Pequeño Drabble de la segunda fase de la actividad batalla pokémon. No hay shipping. Vino tinto Todos estaban felices por la pareja recién casada. Ash y la puritana con la que se casó bailaban de un lado a otro por la pista. Sinceramente, no tenía ni la más remota idea del por qué estaba ahí, el a veces molesto entrenador no era un gran amigo suyo. Pero ahí estaba, bebiéndose su copa de vino. Porque bueno, no todos los días se reúnen en el mismo lugar tus grandes rivales y festejan contigo cómo si fuesen amigos desde hace décadas. Aquello sinceramente, merecía más de una botella para procesarlo. Le gustaba divertirse sí, pero le incomodaba o más bien, sacaba su instinto de competencia tener a sus rivales tan cerca. —¿No son tiernos? —escuchó decir a una voz, una mujer de la mesa del al lado, con los ojos soñadores y abrazando a su marido, al punto de según su opinión, asfixiarlo. Por alguna extraña razón, sintió ganas de vomitar. ¡Eran tan cursis! Giró a ver a Ash y su ahora esposa. No quería admitirlo, pero la pareja se veía…Feliz, cómoda. Y entonces, cuando en su mente se escribían miles de insultos ante lo cursi y opinaba de la tortura del matrimonio; El novio, en un arranque casi impropio de él, la acercó hacía su cuerpo de una manera tan suave que casi lo hace suspirar, para después, con los ojos negros más brillantes que nunca, regalarle una mirada saturada amor mientras le susurra al oído, palabras que no puede escuchar, pero de las cuales conserva la certeza que hicieron suspirar a la novia y que provoca que sujete a su ya esposo de una manera un tanto brusca, para besarlo apasionadamente. Entonces, cualquiera puede darse cuenta que se amán. No porque estén pegados todo el baile, o porque pasen la noche dándose de besos y diciéndose lo afortunados que son de haber decidido pasar el resto de su vidas juntos; si no porque, detrás de aquellas miradas cómplices, hay un sublime sentimiento qué, de la persona espectadora de esa escena, surge un cálido sentimiento que lo recorre desde los pies a la cabeza, añorando cómo pocas veces lo ha querido; una pizca de ese dulce amor. Alguien que lo haga sentir esa felicidad de estar a su lado, de sonreír ante sus tonterías, o de disfrutar los besos y las caricias que una relación permitía. Después de beber el resto de líquido de la última copa de vino, Harley cree que el alcohol lo hace pensar estupideces. No obstante, la mirada astuta de su acompañante, le dice que es algo que realmente quiere. Maldita Solidad, es culpa de ella que él esté ahí.
