Una esperanza en medio del infierno [Torneo]

Para la actividad Torneo de Momentos, de Kushina Uzumaki.

Una esperanza en medio del infierno
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Mónica no podía evitar que las lágrimas cayeran por su rostro durante su desesperada carrera; mucho menos cuando intentaba sortear los miles de escombros que esparcidos invadían las calles por las que, hasta hacía solamente unas semanas atrás, ella había transitado tan feliz y despreocupada. Ahora, sin embargo, el escenario que se manifestaba ante sus ojos no era más que un claro y simple ejemplo de la devastación y la destrucción, causados por el azote de una despiadada guerra que lo consumía todo a su paso sin compasión.

Y dolía, demasiado. Fácilmente podía sentir cómo un apretado nudo se ensañaba al estrujar su miserable corazón sin clemencia alguna, mientras ella presenciaba el infierno en que se había transformado toda su vida. Se le hacía verdaderamente insoportable el tener que contemplar las ruinas que ahora componían la ciudad en la que había nacido, crecido y vivido; el saber que todo lo que alguna vez conoció y amó ya nunca más existiría para ella, que jamás regresarían a su lado.

Pero lo que era más injusto de aquella cruzada, en donde buscaba por todos los medios sobrevivir, era el recordar todo lo que había perdido en el camino.

“¡Idiota!”, se reprochó mordazmente ante su último pensamiento, sacudiendo la cabeza con brusquedad para olvidarlo. “No puedes darte el lujo de pensar en este momento”, se recordó con cierto pesar, limpiándose los rastros de lágrimas que entorpecían su visión. Ciertamente no quería ser malvada, pero aferrarse al pasado no la ayudaría a preservar su vida y Mónica muy bien lo sabía.

Separarse de cada uno de los miembros de su familia fue su mayor tormento.

De repente, las múltiples alarmas que alertaban sobre un próximo ataque comenzaron a sonar enardecidas por todo el lugar, opacando así cualquier grito de terror o de auxilio entre las masas. El pánico se extendió veloz y desenfrenad por los agotados civiles que deberán buscar un nuevo sitio para refugiarse.

―No puede ser… ―musitó incrédula la joven, sin impedir que el pavor creciente en su interior se expresara a través del temblor presente en su voz. Un vistazo rápido hacia el encapotado cielo bastó para confirmar lo que de antemano sabía.

Nuevamente el enemigo se preparaba para bombardear la ya derruida ciudad.

Su cuerpo empezó a temblar del puro miedo que sentía, al igual que aumentaba su ritmo cardíaco y la agitación en su respiración. Detenerse jamás iba a ser una opción y lo sabía, mas lo único que pasaba por su mente, aquello que sinceramente deseaba hacer más que nada en esos momentos, era el poder desplomarse y descansar en paz.

La desesperación la abrazó en cuanto su mente quedó en blanco, dándose cuenta alarmada que ya no podía orientarse. No conseguía distinguir en qué parte de la ciudad se encontraba, por tanto, mucho menos sabría hacia dónde tenía que dirigirse para ponerse a salvo. La fatiga comenzó a manifestarse con mayor vehemencia sobre sus agotados miembros inferiores que la clamaban por un respiro, entorpeciendo de este modo sus pasos hasta que finalmente tropezó con los escombros.

Sin poder evitarlo cayó al suelo, lastimándose las rodillas y palmas de sus pequeñas manos en el proceso. A su alrededor, los pocos hombres y mujeres que quedaban por esa zona ni siquiera le prestaron atención, demasiado absortos en encontrar resguardo para sí mismos. Ni una mirada sobre su triste persona que le señalara algún tipo de reconocimiento, ni un simple gesto que pudiera ofrecerle un poco de consuelo o ánimo.

Ya estaba harta de todo aquello, no podía ni quería continuar más. Huir y esconderse, eso es lo único que ha estado haciendo. Correr hasta desfallecer, rebuscar entre la basura por migajas que le sirvieran de alimento, ignorar a todo aquel que le pidiese ayuda sabiendo que difícilmente podía consigo misma. No, ya estaba cansada de ello.

―Si he de morir, que sea ahora ―resolvió, liberando sus últimas lágrimas y entregándose al inevitable final.

¿Qué sentido tenía seguir luchando? Aunque saliera ilesa de esta guerra, ya nada sería como antes. Toda su vida se había desmoronado. Sin hogar, sin familia, sin recursos que le permitieran avanzar. Estaba sola, sola en medio de ese maldito infierno.

―¡Mónica! ―El grito histérico de su nombre junto a unos fuertes brazos aprisionándola la asustaron, pero antes de que pudiera actuar al respecto ya se encontraba de pie, sostenida por un joven hombre que la observaba preocupado.

Tan sólo le bastó con apreciar aquella mirada azulina para reconocer de quién se trataba.

―Da… ¡Daniel!

―¿Estás lastimada? ¿Puedes caminar?

―Yo… No, no puedo ―balbuceó torpemente, desviando la mirada al sentirse incapaz de mirarlo cuando ya se había rendido.

Él le regaló una pequeña sonrisa antes de ofrecerse a cargarla, asegurándole que estaba cerca de un refugio donde guarecerse. El bullicio de las sirenas persistía enloquecedoramente en el ambiente y la sombra del peligro se acercaba cada vez más y más.

―Ya no quiero continuar así, Daniel. Ya no quiero correr sola hasta que todo esto acabe.

―Te prometo, Mónica, que desde ahora no me alejaré de ti.

Ella simplemente asintió, agradeciendo al cielo el haber encontrado una nueva esperanza que la mantuviera con vida.