Venustrafobia

Tema en 'Relatos' iniciado por Glenda Garson, 20 Mayo 2009.

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    Glenda Garson

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    Venustrafobia

    Ok, como ya saben hubo un concurso y veo que ya varios pusieron sus One-shot por aquí. Así que no me quedo atrás. Espero les guste :3.
    Venustrafobia

    Delicadas ondas color miel se deslizaban por su espalda, algunas cubrían levemente su rostro, pero no lo suficiente como para ocultar su belleza. Sus ojos eran el reflejo de un día sin nubes, ocultos tras aquellas pestañas largas y sigilosas. Sus labios de un rosado suave, contrastaba con su pálida y perfecta tez. Sonreía dulcemente con cada movimiento involuntario producto del desequilibrio y yo, al sentir el roce de su cuerpo, notaba como lentamente mi piel se erizaba. Mi corazón aceleraba, sacudía fuertemente al punto de sentir que golpeaba mi garganta. Mis manos se humedecían y se deslizaban en toda superficie en la que me apoyara. A pesar del calor que había no podía evitar el empalidecerme. Sabía con seguridad que en cualquier momento caería. No lo soportaba más. El metro tren se detuvo y no tuve otra opción que bajar en aquella estación. La gente me arrastró hacia fuera y caí desvalido al lado de un basurero. Creí que vomitaría. Intenté levantarme a pesar del malestar pero no hubo respuesta alguna por parte de mis extremidades. Estaba ahí en el suelo como aquel vagabundo zarrapastroso de hace dos estaciones. La gente me observaba así, con aquella mirada de asco y una falsa compasión. La vía pronto se despejó y pude obtener una gran bocanada de aire con la cual obtuve la fuerza necesaria para desfallecerme sobre una silla. Cerré mis ojos y lentamente el ritmo de mi corazón disminuía junto al malestar físico, pero no demoró en llegar aquella angustia y aflicción de impotencia. Aquello era ridículo, completamente.
    Cogí el celular, aún sin abrir los ojos, y marqué el primer número de la lista. A los diez minutos me encontraba en casa y en mejores condiciones.

    -¿No prefieres que me quede aquí? No te veías muy bien que digamos – Profirió con aquella voz viril que exhibía con orgullo cada vez que abría su boca.
    -No, en serio, ya estoy bien. Te lo agradezco mucho.
    -Si estás tan bien lo de la noche aún corre, hombrecillo. Y esta vez no acepto excusas – Cerró la ventanilla y sonriendo por su supuesta victoria, desapareció a lo lejos.
    Ya todos en mi grupo de amigos sabían de mi torpeza con las mujeres, pero para ellos seguía siendo una simple y llana torpeza… No puedo mirarlas a los ojos sin sentir escurrir por mi cuerpo mil escalofríos. En las fiestas soy un desastre, siempre termino encerrado en alguna habitación aparte, justificándome con que he bebido demasiado y cosas por el estilo. Ya sé lo que pasará, y ni siquiera me molestaré en intentar cambiarlo, simplemente, ya sé lo que vendrá.

    Salí al patio delantero de mi casa y me senté en las escaleras, el cielo ya estaba oscuro a pesar de lo temprano que era. Saqué de mi bolsillo mi cajetilla de cigarros semi-vacía Kent Actron y escogí el cigarrillo de la izquierda. Introdujemi mano en el otro bolsillo para sacar el encendedor y en unos segundos, el cigarrillo se hallaba humeando.

    -Hola ¿En qué andas? – Peter se acercó y se sentó a mi lado – No me habías contado que fumabas.
    -Hay muchas cosas que no les cuento – Exhalé unas nubes de humo grisáceo que no se diluyeron en la atmosfera, si no que levitaron y danzaron formando formas, como si se aferraran a si mismas para no mezclarse en aquella gran masa de gases incoloros.
    -Ya noté que andas amargado ¿Acaso te pasó algo malo? – De seguro mi silencio le contestó - ¡¿Con que seguirás con eso de que no nos cuentas todo?! ¡Qué pesado!
    Mientras se explayaba sin que yo le diera mayor importancia, un auto negro aparcó enfrente, la ventanilla se abrió y por ahí se asomó un rostro conocido.
    -Viste amigo, no me demoré nada. Venga suban, que los llevo. Así me aseguro de que tú, amiguito mío vayas. Por cierto, apaga el cigarro antes de subir a mi auto.
    -Ya, no lo molestes ¿Que no vez que anda medio amargado?
    Dejé caer el cigarrillo, aplastándolo luego con el pie. Observé como desapareció el anaranjado encendido y se difundió rápidamente en el opaco gris.

    La llegada fue rápida, entramos a la casa de la fiesta en donde mis amigos se saludaban con los anfitriones, con los demás invitados y así, de una manera casi interminable. Nos sentamos en un sofá y bebimos unos tragos aunque rápidamente, uno a uno, se levantaban de la mesa seguidos por una o dos chicas hasta que quedé completamente sólo.
    Me dirigí y subí las escaleras, me tropecé pero seguí intentándolo. Quizá había bebido demasiado y el esconderme en alguna habitación hasta el amanecer sería por causa verdadera, quizá caería dormido y no sentiría los ruidos de parejas vecinas… quizá no sería una noche tan mala después de todo.
    Acerqué mi oído a las primeras tres puertas, en las cuales imaginé rápidamente que es lo que pasaba en ellas, pero una vez en la cuarta, sentí el silencio tan añorado. Abrí la puerta y entré rápidamente para que nadie notara que entraba sólo. Observé el cuarto, pero mis ojos, aturdidos levemente por el alcohol y el exceso de oscuridad, no diferenciaban figura alguna. Mis ojos lentamente comenzaron a reconocer las formas y fue ahí cuando observé aquella escena impactante.

    -Lou, tú ¿Qué haces aquí?
    -Pe…¿Peter? Me has dado un susto, casi me matas.
    -Lou, me alegra que estés aquí – Su tono de voz cambió rápidamente, transformándose en uno cálido y dulce.
    -¿Peter? ¿Estás bien? Creo que has bebido demasiado
    -No, Lou, tu no entiendes, no sabes cuanto me ha costado acercarme a ti, tu eres todo lo que he deseado.
    -Por Dios, Pete ¡Deja de asustarme! – Mis manos sudaban por los nervios, no sabía como reaccionar frente aquello.
    -¡Vamos, Lou! No seas pendejo. No soy gay – Aquellas palabras, las decía tan ligeras que ni siquiera me di el trabajo de entenderlas. Me sentía demasiado preocupado por la posición en la que estaba. Pete cada vez se acercaba más acorralándome, hasta que topé con la pared, y su rostro quedó frente al mío. Estaba a punto de golpearlo en la cara, pero sutilmente vi su mano dirigiéndose a su gorra. La lanzó lejos y observé como delicadas ondas color miel se deslizaban por su espalda, algunas cubrían levemente su rostro, pero no lo suficiente como para ocultar su belleza. Sus ojos eran el reflejo de un día sin nubes, ocultos tras aquellas pestañas largas y sigilosas. Sus labios de un rosado suave, contrastaba con su pálida y perfecta tez. Sonreía dulcemente con cada movimiento involuntario producto del desequilibrio y yo, al sentir el roce de su cuerpo, notaba como lentamente mi piel se erizaba. Posó su nariz en mi mejilla y luego se deslizó para besarme. Era ella y yo, ahora podía mirarla a los ojos, y estaba más que seguro de que no quería golpearla. Tan distraído que nunca noté que estaba junto a mi. Sentía como si no la conociese, pero al fin y al cabo, era otra persona.
    -¿Cuál es tu nombre?
    -Stephany
     

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