Ella se encontraba sola en su habitación. Los ojos verdes concentrados en la llama que adornaba la punta de una vela sobre la mesa. Aquella pequeña luz era lo único que iluminaba, aunque tenuemente, la habitación aquella noche. Reposaba sentada sobre su cama, con las piernas pegadas al cuerpo siendo rodeadas por los brazos. No despegaba la mirada del fuego. Absorta en sus pensamientos. Perdida en todo aquello por lo que había pasado. Todo aquello que la había llevado hasta ese específico momento. Hasta aquella decisión. *** Ella era la única hija de la familia Takara. Su nombre era Hitomi y, gracias a la influencia de su padre, era una gran admiradora de los pokemon fuego. Su padre era un científico que trabajaba para Silph S.A. Se le conocía desde siempre por esa fascinación con el elemento más cálido que reinaba sobre los pokemon y por aportes a la fabricación de productos relacionados con ello. Todo un aventurero, decían muchos. Por aquellos días en los que Hitomi tenía ya catorce años se embarcó en el viaje definitivo. La última gran misión a la que podría aspirar un entusiasta de los pokemon fuego: atrapar al legendario moltres. Fue la madre de Hitomi quien contestó la videollamada, pero la pequeña no tardó en unirse sentándose en las piernas de su madre. Ella no recordaba haber visto a su padre tan emocionado en su joven vida. -Finalmente lo he encontrado- decía él. Algo que despertó la ilusión en Hitomi hasta el punto que sus ojos parecían brillar -cuando vuelva tendremos al pokemon más increíble de todos. -¡Tú puedes!- exclamó Hitomi la pequeña con una inocente pero amplia sonrisa. -Ten cuidado, querido- madre también se veía contenta. Sonreía como pocas veces -Recuerda lo que pasó la última vez que te emocionaste así. -No me desmayaré esta vez- respondió padre tras reír brevemente -esta vez estoy más que preparado- sacudió el rostro. Se veía tan contento como impaciente -pronto volveré con ustedes. Sé que ha sido mucho tiempo, pero- hizo una breve pausa -volveré pronto. Y será increíble. -¡Sé que si!- Hitomi apenas podía contener su emoción. -Te esperaremos con los brazos abiertos- le dedicó una gran sonrisa a su marido. -¡Vuelve pronto!- le dijo a su padre. Él les devolvió la sonrisa antes de colgar la llamada -papá nunca ha estado así de feliz antes ¿Verdad?- ahora Hitomi se dirigía a su madre. -Solo una vez, corazón- colocó un dedo suavemente sobre la nariz de la pequeña –Fue cuando naciste. *** Una lágrima apareció deslizándose por su mejilla. Aquella había sido la última vez que había visto a su padre con vida. La falta de noticias comenzó a alarmar tanto a madre como a hija. Fue cuestión de apenas dos semanas para que un equipo de Silph pudiese hallar el cuerpo del señor Takara. Fue entonces cuando el cambio, paulatino e inevitable, comenzó. *** Ya habían pasado casi tres meses. Hitomi parecía estarse recuperando mientras madre aún prefería no hablar mucho. La herencia les ayudaría a mantenerse por suficiente tiempo. Además que el seguro de vida y el apoyo se Silph eran también una razón para tomarse las cosas con calma. Fue una tarde de otoño. Hitomi ya había cumplido los quince años cuando, precavida, comenzó a retomar su gusto por el fuego. Estaba sentada en la mesa del comedor frente a unas velas. Las encendió temblorosa y se quedó observándolas por varios minutos. Lentamente, pero poseída por una voluntad que había aparecido de la nada, comenzó a acercar las palmas de sus manos a las llamas. Sentía el calor que se aventuraba a entrar a su cuerpo de manera suave, sin la agresividad que aquel elemento solía representar. Hitomi sentía como la confianza que siempre había tenido se apoderaba de ella una vez más. Sus manos comenzaron a jugar con las llamas cada vez de más cerca. Los dedos atacaban con decisión. Lo bastante rápidos como para evitar que la piel se dañase, pero lo bastante lentos como para acariciar las llamas. Comenzó a sonreír entonces mientras recordaba lo mucho que le gustaba jugar con el fuego. Mientras su cuerpo disfrutaba el momento su mente se veía atrapada en el recuerdo de su padre. Cuantas veces él le había dicho que sería la mejor entrenadora de pokemon fuego. Incluso mejor que él mismo. -¿Qué estás haciendo?- la voz de madre retumbó fuertemente en el silencio de la habitación. Parecía tan molesta como preocupada. Hitomi se detuvo sobresaltada. Colocó rápidamente las manos sobre los muslos y fijó la mirada en la mesa. La sonrisa había desaparecido a pesar que no estaba haciendo nada que fuese nuevo o raro en ella. Volvió la mirada lentamente hacia su madre, quien se encontraba de pie en el marco de la puerta. -Estaba pensando…- Hitomi hablaba tímidamente. Probablemente alterada por la forma en que madre había reaccionado -Quiero decir… hay un chico…. Casi de mi edad. Lo he visto- de pronto sintió como le temblaban las rodillas frente a la mirada negativa de su madre- Vive aquí en el pueblo. Tiene un ponyta… -No- su voz sonaba menos agresiva, pero aún imponente. -Me gustaría… -Dije no- se acercó rápidamente a la mesa y tomó las velas. -Pero…- madre le dirigió una mirada agobiante y autoritaria. Sin decir más se acercó a un florero, retiró las flores y metió las velas de cabeza en el agua. Las llamas fueron ahogadas tan rápidamente que no llegó a escapar ni aquel hilo de humo que solía representar el último aliento de una vela al apagarse. Madre volvió una vez más aquella dura expresión hacia su hija y permaneció así unos segundos antes de abandonar la habitación. La vida comenzó a sentirse como una prisión para Hitomi. Madre apenas le dejaba salir de casa sin supervisión. Había alejado cualquier elemento ígneo de su lado y casi por completo había logrado hacer lo mismo con la mayoría de los pokemon. Al comienzo intentó resistirse. Su voluntad fue inquebrantable por el primer año. Pero para cuando ya tenía dieciséis se había acostumbrado casi del todo. Se sentía igualmente vacía, no podía negarlo; pero sobrellevaba la situación de la manera más pacífica que podía. No quería rendirse. Trató por algunos meses de convencer a madre que, tarde o temprano, tendría que iniciar su viaje como entrenadora. Madre respondió consiguiéndole libros, alejándole secretamente los más estrechamente relacionados con los pokemon fuego. Decía que se formaría profesionalmente en base a estudios académicos y no de la manera vivencial en la que los demás lo hacían. Decía que sería la forma más segura. Hitomi no se rendía aún. En paralelo a seguir tratando de convencer a su madre, y en vista que no tendría nada mejor que hacer, decidió en sacar provecho de los libros que ella traía. Notó rápidamente como faltaban mucho sobre los pokemon fuego, pero no lo mencionó jamás. Sin embargo, la información sobre los tipos planta comenzó a hacérsele interesante. No despertaba en ella la misma pasión que el fuego, pero era interesante. Ya había pasado un tiempo de su cumpleaños número diecisiete cuando, finalmente, consiguió un avance con el hermético pensamiento de su madre. No era mucho quizá, pero le emocionaba el hecho de poder ver junto a madre al menos una batalla de la liga pokemon. Escogió, naturalmente, la gran final. Hasta el momento y a lo largo de los años había conseguido guardarse muy bien sus emociones. Pero aquel día fue incapaz de contenerse. La gran favorita para ganar la liga aquel año, Yusuki Takeda, hacía de la batalla un espectáculo. Sus más resaltantes pokemon, venusaur, dragonite y un bello lapras de escamas violetas, imponían su presencia y superioridad frente a los oponentes. De pronto, en el momento en que todo se volvía más emocionante, justo después de haber comenzado a gritarle al aparato, este se apagó. -Ya es suficiente- madre se veía una vez más sería e imponente -tienes que volver a estudiar. Una luz de esperanza se presentó ante Hitomi una vez terminada la liga. Aquel año Hitomi había sido escogida para iniciar el viaje de entrenadora junto a otras dos personas de Pueblo Paleta. Naturalmente, madre no aceptó inmediatamente el hecho. Pasaron días y noches enteras discutiendo el asunto. Finalmente, una mañana, Hitomi descubrió de una manera poco agradable que había conseguido el permiso. Madre se encontraba en su habitación preparando una de las dos maletas que tenía a la mano. -Ve a preparar tus cosas- le ordenó suavemente a Hitomi señalando la maleta libre. -Acaso…- la mente de Hitomi se encontraba aún a medio despertar. -No dejaré que te pase nada malo- dejó las cosas que hacía para acercarse a su hija y acariciarle la mejilla suavemente -mi pequeña- le dirigió una sonrisa y volvió su cuerpo hacia sus actividades. -¡No puedes!- explotó Hitomi de pronto. -¡Claro que puedo y lo haré!- lanzó una mirada amenazante y furiosa, gritando como nunca lo había hecho antes -¡Y tú eres mi hija aún y tienes que obedecerme! La adolescente fue incapaz de reaccionar por unos segundos. Ambas se quedaron con la mirada fija en los ojos de la otra hasta que, finalmente y conteniendo las lágrimas, Hitomi se apresuró a tomar su maleta y corrió con ella a su propia habitación: cerró la puerta fuertemente y dejó salir toda la tristeza sobre su cama. *** Su mirada se deslizó lentamente desde la llama sobre la vela a un pequeño frasco de antídoto en spray que estaba también sobre la mesa, muy cerca a la fuente de luz. Solo ella sabía que no era antídoto lo que se encontraba dentro y, hasta cierto punto, no quería usarlo, pero sentía que no tenía más opción. Que si no hacía algo tan drástico entonces no sería capaz de salir nunca de aquel intento de arresto domiciliario que su madre le había impuesto. Temía que las cosas no saliesen bien; sin embargo, presentía que aquel día sería diferente. Todo cambiaría y, finalmente, podría comenzar su camino rumbo a ser la mejor entrenadora de pokemon fuego. Tal como había dicho su padre. Algún día incluso podría honrarle cumpliendo con la misión que él había fallado. Aquella mañana Hitomi despertó con los ánimos por los cielos. Ni siquiera se notaba que realmente había dormido muy poco tiempo. Se apresuró en asearse y vestirse. Se colocó las prendas que más le gustaban, incluso sacando las que ya habían sido empacadas. Se colocó un par de accesorios y pintó los bordes de sus ojos con una sutil línea de sombra oscura. Se observó al espejo y sonrió decidida. Arregló el pequeño desastre que había causado en su equipaje, cerró la maleta y guardó el frasco en el bolsillo de su chaleco. Era casi la hora de salir y sabía que seguramente madre estaría lista. Tomó su maleta y salió decidida de la habitación. Tal y como había previsto le estaban esperando ya. Su madre se encontraba sentada en el sofá. Era perfecto. Hitomi se acercó lentamente dejando la maleta deslizarse sobre sus ruedas tras ella. Colocó las manos en los bolsillos de su chaleco y se puso de pie frente a su progenitora, a quien observó con una sonrisa que tambaleaba entre la sinceridad y la obligación. -Me alegra que ya estés lista para irnos- madre sonrió satisfecha. -Lo siento- la sonrisa en el rostro de la mujer desapareció de pronto, siendo reemplaza por una expresión confusa. Hitomi sacó violentamente las manos de sus bolsillos. En la izquierda llevaba un pañuelo grueso con el que tapó la parte inferior de su rostro fuertemente. En la otra llevaba el frasco de antídoto que se colocó frente y a pocos centímetros de la mirada de madre, quien no pudo reaccionar antes que Hitomi disparase. El contenido se esparció rápidamente en su objetivo dejando una estela de partículas verdosas. La víctima del ataque intentó levantarse, pero fue incapaz. Trató de gritar, pero su voz se desvaneció. Pronto también perdió el control de sus propios músculos, lo que hizo desaparecer cualquier expresión de su rostro. Por último quedó inconsciente sobre el sofá, presa de los rápidos efectos que el somnífero tenía sobre los humanos. Hitomi retrocedió rápidamente presionando el pañuelo lo más que pudo. Quiso huir. Debía huir. Sabía que su madre dormiría por al menos un par de horas, lo que debería darle tiempo suficiente para estar lejos. Tomó la llave de la casa aún con el pañuelo en el rostro. Arrastró su maleta hasta atravesar la puerta hacia el exterior y volteó una vez más hacia su durmiente madre. Era así como empezaba su viaje; no solo a convertirse en la entrenadora de fuego que siempre soñó, sino también hacía su libertad.
Ah dioh mioh... ya ven niños, si sus padres no los dejan empezar su viaje pokémon, la solución a sus problemas es recurrir a las drogas, las drogas resuelven todo :D FSAGHSAHS cuando se murió el padre me la vi venir que la madre se iba a poner rejega con su hija y que no la iba a dejar emprender su viaje pokémon, pero para nada me esperaba esa resolución cuando la mayoría de estas historias terminan en un moralino discurso o recurren al cliché de "te salvaré la vida con aquello que odias y entonces cambiarás tu actitud", vamos, un poco en plan "cómo entrenar a tu dragón"; para nada me vi venir ese plotwist. Lo curioso es que en la vida real algo así sería más efectivo que todo el rollo de entrar en razón.