Inuyasha no me pertenece. Unqualified ¿Te casarías conmigo?, preguntó él. No, dijo ella, después de un rato le dijo: ni siquiera te conozco. Él sonrió y puso el anillo sobre su falda. Es una lástima, haríamos muy buena pareja. Wissh Capítulo 1 Vale, ella se había hecho la errónea idea de que quizás, solo quizás, todo saldría bien. De que un solo detalle positivo y pequeño le serviría para no hacerla sentir tan miserable. Pero no había detalles positivos, ni tampoco pequeños. Bueno, el vestido era obscenamente precioso. Las perlas engarzadas, los cristales cocidos a mano, la suave seda y el diseño de algún creativo de Europa la hacían querer rendirle tributo y montarle un altar. También estaba el salón. Jodidamente hermoso, el sueño salvaje de cualquier novia, repleto de flores, velas, cristales, esculturas de hielo, rostros felices –la mayoría desconocidos, desafortunadamente para ella-, ni siquiera quería saber sobre la comida. Y sobre todo ese lujo y demás superfluas y cosas bella estaba, de último pero no menos importante, el novio. Porque no hay boda perfecta si no hay un novio perfecto. Y ese era el inicio de los problemas. Lo que impedían que existieran detalles positivos y pequeños. Un carraspeo y luego ella tuvo plena conciencia de que estaba paralizada, viéndolo fijamente, con la mano extendida empuñando la pluma de oro a punto de escribir su nombre en el acta. ― ¿Señorita Higurashi? ¿Higurashi? ¿Aun conservaba su apellido? Por supuesto, ella aun no había firmado el acta. Aun no había vendido su alma. Y se aseguró de ello cuando tuvo que bajar la mirada al libro, insegura de sus acciones, y buscando alejarse de aquellos ojos helados que le taladraban el alma. Ojos que una vez mínima en su vida llegó a considerarlos hermosos. Ya no lo eran. Vale, seguían siendo los ojos más impactantes y sensuales que ella hubiera podido presencias jamás, pero estaba completamente segura de que no quería seguir pensado de esa manera sobre ellos en ese instante. ― Kagome… Fue en medio del silencio tenso e incómodo del salón que ella escuchó su nombre a sus espaldas. Ahora tenía que dejar de ver al grueso juez, tampoco podía soportar por mucho tiempo las lágrimas con su mirada de demasiada lástima. Por ello, impaciente, buscó a su padre. Estaba en primera fila, donde le prometió que iba a estar cuando se obligó a soltarle al entregarla al hombre que había concertado esa boda. Él mismo hombre que los miraba de reojo sobre el podio, junto a Kagome, ignorando al juez que buscaba no hacerse sopa de los nervios. Ella no había podido notar antes lo atractivo y elegante que se veía su padre con aquel exclusivo traje. Sabía sobre lo duro que pudo haber sido ponérselo, pero estaba orgullosa de que Toga Higurashi hubiera podido ocultar, exitosamente, el miedo y el pasado bajo esa distinguida estampa. Sin embargo, había algo que era imposible esconder. Y ese era la mueca desgarrada y llorosa de su rostro. Toga Higurashi, sin importarle las miradas censuradas de los demás, lloraba. Kagome Higurashi, desconociendo que era observaba por todos y por él, también había empezado a llorar. Ese instante le recordaba demasiado a aquella noche. Y no podía soportar recordarla, mirando el rostro consternado de su padre. Pero los recuerdos salieron a borbotones por su cabeza al sentir un agarre demasiado demandante en su muñeca. Tal como aquella vez. Asustada, le devolvió la mirada. Ahí no había sentimientos, ni tampoco algo que pudiera demostrarle que tras esos ojos magníficos había vida, o misericordia. Kagome se encogió y buscó soltarse de él, pero era en vano. <<No va a soltarme hasta que firme el acta y deje de avergonzarlo>>, pensó Kagome espantada. Un brillo poderoso y siniestro surgió de aquellos ojos, y Kagome supo adivinar lo que había en realidad tras aquella mirada. Frente a un colapso nervioso, se separó de él aunque tuviera su mano apresada y buscó la mirada de su padre nuevamente. Toga aun ignoraba lo que ella había notado, él continuaba llorando buscando piedad apretando los puños. Pero inmediatamente, también vio aquello que descompensaba aun más a su hija. Ahora sus puños buscaban un objetivo donde poder descargarse, y esperaba que ese objetivo fuera el rostro de aquel bastardo. Toga se limpió las humillantes lágrimas de su rostro y dio un paso hasta ellos. Los invitados callaban, al igual que el juez, todos estaban expectantes antes el inusual espectáculo. ― Firma el acta, Kagome. Un trueno no hubiera podido retumbar tanto como lo hizo su voz en aquel salón. Todos los presentes se removieron nerviosos en sus asientos y voltearon la mirada, aquella nota de ira en esa voz tan calmada produjo pánico colectivo en ellos. Mosqueado, Toga de detuvo en su acto de buscar pelea. Kagome también se detuvo de llorar. ¿Había hablado? Si, lo había hecho, y no solo eso, él le había dado un simple y escueta orden con un tono de dictamen que produjo espasmos y demás síntomas sicóticos de miedo en Kagome. Su nombre, jamás él la había llamado por su nombre, y ahora este había surgido de aquellos labios de una manera espeluznante, como si prometiera algo bastante siniestro con esa simple palabra. ¿Ese era su futuro si le obedecía? No supo cómo, pero su mano quedó libre y cayó lánguida en su costado. No quiso volver a dirigirle la mirada a Toga. Sabía que si lo hiciera, firmaría el acta. Y eso a Toga, ni a ella, le iba a gustar. La pluma de oro también cayó, deslizándose por su primorosa falda hasta rodar a los zapatos italianos de él. ― N-no puedo h-hacerlo, joven Taisho. N-no puedo casarme con usted. L-lo siento mucho. Kagome dejó atrás el acta, al juez, a los invitados confundidos y agitados que hacían escándalo, al elegante salón y su bella decoración, a su padre y a él. No miró atrás, solo se fue, corriendo con la falda del vestido sobre los tobillos hacía las afueras de aquella pesadilla. ―――――――――――― Nada como un día agotador de recibir muchas mierdas en el trabajo para dejarlo como una macilla. Su jefe era un gran cretino con esteroides que complementaba su obvia falta de cerebro con fuerza bruta, y lo demostraba siendo un sádico tirano con sus subordinados. Por él es que sentía los brazos hechos de concreto y las piernas de gelatina, sin contar que el ruidoso escándalo de los taladros le había taladrado un agujero de dolor repulsivo en la cabeza. Llevaba más tiempo del que pudiera soportar oyendo a su más grande enemigo retumbándole en los oídos, ese molesto pitido al que creía ya haberse acostumbrado. ― Ya se pasará ― dijo encogiéndose de hombros aunque le doliera hacerlo. ― Sabes que cuando eso pase, estarás loco por escuchar ese maldito pitido punzándote el cerebro otra vez. ― Hacía frío y tenía las manos heladas, las froto una con la otra y buscó calentar sus orejas. ― Recuerda, es mejor eso que nada. La voz de la razón estaba en lo cierto. Lo mejor que podía hacer era hacer la vista gorda a sus incomodidades y agradecer, de todo corazón, tener un trabajo medianamente estable al que no le interesaban sus defectos. ― Tengo que dejar de quejarme tanto. ― Se repitió como un mantra entrando directo a la plaza del distrito, encogido en su chaqueta de cuero, y buscando calor para sus mejillas entre la gruesa bufanda. Le gustaba mucho ese lugar a pesar del soberano frío invernal de noviembre. Era su última parada del día, el único lugar que le sacaba sonrisas aunque tuviera ganas de ponerse a gritar y lanzar puñetazos, o de deprimirse y ponerse repugnantemente sentimental. Porque ese era el pan de cada día para él, él y su rimbombante y volátil personalidad conviviendo entre la adversidad. Por ello necesitaba un lugar pacifico, muy zen, que fuera capaz de enviarlo a los lugares más allá de los problemas. Y para ayudarlo a conseguirlo, tenía a su fiel amigo a sus manos. Con una sonrisa floja, palmeó el estuche viejo y repleto de parches que cargaba en una mano. Su querido amigo. ― ¡Tsukihiro! Algo pesado lo tocó en el hombro de repente reclamando su atención. Despistado, volteó para encontrarse al viejo que barría las hojas del parque. Mioga. Un buen tipo, pero con un afán muy grande por fastidiar a las personas. Sobre todo a él, quien consideraba sencillamente al viejo como un verdadero dolor en el trasero. Hastiado de tener que soportar una nueva cantinela sobre las reglas del parque, puso su mejor cara de no-me-interesa-y-vete-al-diablo y encaró al enfático viejo. ― ¿Qué pasa, anciano? ― ¡Ah, sí serás irrespetuoso, mocoso! ¡Así no se habla a los mayores! ― Vale, los gestos exagerados del anciano le indicaban que tenía que hacer un esfuerzo mayor por sacarse de encima al viejo. ¡Qué irritante era! Con una exhalación de aburrimiento, se sacó los audífonos de los oídos y aparento, en vano, curiosidad por lo que Mioga demandaba con gestos y lisonja barata. No tenía necesidad de escucharlo. Podía leerlo en sus labios un millón de veces. Por tercera vez en el mes, Mioga quería chantajearlo con alguna extraña y cursi excusa para sacarle dinero. Pues, ¡qué mal para el anciano! De eso, no tenía en ese instante. ― Vete a subirle las faldas a alguien, Mioga. Ahora no tengo tiempo para que me sacudas los bolsillos. Antes de que pudiera replicar, como hacía siempre, volvió a colocarse los audífonos, que no emitían ninguna música, y siguió su camino por el paseo del parque, ignorando la mueca interrogante del anciano. ― ¡Tsukihiro, Tsukihiro! ¡No seas grosero muchacho, solo quería avisarte que…! ― No importó las veces que casi se desgarró el gañote llamándolo, Tsukihiro siguió caminando directo a la zona de los juegos infantiles. Debía admitirlo, el chico era un experto en ignorar a las personas. ― Pero que cosa más rara. Si yo no le estaba pidiendo… ¡Ah, qué rayos, estoy muy viejo para entender a la juventud de ahora! Se encogió de hombros y busco su escoba. Lo mejor era obedecerle y buscar un par de faldas que levantar. Él era de los que decían haberlo visto todo. Y era con esa idea que salía todas las mañanas de casa, sintiendo el peso de la experiencia y el mundo sobre sus hombros, a pesar de su edad. Porque a los 24 no se ha visto la gran cosa, pero da cierta pinta de madurez el creer que si lo había hecho, de que tenía tanta sabiduría como la que tendría un sabio y que ya nada lo sorprendería. Que garrafal error. Llegar a su “lugar” había sido bastante sencillo. Sin Mioga, o cualquiera de sus acólitos que lo pudiera fastidiar camino a su puesto, había empezado a sentirse relajado y en paz consigo mismo. Había logrado agarrarle el truco a eso de “sosegar el estrés”, aquello que Miroku tanto le repetía como una cinta rayada. ¡Médicos! No eran sus personas favoritas en el mundo, le producían escozor y dolor de muelas, pero para su condición…debía de apretar fuerte y aguantarlos. Sobre todo a Miroku. Pensado que pronto tendría que hacerle una visita al desagradable tipejo, llegó a su lugar en el parque y vio algo que desubico sus estándares de lo habitual y corriente que tenía de ese sitio. ¿Qué recontrademonios…? Ya había visto cosas raras antes en ese parque, Mioga era la mayor de esas. Pero aquello no se lo había esperado. Sobre la plataforma del juego principal, junto a la resbaladilla, y embutida en el estrecho sitio había una chica. Una chica que hubiera pasado por cualquiera que él pudiera haber visto, sino fuera porque debajo de la chaqueta usaba un pomposo e inmaculado vestido de novia. Y también unas inusuales botas de lluvia azules con motivos de estrellas y calaveras. ¿Qué rayos…? Esa era una curva del retorcido universo que, de verdad, no pudo batear. Desconociendo que él estaba fijado al suelo viéndola, la chica devoraba avivadamente una bolsa de galletas, mientras que otras bolsas de basura comestible le rodeaban el vestido esperando por ser engullidas también. ¡Fíjate! Sales de casa un día creyendo que ya habías visto toda la mierda del mundo y te consigues con esa. Vale, ya tenía suficiente. Era poco corriente ver a una novia, con botas de plástico, sobre un juego infantil y comiendo galletas como si la vida se le fuera en ello, pero tampoco era su problema. ― Si hubiera sido un burro con vestido, te aseguro que no te habrías sorprendido tanto. ― Se dijo, encogiéndose de hombros restándole importancia al suceso. Pero aun así tomó precauciones. En vez de su sitio habitual junto a la resbaladilla, se instaló detrás de los columpios. No era su lugar predilecto, estaba algo lejos del camino de transito y sabía que podía dar pereza atravesar el parque hasta su lugar, por eso le gustaba junto a la resbaladilla. Era más cómodo para la gente detenerse ahí y oírlo, y era mucho más probable recibir dinero ahí que allá atrás, pero no pretendía darle la espalda a la chica del vestido de novia. Él prefería mantenerla vigilada. Sonaba algo infantil, pero había visto bastantes películas de terror en su vida. Sabía que las novias psicópatas no eran quisquillosas a la hora de clavarle algo a alguien en la yugular. ― Estas sonando como el nuevo novio de Izayoi. Paranoico hasta las nueces… ― Eso no era del todo cierto, estaba siendo un poco injusto con el pobre Setsu, pero la obsesión que tenía el pobre hombre por creer que algún día su madre le diera calabazas le ponía los pelos de punta.Sintiendo el frío recorriéndole el cuerpo, dejo el estuche en el suelo y se frotó los brazos. ― ¡Ahg! ¡Qué frío hace, maldición! ― Para su mala suerte el lugar no parecía haber recibido la visita de la escoba de Mioga en semana, por ello, limpiando las hojas caídas de su nuevo y no querido espacio con el pie, no dudo en dedicarle un par de minutos a puros pensamientos violentos sobre él golpeando a Mioga. ― Ese zángano inútil, no hace ni media mierda por limpiar este lugar, y aun así le pagan. Satisfecho por su trabajo en insultar a Mioga y por limpiar su espacio, echó una última mirada a la chica. No, ella seguía sin notarlo. Eso era… ¿bueno, verdad? ¡Feh! ¡Qué más da! Lo mejor era dejar de perder el tiempo y ponerse manos a la obra. Por suerte había un tronco pintado de naranja y amarillo donde podía sentarse y tocar, ya que estaba lo bastante cansado como para hacerlo parado. No quería desmayarse en plana ejecución. Abrió su estuche y ahí lo recibió su bien amado violín. Como amaba a esa cosa. Izayoi tenía razón, le tenía más aprecio a esa cosa que así mismo. ¿Y cómo no hacerlo? Su violín era perfecto, y él no lo era tanto. La melodía ejecutada por ese instrumento era la única capaz de mantenerlo cuerdo, y eso era algo que muchos no iban a entender. Aunque les pareciera que no tenía sentido que la música, aun en su condición, pudiera calmarlo y hacerlo medianamente feliz, así era. Acarició la suave madera, y recordó cuando lo tuvo por primera vez en sus manos. Si, ya había pasando mucho tiempo desde entonces y el violín seguía igual. Él, por otro lado, había cambiado mucho. ― ¿Qué tenemos para hoy? ― le habló, mientras afinaba sus cuerdas. No tenía ganas de tocar algo triste, ya tenía suficiente de eso, no quería deprimirse y tener que profundizar en sentimientos que no quería analizar en ese instante. ― Entonces, vamos con algo clásico. ― Se dijo tomando en sus manos el arco. No iba a tocar algo triste, pero si algo con un poco de fuerza y agresividad, algo de Beethoven. ¡Qué irónico que lo primero que se le ocurrió haya sido Beethoven! Él y el famoso compositor muerto tenían muchas cosas en común, es decir, a nivel personal, tanto que era insoportable para él. Y aun así, sus melodías para violín eran una de las piezas que más ejecutaba a la perfección. ¿No era odioso? Exasperado, sacudió su cabeza espantando sus pensamientos absurdos y se dio un par de golpecitos en la frente para concentrarse. Debía concentrarse si quería ejecutar a Beethoven. <<Para la próxima tocaré algo Paganini. >> Lo haría sino fuera tan testarudo. Apoyó su mentón en la mentonera y dejó que el silencio a su alrededor le embargara. No siempre podía apreciar tan tranquilamente el silencio como en esos instantes antes de tocar el violín, pero disfrutarlo era parte del proceso si quería ejecutar una melodía a la perfección. Así se había enseñado, había que fundirse con el silencio y la tranquilidad, buscar una paz interior y al conseguirla, dar directamente con la melodía guardada y cuidadosamente memorizada en su cabeza. La consiguió, pululando suavemente en su mente. Dejó que esta lo empapara y dio inicio a la pieza. ―――――――――― A Kagome jamás le gusto llamar la atención. No era de su estilo, y lo odiaba. Por ello jamás fue tan popular en la escuela. Ella había sido la clase de adolescente ultra normal, sin muchas aspiraciones que no fuera la de aprobar las materias, cuidar de su padre y conservar sus trabajos de medio tiempo. Bueno, esa era una versión acida de su historia. En verdad si había tenido aspiraciones, como la de ser una gran chef, por ello nunca tuvo amigos. Los días de descanso de la escuela, de su padre y de sus múltiples trabajos, los dedicaba a cocinar. Solo a cocinar las recetas de su madre, o a preparar platillos, postres o cualquier cosa en grandes cantidades que luego podría vender en el barrio. Y si no, solo se pasaba el día viendo el canal de la cocina. Vale, ver el canal de la cocina no siempre era posible, pero hacía el intento al menos por verlo en la televisión de sus vecinos cuando le tocaba cuidar de sus gatos. Así que no tenía tiempo de hacer amistades. Para ella era una pérdida de tiempo. Pero ahora todos aquellos ideales construidos a partir de la búsqueda del anonimato se habían ido al traste, cuando casi todo el distrito tuvo que ver con ella y su patética imagen. Y es que no todos los días se podía ver deambulando por las calles a una novia con el maquillaje corrido, usando una chaqueta enorme y unas nada atractivas botas de plástico azules con estrellitas y calaveras. Sin embargo, eso a ella no le importaba. Ya no. La vergüenza y el decoro los había dejado olvidado en la recepción donde se celebraba su boda con el joven Taisho, justo antes de coger del armario de las cosas olvidadas una chaqueta, una bufanda y las espantosas botas. Ahora solo le quedaba la nada. Una “nada” muy profunda que la hacía moverse por el distrito en modo automático, sin notar que las personas la observaban de reojo y la criticaban. Así había sido cuando entró a un supermercado. Tuvo la suerte de encontrar algo de dinero abandonado en la chaqueta, y sabiendo que nadie lo iba a extrañar, decidió darle un uso comprando algo que le llenara el estómago vacío. Bolsas y bolsas de comida chatarra, en eso gastó el dinero. <<Qué asco…>>, se decía sin muchas ganas mientras más y más basura comestible caía en la cesta. Pero a quién le importa…Ni siquiera pensaba. Su mente estaba totalmente en blanco. Sin ver, había echado a la cesta la mitad de un estante de supermercado, y sin ver tampoco había pagado y luego ido, sin ver, claro, a una multitud de amas de casa escandalizadas del supermercado. Porque efectuar, o dar a luz a cualquier mínimo pensamiento en su mente, la haría dar media vuelta de regreso a la boda a suplicarle perdón y misericordia al joven Taisho. Y ella estaba segura de que no quería volver a humillarse así frente a él. No otra vez. Distraída, notó que sus pasos la habían llevado al parque de la plaza del distrito. Que gratos recuerdos le traía ese sitio. Era una total alegría que su subconsciente la haya llevado a ese lugar tan dueño de su niñez, cuando sus padres la llevaban los fines de semana. Miró a todos lados, no había un lugar donde ella y su vestido pudiera entrar sin problemas, pero aun así se embutió en la pequeña plataforma junto a las resbaladilla. Satisfecha, inauguró ese lugar como su nuevo refugio. Un refugio que la mantendría alejada de la realidad con comodidad. Vale, con comodidad no del todo. A penas y cabía en el reducido espacio. Pero ya se hacía la idea. Abrió la prima bolsa de galletas, y empezó a devorar como si no hubiera un mañana. Hasta que una melodía le interrumpió abruptamente y dejo caer, pasmada, una de sus galletas. ¿Pero qué rayos? La inesperada interrupción casi le provoco regurgitar las galletas. Y buscó avivadamente el culpable. ¡Un poco de paz! ¡Era tan difícil de conceder! Sensible hasta las puntas de su cabello, descubrió a su agresor. A un metro de distancia, a sus espaldas, del otro lado de los columpios, sentado sobre un tronco amarillo y naranja, había un violinista bastante entregado a su ejecución. ¿Qué tocaba? No tenía idea, jamás estuvo interesa por saber si quiera la más mínima cosa sobre música clásica, y eso que su padre había intentado cambiar ese defecto en ella. Pero aun así, a pesar del sopetón que recibió con su música, Kagome pudo comprender que aquella era una muy buena ejecución de una pieza como aquella. ― Es muy bonita… ― Su padre de seguro sabría apreciarla mejor que ella. <<Si, papá lo haría…>>, pensó compungida. No tenía muchas ganas en pensar en su padre, era muy duro de soportar en ese instante. Y pronto dejó que su sensibilidad caprichosa y odiosa se trasformara en simple curiosidad. ¿Quién será? ¿Pertenecerá a la compañía del ayuntamiento? Con un talento así, sería lo más seguro. De rodillas, se impulsó un poco para verlo mejor. Pero unas personas habían sido atraídas por la música, y ahora lo rodeaban. Vio que echaban algo de dinero en el estuche luego de quedarse un rato disfrutando de la melodía para después seguir su camino. Algunos se le quedaron viendo, pero Kagome los ignoró. Ahora podía descubrir quién era el genio que tocaba esa melodía fantástica. Imposible. Una mata de cabello largo azabache, y un gorro de invierno ocultaban su cara. Además, empezaba a oscurecer, no podría verlo desde ahí. Kagome tendría que bajarse del juego para verlo. ― ¿Tengo que bajarme? ― Lo pensó un momento, pero volvió a su puesto inicial pegando las rodillas al pecho y arropándose con la vaporosa falda. ― No, mejor me quedo aquí. Si es alguien de la compañía, de seguro me delatará y… Hizo silencio. Ese era su refugio contra la realidad, no tenía porque llamar el tema. Le echó una última ojeada al violinista. Vaya, eso sí que era tocar con el corazón. Sintiendo frío, metió las manos en los bolsillos de la chaqueta, pero su dedo anular se quedo atorado dentro. Un hilillo. Sin mucho esfuerzo, jaló y liberó su dedo, pero un terrible escalofrío bajo por su espalda al ver un valioso anillo salir de su bolsillo con un brillo orgulloso. ― Es…el anillo de compromiso. Kagome no tuvo problema alguno en impedir que el recuerdo del día en que recibió ese anillo de parte del joven Taisho se colara en su mente. Estaba negada a formular algo referente a aquello en su cabeza, así lo había querido desde que abandonó la boda. Y así iba a seguir siendo hasta… ― Hasta que no pueda seguir huyendo… No supo cómo lo hizo, pero luego de un rato estaba de nuevo en su refugio, con las rodillas pegadas al pecho, abrazándose fuertemente después de haber ido a lanzar el anillo al estuche del violinista. Desconociendo que un par de lágrimas corrieron un poco más su maquillaje, tomó en sus manos una caja de bento barata que había comprado en el supermercado y empezó a comer, sin que su estomago le diera tregua retorciéndose del hambre y del asco. <<…esto es horrible. >> Detuvo su música. Beethoven quedó en silencio, y su violín también. Él mismo oyó claramente su música apagarse. ― Se ha ido… ― musitó, oyendo el viento despeinándolo. Susurrándole al oído. ¿Cómo…? Creyéndose en un sueño, sondeó su alrededor. Vio al parque como si jamás lo hubiera visto antes, como si acabara de quedarse dormido y hubiera despertado en un mundo distinto. Tan desconcertante como sonaba, jamás habría podido imaginarse que fuera posible, y tan sorpresivamente. No era la primera vez que sucedía, a veces le pasaba de igual forma pero le tomaba menos tiempo acostumbrarse que en ese momento. Era tan aterrador. De pronto había empezado a sentir mucho frío. El viento soplaba muy fuerte, y le rugía sin piedad al oído. Buscando el calor, se abrazó un poco aun con el violín y el arco en manos y bajo la mirada al estuche. ― ¿Qué, en el nombre del señor, es eso…? ― exclamó. Aturdido, levantó la mirada y busco a la chica del vestido de novia sobre la plataforma. Ella seguía ahí. Sin notarlo si quiera, el miedo se había ido, y él no pudo impedir que una sonrisa se formara en sus labios. } Luego de haber devorado la caja de bento, que de seguro tuvo que haber sido la única en mal estado de todas las demás, su estómago gruñía por más y tuvo que abrir las bolsas de golosinas. Y ahora ya llevando cuatro, queriendo aún más. Después de todo tenía el estomago vacio, era normal por no haber comido en dos días, y eso, para Kagome, era una calamidad absoluta. Es verdad que tuvo épocas largas de ayuna, pero era una chica trabajadora, y comer en grandes cantidades siempre le había parecido un requisito para ser una luchadora total. Y no solo eso, también adoraba comer y adoraba la comida, cocinar siempre la transportaba a un lugar feliz. Por eso comía y comía papas con sabor artificial y galletas dulces sin saciarse, sin preocuparse de que el corpiño empezara a quedarle ajustado hasta exprimirle los pulmones. Porque tenía aun más hambre y porque la hacía olvidar por un momento los problemas. Sintiendo la humedad en sus mejillas, se secó las lágrimas la manga de la chaqueta y abrió la quinta bolsa de golosinas. Pero no pudo probarlas. Un intruso radiante se interpuso entre su comida y sus ganas de saciar el agujero negro de su estómago y de su corazón. El anillo de compromiso. El anillo había vuelto y estaba frente a sus narices. ― ¿Te casarías conmigo? ― preguntó él. Misma frase, solo algo modificada, y misma sortija, entonces por qué sentía que era la primera vez que oía aquella propuesta. La primera vez que vivía algo como eso. Demasiado abrumada por el resplandor del anillo, levanto la mirada. Madre del amor hermoso, esa tendría que ser la sonrisa más encantadora de todo el mundo, y Kagome jamás habría podido imaginar que le pertenecía al violinista que tanta curiosidad le causó en un principio. No, él no podría pertenecer a la compañía, no tenía cara de ser parte de ella, y mucho menos ella hubiera podido no reconocer ese rostro si lo hubiera visto en el conservatorio antes. Atractivo y alto, vestido de negro y borgoña, cubierto por una vieja chaqueta de cuero y usando múltiples cadenas que tintineaban con el viento, Kagome no logró concebir su imagen como la de un violinista de música clásica. Más bien tenía toda la pinta de ser uno de esos rebeldes chicos malos, que tocan en las bandas indies que tanto están de moda. Un sueño húmedo de cualquier colegiala de esa época. Hasta Kagome estuvo inmersa por mucho más tiempo del que hubiera querido en sus ojos. Un par de brillantes y poco usuales ojos dorados. Como oro. ― ¿Qué dices, preciosa? ¿Te casas conmigo? No se despegó de sus ojos. No podía. ―No ― dijo ella, después de un rato le dijo: ni siquiera te conozco. Él sonrió y puso el anillo sobre su falda. ― Es una lástima, haríamos muy buena pareja. Se encogió de hombros y dio marcha atrás, con las manos en los bolsillos y sin dejar de sonreír. Pero se detuvo a medio camino como si acabara de recordar algo importante. Es verdad, había algo importante que decir antes de irse. ― Gracias. ¿Gracias? ¿Eso había dicho? ¿Gracias? Miró el anillo sobre su falda como si esa cosa tuviera la respuesta. No, no la tenía, estaba en un insoportable silencio que abrumaba. Subió la mirada, pero el guapo violinista ya le había dado la espalda y había empezado a recoger el dinero del estuche. Parece que ese día iba a tener una jornada corta en el parque, pensó contando las ganancias antes de guardarlas en el bolsillo de la chaqueta. Anochecía y empezaba a tener hambre, lo mejor era guardar a Beethoven en el archivo su cabeza y continuar otro día, y esa vez si empezaría con Paganini, o algún otro. Ya más o menos empezaba a recordar porque se abstenía de tocar algo de Beethoven siempre. Quizás hasta iba a aquel lugar de Okonomiyakis cerca de su departamento donde lo dejaban tocar alguna melodía a cambio de una cena gratis. ― ¿Por qué me agradeces? Lo has devuelto, ¿no? Con el violín en mano, volteó a verla. Vaya, empezaba a gustarle, fácilmente podría acostumbrarse a escucharla tan bien como en instante. Complacido de que no se oyera tan lejana, le regaló una media sonrisa. ― Solo quise dártelas. No hiciste la gran cosa, ― mintió. Por suerte ella no descubrió su mentira. Solo pareció conformarse con su respuesta. Volvió a darle la espalda y guardó el violín en su estuche. No, no iba a tocar más en lo que restaba del día, quería dedicarse a disfrutar de su pequeño milagro antes de que desapareciera. Mejor se daba una vuelta por el local de Izayoi, un buen remen preparado por mamá era lo que necesitaba. Y así mataba a dos pájaros de un tiro: cena gratis y visitar a mamá. Se froto las manos ateridas por el frío y levanto el estuche. Luego dio marcha directo a llenar el estómago. ― ¡Espera! ― No se detuvo de inmediato. Aun estaba acostumbrándose a eso. Pero lo hizo y volteó hacía ella. ― ¿Se te ofrece algo? ― Yo…pues, solo quería… ― Le pasaba. A veces cuando las palabras no querían salir de su boca, sus manos sudaban frío y sus mejillas se enrojecían. Justo como en ese instante. ― Solo quería agradecerte también. ― ¿Por qué? Recuerda que me rechazaste hace un rato. Es un poco grosero de tu parte darme las gracias tan a la ligera, preciosa. ― Dijo, remarcando cuidadosamente su última palabra sin ninguna intención que no fuera la de ser algo ligón. <<Ya se me están pegando las mañas de Miroku>> Ella, por su lado, sonrió divertida y encantada con su intento de flirteo hacía ella. Pero aunque tuviera una sonrisa encantadora, el chico era bastante brusco al hablar y eso la hacía sentir entre ofendida y…extraña. ― Solo quería darte las gracias por devolverme el anillo. Sé que fui yo quien lo echó en el estuche de tu violín, pero de verdad me alegro de que me lo hayas devuelto. ― ¡Feh! ¡Pierde cuidado preciosa! Vivo de rescatar sortijas de compromiso de mi estuche y de pedirles matrimonio a las chicas que gustan usar vestidos de novia. Kagome rió con ganas por su broma. ¡Pero qué risueña estaba! <<Compórtate Kagome, te estás pasando>>. Carraspeó incómoda y dejó de mirarlo para volver a encogerse en su refugio pero… ― Ya va a anochecer, y Mioga aun ronda por ahí, ¿no te está esperando alguien en casa, o en alguna otra parte? ― Dejarla sola no había sido algo que le hubiera preocupado antes, pero al verla encogerse como un gatito congelado y perdido, tuvo que hacer un lado varios de sus planes. ― Espero que no… ― suspiró sin dirigirle la mirada. Vale, eso había sido inteligente de su parte. Era obvio que había dicho algo estúpido. <<¡Agsh, si serás…!>> Pero, ¿y qué debía hacer? Ya se le habían secado las ideas. ¿Qué podría hacer ahora? Cambió de mano su estuche solo para mantener su cuerpo en movimiento mientras pensaba algo inteligente que decir. ― Entonces… ― piensa, piensa. ― Te invito a comer. ― ¿Qué? ― Exclamó mosqueada viéndolo como si acabara de decirle que el vestido la hacía ver gorda. ― ¡Feh! Que te invito a come. Estoy famélico, y creo que voy a desmayarme en cualquier momento si no lleno el tanque. ― Ya te dije que no te conozco. ― Sonrió Kagome encogiéndose de hombros. ― Me resultas simpático, pero con mi suerte, estoy segura de que serás un asesino en serie o un psicópata. Así que lo siento, pero no quiero arriesgarme. ― Vale, tienes un punto. ― Concluyó pensativo rascándose la barbilla. Kagome pensó que iba a irse después de eso, y empezó a sentirse un poco sola, al menos hasta que una mano larga y varonil se extendió de golpe frente a ella. ― Tsukihiro Inuyasha. ¿Qué? ― ¿Cómo has dicho? ― preguntó viendo nervioso su mano irrumpiendo su espacio personal. ― Ese es mi nombre. ¿Ves? No soy un extraño, ya no puedes pensar que soy un asesino en serie o un psicópata, ahora solo soy un simpático violinista que te ha invitado a comer. Ahora vamos, te ayudaré a bajar de ahí. Una sonrisa involuntaria se planto en los labios de Kagome, ni siquiera pudo detenerla, porque esa sonrisa, no podría ser cualquier sonrisa sino una genuina sonrisa abierta y sincera que la impulso a estrechar su mano sin reconsiderarlo. ― No, ya no le eres, ¿verdad? Negó juguetón. Dejó el estuche del violín en el suelo, y aun sujetando su mano fuertemente, la ayudó a bajar de la plataforma. Algo más fácil de decir que hacer, ¿qué imbécil inventaría los armadores? Ahora mismo estaba siendo atacado por kilos de tul y seda, por un monstruo pomposo blanco, que ni podía disfrutar, ni siquiera un poco, el hecho de haberse metido bajo la falda de alguien tan fácilmente. << ¡Feh! Miroku llegaría a sentirse avergonzado de mí…Aghs, soy una vergüenza. >> Feliz de haber salido de esa prisión, la soltó rápidamente, casi con brusquedad, aterrado de que una escena “Miroku” se efectuara y a él le dieran una bofetada directo a la era Sengoku. No hubo bofetadas literales, gracias a Kami, pero si una figurada cuando vio la plataforma llena de bolsas de golosinas, y varias cajas de bento vacías. Vaya, vaya… ¿y el acababa de invitarla a comer? ― Eh, creo que no había notado que… Un gruñido amenazante le calló la boca. ¿De dónde había venido eso? Apenada, Kagome se abrazó la panza intentado ocultar lo obvio, pero ya él lo había notado. O escuchado. ― L-lo siento. ― Quita cuidado. ― Respondió, levantando las manos en señal de redención. ¿Quién era el para juzgar el hambre? Ambos echaron la basura en el contenedor de desperdicios y emprendieron la marcha. ― ¿Te gusta el ramen? ― Si. ― Pues conozco el sitio perfecto. ― Salieron del parque e Inuyasha tuvo el impulso de mirar a todos lados antes de continuar. ― Mejor nos apresuramos, no quiero que Mioga salga de repente y nos sorprenda. Eso, definitivamente, me quitaría el apetito. Apresurado y sin darle tiempo para reaccionar, Inuyasha tomó su mano y con ella dio comienzo a una carrera arrastrando a la conmocionada Kagome por las calles. ―――――――――― Dejando la escoba en el depósito, Mioga dio por terminad la jornada del día. Era un poco temprano para ir a casa, de seguro su mujer aun estaba despierta, lo mejor era darse una vuelta por el garito de udón del viejo Totosai para tomarse un par cervezas, quizás hasta retomaba el juego de cartas que dejaron pendientes la otro noche cuando su mujer lo cachó apostando con sus amigos, y lo arrastro a casa. ― Debo de tener algo que apostar en los bolsillos, tengo un buen presentimiento esta vez. Se frotó los brazos y dio marcha. El garito de Totosai estaba a una manzana de ahí, pero… ― ¡Hazte a un lado, anciano! Después de dos segundos que pasaron a la velocidad de la luz, Mioga había dejado de caminar para estar cara al suelo luego de que una estampida poderosa se lo llevara por delante y le aplastara la espalda. ―…ah, mi espalda… ― Aplanado como una pulga sobre el pavimento, levanto un poco la cabeza viendo a Inuyasha correr a unos metros más adelante, llevando de la mano a una chica con un vestido de novia. ― ¡Tsukihiro…! ― ¡Lo siento, Mioga, ahora no puedo atenderte! ― Le gritó el muchacho. Con la espalda seguramente partida en dos, Mioga se puso de pie pareciendo una gelatina aguada. Ya no tenía muchas ganas de comer udón y apostar el dinero de sus bolsillos, ahora lo que necesita era una buena sesión son su quiropráctico. Qué mala suerte que su trabajo no le diera seguro contra ese tipo de accidentes. Puso los huesos de su cuerpo en su lugar y miró irritado al impertinente mocoso junto a la chica… Ese niño le debía ya tres consultas. ― ¿Esa no es…? ― Se rascó la cabeza dudando de lo que veía. ― ¡Bah! Ya lo dije, jamás lograré entender a la juventud de hoy. ――――――――― Ok, nueva historia. Do you think? Hay muchas cosas que me inspiraron para escribir este fic, más adelante daré detalles. Pero lo más importante es saber qué les pareció y si vale la pena continuar. A mi sinceramente me tiene algo emocionado esta historia, y espero que puedan también ilusionarse con ella y hacerme ver que quieren que la continúe. De todos modos, no creo que sea muy larga. Bueno, a ver, ¿qué les parece ese “joven Taisho”? Obvio, ¿no? Es algo obvio saber quién es, aunque creo que me salió algo malo el personaje, porque mira que obligar a Kagome a casarse… uy. Bueno, ya sabrán de qué va todo eso sobre la boda en el próximo capítulo. Y ¿qué tal este Inuyasha? ¿Notaron que tiene algo…extraño? ¿Fui muy obvia, o aún no saben de qué se trata? En cualquier caso, ya pronto daré pistas más específicas sobre él. Culminando…aun no sé cuándo voy actualizar, voy a hacer lo imposible por no tardarme demasiado, en una semana espero poder actualizar. Así qué DEJEN SUS COMENTARIOS, ¡¡¡porfis!!! Wish…
hi amix, me gusta tu historia... aunque me preguntaba el xq del apellido de Inu :confused:... y con respecto a Kagome, con quien se iba a casar?? (con el Taisho que me imagino ??); me gusta que haya acompañado a Inu, este Inu es... ¿¿sociable?? y encima ayuda sin pedir nada a cambio???... continuala pronto amix, q me dejas con la intriga (como quien es ella? - x lo que dice Mioga- ¿la reconocera de algun lado?) Siguela amix, cuentas con mi apoyo :D Cuidate mucho, bzos!