Oculto en la zona de los grandes almacenes que rodean la estación Ikebukuro, hay un sombrío club dedicado a las peleas clandestinas, en donde las apuestas son el mayor atractivo para los luchadores y espectadores. Funciona en un galpón polvoriento que simula ser el depósito de diversos insumos, pero su ubicación exacta es desconocida; hasta corre el rumor de que este club aparece en diferentes lugares de Ikebukuro cada vez, lo que lo vuelve difícil de rastrear. Para acceder a él, debes presentar una "moneda de Shijin" en ciertas esquinas del barrio, a determinadas personas. Tigris Aurea cuenta con un ring central bañado por la luz de un cartel luminoso; un bar bien provisto de alcohol; y hasta tres mesas de póker en un rincón apartado, para que la oportunidad de ganar dinero no se limite únicamente a las peleas. Está controlado por una pandilla de Toshima de la que poco se sabe. Barrio de Tokio: Toshima
Contenido oculto: temazo cuz why not Cuando las clases se terminaron tocaba seguir las condiciones de Seiichi, así que subí a la moto, partí directo a Shinjuku y el trayecto desde la academia hasta a la casa se convirtió en otro de tantos parchones en mi memoria. Reconecté cuando entré, Seiichi iba saliendo con mamá con la excusa de que le diera el aire y al pasar junto a mí la mirada de mi hermano menor, pesada, me impidió fingir que lo del día anterior había sido una pesadilla. Había trabajo que hacer y él se encargaría de que sucediera costara lo que costara. Izumi estaba adentro zampándose un tazón de arroz con verduras y algo de carne porque venía con hambre de la escuela, y cuando me saludó lo hizo con la boca llena. Me ofreció de comer y aunque no tenía apetito le dije que sí, para comer con él, luego subimos y miramos la tele un rato, un anime que estaba viendo con Sei, después de eso le ayudé con los deberes aunque no entendía la mitad. Donde le ayudé más fue con los de inglés y me di cuenta que parecía contento. Que Sei tenía razón con su plan de contención. Mamá volvió con el menor, se echó otra siesta antes de irse a trabajar a la tienda, y el resto de la tarde la pasé con mis hermanos. El agotamiento de Seiichi debía notarse desde el espacio, pero lo noté sonreír de vez en cuando y eso me dejó algo más tranquilo, a las nueve y pico les dije que me iba a trabajar y ahí acabó el idilio. Me di una ducha para despertarme, me vestí y mientras recogía la billetera y las llaves Seiichi apareció, lo hizo justo cuando regresaba al bolsillo la moneda que me había dado Matsuo. —¿A qué hora regresas? —preguntó de lo más serio. —Un chico de la escuela me invitó a darme una vuelta por un club en el que trabaja, en Toshima. Si no vuelvo en la mañana, ya en la tarde estaré aquí —expliqué sin prisa, aunque no lo miré—. ¿Está bien si te dejo a cargo? —¿Toshima? ¿Y solo te invitó a ti? —Ni siquiera contestó lo otro, era una obviedad. —No sé, no le pregunté. No te vuelvas loco ni mandes a nadie a buscarme, ¿quieres? Te prometo que estaré aquí mañana, tengo que trabajar por la noche otra vez de por sí. Se lo pensó, me di cuenta, y no pude culparlo por la duda que sentía luego del espectáculo por la muerte de Ryouta. Al final asintió, me dijo que tuviera cuidado y que nos veíamos mañana. Con eso dicho, salí de casa después de pescar la chaqueta y partí hacia mi primer destino: Minato. Acompañé a Unigwe en el camión, me dejó conducir cuando ya no había tanto tráfico y fuimos a varios bares de Taitō, Bunkyō y a la vuelta, con una última caja de licores, cruzamos a Chiyoda y fruncí el ceño cuando vi dónde me estaba pidiendo que aparcara: uno de los pubs del viejo de Cayden. Trabajo era trabajo, ¿no? Pero esto era el colmo. Bajamos la mercadería y cuando vi que no nos pagaron supuse que esto tenía relación con otra cosa, que venía de un negocio mucho más directo y personal entre Reaper y Yuzuki. A la salida del local poco me faltó para mearme encima, la mata de cabello pelirrojo y la contextura me hicieron confundirlos, pero al encontrar su mirada lo diferencié de inmediato, más que por la edad o la ropa, por la falta de expresión. Liam Dunn me miró, sin más, pero me dio la sensación de que me podía perforar el cráneo con solo verme y de repente me pregunté si lo sabía, si alguien le había dicho que Cayden se había comido la hostia en la cara por andar vendiendo mis cuchillos. La posibilidad me erizó la piel, pero el hijo de puta estaba titulado en caras de póker y no cambió de expresión cuando nos dio espacio para salir sin decir media palabra, Unigwe se despidió de él con un excesivamente formal "Buenas noches, señor Dunn" y yo sentí que podía ir buscando al detective del caso de mi viejo para que también ayudara con mi funeral. Este cabrón me podía meter un tiro en la cabeza cuando le saliera de los huevos. En esa fracción de tiempo que debió ser ínfima en realidad, por alguna razón recordé la conversación con Kohaku en los baños y se me ocurrió que, bueno, que igual debí haber pasado el chisme a las fuentes correspondientes. Igual habría pecado de alarmista y quizás no llevara a nada, pero si yo exigía comunicación, pues estaba quedando como el payaso más grande del circo al no dar lo mismo. Era tarde para eso igual, ¿qué iba a hacer ahora? ¿Ponerme a llamar al que me dijo que no le hablara de no ser que se estuviera acabando el mundo? Una mierda. Si el nigeriano notó mi tensión le importó bastante poco, regresamos a Minato después de esa entrega y fui a dejarle el dinero al patrón que me pagó por mis servicios. Eso me liberó de responsabilidades con el dot&blue hasta mañana, de manera que el resto de mi noche le pertenecía a Toshima, tomé un desvío a Taitō y le compré un par de cajas de tabaco barato a Tachibana, no me molesté con el alcohol porque Matsuo, muy amablemente, iba a ahorrarme ese dinero. Entrando a Toshima saqué la famosa moneda para volver a revisar la dirección, pretendía ir a echar un vistazo antes de buscar dónde estacionar, pero al llegar me llevé la sorpresa de que la famosa dirección era… ¿Una esquina? ¿Una esquina y ya? Maldito enano hijo de puta, de verdad. Aparqué allí de momento y me recosté a la moto mientras usaba algunas neuronas para pensar. Había quedado con el tipo de avisar cuando llegara, pero que no hubiese nada de club en el sitio no estaba en mis expectativas. Me dio algo de coraje, pensé en irme a la mierda, pero ya estaba allí y al menos me fumaría un cigarro antes de dar la noche por desperdiciada. Saqué uno de los paquetes de tabaco, lo abrí de mala gana y me llevé un cigarro a los labios, saqué el mechero y cuando le di vuelta a la ruedilla el condenado sonó, pero no encendió. Se había quedado sin gas el pedazo de mierda. Bufé, lo regresé al bolsillo y mapeé el espacio, fue allí que reparé en el tipo fumando bajo un poste de luz que parecía más un foco. Contemplé la posibilidad un rato, en lo que sacaba el móvil para enviarle un par de mensajes a Matsuo solo para ver si daba señales de vida o si era mejor marcarle, y luego me acerqué al random. —Hey, se le acabó el gas a la porquería de encendedor que cargaba —dije una vez estuve cerca, alzando el cigarro apagado entre los dedos—. ¿Tienes fuego? Contenido oculto la biblia que largué oof Bruno TDF outfit del pelotudo plus esta chaqueta
En la dirección que rezaba la cara inversa de Seiryu… no había nada que fuese destacable. Se trataba de una esquina como cualquier otra en la gran ciudad de Tokio. Contenía, si se quiere, un profundo aire de desolación: había una hilera de locales comerciales cerrados, la mitad de ellos parecían clausurados o en desuso. Tampoco se oía el rumor de algún coche y los transeúntes eran escasos, apenas siluetas fantasmagóricas, lejanas, haciendo su camino. El poste que debía iluminar esa esquina se hallaba defectuoso. Su luz era escasa, de un modo tal que muy tenues sombras la conquistaban, desdibujando los contornos de la silueta que allí se encontraba, rodeada por el humo plateado de su nicotina. Conforme uno se acercaba a él, reparaba en que el color negro predominaba en su indumentaria; a duras penas alcanzaba a verse que era un traje ciertamente elegante. Lo mismo sucedía con su cabello: tan oscuro, que no brillaba ni siquiera bajo la débil luminosidad del poste. Los mechones caían hasta la altura de la nuca con una desprolijidad que, por extraño que parezca, no desentonaba con su apariencia regia. Enmarcaban su perfil de tez blanca y rasgos afilados. Como se lo veía de costado, Arata podría reparar en una banda negra, delgada, que parecía estar cruzando su frente. Este hombre, que parecía estar en sus veinticinco, apoyaba la espalda en el poste, manteniendo el cigarrillo sobre sus labios, los párpados unidos en una expresión serena. Fue entonces cuando, apenas oír la voz de Arata, lo miró de reojo. Su ojo, de mirada felina, tenía un color inusual. Amarillo. Contenido oculto Miró… O, más bien, observó al joven que le mostraba su cigarrillo. Con una sutil sonrisa plantada en sus labios. Sin voltearse. —Vaya infortunio, en tan agradable noche —dijo, con una voz galante, tan penetrante como su mirada—. Puedo ayudarte con eso… Dejó caer las cenizas de su cigarrillo, tras lo cual extrajo del bolsillo de pantalón un mechero plateado, con tapa rebatible. Despegó la espalda del defectuoso poste de luz y, suavemente, encaró a Arata como era debido. En el lento movimiento, se pudo notar a qué se debía la banda que cruzaba la frente de aquella persona. Un parche le cubría el ojo derecho. Accionó el mechero moviendo su tapa, y la llama surgió para teñirlos con una estela anaranjada. Pero el hombre no se movió, sino que se quedó en su lugar, con esa sutil sonrisa en el rostro. Miraba a Arata sin decir nada, aunque en su mirada se leía claramente el mensaje. Lo invitaba a acercarse.
El poste de luz con complejo de foco no ayudaba en lo más mínimo a la visibilidad, encima la ropa oscura y el humo solo seguían restando, pero cuando me acerqué noté varias cosas. Más de las que esperaba y sin dudas más de las que me habría gustado, y por un instante fui terriblemente consciente de lo mucho que había dependido de Cayden desde que lo arrastré con nosotros, de sus malditos ojos y su eterno miedo. Había explotado un defecto inmenso del mocoso, pero útil, lo había criado para esto, para detectar la disonancia y nunca desactivar sus sistemas de seguridad, para nunca descansar y siempre echar a correr. Por eso no sabía cuándo parar, cuándo dejar de huir, entre Reaper y yo habíamos arruinado al chico, ¿cierto? Lo habíamos echado a perder. Y ahora necesitaba al pequeño monstruo que había creado, pero no estaba conmigo. Aquí había algo fuera de lugar, aunque costaba darse cuenta el qué en específico, era evidente que el tipo estaba bien vestido y solo al acercarme me di cuenta que era alto, más que Sonnen quizás. El cabello también era negro, algo desgarbado, pero no desentonaba por completo, pero lo que sí hizo ruido fue la cinta o lo que fuese que le cruzaba la frente; parecía joven, mayor que Yuzu, pero no debía llegar a los treinta siquiera y cuando abrió los ojos noté el color, que se amalgamó de formas extrañas con el ámbar del viejo Dunn, su hijo, el de Ko y el de la amiga de Sonnen. Este parecía un amarillo más puro, más amarillo primario, pero fue extraño de todas maneras. Como lo que uno leía de un color similar cambiaba dependiendo del portador. Por un segundo fui consciente de que no debía haberle pedido fuego o nada en lo absoluto, que este tipo de ropa fina no tenía que estar en esta esquina, en este maldito agujero y que, de hecho, yo tampoco. No lo sabía, pero por una vez en la vida Cay había sido mucho más inteligente que yo: había conservado el Seiryū, pero no aparecería aquí, no tocaría este suelo maldito, no todavía, mientras tanto yo había caído por el cebo, como un pez muerto de hambre. Era un puto imbécil. No cambié de expresión, mantuve el aire de bufón de siempre y el aparente interés por solo conseguir fuego, ni siquiera reaccioné a la forma en que habló o al tono de su voz. Sacó un mechero del bolsillo que me recordó al Zippo que tenía Sonnen, el que tenía una suerte de emblema o escudo en uno de sus lados, pero el encendedor poco importaba. Cuando el tipo se giró por fin, el origen de la cinta se aclaró y notar el parche en el ojo solo empeoró la sensación de ansiedad. Este lo llevaba cubierto, ni idea de si solo estaba ciego o del todo tenía la cuenca vacía, pero recordé que Ryouta tenía un ojo inútil. Estaba cansado de que todo me recordara a un muerto que ni siquiera guardaba en estima. Destapó el mechero, la flama anaranjada nos bañó y supuse que ya no había salida, en estas circunstancias tendría que improvisar, como en los viejos tiempos. Me coloqué el cigarro en los labios, me acerqué y me incliné en dirección al tuerto, inhalando para prender la colilla. Di la calada, retrocedí y el humo me abandonó los pulmones por la nariz y la boca cuando hablé. —No sabía que uno se vestía bien para venir a fumar a una esquina de Ikekuburo —solté solo por tantear el terreno. Contenido oculto SOREC, MY MAN *c muere*