Y al final sucedió.

Y al final sucedió. [Original]

Una joven de cabello largo y rizado, de un color castaño muy suave se encontraba en la cocina de su hogar haciendo la comida. Pensaba continuamente en no cometer fallo alguno, tenía que cocinar todo exquisito para su apuesto marido.

El marido llegaría media hora mas tarde, mientras tanto el pollo se hacía en el horno a doscientos grados. La mujer daba vueltas continuamente mientras acariciaba su abultado vientre, estaba esperando un bebé. Soñaba con tener una niña pero lo que llevaba en su vientre era un niño, aún así, se sentía muy feliz por llevarlo en su interior.

El horno la avisó, el exquisito pollo ya estaba hecho. Puso la mesa y sacó el pollo del horno, cada vez faltaba menos para que su marido llegase, este hecho la apenaba, en su rostro se dibujaba lentamente una gran expresión de tristeza.

Se deshizo del delantal y miró recelosa sus viejos harapos, llevaba unos pantalones rotos y una camiseta que a penas le tapaba el estomago. No quería dejar que su marido se diese cuenta de su embarazo, sería una sorpresa para mejorar su matrimonio.

Fue a cambiarse de ropa, lo primero que hizo fue ponerse una camisa vieja, oscurecida por los años. En esa camisa fue donde encontró la peor noticia de su vida, el olor a colonia de mujer, el número de teléfono guardado en el bolsillo, aquella camisa fue con la que entendió que su marido le era infiel.

De su ojo surgió una finísima lágrima, se deslizó por su mejilla y cayó al suelo. La mujer no quería llorar más, no podía dejar que su marido la viese así. Se secó los ojos con un pañuelo y fue a la cocina, prefería no cambiarse de pantalón.

En la puerta el sonido de una llave girando la asustó, su marido ya estaba en casa. El rostro de la mujer se oscureció por completo, aquella minúscula huella de felicidad de la que antes gozaba la abandonó.

-Hola – Saludó el marido con la voz reseca. Parecía que había bebido.
-Hola cariño – La mujer fingió una sonrisa, debía parecer feliz, la mujer mas feliz y gloriosa de este mundo. - ¿Qué tal en el trabajo? – Con un tenedor y un cuchillo cortó la ración de pollo que le correspondía a su marido. La dejó en su plato.
-Mal – Comentó el marido mientras se sentaba en la silla.
-¿Mucho trabajo? – Puso la ensalada cerca de su marido.
-¡Déjate de tantas preguntas! – El hombre pego a la mujer con la mano extendida, le pego en el rostro. Esta no pudo hacer más que aguantar el sufrimiento y aparentar que no le importaba.

La mujer de cabello rizado se sirvió su ración y se sentó lejos de su marido, en su sitio de siempre. Comían en silencio, no se miraban ni se hablaban.

-¡Acércate! – Le pidió el hombre. Este desconocía lo que era pedir algo amablemente.

La mujer se acercó resignada, se sentó cerca de el y comió allí.

Cuando acabaron de comer el hombre se fue a dormir, estaba agotado del trabajo. Trabajaba a relevos y aquello lo agotaba aún más.

Esta era su oportunidad, la mujer podía llorar sin temer a nada ni a nadie. Las lágrimas comenzaron a brotar de forma silenciosa y caían a la mesa mientras quitaba las cosas. En ningún momento emitió sollozo alguno, no necesitaba hacerlo, cada una de esas lágrimas definía su dolor al completo.

Cuatro horas después la mujer se encontraba en el salón, veía la novela de las seis. Su marido se despertó y fue hacia ella.

La joven no tuvo otro remedio que demostrarle lo bien que estaba; le sonrió de oreja a oreja.

-Vas a ponerte como una foca. – Se quejó el marido, parecía estar enfadado pero la mujer no le había echo nada. – No quiero cargar con una gorda, bastante tengo con cargar con una inútil. – Cogió el mando que la mujer tenía entre las piernas y apagó la televisión. – Limpia. – Le ordenó.

La joven había limpiado hacía un día pero el marido no parecía estar contento con su trabajo, aun que se pasaba el día trabajando en la casa el marido nunca demostraba estar conforme con lo que hacía.

Entro a la cocina y se quedó mirándola mientras pensaba en escapar de aquella casa. Recordaba también lo felices que eran hacía diez años, cuando apenas se conocieron. No pensaron que la boda significa entregarse a una única persona de por vida. La mujer entró a la cocina, los azulejos del suelo y las paredes eran grises, fue lentamente hacia el lugar donde tenía la fregona y la cogió con las dos manos. Se sentía débil.

Limpió la cocina otra vez.

El resto del día lo pasó sola, en casa, sin nadie con quien hablar. Carecía de amigas, su marido se lo impedía.

Cenó sola, su marido aún no llegaba. Decidió acostarse y dejar que el resto de la noche pasase rápidamente, los momentos en los que dormía eran los más felices para ella, pero no sabía que esta vez sería el ultimo momento feliz que viviría.

A las doce de la noche aproximadamente el marido entró por la puerta, pasó su mano por su rubio cabello para retirárselo de la cara, lucía una bonita melena. Sudaba continuamente y parecía esconder algo detrás de su espalda. Caminó hasta el cuarto donde dormía su mujer, el cuarto en el que el también dormía, cuando estaba cerca de su mujer la miró. En su mirada se reflejaba la melancolía y el arrepentimiento. El ruego de perdón era notable en su rostro.

Parecía que aún quería a esa joven, a aquella joven de treinta años. Pero eso no fue suficiente para evitar que sacase su mano de detrás de la espalda y apretase el gatillo de su pistola reglamentaria. Era guardia y no estaba autorizado a usarla fuera del trabajo pero lo hizo, la utilizo para matarla.

El hombre no acababa de creerse lo que había echo, parecía estar arrepentido. Después de llorar la muerte de su esposa se puso la pistola en la boca, no se atrevía, no quería morir. Lucho con todas su fuerzas contra su deseo de matarse pero apretó el gatillo.

El feto seguía vivo, pero luchaba por su vida.

La cantidad de sangre que la madre había perdido le afectaba y oprimía su pequeño corazón.

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No soy buena escribiendo en tercera persona, personalmente no me gusta ese modo de relatar. Prefiero la primera persona, aún así espero que no se note mucho xD.
Gracias a los que lo lean ;) espero que os guste.