Yo contra el mundo Y, cuando despertó, no supo si seguía soñando o no. Así fue. Tal como le había ocurrido al leer la historia «Y cuando despertó, el dinosaurio seguía ahí», no comprendió el propósito ni encontró el sentido de lo que veía. Sabía sobre el análisis y en las formas que podía ser empleado, su importancia. Pero llegó a la rápida conclusión de que no serviría para algo en esa situación. Sus ojos eran buenos al captar formas y colores, pero también serían inútiles: Sólo había color blanco. Era un lienzo con profundidad y dimensiones donde su ser era el único ahí. Miró sus manos y se percató de que estaban cenicientas. Todo su cuerpo —la piel, el cabello, hasta su uniforme que no sabía cuándo se lo había puesto— se encontraba en escala de grises. Era una pintura o fotografía al blanco y negro. Se levantó. Si nada ni nadie se encontraba ahí, debía salir. Pero, ¿cómo lo haría? Caminó hacia adelante, con los brazos extendidos y teniendo cuidado por si se topaba con algo duro. Y así lo hizo. Sin embargo, no era un muro sino una puerta. Solamente el pomo era el que se observaba entre el amplio blanco. ¿Por qué no lo había visto? Giró el pomo metálico y frío, y así pudo encontrarse con un pasillo obscuro. Estuvo observando atentamente el alrededor hasta que el sonido de la puerta cerréndose con fuerza le hizo detenerse. Intentó abrirla, pero ya no pudo. Bien. De todas formas no quería estar ahí de nuevo. Era demasiado vacío para su gusto. En cuanto al pasillo... Caminó lentamente, guiándose por el tacto de la pared. Por alguna razón, ese lugar se le hacía tan familiar que no sabía cómo conocía el camino que debía tomar aun cuando pareciera un laberinto. Tomó otros pasillos, bajó por escaleras y abrió otra puerta. Así lo hizo hasta que se encontró en el lugar donde una de sus muchas preguntas fue respondida. Era el patio de la escuela. Por lo tanto, se encontraba en la escuela. Casi sintió el alivio que nunca antes había sentido al encontrarse en ese lugar, tanto que casi le pareció gracioso. Pero sus deseos de reír se interrumpieron al observar una persona en la lejanía. Ahora tenía ganas de llorar por el alivio de no ser la última persona viviente en el mundo. —¡Ey! ¡Aquí! —le gritó, moviendo los brazos. Y la silueta de la persona comenzó a alejarse aún más. —¡No! —Deseó maldecir hasta que su garganta se desgarrara. E iba a hacerlo, pero se percató de que el ser que acababa de desaparecer estaba regresando acompañado de otras personas. La gente daba pasos lentos, pero hubo un punto —cuando pudo percatarse de que eran personas que conocía y seguramente ellos notaron lo mismo en su rostro— en que algunos miembros de la multitud corrieron hacia donde se encontraba. Sí, soy yo. También me siento feliz de verlos. Otra vez quería llorar o actuar de forma vergonzosa haciendo algo como correr con los brazos extendidos, pero sólo se quedó inmóvil. Más cuando se percató de que la gente venía acompañada con cosas. Ese tipo de cosas que en caso de emergencias podían utilizarse como armas. Las dudas crecieron. ¿Por qué tenían ese rostro tan molesto? ¿Por qué tomaron con fuerza sus armas y no dudaron en mostrarlas con furia? Las personas que apreciaba. Aquellos que le habían disgustado. Incluso lo que le eran indiferentes. Todos ellos, sin excepción, estaban en su contra. —¿Q-qué quieren? —Se atrevió a hacer la pregunta, tartamudeando. Alguien sonrió, pero no había gracia en su gesto, sólo impasiencia. Después, habló: —Ven con nosotros. —¿Por qué? —Se encontró otra vez diciendo cosas tontas. Pero no podía hacer nada más, además de retroceder poco a poco. —¡Porque tienes que hacerlo! —Otra persona respondió—. Es tu castigo. ¿Mi castigo? ¿Qué hice mal? —Entrégate, o... Bueno, ya sabes —alguien con una sonrisa cruel dio su orden por todos los demás, quienes se mostraron de acuerdo con su decisión. Lentamente, las personas se hicieron un lugar a su alrededor, evitando que, si su cuerpo sentía el impulso nada inteligente de salir corriendo, no pudiera hacerlo. No había escapatoria. Así que cerró los ojos, esperando cualquier cosa que fuera a ocurrir. Entonces, escuchó cómo una persona caía. Abrió los ojos y de esa forma observó cómo más personas se desplomaban una tras otra, sin una razón aparente. Eran aquellos que conocía, pero que deseaban hacerle daño. Aun así... Se dejó caer en el suelo, sentándose. Continuó sin moverse, pero ahora la causa era el shock. Los demás se encontraban de la misma forma: inmóviles, pero observando a los caídos. —¡Miren! —Alguien señaló hacia el cielo, hacia donde dos manchas lejanas se acercaban. En cuestión de un segundo, cayeron frente a donde se encontraba, pero no parecían heridos en absoluto. Eran dos personas. Un muchacho y una muchacha de su edad. Ambos compartían tantas características que incluso, al ponerse elegantemente de pie, lo hicieron al mismo tiempo y con los mismos movimientos. Portaban su uniforme, pero jamás los había visto en la escuela. Además, detrás de una de sus orejas, cargaban con una pluma de alguna ave colorida. Esa pluma, junto a sus ojos anormales, era lo único con color en ese extraño universo. —¿Qué hacen? —Les preguntó con seriedad el chico que había caído del cielo, los demás retrocedieron con temor. No podía comprender la razón. Ellos eran menores que muchos de los que se encontraban ahí. —Solamente... realizamos un castigo —contestó una persona tratando de parecer valiente, pero no podía ocultar su temblor. De repente los recien llegados parecían unos gigantes a su comparación. —Nadie te dio el derecho de hacerlo —ahora fue el turno de la muchacha quien lo miró fijamente, sus rostros a corta distancia. —Tenemos que hacerlo —tartamudeando, él todavía quería defenderse. Ella suspiró cansada y dio la media vuelta. Los demás parecieron un poco más calmados, tal vez habían pensado que ellos —fueran quien fueran— les habían dado el permiso de seguir con su castigo. No obstante, el muchacho extendió su brazó derecho y unos de ellos cayeron ruidosamente al piso. Con un simpre movimiento había sido derrumbados. O al menos eso creyó hasta que vio algo rodar hasta donde se encontraba. La tomó. Era una diminuta esfera metálica, resultaba considerablemente más pequeña que la uña de su dedo meñique. La curiosidad fue tal que se quedó observándola, olvidando lo que ocurría a su alrededor. Entrecerró los ojos y notó que estaba manchada, al igual que sus dedos. Tinta azul. Acercó a la esfera lo más cerca que le era posible y, posiblemente su vista le estaba mintiendo, pero pudo distinguir palabras moviéndose a una velocidad impresionante. Y luego, una frase: Nunca más. —¡Ey, tú! —la chica le llamó, provocando que la esfera rodara de su mano y la perdiera de vista. Su rostro parecía molesto—. ¡Muévete! —¿Qué? —Dijo una pregunta tonta mientras se levantaba. Seguía sin entender lo que pasaba y que otros daban por sentado. Era un Wonderland monocromático y violento. —¡Que te muevas! —Tomó su mano y comenzó a correr, llevando su cuerpo casi arrastras—. ¡Cúbrenos! —le gritó a su compañero. Él asintió. Continuaron corriendo, pero pudo notar cómo las personas que no estaban incoscientes se levantaban en contra del muchacho. Pero él se defendía lanzando esas esferas con mensajes, abriéndose camino entre la gente y siguiéndolos. Después, mientras parecía tener la situación abjo control, los alcanzó. Sus pies se movieron, dirigiéndose otra vez al edificio. Subieron escaleras, cruzaron pasillos, entraron a un salón y cerraron la puerta. Se dejó caer al piso, respirando con dificultad. Ese había sido una carrera muy precipitada y agotadora. Cuando levantó la vista, sientiendo por fin que había oxígeno en sus pulmones, notó cómo el gemelo veía por la ventana. —Aún no vienen, pero pronto lo harán. Tenemos poco tiempo —cerró la cortina. —Aun así, me extraña que no nos obedecieran —ahora la chica habló, analizando las cosas. —¿Será porque no tienen el poder para mandarlos? —Por fin dijo algo, al sentirse mucho mejor. La muchacha le respondió con una mirada furiosa. —¿Sabes acaso con quién estás hablando? —Le preguntó, con orgullo e indignación. Tenía el porte de una reina mimada que podía aplastarte cuando quisiera. Y eso ya lo había comprobado minutos atrás. —No. No lo sé —dijo, con sinceridad. —¿Que no sabes? —Perdió su aspecto, para cambiarlo por un rostro cofundido. El otro se encontraba de la misma forma. —Eso —continuó, impactando con sus palabras a la pareja—. ¿Quiénes son? —Pero debes saber dónde estás —el muchacho siguió la conversación que había dejado la otra, quien se mantenía inmóvil, sin creer lo que escuchaba. —Pensé que lo sabía, pero no —Creyó que se encontraba en su escuela, con personas que conocía, mas se había equivocado. Este era un terrible universo alterno—. ¿Pueden decirme dónde estoy? La muchacha reaccionó de inmediato, regresando a la molestia que parecía ser normal en ella: —¿Es acaso el día de las preguntas obvias? —Un momento... —el que podía ser su hermano o no, la interrumpió. Miró con atención y frunció el ceño un poco, buscando algo de comprensión—. No sabes nada, ¿verdad? Eso significó un gran avance para quien seguía sin saber si era un sueño o no: —Eso es lo que trato de decirles. No sé quiénes son, qué hago aquí no dónde estoy. Pero nadie me da el tiempo para explicarlo. ¡Sólo quieren atraparme y castigarme por una razón que tampoco sé! —Terminó por explotar. La pareja se miró y hablaron entre ellos: —¿Crees que sea amnesia? —No sé —el chico respondió—. Pero debemos descubrir por qué están en su contra. Después continuaron charlando seriamente entre ellos. Sin embargo, eran cosas que no podía comprender, así que no prestó atención. No sabía quiénes era, pero parecían estar de su lado y eso era algo de lo que no podía quejarse encontrándose en la situación que estaba. Entonces, observó el lugar en el que se ocultaban. También estaba en blanco y negro, e igualmente lo reconocía. —Este es mi salón —mencionó, llamando la atención de los otros dos. —Entonces sí recuerdas algo —la chica de carácter difícil exclamó, mostrándose algo eséptica a sus palabras. —¿Cuál es tu mochila? —La persona racional en el grupo se adelantó, mostrando completa atención a su persona y lo que fuera a decir. —Esa —casi tan rápido en que señaló el lugar que tomaba en clases y donde se encontraban sus cosas, así ya se encontraban los dos frente a ella. Ambos urgaban y buscaban algo que sólo ellos podrían saber. La chica se detuvo de inmediato y su compañero la imitó, viéndola, pidiendo con su vista una explicación. Ella lo observó. Desde donde se encontraba también pudo percatarse de que el tono grisaseo de su piel parecía más claro y que su gesto de eterna molestia se había ido. —Falta un lapicero —le costó trabajo decir. El mismo trabajo que le costó el no reirse. Ella había dicho eso con tanta seriedad que se había preocupado. Sin embargo, ambos voltearon hacia donde se encontraba. —¿Qué? ¿Por qué me miran así? —Quizo saber la razón de las miradas que le había dedicado: indignadas, como si hubiera insultado a su familia, amigos y religión, todo al mismo tiempo. —Ya sabemos por qué te están siguiendo —respondió el chico, tomando una voz gélida. Comenzó a temer lo peor sin tener una razón. —No comprendo como parecen tan impactados porque perdí un lapicero —esa era la verdad. Siempre le ocurría eso. Útiles que nunca regresaban a sus manos por diversos motivos. Eso era lo que significaba ser un estudiante. Aunque, claro, eso eran en su mundo. Este era otro. —Un lapicero es una pluma —el chico mencionó con gran facilidad, como recitando una ley absoluta. La gravedad misma—. Te robaron una pluma. Y, antes de que hiciera otra pregunta, él siguió con el interrogatorio, sonando cada vez menos pasiente, casi desesperado: —¿Cuánta tinta tenía? —Al ver que no respondía, sujetó el cuello de su suéter. —Estaba casi vacía —respondió, temiendo lo que iban a provocar sus palabras. Él soltó su agarre casi de forma violenta. Por un segundo pudo haber caído—. ¿Es algo bueno o no? —Ya has escrito con ella. La hiciste parte de ti. Es una huella digital —Ahora él sí estaba claramente molesto. Aunque, teóricamente, sí tiene mis huellas digitales. —¿Y qué tiene de importante? —Al decir eso, se arrepintió de inmediato. Supo que debía sentirse de esa forma cuando vio cómo la gemela retrocedía, yendo hacia una de las ventanas. No quería estar tan cerca cuando ocurriera la explosión. —¡Te robaron una pluma! —gritó, al mismo tiempo que parecía recitar más leyes—. ¿No entiendes qué significa para alguien como tú o hasta como nosotros que eso suceda? —tomó su barbilla, haciendo que lo mirara fijamente. El iris de sus ojos parecía tener mensajes con tinta de diferentes colores. Y sólo pudo ver uno. Ya es muy tarde... —Has firmado tu sentencia —empujó su cuerpo—. Debiste cuidarlos más. —Lamento interrumpirlos, pero aquí vienen —la chica habló, ansiosa—. Y están acompañados. ¡Son crípticos! —Gritó. Ahora toda la atención estaba en ella—. Debemos movernos. Ahora. Y, como si hubieran escuchado sus palabras y desearan ilustrar su idea, algo atravesó una pared. El vidrio y pedazos de muro volaron por los aires. Sólo hasta que el lugar recuperó su visibilidad, pudo percatarse de la apariencia de las criaturas que ella había llamado crípticos. Por más que pensara en adjetivos para describir esos dos seres, no podía encontrarlos. Las palabras querían salir, pero terminaban revolviéndose en su mente. Lo único que sabía es que causaban escalofríos el sólo verlos. —Entrégenlo, por favor —una de las personas habló. Se había despedido de sus temblores para encontrarse con la seguridad que brindaba poder controlar bestias como esas. Lo más fácil será entregarme. Deben hacerlo. Van a hacerlo. Las ideas oscuras se colaron en sus pensamientos. Mientras iba creciendo, le habían enseñado que no era bueno resultar una molestia a las personas, así que podría tratarse de su programación hablando. —Toma tus cosas —el gemelo le tendió su mochila, después de dar un vistazo dentro de ella y mover extrañamente su mano—. No olvides algo más. La siguiente cosa que hizo fue saltar hacia una de las criaturas, atacando con sus esferas metálicas. Esas cosas habían sido útiles con los humanos, pero no sabía cuánto serviría al ir en contra de mostruos como esos. —Ven —otra vez su mano fue tomada por la misma persona. —Pero él... —volteó a ver hacia donde el muchacho se movía se forma sobre natural y atacaba a cualquiera que se encontrara a su alcance. Parecía tener todo bajo control. Sin embargo, las esferas debían terminarse en caulquier momento. —Va estar bien. Sólo nos está dando tiempo —su mano fue puesta en libertad otra vez. La gemela levantó su mano y removió la pluma que se encontraba detrás de su oreja—. ¡Hazlo ya! —Le gritó a su compañero y él sacó de uno de sus bolsillos un pequeño frasco que lanzó hacia ellos. El líquido negro manchó la pared—. ¡Abajo! —La chica hizo que cayeran pecho a tierra, cubriendo sus cabezas bajo un pupitre roto. Después, se escuchó una explosión. Sin darle tiempo a que la pared terminara de romperse o comprobar quiénes más habían salido heridos, se levantaron. Cuando se encontraba de nuevo de pie, el otro miembro de su repentino equipo ya se encontraba a su lado. —Rápido. Aún sigue atontados —también tomó la pluma y ambos deslizaron los dedos en la suya, casi como si la cariciaran. Al terminar, una luz comenzó a brotar, incrementando de tamaño. Una vez más tuvo que cerrar los ojos y nuevamente su mano fue tomada, al igual que todo su cuerpo. Después sintió un salto y el viento moviendo su cabello. También tuvo en extraño impulso de gritar. —¡Escapan! —Escuchó que alguien alertaba al lado enemigo a todo pulmón. Pero no comprendió su desesperación hasta que la luz se había ido y pudo observar de nuevo. No sólo su vista se lo dijo, los demás sentidos se lo ratificaron: ya no se encontraban pisando tierra firme. Ahora el cielo gris era su nuevo escenario. —¡Tienen alas! —Se encontró en la necesidad de decirlo porque era algo sorprendente. Las plumas eran de papel, todas ellas escritas con tinta de colores. Negro, azul, rojo, verde... Un arcoíris de palabras. —Claro que tenemos. Esto demuestra nuestra superioridad —la chica sonrió, regordeándose con sus palabras. Aunque su felicidad disminuyó cuando observó la mirada acusadora de su compañero. —Olvida eso. Aún no se rinden —con la cabeza señaló a los crípticos que corrían hacia ellos como si cruzaran un camino sólido, pero invisible. Su piel se erizó. Estaba sintiendo terror. —¡Pesas mucho! —Se quejó la muchacha, pero esta vez sonaba más preocupada que molesta—. ¡Tira algo! —Pero dijeron que... —¡Sólo quédate con los lapiceros, tira lo demás! —Y así comenzó a hacerlo. Los libros , libretas... todo era arrojado al vacío y algunas veces hasta se aventuró a intentar golpear a los monstruos con sus cosas, pero muchos de ellos no llegaban a su destino o eran tragados. Su mochila se encontraba casi vacía y no había rastro de los lapicero. ¿Acaso también ellos habían desaparecido? Diablos, si ellos se enteraban tenía la seguridad de que... Ya no había nada más adentro, a excepción de una cosa: Una pluma similar a la que ellos portaban. No sabía que pensar sobre ello, así que comenzó a analizar las cosas. A pesar de haberse deshecho de casi todas sus cosas, no habían aumentado considerablemente la velocidad. En cambio, los crípticos los estaban alcanzando, encontrándose a algunos metros de distancia. Ninguno de los muchachos alados parecía contar con más esferas qué lanzar y parecían comenzar a cansarse. Debía hacer algo para ayudar y dejar de ser una carga. Eso demuestra nuestra superioridad. La mochila fue arrojada y tomó la pluma entre sus dedos, obervándola con atención. Su otra mano comenzó a deslizarse sobre la suave superficie. —¿Pero qué crees qué haces? —Le gritó la gemela, considerablemente alterada. —Así podremos escapar —contestó, sin dejar de ver a la brillante pluma. Era hermosamente hipnótica. —¡No sabes lo que haces, idiota! —El gemelo se unió a los gritos. —Claro que sí —y una luz comenzó a brillar. Esa fue su señal para dejarse caer. —¡No! —Fue la única cosa que pudo comprender entre los gritos. Pero no se preocupó. Si era una de las pocas personas que podía tener alas, eso significaba que era algo especial. Entonces, muy pronto se encontraría volando por el cielo y arrojando esas diminutas esperas metálicas. Y así, pronto se encontrarían a salvo. Cuando la luz desapareció pudo sentir un peso en su espalda. Así que, con su cuerpo lleno de energía y esperanza, observó cómo eran sus alas. En ese momento, todo el valor que había obtenido se esfumó. Sus alas no se movían. Estaban incompletas. Sorprendentemente no gritó cuando se dio cuenta de que caía y que se encontraba muy lejos de las otras personas que sí podían volar. Y a tus alas les hace falta una pluma. ____________________ Incursionando a esta mágica área llamada "originales" con algo que escribí hace casi dos años después de un sueño extraño. No es lo mejor que he escrito, pero no es bueno dejarlo arrumbado en una carpeta. Lección del día: no pierdan sus útiles escolares, creo. ¿Comentario, opinión? Cualquiera será recibido. Saludos.