UNA NOCHE PROVECHOSAUna jauría de al menos tres Licant la venían siguiendo desde hacía tres calles. Los muy idiotas se creían capaces de emboscarla. No había sobrevivido cincuenta años por ponérsela fácil a nadie. Saco el celular del bolsillo de su pantalón de mezclilla azul desgastado, amaba esos aparatos tan útiles. -¡Sasha!... ¿Qué tal todo? -Como siempre… Dos baleados, tres accidentes de tránsito y la cuota de rigor para la funeraria.- La voz de su hermano sonaba algo cansada…- ¿Y a tí?- -Tu con tus humanos y yo con mis animales… La misma cosa, solo que a mí un paciente trato de morderme… ¿puedes creerlo? La risa de su hermano era contagiosa, por un momento casi olvida a los tres imbéciles que insistían en morir “en una caliente noche de verano en la ciudad”. La idea era casi poética. -Pues a mí me pellizco el trasero una dulce ancianita en silla de ruedas…- Aclaro su hermano cuando paró de reír- Creo que eso nos empata… ¿no? -Supongo… Ahora que recuerdo… Llamaba para avisarte que llegaré un poco tarde, cuando llegues a casa pon la carne en el horno para mientras llego. -¿Alguna cita?- No pudo evitar preguntarse qué humano o supernatural había sido tan valiente o tan estúpido para meterse con su hermanita. -Algo así…- Respondió evasiva.- Tres chicos quieren saber si muerdo también como gruño. -¿Arika…?- Más que pregunta tenía cierto tono de advertencia. Por haber nacido unos minutos antes que ella en ocasiones le daba aires de hermano mayor.- ¿En qué andas…? -Sobre mis dos pies…- Quiso hacerse la simpática. Antes de que su hermano gemelo comenzara con sus sermones se despidió. - ¡Nos vemos después! Sabía que a esa distancia sus perseguidores podían escuchar perfectamente la conversación que tuvo con su hermano. Si ellos insistían en sus intensiones de cazarla, ella no los iba a defraudar. Contrario a lo que la mayoría pensaba de ella, no disfrutaba matando sin una buena razón, les estaba dando una oportunidad para pensárselo mejor. Acomodando su mochila en su espalda se desvió de la calle principal hacia un callejón oscuro. Nadie caminaría por un lugar como ese, a menos que buscara suicidarse, era el lugar perfecto para conocer a sus nuevos amigos. La luz mortecina de una lámpara cansada alumbraba pobremente haciendo más notorio la decadencia del callejón. Como la mayoría de ese tipo de lugares, era la parte de atrás de la cara bonita de la ciudad. Para darle una apariencia más teatral al encuentro se paró bajo la luz de la lámpara. Era como una cena servida bajo la luz de un candelabro, ahora solo faltaban los invitados. Esperando a ver que decidían hacer sus perseguidores, puso la mochila en el suelo, era su favorita, definitivamente no quería que se ensuciara. Ahora que si le pasaba algo a sus pantalones de mezclilla desgastados, no era algo que le quitara el sueño, ni que decir de su ridícula camiseta de “Los perros también lloran” . La única razón por la que no la había quemado la horrible camiseta desde el primer día había sido por que se la regaló Nicky, la secretaría de la veterinaria donde trabajaba. Una mujer muy noble de cincuenta años de edad que la había adoptado desde el primer día como si fuera la hija que nunca tuvo. Pobre mujer. Si supiera que eran de la misma edad, claro que el tiempo transcurría de distinta manera para ambas mujeres. Para Arika sus cincuenta años eran el ansiado fin de su adolescencia, pero para Nicky era el comienzo del ocaso de su vida. Sea como sea le tenía cariño, siempre que intentaba tirar la camiseta acababa recogiéndola al recordar la cara de alegría de la mujer el día que se la vio puesta al entrar a la clínica. - ¡Maldita conciencia traidora!- No pudo evitar mascullar en voz alta. Un gruñido interrumpió el tren de sus pensamientos. Los invitados por fin se decidían a presentarse. Al verlos acercarse no movió ni un musculo. Con suerte su camiseta se echaría a perder con la sangre de esas bestias y podría tirarla a la basura sin remordimientos de conciencia. Aunque estaban en la parte más oscura del callejón ella podía verlos perfectamente, sus ojos de were lobo, aún en forma humana tenían una excelente visión nocturna. No era que los Deminio Licant fueran algo bonito de ver, en realidad eran una abominación aun entre las criaturas supernaturales e inmortales por igual. Sus cuerpos transformados eran mitad lobo mitad humanos. El cuerpo cubierto totalmente de un pelo largo de color gris sucio, desde la cara hasta las patas era igual. Se paraban erguidos, aunque tuvieran las manos y las patas la forma de garras. Los ojos rojos y el hocico largo donde sobresalían los largos y filosos colmillos terminaban de darle el encanto de grotescos. -Ya que su capacidad intelectual no da para tanto… - Hablo Arika sin apartar su espalda de la pared de ladrillo.- es mi deber advertirles que si siguen con esto ninguno de ustedes verá otra noche. Las bestias gruñeron, estaban a menos de cuatro metros de su presa, el instinto los ponía frenéticos, pero aún no se decidían a atacar. Dudando olfateaban el aire, buscando el menor rastro de miedo en su víctima. El macho más alto, el que bien podía medir dos metros quince avanzó amenazadoramente mostrando los dientes, esperando que ella corriera o chillara. La reacción de la joven were lo tenía desconcertado. Ella lo miraba como si fuera un cachorro de jiguagua o algo así. -¡Bien!..- Habló Arika alejándose de la pared. – Le prometí a mi hermano que hoy cocinaría y no quiero decepcionarlo, a él le encanta mi filete en salsa especial. No voy a plantarlo solo porque ustedes quieren estarse aquí parados hasta que amanezca. Yo tengo una vida ¿saben? Diciendo esto hizo aparecer una espada en su mano. Muchos centinelas preferían un arma de fuego, pero ella tenía debilidad por lo clásico. Garras contra metal era más justo. Los tres Licant gruñeron mostrando los colmillos, de seguro no se podían creer que la joven were lobo los estuviera enfrentando. Aunque no se les podía culpar, el más bajo de ellos medía dos metros de alto y tenían el físico de un jugador de futbol americano. Un solo brazo de esas criaturas era tan grueso como la cintura de la muñequita rubia que tenían enfrente, ella no medía más de un metro ochenta de alto, no había comparación posible entre ambas partes. El más pequeño de las bestias se decidió atacar sin esperar la orden del que parecía ser el macho alfa. Con un desgarrador grito medio humano medio lobo se abalanzó sobre la mujer lanzándole zarpazos violentos, de seguro si alguno la hubiera tocado le abrían abierto el vientre. Ella no era ningún cachorrito indefenso, cosa de la que no tardó en darse cuenta su atacante. Con un limpio golpe de espada le corto la garra derecha, girando su cuerpo dándole mayor impulso al corte le cerceno la cabeza de un tajo al Licant. Ese fue el fin de la paciencia de las bestias restantes. El macho alfa se abalanzo sobre ella apenas dándole tiempo de esquivar sus dientes dirigidos a arrancarle el cuello de un mordisco. Ella le agradeció el gesto haciéndole un profundo corte en el hombro desde donde emanaba una gran cantidad de sangre. El otro quiso sacar ventaja atacándola por la espalda, pero ella se agachó aprovechando que era mucho más baja que ellos y los esquivó sin problema. Rodando sobre si misma se aparto de sus atacantes, con la agilidad propia de un felino más que de un lobo se encontró sobre sus pes lista para otra ronda. Con un movimiento que había visto en una película de Bruce Lee llamó a las bestias con la mano que no sostenía su espada. Eso hacía enfadar hasta el más cuerdo, especialmente cuando anteriormente él que te llamaba te había pateado el trasero magistralmente. -Vamos bonitos…- Los reto con una sonrisa coqueta. Los iba a matar, no había por qué ser grosera.- Solo tengo unos rasguños y la noche aún es joven… ¿Así qué me podrían explicar que esperan? Si era posible los ojos de los Licant estaban aún más rojos, de sus hocicos salía una espuma blanca que dejaba claro que estaban más allá del límite de la furia. Estaba segura de que tanto gruñido acabaría llamando la atención de algún humano curioso. El jueguito debía terminar pronto. Le gustaba demasiado esa ciudad para tener que marcharse, la otra opción era matar a cualquier testigo, pero no quería tener que sacar de su miseria a alguien solo por estar en el lugar y el momento equivocado. La furia ciega era la caída de los Demonios Licant, eso era algo que cualquier centinela bien entrenado sabía y ella pretendía sacarle el máximo provecho a ese conocimiento. Como se imagino las bestias estaban rabiosas, la atacaron sin piedad, era cuestión de tiempo para que cometieran errores tontos, La apuesta era fuerte, pero ella sabía cómo jugar sus fichas. Con la elegancia pulcra de una danza esquivo cada golpe devolviendo el gesto con el mismo ardor. Ellos eran fuertes, pero la velocidad era su ventaja. Por fin el error que esperaba, el macho alfa lanzo una garra intentando arrancarle el hombro dejando desprotegido su vientre, ella aprovecho el momento haciéndole una profunda herida en el pecho. El otro se adelanto buscando su cuello, pero ella logró sacar la espada del cuerpo del Licant para cortarle con el impulso el brazo. Las bestias no tardarían en sobreponerse, era propio de ambas especies de supernaturales sanar rápido, así que ella con dos rápidos movimientos separó la cabeza de ambos cuerpos. Inmediatamente recuperaron su forma humana, luego se deshicieron de modo que ni las cenizas quedaron como prueba de su existencia. Como esperaba su ropa estaba perdida de sucia. La camiseta estaba desgarrada en varias partes, las heridas en su piel sanaban rápido, pero la tela no. -¡Genial!- Exclamo Arika a punto de dar saltitos de alegría.- Una mala noche para los Demonio Licant, todo un éxito para los were lobo obligados a usar una ridícula camiseta por culpa de su conciencia traidora.