Capítulo I: Un Sábado Común Era sábado, un día perfecto para salir a dar un paseo al parque, ir al cine para ver las películas de moda o la recién estrenada y que tenía muy buenas críticas, ir de compras o cualquier cosa que permitiera a la gente dejar a un lado la rutina diaria y hacer algo diferente, para despejarse un poco. Eso era lo normal en la grande y populosa ciudad de Nueva York, tan bullosa como de costumbre, además de encontrarse en constante movimiento, pero no para todos era así. Una de esas personas se levantó a las ocho de la mañana, una hora no muy común en un lugar como ese, se dio una ducha y se puso ropa limpia. Salió de su habitación, se encontró a su madre en la cocina y se sentaron a desayunar: —¿Irás a pasar el día con tus amigas, Isa?— le preguntó. —Sí, mamá— respondió ella. —¿A dónde irán?— preguntó su madre. —Al centro comercial— dijo ella—. De compras. Isabella se despidió de su madre y se fue de su casa rápidamente, porque quería reunirse con sus amigas lo más pronto posible, como lo hacían todos los fines de semana. Ella era una muchacha de trece años de edad, de metro sesenta y ocho de estatura, cabello negro y largo hasta la cintura, ojos azules, tez blanca y unos rasgos muy finos, por lo que era una de las chicas más populares de su secundaria, además de ser muy extrovertida, sociable y muy querida por todos en el vecindario. Bueno, por casi todos, porque cuando estaban en el centro comercial, se les acercó una chica rubia, de ojos cafés y tez blanca, de un metro setenta y tres, que usaba un vestido de color rosa y un poco mayor que ella, le preguntó: —¿Desde cuándo las karatekas usan ropa de marca? —Si quieres te doy unas clases, Stacy— dijo Isabella. —No gracias, eso no es nada popular. —Entonces no molestes— dijeron las amigas de Isabella, a coro. —Ustedes no se metan, idiotas. —¡No te metas con mis amigas, Stacy!— respondió Isabella—. Te aseguro que no quieres saber como soy yo cuando me molesto. En ese momento, Stacy se fue de ese lugar lo más pronto que pudo, porque sabía muy bien que Isabella era una persona muy volátil y de carácter muy fuerte y no quería darle motivos para armar un show en medio de la calle, frente a todas las personas que estaban allí. —¿Por qué no le hiciste nada, amiga? —Porque no debo aprovecharme de mis habilidades para hacerle daño— respondió ella—. Eso sería deshonesto. Isabella sabía montar a caballo y era cinta negra en kárate, lo que la hacía ver, según las populares de su secundaria, como la chica rara de la escuela. Además de eso, tenia uno de los mejores promedios de la misma. Al mediodía, llegó el padre de Isabella, llamado Luke, de un viaje de negocios en Leningrado, que no pudo postergar a otro día. Llamó a la puerta —¿Dónde está Isabella? —Con sus amigas, como siempre— dijo ella. —Traje unos sandwiches que compré mientras venía para acá. —¡Qué bueno!— dijo ella—. Tengo algo de hambre. Se sentaron a la mesa y, como era algo ligero, terminaron un momento después, por lo que Luke se puso a adelantar algunas cosas de su trabajo en su laptop y su esposa comenzó a arreglar su casa, para que no hubiese desorden. Isabella llegó a las tres de la tarde, hablando maravillas sobre su encuentro con sus amigas. Continuará...
Capítulo II: Un Viaje Inesperado A la hora de la cena, cuando estaban en casa todos los miembros de la familia Hartman, Luke tomó la palabra, como todo un patriarca y soltó una noticia que iba a cambiar la vida de los demás miembros de la misma: —Cuando viajé a Leningrado, tuve un encuentro con mi jefe, el señor Price. —¿Y de qué hablaron?— le preguntó su esposa. —Del ascenso que pedí a la empresa hace unos meses. —Seguramente te dijeron que no te darán nada— dijo su mujer—. Siempre es igual: tú pides el ascenso y tu jefe nunca te hace caso, querido. —Pero déjalo hablar, mamá— dijo Isabella, un poco impaciente. —Gracias, cariño— dijo su padre—. El señor Price me dijo que me van a dar el ascenso en el trabajo. —¡Eso es maravilloso, amor!— exclamó su esposa mientras lo abrazaba, muy emocionada. —¡Podré comprarme todo lo que necesito para ir al torneo de kárate de este año!— dijo Isabella, igual de emocionada que su madre. —Pero hay un pequeño problema con eso, queridas. En ese momento, el semblante en el rostro de Luke cambió y pasó de ser el de un hombre feliz por su progreso laboral al de una persona nostálgica, porque la noticia que debía darle a su esposa y a su hija era algo muy radical. —¿A qué te refieres con eso?— le preguntó su esposa. —A que la sede del trabajo al que me ascendieron no se encuentra en esta ciudad. —¿En dónde se encuentra esa sede entonces, mi vida?— preguntó su esposa. —En la ciudad de Los Ángeles, querida. —¿Eso significa que tendremos que mudarnos a Los Ángeles?— preguntó su mujer, un poco intrigada. —Sí, eso significa, amor. —Pero tendremos que cruzar el país para llegar allá, papá!— exclamó Isabella, que se notaba muy molesta. —Cariño, no es tan malo como parece, tendremos un mejor estilo de vida, yo ganaré más dinero y viviremos mejor. —No, tú no entiendes— dijo ella, que seguía muy molesta—. Tú te vas a trabajar a Los Ángeles, ganas dinero, nos lo envías por giros al banco y listo, ¡Problema resuelto! —No es tan simple, hija, yo… —Escúchame bien— dijo ella, interrumpiendo a su padre—. ¡Yo no me iré a ningún lado, papá! Aquí están mis amigas, mi novio, mi escuela, en fin, todo a lo que estoy acostumbrada desde que tengo memoria. —¿Para cuándo nos toca irnos a Los Ángeles, amor?— preguntó su esposa. —Tres días máximo, querida. —¡¿Qué?!— gritó Isabella, en un claro arranque de histeria—. ¡Es una locura!, ¡Es muy poco tiempo! ¿Quién va a organizar una mudanza en tan poco tiempo? —¿Y cuál es el motivo de semejante plazo, amor?— preguntó su mujer, extrañada. —Lo que pasa es que hay muchas personas que aspiran al cargo y esa fue la condición que me impuso el señor Price para darme el puesto. —Entonces que tu familia se vaya al carajo, porque lo único que hiciste en ese momento fue pensar en ti— respondió Isabella, furiosa. —¿Qué forma de hablar es esa?— preguntó su madre, un poco sorprendida—. ¡No te permito que le hables así a tu padre, esa es una falta de respeto! —Me voy a la cama, no tengo hambre— dijo Isabella, mientras se levantaba de la mesa y se iba corriendo a su habitación. —Espero que lo supere pronto— dijo su madre en cuanto ella se fue de allí. —Tendrá que hacerlo, porque ya no hay vuelta atrás en mi decisión— fue lo que dijo su esposo. Mientras ellos seguían en el comedor, Isabella estaba en su habitación, llorando sin consuelo, porque no quería dejar su vida de la noche a la mañana, pues eso le parecía muy repentino y que tampoco era justo para ella. Continuará...
.__. Hola... Bueno, como me gusta seguir historias... y esta sera una oportunidad para hacerlo, debo decirte que fue bastante interesante, hasta donde leí, pues no vimos un desarrollo completo mas si me diste el escenario y los nuevos personajes. Solo te aconsejo algo querida, no caigamos en cliché, lo importante de una historia es mas que nada el argumento, por lo tanto espero esencialmente el avance para decirte algo adecuado recién :) La coherencia la encuentro bastante exacta, pues así como nos describiste el personaje nos diste una consecuencia, supongamos en este caso: por su apariencia. Por otro lado la rebeldía de Isabel se me hizo un tanto forzada, mas que nada siento que no te has conectado con el personaje en todo. Pero bueno, ahora espero el próximo capitulo. :) Cuídate!
Capítulo III: La Despedida Para Isabella la mañana siguiente fue un verdadero martirio, ya que al levantarse de la cama se encontró a su madre en su habitación, sacando su ropa y sus cosas de su armario, mesas de noche y otros, para después ponerlos sobre la cama de su hija y decirle: —Después de que te laves los dientes te pones a empacar tus cosas. Al decir eso, sacó su maleta más grande y la puso sobre la cama, al lado del montón de ropa, mientras su hija entraba al baño y, al hacerlo, salió de su habitación, pues ella también tenía que empacar sus cosas, además de que debía esperar a que llegaran las personas del camión de mudanzas, que se encargarían de llevar los muebles más pesados, los electrodomésticos y otras cosas que a ellos les parecían importantes para la mudanza. Isabella no tuvo otra opción que hacer lo que su madre le pedía, porque, aunque no quería irse a la ciudad de Los Ángeles junto a sus padres, tenía varios motivos para no quedarse y no podía dejar de pensar en ellos, lo que la llenaba de dudas. Su primer motivo era que, al seguir negándose a viajar con sus padres, ellos tomaran la decisión de llevarla a vivir en casa de sus tías en Queens, algo a lo que ella se negaba rotundamente, porque sus tías, hermanas de su padre, eran un trío de solteronas sin oficio ni beneficio, conocidas por ser las chismosas del vecindario en el que vivían, además de que odiaban a su madre y si ella se mudaba a su casa, no dudarían ni un segundo en llenarle la cabeza de gusanos para ponerla en su contra. —No, con mis tías no voy ni loca— se dijo a si misma al pensar en esa idea. El segundo motivo era que en esa ciudad se encontraban la mayoría de las grandes estrellas del mundo y, algún día, podría llegar a conocer la ciudad de Hollywood, además de que algunas de sus amigas decían que ese lugar era algo maravilloso, aunque no estaba del todo convencida sobre esa ciudad. —Bueno, al menos intentaré vivir allá, por un tiempo— se dijo ella sobre su nueva vida en Los Ángeles. En el caso de su tercer motivo, era el no hacer que sus padres se molestaran más con ella por su actitud inicial de no querer viajar a la ciudad de Los Ángeles con ellos, pero tenía motivos para estar enojada al recibir esa noticia tan de repente, sin previo aviso y sin otra opción de por medio, pero, a pesar de todo, ella adoraba a sus padres y no le gustaba hacerles daño o ser grosera con ellos. —No debí ser tan tajante y grosera con mis respuestas anoche, ni mucho menos ofender así a mi papá— reflexionó un poco sobre lo ocurrido la noche anterior. En ese momento, a su casa llegaron sus mejores amigas, llamadas Becky y Nancy, que se dieron cuenta de la mudanza al ver que el camión se detuvo frente a su casa, para comenzar a subir los muebles en su interior. Fueron directamente a su habitación, en donde la encontraron cerrando la maleta en donde había empacado su ropa y las cosas que su madre había sacado de ese lugar, para después abrazarla por un momento, como las mejores amigas que eran y, que a pesar de la distancia, Isabella pensó que siempre lo serían. —Las voy a extrañar mucho, chicas— dijo ella, llorando, porque creyó que esa era la última vez que las vería. —Nosotras también, Isa— le dijo Becky—. Siempre serás nuestra líder. —Pero no te preocupes tanto por no vernos más, podremos hablar por Facebook cuando podamos— dijo Nancy, tratando de calmarla un poco. Cuando ya parecía haberse calmado, a la habitación entró el padre de Isabella, lo que daba por sentado que ya todo estaba listo para partir y que solo la estaban esperando a ella para hacerlo, por lo que abrazó de nuevo a sus amigas y después tomó su maleta, para luego subirla al maletero de la camioneta de su padre y subir al asiento trasero de la misma. El camión de mudanzas se adelantó a la camioneta de la familia Hartman, que al subir Isabella, comenzó el trayecto hacia la ciudad de Los Ángeles, pero en ese momento el novio de Isabella, llamado Grant, vio la camioneta y comenzó a correr hacia ella, con la mayor velocidad posible para él, pero el vehículo no se detenía, mientras, en su interior, Isabella lloraba de nuevo y esta vez era porque no se había podido despedir de su novio de la manera que ella hubiese deseado. Lo último que ella se atrevió a ver fue el momento en el que su novio se detenía, totalmente agotado y le gritaba que la amaba con toda la fuerza que la quedaba después de su carrera improvisada. Continuará...