Plas, plas, plas, plas, el público la aplaudía, deshaciéndose en unos halagos que más le valía a Sasha no estar escuchando. La había llevado allí porque no dejaba de gimotear respecto a que necesitaba cantar. Le había negado un bis, pero aquello era todo. La prueba de que Sasha estaba bien conmigo. Al salir del escenario, me di prisa en ir hasta su camerino, no fuera a ser que otro perro la oliese y ella se encantase tanto como suele hacer normalmente. Es guapa, pero no tiene mucha inteligencia, que digamos. No es como aquella perra despampanante y de personalidad propia que conocí hace tres años perros, quizás demasiados... veintiún años que no la veo, añorando su aroma. Se hacía llamar Lilith y, en parte, esta carta es para ella. Recuerdo que fue una noche sombría, una de tantas en mi vida, en un bar de mala muerte llamado El sueño del Lum, emborrachándome con un meado de burra que no sabía ni bien, para despertarme a la mañana siguiente con un dolor de cabeza que no se pasaba con aspirinas. Tal vez iba por mi cuarta cerveza cuando la puerta se abrió y entró Lilith. Era muy hermosa. Seguramente sería de raza pura, porque una perra mestiza como aquella... tenía mucho carácter, desde luego. Lo primero que hizo al verme fue invitarme a una copa de güisqui, riéndose mucho, con su ginebra. Empezamos a beber juntos, aún sin habernos olido. Cuando Golfo me dio el últimatum, tuve que pagar y comenzar a despedirme de la encantadora señorita. Sin embargo, con aquella risilla, me dijo: -Vamos, sígueme por los encantadores recovecos de Brux. No quiero abandonar tan agradale compañía tan pronto. No me resistí ni un momento y la seguí. La puerta se cerró con un portazo detrás de nosotros, por la fuerza del viento... o de un Golfo impaciente. Recorríamos las calles de la dormida Brux muy juntos; me condujo a un oscuro callejón donde, al fin, me dejó olerla y yo me mostré algo sumiso a que su hocico entrara en contacto por fin con mi identidad. Olía diferente de otras perras y, desde luego, no olía ni de lejos como Sasha. Me sorprendió cuando su lengua me tocó las pelotas. Tanto me sorprendió que me di la vuelta, como queriendo decir qué demonios estaba haciendo... cuando vi aquella mirada. Uh, sí, nena, aquella mirada que no he vuelto a ver en ninguna otra perra. Ni de alta cuna ni en las esquinas más recónditas. Me tenía encandilado; nos abrigamos en la oscuridad y se arrodilló, cogiendo con una de sus patas una polla que tenía mucho que decir ante un sencillo lametón en los huevos. Me hizo una felación demasiado apresurada, me dejó a punto de caramelo y la muy perra me dejó a medias. Lilith se reía, se tumbó en el frío adoquinado, abriéndose de patas. No me lo pensé dos veces y hundí el hocico en los pliegues de carne sonrosada. No sé cuánto tiempo estuve lamiendo aquel transparente líquido. No sé cuánto tiempo ni cuantas veces me corrí. Solo recuerdo la sensación de sed que me daba, que no podía dejar de beber, como si fuera un naufragó en una isla que hubiera encontrado una botella de ron. Desperté con el amanecer, en su cama. ¡Pero ella no estaba! La busqué por toda la casa y solo encontré una nota. Aquello no fue todo, por supuesto. La veía solo cuando ella quería, me encandilaba con sus tetillas, me embobaba con su mirada y, una vez, consiguió ponerme una correa y caminar conmigo a cuatro patas por su casa. Bonita perspectiva de su culo. Esa era otra delicia que, después de mucho, logré conquistar. Era la cosa más apretada que me haya podido follar pero, no sé por qué, Lilith lo hizo más especial. Lo hacía todo especial, hasta la cosa más mundana. Me enamoré perdidamente de su forma de ser. Me volví un celoso de sus ojos, de sus caricias. Solo la quería para mí. Me volvía loco por sus patas... y esa fue nuestra perdición. De todo esto, Lilith solo me dejó un mordisco en el vientre. Ni una nota, ni un adiós, nada. No me molesté en buscarla porque sabía que sería una pérdida de tiempo. Cuando quería esconderse, sabía hacerlo... de manera que, si no quería que absolutamente nadie la encontrara, que así fuera. Y luego encontré a Sasha. Un adorno para mi colección de amantes conquistadas. Una cosita gimoteante. Abrumado por el recuerdo de Lilith, la empalé contra el espejo de su camerino, tapándole la boca con una pata y mordiéndole las orejas, tirando de ellas con los dientes mientras intentaba encontrar algún parecido con Lilith. Lilith. Lilith. Lilith. Sasha me otorgó un aullido de placer y terminé por correrme con una imagen mixta de ambas perras. Una superior, hermosa, lista, perfecta... Otra inferior, hermosa, sí, pero idiota, torpe, manipulable. Le puse el abrigo que le había comprado hacía poco, un abrigo de piel sintética y, tras calarme el sombrero y la gabardina, marchamos del local. Shasha, por supuesto, bien cogida a mí, como si alguien fuera a robármela. Como si fuera a esfumarse como Lilith. Estés donde estés, espero volver a verte, Lil, a volver a olerte. Brownie 27 de septiembre