Desperté en un lugar que describiría como el lobby de un prostíbulo, mi chaqueta manchada de sangre, una linterna y mi habitual arma con no más de 5 balas. Me levanté lentamente del suelo pues no recordaba nada mas allá de haber recibido un llamada de una mujer gritando y pidiendo ayuda, seguido de su solloza voz dándome la dirección en la que ahora me encontraba. La ruidosa y parpadeante luz del único neón encendido en el lugar no era más que la primicia de lo que allí me encontraría, pues parecía que este no había sido visitado por alguien en mucho tiempo, y eso se daba a entender ya desde el vamos, pues tuve que derribar la puerta de la entrada, la cual no había sido abierta en una semana, mas no recordaba como había acabado en el frio y suave piso aterciopelado de este lugar. Un olor a excremento se hacía intenso con cada paso que daba hacia el área del “tablet dance”, cubro mi nariz con el puño de mi chaqueta, y en la otra sostengo la vieja linterna militar que me regalo quien se convertiría en mi actual ex-esposa por mi cumpleaños número 27 hace mas de 20 años, tiempo antes de enterarse de que iba a cumplir mi sueño de la niñez y ser detective, tal cual quería mi padre, un policía retirado, actualmente muerto, al igual que mi madre, mi padre por suicidio, un tiro en la cabeza cuando yo tenía 15 año, mi madre por sobre dosis de píldoras para dormir a mis 25. Con cada rechinante paso que daba seca de la barra, el olor parecía fundirse con el de la humedad y el del polvo, un extraño escenario, para uno de los sitios más concurridos de la ciudad, más que el centro comercial, más que la misma iglesia. Y allí estaba ella, la chica por la que había venido, mini falda, una pequeña blusa y grandes tacones, hermosas piernas, sensual cadera, un par de senos que haría secar cualquier ojo por no parpadear solo para contemplarlos y detallarlos por mucho tiempo, cabello rubio muy cuidado sobre un rostro perfilado y hasta algo elegante, 1 disparo en el pecho y un charco seco de sangre sobre la alfombra, junto a ella un pequeño bolso aparentemente costoso y un teléfono celular de última generación. Tome su bolso y después de algunos condones, una pequeña toalla de bolsillo y el cargador de su celular, logre encontrar su identificación; Samanta O'Connor, a punto de cumplir los 21 años de edad, soltera, una completa pena. Por alguna razón su rostro en la fotografía de su identificación me resultaba perturbadoramente familiar. Me acerque a su teléfono el cual estaba apagado, lo encendí y me encuentro con una foto suya besando a un joven no mucho más mayor que ella. Ultima llamada realizada; en el mismo momento en el que conteste el teléfono de mi oficina para recibir la dirección de este lugar. Ultimo mensaje recibido “mama: espero y no te aloques mucho, recuerda que tu padre está nervioso por lo de la última noche, diviértete pero responsablemente, te amo” último mensaje enviado: “yo también te quiero mama, solo paseare con mis amigas y Joel, buenas noches”. ¿Una salida entre amigos que acaba en un burdel? Que rara forma de divertirse tienen los jóvenes de hoy día. - Aquí el detective Nicolas Daemon, tenemos un asesinato en el prostíbulo de la calle 23, solicito una ambulancia y un equipo forense lo más pronto posible. Mientras espero los refuerzos decido curiosear poco más en el teléfono de la joven, fotos de ella en la playa, junto a sus amigas, algunas mas con el mismo sujeto de su fondo de pantalla, lo que veo a continuación me deja helado, perplejo, Samanta O’Connor, asesinada de un disparo en el pecho hace ya varias horas, abrasando de forma muy amorosa a una mujer Vulgarmente idéntica a mi ex-esposa, los bellos en mis brazos se convierten en agujas, el sudor de mi cuello parece recién salido de un congelador, y mi reseca garganta lucha por pasar un grueso trago de saliva. - Aquí el detective Nicolas Daemon, necesito información urgente de la civil Samanta O'Connor - Samanta O'Connor, 18 años, vive en el conjunto residencial “Prados dorados”, muy buena posición económica por lo que parece, arrestada hace unas noches por supuesta posesión de drogas, la dejaron ir después de que uno de sus amigos; Joel Russell, aparentemente su novio, confesara que era suya y ella no tenía nada que ver. El chico salió bajo fianza el día siguiente, antes de eso no hay absolutamente mas nada en los archivos policiales. Sobre la chica. Respondí a la información temiendo lo peor: - ¿Padres? - Sí, ambos vivos; viven juntos con ella, Arnold O’Connor y Alison Mansson. Mi radio cayó al piso junto al teléfono de la chica, Alison Mansson, hermosa mujer, hermosa amante, hermosa esposa, divorciada de Nicolas Daemon, detective, hace 17 años. Atónito no puedo hacer más que contemplar el cadáver de la chica, esa chica, Samanta O'Connor, concebida una fría noche de invierno en mi departamento después de una fiesta en un club junto a amigos, asesinada de un disparo en el pecho hace un par de horas en el prostíbulo de la calle 23. Esta es la razón por la que Alison me abandono, la inestabilidad económica que supondría criar a un bebe, con el sueldo de una bibliotecaria y un aspirante a detective, ¿por qué? ¿Por qué a mí? Caigo de rodillas sobre el seco charco de sangre que yace bajo el cuerpo de la chica, tomo su mano, y volteo hacia mí su rostro, se parece a su madre cuando era joven, no puedo hacer más que llorar, y ver sus ojos perdidos en un infinito vacio. Llorar, el hecho de llorar nunca ha ayudado a nadie, y menos en una situación como esta, Llorar solo aumenta el dolor, la impotencia, el sufrimiento, es como el canto, el himno, el llamado al dolor. Recuerdo todas aquellas veces que llame a Alison para convencerla de que me dejara ver a mi hija, y con una cínica respuesta; “Es mejor para ella que no sepa sobre ti”, colgaba el teléfono. Nunca pude verla, ni siquiera cuando era un bebe. Y aquí esta, entre mis brazos, muerta. - ¿Quién demonios hizo esto? Juro por mi vida que acabare con ese desgraciado. Un mensaje llega a su celular, es un video, enviado por un contacto desconocido “¿Por qué lo hiciste?”, el video empieza, muestra a mi hija discutiendo con un hombre, al parecer Samanta está negando darle sexo por dinero, este la toma del brazo y se la lleva, solo basta que este sujeto la arrastrara unos metros para que Samanta le diera una bofetada, seguida de una fuerte patada en la entrepierna, el sujeto se inclina en señal de dolor, pero se irgue rápidamente, desenfunda su arma y le dispara en el pecho, la gente en el lugar grita, y corre, hasta que se percata de que lo están filmando, se gira hacia la cámara y dispara una segunda vez , es en este momento, en el que mira a la cámara, la iluminación juega a favor del misterioso camarógrafo solo para darme cuenta de que, el asesino, quien disparo a Samanta, fui yo, quien disparo a mi hija. Atónito, impactado, desconcertado y al borde de la locura, arrojo el teléfono al otro lado de la habitación; agacho la mirada y allí sigue, mi hija recostada sobre mi chaqueta, mi chaqueta salpicada, manchada de sangre, desenfundo mi arma y extraigo el cargador, 5 bala, solo tiene 5 de 7 balas. Mi mente está en blanco, cierro los ojos de Samanta con mis viejos y rusticos dedos, y cruzo sus manos sobre su pecho, como si fuese un funeral improvisado la contemplo por un segundo, tomo mi arma, quito el seguro, la coloco en mi boca y jalo el gatillo. Cual golpe en la cabeza, despierta sudando, tembloroso, en mi oficina, algo desordenada, papeles por doquier sobre mi escritorio, una taza de café inconclusa junto a una sopa instantánea fría y maloliente, mi corazón no puede contenerse, como si fuese a salir de mi pecho en cualquier momento. Mi reloj marca las 1:22 de la madrugada, y por mi ventana, las agitadas bocinas de los autos al ritmo del vaivén de la vida nocturna de la ciudad. Suena mi radio. - “Nicolas Daemon, detective Nicolas Daemon, tenemos el reporte de un disturbio y sonidos de lo que los testigos describen como el de un arma” Aterrado, con mano temblorosa tomo mi radio del escritorio y oprimo el pequeño botón a su costado. - ¿D- Dirección? - Un pequeño Prostíbulo, en la calle 23. recuerda visitarme en http://zemong.blogspot.com