Utopía [CCS]

Tema en 'CLAMP' iniciado por Clhoe, 6 Febrero 2010.

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    Clhoe

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    Utopía [CCS]

    Hola a todos!
    Es la primera vez que escribo algo sobre esta serie enserio, también creo que es una de las ideas más extrañas que he escrito nunca.

    La idea se me ocurrió una tarde en la que se me vino a la mente un capítulo del anime. No me acuerdo del número, pero era cuando Sakura atrapaba la carta ilusión(?) y veía a su madre. Bien, pues el echo de que Kinomoto creyera que su madre estaba ahí me pareció curioso. Ella era muy consciente de que su madre estaba muerta, y aún así, decidió dejarse llevar por el deseo de estar junto a ella, olvidándose de todo lo que hay a su alrdedor (como por ejemplo de un barranco por el que cae...). Jugué con la idea y se me ocurrió una paranoia: la inocencia de Sakura frente a la muerte.

    En fin, aquí la dejo para que judguen, critiquen y asdf.




    Utopía

    ¿Cuánto tiempo se necesita para olvidar a una madre? ¿Puede realmente el tiempo curar la herida? En la empresa donde trabajaba, hace ya muchos años, por ejemplo, te concedían tres días de asuntos propios. ¡Tres días para enterrar a la persona que te había regalado la vida! El mundo estaba completamente loco.
    ¿Y para aceptar su muerte? ¿Cuánto tiempo se necesitaba para eso? Por lo general, la mayoría aceptamos la muerte de forma natural. Todos los días nos vemos sometidos a ella, que al igual que un cazador, espera paciente la aparición una buena presa a la que poder hincarle el diente. Pero, ¿qué ocurriría si alguien no fuera capaz de aceptarlo? ¿Y si alguien se negara a creer que su madre se está muriendo? ¿Qué pasaría entonces?
    Yo había amado, y amo, a una persona que jamás consiguió asimilarlo. Y, como cabía esperar, el resultado de una conducta así no pudo acabar más que en tragedia. Así pues, hoy, a la edad de sesenta y siete años, me he visto obligado a contar la historia de mi pequeña Sakura; cuya ingenuidad acabó por convertirse en una locura que contagió a toda su familia.

    Sakura... la pequeña y dulce Sakura, un ser demasiado puro como para sobrevivir a los males de este mundo.

    &.

    Un viento venido del norte azotaba con fiereza los hogares de aquellos cuyos ojos permanecerían sellados para toda la eternidad, soportando con heroísmo las crueles embestidas: latigazos cargados de odios y rencores, miedos y maldiciones. Y, lo que empezó como un traqueteo molesto acabó convirtiéndose en una tormenta rabiosa, rugiendo enojosamente en la inmensidad de la noche. La lluvia se colaba entre las rendijas de las tumbas salpicadas por el lodo, y un olor a podredumbre emergía en todas direcciones. El bosque de lápidas que dibujaba sinuosas callejuelas en la oscuridad se había tornado un tétrico escenario bañado en barro y asediado por sombras danzantes que se perdían en la inmensidad de aquel laberinto empedrado. Haces de luz se unieron a aquel morboso juego de la naturaleza, estallando en estridentes alaridos cada vez que hacían acto de presencia. Un cielo embravecido se alzaba sobre el cementerio, desquitándose mezquinamente sin un atisbo de compasión.

    Solo una diminuta flor de cerezo permanecía impasible sobre el lecho de una lápida corroída, probablemente, a causa de una constante erosión. Dos orbes esmeraldas yacían muertas bajo una maraña de cabellos avellana; las manos rojas por el frío y ennegrecidas a causa del légamo recorrían el mármol trazando figuras abstractas, atormentadas con temblores que denotaban un sentimiento de impotencia. Conjuntos de inteligibles estructuras sintácticas asomaban de los labios de la pequeña mártir, representado susurros fugaces, extraviados en la tromba.

    De pronto, la soledad de aquella criatura se vio mancillada por una robusta sombra salida de las tinieblas.

    — Sakura, vuelve a casa. Por mucho que te castigues ellos no volverán… — siseó aquella figura con voz tenue, perfilando un cuerpo de hombre desde la gresca.

    Un rostro marmóreo emergió de la oscuridad, impregnado en un atisbo bien disimulado de sorpresa. Al mismo tiempo afloraron unos ojos verdes, mostrando un ligero brillo que segundos antes lucía inexistente. El color carmesí tomó las mejillas de Sakura, e igualando la fugacidad con la que había aparecido su acompañante, hizo brotar un llanto que rivalizó con el vendaval.

    La sombra se acercó veloz a Sakura y, paulatinamente, la acunó en lo que se deducían unos brazos. De aquel entoldamiento surgió un rostro blanquecino que destilaba compasión; su mirada chocolate buscó el rostro de Sakura, hundido en su propio pecho. Ahora, la impotencia fue lo que se adueñó de aquel semblante blanquecino que un segundo antes destilaba compasión; meses atrás, jamás hubiera soñado con ver a Sakura en aquel estado.

    La pálida mano de la joven le acarició la mejilla y, en un intento de articular palabras, se perdió en la inconsciencia.

    — Syaoran yo solo… — tintineó la voz de Sakura en un susurro de dolor antes abandonar la realidad.

    La lluvia comenzó a amainar y los latigazos del viento se convirtieron en suaves caricias heladas. Las nubes empezaron a disiparse, permitiendo que la tenue luz de la luna iluminara los claros que se abrían entre las tumbas. Syaoran alzó a Sakura en brazos. Avanzó precipitadamente entre los riachuelos de fango que había formado la llovizna, sorteando lápidas y ramas con extrema agilidad. La tumbó en la parte trasera de su auto con suprema delicadez, asiéndola con cuidado hacia los asientos.

    El turbo espectáculo acontecido hace tan solo unos cuantos minutos se había transformado en una noche tranquila, iluminada por el fulgor de la luna llena y los parpadeos fugaces de las estrellas. Syaoran pisó el acelerador. No tenía mayor deseo que el de devolver a Sakura a su casa, aún a sabiendas de que mañana volvería a repetirse la misma escena.


    &.


    Como otra de tantas mañanas, Sakura trotaba por el césped, brincando de un lado para otro sin atender a su alrededor. Su expresión risueña y despreocupada se asemejaba a la de un párvulo y, al igual que muchas otras veces, Sakura besó el suelo con la nariz. Solo entonces era capaz de mirar por donde pisaba.

    — ¿Cuántas veces tendrás que caerte para aprender que correr como una loca es malo? — Gruñó Syaoran con una mueca dibujada en la cara.

    Sakura se limitó sonreír como siempre hacía, mirando con vehemencia a su víctima. El intenso brillo de aquellas orbes esmeralda abrumaba a Syaoran hasta tal punto, que no podía más que resignarse ante la infranqueable mentalidad inocente que dominaba a la pequeña florecilla.

    Si bien cabía decir, Sakura era la persona más especial sobre la faz de la tierra; o por lo menos eso es lo que pensaba Syaoran. Sakura era indescriptible, no podía ser adaptada a ningún patrón; unos días era filósofa, otros moralista, idealista… A veces era un bebé y otras una mujer. La belleza de su corazón era directamente proporcional al brillo de una estrella; y es que nadie podía evitar sonreír a la pequeña flor de cerezo, ni siquiera la persona más desgraciada del mundo. Con tan solo una mirada, Sakura era capaz de ver el alma de la gente y, según decía siempre, todas eran en mayor o menos medida, benévolas; el problema era que tenían miedo de demostrarlo. El reflejo de su rostro era la inocencia: hermosa e ignorante; una gran virtud que pronto acabaría siendo una maldición. Amiga y apoyo de todos, consejera, sabia, maestra... Se enfadaba y desenfadaba a la velocidad del rayo, sus caprichos no eran más que recuerdos lejanos en el transcurso de un segundo y las ideas que poblaban su atolondrada cabecita eran tan disparatadas como su persona; inventaba enrevesadas historias que ya había olvidado a la mañana siguiente: soñaba con viajar a la luna en avión, deseaba saber volar para repartir chocolate a todos los niños, quería ser un faro que guiara a los perdidos… Sakura era como un baúl sin fondo, lleno de sorpresas y misterios, de luces y sombras, de certezas e incertidumbres.

    Desentrañar los misterios de la cabeza de Sakura era una de las tareas más difíciles a las que Syaoran se veía sometido todos los días, aunque, desde luego, era la favorita de sus aficiones; o por lo menos, hace a penas un año, cuando Sakura aún era normal.

    — Sakura, ¿cómo está tu madre?
    — ¿Qué quieres decir? Mi madre está perfectamente — canturreó ella con su habitual voz de cascabel.
    — Sakura…

    De nuevo se alejó trotando igual que un niño, aunque esta vez, con la marca de una impura sonrisa falsa en el rostro. Las esmeraldas se escondieron bajo un revuelto de mechones avellana, pero no sin antes obsequiar a Syaoran con un brillo amenazador. La risueña mirada chocolate del aludido se tornó sombría. Caminó lentamente durante un rato, sin intención de darle caza al gatito; ahora necesitaba perderse en su subconsciente, indagar algún halo de luz que le proporcionara aquellas respuestas que tanto ansiaba. ¿Qué pasará con Sakura cuándo ocurra lo inevitable? ¿Qué será de aquel ángel de luz carente de malicia? ¿Conseguirá enfrentarse a la realidad algún día?

    La burbuja utópica que confinaba la mente de Sakura se había vuelto una barrera infranqueable a la razón. Un extraño miedo a la realidad asediaba los pensamientos de la muchacha, por otra parte, la mente de Syaoran temía los efectos que le pudiera acabar causando aquella actitud.

    Y, de una forma casi fugaz, cada uno con la cabeza en un lugar diferente, llegaron al hospital.

    — Vaya, ¿qué hacemos aquí? — Syaoran resopló.
    — Dímelo tú, yo me he limitado a caminar detrás de ti.

    Sakura ya no estaba escuchando. Se había enfrascando en un viaje hacia el mundo de los sueños, una realidad alternativa que ella misma había creado inconscientemente; un lugar al que acudía cada vez las pesadillas la acechaban.

    No es que Sakura fuera una ingenua, es más, era bastante lista cuando se lo proponía. El problema podía resumirse con un solo concepto: fobia. Si bien la mayoría de la gente tiene algún tipo de miedo (xenofobia, homofobia, aracnofobia, hemofobia, claustrofobia…), Sakura era dueña de las más singular y curiosa de todas: “dolorfobia”, o así lo llamaba Syaoran. Y significa exactamente eso, miedo al dolor. Pero no estamos hablando de un pesar común, nos referimos a la aflicción del corazón; un mal que no puede curarse con ninguna clase de ciencia. Solo la fuerza de voluntad y el deseo de seguir adelante pueden revocarlo; que era precisamente la carencia más crónica de Sakura. Por esa misma razón, ella era incapaz de creer que su madre se estuviera muriendo de cáncer. El dolor que le carcomía el alma de tan solo pensarlo la mataba, y el único camino que había sido capaz de tomar por propia voluntad era el de la ignorancia.

    Syaoran desesperaba cada vez más. Sakura siempre había sido muy reacia a tratar temas como la muerte o la enfermedad de algún ser querido, pero lo que nunca soñó pesar fue que llegara al extremo de inventarse un presente disyuntivo. Al principio le pareció la reacción normal y, viniendo de Sakura, más aún. El problema radicaba en que a medida que la madre de Sakura iba empeorando, ella tergiversaba la verdad convirtiéndola en una patraña ideal. Syaoran fue el primero en notarlo, por supuesto y, junto con el hermano de Sakura, eran los únicos que conocían la extraña peculiaridad de la joven.

    Sakura estaba tomando un camino peligroso, había elegido una senda que no aceptaba retorno, una elección que podría condenarla a vagar eternamente por las sinuosas calles de la subconciencia; obligándola a vivir una vida que no existía más allá de su propia fantasía.

    Finalmente, tras unos minutos de meditación, ambos entraron en el hospital. Olía a enfermedad por todas partes y la mayoría de las personas que deambulaban por los pasillos languidecían entre las paredes.

    Tras un buen tramo de recorrido pararon en una habitación de la cuarta planta, la que confinaba a los enfermos terminales. A la cerezo se le encendieron los ojos y comenzó a hablar apresuradamente.

    — Bueno, supongo que te preguntaras que estamos haciendo aquí — la mirada de Sakura había perdido todo rastro de brillo y su voz sonaba mecánica. Syaoran suspiró resignado, de nuevo había abandonado la realidad —. A mamá le dio ayer un pequeño mareo y como mi padre pone el grito en el cielo por cualquier cosa…
    — ¿La han ingresado solo por un mareo? — inquirió Syaoran con una ceja en alza.
    — Vaya, eres muy perspicaz Li. ¡Nunca se te escapa nada! — Rió — Como ya sabes, hace poco que mamá estuvo ingresada porque la operaron de apendicitis. ¿No te acuerdas? — Syaoran asintió. De hecho, se acordaba, el problema era que eso había ocurrido hace dos años —. Así que han decidido retenerla aquí unos días por si acaso algo había salido mal. Pero ya sabes como son los médicos, ¡siempre sacando titulillos!
    — ¿Por eso estamos en la planta de los pacientes terminales? — agregó Syaoran en un vano intento de conseguir que Sakura despertara del trance.
    — Muy sagaz Syaoran, pero no te montes películas. El hospital estaba llenísimo, así que le dieron la única habitación que estaba libre. — Sakura ni siquiera titubeó, tampoco abandonó la expresión despreocupada.

    Syaoran se rindió. Decidió dejarlo así. Este no era el lugar más indicado para luchar contra la sombra que se cernía sobre Sakura. Él sabía mejor que nadie lo que ocurría cuando intentabas combatirla. La pequeña Kinomoto entraba en un estado de locura: a veces híper ventilaba, otras era presa de ataques de histeria, en alguna ocasión solo se limitaba a llorar y gritar como una posesa. La mente humana… ¿hay algo más mezquino y retorcido? La forma en que te domina, te posee, te ciega, te tienta con sueños y deseos, te absorbe hacia su terreno: una celda situada en el inconsciente, una lúgubre estancia donde la condena siempre era perpetua… un castigo al que Sakura estaba cayendo de lleno.

    Después de la tertulia entraron en la habitación con paso lento.

    — Con permiso — articuló Sakura con dulzura. Syaoran la imitó con un ligero gesto de cabeza.

    Mientras la flor de cerezo danzaba risueña por la sala, Syaoran escrutó a los presentes. Fujitaka Kinomoto, el padre de Sakura, parecía consumido en la impotencia. Tenía barba de una semana y el aspecto de no haber tomado una ducha en mucho tiempo, iba totalmente desaliñado y se apreciaba que había adelgazado notablemente. Estaba pálido y ojeroso y le temblaban ligeramente las manos. Su mirada era exclusividad de su esposa, que yacía inmóvil en la amarillenta cama del hospital. Touya, el hermano de Sakura, parecía ser de aquellos que llevaban la profesión por dentro. Su aspecto era notablemente mejor que el de su padre, aunque sus ojos canela destilaban dolor y rabia, y lucían enrojecidos, probablemente a causa del llanto. Iba vestido de forma correcta, bien afeitado y peinado; probablemente, en honor a su madre. Y, por último, la susodicha Nadeshiko Kinomoto. El cáncer le habría arrebatado la salud, la libertad, los sentidos… pero no su belleza. La madre de Sakura seguía siendo la persona más hermosa de la tierra. Estaba pálida como la nieve y extremadamente delgada. No se movía, no hablaba, ni siquiera tenía lo ojos abiertos, y no porque no lo deseara, más bien, porque no podía; llevaba tres meses en coma.

    — ¿Qué tal te encuentras hoy mamá? Yo he estado toda la mañana en la biblioteca, ya sabes, recopilando información para el trabajo de latín que uf… ¡es un tostón! Además de que se me da fatal y no entiendo la mayoría de las cosas que ponen en… — Sakura hablaba con su madre como si esta pudiera oírla, y se contestaba a sí misma las preguntas que ella misma formulaba.

    Continuó parloteando durante un buen rato sin parar. Su padre parecía estar ausente, en algún lugar dónde su esposa estuviera a su lado; Touya, en cambio, parecía estar perdiendo el control por momentos. Syaoran ya estaba tan acostumbrado a los teatros de Sakura que permaneció en silencio, observando con tristeza a aquella niña que cada día perdía más la razón.

    Permanecieron allí toda la tarde, hasta que concluyó el horario de visitas. Aunque esta vez, ninguno de ellos se marcharía a casa. Hasta aquel instante, Syaoran no tomó realmente en cuenta hasta qué punto Sakura rechazaba la realidad. Se maldijo a sí mismo incontables veces por no haber puesto antes cartas en el asunto. Quizás, si hubiera combatido desde el principio aquella sombra que cegaba la cordura de Sakura, las cosas podrían haber sido muy diferentes.

    Syaoran y Sakura salían de la habitación de forma paulatina. Ella aún mantenía la expresión risueña, él, en cambio, poseía un ademán grabe. De nuevo recorrían las calles del hospital, cada uno en su propio mundo. La densa aura de ensimismamiento se rompió al oír la voz de Touya.

    — Sakura, tenemos que hablar.

    El alto muchacho tiró bruscamente de su hermana hacia algún lugar del hospital, posteriormente, le hizo un gesto a Syaoran para que los siguiera. El marmóreo rostro de Touya estaba peligrosamente encendido, en sus ojos hinchados podía leerse una rabia feroz y la mueca de fastidio pintada en su cara denotaba un estado de furia. Llegaron a una sombría escalera de incendios. Touya se detuvo en secó y comenzó a despotricar contra Sakura.

    — ¡¿Qué narices pasa contigo?! ¡¿No te parece que ya está bien de comportarse como una niña de tres años?! ¡Qué tienes diecisiete Sakura, madura de una vez! — Bramó poseído por la ira.

    Sakura se asustó y retrocedió unos cuantos pasos. Intentó zafarse del agarre de su hermano pero sus intentos fueron vanos. Syaoran contemplaba la escena con un atisbo de preocupación pero decidió no intervenir, de todas maneras, no podían continuar permitiendo que Sakura siguiera actuando de aquella manera.

    Ella hizo ademán de hablar, pero su hermano se le adelantó.

    — ¡Mamá se está muriendo de cáncer Sakura! ¡Acéptalo de una buena vez! — La mirada de Sakura se encendió aún más que la de su hermano.
    — ¡¿Qué es lo que dices?! ¡Estas loco! ¡Mamá está perfectamente y mañana vuelve a casa!
    — No, Sakura. ¡No, mierda! ¡Eso es una patraña que tú misma has inventado, pero no es real! Mamá se muere, ¡¿me oyes bien?! ¡Se muere y no podemos hacer nada, solo permanecer a su lado y quererla más que nunca!
    — ¿Qué estás diciendo, Touya? ¡Suéltame, no quiero seguir escuchándote! ¡Syaoran, dile que pare! — Rogó con lágrimas en los ojos. Syaoran bajo la cabeza, ocultando la impotencia que sentía en aquel momento.
    — Es por tu bien, Sakura… No puedes seguir en este estado, lo único que conseguirás será hacerte daño a ti misma — musitó Syaoran amargamente.
    — Venga Sakura, vamos a la habitación. Tenemos que aprovechar el tiempo que nos queda con mamá — añadió, ahora suavemente, Touya.
    — ¡Qué te calles! ¡Déjame en paz! ¡Te odio! — Chilló Sakura, histérica, consumida en una mezcla de pánico y furia.
    — ¡Sakura, deja ya de hacer esto! ¡Crece y aprende a aceptar la realidad! ¡La vida no es una utopía!

    En aquel momento, la cosa se les fue a ambos de las manos. Sakura había enloquecido. Empezó a golpear, arañar y gritar como una fiera. En una de sus embestidas se hizo con una fregona que estaba a menos de medio metro de su alcance, estampándosela a su hermano en el vientre. Touya rugió de dolor. Sakura consiguió zafarse del agarre y se precipitó escaleras abajo, envuelta en lágrimas y lanzando salvajes alaridos. Syaoran se había quedado petrificado. Si bien él ya estaba acostumbrado a los ataques de Sakura, jamás la había visto golpear a nadie, y mucho menos usar un objeto para ello. La cosa iba a peor...

    — ¡Joder, no te quedes ahí mirando, idiota! ¡Vete a por ella antes de que haga daño a alguien!

    Syaoran no se hizo de rogar. Salió disparado escaleras abajo, con el único deseo de que Sakura no hubiera cometido ninguna locura. Enseguida descubrió que su temor se había hecho realidad y, en aquella noche turba, lo único que el muchacho agradecerá siempre, fue que consiguiera llegar a tiempo.

    En la planta cero, materno infantil, había un revuelo fuera de lo común. La gente se había atropellado detrás de la puerta de un servicio. Desde dentro se podían escuchar gritos de agonía, que, por supuesto, pertenecían a Sakura. Syaoran se abrió paso entre la multitud sin un atisbo de delicadeza, en aquel instante solo podía pensar en sacar a la pequeña fiera de allí.

    — ¡Sakura, soy yo, Syaoran! ¡Ábreme la puerta!

    No hubo respuesta. Los alaridos se intensificaron. Syaoran desesperó y se abalanzó sobre la puerta del cuarto de baño. El intento de tumbarla fue vano. De nuevo intentó razonar con Sakura.

    — Sakura, vamos, déjame entrar. Estoy preocupado. Te prometo que nos iremos enseguida, no tendrás que ver a Touya — prometió Syaoran con una fingida voz calmada. Dentro del baño, Sakura profirió un aullido al escuchar el nombre de su hermano.

    Después, de repente, cesaron los gritos, convirtiéndose en sollozos apagados. Syaoran se tranquilizó un poco.

    — Sakura, ¿me abres? — Intentó de nuevo.
    — Syaoran… me duele… no… — contestó al fin. Tenía la voz quebrada —, lo siento… — y nada más decir aquellas palabras con a penas un hilo de voz, se oyó un golpe seco proveniente del interior. Syaoran enloqueció y se abalanzó contra el baño. La gente que contemplaba la escena permanecía impasible, con un sentimiento de morbo ante la situación.
    — ¡¿Qué coño están mirando?! ¡Qué alguien vaya a pedir ayuda! — Vociferó Syaoran fuera de sí.

    Entonces, mientras varias personas se precipitaban a cumplir las órdenes de Syaoran, éste, derribó al fin la puerta de una patada. Todo el mundo se apresuró curioso hacia el baño. Varias personas ahogaron un grito, otras, sin embargo, no lograron contenerse.

    Sakura yacía inmóvil en el suelo con una diminuta cuchilla en una de sus manos. Un baño creciente de sangre la rodeaba, descendiéndole desde las muñecas. Un olor ácido inundaba la estancia. Sakura, de no ser por la morbosa escena en la que se hallaba inmersa, parecía un ángel caído del cielo. Cualquier rastro de aflicción se había borrado de su rostro, que ahora lucía sereno, apacible, inmerso en aquel sueño que tanto añoraba.

    La mirada chocolate de Syaoran no daba crédito a lo que veía. Por un momento deseó poder experimentar aquel embriagador estado utópico que siempre dominaba a Sakura en situaciones como esta. La tentación de perderse en la inconsciencia era sublime, el deseo de viajar a una realidad en la que Sakura fuera normal, en la que su madre no estuviera al borde de la muerte… aquellos deseos dominaron por un instante el juicio de Syaoran, que enseguida desechó. ¿Qué mérito tenía soñar con Sakura si no podía tocarla, abrazarla o besarla? Al instante se apresuró hacia la pequeña flor de cerezo que flotaba en un río de sangre. Le presionó las muñecas con fuerza, lo primero era impedir que siguiera perdiendo más sangre. Enseguida llegó un médico, después un torrente de enfermeras se aproximó con una camilla y algunos guardas se encargaron de despejar la zona. Syaoran permaneció junto a Sakura toda la noche. Gracias al cielo, todo se había quedado en el susto.

    &.

    Los recuerdo de aquella noche aún atormentaban el sueño de Syaoran. La visión de Sakura tendida sobre el lúgubre suelo del hospital en una baño de sangre fue, y es, la peor de sus experiencias. Si bien, la sola idea de que Sakura pudiera llegar a quitarse la vida lo tenía descolocado. Y no es que ella hiciera algo así por propia voluntad, era aquella enfermiza fobia, esa garra maldita que había clavado sus uñas en la mente de Sakura, sumiéndola en un sueño del que por desgracia, ya no podría despertar nunca.

    Cuando le entregas tu alma al diablo, lo haces con todas las consecuencias que ello implica. Sakura lo había echo inconscientemente. Se había dejado guiar por los ostentosos sueños que le regalaba la inconsciencia, había puesto una fe ciega en que su utopía podía llegar a convertirse en realidad si así lo creía. Había caminado demasiado tiempo entre las sombras, haciendo oídos sordos a la voz de la razón. Así, habiendo tirado la única llave de su libertad al fondo de un abismo que no encontraba mapas, Sakura se confinó para siempre en la celda de la subconciencia.

    Desde aquella fatídica noche no volvió a ser ella. Ahora, su cuerpo contenía a una Sakura que vivía en el pasado, en un lugar de ensueño al que solo ella era capaz de llegar.

    Después de dos meses de continuos tratamientos, visitas de psicólogos, neurólogos y médicos expertos en enfermedades mentales; Sakura fue dada de alta. En aquellos dos meses, Touya no se atrevió a poner un pie en la habitación de Sakura. Su padre vino algunas veces, pero estaba tan consumido en su propia pena que parecía no ser consciente de la gravedad del asunto. Toda la carga fue para Syaoran, que se sentía incapaz de apartarse del lado de Sakura. Los médicos le habían recetado unos medicamentos para calmar sus ataques de histeria. Nada más. Ya no había vuelta de hoja para Sakura, había perdido completamente la consciencia. Ahora viviría sumergida en un estado de ensimismamiento constante, y solo en remotas ocasiones parecía aflorar la que un día fue Sakura Kinomoto.

    Una semana después de que le dieran el alta a Sakura, murió Nadeshiko. Ese fue el desencadenante de la maldición que hoy día estaba acabando poco a poco con Sakura.

    A pesar de que Syaoran supiera lo que iba a pasar, le dio la noticia a la florecilla. Y, para sorpresa de éste, Sakura no se puso histérica, ni intentó negarlo. Por un momento pareció haber recuperado la cordura, luego se perdió en terribles alaridos. El funeral se celebró al día siguiente. El padre de Sakura parecía consumido en una enfermedad que no tenía. Touya se situó lejos de su hermana. En sus rostros solo podía leerse impotencia. Y, para sorpresa de todos, Sakura permaneció serena, como si por fin hubiera aceptado la enfermedad que le había arrebatado a su madre. Aquella Sakura tan solo duró unas cuantas horas más, después, regresó a su propia realidad, cerrándose más que nunca al mundo, incluso a Syaoran.

    Cuando la celebración acabó, Sakura fue directa a abrazar a su padre. Cruzaron una mirada en la que se dijeron todo y nada. Ambos ya habían decidido su destino. Se dijeron, sin necesidad de palabras todo lo que se querían; porque ambos sabían que aquella sería la última que se verían. Después le dedicó una ligera sonrisa a su hermano. Estaba perdonado. Una vez hubo finalizado, se acercó veloz hasta Syaoran y con una mirada de súplica le formuló un ruego.

    — Por favor, déjame quedarme sola un rato. Quiero despedirme de mi madre.

    Syaoran dudó. Tenía miedo que aquella escena del hospital pudiera volver a repetirse. Las orbes esmeralda estaban expectantes a una respuesta, con un brillo excepcionalmente intenso. El castaño no pudo negarse.

    — Te recogeré en una hora — condicionó, después la abrazó dulcemente.

    Ella correspondió al abrazo y enseguida se alejó hacia la tumba de su madre.

    Aquel seis de mayo fue la última vez que Syaoran pudo disfrutar de su pequeña flor de cerezo. Ese mismo día, el padre de Sakura se suicidó; no hizo falta darle la noticia, ella ya lo sabía de antemano. A veces, Syaoran se derrumbaba pensando en que él podía haber evitado muchas cosas. Si no la hubiera sentido compasión por ella y le hubiera frenado los pies desde que empezó a inventarse cosas, si jamás hubiera consentido que su hermano hablara con ella aquella noche en el hospital, si nunca se le hubiera ocurrido dejarla sola en el cementerio… Quizás, y solo quizás, podría haber salvado la mente de Sakura; que ahora estaba corroída por una enfermedad que ella misma se había producido.

    En la actualidad, Sakura vive con su hermano (el único que fue capaz de mantener la cordura ante los acontecimientos, por el momento). Ella misma se aisló del mundo. Construyó una barrera infranqueable a la que solo permitía entrar a Syaoran y, en algunas ocasiones, a su hermano. Ahora vivía sumida en la locura. Las pesadillas trituraban su alma, inventaba miles de utopías al día, a veces hablaba, otras gritaba, en algunas ocasiones yacía inmóvil, sin decir o hacer nada. Y, todas las noches, se escapaba de casa e iba al cementerio, donde aguardaba junto a las tumbas de sus padres hasta que el sol se asomara por el horizonte. Estaba destruyéndose a sí misma. Su cerebro había empezado a colapsarse, empezando una cuenta atrás hacia la extinción.

    En el lapso de dos años, Sakura estaba tan consumida por dentro que, una simple caía le produjo un coma. Por fin logró llegar a aquel lugar, aquella utopía con la que siempre soñaba, allí donde se dibujaba una vida ideal; junto a sus seres queridos, sin la excepción de ninguno. Aunque aún estaba tristemente apegada a la existencia.

    Syaoran iba a verla cada día. Touya, en cambio, acabó por dejar de hacerlo. La oscura sombra que había acabado con su padre y le estaba arrebatando a su única hermana, parecía cernirse ahora sobre él.

    La mente humana actuando de nuevo. ¿En qué se diferencia del diablo? ¿En qué se diferencia la vida del infierno? ¿En qué se diferencian las enfermedades de los castigos de las almas en pena? La mente nos induce a odiar, envidiar, destruir… La vida nos golpea continuamente y, ya sea con mayor o menor fuerza, siempre acaba castigándonos, y las enfermedades eran uno de los tantos pesares que te regalaba. Syaoran había cavilado largo y tendido sobre todos estos dilemas. Consiguió entender a Sakura, aquel deseo de huir, de esconderse bajo el yugo de la irrealidad, que era extremadamente tentador; a veces, incluso, era mejor opción que seguir viviendo. Pero había una pega. Un ligero inconveniente que logró mantener a flote la cordura de Syaoran (que fue tentado una infinidad de veces a perderse en la inconsciencia). El presente.

    Sakura se preocupaba del futuro y viajaba al pasado para estar en paz, pero jamás podría llegar a ser feliz, así solo conseguiría solventar el dolor. Para Syaoran, la mera idea de no poder tomar la mano de Sakura le parecía blasfema. ¿De qué me sirven la más maravillosa de la utopías si no puedo sentir en calor de Sakura? ¿Para qué quiero una vida de sueños que nunca podré tocar? Exacto, ¿para que quería un mundo vacío de la presencia de la flor de cerezo? Por esa simple cavilación, Syaoran no cayó en las redes del diablo. Prefería poder acariciar su suave mano aunque yaciera moribunda sobre la cama de un hospital.

    A partir del coma de Sakura, los meses se sucedieron muy deprisa. Touya languidecía entre las paredes de su casa, cada vez más hundido en la irrealidad. El joven Li intentó evitar que Touya siguiera la estela de su hermana y su padre. Pero ni le quedaban fuerzas, ni había nada que hacer. Touya se había dejado seducir por un mal demasiado grande como para ser revocado.

    Syaoran mantuvo a Sakura cuatro años unida a una máquina que le ataba a la vida. Así, el uno de abril, a la edad de veinticuatro años, Sakura fue desconectada de aquel vínculo que la mantenía vinculada a una vida que ella odiaba. Aquel uno de abril conoció al fin esa ansiada libertad de poder marcharse en paz allá donde quisiera y, por primera vez en mucho tiempo, fue feliz. Por fin podría construir la vida que tanto había soñado. Ahora sí, podría alcanzar su utopía.

    Vuela... vuela libre, sin miedo, pequeño pájarillo herido.

    &.

    La decisión de desconectar a Sakura fue la más difícil que tomé en mi vida, pero no me arrepiento. Si la hubiera mantenido apegada a la vida un solo día más, yo mismo hubiera caído también en las fauces de aquella locura. Fujitaka por Nadeshiko, Sakura por su madre y Touya por su hermana. Todos ellos habían sido incapaces de aceptar la ley más basica de la humanidad: la muerte.
    Nunca llegué a casarme, con su muerte, Sakura se llevó también mi corazón, que permanece sumido en un infinito letargo; esperando despertar el día en el que por fin pueda volver a reencontrarme con ella.
    Un cáncer en el lóbulo occipital fue la causa que me obligó a escribir esta historia, con la que espero muchos consigan evitar una catástrofe como la que mi incompetencia no pudo soslayar.
    Lo que ocurrió con Touya después del funeral de Sakura me es desconocido. De la noche a la mañana desapareció del mapa. Nunca escribió ni dio señales de vida. Aunque su destino no debió de ser muy diferente al de su hermana.

    Sakura, mi pequeña e inocente Sakura… un ángel de corazón débil, de un alma demasiado pura y de una inocencia extraordinariamente sublime. Espero que podamos encontrarnos pronto allá donde te hayas ido, y construir aquella vida que siempre deseaste.

    Siempre tuyo, Syaoran.
     
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