Chūō Tír na nÓg [Café & Bar]

En algún punto de la agitada vida de Ginza hay una pesada puerta de hierro oscuro detrás de la cual se oculta Tír na nÓg, un café & bar subterráneo que evoca la mitología celta. Diseñado principalmente en madera, es un espacio pequeño y muy cálido que evoca otros tiempos. Las paredes rebosan de estanterías llenas de pociones mágicas, los guardianes protegen desde las esquinas y el mar de llaves que cuelgan del techo tintinean de vez en cuando. En el centro del establecimiento, una cúpula coronada por decenas de mariposas acapara la atención.

La luz suave, la música medieval y el menú temático envuelven a los clientes en Tír na nÓg, la isla de la juventud, donde dioses y hadas residen eternamente.

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Barrio de Tokio: Chūō

Contenido oculto: quería poner una más :D

 

No hice ni una sola pregunta cuando Yaboku me informó que "mis servicios no serían necesarios" durante la noche del jueves. Suponía que se asociaba con Frank de alguna forma y que la licencia en sí, más que una recompensa o señal de amabilidad, era en realidad lisa y llana posesión. Acabé ignorando el asunto y lanzándolo al fondo de mi mente, como hacía con todo lo que me generaba malestar y no podía solucionar.

Fue una suerte de impulso. Ya tenía el horario trastocado y dudaba poder dormir temprano; además, prefería distraerme. Habiéndolo hablado con anterioridad, ¿por qué no concretarlo? Había escuchado a Yuuji y Érica parlotear lo suficiente sobre un supuesto bar oculto, cercano al Paraja, que era muy bonito. Él, aparentemente, conocía a los tíos de la barra y ¿algo de que preparaba mejores tragos sin lugar a dudas? Era gracioso, el imbécil nunca se tomaba en serio su trabajo hasta que le tocaban el orgullo. Esa noche me reí y lo amenacé con visitar a la competencia, así dictaminaba el veredicto final.

La noche ya había caído sobre Ginza cuando me bajé del tren. No disfrutaba pillar el transporte público vestida de determinadas formas, si debía ser sincera, pero el taxi desde Suginami me habría salido estúpidamente caro y era... ¿una cuestión de orgullo, también? Estaba caminando las cuadras que me separaban del bar cuando mi móvil vibró dentro de la pequeña cartera que llevaba colgada al hombro. Leí el mensaje de Suiren en lo que aguardaba para cruzar una calle.

Vale, yo ya estoy llegando

Seguí la numeración de los edificios hasta... ¿era aquí, suponía? Topé con una puerta de hierro en medio de la metrópolis, bastante curiosa y, aparentemente, cerrada a cal y canto. Me acerqué, revisando si había un letrero en alguna parte y corroborando con Google Maps después. Bueno, tocaba confiar. En teoría era un bar oculto así que, en teoría otra vez, calzaba. Suspiré, regresé hasta la pared contigua y apoyé allí la espalda, a la espera de que Suiren llegara. La noche estaba cálida y las luces de Ginza lo decoraban todo alrededor mientras la gente iba y venía.

Contenido oculto

Este vestido me encanta y quería usarlo pero no pude encontrar una versión un poco más larga JAJAJA así que asumamos que llega a mitad del muslo (?

 

Tras enviar el mensaje me quedé tonteando con el móvil un rato más, viendo historias en Instagram y alguna que otra publicación. El bullicio generalizado y el movimiento de los coches hizo que advirtiera la presencia de Suiren cuando ya se encontraba a mi lado. Sus palabras me alcanzaron conforme despegaba la vista del aparato y, pretendiendo buscar sus ojos, detallaba brevemente su aspecto. La moda masculina clásica no se lucía por su variedad y tampoco me molestaba, con las maravillas que podían hacer un pantalón y camisa del talle correctos. Le dediqué una sonrisa suave y repliqué, sin alzar mucho el tono:

—¿Me crees capaz de arrastrarte a un lugar clandestino, cielo? —Despegué la espalda de la pared con movimientos serenos y, de la misma forma, me incliné frente a él y presioné los labios en su mejilla—. No te preocupes, acabo de llegar.

Era un gesto que ya había repetido varias veces y, llegados a este punto, me resultaba natural. Con la misma cuota de desenfado giré sobre mis talones y me posicioné frente a la ostentosa puerta de hierro, buscando a Suiren con la mirada.

—Nop, first time —confesé, inspeccionando la entrada de cerca. Ni picaporte, ni pomo, nada—. Oí a unos compañeros del trabajo hablando de este bar pero no sabía que era tan... shady.

Se me aflojó una risa breve. Por el nombre me daba la sensación de que sería un lugar ¿extranjero? ¿Con temática europea? Pero no me había esperado semejante portal. Sobre el hierro había soldados diferentes pedazos de metal en un tono más oscuro, y al deslizar la mano sobre ellos, encontré uno con un relieve distintivo. Enganché las uñas y despegué una aldaba prácticamente invisible.

—Now, look at this —murmuré, divertida con el descubrimiento, y giré el rostro hacia Suiren—. Última oportunidad para arrepentirte, hon. Luego de que golpee esta cosa no habrá marcha atrás.

 

Su observación respecto a los gustos de mis compañeros me arrancó una risa floja, genuinamente divertida; no podía objetarlo ni tampoco ponerme a explicar demasiado, ¿cierto? De Érica no sabía nada por fuera de lo que se permitía demostrar, ni siquiera su nombre real, y Yuuji... Bueno, era y no era un bicho raro.

—Más que gustos, diría que esta parece ser... la competencia —fue todo lo que aclaré, dejando el resto de la cuestión en el aire.

Con la aldaba en la mano me giré y topé con los ojos de Suiren. Oírlo traer a colación la tontería de los besties me ensanchó la sonrisa y, una vez tuve su consentimiento, llamé a la puerta con tres golpes firmes. El hierro resonó con un eco seco y me alejé un paso, a la espera. Transcurrieron muy pocos segundos hasta que se oyeron ciertos ¿engranajes? y el pesado portal se abrió poco a poco. Apareció frente a nosotros un hombre extranjero de baja estatura, fornido y con el cabello y la barba canosas. Llevaba un simpático gorro en la cabeza y sonrió ampliamente al reparar en nosotros.

—Ah, a lass and a lad! Welcome, welcome.

No supe decir si su acento era irlandés o escocés, pero sonaba marcadamente gaélico. Le correspondí a la sonrisa y le lancé un vistazo a Suiren antes de ingresar al establecimiento por el espacio que el hombre nos dejó, ubicado detrás de la puerta. Noté que había una pequeña recepción a la izquierda, ahora vacía, y frente a nosotros, las escaleras descendían y viraban en la misma dirección. Un resabio de música nos alcanzaba suavemente, era dulce y armonioso.

—El bar está abajo —nos indicó el hombre, ahora en japonés, mientras cerraba la puerta y regresaba detrás del mostrador—. Por favor, disfruten su estadía.

—Thank you, sir.

Incliné la cabeza brevemente y empecé a bajar a la par de Suiren. Mis tacones rebotaban con un sonido hueco contra los peldaños de madera y observé que en el descanso de la escalera había una mesita ubicada en la esquina, con velas y una pila de papeles de aspecto antiguo.

—Pensé que iban a pedirnos contraseña o algo —comenté en voz baja, junto a una risa floja.

 

Quizás erróneamente asumí que la ausencia de preguntas respecto a mi trabajo significaba una falta de interés, o curiosidad más bien, por parte de Suiren. Provenía de una de las tantas ideas que me había formado de su personalidad, según la cual no veía necesario ni le gustaba ahondar donde no encontrara el espacio. Puesto así no sonaba descabellado, por supuesto, y de hecho lo agradecía. No me gustaban los preguntones ni los metiches, así que aquella presunta falta de interés acababa beneficiándome. Era un equilibrio al cual me había acostumbrado y me sentía cómoda en él.

Donde no me pedían demasiado ni yo lo daba a cambio.

Descendimos por las escaleras y me detuve apenas un instante en el rellano para husmear los papeles de la mesa. Alcé uno, estaba escrito en caligrafía enrevesada y un idioma que no comprendía, pero parecía ser... una especie de menú. Lo regresé a su lugar y finalmente alcanzamos el bar. Me quedé prendada de la imagen frente a mis ojos, de los tonos cálidos, el ligero aroma dulce que allí flotaba y cada pequeño detalle en la decoración. Había madera por doquier, la música tintineaba y cientos de llaves colgaban del techo. A cada lado se encontraba una larga barra ya bastante abarrotada de gente, y al fondo logré divisar unas mesas con sillones.

—O Lord of the Rings —acordé con Suiren, inclinándome para hablarle sin quitar la vista del lugar.

Era realmente precioso, vaya. Seguía maravillada con la estética cuando el tono de Suiren me hizo voltear a mirarlo, ya que sonaba divertido. Una cita, decía. Me mantuve en sus ojos, luego lo recorrí de arriba a abajo lentamente y avancé unos pocos pasos, aprovechando la distancia para medio girar el cuerpo en su dirección.

—¿Más preparado cómo, exactamente? —indagué, con una chispa de diversión y curiosidad, y una vez se hubo reunido conmigo agregué—: ¿Barra o mesa, cielo?

 

Suiren decidió no responder a mi primera pregunta y eligió sentarnos en una mesa. Recorrimos el pasillo central que conducía hacia dicha zona mientras, en silencio, me quedaba ligeramente picada con la duda inicial. ¿Debí haber previsto que no contestaría? ¿O quizá yo debí, desde un principio, ignorar su comentario? Era nimio, lo sabía, pero a veces me daba por ser una niñita orgullosa.

—Oh, my~ —murmuré, encantada, cuando se adelantó para correr mi asiento como todo un caballero.

Dejé la cartera colgando del respaldar, de los relieves irregulares en madera que lo coronaban, y crucé una pierna sobre la otra. Alisé la falda corta con las manos de forma algo distraída mientras recorría el lugar con la vista. En la esquina, justo sobre nosotros, había una especie de gárgola algo atemorizante; detrás mío, decenas y decenas de frasquitos alineados en una repisa adosada a la pared; y en el centro de la estancia, debajo de muchísimas mariposas flotantes, se encontraba una pequeña cúpula extraña. Desde mi posición no logré discernir qué poseía, aunque parecían figuras y siluetas forjadas en un metal oscuro.

Tomé el menú restante y comencé a husmearlo en lo que Suiren indagaba mis preferencias de comida. Solté una risa fresca.

—Debería ser una dama refinada, pero tengo debilidad por los palitos de queso —confesé, sin vergüenza.

Conecté un instante con sus ojos, justo antes de que ambos deriváramos en el apartado de bebidas. Fue imposible no recordar a Yuuji blasfemando contra ciertos tragos que reconocí conforme los leía en la carta, fuera por el nombre o por los ingredientes que llevaban. Durante las jornadas laborales pasaba mucho tiempo en la barra y al chico le encantaba hablar, hablar y hablar de bebidas, ingredientes, ideas y técnicas de bartender. Por un cocktail en particular era que había acusado a este lugar de ¿plagio? y la tontería dibujó una sonrisa divertida en mis labios.

—Red Velvet Espresso Martini —mencioné, mirando a Suiren—. Creo que me pediré ese, tiene buena pinta. Además, de algo hay que morir, ¿no?

No había olvidado lo de la entrada, aunque pudiera parecerlo. Con el trago y las tapas medianamente decididas, bajé mi carta y me incliné hasta enganchar la suya con el dedo, haciéndola retroceder. Al dar con sus ojos, le sonreí.

—¿Eres de no responder las preguntas que te hacen? —murmuré con suavidad, pese al relativo filo de las palabras—. That's rude, babe.

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lo busqué, así que por acá dejo el menú del bar y acá hay fotitos de varios de los tragos

 

Busqué la bebida que Suiren mencionó con un paneo rápido, encontrándola finalmente en el apartado de las variedades de gin. No me iba muy bien con las bebidas tan amargas, pero en general, había notado, a los hombres les gustaban más. Contestó a mi comentario con ligereza y yo me encogí de hombros, soltando una risa nasal breve. Si debía ser honesta, la muerte nunca me había asustado lo suficiente.

Exceptuando una ocasión, claro.

Me permitió que retirara su carta y la respuesta que recibí fue rápida y astuta. Lo vi relajar el rostro sobre su mano en lo que hacía memoria a velocidad, deduciendo que probablemente... Ah, el asunto de mi trabajo, quizá. Había decidido omitir esa pregunta en la azotea. El detalle me provocó una diversión algo extraña y mantuve mis ojos sobre su rostro un par de segundos extra antes de virar hacia el muchacho que vino a tomar los pedidos. ¿Había seguido pensando en eso? Podría haber jurado que no le había dado importancia.

Suiren verbalizó nuestros pedidos y yo me limité a agradecerle al camarero justo antes de su retirada. Lo seguí un poco con la mirada, desapareció entre la gente y regresé el torso lentamente. Con la misma tranquilidad, relajé la espalda en el sofá y miré a Suiren. Podría haberlo dejado morir allí y preguntarle qué tal su día, definitivamente habría sido lo más prudente y razonable. Pero vaya, a veces no quería.

—Tengo un contrato. Un contrato de confidencialidad —resolví con sutileza y una pizca de diversión, sin moverme de sus ojos. Lo señalé suavemente con el mentón, como retándolo—. ¿Cuál es tu excusa?

 

Su réplica fue, otra vez, rápida y atinada, cosa que me generó una diversión diferente a la usual. Además, su sonrisa denotaba claramente que el asunto no estaba molestándole. Todo lo contrario, de hecho. Hasta ahora Suiren se había mostrado sereno y prácticamente inmune a todo frente a mí; haber logrado picarlo, así fuera un poco, me parecía una victoria en sí misma. Su siguiente propuesta fue un "juego de confesiones" y alcé apenas las cejas, como invitándolo a ampliar la idea.

Que tenía mi atención, le decía.

La propuesta era arriesgada en sí, pero no había nada librado al azar. Responder las preguntas, la forma en que lo hiciera, dependía totalmente de mí y eso no generaba impredecibilidad ni ausencia de control, los únicos elementos capaces de hacerme retroceder. Un juego de confesiones, entonces, y una recompensa final que fluctuaría según las verdades soltadas. Con esa base establecida podíamos complejizar el asunto forzándonos a balancear la curiosidad con la posibilidad de acierto para sacar buen puntaje.

—Alright~ Cinco preguntas cada uno, ganaremos un punto cada vez que recibamos una respuesta. Ganará quien más puntos tenga al acabar el juego, y el ganador decidirá la recompensa que quiere recibir.

No premiábamos la honestidad, sino la astucia para formular las preguntas.

—Te dejo empezar, si gustas —concedí, con una diversión sedosa tintando mi sonrisa.

 

Asentí con cierta vehemencia, aceptando la última regla que Suiren había agregado sobre la marcha. Me parecía bien dejar la prohibición explícita, digamos, para evitar los vacíos legales. En definitiva no era más que un juego de plática para mantener entretenida la velada, pero era una criatura de hábitos. Tendía a teorizar, definir y estructurar.

En el espacio intermedio fue que regresó el mesero con nuestro pedido, le agradecí en voz baja y me acerqué la copa al rostro, olisqueándola antes de darle un sorbo. Me repasé el labio superior con la punta de la lengua, cosa de barrer el exceso de espuma, y sonreí con gusto. Estaba muy rico. Noté de soslayo que Suiren regresaba su atención a mí y lo imité, suponiendo que lanzaría la primera pregunta. Algo sencillo.

—Que eras guapo —confesé con tranquilidad y sin titubear, estirándome para pillar unos palitos de queso—. Luego, que eras amable y de carácter muy, muy sereno. Es fácil llevarse bien contigo.

Comí los snacks sin prisa y le di otro mini sorbo a mi bebida mientras me pensaba mi pregunta.

—¿Qué es lo que más te gusta de mí? —indagué, decidiendo mantener aquella ley tácita de no meternos aún en los temas delicados.

 

Nuestras conversaciones siempre fluían de esta manera, como si no hubiera nada allá afuera capaz de sacudirnos. Creía poder decirle absolutamente cualquier cosa y aún así la dinámica, su eterna templanza y la mirada afable, no cambiarían. El deseo de retarlo quizá proviniera de esa certeza y garantía. ¿Hasta dónde llegaba su calma? ¿Había forma de tambalearla? En líneas generales no me caracterizaba por alimentarme de reacciones ajenas, más allá de los caprichos estándar.

Eso, sin embargo, no contradecía la curiosidad.

Recibí su respuesta con una sonrisa suave y la cabeza ligeramente ladeada. Así como él, no reaccioné de forma particular a ninguno de los puntos destacados; eso no significaba, claro, que no los hubiera almacenado en mi memoria. Era su turno de preguntar, me entretuve balanceando la copa en mi mano y prestándole atención a la música que se deslizaba por el lugar, envolviéndolo. Eran confesiones sencillas, quería decir, que no requerían de mucho pensamiento. Volví a responderle rápidamente.

—Le temo a la soledad —murmuré, mirándolo—, y al dinero. Con ambos mantengo una relación complicada.

Me aterraba la simple idea de quedarme sola, no me creía capaz de soportarme o rellenar los espacios con nada remotamente bueno. Y era, al mismo tiempo, una persona algo solitaria. Me resistía a ciertos vínculos, al compromiso y a las cuestiones incómodas. Había alejado gente que quería por motivos bastante incomprensibles y luego, cuando me quedaba sola en casa y no oía a los niños de fondo, no tenía la menor idea de qué hacer con mi alma.

Con el dinero ocurría algo similar. Parecía capaz de cualquier cosa para conseguirlo, para empujar el fajo de billetes en el elástico de la falda y poder dormir tranquila, pero luego me revolvía el estómago ver a papá apilando papel sobre papel en la mesa, con la eterna y vana esperanza de contar más de lo que había.

—¿Qué cosa que hayas hecho dirías que es la que más te avergüenza? —indagué, con calma.