La noche había caído hacía un buen rato, pero aquel día aquella entrenadora se había entretenido mucho en un encuentro entre dos cascoon y se le había hecho demasiado tarde. Con los pokémon tipo planta y tipo bicho que había capturado por las inmediaciones estaba más que contenta. Por lo que se dispuso a buscar la salida del bosque. El gélido viento que se filtraba por entre los árboles le estaba calando fuerte, por lo que apresuró el paso para tratar de salir del bosque cuanto antes. No tenía intención alguna de pasar allí la noche, pues a cada paso que daba, al encontrarse allí sola, se sentía más asustada. Cuando alguna rama rozaba su suave piel, daba un respingo. Había escuchado alguna vez leyendas de entrenadores que se habían perdido en los bosques y que jamás habían regresado a casa. Y aquel no parecía un buen momento para acordarse de aquellos cuentos, pero para su cabeza semejaba que sí era una buena hora. —Me encuentro andando en círculos. Es imposible que la salida esté tan lejos —dijo sacando la pokédex para consultar el mapa. Aquel mapa debía estar errado. Porque por donde había camino, la joven entrenadora solamente veía árboles que cortaban el paso, por lo que aquello parecía un laberinto sin salida. Aquella pokédex tendría que estar desactualizada. Maldijo al servicio técnico por tal incompetencia. Trató de pensar en frío, no dejándose llevar por el pánico. Pues tendría que ocurrírsele alguna forma no demasiado difícil de salir de allí en la noche. Porque a estas alturas y con el terror en el cuerpo, lo de acampar en el bosque era una idea totalmente descabellada para ella. Escuchó lo que parecían ser unas risas guturales y miró a todos los lados desesperadas. Pero no alcanzó a ver nada más que árboles por todos lados. Por lo que serían imaginaciones suyas, al escuchar el fuerte sonido del viento. Trató de volver sus pensamientos a una forma de salir de aquel cada vez más terrorífico bosque. Pero por más que trataba de exprimir sus neuronas, no se sentía capaz de crear un plan. Porque pensó en ir dejando bayas por allá donde pasase, ya que tenía bastante, pero tenía miedo de que los pokémon que hubiese por la zona se comiesen algunas. Volvió a alzar la vista para intentar trazar un plan viendo el entorno, pero ahí volvió a ver todos esos árboles, nada más. —Solo hay árboles —susurró pensativa. Con un mal presentimiento que le helaba la sangre, se dio la vuelta de nuevo y se quedó mirando a los árboles. De repente volvió a escuchar aquellas carcajadas guturales de antes. Y unos ojos rojos aparecieron todo alrededor de dónde se encontraba. Por fin se dio cuenta, no podía avanzar porque los árboles le estaban cortando cualquier salida. Bueno, lo que ella había calculado que eran árboles, que en realidad se trataban de Trevenants. En cuanto fueron descubiertos, estos avanzaron al son hacia ella. La entrenadora trató de echar mano de alguna de las pokéball que llevaba en el cinturón, pero no tuvo tiempo ni de hacerlo, pues un Trevenant le sacudió con una de sus ramas y tiró sus pokeballs al suelo. Y así, siguieron avanzando los terribles pokémon, haciendo cada vez el cerco más pequeño. La joven entrenadora, desesperada, sucumbió a la pérdida de consciencia por el pánico. No sabía dónde se encontraba ni cuánto tiempo había pasado, pero notó como sus brazos y piernas estaban atrapadas por lo que parecían ser raíces. Un pequeño Phantump se le acercó y se la quedó observando. —Vaya, ya estás despierta —dijo el pequeño pokémon— a papá le encantará saberlo. Mira, parece que le has disgustado, robando bayas y atrapando pokémon en su bosque —el pokémon negó con la cabeza con gravedad—. No debiste, no debiste. El pequeño Phantump se dio la vuelta. —Yo fui poseído por el espíritu de un niño, pero papá —negó con la cabeza de la misma forma—, él era un terrible caníbal.