidades!

    -Gracias abuelo. Yo también tenía muchas ganas de verte.

    Cuando Charlie por fin me liberó, fui saludando al resto y recibiendo sus felicitaciones. Luego llegó el turno de nuestros amigos de Denali y, por último, el de mi familia. Mi madre fue la última en acercarse. Me abrazó. Yo mantuve los brazos pegados a mi cuerpo.

    -Felicidades, cielo.

    Le contesté con un inexpresivo gracias y me metí en la cocina en busca de algo para desayunar.

    -Creo que sólo falto yo por felicitarte.

    Me giré para encontrarme con la siempre amable sonrisa de Nahuel.

    -Sí, creo que sí.

    -Pues…-se acercó a mí y me abrazó-. Muchas felicidades.

    -Gracias, Nahuel.

    -¿Qué tienes pensado hacer? Es tu día especial.

    -Pues no lo he pensado. Pero, si te soy sincera, no tengo muchas ganas de jaleo ahora mismo.

    -¿Quieres que vayamos a dar uno de nuestros paseos?

    Acepté. Me pareció una buena forma de aliviar la tensión. Además, también me serviría para estar alejada de Jacob, que nos miró con las pupilas dilatadas cuando pasamos a su lado y salimos a la calle.

    Cada segundo que pasaba junto a mi nuevo amigo hacía más fácil el hecho de desconectar del mundo de tristeza y soledad en el que me había sumido. Él conseguía hacerme ver las cosas desde una perspectiva más optimista.

    Pero, a pesar de que a su lado todo era calma y tranquilidad, cada cosa que hacía o decía, mi cerebro automáticamente lo relacionaba con algo que ya había hecho o dicho Jacob. Eran dos personas totalmente diferentes, pero ambos coincidían en varios aspectos. Sus profundos y expresivos ojos negros, sus sonrisas… Pero, sobre todo, la inmensa felicidad que ambos irradiaban.

    Detuvimos nuestra caminata junto al tronco derribado y cubierto de musgo de un enorme tejo primigenio. Me senté sobre él con la mirada perdida en la nada. Nahuel se agachó frente e mí y tomó mis manos entre las suyas.

    -No me gusta verte triste.

    Le miré de forma nostálgica mientras me encogía de hombros una vez más.

    -Ya deberías estar acostumbrado. Al fin y al cabo, es así como me has conocido.

    -Pero sé que tú no eres realmente así. Y estoy dispuesto a hacer lo que sea con tal de que vuelvas a sonreír, de que vuelvas a ser la Renesmee que sé que un día fuiste.

    Aparté mis ojos de él. Eso no iba a ser posible. La Renesmee que un día fui estaba muerta y enterrada.

    Al borde del llanto y con los párpados apretados, noté cómo una de sus manos se separaba de las mías y se amoldaba a mi cuello. Pegó su nariz a la mía.

    -Tienes que olvidarte de él. Sólo te está haciendo daño. Tú te mereces algo mucho mejor. Mereces ser feliz.

    Su voz sonaba ronca, empañada por un sentimiento que no pude, o más bien no quise descifrar. Iba a besarme. Lo sabía y no iba a hacer nada por impedirlo.

    Puede que esa fuera la solución a mi problema. Puede que Nahuel me ofreciese algo que aliviase de una vez el dolor que otro estaba causando. Puede que incluso me ayudase a olvidar a quien me estaba matando poco a poco y sin piedad.

    Su boca se detuvo a escasos centímetros de la mía mientras sus dedos acariciaban mi rostro y mi cuello.

    Me habría gustado poder sentir algo. Cualquier cosa. Pero estaba inerte. Sabía que seguía viva solo porque podía oír mi corazón y notaba cómo el aire entraba y salía de mis pulmones, sólo por eso.

    -Apártate de ella.

    Me acarició una vez más antes de separarse de mi lado y enfrentarse a él. Abrí los ojos. Jacob tenía la mandíbula tensa y los puños apretados. Le conocía lo suficiente como para darme cuenta de la lucha que estaba manteniendo consigo mismo para evitar transformarse.
    Cuando nuestras miradas se encontraron, traté de hacerle ver mi desprecio. Pero sólo podía sentir pánico…

    …Y una desagradable y molesta sensación de alivio.

    -Eres tú quien debería apartarse de ella. Sólo tú le estás haciendo mal.

    Sus temblores aumentaron a la misma velocidad que mi miedo. Se acercó a él hasta que estuvieron tan cerca que casi se rozaban.

    -No sabes de lo que estás hablando, así que casi mejor cierra el pico y no me digas lo que tengo que hacer.

    -Yo sólo sé lo que veo. Y lo que veo es todo lo que ella está sufriendo por tu culpa. Si realmente te importa, aléjate de ella y déjala ser feliz.

    Se dio la vuelta para volver a mi lado pero Jacob se lo impidió poniéndose entre él y yo.

    -No me busques, lobo.

    -Eres tú quien está intentando encontrarme.

    El enorme corpachón de Jacob me impedía ver más allá de su espalda. Quise pedirles que dejasen de discutir, pero mis cuerdas vocales estaban tan paralizadas como el resto de mi cuerpo.

    -Renesmee, ven conmigo. Será mejor que nos vayamos.

    No habría podido aunque quisiese. Jacob retrocedió impidiéndole acercarse a mí.

    -Tengo que hablar con ella.

    -Ella no tiene nada que hablar contigo.

    -No eres tú quien tiene que decidir eso.

    Se giró para poder mirarme. Los dos lo hacían. Deseé volverme invisible. Desaparecer. Irme de allí y esconderme en un lugar donde absolutamente nadie pudiese encontrarme. Supongo que eso era pedir demasiado.

    Así que allí estaba yo, intentando elegir entre alguien a quien amaba con todo mi ser, pero que me había hecho trizas, y alguien que me ofrecía un futuro mejor, pero por quien no sentía lo más mínimo.

    Aunque me negaba a aceptarlo, la decisión estaba tomada antes de que fuese consciente de ello.

    -Nahuel, déjale que hable.

    Jacob sonrió muy pagado de sí mismo.

    -¿Estás segura?

    Asentí. Muy segura no estaba pero al menos si le dejaba hablar, me dejaría en paz. O eso esperaba.

    Nahuel se cruzó de brazos y le miró expectante.

    -Si no te importa, me gustaría que fuese en privado.

    La voz del que fue mi mejor amigo rezumaba ácido.

    -No pienso dejarla a solas contigo.

    -No te estoy pidiendo permiso.

    Nahuel avanzó con furia hacia él. De algún modo conseguí levantarme e interponerme en su camino. El miedo me hacía temblar. Si Jacob se transformase sería nefasto para Nahuel. Y un mordisco de éste supondría… No quería ni pensarlo.

    -Déjame con él, ¿vale?-sonreí para tranquilizarle-. No va a pasarme nada, te lo aseguro. Tú vuelve a casa.

    Me besó en la frente y fulminó a Jacob con la mirada antes de comenzar a caminar. Le observaba alejarse a grandes zancadas. Pateando cada una de las piedras que se cruzaban en su trayectoria.

    Una tremenda ansiedad me invadió cuando le perdí de vista y oí sus pasos acercándose lentamente. No se detuvo hasta estar tan cerca de mí que sentía su calor invadiendo cada poro de mi piel. Su aliento quemaba mi nuca.

    -Ness, yo…

    Justo cuando sus manos iban a tocarme, me giré y me alejé varios pasos de él.

    -Dime lo que tengas que decirme y lárgate.

    Dio un paso hacia mí mientras yo retrocedía otro. La diferencia es que uno de los suyos equivalía a tres de los míos. Por lo que, con un paso más, le tuve nuevamente pegado a mí. Sus ojos se clavaban en los míos con fuerza. Era como si me hubiese hipnotizado. Me resultaba imposible desviar mi mirada de la suya.

    Un cúmulo de sentimientos a medio enterrar salieron de improviso al exterior mientras sentía cómo un intenso calor subía a mi cabeza provocándome un enorme vértigo.

    Sus brazos me rodearon. Esta vez no intenté resistirme. Bajó su cara hasta que su frente estuvo apoyada en la mía y me habló con intensidad.

    -No te imaginas todo lo que te he echado de menos. Tengo tanto que contarte…

    -¿Puedo pedirte algo primero?

    -Claro que sí, princesita.

    Me estremecí al oírle llamarme así y cerré los ojos.

    -Lo he pasado realmente mal, Jacob, así que te suplico que intentes hacerme el menor daño posible.

    -No sé qué piensas que voy a decirte, pero te aseguro que no es nada doloroso. Más bien todo lo contrario.

    Me soltó y me condujo de vuelta al tronco, donde me obligó a sentarme junto a él. Cogió mi cara entre sus manos y la ladeó. Empezó a acariciar mi mejilla con la punta de su nariz. Agradecí haberme sentado. No creo que hubiese podido aguantar mucho tiempo de pie.
    Apartó su cara unos centímetros y me miró con preocupación.

    -No sabía cómo decirte esto. Lo hablé con tu madre y me aconsejó que lo hiciera de forma que…-intenté levantarme, pero su férreo brazo me lo impidió-. Te he contado muchas historias acerca de mi tribu, algunas reales y otras no tanto… Quiero que te tomes lo que voy a decirte como si fuese una de esas historias.

    -No es una gran idea. Siempre me creí todas tus historias.

    -Lo sé. Por eso te lo pido.

    Apartó la vista y la perdió en el río. Entonces tuve un extraño deja vú. Me sentí como si estuviese viviendo en mi propia piel lo que vivió mi madre el día que le contó lo de la imprimación.

    Estaba aterrada. ¿Es que iba a confesarme que iba a escaparse con ella?

    -¿Recuerdas que siempre me preguntabas qué pasó para que Sam dejase a Leah?

    Aproveché que tenía la guardia baja para levantarme y mirarle a un palmo de distancia. Quería ver cuál iba a ser su reacción cuando descubriese que ya lo sabía todo.

    -Ahórrate el cuento, Jacob. Ya me lo sé. Has llegado tarde.

    Sus cejas se alzaron de tal forma que parecía que iban a mezclarse con el pelo de su cabeza.

    -¿Hablas en serio? ¿Te lo ha contado Bella?

    -No, mi madre no me ha contado nada-contesté molesta-. Nunca lo ha hecho. Digamos simplemente que lo sé.

    Se levantó y se llevó una mano a la nuca, frotándosela con incredulidad. Se acercó a mí de una zancada y me sujetó por los hombros.

    -No puede ser. ¡Es imposible que lo sepas!-tenía la voz teñida de ansiedad- ¿Cómo entonces…? ¿Tú me…? ¿Me odias por eso?

    -¿Por qué iba a ser si no?

    -¡Eso es absurdo!

    Se giró y propinó tal puntapié al tronco que varios pedazos de madera saltaron por los aires. Me miró enfadado.

    -Nessie, esto es algo que no he podido evitar. Es lo más fuerte que he sentido jamás. Puedo entender que no compartas lo que siento, pero no que me odies por ello-su expresión se relajó y sus cejas descendieron lentamente hasta pegarse a sus párpados-. Aunque, por otro lado, esto es justo lo que me temía… Ésta reacción… Que te lo tomases de éste modo.

    -¿Y cómo supones que tengo que tomármelo? ¿Quieres que me alegre? ¿Qué celebre que vas a destrozar a mi familia?

    -¿Destrozar a tu familia? ¿De qué demonios estás hablando?

    -Ya te he dicho que lo sé todo. Y me refiero a todo.

    -¿Y puedes explicarme que parte de ese todo es la que está relacionada con la supuesta destrucción de tu familia?

    -¿Estás intentando tomarme el pelo?

    -Nada más lejos de la realidad. En serio. No te comprendo. Esto no tiene por qué afectar lo más mínimo a tu familia.

    -Ah, ¿no? Pues explícame cómo crees que se va a sentir mi padre.

    -¿Tu padre? Él está al corriente de todo desde el principio. Lo supo incluso antes que tu madre y te puedo asegurar que para él no supone ningún problema. Bueno, casi ninguno.

    -¿Casi ninguno?-estaba empezando a ponerme histérica-. No puedo creerme que seáis tan egoístas. ¿En serio piensas que le va a dar igual que tú y mi madre…?

    -Espera, espera-me detuvo-. ¿Yo y tu madre?-sus ojos volvieron a abrirse con incredulidad. Se acercó una vez más a mi lado y alzó mi barbilla para obligarme a mirarle-. Ness, ¿puede explicarme exactamente qué es lo que sabes?

    -No te hagas el tonto, Jacob-solté mi cara y me alejé otra vez-. Sabes de sobra a qué me refiero.

    -No. Te prometo que no tengo ni la más remota idea.

    Tragué saliva y me aclaré la voz. Tenía que evitar echarme a llorar cuando pronunciase la palabra que tanto daño me había hecho.

    -Me estoy refiriendo a lo de la… imprimación-él asintió invitándome a continuar hablando-. Sé lo que sucede entre tú y mi madre. Sé que…

    La voz se me quebró y me giré para que no pudiese verme llorar.

    Un ruido sordo resonó en su pecho. Me volví a mirarle. Tenía los labios fruncidos y estaba intentando sofocar la risa. Eso era ya el colmo. Sin contener más el llanto y con la rabia desbordándome, comencé a andar de regreso a casa. Sólo me faltaba esto, que se riese de mí en mi propia cara.

    Me alcanzó y sujetó con fuerza mi brazo mientras yo intentaba seguir caminando. Visto desde fuera debía resultar una escena de lo más cómica. Él parado, sujetándome sin esfuerzo aparente y yo andando sin moverme del sitio.

    Cuando me cansé volví a mirarle. En su cara seguía habiendo una estúpida mueca.
    Entonces encontré un modo mejor de sofocar mi enfado y comencé a golpearle con todas mis fuerzas. No era consciente de dónde le daba ni de qué hacía él. Estaba cegada por la rabia. Tenía los ojos cerrados y le golpeaba una y otra vez sin dejar de llorar ni de gritarle lo mucho que le odiaba.

    Finalmente, exhausta a causa del esfuerzo, dejé caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo y pegué la barbilla al pecho. Mis manos temblaban a causa del dolor y mis piernas estaban a punto de fallarme. Él también debió de notarlo. Me pegó a su pecho y me abrazó con fuerza. No podía parar de reírse. Me habría gustado encontrar un modo de atizarle que le hiciese verdadero daño, pero sabía que intentar hacerle daño a él era como intentar herir a una piedra. Además, apenas podía moverme. Por lo que permanecí allí, aferrada a él, sintiendo la más cruel de las humillaciones.

    Me dejó llorar durante mucho rato, hasta que me vacié por completo. Cuando ya sólo podía hipar, me limpió las lágrimas y me miró a la cara. Ya no se reía, pero seguía sonriendo.

    -Ahora que estás más tranquila, quiero que me contestes a algo-mi mirada se endureció. ¿Iba a atreverse encima a exigirme cosas?-. ¿En serio crees que yo…? ¿Crees que he imprimado a tu madre?

    No contesté. Alcé los ojos. El sol se encontraba justamente sobre nuestras cabezas. Últimamente no era muy consciente del paso del tiempo. Estaba muy nublado y debía de hacer bastante frío, pero la cercanía de Jacob me impedía comprobarlo por mí misma.

    -O tú eres más estúpida de lo que yo pensaba o es que yo no tengo ni idea de cómo se hacen éstas cosas-hice rechinar los dientes con irritación. No iba a tolerar ni un insulto más-. Durante todos estos años, ¿no te he dado las suficientes muestras? Ness, ¿es que no te has dado cuenta de nada?

    Me estaba empezando a perder. No entendía a dónde pretendía ir a parar.

    -¿Qué es lo que tendría que haber descubierto?-pregunté con la voz cascada- ¿Es que sigues sin enterarte de que ya lo sé todo?

    -Deja de repetir eso y de ser tan cabezota. Estás muy equivocada. No tienes ni idea de nada.

    -Entonces, ¿a qué esperas para explicármelo?

    -Vale, vale… ¡Caray! Debo de ser realmente torpe. Pero… No sé… ¿De verdad nunca has penado que…? Vaya. Yo…

    -¿Quieres dejar de soltar frases incompletas y aclararme de una vez qué está pasando?

    Su sonrisa se ensanchó mientras sus dedos se paseaban por mi garganta. Una descarga recorrió mi columna cuando sus manos se adaptaron al contorno de mi cintura. Volvió a mirarme antes de acercar sus labios a mi oído. Su sonrisa había desaparecido.

    -¿Ni siquiera recuerdas la noche en que entré en tu cuarto a despedirme?

    El recuerdo de aquel momento me sacudió con violencia. Había pasado tanto tiempo intentando convencerme de que sólo había sido un sueño… Pero él acababa de confesarlo. Había sido real. Su presencia, el calor, las caricias… Y aquel beso. Todo había sido real.

    -¿En qué piensas?

    -En aquella noche- contesté en un acceso de sinceridad-. Pensaba que sólo había sido un sueño.

    Su deslumbrante sonrisa se traspasó a mi cara. Ya no había motivos para reprimirme. Levanté mis brazos y hundí mis doloridas manos en su melena. Él cerró los ojos. Oía su pausada respiración mientras mis dedos se enredaban en su pelo.

    Y no pude contenerme.

    Me alcé sobre las puntas de los pies y apreté mis labios contra los suyos. Jacob me devolvió el beso. Mientras una de sus manos seguía aferrada a mi cintura, la otra ascendió hasta mi nuca. Cuando sentí su aliento abrasador entrando en mi garganta, no tuve ninguna duda de que lo ocurrido aquella noche había sido indiscutiblemente real.

    Nuestras respiraciones se agitaron y mi corazón empezó a latir con tanta fuerza que temí que pudiese romperme alguna costilla. Mis manos se perdieron en la anchura de su espalda al mismo tiempo que su boca recorría mi mejilla hasta llegar a mi cuello.

    De no ser porque me tenía firmemente agarrada, me habría desplomado en ese mismo instante.

    Sujetó otra vez mi cara entre sus manos, y otra vez pegó su frente a la mía… Y pronunció las dos palabras que hicieron que mi mundo volviera a iluminarse y a llenarse de color… Que todo volviese a cobrar sentido.

    -Te quiero.
     
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    AnnaClearwater

    AnnaClearwater Iniciado

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    Flor De Luna
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    Romance/Amor
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    ¡Hora De Abrir Los Regalos!:
    Aunque el camino de vuelta era largo y nosotros estábamos empeñados en alargarlo aún más, a ambos nos pareció demasiado corto.

    Le detuve junto a la puerta y coloqué mi mano en su cuello, recordando el momento en el que me había dicho que me quería, y le susurré:

    -Yo a ti también.

    Él volvió a besarme mientras sus brazos me apretaban contra su cuerpo.

    -Aún no te he felicitado.

    -Sí que lo has hecho…-extrañado, alzó una ceja y ladeó la cabeza-. Y me has dado incluso mi regalo.

    -Pero si aún no te he…-puse los ojos en blanco y clavé mi dedo índice en su pecho-. Vale, vale. Espero que no lo estés diciendo en serio. Si en verdad yo te parezco un regalo, me vas a tirar a un rincón en cuanto veas lo que te espera ahí dentro.

    Le ignoré, sujeté su mano y abrí la puerta. Cuando entramos, las voces se silenciaron y todos los ojos se posaron en nuestros dedos entrelazados. Tras unos segundos de expectación, comenzaron los gritos, las risas, las exclamaciones… Entre todo el jaleo destacaban los ensordecedores silbidos de Quil, Jared y Seth, a los que enseguida se les unió Emmett. Me habría gustado ser una tortuga y haber podido esconderla cabeza para que no viesen lo roja, casi morada, que me había puesto. Pero a falta de caparazón, me cubrí el rostro con la mano que tenía libre.

    Sentí el frío tacto de alguien en mi hombro. Entreabrí los dedos y descubrí a mi madre mirándome sonriente. Solté a Jacob y me lancé a sus brazos sin poder evitar echarme a llorar. Ella me devolvió el abrazo con más fuerza todavía.

    -Lo siento mucho, mamá. Siento haberte hecho sufrir. Siento haber sido tan estúpida y tan egoísta y haberte hecho daño. Perdóname, ¿sí?

    -Eres tú quien tiene que perdonarme. Tenía que habértelo contado todo desde el principio.

    -No, mamá. Tú tenías que cumplir tu promesa.

    -¿Sabes? Creo que tienes razón-entrecerró los ojos y me miró con picardía-. Aquí solamente hay un culpable.

    Miramos hacia Jacob, que tragó saliva de forma ruidosa y nos devolvió la mirada con preocupación. Quiso hablar, pero se lo impedimos lanzándonos sobre él. Era muy divertido verle casi ahogado de la risa. Nunca logré comprender cómo alguien a quien no dañaría ni un cañonazo, tenía tantas cosquillas.

    Entonces mis ojos se encontraron con los de mi padre y corrí a abrazarle.

    -Te dije que todo saldría bien.

    Iba a darle un beso, pero Alice -¿quién si no?- me cogió de la mano y me apartó de su lado.

    -Dejad los mimos para más tarde… ¡Hora de abrir los regalos!

    Por el camino arrastró a Rosalie con nosotras. Comenzamos a subir las escaleras y nos detuvimos al llegar junto a la puerta de mi habitación. Alice me soltó y Rosalie me rodeó la cintura. Mi menuda tía desplegó su simpática sonrisa y me miró con los ojos brillantes.

    -Ahora, cierra los ojos.

    Obedecí.

    Entré en la habitación flanqueada por ambas. Olía a madera nueva y a pintura fresca.

    -Ya puedes abrirlos-canturrearon a la vez.

    Cuando lo hice, estuvo a punto de desencajarse mi mandíbula inferior. Lo habían cambiado absolutamente todo. Los muebles, las cortinas, la colcha, el color de la pared… Todo era ahora de color blanco. Mi color favorito. Incluso habían pintado de blanco el baúl, la puerta y el marco de la ventana.

    Y justo en el centro de la habitación, habían puesto un columpio. Una media luna de madera, también blanca, por supuesto, colgada del techo por una cadena metálica.
    Supuse que sería absurdo preguntarles cómo se las habían ingeniado para hacer todo ese trabajo en una sola mañana. Así que me limité a seguir mirándolo todo boquiabierta.

    Estaba realmente emocionada.

    Fui a abrazarlas, pero Alice retrocedió.

    -Aún no lo has visto todo-contestó señalando al enorme armario.

    Las miré frunciendo el ceño y vi que Rose parecía incluso más sorprendida que yo.

    -Dijimos que nada de regalos extra-se quejó.

    Alice exhaló con irritación.

    -¿Y qué me dices de la cajita que guardas en tu bolso?

    Rosalie sonrió y ambas se sacaron la lengua.

    -Vamos-me apremió Alice-, ¿a qué esperas?

    Me acerqué al armario y lo abrí. Podía meterme en su interior sin problemas. Pero lo más increíble es que toda la ropa y los zapatos eran nuevos. Había renovado todo mi vestuario.

    -¡Oh, Alice! No tendrías que haberte molestado. Esto era innecesario.

    -¿Innecesario? Tu armario estaba pidiendo a gritos una renovación completa.

    Ahora sí me dejaron abrazarlas.

    Cuando volvimos al salón, la decoración me cogió por sorpresa. Con todo el escándalo de antes ni siquiera me había fijado. Me sentía como si me hubiese colado en la fiesta de cumpleaños de una Barbie. Todo estaba lleno de globos, guirnaldas y cintas de raso de múltiples tonos pasteles.

    Y aún me esperaban más regalos. Carlisle, Esme y Jasper me tendieron un paquete. Al abrirlo me encontré con un precioso libro de piel negra y remaches dorados. Empecé a pasar las páginas y descubrí que todas estaban en blanco. ¿Era un diario? Miré a mi padre, que se encogió de hombros y me dedicó una de sus sonrisas traviesas. No podía leer su pensamiento, pero me jugaba cualquier cosa a que debía de estar pensando algo muy parecido a “ya tienes el tuyo propio”. Varios papeles cayeron de su interior. Al recogerlos pude ver que eran mis documentos actualizados –DNI, pasaporte…-, en los que se indicaba que tenía dieciocho años. Eso había sido con toda seguridad cosa de Jasper. Él era el encargado de solucionar el papeleo. Cogí uno de los documentos y le miré extrañada. Era un carnet de conducir. Mi carnet de conducir.

    -Eso es cosa mía-Emmett se acercó a mi lado y me tomó de la mano-. Mi regalo tampoco está aquí.

    Me cogió en peso y se encaminó hacia el garaje. Se paró junto a la puerta y me pidió que cerrase los ojos. Entonces pude entender su extraño comportamiento del día anterior.

    Cuando volvió a dejarme en el suelo y pude abrir los ojos, quitó la sábana blanca que cubría mi regalo, dejando al descubierto un flamante deportivo negro.

    Le miré incrédula.

    -¡Feliz cumpleaños, pequeñaja!-era incapaz de hablar, y él malinterpretó mi reacción-.
    ¿Qué pasa? ¿Es que no te gusta este modelo? Podemos cambiarlo por otro, el que tú prefieras.

    -¡No! No es eso. ¡Claro que me gusta! ¡Me encanta! Es sólo que… ¡Wow! No me lo esperaba. Además, te has olvidado de algo importante…-me miró expectante-. No sé conducir, Em.

    -¿Y dónde está el problema? Mañana mismo empezaremos con tus clases de conducción. Un par de semanas conmigo y no te hará sombra ni el mismísimo Michael Schumacher.

    Tras ver el interior, tapizado de cuero negro, y oír todos los avances mecánicos que poseía, la potencia desmesurada de su motor y otros muchos detalles técnicos, la mayoría de los cuales ni siquiera comprendía, volvimos al salón donde seguí recibiendo regalos.

    El clan de Denali me regaló una preciosa gargantilla de oro blanco y zafiros; Nahuel, que seguía un poco molesto por lo ocurrido aquella mañana, me entregó una cajita de madera. En su interior había un broche con forma de ojo. La piedra con la que estaba hecho el iris era de un negro intenso, lo cual me recordó a sus propios ojos.

    -Es un amuleto mapuche que se usa para alejar las malas influencias. Espero que te funcione-me explicó mirando fugazmente a Jacob-. La piedra del centro es ónix. Atrae la buena suerte.

    -Muchas gracias, Nahuel. Es precioso.

    Acaricié su mano y le sonreí.

    Los chicos de la manada, junto con Emily y Billy, me regalaron un gigantesco lobo de peluche y una enorme tarjeta firmada por todos, incluidos aquellos que no habían podido venir, donde pude leer cosas como: “Muchas felicidades, Renesmee. Siempre serás mi lobampira favorita”.

    Rachel me entregó una pulserita multicolor y un lienzo envuelto en un llamativo papel granate. Era un precioso dibujo de una puesta de sol en el mar.

    -La pulsera es de mi parte-me dijo-, la he hecho yo. Y el cuadro te lo manda Rebecca. Me ha pedido que me disculpe en su nombre por no haber podido venir tampoco este año, y que te diga que espera que Jake y tú vayáis a visitarla pronto.

    Jake y yo… Hasta Rebecca, en la otra punta del mundo, sabía lo que iba a ocurrir antes que yo misma.

    Charlie y Sue me tendieron un sobre con dinero y una caja de mis bombones favoritos, y me pidieron disculpas por su falta de imaginación.

    -No digáis bobadas- les dije intentando hacer que se sintieran mejor-. Ya sabéis cuánto me gusta el chocolate. Además, esta marca no se vende por aquí.

    El regalo de mis padres fue un talonario con varios billetes de avión sin fecha ni destino, para que, según dijeron, pudiese conocer todos esos lugares a los que siempre había querido ir.

    -Esta mañana llamó la abuela René-me informó mi madre-. Quería felicitarte y decirte que en cuanto tenga un par de días libres, vendrá a verte. Me pidió que la llamases.

    ¡Qué fastidio! Había recibido su carta en la que me contaba que Phil, que ahora era entrenador, estaba en plena temporada y que por ello no podrían venir. Para no variar. Creí que se estaba marcando un farol y que hoy la tendría aquí, bromeando y admirando todo lo que mi familia vampira hacía o decía, como cada año. En fin, luego, cuando estuviese el ambiente más relajado, la llamaría. Tenía que contarle todo lo que había pasado aquella mañana.

    Miré hacia Jacob, esperando su regalo, y él enrojeció.

    -Lo siento-miró a mi padre con intención y volvió a fijarse en mí-, con los nervios del viaje lo olvidé en casa. Prometo enviártelo por correo en cuanto llegue.

    Me acerqué a él y puse mi mano sobre su pecho, visualizando su rostro.

    -Ya te lo dije, no hay mejor regalo que éste.

    Él me abrazó, repitiéndome una vez más que me quería, mientras todos volvían a alborotarse, silbidos incluidos.

    Pero las sorpresas no habían terminado.

    Después de un magnífico día, mientras cenábamos, sonó el timbre. Seth dio un respingo y el tenedor se resbaló de su mano. Mi padre me miró desde el sofá con una sonrisa intrigante.

    -Tienes visita. Ve a abrir.

    Me levanté extrañada y fui hacia la puerta preguntándome quién podría ser. Salvo la abuela René y los miembros más jóvenes de la manada a quienes sus padres, por cierto recelo hacia mi familia no habían dejado venir, toda la gente que conocía y quería estaba conmigo. O al menos eso pensaba.

    Abrí y me encontré con una mirada que hacía muchos meses que no había vuelto a ver. Ella me miraba indecisa, no sabía si abrazarme o no. Pero no dejé que se lo pensara durante mucho tiempo y me arrojé a sus brazos sollozando.

    -¡Leah! ¡Leah! ¡Leah! ¡No puedo creerme que hayas venido!

    La abracé con tanta fuerza que, de haberse tratado de alguien normal, le habría roto varios huesos. Debía de haberme imaginado cuando pregunté por ella y Seth me contestó:

    -¿Quién sabe? A lo mejor se presenta aquí en cualquier momento.
    Me lo tomé como uno más de sus comentarios sarcásticos, pero al verla allí, comprendí que Seth ya sabía de esta sorpresa.

    Al igual que hizo Charlie por la mañana, me apartó unos centímetros y me recorrió de arriba abajo con la mirada.

    -¡Caramba, Nessie! Estás preciosa. Las fotos que me enviaste no te hacen justicia en absoluto, que lo sepas- me sonrió y me tendió una bolsa de papel-. ¡Muchas felicidades! No sabía qué regalarte. Pasé por una tienda de antigüedades y vi esto. Me hizo muchísima gracia.

    Cogí la bolsa y saqué el paquete que había en su interior. Era una muñeca de porcelana con tirabuzones cobrizos y mejillas sonrojadas.

    -¡Qué graciosa!- exclamé divertida al percatarme del parecido- ¡Soy yo!

    -¿Verdad que se te parece? Bueno, a la Renesmee bebé. No a la de ahora.

    Ambas nos reímos y volvimos a abrazarnos. Cuando nos separamos no supe que hacer, si sentarme con ella en el porche o invitarla a pasar. Y así se lo hice saber.

    -Es tu día, Nessie. No he venido desde tan lejos para quedarme en tu puerta. Además, hace mucho tiempo que no veo a mi gente, y no estaría bien que me fuese ni siquiera saludar a mi madre y…

    Me asusté cuando Seth apareció detrás de nosotras sin previo aviso y se abrazó a su hermana.

    -¡Lo siento, Lee! Tenía muchas ganas de verte y no podía esperar más tiempo. ¿Por qué no entráis?

    La cogió de la mano y la arrastró hacia el interior. Cerré y fui tras ellos. Todos se levantaron a saludarla, incluso Sam y Emily. Temí su reacción y me sorprendió ver que les devolvía el saludo con el mismo entusiasmo que a los demás. Parecía que eso del distanciamiento sí había funcionado con ella.

    Esme salió de la cocina trayéndole un plato de la deliciosa lasaña que había preparado en mi honor.

    Pero ella ni se inmutó. Respiraba de forma apresurada y sus ojos estaban fijos en una dirección. En el lugar donde se encontraba Nahuel. Le miraba como si fuese lo más maravilloso del mundo y él correspondía a su mirada de un modo similar. Todos nos dimos cuenta enseguida de lo que estaba pasando.

    -¡Marchando una de imprimación!-canturreó Embry.

    -¡Oído cocina!-respondieron Quil, Jared y Paul a coro.

    Todos estallaron en carcajadas y no tardaron mucho en oírse los escandalosos silbidos de los chicos y, cómo no, Emmett. Leah pestañeó varias veces tratando de volver al mundo real y tomó asiento entre Seth y su madre. No pude evitar fijarme en Sam. Parecía relajado. Debía de haberse quitado un enorme peso de encima.

    El resto de la cena transcurrió con el mismo buen ambiente que había prevalecido durante todo el día. Hubo más tarta de postre, una diferente a la que ya nos habíamos comido por la tarde, pero del mismo tamaño desmesurado y con el mismo logo de “Feliz cumpleaños, Nessie”. Era ya de madrugada cuando un ruidoso bostezo de Jared nos hizo darnos cuenta de la hora.

    Todos empezaron a repartirse por las habitaciones donde Esme y mi madre habían preparado varias camas supletorias mientras, aquellos que no necesitaban descansar, se dedicaban a desmontar la decoración. Quise quedarme para ayudar, pero no me dejaron. Así que me despedí de todos, dándoles nuevamente las gracias por un día tan increíble y subí a mi cuarto sabiendo que no iba a estar sola durante mucho tiempo.

    Nada más ponerme el pijama, llegaron mis padres. Me recosté sobre la cama y ellos se sentaron uno a cada lado preguntándome por la fiesta y los regalos.

    -Y, ¿qué me dices? ¿Ya solucionaste todos tus problemas con Jacob?-la ironía reinaba en el tono de voz de mi padre.

    Enrojecí por completo cuando, sin querer, recordé lo vivido aquella mañana. Me vi obligada a pensar en gatos para no tener que volver a avergonzarme. Mi padre no pudo reprimir una carcajada.

    -¡Eso no vale!-se quejó mi madre dándole un golpe en el hombro-. Yo también quiero reírme.

    -Creo que a Nessie le han dado su primer beso.

    -¡Papá!

    Los dos se echaron a reír cuando me cubrí la cara con un cojín.

    -No creo que haya sido el primero.

    Bajé el cojín sin comprender por qué mi madre había dicho eso. Ella se giró hacia mi padre.

    -¿Te importaría dejarnos a solas? Me gustaría hablar con ella y explicarle… algunas cosas.

    Asintió, nos dio un beso a cada una y salió. Mi madre me arropó y se tumbó a mi lado, abrazándome por encima de la colcha.

    -Verás, sé que debes de tener algunas dudas acerca de todo lo que ha pasado y me gustaría hablar contigo sobre ello antes de que lo haga Jacob. ¿Por dónde podría empezar?

    -Por donde quieras-la animé.

    -A ver… ¿Recuerdas tu última noche en Forks?

    Era muy probable que mi padre no anduviese muy lejos, por lo que volví a pensar en gatos una vez más.

    -Lo recuerdo perfectamente.

    -Escuché cómo le preguntabas a papá por qué, si lo que te había ocurrido no había sido un sueño, nadie había visto ni oído nada… Di muchas vueltas hasta encontrar un modo con el que Jake pudiera despedirse de ti sin que nadie le molestase -gatitos, gatitos blancos en cestas de mimbre…- . Alice no supuso ningún problema al ser incapaz de verle, pero papá… Me costó una barbaridad darme cuenta de que estaba pasando por alto lo más obvio. Jacob puso el sigilo y yo... Bueno, yo dirigí mi escudo sobre él para evitar que tu padre pudiese escucharle.

    Me incorporé para poder verle la cara. Estaba sonriendo. Me sentí una completa estúpida. ¿Cómo podía haber pensado tantas absurdeces? Yo creyendo que ella se había ido a pasar aquella tarde con él y resulta que lo que hacían para que Jacob pudiese despedirse de mí Volví a recostar la cabeza. Estaba muy enfadada conmigo misma.

    Mi madre siguió hablando.

    -Y en el aeropuerto de Seattle, cuando te desmayaste, yo salí tras él para convencerle de que no podía dejar que nos fuésemos sin contarte la verdad. Pero fue imposible. Entró en fase y no pude hablar con él. Fue un acto algo egoísta por mi parte. Lo que me obligaba a forzarle para que te lo contara era que no quería que estuvieses mal conmigo, tal y como ocurrió. Todos lo hemos pasado muy mal durante estos meses. Sobre todo tú, es cierto. Pero a mí me mataba verte sufrir y no poder hacer nada para solucionarlo. Y qué decirte de Jacob. No te haces una idea de lo dura que ha sido su situación. Se pasaba los días en su forma lobuna para evitar los sentimientos que le acosaban cuando era humano. Corriendo de un lado a otro y cazando. Buscando un modo de no pensar en ti. Yo le llamaba a menudo pero rara vez le pillaba en casa. Nunca desde que le conozco le había visto tan hundido.

    -¿Y por qué no me dijo la verdad desde el principio?

    -Tenía miedo a cómo podías reaccionar. A que le despreciases. Odiaba pensar que podía perderte si te confesaba sus sentimientos.

    -Aunque no hubiera correspondido a sus sentimientos, y no era el caso, no habría cambiado nada.

    -Pero eso él no podía saberlo.

    Iba a seguir hablando, pero llamaron a la puerta. Ella se levantó y me besó dulcemente en la frente.

    -Os dejo a solas. Tenéis muchas cosas de las que hablar. Hasta mañana, cielo.

    La puerta se abrió y Jacob asomó la cabeza.

    -¿Puedo pasar?

    Mi madre le revolvió el pelo y le abrazó al pasar junto a él y cerró dejándonos a solas.
     
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    AnnaClearwater

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    Jacob se sentó en mi luna. Yo me levanté y me senté sobre sus rodillas. Dudé si el columpio aguantaría el peso de ambos, pero no percibí nada que me hiciese sonar lo contrario, por lo que encogí las piernas y me acomodé en su regazo.

    -Mira que olvidarte de mi regalo-le recriminé mientras él me abrazaba-. Menuda cabeza la tuya.

    -En realidad no se me ha olvidado-separé mi cabeza de su pecho para poder mirarle a la cara y descubrí que se había sonrojado levemente-. Es sólo que, después de ver todo lo que te han regalado, lo mío te va a parecer una bobada.

    -¡Oh! ¡Vamos, Jake! ¿Tengo que volver a repetirte cuál ha sido el mejor regalo de todos?
    Me incorporé y pegué mis labios a los suyos.

    -Eso ha sido más bien un regalo para mí-se quejó con los ojos cerrados-. De todas formas, yo me refería a regalos de verdad.

    -Yo también-parecía bastante molesto y preocupado-. ¿Lo tienes aquí?

    -Sí, pero…

    -Dámelo. No está bien que sea mi cumpleaños y no me hayas dado mi regalo.

    -Son más de las doce. Técnicamente, ya no es tu cumpleaños.

    -Pues más a mi favor. Ha sido mi cumpleaños y no me has regalado nada.

    -¿Pero no acabas de decirme que el mejor regalo que te…?

    -¡Jacob! Por favor-extendí una mano-, dámelo.

    -Vale, vale.

    Rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó una bolsita de tela de color azul brillante que dejó caer sobre mi mano. La abrí y en su interior encontré dos colgantes. Dos lobos tallados en madera que, al unirse, formaban la cara de uno.

    -¡Son preciosos, Jay! ¿De dónde los has sacado?

    -Los he hecho yo, así que tienen aún menos valor.

    -¡Porque tú lo digas! Para mí tienen un valor incalculable, que lo sepas.

    -Está bien, como quieras-contestó con desgana-. Pero, salvo el hecho de que uno es para mí, te has saltado un pequeño detalle.

    Giró uno de los lobos para mostrarme la inscripción que había en el reverso. Estaba escrito en un idioma que, a pesar de no entenderlo, reconocí al instante. El quileute.

    -¿Qué pone?

    -Verás, cuando me explicaron todo esto de la imprimación, me dijeron que cuando ves a esa otra persona, te sientes como un ciego que ve el sol por primera vez. Y eso es más o menos lo que he querido reflejar en esa frase. Pone algo así como: “Eres el sol que dio vida a mis ojos”. Es un poco cursi, pero me pareció la forma adecuada de expresar lo que significas para mí.

    Le besé y le aparté el pelo para poder abrocharle su colgante. Él hizo lo mismo con el mío. Después volví a acurrucarme y permanecimos en silencio durante largo rato.

    -Esto de la imprimación es tan raro-comenté-. Me cuesta entender como sucede. Parece como si fuese una especie de hechizo.

    -No se sabe muy bien cómo sucede. Pero te aseguro que no se trata de ningún truco de magia. Esto es real.

    -No pongo en duda su realismo, es sólo que… No entiendo cómo pudiste pasar de estar locamente enamorado de mi madre a estarlo de mí.

    Las palabras se me atascaban en la garganta, por lo que, cuando pude pronunciarlas, salieron por mi boca de forma atropellada.

    -Yo también le di muchas vueltas a eso durante algún tiempo. Y cuando descubrí la razón por la cual creía estar enamorado de tu madre, todo encajó.

    -¿Creías estar enamorado de ella?-pregunté con escepticismo.

    -Ness, yo nunca estuve realmente enamorado de Bella. El vínculo que me une a ti es tan fuerte que surgió incluso antes de que tú nacieses. Ella era quien iba a engendrarte, por lo cual, al no existir tú, mis instintos se desarrollaron en torno a la persona más próxima a ti, haciéndome creer que era a ella a quién amaba. Pero me olvidé de ella en cuanto naciste… Bueno, casi.

    -¿Casi?

    -Sí. Lo cierto es que en el momento de tu nacimiento no era amor precisamente lo que sentía por ti.

    -¿Puedes explicarte un poco mejor?

    -Yo seguía creyendo que amaba a tu madre. Cuando tú naciste y yo la creí muerta, fui en tu busca.

    -¿Para qué?-le apremié. Se había quedado mudo y tuve que zarandearle.

    -Te culpaba de su muerte y decidí que, ya que tú la habías matado a ella, yo…

    -¿¡Qué!?-cuando comprendí lo que intentaba decirme, traté de levantarme y apartarme de él, pero no me dejó-. ¿Tú querías… matarme? ¿A mí?

    -No te escandalices y deja que me explique-tragué una bocanada de aire y aparté mi vista de él-. Sí, quería matarte y bajé al salón dispuesto a hacerlo. Recuerdo que Rosalie te tenía en brazos y se me ocurrió matar dos pájaros de un tiro.

    -Lo estás arreglando.

    -¿Vas a dejarme hablar o piensas seguir refunfuñando?-fruncí los labios-. Me daba igual a quién tuviese que llevarme por delante para vengar su muerte. De todos modos, se me echarían encima cuando acabase contigo… Y justo cuando iba a atacaros, tú me miraste-sonrió y suspiró. Yo volví a observarle. Estaba extasiado-. Todo cobró entonces un nuevo sentido. Mi vida dejó de girar en torno a lo que lo había estado haciendo todo el tiempo para hacerlo alrededor de aquella preciosa niña de ojos color chocolate-sujetó mi cara entre sus manos y me besó la punta de la nariz-. Comprendí que hacerle daño sería como hacérmelo a mí mismo. Peor aún, pues prefiero sufrir el peor de los tormentos antes de que a ti te ocurriese lo más mínimo.

    Fuese como fuese y, aunque esta revelación me había quitado un enorme y doloroso peso de encima, había algo que me preocupaba o, mejor dicho, que me aterraba.

    -¿Y qué pasaría si se te pasase el efecto de la imprimación? ¿Y si imprimases a otra? No quiero ni pensar que un día puedas despertarte y descubrir que no sientes nada por mí.

    -Ésto no funciona así. Cuando imprimas a alguien, es para siempre. Por lo tanto, soy yo quien debería estar preocupado.

    -¿Tú? Eso es absurdo.

    -Cielo, lo tuyo es un simple sentimiento humano. Un instinto. Es como el hambre. Mientras la sufres está ahí, pero en cuanto te sacias, desaparece. Eres tú la que un día puede cansarse de mí y buscarse a otro. Es difícil que ocurra algo así, pero…

    -Eso no va a pasar. Lo que yo siento por tí también es para siempre.
    Estiré los labios y le besé el mentón mientras él pasaba una mano por mi cintura para abrazarme.

    -¿Puedo preguntarte algo?

    -Claro. Pregunta lo que quieras.

    -¿Qué hay entre tú y el tipo ese, Nápel, Nábel o como se llame?

    -¿Te refieres a Nahuel?

    -Sí, a ese.

    -No hay nada entre Nahuel y yo.

    -¿Estás segura?

    -Muy segura-la incomodidad me hizo tensarme.

    -Pues tengo la impresión de que si no os hubiese interrumpido esta mañana… En fin. Juraría que estábais a punto de besaros.

    -¡Pues sí!- un tremendo e inesperado enfado explotó en mi interior-. Nos habríamos besado si tú no hubieses aparecido. Y sólo tú habrías tenido la culpa.

    -¿Yo? ¿Qué culpa voy a tener yo? No fui yo quien corrió a buscarse a otro en cuanto tuvo ocasión.

    Empecé a notar el temblor de su cuerpo. A sabiendas de que podría encontrarme en peligro, me dejó levantarme. Pero no me alejé. Me coloqué frente a él y le miré desafiante.

    -Tú desapareciste de un día para otro. Saliste de mi vida y me dejaste hundida. He estado muriéndome un poco cada día, aguardando el momento en que volvieras para llevarte a mi madre. Y ni siquiera te molestaste en explicarme lo que estaba pasando.

    -Y como yo salí de tu vida, tú te buscaste un sustituto, ¿no?

    -Eres un imbécil, Jacob. Eres un completo y profundo imbécil- noté el picor de las lágrimas y pestañeé varias veces para impedir que se derramaran-. Vete. Quiero estar sola. Lárgate.

    Se levantó y me abrazó con tanta fuerza que no pude hacer nada por escaparme.

    -Lo siento, Ness. Perdóname. Soy un imbécil, tienes razón. Todo lo hago mal- empecé a sollozar y él me apartó para poder mirarme-. Entiendo que me odies.

    -No te odio, Jake. No podría hacerlo.

    -Eso no fue lo que me dijiste en el aeropuerto.

    Su rostro se entristeció al recordar aquel momento y yo sentí un apretón. Era como si hubiese pasado un siglo desde aquel día.

    -Lo dije por… Lo cierto es que no sé muy bien cómo ni por qué lo hice. Estaba dolida y lo único que quería era hacerte sentir, al menos, un poco del dolor que tú me estabas infringiendo a mí.

    -No te imaginas cuánto lo siento. Jamás podré perdonarme todo el daño que os he hecho a ti y a Bella.

    -Debiste contármelo todo desde el principio.

    -Lo sé. Pero ya te lo he explicado. Sentía pánico ante la incertidumbre de no saber cómo ibas a reaccionar.

    -No creo que hubiese reaccionado mal.

    Quería que se sintiera mejor y respiré aliviada cuando le vi sonreír. Me alzó del suelo y me llevó en brazos hasta la cama, donde me acomodó y se tumbó a mi lado. Yo me pegué a su pecho y le abracé.

    -No puedes hacerte una idea del esfuerzo tan tremendo que tuve que hacer para no transformarme y cargarme al Nápel ese de un zarpazo.

    -Se llama Nahuel.

    -Me da igual cómo se llame. Lo único que sé es que cuando os vi, sentí que iba a robarme lo más importante de mi vida y que tenía que impedirlo como fuera. Ya he estado a punto de perderte una vez y te juro que no voy a permitir que eso vuelva a ocurrir- una sonrisa hizo destellar su dentadura-. Hemos perdido mucho tiempo, ¿no crees?

    -Tenemos toda la eternidad para poder recuperarlo.

    Alcé la cabeza y comencé a recorrer su cuello con mis labios, sintiendo como se estremecía debido a un fuerte escalofrío.

    -Oye, Nessie.

    -¿Hmm?- inquirí sin despegar mi boca de su piel.

    -¿En serio pensabas que había imprimado a tu madre?- separé mi cabeza de él y la apoyé sobre la almohada. No contesté. No era necesario-. ¿De dónde sacaste esa idea?

    -Todo apuntaba en esa dirección. Yo sólo me limité a creer lo que los indicios me sugerían.

    Me negaba a contarle lo de los diarios. Era algo de lo que me avergonzaba y que esperaba que quedase entre mi padre y yo. Además, me sentía ridícula por haberlo entendido todo mal.

    -Tengo la impresión de que aún no estás del todo convencida de que estabas equivocada.

    -Sé que lo estaba. Es sólo que he estado demasiado tiempo creyendo que la querías a ella.
    No puedo cambiar de idea tan rápidamente.

    -¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?

    -Supongo que darme tiempo y…- le lancé una sonrisa pícara- convencerme de que estaba equivocada.

    -Así que convencerte, ¿no?- sus brazos me atrajeron de nuevo hacia él y su boca buscó la mía con ardor-. Creo que eso sé cómo hacerlo.

    Sus labios comenzaron a repartir besos por mis mejillas y mi cuello, desplazándose hasta mi clavícula para volver a ascender hasta mi oreja. No pude reprimir un gemido cuando sus dientes se aferraron a ella. Una carcajada estalló en su pecho y se echó hacia atrás, mirándome con los ojos entrecerrados.

    -¿Mejor?- preguntó.

    -Mucho mejor.

    Coloqué la cabeza sobre su hombro.

    -Por cierto, Ness, ¿no hay nada que quieras saber? ¿Nada que yo pueda explicarte de todo lo que ha pasado? No sé. Lo digo porque a lo mejor tienes algunas dudas.

    -No. Mi madre ya me contó todo lo que necesitaba saber. Aunque…- de pronto recordé algo que me había estado intrigando meses atrás. Pero me pareció una tontería y decidí guardármelo-. No. No tengo nada que preguntar.

    -Ibas a preguntarme algo.

    Desde luego, no se le pasaba nada por alto.

    -No importa. Era una bobada.

    -Pregunta.

    -No. Déjalo.

    -Dímelo, por favor.

    -En serio, no era nada.

    -Por favor.

    Hizo sobresalir su labio inferior y alzó las cejas para poder mirarme con cara de pena. Rompí a reír y tuve que rendirme.

    -Está bien, te lo diré- sonrió y me besó en la mejilla-. Lo cierto es que hay algo que antes despertaba mi curiosidad.

    -¿Antes?

    -Bueno, después no tuve cabeza ni tiempo para volver a acordare de esas cosas.

    -¡Oh! Ya entiendo. Y, una vez más, lo siento- le acaricié la cara y me dio un beso fugaz-. Continúa.

    -Lo que quería saber es… ¿Qué fue lo que pensaste aquella tarde que enfadó tanto a mi padre?

    -He discutido cientos de veces con tu padre, ¿cómo quieres que recuerde los motivos de todas nuestras broncas?

    -Me refiero a la última tarde, cuando todo empezó a cambiar. Tú pensaste en algo que pareció molestarle sobremanera y luego te marchaste de forma extraña.

    -Ah, sí. Ya lo recuerdo- hizo una mueca y desvió sus ojos de los míos. Yo sujeté su mandíbula y le hice volver a mirarme-. ¿Él no te contó nada?

    -Sólo que habíais hablado y que teníais una especie de pacto- enarcó una ceja-. Me dijo que él no se entrometería en tus pensamientos y que tú evitarías pensar en ciertas cosas… O algo así.

    Me miró extrañado.

    -¿Eso te dijo?- asentí-. Muy buena, Edward- comentó para sí mismo.

    -¿Qué pasa? ¿No era cierto?

    -En parte sí, pero… El trato no fue precisamente ese.

    -Entonces… ¿mi padre me mintió?

    -En cierto modo sí. Pero lo hizo por una buena causa. Él sólo quería mantener la promesa que me hizo.

    -¿Qué promesa?

    Ahora que lo pensaba, eso era algo que tampoco sabía. Me habían hablado de ello varias veces, pero nunca supe de qué se trataba.

    -La de que dejarían que fuera yo quien te contase lo de la imprimación.

    Era lógico. Como todo lo demás.

    -Entonces, ¿cuál fue el trato?

    -Él no se cabrearía por mis pensamientos si yo te lo contaba. Pero no estaba preparado para hacerlo. Como ya te dije, tenía miedo de que eso te alejase de mí. Así que empecé a evitarte. Cuanto menos tiempo pasase contigo, menos lata me darían tus padres… Y luego me sueltan que os vais de Forks y… Nunca pensé que ésto se me fuese a ir de las manos de ese modo. La situación se me quedó demasiado grande.

    -Eso ya da igual. Lo que importa es que, al final, todo salió bien, ¿no?

    -Sí, por suerte sí.

    Se acercó para besarme, pero coloqué mi dedo índice sobre sus labios y le detuve.

    -Aún no has respondido a mi pregunta.

    -¿No lo he hecho?

    Negué con la cabeza.

    -¿En qué pensaste?

    -Eso ya me lo preguntaste aquel día y recuerdo que te contesté.

    -Sí, pero no dijiste la verdad.

    -¿Cómo que no? ¡Claro que te dije la verdad! Tu padre se enfadó porque me acordé de aquel maravilloso vestido rojo que te pusiste en la boda de Sam y Emily.

    -¿Otra vez con lo mismo? No cuela, Jake.

    -Pues créetelo. Me estaba acordando de tu vestido- le miré enfadada mientras él sonreía de forma traviesa-. De lo mucho que me habría gustado quitártelo.

    -Buenas noches, Jacob.

    Me giré dándole la espalda, muerta de vergüenza, mientras él apagaba la luz y se desternillaba de la risa.
     
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    AnnaClearwater

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    Dos extraños cubiertos con capas oscuras se erguían frente a mí. Sus ojos, rojos como la sangre, brillaban como los de un animal salvaje. Supe desde el principio que estaba soñando, por lo que no tuve miedo de acercarme. Cuando me encontraba a solo unos pasos de ellos, dejaron caer las capuchas y sus rostros quedaron al descubierto. Sentí un estremecimiento de terror al reconocer a mi padre y a Alice. Quise hablarles, pero justo entonces aparecieron tras ellos los Vulturis y toda su guardia. Me llevé una mano a la boca para sofocar un grito.

    Entonces todo me resultó familiar. Ya había tenido aquel sueño antes y sabía cómo iba a continuar. Jane usaría su don para impedir que Carlisle se acercase a mí. Yo me giraría para observar a mi familia y vería el rostro desolado de mi madre mientras Aro me invitaba a acercarme a él antes de que alguien más resultase herido. Entonces buscaría a Jacob y no le encontraría…

    Pero a pesar de conocer con exactitud todo lo que iba a ocurrir, me desperté igual de angustiada que la vez anterior. La única diferencia es que ahora Jacob estaba a mi lado cuando me incorporé y le llamé al borde del colapso. Él se levantó y me abrazó con fuerza.

    -Tranquila. Sólo ha sido una pesadilla. Ya pasó. Estoy aquí, ¿ves? Estoy a tu lado.

    No podía parar de llorar. Los miedos de mi infancia resurgieron de nuevo y me plantaron cara. Antes me aterraba que pudiesen hacerle daño a mi amigo, pero ahora era algo más que eso. Si llegase a pasarle algo me moriría, literalmente hablando.

    Traté de sofocar el llanto, y cuando lo tuve más o menos bajo control, me zafé de su abrazo y me puse en pie.

    -¿Qué hora es?- pregunté.

    -Son casi las seis. Está a punto de amanecer. Vamos, vuelve a la cama e intenta dormir. Aún es muy temprano.

    -No. Necesito hablar con mis padres.

    Y sin mediar una sola palabra más, salí y bajé al salón. Esme se giró sonriente cuando me oyó, pero su expresión se alarmó al verme. Se levantó del sofá y voló a mi encuentro.

    -¿Qué ha pasado, cariño?

    -¿Dónde están mis padres?

    -¡Renesmee!

    Mi madre asomó por la puerta de la cocina y corrió a abrazarme con mi padre a la zaga. Enseguida, toda mi familia estuvo reunida en torno a mí. Nos dirigimos al sofá. Jacob apareció en lo alto de las escaleras, con el pelo revuelto y los ojos medio cerrados a causa del sueño, y bajó para sentarse en el suelo a mi lado, apoyando la cabeza en mis rodillas mientras emitía un enorme bostezo. Poco después llegaron también Kate, Garrett, Tanya, Carmen y Eleazar. Todos me miraban con curiosidad.

    -Has vuelto a tener ese sueño, ¿no es cierto?

    Miré a mi padre y asentí. Su cara era el vivo reflejo de la preocupación.

    -¿De qué se trata?- quiso saber Eleazar.

    -Hace tiempo, soñó que Alice y yo nos habíamos unidos a los Vulturis- explicó él-. Aro la reclamaba bajo la amenaza de hacerle daño a alguien si no obedecía y ella deducía que ya habían herido a Jacob al no encontrarle entre nosotros.

    Deslicé la mano por su ardiente pecho y él la aferró con dulzura. Carlisle continuó con la explicación.

    -Alice no ha podido ver nada. Como ya sabéis, el vínculo que une a Renesmee con Jacob, hace que su futuro desaparezca de sus visiones. Pero cree que, al igual que le ocurría a Bella, es posible que Nessie tenga una especie de don por el cual visualice ciertos acontecimientos futuros a través de sus sueños.

    -¿A ti te ocurría eso?- preguntó Garrett mirando a mi madre con los ojos muy abiertos.

    -A veces. Pero la mayoría de mis sueños no se ajustaban con exactitud a lo que más tarde ocurría. Eran más bien como bocetos de lo que iba a ocurrir.

    -Sigo pensando que sólo son sueños.

    -Se le ha repetido, Rosalie- le indicó Alice-, ¿eso tampoco te extraña?

    -Pues no. Mucha gente suele tener el mismo sueño varias veces y no por ello se cumple.

    -Debes recordar que nosotros no somos como la mayoría de la gente, querida- comentó Eleazar-. Y si tenemos en cuenta lo que le ocurría a Bella, es conveniente que permanezcamos en alerta.

    Yo estaba inmóvil, sentada entre mis padres, con una de mis manos atrapada entre las de Jacob y la otra tratando de alisarle su enmarañada melena. No podía ver cuál era su expresión y eso me tenía intranquila. Miré a mi padre en busca de alguna señal, pero él tenía la mirada perdida. De cuando en cuando fruncía el ceño o hacía alguna mueca. Estaba hablando con alguien. Pero, ¿con quién? Miré a mi alrededor y vi que todos conversaban menos Alice. Debía haber imaginado que era con ella. ¿De qué hablaban? Odiaba sus conversaciones silenciosas y más si tenían que ver conmigo. Entonces su respiración se entrecortó y se le dilataron las aletas de la nariz.

    -¡No!- murmuró de forma casi inaudible-. No pienso permitir que se aleje de mi lado.

    Todos se quedaron en silencio y le miraron. Jacob se giró para poder observarle.

    -¿Por qué no?- le preguntó malhumorado mientras yo le miraba estupefacta-. Puedo cuidar de ella tan bien como cualquiera de vosotros.

    Así que era con él con quien hablaba mi padre.

    -Y no lo discuto. Pero ni pienses que voy a permitir que ella esté lejos de mí si hay algún tipo de peligro acechándola.

    -¿Y no crees que es más probable que el peligro abunde donde estéis vosotros? Cuanto más lejos esté de aquí, más segura estará.

    -Ya te lo he dicho. No pienso alejarme de ella.

    -¿Puedo saber qué está pasando?

    Fui yo quien lo preguntó, pero podía haber sido cualquiera teniendo en cuenta el modo en el que todos les miraban.

    -Jacob cree que lo mejor es que te vayas con él a Forks.

    Sentí cómo mi madre me apretó instintivamente contra su costado.

    -¡Ni lo sueñes, Jake!- le espetó -. Además, su sueño transcurre en Forks, ¿no?

    -No tenemos por qué irnos necesariamente a Forks. Estoy dispuesto a irme con ella a cualquier rincón del mundo. Seguro que a Rebecca…

    -He dicho que no- insistió mi madre-. En ningún otro sitio estará tan segura como en esta casa, entre nosotros.

    Me habría gustado poder pedirles que dejasen de discutir sobre lo que era mejor para mí, pero mi voz me había abandonado.
    Rosalie se incorporó y nos miró a todos con los ojos desorbitados.

    -¿Es que os habéis vuelto todos locos? ¡Maldita sea! ¡Sólo ha sido un sueño! Ya le ocurrió una vez y al final se nos acabó olvidando. Ésta vez será más de lo mismo. ¿Por qué os ponéis tan histéricos?

    -Creo que Rosa tiene razón- apuntó Emmett mirándome con gesto contrariado-. Estamos sacando las cosas de quicio y probablemente no sea nada.

    -¿Y si lo es?-protestó Alice-. ¿Y si lo dejamos pasar y ocurre algo?- miró a Jacob e hizo un mohín-. ¡Es un fastidio estar tan ciega!

    Él también se levantó y fijó los ojos en mi madre de forma suplicante.

    -Bella, la última vez que nos enfrentamos a esos… vampiros italianos, tú me confiaste el cuidado de Renesmee, ¿lo recuerdas?- ella le ignoró y hundió su cara entre mi pelo-. Vuelve a hacerlo. Te prometo que no pienso permitir que le ocurra nada. Sabes que eso no va a pasar. Confía en mí- mi madre le miró y se limitó a decir que no con la cabeza provocando su enfado-. Bien, como queráis. Pero os aviso que en cuanto sospeche que corre el más ínfimo peligro voy a llevármela de aquí aunque sea a la fuerza y no va a importarme en absoluto a quién tenga que llevarme por delante con tal de ponerla a salvo.

    Se dirigió a las escaleras y empezó a subirlas a grandes zancadas. Me deslicé con cuidado entre los brazos de mi madre y fui tras él. Le encontré sentado en el borde de mi cama, con gesto enfadado y los dedos entrelazados con fuerza. Cerré la puerta y avancé hasta detenerme frente a él. Hundí mis dedos en su pelo. Él apoyó la cabeza en mi estómago y me abrazó.

    -No te preocupes, Jay, Seguro que Rose tiene razón y dentro de un par de semanas ni nos acordamos de esto.

    -No podría soportar que te pasase algo- susurró sin despegarse de mí.

    -No va a pasarme nada, tonto. Ya verás. Sólo ha sido un sueño, ¿no?

    La culpabilidad me oprimía el pecho de tal forma que hasta me costaba respirar. Todo lo había provocado yo… Otra vez. Era yo quien había iniciado todo el revuelo al asustarme por una estúpida pesadilla. Tenía que aprender a controlarme si no quería seguir causando problemas.

    -¿Quieres estrenar mi coche nuevo?- le pregunté tratando de serenarle-. Yo aún no sé conducir y he pensado que podrías llevarme a dar una vuelta.

    Mi treta dio resultado y alzó la cabeza mirándome con una enorme sonrisa.

    -¿Estás de guasa?

    Me encogí de hombros.

    -Para nada, hablo en serio. Me apetece dar un paseo en coche. Y creo que a ti tampoco te vendría mal salir un rato.

    Se levantó y, tras besarme efusivamente, me cogió de la mano y empezó a tirar de mí. Tu ve que emplear todas mis fuerzas para obligarle a detenerse y hacerle ver que estábamos aún en pijamas.

    Me vestí, me hice una coleta y salimos de la habitación casi volando hacia el garaje. Todos se quedaron en silencio cuando pasamos por el salón. Era obvio que seguían hablando de lo mismo. Ignoré el impulso de incitarles a que continuasen hablando aunque, de todos modos, no me habría dado tiempo de hacerlo, pues Jacob seguía tirando de mí a toda velocidad, dándome apenas la ocasión de detenerme para coger las llaves.

    Entramos y me soltó para poder recorrer la carrocería de mi coche con la yema de los dedos, mirándolo como si fuese algo sobrenatural.

    -Un BMW Z4- comentó para sí mismo, maravillado. Después alzó la cara y me miró con un atisbo de envidia-. Ness, eres una privilegiada. Vas a llevar ni más ni menos que 340 cv. entre tus manos. ¿No te parece alucinante?

    -Sí, muy alucinante- murmuré. Ni siquiera sabía de qué me estaba hablando. Para mí era, simplemente, un deportivo negro. Precioso, eso sí, pero no podía decir mucho más sobre él-. ¿Nos vamos o qué?

    Le lancé las llaves y él las cogió al vuelo sin ni tan siquiera despegar los ojos de las llantas. Nos montamos y, después de oírle alabar las múltiples cualidades de mi auto empleando términos que me eran por completo desconocidos, nos pusimos en marcha. Condujo con mucha precaución hasta llegar a una amplia carretera. Una vez allí, pisó el acelerador y tomó rumbo a Fairbanks, sonriendo y disfrutando con cada rugido del motor como si se tratase del más maravilloso de los sonidos. Llevábamos la capota bajada y el viento le pegaba los pelos a la cara de tal modo que no comprendía cómo podía ver por dónde íbamos. Me alegré de haberme recogido el pelo, así podría disfrutar mejor del paisaje. Era la primera vez que iba a la ciudad. Nunca me había acercado siquiera al no encontrarme con ánimo para hacerlo. El recuerdo de los días pasados me sacudió con tanta fuerza que me cortó la respiración. La mano de Jacob se amoldó a mi mejilla. Volví la cabeza para mirarle y vi la preocupación pintada en su rostro mientras reducía la velocidad casi al mínimo.

    -¿Estás bien?- asentí tratando de sonreírle-. ¿En qué pensabas? No creo que fuese nada bueno- aventuró.

    Sujeté su mano y la acerqué a mis labios para besarla tratando de no transmitirle ningún pensamiento. Como no podía ser de otra forma, no lo conseguí. Mi dolor y mi incomodidad se traspasaron a él, que arrugó el entrecejo y volvió a mirar al frente pisando de nuevo el acelerador.

    -Lo siento- murmuré con arrepentimiento.

    -¿Qué lo sientes? ¿Tú?- bufó y apartó la mano de mi cara, colocándola sobre el volante-. No seas boba, tú no tienes nada que sentir.

    -No quieras cargar con toda la culpa. Yo también tengo mi parte. No tendría que haber sacado mis conclusiones tan deprisa.

    -Y no habrías tenido que sacar ninguna conclusión si yo hubiera tenido el valor de aclararte las cosas desde el principio.

    Su alegato era irrefutable. Aun así, tenía que tratar como fuera de dejar el pasado atrás y centrarme en el presente, un presente que, esta vez de verdad, se presentaba cargado de esperanza e ilusión. Sabía que cuanto más tiempo estuviese pensando en lo que había ocurrido más difícil iba a ponerme las cosas pero, sobre todo, más difícil iba a ponérselas a él. Además, no íbamos a permanecer mucho tiempo juntos. Él debía permanecer junto a su manada y yo aun no me sentía preparada para alejarme de mi familia, por lo que no iba a desperdiciar las pocas ocasiones en las que estaría con él haciéndole sentir mal. Haría lo que fuese con tal de verle feliz.

    Me solté el pelo y eché su cabeza un poco hacia adelante para recogerle el suyo. El viento era cada vez más fuerte y él necesitaba más que yo tener la cara despejada. Me sonrió y hundió una de sus manos en mi cabello. Su gesto se oscureció.

    -¿Qué pasa, Jake?

    -Casi me da un patatús cuando vi lo que te habías hecho. ¿Cómo has podido hacer semejante burrada?

    -Vale, me he perdido.

    -Tu pelo, Ness. ¿Por qué lo hiciste?

    Estaba claro que él tampoco iba a ponerme las cosas fáciles. Respiré hondo y me esforcé por no perder la sonrisa.

    -No quería tener nada que me recordase a ti.

    -¿Y por qué no te lo recogiste y punto?

    -Jake, por favor.

    -Vale, vale. Cambio de tema, ¿no?- me incliné hacia él y apoyé mi cabeza en su hombro-. Voy a echarte tanto de menos…

    -Sólo serán un par de semanas.

    -Pienso pasarme cada uno de los segundos que estemos separados pegado al teléfono- me besó en los cabellos y yo alcé la cara para alcanzar sus labios-. Vas a cansarte de mí.

    -Siento decirte que eso no va a pasar. Probablemente seas tú quien se canse de mí.

    -Sí, claro. ¿Alguna tontería más?

    Me reí entre dientes y volví a recostar la cabeza en el asiento. Estábamos entrando en la ciudad, que empezaba a despertarse lentamente mientras los primeros rayos de sol anunciaban un día climatológicamente despejado. Paramos frente a un parque y nos bajamos. Tres chicos jóvenes que, a juzgar por las mochilas que colgaban de sus hombros, debían de dirigirse a clase, se giraron para mirarnos, dándose codazos unos a otros. Jacob se tensó y apretó mi mano.

    -No hace falta ser tu padre para saber lo que van pensando esos…- le miré alzando una ceja-. “¿Qué hace una pedazo de tía como esa con un gandul como ese?”

    Puse los ojos en blanco y me pegué a él rodeándole la cintura con ambos brazos.

    -¿Y cómo lo sabes? ¿Quién te dice que en lugar de eso no estaban admirando tus bíceps?

    -No seas tonta, Nessie. No estaban fijándose precisamente en mí… Eres un bombón cielo. Lo raro sería que pasases desapercibida.

    -Para, ¿sí?- le rogué con la cara encendida.

    -¿Por qué? ¿Es que te da vergüenza? Es la verdad, mírate. Estás…

    -Para ya.

    -Seguro que estaban mirando tus increíbles piernas y…

    -¡Jacob!- empezó a reírse a carcajadas-. Además, ¿no se supone que te había molestado?

    -Sí, pero me lo he pensado mejor. Me da igual quién y cómo te miren.

    -Y eso, ¿por qué?

    -Porque ellos sólo pueden mirarte, mientras que yo…- se detuvo y se acercó de frente a mí, rodeándome con sus brazos y acercándome a él mientras me besaba de forma apasionada-. Ésto es mucho mejor que sólo mirar, ¿no crees?

    -Mucho mejor- admití.

    Nos sentamos en un banco y nos quedamos en silencio. No hacía falta hablar. Nos conformábamos con poder estar juntos.

    -No puedo sacarme de la cabeza esa estúpida pesadilla- dijo casi entre dientes.

    -Tú lo has dicho. Sólo ha sido una estúpida pesadilla.

    -No sé Ness. Tengo un mal presentimiento. Como si se avecinase algo chungo.

    -Lo único chungo que se avecina es el tortazo que voy a darte como no te olvides de eso de una vez.

    -Vale, vale- suspiró profundamente y me sonrió-. Supongo que hoy me siento un poco pesimista.

    -¿Pesimista tú? Cuesta creerlo.

    -Nos vamos esta tarde, y la idea de estar sin ti ahora que por fin están las cosas bien no me alegra especialmente.

    -Eso ya lo hemos hablado. Sólo serán tres semanas, cuatro como mucho, y se van a pasar volando.

    -Eso espero, o me acabaré volviendo loco- me besó- ¿Y si regresamos? Charlie y el resto ya se habrán levantado y van a cabrearse conmigo por absorber todo tu tiempo.

    -Creo que podrán entenderlo- me senté a horcajadas sobre él y puse mis manos en su nuca atrayéndole hacia mí. Pero, para mi sorpresa, me detuvo.- Y ahora, ¿qué pasa?

    -Los chicos lo entenderán, pero seguro que luego Charlie me pega la bronca.

    -Está bien- refunfuñé-. Vámonos.

    Nos incorporamos y él me abrazó con fuerza.

    -Tenemos toda la eternidad por delante- me recordó.

    Me puse de puntillas para poder alcanzar su boca y él me facilitó el camino inclinándose hacia mi posición.

    -No sé si tendré suficiente- le insinué.

    De cualquier modo, la perspectiva era de lo más prometedora.
     
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    AnnaClearwater

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    Tal como había predicho Jacob, todos estaban levantados cuando llegamos. También acertó al vaticinar que Charlie podría estar mosqueado. Lo supimos en cuanto entramos y respondió a nuestro saludo con una especie de gruñido y el entrecejo profundamente arrugado.

    -Ya era hora de que la trajeras a casa, ¿no crees?- se quejó a Jacob-. No eres el único que quiere estar con ella.

    -Lo siento, abu. No te enfades- me senté en sus rodillas y le di un beso en la mejilla-. En realidad ha sido culpa mía. Nunca había estado en la ciudad y había muchas cosas que ver.

    -¡Ah! En ese caso, mis disculpas, Jake.

    -Disculpas aceptadas- le contestó él dándole una palmada en el hombro.

    Después de comer todos juntos, o al menos todos los que podíamos comer, y de saldar ciertas cuentas pendientes, como la carrera que me traía entre manos con Embry, y la cual gané sobradamente para su fastidio y el divertimento de los demás, llegó el momento de las despedidas. Los primeros en marcharse fueron nuestros amigos de Denali.

    -Ya sabéis que podéis contar con nosotros para cualquier cosa- ofreció Eleazar-. Estaremos ahí siempre que nos necesitéis.

    El abuelo Charlie y el resto se marcharon cuando ya estaba anocheciendo. Les acompañamos al aeropuerto y allí nos despedimos de ellos, una tarea bastante complicada para mi madre y, sobre todo, para mí. Me pasé toda esa tarde con Jacob, aprovechando y sacándole partido a cada segundo, intentando convencerme de lo que yo misma le había estado diciendo a él: que sólo serían unas semanas. Pero decirlo era infinitamente más fácil que hacerlo. En el aeropuerto tuve que esforzarme lo indecible por controlar mis lágrimas. Me repetía que volveríamos a vernos muy pronto, que todo iría bien. Esta vez, la separación era muy diferente a la anterior.

    -Te amo- me susurró al oído.

    Era consciente del error tan tremendo que cometería si le besaba. Sabía que no iba a poder dominar mis impulsos y que acabaría avergonzándome delante de todos. Así que me limité a abrazarle, apretándome tanto contra él que parecía querer grabar cada uno de sus músculos en mi piel. Su calor se traspasó a mí de tal forma que aún lo sentía mucho después de que hubiese desaparecido tras la puerta de embarque.

    Otra despedida emotiva fue la de Leah y Nahuel. Era impresionante ver como ella había pasado de aborrecer a los vampiros a estar completamente atada a uno de ellos, aunque sólo fuese en parte. La imprimación, algo que no estaba segura de poder llegar a comprender, había vuelto a hacer de las suyas, obrando un nuevo milagro. Al igual que Jacob y yo, tampoco ellos se habían separados en todo el día, provocando por ello multitud de bromas hacia Leah con respecto a su olor. Nahuel había prometido marcharse a cualquier sitio con ella después de hablarlo con su tía. Era estupendo verla tan feliz.

    Nahuel fue el último en marcharse. Lo hizo también en avión a pesar de que en un principio se negaba a hacerlo al no disponer de dinero para comprar el billete ni aceptar que se lo costeasen. Fue Esme, como no podía ser de otro modo, quien consiguió convencerle. Era imposible negarse a nada que ella te pidiera con su característica dulzura. Mientras le veía alejarse por la terminal, no pude evitar preguntarme qué habría pasado si aquel día Jacob y Leah no hubiesen aparecido… Supongo que la imprimación nos habría acabado separando de todos modos.

    Mis días se sumergieron en una tediosa rutina, como si tuviese pulsado el botón de repetir. Por la mañana me levantaba y salía de caza. Cuando volvía, acompañaba a Esme a Fairbanks a hacer la compra diaria. Yo era la única que consumía lo que se compraba, así que yo era la encargada de elegir los productos. Después de comer, mi padre me impartía clases. Estaba empeñado en que mis conocimientos debían estar a la altura de los de un alumno de último curso de instituto. Y lo cierto es que no podía quejarse. Me encantaba aprender cosas nuevas y me esforzaba al máximo por memorizar cada una de sus enseñanzas. Anhelaba el omento en el que pudiésemos asistir a clase, pero él mantenía que aún era demasiado pronto.

    -Te acabarás cansando, ya lo verás- esa era la forma de rematar su negativa y de provocarme, a la vez, una enorme frustración.

    Tras el estudio solía salir a pasear por los alrededores, aprovechando esos escasos momentos de soledad para hablar con Jacob por teléfono. Charlábamos al menos dos o tres horas cada día, la mayoría de veces sobre trivialidades. Con poder oir nuestras voces teníamos más que suficiente.

    Pero lo peor llegaba cuando el día tocaba a su fin y llegaba la hora de irse a dormir. La pesadilla comenzó a repetirse cada noche. Solía comenzar de diferentes maneras, pero siempre era el mismo desenlace y la misma angustia al despertar. Traté de disimularlo lo mejor que pude para no volver a armar jaleo, y es probable que hubiese podido ocultarlo de en una situación normal y con una familia corriente. Pero no era mi caso. Así que mi padre acudía cada noche a consolarme cuando veía que se aproximaba la crisis que proseguía al final de la pesadilla. Lo hacía en secreto y sirviéndose de un amplio arsenal de excusas para no preocupar al resto, pero mi madre acabó dándose cuenta. Sospechando que algo estaba ocurriendo, una noche le siguió y llegó a mi cuarto justo cuando yo me estaba despertando y ahogaba mis gritos contra el pecho de mi padre.

    Me negaba a contárselo a Jacob. Ya lo estaba pasando suficientemente mal con la distancia que nos separaba, como para encima añadirle otra preocupación.

    Entre mis padres y yo decidimos que lo mejor que podía hacer era distraerme, por lo que empezamos a buscar distintas formas de mantener mi mente ocupada. Amplié mis horas de estudio, aumenté las salidas de caza… Pero nada.

    Una tarde se me ocurrió pedirle a Emmett que empezásemos con mis clases de conducción. Nos subimos al Volvo de mi padre pues, según dijo, era más seguro y fácil de manejar. Entré y me senté en el asiento del conductor y él hizo lo mismo en el de copiloto. Nada más sentarse comenzó a explicarme la localización y el modo de empleo de cada uno de los pedales, botones y palancas.

    -¿Estás listas?- asentí con indecisión-. Bien. Pues, cuando quieras, introduce la llave en la ranura, pisa el pedal de embrague, el de tu izquierda, y gira el contacto.

    Con el pulso tembloroso, hice lo que me dijo y el coche arrancó con suavidad.

    -¿Así?

    -Perfecto, Nessie. Ahora levanta poco a poco el pie del embrague mientras pisas el acelerador y mete la primera marcha tal y como te expliqué.

    A pesar de que obedecí sus instrucciones al pie de la letra, el coche dio un par de acometidas y se detuvo. Miré a mi tío preguntándome qué era lo que había hecho mal.

    -Tienes que soltar el embrague más lentamente. Venga, tranquila. Inténtalo de nuevo. Ya verás cómo ahora te sale.

    Volví a repetir los mismos pasos y, tras meter la marcha, comenzamos a movernos hacia adelante.

    -¡Genial, enana! Ahora sólo tienes que centrarte y no salirte del camino. Lo estás haciendo realmente bien.

    Sus ánimos me venían de maravilla para calmar los nervios. No ocurría lo mismo si miraba por el espejo retrovisor, donde se veía al resto de mi familia observándonos desde la cristalera.

    Cuando tuve controlado el arranque y el manejo de la dirección, me explicó el funcionamiento y la utilidad de cada una de las marchas.

    -Meterlas está tirado. Sólo tienes que fijarte en los dibujos de la palanca y saber cuándo usarlas. Cuanto menor es la marcha, más potencia y menos velocidad. Es decir, que cuanto más deprisa quieras ir, mayor tiene que ser la marcha que utilices, ¿lo pillas?

    -Pillado.

    Emmett era un magnífico profesor y conducir me resultó muchísimo más sencillo de lo que me temía e infinitamente más divertido. En sólo dos días me atreví a ir a la ciudad con mi propio coche y con él a mi lado, y una semana más tarde me atreví a ir sola. Cambié mis caminatas por el bosque por interminables viajes en coche. Me dedicaba a dar vueltas por los alrededores de Fairbanks, ya que a mis padres no les agradaba que me alejase demasiado a pesar de que Emmett les había asegurado cientos de veces que mi conducción era perfecta y que no corría ningún peligro.

    Pero ni siquiera esta nueva experiencia consiguió hacer desaparecer las pesadillas o, mejor dicho, la pesadilla. Ya no se me ocurría ninguna otra forma de distraerme. Intenté convencer a mis padres de que quizá me vendría bien empezar el instituto, pero ellos descartaron completamente esa opción.

    La situación acabó haciendo mella en mi estado de ánimo y hasta Jacob se dio cuenta de que algo no iba bien. Le convencí como pude de que sólo estaba pasando por una mala racha y que me encontraba algo decaída. Por suerte, él lo achacó a su ausencia y no le dio más vueltas, pero incrementó la frecuencia de sus llamadas.

    Una noche, mientras me daba las buenas noches, mi madre me propuso una nueva distracción.

    -¿Por qué no usas los billetes que te regalamos de cumpleaños y te vas unos días a Forks?- me quedé boquiabierta-. Al abuelo Charlie le haría mucha ilusión y apuesto que a Jacob le darías una sorpresa enorme.

    -¿A Forks? ¿Hablas en serio?- la voz me salió demasiado aguda a causa de la emoción- Pensé que no queríais que me alejase de aquí.

    Mi padre, que hasta ese momento había estado de pie junto a la puerta, se acercó a mí esbozando una sonrisa y me acarició el pelo.

    -Claro que hablamos en serio- me dijo-. Seguro que te viene bien pasar unos días allí. Además, confío en Jacob y sé que sabrá cuidar de ti.

    Me incorporé para poder abrazarles.

    -¡Gracias, gracias, gracias!- repetí eufórica.

    No estaba segura de si esa iba a ser o no la solución definitiva, pero no iba a discutir sobre ello. Funcionase o no, no iba a perder la oportunidad de poder estar de nuevo junto a Jake.
     
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    Cuando me vi sola en medio de la inmensa terminal del aeropuerto de Seattle, me asedió una asfixiante sensación de desprotección. El aire en mis pulmones con dificultad y hasta me mareé un poco. No sabía qué hacer ni dónde ir. Las personas que pasaban a mi lado me miraban con curiosidad. No era para menos. Debía ser de lo más extraño verme allí parada, aferrando fuertemente mi maleta y con una mueca de terror pintada en la cara. Mi cerebro se afanaba en retomar el control. Me indicaba que debía moverme, salir de allí y tomar un taxi. Pero el resto de mi cuerpo se había rebelado y no respondía a sus órdenes.

    -Perdona, ¿te encuentras bien?

    Por suerte pude reaccionar y girarme hacia el lugar de procedencia de aquella armoniosa voz antes de que pudiesen pensar que estaba sufriendo cualquier clase de crisis o, peor aún, que me había vuelto loca. Observé con curiosidad y cautela los rasgos de aquel joven de abrumadora belleza que se encontraba junto a mí. A pesar de llevar los ojos ocultos tras unas oscuras gafas de sol, pude ver como su frente se arrugaba levemente denotando su preocupación. Tenía la piel asombrosamente pálida y el pelo corto, de un color aún más oscuro que el negro, engominado y despuntado. Vestía un elegante traje de chaqueta.

    -Sí, estoy bien- comenté deteniendo mi registro antes de que pudiese parecerle grosera-. Sólo estoy intentando situarme. Es la primera vez que viajo sola, necesito coger un taxi y ni siquiera sé dónde está la salida.

    -Puedo acompañarte, si no te importa- me tendió una mano a modo de saludo-. Me llamo Adamu.

    -Yo soy Renesmee- le dije tendiendo también mi mano para estrechar la suya.

    Ambos nos sobresaltamos ante el contacto. Su piel era dura y fría como el hielo. Supuse que él esperaba lo mismo de la mía. Tuve que refrenar el impulso de quitarle las gafas para poder verle los ojos y descubrir si era uno de los buenos o uno de los malos. Buenos y malos, así los catalogaba yo dependiendo del color de sus iris. Dorados, buenos; rojos, malos.

    -Entonces, ¿quieres que te acompañe?

    -Sí, sería estupendo.

    Desplegó una enorme sonrisa mostrándome su perfecta y resplandeciente dentadura y despejando con ello cualquier tipo de duda que pudiese quedarme aun sobre su naturaleza. Cogió mi maleta y comenzó a andar invitándome a seguirle. La gente se giraba para mirarnos. No podíamos evitar llamar la atención. Los dos blancos como la cal (aunque mi cara se hubiese teñido de un rojo intenso), los dos con gafas de sol y los dos impolutamente vestidos. ¿Por qué había permitido que Alice me enfundase ese elegante vestido negro? Tratando de pasar algo más desapercibida, y aun sabiendo que mi intento era estúpido, retiré mis gafas y me las coloqué a modo de diadema. Seguí caminando sin pararme a mirar a nadie a fin de no ponerme nerviosa y evitar de esa forma un nuevo ataque de pánico.

    Cuando salimos a la calle, Adamu me señaló con un gesto de su brazo toda la extensión de taxis que había aparcados frente a nosotros.

    -¿Deseas alguno en especial?- preguntó amablemente.

    -No. Cualquiera es perfecto.

    -De acuerdo. Espera aquí, ¿sí?

    Dejó la maleta en el suelo, a mi lado, y se encaminó con su elegante paso hacia el taxi más próximo. Se asomó a la ventanilla y, tras intercambiar unas palabras con el conductor, me indicó que me acercara. Cogió de nuevo mi equipaje y lo depositó en el maletero, volviendo enseguida para poder abrirme la puerta.

    -Buen viaje, Renesmee- me dijo mientras yo me acomodaba en el asiento trasero-. Ha sido un placer ayudarte… Y conocerte.

    -Lo mismo digo. Muchísimas gracias.

    Se bajó levemente las gafas y me guiñó un ojo. Dorados. Cerró la puerta y el taxi se puso en marcha mientras yo me preguntaba por qué no podía haber sido simplemente alguien normal, un simple humano. ¿Es que estaba condenada a conocer solo a criaturas sobrenaturales?

    -¿Dónde la llevo, señorita?

    -A Forks.

    -¿Alguna dirección en concreto? ¿Una calle o un hotel?

    -Cuando lleguemos le daré más indicaciones.

    Era imposible darle una localización exacta. La enorme casa blanca no se encontraba en ninguna calle en concreto. Esme había tenido que estar un buen rato al teléfono con el equipo de limpieza que había mandado para que todo estuviese perfecto cuando llegase, para explicarles cómo llegar. El conductor me miró con curiosidad a través del espejo retrovisor.

    -¿Y qué se le ha perdido a una beldad como usted en un lugar come ese?

    No me gustaba la pinta de aquel tipo. Su apariencia era ruda y la forma en que me estudiaba no me agradaba en absoluto.

    -Asuntos familiares- contesté fríamente dando por zanjada aquella conversación.

    -¡Oh! Está bien.

    Sus ojos pasaron de la curiosidad a algo cercano a la lascivia. Incómoda, me hundí en el asiento hasta que logré estar fuera de su campo de visión. El hombre encendió la radio y comenzó a destrozar, con su voz dura y rasposa, la canción que estaba sonando. Yo me dediqué a observar el movimiento del paisaje a ambos lados del coche, recordando la última vez que había pasado por allí y lo diferente que era todo ahora. Mi corazón se aceleró descontroladamente cuando su rostro se apareció en mis pensamientos. El anhelo de poder estar de nuevo entre sus brazos me hizo dudar acerca de si aguantaría todo el viaje sentada en aquel taxi. Estaba segura de que llegaría mucho antes si hacía el trayecto corriendo. Sería divertido ver la reacción del taxista cuando me pidiese que me dejase bajar y me viese desaparecer delante de sus narices. La escena me hizo soltar una carcajada y el hombre se alzó intentando verme sin conseguirlo. Me controlé y decidí centrar mi mente en Jacob. Eso me ayudaría a acortar el trayecto.

    Y funcionó. Parecía como si apenas hubiesen pasado un par de minutos cuando vi aparecer las primeras casas del pueblo. Estaba atardeciendo.

    -¿Por dónde voy ahora?

    -Cruce el pueblo y tome un camino que se interna en el bosque. El primero a la derecha.

    Me incorporé ignorando el gesto de contrariedad del conductor para poder mirarlo todo de forma más cómoda. Una vez más tuve la sensación de haber avanzado varios años en el lapsus de unos meses. Pasamos junto a la comisaría, pero decidí que sería mejor dejar las cosas en casa y ponerme algo mucho menos llamativo que el dichoso vestido negro. Ya había llamado bastante la atención por ese día.

    -¿Está segura de que es por aquí?

    La voz del taxista me sobresaltó. Había puesto el coche en punto muerto y me miraba confundido. Observé el camino. Excepto el equipo de limpieza, cuyo rastro aún se distinguía entre la abundante maleza, probablemente nadie había vuelto a pasar por allí. Pero era la ruta, sin ninguna duda.

    -Sí, estoy segura.

    Volvimos a ponernos en marcha mientras el conductor refunfuñaba y lanzaba maldiciones cada vez que un arbusto rozaba la carrocería.

    La casa apareció súbitamente ante nosotros. Era como si el tiempo se hubiese detenido allí tras nuestra marcha. Las paredes conservaban su perfecto color blanco, las cristaleras resplandecían, el césped estaba podado y no había ni rastro de maleza por ningún lado. Casi no esperé a que parásemos antes de saltar al exterior. El taxista también se bajó y sacó mi equipaje. Le pagué, cogí mis cosas y corrí, todo lo que me fue posible sin llamar la atención, hacia la entrada. Abrí, entré y cerré. Con la espalda apoyada en la puerta, recorrí la estancia con la vista, rememorando situaciones del pasado. Tanto las malas como aquellas en las que había sido inmensamente feliz. Ahora que todo el dolor había pasado, podía constatar que los buenos momentos superaban a los malos con creces. El problema era que los malos habían arraigado más profundamente.

    La paz de aquel lugar se adueñó de cada una de mis terminaciones nerviosas, eliminando cualquier atisbo de dolor, igual que habría ocurrido si Jasper hubiese estado por allí. Me sentía relajada y feliz. Era maravilloso estar de vuelta. Eso era. Exactamente igual que estar de vuelta en casa.

    Subí a mi habitación y solté la maleta sobre la cama. La abrí y saqué mi neceser y algo de ropa para cambiarme. Me alegré de no haber dejado que Alice se encargase de recoger mis cosas, de lo contrario me había encontrado con un montón de delicados vestidos como el que llevaba puesto y con los que ni de lejos me habría sentido tan cómoda como con unos vaqueros y una simple camiseta. Otra característica adquirida de mi madre, a quien mi tía tampoco había podido inculcar su exquisitez a la hora de vestir. Un pensamiento me llevó a otro y recordé que había prometido llamar en cuanto llegase. Para ahorrar tiempo vacié todo el contenido de mi bolso sobre la cama, y entre barras de labio, chicles, clips de pelo y demás, apareció mi móvil. Volví a guardarlo todo mientras marcaba el número de mi madre.

    -Ya creíamos que te habías perdido- la oí bromear al otro lado de la línea telefónica-. Hola, cielo. ¿Qué tal el viaje?

    -Hola mamá. Todo perfecto. Acabo de llegar hace un momento.

    -¿Ya has visto al abuelo? ¿Cómo está? ¿Y Jake?

    -Mamá, te he dicho que acabo de llegar. Aún no he tenido tiempo de ver a nadie. Primero voy a darme una ducha y a quitarme… esto- sacudí la tela sabiendo que mi madre comprendería lo que intentaba decirle.

    -Alice…- murmuramos ambas a la vez y rompimos a reír.

    -Sois un caso perdido- la oí comentar.

    -No, Alice, tú eres el caso perdido- bromeó mi madre.

    -Bueno, mamá. Voy a ducharme. Dale un beso a todos y diles que estoy bien. Dile a papá que le quiero.

    -De acuerdo. Dales tú un abrazo enorme a Charlie y a Jacob y diles que les echo mucho de menos y que tengo muchas ganas de verles.

    -Lo haré. Adiós mamá. Te quiero.

    En cuanto colgué recordé que no le había contado lo de Adamu. En fin. Ya tendría ocasión de hacerlo. De todas formas, tampoco era algo importante. Me había encontrado con uno de los muchísimos vampiros que había repartidos por todo el mundo. ¡Menudo descubrimiento!

    Después de la ducha bajé volando al garaje. En la entrada me detuve ante un pequeño armarito de baño que Esme había restaurado y que ahora se utilizaba para guardar las llaves de los coches. No sabía por cuál decidirme. Paseé mi vista por todas aquellas joyas, a cada cual más maravillosa, y al final opté por llevarme el Volvo de mi padre. No tenía ni de lejos la velocidad del Porsche de Alice, pero era mucho menos llamativo.

    Mientras conducía me asaltó la duda de a dónde dirigirme en primer lugar. Me moría de ganas de ver al abuelo, pero la necesidad de estar con Jake era más que imperiosa, casi ineludible. Así que, al llegar a la carretera, puse rumbo a la Push. Estaría un rato con él y, más tarde, podíamos ir juntos a ver a Charlie.

    Pisé el acelerador a fondo y sonreí al pensar que eso del amor por la velocidad debía de ser algo genético o contagioso. No entendía cómo podía haber estado sin coche tanto tiempo.

    Tras una pronunciada curva, divisé las primeras casitas. Estaba bastante nublado y una difusa neblina lo cubría todo pero, a pesar de eso y del frío reinante, sentí una alegre calidez cuando bajé del coche y me encaminé a la vejada puerta de madera. Apenas había dado un golpe con los nudillos cuando oí acercarse el sonido de la silla de ruedas. Jacob no estaba. La puerta se abrió y me encontré con la amplia y acogedora sonrisa de Billy.

    -¡Nessie! ¡Qué sorpresa! ¿Va todo bien?

    -Sí, todo genial- me agaché para poder abrazarle y él me retuvo unos segundos entre sus brazos-. No pasa nada, Billy- le aseguré adivinado su preocupación-. Sólo he venido porque quería veros- me separé de él, que me miraba alzando una ceja, y levanté la mano derecha con gesto solemne.- Te lo prometo.

    -De acuerdo, te creo- sonrió y se apartó de la puerta-. Pero pasa. No te quedes ahí parada.

    -Bueno, en realidad…- noté cómo empezaba a sonrojarme.

    -Ha salido hace un rato.

    La sonrisa de Billy se amplió y mi incomodidad se desvaneció súbitamente.

    -Y no sabrás dónde ha ido…

    -Ya sabes cómo es Jacob. No acostumbra a informar de a dónde va.

    -Pues voy a buscarle.

    -¿Por qué no le esperas aquí? No creo que tarde mucho en volver. Además, vete a saber dónde se ha metido.

    -No te preocupes. Me las arreglaré para encontrarle- le besé en la mejilla-. Vuelvo enseguida. Mejor dicho, volvemos.

    -Seguro que sí- murmuró sonriente mientras cerraba la puerta a mi espalda.

    Me alejé unos metros de la casa y cerré los ojos tratando de captar un indicio de su aroma. Mi olfato era casi perfecto, pero nunca lo había usado para algo que no fuese cazar. “Siempre hay una primera vez” me dije a mí misma. Una pequeña corriente de aire me trajo justo lo que andaba buscando, y me interné en el bosque siguiendo su rastro. Me costaba horrores concentrarme con los ojos abiertos, así que los entrecerré, dejando una pequeña rendija suficiente para no empotrarme contra un árbol, tal y como hacía cuando salía de caza.

    Mientras su olor se intensificaba, reconocí el lugar al que estaba llegando. Estaba tan pendiente de encontrarle que no me había dado cuenta de cuánto me había alejado. Estaba más cerca de mi propia casa que de La Push. Detuve mi carrera al llegar a la linde del prado. El mismo prado al que iba con mi madre y con Jacob de niña. El mismo en el que ocho años atrás nos habíamos enfrentado a los Vulturis. El mismo prado de mi pesadilla. Sentí un estremecimiento de terror. Pero entonces le vi y el miedo se evaporó. No podía pensar en nada que no fuera él. Luché contra el impulso de salir corriendo y abrazarle y permanecí inmóvil detrás de un árbol, observándole. Estaba sentado, ligeramente encorvado hacia adelante. No podía ver qué estaba haciendo, ya que se encontraba de espaldas a mí. De forma silenciosa, caminé rodeándole hasta poder ver que estaba escribiendo. La curiosidad me hizo agudizar la vista. Nos encontrábamos más o menos a treinta metros de distancia, pero eso no supuso ningún inconveniente, y distinguí su torpe letra con facilidad. El encabezamiento me indicó que se trataba de una carta para mí… O eso esperaba. “Hola princesita”. Según pude leer, me echaba tanto de menos que no tenía suficiente con lo que hablábamos por teléfono. “Además, hay cosas que habladas suenan muy cursis y que quedan mucho mejor por escrito, ¿no crees? Por ejemplo, que cuando estás lejos mi vida carece completamente de sentido…” El viento cambió de dirección inoportunamente arrastrando mi aroma hacia él, que alzó la cabeza de forma brusca. Yo no me moví. Esperé a que se girase y me encontrase allí. Pero, en lugar de eso, cerró los ojos, inspiró profundamente y siguió escribiendo mientras sacudía la cabeza. “Te juro que me estoy volviendo loco. A veces incluso puedo olerte. Tal y como me avisó Quil, esto de la distancia es un asco… Y eso que él no se separa de Claire ni dos minutos… “. Ya sin poder aguantarme por más tiempo, comencé a andar lentamente hacia él. Estaba tan volcado en la carta que ni siquiera podía notar mi presencia. “Necesito verte ya. Cada segundo que pasa siento que te echo más de menos”.

    -Yo también te he echado mucho de menos- susurré cuando estuve justo a su lado-. Y mucho.

    Se puso de pie de un salto, arrojando la libreta y el bolígrafo, y me miró con los ojos desorbitados a causa de la sorpresa. Le acaricié la mejilla y él rodeó mi cintura con fuerza, obligándome a arquearme contra su cuerpo. Coloqué mis manos en su cuello y busqué su boca. No era exactamente que quisiera besarle. Era más bien que necesitaba hacerlo. Me separé levemente para poder mirarle. Seguía con los ojos cerrados.

    -En serio, cuando te he olido y he creído oir tus latidos, pensé que se me había ido la chaveta del todo- abrió los ojos y me sonrió alzando una ceja-. ¿O es que realmente me he vuelto majareta y esto me lo estoy imaginando?

    -¿Tú qué crees?

    -No lo sé. Supongamos que se me ha ido la pinza y nada de esto es real, ¿cómo podrías convencerme de lo contrario?

    -Fácil.
    Deslicé mis manos lentamente hasta su cintura. Le besé con suavidad y después desplacé mis labios por su garganta. Pude sentir cómo se estremecía y reaccionó apretándome aún más contra él.

    -¿Convencido?-pregunté.

    -Sí. Definitivamente, me he vuelto loco.

    Puse los ojos en blanco y me separé de él, sentándome en el suelo y tirando de su brazo. Él me miró durante unos segundos, con los ojos relucientes y una sonrisa tatuada en su rostro, y se sentó junto a mí, cogiéndome en peso y colocándome sobre su regazo. El frío había ido aumentando conforme anochecía y su calor resultaba realmente agradable.

    -Te quiero- le susurré mientras me acomodaba y apoyaba mi cabeza en su pecho.

    -Yo más.

    La felicidad y la seguridad que me proporcionaba ensanchaban mi pecho. O eso me parecía al percibir con qué facilidad entraba el aire en mis pulmones cuando estábamos juntos.

    -¿Y a qué se debe esta visita?

    Aparté mis manos de su pecho y las apreté una contra la otra. No iba a permitir que mis pensamientos volvieran a traicionarme.

    -¿Es que acaso necesito un motivo para venir a verte?

    -En absoluto. Es sólo que no me lo esperaba. Se supone que iba a ir a verte en un par de días.

    -De eso se trataba. Quería darte una sorpresa.

    -Pues debo decirte que lo has conseguido.

    -Me alegro. Eso es justo lo que estaba- un enorme bostezo me interrumpió-… intentando.

    -¿Tienes sueño?

    -Sí. Lo cierto es que estoy agotada. Supongo que es por el viaje.

    -Duérmete un rato.

    Miré al cielo. Entre la maraña de nubes, comenzaban a brillar las primeras estrellas.

    -¿Qué? No, no.

    -Ness, duérmete. En serio, no me importa. Yo lo único que quiero es tenerte aquí conmigo. Me da igual si duermes o no. Y, por si no lo sabes- me besó en el pelo-, estás preciosa cuando duermes.

    Alcé la cabeza para poder besarle y volví a recostarla.

    -Está bien. Pero sólo un ratito, ¿vale? Charlie tampoco sabe que he venido y me gustaría ir a cenar con él y Sue. Por cierto, ¿está Leah?

    -Sí, anda por ahí con Nahuel.

    -Mmm. Así que al final te aprendiste su nombre, ¿no?

    -Ya no me afecta. Además, ¿cómo no aprendérmelo cuando Leah lo tiene continuamente en su cabeza?

    -¿En su cabeza? ¿Puedes oírla?

    -Claro, aunque se fue, ha vuelto y sigue formando parte de la manada.

    -Ya, bueno. Yo no me refería exactamente a eso.

    -¿Entonces?

    -¿No se supone que debéis entrar en fase para poder oir los pensamientos de los demás?

    -Sí, ¿Y…?

    -¿Seguís entrando en fase? Quiero decir, ya no es necesario, ¿no? Mi familia se fue. Ya no hay ningún peligro… ¿O sí?

    -¡No! Claro que no hay ningún peligro… Nessie, en cuanto dejemos de transformarnos, empezaremos a envejecer y, como comprenderás, no tengo la más mínima intención de criar canas.

    -¿Esa es la única razón?- algo me decía que no.

    -Sí, yo… ¿Cuál iba a ser si no?

    Titubeó. Así que había algo más. Me habría gustado preguntarle qué era, pero me vi arrastrada por un profundo sopor.
     
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    AnnaClearwater

    AnnaClearwater Iniciado

    Acuario
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    Escritora
    Título:
    Flor De Luna
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
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    Me desperté con la certeza de que no había dormido sólo unos minutos. Tampoco estaba en el prado. Jacob debía de haberme traído a casa. Fuera llovía a mares. Me dolía la garganta a causa de la sed y tenía un calor asfixiante. Demasiado calor teniendo en cuenta el tiempo que hacía en el exterior. Comprendí a qué se debía cuando intenté incorporarme y vi que el brazo de Jake me tenía aprisionada. Traté de apartarle sin despertarlo, pero al mirarle vi que tenía los ojos abiertos.

    -¿Qué hora es?- pregunté con la voz ronca.

    -Algo más de las dos y media.

    -¿Cómo? ¡Vaya! Te dije que me despertases.

    -Yo no recuerdo tal cosa.

    -¿Cómo que no? Dije que quería ir a cenar con Charlie.

    -Eso sí que lo recuerdo.
    Iba a replicarle, pero su enorme y perfecta sonrisa me desarmó. Era incapaz de discutir con él si me sonreía de ese modo. Es más, apenas sí podía hablar. Me liberó y yo me incorporé, apoyándome sobre el codo para poder mirarle.

    -Siento no haberte despertado, pero es que la cosa se puso fea- señaló hacia la ventana, donde seguían cayendo enormes goterones-. Y dudo mucho que hubiese aguantado despierta durante toda la cena.

    -Probablemente- contesté sin apartar los ojos de él.

    -Ya le verás mañana.

    -Hmm.

    Sentí la necesidad de estar muy cerca suya. No estaba segura de si iba a ser capaz de separarme otra vez de él. Le besé y me cobijé de nuevo entre sus brazos.

    -¿Te das cuenta de que es la primera vez que estamos realmente solos?

    -Jacob, hemos estado a solas miles de veces.

    -Ya sabes a qué me refiero.

    Me reí, claro que lo sabía. Era la primera vez que estábamos sin la vigilancia de mi padre.

    -La verdad es que es estupendo no tener que estar todo el tiempo controlando lo que pensamos-admití.

    -Yo no diría tanto.

    Le miré sin comprenderle. Él fijó sus ojos en mis manos y volvió a mirarme. Entonces entendí a qué se refería. Había vuelto a entrelazar las manos y las tenía apretadas contra mi estómago.

    -No sé de qué me hablas.

    Eso no había quien se lo tragase. Desvié mi mirada, pero él sujetó mi mejilla y la sostuvo hasta que mis ojos volvieron a encontrarse con los suyos.

    -¿Ness?

    -En serio, no ocurre nada.

    Cogió mis manos, pero no las separé ni un milímetro. Él alzó una ceja.

    -¿Entonces?- no contesté-. Nessie, ¿qué hay en tu cabeza?

    Respiré profundamente y me concentré, observando su rostro hasta que fue lo único que ocupaba mis pensamientos. Alcé las manos y las coloqué a ambos lados de su cara mientras él cerraba los ojos.

    -Esto es lo único que hay en mi cabeza.

    Me recreé en la imagen, repasando sus ojos, su nariz, sus perfectos labios, cada poro de su piel… Y no pude evitarlo. La insoportable y cruel sonrisa de Jane se coló en mis recuerdos. Fue muy fugaz y pese a que volví a su rostro rápidamente, duró lo suficiente como para que él también lo viese. Abrió los ojos de golpe, fijándolos en mí casi con ira, y tensó la mandíbula. Aparté mis manos y volví la cara. ¿Cómo podía ser tan descuidada? Tan imbécil.

    -¿Has vuelto a tener esa pesadilla?

    No contesté. Seguí mirando por la ventana, donde la lluvia caía sin intención de amainar. Recordé el día en que sufrí el cambio. Era la misma sensación. La impresión de que algo no iba bien. El temor de ver la decepción en su cara. Un relámpago iluminó la habitación seguido por un ensordecedor trueno. Noté el movimiento del colchón y supe que se había incorporado.

    -¿Alice ha visto algo?

    Su voz rezumaba tensión e impaciencia. Tenía que contestarle antes de que su imaginación echase a volar. No debía permitir que se asustase por algo que no había pasado y que, esperaba, no iba a pasar.

    -Alice sigue sin ver nada- contesté sin mirarle.

    -Pero tú sigues teniendo esa pesadilla, ¿no?

    -Cada noche- admití-. Hoy es la primera noche desde que te viniste que duermo del tirón.

    Sus manos se aferraron a mis hombros y me giraron hacia él. Respiraba agitadamente y seguía apretando los dientes. Acercó su cara hasta tenerla a unos centímetros de la mía.

    -Escúchame, Ness. No va a pasar nada, ¿de acuerdo? Voy a hacer hasta lo imposible para convencerte de que vamos a estar bien, ¿me oyes? ¡Todos vamos a estar bien!

    Las lágrimas rebosaron mis ojos. ¿Es que nunca iba a dejar de crear problemas? Acarició mi mejilla y yo sujeté su cuello y le atraje hacia mí para poder besarle. Me devolvió el beso con un jadeo sofocado. De pronto, todo empezó a teñirse de rojo. Quizá fuese por el terrible calor. Sentía estallar mi piel en llamas cada vez que sus manos me rozaban. Mi corazón estaba desbocado. Jacob apartó su cabeza para poder observarme. Sus ojos tenían un brillo salvaje. Y temblaba. Pero no era el mismo temblor que precedía a su transformación. Era muy diferente. Esta vez los espasmos que recorrían su cuerpo eran provocados por la emoción o tal vez por los nervios. Incluso puede que fuesen por el deseo.

    -Te amo, princesita-susurró antes de volver a colocar su boca sobre la mía.

    Y en ese momento perdí la capacidad de pensar y sentir cualquier cosa que no fuera él. Ni siquiera podía oír la tormenta del exterior. Probablemente porque la que se estaba desatando en mi interior era aún más violenta.




    Todo estaba en penumbras. Jake estaba tumbado de espaldas a mí, roncando suavemente. Con la punta de los dedos, repasé con delicadeza la línea de su columna, su espalda, ascendí hasta sus hombros, su cuello… Los ronquidos se interrumpieron y él sujetó mi mano besándola y colocándola sobre su mejilla después. La retiré con lentitud y se dio la vuelta, quedando de frente a mí. Noté el calor del bochorno quemando mi cara.

    -¿Se puede saber por qué estás tan roja?

    -Yo no… No estoy roja.

    Se rió y acarició mi nariz.

    -Ah, ¿no?- se acercó un poco más y yo me incliné en la dirección contraria. Su expresión se tornó divertida- ¿Tienes vergüenza de mí?

    -¿Yo? ¿De ti? ¡No! ¿Por qué iba a…?- era tan obvio que mentía que finalmente exhalé todo el aire de golpe, aparté la mirada y acabé admitiéndolo-. Un poco, quizás.

    -No me lo puedo creer- se carcajeó-. Anda, ven aquí- me abrazó con fuerza y me besó en la frente-. No tienes por qué avergonzarte, Ness. Lo de anoche fue… maravilloso…- me apartó y me miró frunciendo el ceño- ¿O es que tú no piensas lo mismo?

    -¡Claro que pienso lo mismo!- le miré alarmada-. Aunque yo no diría que fuese maravilloso. No, esa no es la expresión adecuada. Creo que no existe una palabra capaz de describir lo que… Fue increíble, Jake. En serio.

    -Entonces, ¿Por qué no me tocas?

    Cogió mis manos, cerradas en puños, y las colocó sobre su pecho. Las abrí lentamente mientras rememoraba cada una de sus caricias, todos sus besos, la dulzura de sus palabras… Sus dedos se clavaron en mi cintura y me acercó hasta que me tuvo completamente pegada a él. Buscó mi boca de forma casi violenta y yo no fui más cuidadosa a la hora de devolverle el beso.

    Los bordes de mi visión estaban empezando a volverse rojos cuando se apartó y movió la cabeza con amargura.

    -¿Qué pasa?

    -No, no pasa nada. Es sólo que… Tus padres van a matarme.
    -¿Mis padres? Jake, ellos no tienen por qué…- me miró abriendo exageradamente los ojos y enmudecí. Ninguno de los dos íbamos a poder sacarnos lo ocurrido de la cabeza. Al menos yo no podría. Sujeté su barbilla y le besé-. No me importa lo que digan mis padres. Soy mayorcita y sé lo que me hago.

    -¿Mayorcita? Ness, tienes ocho años.

    -¿A ti te parece que los tenga?- pregunté con indignación-. Mírame. Hace ocho años que nací, pero esa no es ni de lejos mi edad real. Y tanto tú como mis padres lo sabéis.

    -Ya, pero…

    -No, Jacob. No hay peros. Se supone que mis padres quieren lo mejor para mí, ¿no? Bien. Pues lo mejor para mí eres tú.

    Se mordió el labio inferior y volvió a sacudir la cabeza. Esta vez, con una media sonrisa.

    -Puedes llegar a ser realmente frustrante, ¿lo sabías?

    -¿Yo? ¿Por qué?

    -Porque de un modo u otro, siempre consigues salirte con la tuya.

    Volvió a besarme y esta vez fui yo quien le paró los pies antes de que la cosa fuese a más.

    -Charlie- farfullé entre sus labios mientras intentaba quitarle de encima.

    -¡Oh, vamos! Seguro que está trabajando.

    -Es sábado. Los sábados no trabaja.

    -Pues habrá salido de pesca.

    -No, no ha salido de pesca. ¡Venga, Jake!- con un último esfuerzo, conseguí zafarme y salté de la cama arrastrando la colcha conmigo para poder cubrirme-. ¡Oh, no! Tengo el coche aparcado en tu puerta.

    -Ya ves tú. Tienes al menos cuatro coches más para elegir.

    -En realidad son seis- puntualicé. Jacob bufó y se sentó en el borde de la cama. Intenté no mirarle o volvería a perderme-. Pero no pienso ir a Forks con ninguno de ellos.

    -¿Cuál es el problema?

    -¿El problema? El problema es la gente. Odio llamar la atención. Y esos coches parecen estar gritando: “¡Miradnos!”.

    -No puedes negar que eres hija de Bella.

    Se levantó y comenzó a buscar sus pantalones entre el barullo de ropa que había esparcido por el suelo. Le di la espalda con el pulso acelerado, tratando de calmarme y pensar en otra cosa antes de que mis descontrolados latidos me delatasen. Abrí la ventana y me asomé al exterior. El cielo estaba cubierto y, aunque había dejado de llover, no tardaría en empezar de nuevo. Jacob me abrazó desde atrás y me besó en el cuello.

    -Dame quince minutos, ¿sí?

    -¿Vas a buscar mi coche?

    -¡Qué remedio!

    -¡Gracias!- me giré y le abracé-. Pero no hace falta que corras, ¿vale? Yo voy a darme una ducha.

    -Hmm.

    -¿Qué ocurre?

    -Estoy pensando que el coche puede esperar.

    -Jake, por favor- me distancié y le miré suplicante-. Quiero ver al abuelo.

    -¡Ahg! Está bien. Voy a por tu coche.

    Se giró y desapareció tras la puerta.

    -¡Gracias!- le grité- ¡Te quiero!

    No me contestó, pero le oí reírse. Dejé la colcha sobre la cama. Aún no había deshecho la maleta. Por lo que la abrí en busca de algo para ponerme y mi neceser. Ya lo ordenaría todo por la tarde.

    Me tomé mi tiempo para ducharme, dejando que el agua resbalase por mi piel, relajándome. Me sequé, me vestí y me coloqué frente al espejo. Necesitaba verme reflejada, comprobar que seguía siendo la misma persona a pesar de lo distinta que me sentía. Pero, si algo había cambiado, habría sido en mi interior, porque el exterior era el de siempre. Sólo dos cosas eran distintas: el intenso brillo de mis ojos y una sonrisa que se extendía por toda mi cara. No se trataba de una sonrisa normal. Era la típica sonrisa que sólo aparecía cuando Jacob estaba cerca. Y ahora lo estaba. ¡Vaya si lo estaba! Lo sentía por todas partes, hasta en el aire que respiraba. Pero lo realmente importante no era que estuviese, en presente, sino que siempre, futuro, iba a estar ahí. Era completamente mío y yo era suya por completo. Y nada iba a cambiar ese hecho… Ni nadie. La felicidad que me embargaba era casi tangible. Ya no sólo sonreían mis labios. Todo mi cuerpo se reía a carcajadas.

    Me maquillé, me alisé el pelo y, tras limpiar el cuarto de baño, regresé a mi habitación. Jacob ya estaba allí. Lo había recogido todo y estaba acabando de hacer la cama.

    -He dejado tu maleta en ese rincón- comentó sin mirarme mientras colocaba el almohadón-. No sabía dónde colocar las cosas, así que de eso te encargas tú.

    Sin despegar los ojos de él, me encaminé hacia la ventana y me senté en el alféizar, abrazada a mis rodillas. Ante mi silencio, se giró y me miró estrechando los ojos.

    -¿Va todo bien?- asentí- ¿Entonces?

    Caminó despacio hasta estar frente a mí, sujetó mi mentón e inclinó la cabeza, acercando su cara a la mía. Yo rodeé su cintura con mis piernas y lancé mis brazos a su cuello. Le besé como si no fuese a poder hacerlo nunca más, pero con la seguridad de saber que podría hacerlo cada vez que quisiese.

    -Creía que querías ir a ver a Charlie- murmuró sin despegar sus labios de los míos-. ¿Has cambiado de idea?

    Tenía las manos apoyadas en la ventana, a ambos lados de mi cuerpo. Le besé una vez más y me colé por debajo de su brazo, colocándome a su espalda. Lo hice tan deprisa que no le di tiempo a reaccionar.

    -No, no he cambiado de idea- rodeé su cintura y le di un beso en el hombro-. Ahora voy a verle.

    -Soy un bocazas- se quejó.

    -¿Te apetecería que fuésemos a cenar esta noche por ahí?

    Se giró para poder encararme y colocó sus manos sobre mis mejillas.

    -Ness, estoy sin blanca.

    -¿Quién ha dicho que tengas que pagar tú?

    -Lo normal es que sea el chico quien invita, ¿no?

    -¿Quieres que hablemos sobre normalidades? Bien. Pues, corrigiendo tu frase, “lo normal es que sea el chico el que invita a… la chica. Yo no soy exactamente una chica, así que no tienes por qué invitarme.

    -No pienso dejar que pagues tú.

    -¿Qué problema tienes? ¿Es que ofende a tu masculinidad que sea yo quien te invite?- bromeé-. Puedo dejarte mi tarjeta de crédito para que finjas que es tuya si eso va a hacer que te sientas más hombre.

    Puso los ojos en blanco mientras paseaba sus dedos por mi cuello.

    -Puedo cocinar yo-ofreció-. Se me da bastante bien.

    -¡Déjate de bobadas, Jacob! Lo que me apetece es salir por ahí y cenar en un sitio elegante. Como en las películas.

    -En Forks no hay restaurantes como los de las películas. Y de La Push, ni hablemos.

    -¿Y qué me dices de Port Angeles? También podríamos ir a Seattle.

    -Tú-estás-chiflada. ¿Cómo vamos a ir a Seattle?

    -¿En coche?-ironicé-. Había pensado que, tal vez, te gustaría llevar el Porsche de Alice.

    Se le desencajó la mandíbula y sus ojos se abrieron como platos. Sonreí al comprender que había tocado su punto débil. Jaque mate. La partida estaba ganada. Volvió a cerrar la boca y frunció el ceño.

    -Eso no es justo.

    -¿El qué? ¿Qué he hecho?- abrí mucho los ojos para parecer más inocente-. ¿No quieres llevarlo?

    -¡Claro que quiero! ¿Cómo no iba a…?- se separó de mi lado y se llevó la mano a la nuca, dejándola caer de golpe varios segundos después-. En serio. A veces eres de lo peor. Haces conmigo lo que quieres.

    Eso era un “sí”. Se había rendido. Salté de nuevo a sus brazos y él me alzó del suelo.

    -Tienes que ponerte guapo, ¿vale?

    -Define “guapo”.

    -Guapo quiere decir que no se te ocurra venir a buscarme en pantalones cortos y con deportivas- me dejó en el suelo-. ¿Entendido? Tienes que ponerte elegante.

    -¿Y qué me pongo? No tengo nada elegante.

    -Sí que lo tienes. Tienes el traje de chaqueta y los zapatos que te pusiste en la boda de Sam y Emily.

    -¿Traje de chaqueta? ¡Ni lo sueñes!- me crucé de brazos, enfurruñada y con la vista fija en el suelo-. Ness, ni siquiera creo que me esté bien ya.

    -Excusas. No has cambiado ni un ápice. Dime la verdad, ¿es que no quieres ir a cenar conmigo?

    -¿Cómo? ¡No! No digas eso, ¿vale? Sabes que me iría contigo al mismo infierno si me lo pidieras. Es sólo que…- le miré compungida-. ¡Está bien! Me pondré el estúpido traje y los estúpidos zapatos e iré contigo a ese estúpido restaurante.

    -¿De verdad?

    -De verdad. Pero nada de Seattle, ¿de acuerdo?

    Le besé mientras él acariciaba mi cara.

    -Te quiero- susurré en su oído.

    -Pues yo te odio. Eres insoportable.

    Le saqué la lengua tratando de dibujar una sonrisa en su gesto de enfado. Y eso también lo conseguí.

    Salimos a la calle y me acerqué al coche, cogiendo al vuelo las llaves que él me lanzó.

    -¿Quieres que te acerque a casa?

    -No gracias. Llegaré antes corriendo.

    -Fantasma- murmuré entre dientes sabiendo que él lo oiría-. ¿Vienes a buscarme a las siete?

    -Aquí estaré- me lanzó un beso y echó a correr.- ¡Te quiero!

    No subí al coche hasta perderle de vista. Arranqué el motor y me dirigí a casa de Charlie. De pronto tenía muchísimas ganas de verle. Tantas que el viaje, que apenas me llevó cinco minutos, se me hizo interminable. Aparqué frente a su puerta y bajé. Una fría corriente me hizo estremecer y arrojó varias gotas de lluvia contra mi cara. Me apresuré hacia la entrada y llamé al timbre. Pocos segundos después, tuve delante de mí la cálida sonrisa de Seth.

    -¡Nessie!- me abrazó eufórico-. ¡Qué bien! ¡Ha venido Nessie!- anunció elevando la voz.
     
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    Cass Crokaert

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    Disculpa que no jaya pasado a comentar... Ya los habia leido jjujuju pero no pude comentar por que no tenia muxo tiempo... pfff maldita escuela!!!! jajaja.
    Omg..... esta super buenisisisma O.o me he quedado con ganas de más!!!! por favor continua !!!!
    Me encanto!!!!
     
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