Long-fic Those who fell from Grace [Elden Ring AU]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 17 Diciembre 2025.

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    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

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    Escritora
    Título:
    Those who fell from Grace [Elden Ring AU]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    6499
    JA, QUIÉN NO TIENE CREACIÓN? *c muere en toses y fiebre una noche más* Agárrense, que viene Paula con OTRO long-fic y otro AU
    Me siguen faltando cuarenta años de lore, pero con lo que llevo sentí que ya podía empezar con el AU por fin así que acá estamos. Los capítulos iniciales tienden a quedarme siempre un poco más cortos (¿o coherentes de extensión?) y ya luego el asunto se me va saliendo de las manos.

    Este AU va a funcionar un poco distinto al de The Witcher y va a seguir un poco la lógica del único one-shot que publiqué de Bloodborne, en que algunos personajes de rol van a sustituir a personajes directos del juego. Algunos van a tener nombres un poco diferentes también, en la medida de lo posible y coherente, para adaptarlos a la línea creativa del universo. También aquí es dónde más creo que voy a usar líneas del juego como tal, sobre todo en este capítulo, pero ya a partir del segundo espero tomar más control del universo.

    A saber a cuántos personajes sumo míos o ajenos, que ya se vio con el de The Witcher que me agarro siempre como de un grupo de personajes en específico.

    Ignorando la tremenda gripe que me dio (solo Dios sabe si era covid o influenza), disfruté mucho escribirlo y el proceso previo de investigar el lore de Elden que es inmenso. Dudo algún día tenerlo todo escrito a mi manera y ordenadito como a mí me gusta, pero algo es algo. Es un proyecto a largo plazo, me gustaría llevarlo hasta alguno de los finales del juego pero todos sabemos que eso me tomaría media vida seguramente, así que vamos a ir viendo (?)

    Bruno TDF así sobrevives un día más en la cárcel (no) Gracias porque creo que la idea inicial del AU fue tuya JAJAJAJ ya ni sé, de todas formas espero que te guste mi aproximación y adaptación de tus ideas. Algunas permanecen a como me las dijiste, otras me las pasé por el ojete, obvio, pero no importa :D

    Ah, aquí hay un desmadre. Uso algunas traducciones de la versión latinoamericana (donde Limgrave se quedó como Limgrave pero por alguna razón el Erdtree se tradujo como Terrárbol en vez de Árbol Áureo) y otras de la versión castellana, pues porque no me salen en latino en todas las wikis y medio que me da pereza abrir el juego para confirmar todas las veces, así que es un revoltijo de ambas traducciones.

    Última cosa, en vez de las cartas del tarot, voy a usar los arquetipos de Jung de la otra colección. Así como en el de The Witcher, cuando predominen varios personajes voy a usar la noción completa de "Arquetipos" como allá uso la de "Pentagrama", pero señalando igual qué personajes vienen a predominar en la narración.

    Anyway, creo que con eso dicho, ¡qué entre el fic!




    [​IMG]

    Now, Queen Marika the Eternal is nowhere to be found,
    and in the Night of the Black Knives, Godwyn the Golden was the first to perish.


    Soon, Marika's offspring, demigods all, claimed the shards of the Elden Ring.
    The mad taint of their newfound strength triggered the Shattering.
    A war from which no lord arose.
    A war leading to abandonment by the Greater Will.


    Arise now, ye Tarnished.
    Ye dead, who yet live.
    The call of long-lost grace speaks to us all.

    .
    Cross the fog, to the Lands Between.
    To stand before the Elden Ring.
    And become the Elden Lord.


    I
    [​IMG]

    The Neglector
    x
    The Magician
    x
    The Innocent
    x
    The Hero

    Unbound loveKnowledgeHope Freedom


    | Cayden Dunn |
    | Hubert Mattsson |
    | Melinda Frenerich |
    | Beatriz Luna |








    Academia de Raya Lucaria, Liurnia de los Lagos


    Una fina llovizna caía sobre Liurnia, era apenas perceptible, pero humedecía gradualmente la tierra, las plantas y las túnicas de los hechiceros en las zonas exteriores de Raya Lucaria. Fuera de los sellos de cada una de las puertas, una silueta ataviada en ropas de un profundo azul naval extendió la mano y recibió a un ave: un halcón. El animal dejó caer en su mano libre un pergamino y el hechicero lo recibió, extendiéndolo. El animal alzó vuelo a una estructura cercana, donde permaneció, acicalándose.

    Bajo las gotas diminutas de agua la mata de cabello negro daba el aspecto de estar cubierta de rocío. El joven leyó la misiva sin prisa, pero habiendo avanzado un poco sus dedos presionaron con algo más de fuerza el trozo de papel y él pasó saliva con cierta dificultad, tensando la mandíbula.

    El primero de los portafragmentos había caído en Velobrumo y el culpable avanzaba rápidamente por las Tierras Intermedias. Sus informantes, otros hechiceros, Tiznados también, alegaban que quien había derribado a Godrick usaba magia de destellita y empuñaba tanto una espada de los Caballeros de Caria como un báculo, cariano también. Había reclamado la Runa Mayor del Injertado poco después de su despertar, sin una doncella a su lado. En el camino que iba desde el Cementerio Varado hasta la iglesia de Elleh habían encontrado a un Máscara Blanca muerto y en la plaza cargada de tumbas de Velobrumo, no quedaban más que los restos de Godrick, pisoteado con ira por uno de sus sirvientes. Todos los vástagos injertados dentro y fuera del castillo habían sido masacrados.

    Habían puesto fin a la aberración que ocurría dentro de las paredes de Godrick.

    Hubert suspiró con pesadez, guardó el trozo de pergamino y extrajo uno en blanco de sus ropas, junto a pluma y tinta. Escribió resguardando las letras cerca de un rellano y luego de alimentar al ave, la envió al vuelo de nuevo. Acto seguido extrajo su llave de destellita y atravesó el sello de expulsión sin dificultad, regresando al interior de la protección de Raya Lucaria. Afuera habitaban las bestias, los albináuricos y ahora, según parecía, un Tiznado sin renombre… Capaz de ver la Guía de la Gracia.

    Él sabía a dónde lo llevaría después.

    Al claustro de Rennala, en búsqueda de la Runa de los Nonatos.

    El hechicero ingresó y recorrió la academia de aquí a allá, apostó hechiceros, sirvientes y reinició los mecanismos. Alertó a cada persona que fuese necesaria y, aunque la palabra hostigar era muy inapropiada, fue algo así lo que sucedió con otras presencias dentro de las paredes de Raya Lucaria. Las Vírgenes de Hierro, el Señor del Alabastro y Moongrum, el único Caballero de Caria que había permanecido en la academia, resguardando la Gran Biblioteca donde los hechiceros habían encerrado a su reina. Todos se espabilaron.

    Todos se prepararon.

    Sin embargo, el Tiznado no debía siquiera poder pasar los sellos, ¿cierto? Por algo habían aislado la academia, por algo las cosas habían sido de esta manera tanto tiempo, mientras las Tierras Intermedias sufrían y se erosionaban sin parar. Mientras los Tiznados eran abandonados por la Gracia una vez más, de la misma forma en que Marika la había arrebatado de Hoarah Loux y sus guerreros.

    .
    .
    φ
    .

    .

    Poco tiempo atrás
    Camino a la iglesia de Elleh, Limgrave



    —Saludos… Viajero de más allá de la niebla. Soy Melinda. —Su voz era suave, sedosa. La figura ataviada en una capa oscura se había manifestado de la nada y había empezado a hablar sin que nadie se lo pidiera—. Te ofrezco un trato.

    La joven espectral avanzó, acuclillándose, y entonces apartó la capucha que cubría su rostro. De esa manera sus facciones fueron visibles ante la tenue luz del fuego y del lugar de Gracia; su tez era extremadamente clara, el cabello rubio cenizo con algo de dificultad alcanzaba sus hombros, arropados por la capa oscura, y su ojo izquierdo estaba cerrado. Encima de él corría un sello algo difícil de descifrar, pero el Tiznado logró notar que se trataba de la pata de un ave; su ojo funcional era de un tono ambarino, similar al de la miel. Las manos de la mujer estaban llenas de cicatrices que, sin duda, eran producto de una gran quemadura. Era imposible saber hasta dónde llegaban, pues las ropas que la cubrían tenían las mangas largas, tapando incluso sus muñecas.

    El cabello del Tiznado, rojo como la sangre espesa, se agitó al ritmo de la brisa y el hombre guardó silencio, sin cambiar sus gestos. Sus cejas estaban algo fruncidas, lo que le daba un aspecto un poco atribulado, y sus ojos, grandes y ligeramente almendrados, eran de un tono intenso de ámbar, más parecido a la resina de los árboles o al fuego que al tono mieloso de la joven espectral frente a él. Estaba cubierto por una simple túnica de astrólogo que acentuaba su contextura delgada y, de alguna forma extraña, también su aspecto juvenil a pesar de su edad… O la edad de su cuerpo, al menos.

    —¿Has escuchado de las Doncellas de Dedos? —preguntó en vistas del silencio del hechicero, junto a quien reposaba una espada de Caria en la que saltaba a la vista una resplandeciente piedra azul: destellita—. Sirven a los Dos Dedos, ofreciéndoles guía y ayuda a los Tiznados… pero tú, me temo, careces de una doncella. Yo puedo tomar el rol de una, convirtiendo runas en fuerza para ayudarte en la búsqueda del Anillo de Elden. Sólo hace falta que me lleves contigo al pie del Terrárbol.

    —Mi doncella está muerta —dijo por fin el Tiznado, los ojos clavados sin disimulo en el sello del ojo de Melinda—. Su cuerpo estaba dentro de la cámara en la que desperté.

    Esta vez fue el turno de la rubia de guardar silencio, no hizo más que sostener la mirada indiscreta del Tiznado y ninguno de los dos permitió que alguna expresión se filtrara en ellos. Confusión, molestia, extrañeza… Nada, únicamente se miraron largo y tendido, acompañados por el crepitar del fuego.

    —Es una pena —respondió ella por fin, aunque su tono de voz lo hizo sonar terriblemente frívolo—, pero no puedes realizar tu viaje sin una donce-

    —Acepto —interrumpió el pelirrojo.

    Lo abrupto de la afirmación habría sobresaltado o fastidiado a cualquiera, pero no a Melinda quien hizo un asentimiento casi imperceptible. El gesto acabó perdido en el movimiento suave de su cabello, agitado por igual debido al viento, y ni siquiera hubo una pizca de alegría o alivio visible en ella. El Tiznado, además, no preguntó de dónde provenía o cuál era el motivo real de su ofrecimiento y es que, ¿le importaba acaso? Ni un poco. El Máscara Blanca había terminado muerto por su insistencia y, según sospechaba, por haber sido el mismo que acabó con la doncella dentro de la cámara.

    Se lo había buscado.

    —Entonces está decidido. Invócame con la Gracia y convertiré tus runas en fuerza —confirmó la doncella fantasmal antes de extender su mano—. Algo más. Te hago entrega de este anillo.

    Al mirar en la palma abierta de la chica, el Tiznado notó el anillo que reposaba en ella. Era un trabajo delicado, una filigrana de oro que permitía que el anillo fuese utilizado como un silbato. Mientras Melinda esperaba a que él tomara el objeto que le estaba entregando, continuó hablando.

    —Úsalo para viajar grandes distancias, invocará a un corcel espectral llamado Torrente —aclaró y fue ese momento en que el pelirrojo tomó el anillo—. Él te eligió, así que trátalo con respeto.

    —¿Me eligió un caballo fantasmal? —cuestionó el Tiznado y Melinda asintió, inalterable.

    Parecía que el intercambio terminaría allí por ahora, pero el pelirrojo acercó el anillo a sus labios y sopló en él, provocando un silbido. En cosa de un instante, un animal que sin dudas recordaba a un caballo se materializó junto a Melinda y su Tiznado; su pelaje era de un tono grisáceo y las crines largas y algo desordenadas eran blancas. Sus orejas eran más bien alargadas y de su cabeza surgían dos cuernos, el animal ya estaba equipado con una montura y alforjas.

    El joven no dijo nada, se incorporó de su lugar al lado del fuego y se acercó al corcel, estirando una mano por el costado de su visión antes de alcanzar su cabeza, entre la crin, y dedicarle una caricia. Torrente dobló el cuello, dejando su cabeza más cerca de la mano del Tiznado, y resopló en un sonido que fue más de gusto que de protesta. Bastó eso, la satisfacción del animal, para que en su rostro por fin se dibujara una sonrisa. El gesto fue pequeño, pero extremadamente suave y Melinda, que seguía acuclillada, lo observó sin hacer ruido, entre sorprendida y aliviada.

    Cuidaría de Torrente, ahora estaba segura.

    —Me llamo Cayden —dijo sin dejar de acariciar al caballo.

    —Seré tu doncella entonces, Cayden.

    —Gracias, Melinda.

    La mujer espectral hizo un sonido afirmativo y en el momento en que vio al Tiznado subir a lomos de Torrente, desapareció de la misma forma en que había llegado y el viaje de Cayden continuó con un nuevo compañero. Por los terrenos de Limgrave el pelirrojo fue capaz de recolectar runas y así empezar a ganar fuerza junto a Melinda, en intercambios silenciosos y casi carentes de expresiones. Cayden observaba el ojo sellado y sus quemaduras, ella su espada cariana y el báculo de destellita. Los Tiznados no guardaban recuerdos de su vida anterior, pues dichos recuerdos no eran necesarios, pero algunos de ellos conservaban armas de su pasado. Sin embargo, Melinda no preguntaba y el Tiznado, por ahora, tampoco lo hacía.

    Cuando el antiguo cariano regresó para enfrentar al centinela arbóreo frente al Cementerio Varado, tuvo un nuevo encuentro fantasmal. Luego de hablar con Kale una vez más para comprar algunas cosas, una voz lo llamó. Fue baja, puede que algo dubitativa, pero lo hizo girar el cuerpo y buscar su origen. No tardó en notar la figura que usaba los ladrillos cerca del sitio de Gracia como asiento. Era una silueta femenina vestida por completo de blanco y con un gran sombrero de ala. Era una mujer pequeña, algo más que la propia Melinda, de piel azulada, y su ojo derecho estaba sellado justo como el de la doncella espectral, pero el sello parecía tener un motivo celestial. El ojo que estaba abierto, el izquierdo, era de color celeste mientras que el cabello bajo el sombrero era negro y corto. La mujer… o más bien, su contenedor, porque entonces Cayden determinó que se trataba de un cuerpo inorgánico, tenía cuatro brazos en lugar de dos y lucía muy joven.

    —Es un placer conocerte, Tiznado. Soy la bruja Beata. —Se presentó junto a una reverencia muy sutil, casi imperceptible—. Me llegó el rumor de un Tiznado rondando a lomos de un corcel espectral y al analizarlo, supongo que se trata de ti. Posees el poder, ¿no? De invocar la montura espectral que responde al nombre de Torrente.

    —Puedo llamarlo —respondió el pelirrojo, cauteloso.

    —Ah, justo como esperaba —apañó la bruja junto a una sonrisa delicada—. Me entregaron esto, para ti. Fue el maestro formal de Torrente.

    Beata extrajo de sus níveos ropajes una campana plateada y se la entregó de una forma similar a como Melina le había entregado el silbato del corcel. Esta vez, Cayden miró el objeto en la mano de la muñeca y alzó la vista a ella, desconfiado. La bruja no se ofendió, en su lugar esperó en silencio y así, luego de una reflexión interna, el joven tomó la campana y entonces ella le extendió también las cenizas que le permitían invocar a los lobos solitarios.

    —¿Qué es esto? —interrogó.

    —Una campana invocadora. Con ella puedes invocarlos, son cenizas que no regresaron al Terrárbol y obedecerán tus órdenes brevemente, recordando luchas del pasado —explicó Beata, regresando el brazo a su espacio—. Ahora son tuyas. Haz con ellas lo que te plazca.

    Cayden bajó la mirada a la campana y las cenizas, contrariado, y como la bruja seguía allí volvió a mirarla. Iba a abrir la boca, pero ella habló primero, sonó algo avergonzada.

    —Me disculpo por haber irrumpido de esa manera, Tiznado. En realidad, dudo que volvamos a vernos, pero es indiferente, aprende de las Tierras Intermedias —aconsejó recuperando la dulzura de su sonrisa—. Me pregunto cuánto tiempo tomará… que te canses de servir a los Dos Dedos.

    No le dio espacio a preguntar, a dudar, a regresarle el misterioso obsequio ni siquiera a decirle su nombre. Con esa última frase, la bruja se desvaneció en una nube fría y la iglesia de Elleh volvió a sumirse en el silencio que sólo era interrumpido por el sonido del fuego. Cayden permaneció allí de pie y agitó suavemente la campana, en cuestión de un instante las cenizas cobraron la forma de tres lobos que a falta de enemigos a los que atacar, rondaron lentamente la iglesia y luego volvieron con él.

    Al pelirrojo una risa enternecida le sacudió el pecho y se tomó el tiempo de acariciar a cada uno en la cabeza, el tacto fue un poco extraño. Eran corpóreos, por supuesto, pero sus… seres no poseían la calidez de las criaturas vivas, eran fríos y translúcidos. A pesar de ello, cada uno agitó la cola ante la caricia y cuando volvió junto a fuego, se apiñaron a su lado durante un momento breve antes de desaparecer, como había dicho la bruja. Su presencia era efímera, como la de casi todo en estas tierras según descubría.

    Allí, en la iglesia, sus ojos vislumbraban la luz dorada que ya lo había llevado hacia Margit y lo instaban a seguir avanzando hacia el interior de Velobrumo, así como el inmenso Terrárbol que se alzaba al cielo, imponente y casi hostigador con su presencia. Después algún tiempo junto al fuego, se enderezó, llamó a Torrente y emprendió el camino de regreso ignorando a los soldados en el bosque, los hombres murciélago y otras bestias. Fue así como llegó nuevamente a una de los lugares de Gracia cerca de Velobrumo y se acomodó allí para tomar un brevísimo descanso, al hacerlo respiró con cierta pesadez y luego de un instante de duda, alzó la voz.

    —Melinda.

    La doncella espectral se manifestó de inmediato y como hacía siempre, se acuclilló frente a él y extendió su mano. La joven había asumido que necesitaba convertir las runas, pero Cayden no tomó su mano, de forma que ella retrocedió el brazo y entonces percibió que el Tiznado observaba algo que no era ella. Más allá, el Terrárbol iluminaba la noche con su resplandor dorado.

    —Esta pequeña aura dorada es la Gracia del Terrárbol, su luz alguna vez brilló en los ojos de ustedes los Tiznados —empezó y buscó el rostro del pelirrojo a sabiendas de que la miraría en cuanto hablara—, pero ahora es todo lo que te guía o eso he oído. Puedes verlos, ¿no?

    —Hmh.

    Melinda suspiró.

    —Los rayos de la Gracia que te guían a tu objetivo. Arriba del barranco está el Castillo de Velobrumo, ya lo sabes, y allí encontrarás a un portafragmentos.

    —¿Un qué?

    —Un semidiós que heredó un fragmento del Anillo desbaratado. Si los rayos de la Gracia apuntan allí, Cayden, entonces el Anillo de Elden te llama. Como tu aliada… Rezo porque tengas la capacidad de enfrentarte al desafío.

    —Hicimos una promesa, ¿o no? —apañó Cayden y la doncella se dio cuenta de que estaba trazando dibujos en la tierra junto a él con ayuda de una rama seca, habían empezado en el momento en que apartó la mirada de la guía de la Gracia—. Te llevaré al pie del Terrárbol. Si debo enfrentarme al portafragmentos de Velobrumo para lograrlo, entonces es sólo algo que debe hacerse. Melinda.

    —¿Sí?

    —¿Cuál es tu historia?

    Hasta entonces sus conversaciones eran protocolarias, breves y frías, pero la duda se alzaba en Cayden y nadie podría culparlo por ello. A su lado habitaba una mujer que se había manifestado del mismísimo aire y afirmaba necesitar ser llevada al pie del árbol sagrado. ¿Era la verdad? Ni siquiera podía afirmarlo. Había aceptado porque sí… porque era mejor que no tener una doncella, era mejor que estar solo, pero no conocer a quien lo acompañaba también era extraño y había comenzado a inquietarlo.

    —¿Yo? —Aunque no cambió de expresión, a sus oídos que empezaban a acostumbrarse a escucharla, sonó diferente, quizás pillada en frío—. Pues intento averiguarlo, estoy buscándolo de hecho. El propósito que me dio mi madre dentro del Terrárbol, hace mucho. El motivo por el que sigo viva, quemada e incorpórea.

    Al oír aquellos, los ojos ambarinos de Cayden descendieron a las manos de la mujer, a las quemaduras. ¿Significaba eso que ni siquiera ella recordaba por qué estaba quemada? ¿Significaba de alguna forma que así como los lobos, su alma no había regresado al Terrárbol? Pero eran… Tenían cuerpos. Los lobos eran traslúcidos, así que Melinda era distinta, cuando tomaba su mano estaba allí, aunque claro luego se desvanecía como lo hacía también Torrente. Eran espíritus, pero nunca se había puesto a pensar que había muerto y revivido o más bien que había muerto y no podía retornar.

    De todas formas, puede que en ese momento ambos se dieran cuenta de un par de cosas. Una de ellas, que su relación no era tan distante como habían aparentado hasta ahora y que quizás eso no fuese malo en sí mismo. Melinda había tenido la opción de mentirle, pero no lo hizo y en su lugar fue medianamente sincera. Hubo otro silencio, uno de tantos, y Melinda vio las manos de Cayden dudar. Tuvo la intención de tocarla y aunque no habría sido la primera vez, algo lo frenó y ella comenzó a entender una realidad inevitable.

    Era increíblemente sensible.

    ¿Eso lo volvía más o menos capaz de convertirse en Señor de Elden?

    —Hay algo por lo que debería disculparme —dijo Melinda un poco de pronto y él la miró—. Me he comportado como una Doncella de Dedos, pero no puedo ofrecerte guía. No soy ninguna doncella. Mi propósito… se perdió hace mucho, como acabo de decirte. Debo averiguar cuál es.

    >>Discúlpame también, pues estaba probándote para confirmar si la Gracia en verdad te guiaba o no, pero mis preocupaciones eran infundadas. A fin de cuentas, Torrente confiaba en tu capacidad desde el inicio, mientras que yo sólo fingía.

    Cayden no respondió de inmediato, se calló un momento y por lo contrariado que parecía, aunque esa debía ser un expresión usual, ella creyó haberlo molestado de verdad, pero entonces el Tiznado soltó una risa. Escapó por su nariz y lo repentino que fue, lo hizo llevarse una mano al rostro para cubrir la sonrisa que le quedó después en el rostro. Melinda no hizo más que mirarlo y seguir confirmando algo dicho por la espada que portaba y los hechizos que conocía: había sido un noble alguna vez o al menos había estado muy cerca de la familia real de Caria. Nada quedaba de eso en su memoria, pero sus facciones eran finas, delicadas y hasta algo andróginas. Los guerreros curtidos no tenían esas características.

    —¿Qué tanta guía podría ofrecer una verdadera Doncella de Dedos igual? —apañó ligeramente divertido, retomando los garabatos en la tierra—. Son humanas como cualquier otra o al menos deben serlo, ¿sino por qué la mía estaría muerta antes de siquiera poder verla? Me da igual. Me ofreciste un trato, lo acepté y sí veo la Gracia… Así que todo el orden. No es tan importante.

    Ante esas palabras, Melinda se permitió la sombra de una sonrisa por primera vez. El pelirrojo lo notó, pero no dijo nada.

    —En ese caso, hay una cosa que sí puedo hacer para ofrecerte guía. Puedo llevarte a la Mesa Redonda donde se reúnen los campeones guiados por la Gracia.

    —¿Ah, de verdad? —la pregunta tuvo un tono ciertamente pícaro.

    —Yo también iré —dijo ella, como si asumiera de pronto que su presencia, aunque incorpórea, lo animaría a aceptar.

    No era una suposición descabellada.

    —Está bien, puedes llevarme.

    —De acuerdo. Entonces, ya sabes cómo funciona, deja que mi mano te alcance un momento.

    Al decirlo, hubo otra sombra de sonrisa en sus labios. Fue así como Cayden llegó a la Mesa Redonda, donde fue recibido por varios campeones. La visita no suplió gran utilidad, no de primera instancia, la bienvenida de Gideon rozó la pedantería y el obsesionado de la Orden Dorada era un poco excéntrico, pero si Melinda lo había enviado, era porque le sería de utilidad en el futuro. Por el momento, únicamente recorrió el espacio. La sala central, con la gran mesa y las armas clavadas allí en un inmenso sitio de gracia y las habitaciones y pasillos aledaños, donde conoció a también al herrero Hewg, un prisionero condenado a forjar armas para ellos y a Fia, quien le ofreció un abrazo que rechazó por lo repentino y vergonzoso del gesto.

    Finalmente se retiró con tal de regresar al Limgrave y para retomar el camino hacia Godrick, que demostró ser dificultoso. Soldados, lobos, trolls. La sorpresa fue que encontró a una muchacha, otra Tiznada de origen noble, que le dijo que todos los suyos habían sido injertados. Todos y cada uno. Les habían amputado las piernas, los brazos y cercenado las cabezas para sumarlas a la araña.

    —¿La araña? —preguntó Cayden, escandalizado.

    —¿No la has visto? Una abominación terrible, con manos y piernas por todas partes.

    Cayden comprimió los gestos, asqueado al recordar el adefesio que lo había atacado poco después de su despertar. Había logrado matarlo, pero la criatura lo repugnaba. Hasta ahora no sabía que era producto de los injertos que se realizaban en Velobrumo… que era algo que no debía existir del todo, una violación a la ley de la vida y la muerte. Una de tantas en esta tierra maldita. La muchacha, Roderika, le pidió que le dijera a sus crisálidas que las amaba y que pronto estaría con ellos, lo que insinuaba que la chica pretendía continuar su ascenso... y perecer allí, convirtiéndose en otro injerto, pero no era algo que él fuese a permitir. Subiría al castillo, sí, daría el mensaje a las crisálidas y luego llevaría a Roderika a la Mesa Redonda, donde pertenecía.

    Como la campeona que era.

    .
    .
    φ
    .

    .
    Castillo de Velobrumo, Limgrave


    —¡¿Señor de todo lo que es dorado?! —bramó Cayden luego de esquivar un pesado golpe de hacha y le dejó ir un tajo con la hoja mágica que se formó en su báculo—. ¡No queda nada dorado en este castillo de mierda! ¡No hay nada dorado en desmembrar y volver a pegar a gente muerta! ¡Jódete!

    Godrick rodó, el movimiento fue caótico y en él arrolló al Tiznado, que se quejó, pero pronto estuvo de pie de nuevo a pesar de que sangraba. Otro golpe de hacha, luego una corriente de viento y Cayden estuvo de nuevo en suelo, esta vez le costó más levantarse. Al hacerlo respiró con dificultad, empinó el frasco de lágrimas carmesí y después sonó la campana, que invocó a la medusa que Roderika le había entregado. La criatura empezó a atacar al semidiós, distrayéndolo, de forma que él pudo permitirse la ventaja de observarlo y luego acercarse de nuevo.

    Ante el nuevo golpe pesado se arrojó hacia adelante, el impacto hizo vibrar el suelo, pero pudo tomar impulso y encajar la espada entre los injertos varias veces. Retrocedió de nuevo, la medusa lo distrajo una vez más y entonces un guijarro de destellita golpeó a Godrick, luego otro y sus fuerzas empezaron a mermar. Rodó otra vez, llevándose por delante tanto al Tiznado como al espíritu, y a Cayden apenas le dio tiempo de rodar antes de recibir otro golpe del hacha. Otros frascos de lágrimas, de ambos tipos.

    Logró conectar varios ataques más y entonces Godrick, incluso más fuera de sí que antes, levantó su hacha y golpeó su brazo una y otra y otra vez. Cayden retrocedió, aterrorizado y repugnado a partes iguales, y observó con genuino horror lo que ocurría frente a él. El semidiós gritaba y al ser incapaz de cercenarse el brazo por completo, lo golpeó contra el suelo hasta que el hacha cruzó al otro lado y la sangre fluyó a borbotones. Acto seguido, se acercó al cuerpo del dragón que yacía en un pilar.

    —Oh, el más real de los dragones —empezó y al pelirrojo un escalofrío le corrió por la columna—. Concédeme tu fuerza.

    La mirada del Tiznado se desorbitó en el momento en que Godrick insertó su brazo mutilado en el cuello del dragón y, con una fuerza descomunal, lo arrancó del cuerpo al que estaba unido hace apenas unos minutos. El nuevo injerto cayó al suelo, como peso muerto, hasta que las fauces en apariencia desarticuladas de repente comenzaron a moverse y el brazo, que ahora era una bestia, rugió antes de alzarse y arrojar una bocanada de fuego al aire. Las manos de Cayden temblaban y el espíritu que había invocado si acaso conservaba algo de vitalidad.

    No tuvo tiempo a nada, la cabeza del dragón arrojó una nueva llamarada hacia el frente, en su dirección, y siguió tras de sí cuando pretendió correr para librarse de ella. Lo logró, pero al acercarse al injertado, éste lo golpeó con la fuerza del cuerpo y lo desbalanceó, obligándolo a rodar sobre la espalda para esquivar el golpe del hacha. La medusa lo atacó, distrayéndolo brevemente, pero una bola de fuego de la bestia acabó con ella y así, libre de molestias, Godrick pudo ensañarse con Cayden. La cabeza de dragón era necia, lo buscaba con intensidad y no paraba de escupir fuego, el calor empezaba a marearlo, pero entonces se dio cuenta. Mientras la abominación exhalaba, Godrick no podía moverse tanto como antes.

    Su primer acercamiento fue demasiado acelerado, por temor al fuego, y el semidiós logró sacarlo de su camino con otro golpe con el hacha y al enviarlo más lejos, el dragón se encargó de hacer que probara el calor del fuego en un costado del cuerpo. El Tiznado gritó al sentir la piel derretirse, lo consumió con violencia y rapidez, pero tuvo que moverse, esquivar el resto del fuego, y detener el dolor y la gravedad de la herida con las lágrimas carmesí que le quedaban. Bastó eso para que comenzara a medir mejor la distancia, para que con cada giro frontal para esquivar al dragón pudiera conectar otro golpe de la hoja de destellita surgida del báculo y, a cierta distancia, lanzar un guijarro mágico. Comenzó a volverse más agresivo entonces, el dragón golpeaba el suelo también, escupía fuego hacia arriba y tenía que esquivar uno, dos y tres movimientos seguidos, sin atinar ni golpe.

    Pero era cuestión de tiempo.

    Para cuando por fin pudo acercarse de nuevo, luego de haber tenido que depender de los guijarros de destellita, ya la fuerza de Godrick estaba disminuyendo a pesar de su violencia y aunque volvió a comerse una llamarada, coló el cuerpo entero en medio del fuego y pudo blandir la espada de Caria. El metal alcanzó el cuerpo informe del semidiós y le profirió el último tajo que éste pudo soportar. Todo lo que Godrick era cayó hacia el suelo, haciéndolo estremecerse bajo sus pies.

    —Soy el Señor de todo lo que es dorado…

    —No eres el Señor de nada —replicó el joven, hastiado, respirando con dificultad.

    —Y algún día, regresaremos juntos a nuestro hogar, bañados por los rayos de oro…

    La gran masa de fragmentos de otros cuerpos se deshizo en algo que parecía un montón de cenizas que fueron arrastradas por el viento. Todo lo que quedó del inmenso semidiós y su terrible arte de injertos fue un cuerpo pequeño, carente de extremidades, con cabello blancuzco y una corona en la cabeza. La Runa Mayor que le pertenecía yacía frente a él, opaca, y al tomarla simplemente se fundió consigo, pero nada pareció cambiar externamente… Nada era distinto, por ahora.

    Cayden miró al diminuto cuerpo una vez más, incapaz de disimular el asco que le provocaba, y recordó al noble Haight diciéndole que este desgraciado había sido un cobarde que logró sobrevivir porque al huir de la capital, se hizo pasar por una mujer, ni más ni menos. Un supuesto semidiós, autoproclamado Señor. La misma historia era contada por el monumento de espadas allí, en Velobrumo, había ofendido a la espada de Miquella y en lugar de morir con honor, había pedido clemencia y besado sus pies. Era repugnante, grotesco e imperdonable.

    .
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    φ
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    Academia de Raya Lucaria, Liurnia de los Lagos


    Había un revuelo en el exterior de la puerta sur de la Academia, aquella que llevaba a la ciudad justo en frente. Los Caballeros del Cuco habían caído, uno tras otro, lo mismo con los artilleros y habían sorteado por completo el carruaje de fuego. La alarma fue dada por un caballero que, oculto en uno de los costados, se libró de la carnicería. Un hechicero o por lo menos alguien capaz de usar catalizadores de destellita, había ingresado por la puerta sur de Raya Lucaria, atravesando el sello de expulsión con una llave de destellita.

    Dentro de la casa de estudio los hechiceros comenzaron a discutir sobre cómo había conseguido una llave, sobre el peligro que representaba que alguien externo ingresara y que esto violentaba la neutralidad que habían declarado en el conflicto iniciado por la fragmentación del Anillo de Elden y la Devastación posterior. Algunos llamaban incompetentes a los Caballeros de Cuco y otros a los mismísimos responsables de crear los sellos en las puertas, mientras que los restantes estaban movilizando a los magos para cubrir los caminos internos de la academia, pues el aumento de seguridad que había iniciado Hubert no había servido para nada. Todos eran unos inútiles.

    —No importa —interrumpió uno, el rostro cubierto por la corona de piedra—. El lobo de Radagón va a frenarlo. No hay intruso que-

    Un hechicero joven que todavía no tenía su corona de piedra apareció, entró a velocidad a la sala donde estaban celebrando esa suerte de audiencia de emergencia. Al entrar se cayeron unos libros de una mesa cercana, ya que la golpeó con la cadera al ingresar con tal apuro. Tomó aire con dificultad y entonces abrió la boca.

    —¡El lobo de Radagón está muerto! —exclamó, alarmado, y el salón se sumió en un silencio de muerte.

    Una sola persona se movió, el cabello oscuro se agitó al ritmo de su andar y un hechicero mayor, de los de la corona de piedra, lo detuvo pescándolo por el brazo. Hubo algo de desdén en el gesto, cualquiera lo hubiese percibido, pero el mago que fue detenido no reaccionó con hostilidad. Giró el rostro, no se soltó del agarre ajeno y le dedicó una sonrisa cortés, el gesto fue conciliador.

    —¿A dónde vas, Mattsson? Tenemos que resolver qué haremos con este polizón.

    —No es necesario. Este intruso no es cualquiera, está avanzando con rapidez como se me anunció que hacía—aclaró y ahora sí se soltó, aunque no fue violento al hacerlo—. ¿Recuerdan que les solicité que subieran el nivel de alerta, que aumentaran la cantidad de hechiceros en guardia, que alerté a las otras criaturas que hay aquí y las puse en movimiento?

    >>Nuestro intruso es un Tiznado, como yo. Ha acabado con Godrick el Injertado, así que ya posee el núcleo de anclaje del Anillo y es una certeza que puede ver la guía de la Gracia, la cual lo trae a la Gran Biblioteca… por Rennala. No permitiré que llegue hasta allí, Moongrum y yo seremos las últimas líneas de defensa. Prepárense, dará algunas vueltas antes de intuir dónde está el claustro de la reina, pero no tardará demasiado.

    El hechicero de la corona de piedra bufó de forma audible, pero lo soltó y Hubert se retiró de la sala, empuñando su báculo de destellita. Desde que había aparecido en la Academia, con su propia llave de destellita, los magos no habían disimulado su desagrado, sin embargo… Él había rechazado el camino por el que la Gracia quería llevarlo, aunque seguía viéndola. Al llegar a Raya Lucaria el conocimiento y la hechicería lo habían seducido más que ningún trono, por lo que pronto abandonó el camino de los Tiznados.

    A pesar de ello, para los hechiceros originales, jamás dejaría de serlo ni tampoco dejaría de ser aquel que seguía empeñado en cuidar de la Reina de la Luna Llena a pesar de su estado. Para los académicos Rennala ya no era ninguna campeona, pero para Hubert, a pesar de no haberla conocido en su gloria, no dejaba de serlo a pesar de haber perdido la razón luego de la partida de Radagón. Rennala siquiera recordaba a sus hijos, así que lo menos que merecía era alguien, al menos una persona, que todavía la tratase con calidez.
    Como la campeona que había sido.

    —Utiliza magia —gruñó el hombre bajo la corona.

    —En otro momento debió ser un hechicero, no sería el primero ni el último.

    —Empuña una espada de Caria —susurró con desconfianza una hechicera.

    —Moongrum era el último que quedaba —rebatió otra, con voz temblorosa—. No queda ya nada de la nobleza de Caria… ni siquiera los hijos de Rennala.

    La sonrisa cortés de Hubert flaqueó entonces al ver confirmada la información que había recibido, al saber que la vida traída por la Gracia fue la de un antiguo Caballero de Caria, como mínimo. Alguno que fue exiliado en su momento, otro desprovisto de Gracia ahora era traído de regreso por ella y estaba dispuesto, sin saberlo, a tomar la vida de la cabeza de su casa. Era un destino cruel, mucho más porque él aunque no recordaba su pasado, estaba claro que había servido a esta Academia antes de que los suyos fueran desterrados de las Tierras Intermedias y eso complicaba más todo el cuadro que se pintaba delante de él.

    Pues había sido Raya Lucaria quien había acabado con la familia real de Caria.

    Sedientos de conocimiento, ansiando volver a la Corriente Primordial.
     
    Última edición: 17 Diciembre 2025
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    Zireael

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    Those who fell from Grace [Elden Ring AU]
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    Fantasía
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    LET'S GOOOOOO se viene el segundo

    Feliz Navidad, yo qué sé (???) Uy, ya me acordé mientras acomodaba todo JAJAJAJA como estoy usando el sistema de arquetipos voy a ir variando los que use según me parezca conveniente en lo que ocurra en el capítulo de acuerdo a cada personaje. What I mean is, que aunque tengo algunos arquetipos que siempre asocio a ciertos personajes, hay otros que son variables.

    La letra de la canción que puse es de When the dark dresses lightly de Aurora

    Creo que eso es todo lo que tengo que decir previo al capítulo *inhales* a




    [​IMG]

    Guess I shouldn't have kept the knife in my heart for so long.
    Guess I shouldn't have held back when I needed you to know.

    .
    I just want to cry
    with you tonight.
    It's perfectly finе
    to grieve the hurt that's gonna diе.

    .
    All this fear, it's contagious.
    Now we're here, let our glasses overflow.
    Here's to us now, my dear,
    it took too long.


    II

    [​IMG]

    The Lover
    x
    The Sage

    IntimacyTruthfulness Loyalty


    | Cayden Dunn |
    | Hubert Mattsson |







    Salón de debate, Academia de Raya Lucaria, Liurnia de los Lagos


    —¡Tienes muy mal carácter! ¿Te lo dijeron alguna vez, perrito? —exclamó el Tiznado sacudiendo la sangre de su espada.

    El lobo rojo de Radagón había dejado de atacarlo, pero ambos caminaban formando un círculo, midiendo la fuerza y capacidades del otro. Ya habían intercambiado varios golpes, tanto mágicos como físicos, y la bestia había demostrado ser terriblemente ágil a pesar de su tamaño. Además, ¿cómo era posible que un animal utilizara hechicería de destelloja con semejante fluidez? Convocaba las espadas que se accionaban con el movimiento enemigo como si tuviera media vida leyendo libros en este botadero donde se encerraban los magos estos a jugar a la casita mientras el mundo se caía a pedazos afuera.

    ¿Tenían tanto tiempo libre que le enseñaban magia a los lobos, era eso? Al pobre animal, al menos, deberían haberlo dejado salir a pasear o algo en vez de tenerlo allí encerrado desde quién sabe cuándo. Era un ejemplar hermoso, su pelaje estaba teñido de los colores del fuego y era mucho más grande que otros que vagaban entre las tumbas de Liurnia. ¿Radagón lo había dejado aquí tirado igual que a Rennala, según le había dicho Miriel en la iglesia de los Votos? Vaya, el hombre de verdad era un asno. Para la gracia hubiese dejado aquí encerrado a un Señor del Alabastro y no tendría por qué estar peleando contra un lobo, ¿qué culpa tenía él de las decisiones de su dueño?

    Era molesto de todas formas, el animal tenía la fuerza e inteligencia para salir por su cuenta, como bien demostraba el hecho de que pudiese conjurar hechizos e incluso una espada, lo que significaba que estaba aquí siendo leal a un Señor que posiblemente jamás volvería por él. La bestia era un recuerdo permanente de la propia miseria de Rennala, de alguna manera, e incluso así Cayden habría preferido no tener que pelear contra un animal, mucho menos uno como este. La inteligencia en sus ojos era ciertamente perturbadora, casi humana.

    Conjuró una nueva hoja de destellita y el Tiznado la esquivó, pero la treta sirvió para que el lobo de Radagón se lanzara sobre él al mismo tiempo, arrojándolo con fuerza contra el suelo. Abrió las inmensas fauces y para evitar que lo triturara no pudo hacer otra cosa que encajar la espada de Caria en vertical. La punta del arma se hundió en las encías inferiores del animal, la empuñadura en el cielo de la boca y entonces el lobo retrocedió, enfurecido. Por un momento no fue más que un perro. Aulló de dolor y la sangre empapó el suelo mientras intentaba usar las patas para sacarse la espada del hocico. La distracción, aunque terriblemente cruel, sirvió para que Cayden pudiera utilizar la hechicería que había aprendido en su para nada agradable paseo por Caelid culpa de un maldito cofre teletransportador.

    Empuñó el báculo y al elevarlo, también se manifestaron tres grandes rocas cubiertas por un aura púrpura. Los proyectiles volaron hacia el lobo, impactando de lleno y haciéndole un daño considerable. El animal cayó y al mismo tiempo la espada que había bloqueado su mandíbula salió de su boca, rebotando contra el suelo. El Tiznado conjuró otra serie de rocas, pero el canino se levantó logrando esquivar el impacto de la última de ellas y se lanzó hacia arriba, conjurando la espada mágica. La refracción del hechizo disminuyó el tiempo de reacción del pelirrojo, que no pudo esquivar el golpe y prácticamente fue aplastado tanto por el lobo como por su arma. No tuvo tiempo para procesar el dolor que sentía en el cuerpo, rodó sobre su espalda, se incorporó y utilizó los frascos de lágrimas uno detrás del otro, forzándose a esquivar también las destellojas que silbaban en su dirección.

    —¿Radagón tenía el mismo mal carácter? —Se quejó al aire, retomando la ofensiva—. Todos los animales se parecen a su dueño… ¿O cómo era?

    El lobo seguía sangrando, de hecho el suelo del salón de debate estaba resbaloso ya de sangre mezclada, la del animal y la suya, y el combate estaba siendo cada vez más agresivo. Sin embargo, estaba cerca del final, justo como con Godrick. Entendía mejor cada movimiento de la bestia y podía esquivarlos con más fluidez, el problema era que no podría seguir conjurando hechizos mucho más tiempo. Cayden mapeó el espacio y logró ubicar dónde había quedado tirada la espada, aunque el problema era, por supuesto, cómo llegar a ella. Estaba cansado ya, el animal se movía mucho y demasiado rápido para su tamaño, pero faltaba muy poco.

    Tan poco que renunciar era imposible.

    Tomó la oportunidad para rodar entre las patas del animal, que pronto lo habría arrinconado contra una de las paredes si no lo hacía, y de esa manera pudo correr en dirección a su arma. Tuvo que esquivar una nueva serie de filos de destellita, pero pudo pescar su espada y entonces cuando el lobo se abalanzó sobre él nuevamente, blandió el arma cortándolo y haciéndolo retroceder. A pesar de ello, arremetió de inmediato y logró prensarlo con el hocico arrancándole un grito de dolor. Ambos forcejearon, el Tiznado por liberar su extremidad, el lobo por seguir probando su sangre. La resolución del conflicto llegó en el momento en que el animal presionó la mandíbula con más fuerza y Cayden alzó la espada y con una fuerza proporcional la encajó entre los dientes, quebrando varios de ellos y dejando la hoja peligrosamente cerca de su propio brazo. Hizo palanca con toda la fuerza que encontró y así, un hueso de la mandíbula del animal crujió, desmontándose.

    El dolor obligó al animal a retroceder y en ese momento el pelirrojo se impulsó hacia él, atravesándole el pecho con la espada. Apenas pudo retirarse antes de que el peso completo de la bestia cayera contra el piso, levantando el polvo y haciendo salpicar la sangre. El joven respiró con dificultad, se empinó el frasco rojizo que quedaba para frenar el daño en su brazo y se arrodilló junto al lobo que había demostrado ser un rival formidable. No habría querido hacer esto, pero era su vida la que estaba en juego; su propósito y la promesa con Melinda.

    Suspiró con pesadez y se limpió el rostro y las manos en la túnica antes de alcanzar el pelaje del animal. Era grueso, un pelaje doble que seguramente lo protegía de la lluvia y la humedad de los lagos de Liurnia. Vibraba en una mezcla de hebras rojas, anaranjadas y doradas, mientras que los ojos eran de un color muy similar al suyo… del tono de las hojas maduras del Terrárbol, un amarillo cálido, cercano al anaranjado, aunque ribeteado de rojo. Acarició al lobo con mimo, justo como hacía con Torrente o los lobos solitarios, y cerró sus ojos con cuidado. Los dedos de Cayden recorrieron con suavidad la gran nariz, le reajustaron la mandíbula desmontada y giraron cada anillo dorado que encontró en su pelaje. Acarició también sus orejas al darse cuenta de que tenía incrustaciones de piedras preciosas en ellas.

    —Lo siento, pero ya puedes descansar de la misión con la que fuiste dejado aquí —murmuró, peinando con cuidado las gruesas hebras—. Vuelve al Terrárbol y renace fuera de estas paredes.

    Sus dedos volvieron a tocar las orejas de la bestia con tal mimo que cualquiera habría pensado que no era más que un cachorro y pronto, con delicadeza, desprendió uno de los pendientes que tenía en una de ellas. Sin prisa se colocó él el objeto, seguía la lógica de una suerte de broche, de forma que pudo sujetarlo a los volantes laterales de la armadura que había encontrado en su recorrido por la academia. Repitió el proceso con uno de los anillos que envolvían mechones de pelo del lobo, el más pequeño que encontró, y luego de limpiarlo con la tela lo pasó por uno de los rizos de su propio cabello. El accesorio se mantuvo en su lugar, estirando un poco más el bucle y dejando un destello dorado entre la mata de cabello rebelde. El largo alcanzaba sus hombros y aunque quizás hubiese sido más inteligente cubrir su rostro, era algo vanidoso y le gustaba saber que al menos su cabello estaba cuidado y acicalado. Meterlo dentro de un yelmo desafiaba esa lógica.

    Estuvo por levantarse, pero afuera parecía que todavía nadie sabía que el lobo de Radagón había caído y necesitaba descansar un momento. Por ello en cuanto el sitio de Gracia se manifestó, se quedó allí todavía acariciando al animal y tarareando suave, muy suave, una melodía que no tenía idea de dónde o por qué recordaba. El salón de debate apestaba a sangre y él no sabía si había valido la pena.

    .
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    Entrada a la Gran Biblioteca, Academia de Raya Lucaria, Liurnia de los Lagos


    Se escuchaba el sonido del choque de espadas, el metal chillaba y se quejaba y el escudo de Moongrum había comenzado a mellarse. Una cosa era segura, el caballero no contaba con tener que enfrentarse a otro como él. Cayden también se había dado cuenta de la disonancia apenas un instante después de haber comenzado a luchar: los movimientos de espada que usaban y los hechizos eran idénticos. El hecho de que ambos llevaran la misma armadura, a excepción del yelmo que el Tiznado no se había colocado, tampoco los ayudaba a separar sus similitudes. La capa bífida seguía el movimiento de los dos, Moongrum y Cayden, quienes parecían un espejo del otro.

    —Los tuyos no tienen recuerdos —dijo el caballero, su voz sonó amortiguada por el yelmo y el esfuerzo—, pero ya lo sabes, ¿no? Se ve en tus ojos.

    —Cállate —ordenó el Tiznado, rechazando un ataque de su espada con la suya y devolviéndole un tajo que rebotó contra su armadura.

    —Sigues el camino que han trazado para ti los Dos Dedos… —empezó Moongrum y conjuró el rebanador cariano, alcanzando a Cayden con un potente filo de destellita. Acto seguido el caballero cortó distancia y dejó caer la espada con fuerza sobre su enemigo, quien rodó en el suelo para librarse del golpe—. Si continúas, Tiznado, estarás eligiendo matar a tu reina.

    —¡Te dije que te callaras!

    Desde el suelo conjuró un guijarro de destellita que golpeó de lleno a Moongrum en el rostro, obligándolo a retroceder, y al levantarse encontró la abertura para dar una estocada que ingresó justo por el cuello de la armadura. El ataque fue rastrero, nadie diría lo contrario, y el caballero se desplomó, ahogado por su propia sangre apilándose en su garganta cercenada. En medio de su agonía Cayden le arrebató su escudo y avanzó hacia el elevador, accionando su pieza central.

    El mecanismo comenzó a subir y en el ascenso el Tiznado vio el último respiro de Moongrum, pensando en sus palabras. Intentó recordar en vano, no había nada en su memoria más allá de su nombre, cómo blandir la espada y los hechizos que conocía. No había nada antes de haber abierto el pesado portón del cementerio, nada antes de Melinda y Beata, pero sólo ahora con las palabras del caballero era que aquello se volvía realmente angustiante. ¿Por qué los Tiznados existían como guerreros y nada más que eso? ¿Habían sido concebidos así, por la Gracia que se les otorgó alguna vez y luego se les arrebató? Para empuñar un arma sin saber por qué y responder al llamado del Anillo.

    Cuando el elevador se detuvo, Cayden reparó en la persona que estaba delante de la puerta que no debía ser otra que la de la Gran Biblioteca de Raya Lucaria. Un hechicero de aspecto joven, que sujetaba un báculo idéntico al suyo y estaba ataviado por las mismas túnica azul y rojo que el resto de académicos. Su cabello era negro, oscurísimo, pero sus facciones eran amables.

    —Ahora es cuando debes retroceder, Tiznado.

    El pelirrojo bufó y su siguiente movimiento fue tan repentino y tan extraño, que el hechicero a duras penas logró evitar un golpe potencialmente mortal. Tomó impulso girando sobre sí y usando el peso del escudo de Moongrum para alimentar la fuerza del impacto; dio vueltas una, dos, tres veces y le dejó ir el escudo. El metal voló con fuerza en dirección al mago y este tuvo que agacharse para evitar el impacto del metal al silbar sobre su cabeza, estrellándose contra la puerta de la biblioteca. Hubert alzó la mirada con genuino miedo, no por él en sí, si no por el nivel de su imprudencia.

    Era un guerrero, a fin de cuentas.

    Hoarah Loux habría quedado encantado.

    —Retrocede, no entres, no hagas esto ni hagas aquello. —Se mofó Cayden, desenvainando la espada—. Claro que esto es una escuela, ¡ninguno de ustedes ha parado de darme órdenes desde que entré, estoy harto! ¡Apártate de una vez!

    Además estaba fúrico, Hubert desconocía que el motivo eran las palabras de Moongrum, pero estaba visiblemente afectado. Presa de sus emociones, cuando quiso darse cuenta lo tuvo sobre él arrojando el primero de una serie de tajos que pudo esquivar sólo porque eran idénticos al arte de espada del caballero caído, sin embargo, que pudiera librarse de sus golpes sólo pareció sacarlo más de quicio. El Tiznado arrojó un arco de destellita que lo golpeó, desbalanceándolo, y dado que estaban peleando a poquísima distancia, Hubert no pudo hacer más que conjurar la Maza de Haima para quitárselo de encima.

    El martillo mágico golpeó el cuerpo ajeno con violencia y Cayden escupió sangre cuando pudo escapar de su peso. Puso distancia, cambiando de estrategia, pero eso sólo le dio tiempo al hechicero de actuar. Conjuró un cometa de destellita tras otro, obligándolo a centrarse en esquivar en vez de atacar, aunque no hacía más que avivar su molestia como si no fuera poca. Eso sin dejar de lado que Hubert conjuraba a una velocidad estrepitosa, era casi ridículo, cada hechizo salía del báculo prácticamente sin pausa y le dejaba un margen de acción ínfimo. Existía, eso era innegable, pero la ventana de acción se amplió cuando lo vio tener que recurrir a un frasco de lágrimas y fue cuando cortó distancia de nuevo. Lo hizo con rapidez y en lugar de atacar fuese con acero o con magia, lo que hizo fue usar el peso del cuerpo y golpear al hechicero en dirección al elevador.

    Casi de inmediato arrojó un tajo y así comenzó un nuevo intercambio de golpes, acero y destellita. Lo siguiente ocurrió de forma extraña, en el conflicto pisaron el botón del elevador, pero salieron de él y entonces fue cuando Cayden lo aprovechó como si lo hubiese tenido preparado. Se coló entre un par de los cometas de destellita y empujó al hombre hacia el vacío del ascensor. La mueca de terror en el rostro del moreno fue genuina, Cayden la notó formarse en el instante en que su pie no encontró un suelo en el que apoyarse y su cuerpo se precipitó hacia abajo rápidamente, golpeando el suelo del ascensor en el fondo.

    —Parece que un Tiznado sí que retrocedió —dijo el pelirrojo al aire, respirando con dificultad.

    Por unos minutos no hizo más que recuperar el aliento, hasta que por fin se acercó a las grandes puertas de la biblioteca y las empujó. La sala era inmensa, de allí su nombre, Gran Biblioteca. El techo era altísimo y estaba sostenido por gruesos pilares alrededor de los cuales se encontraban cientos de libros polvorientos. Desde la puerta hasta el centro del espacio corría una gran alfombra que estaba adornaba por candelabros que se suponía debían dar luz, pero así como los que colgaban del tengo, enormes, estaban apagados como si hace mucho nadie entrara allí… Algo que ponía en duda, en vistas de la fiereza con que el caballero y el mago habían defendido el ingreso a este claustro.

    El Tiznado avanzó en la penumbra mirando hacia arriba, maravillado con la instancia, pero entonces sintió un tirón en los volantes de la armadura y bajó la vista sólo para dar con el rostro de un joven académico que lo sujetaba desde el suelo. Su mirada lucía desconectada, ajena a cualquier cosa a su alrededor, y había algo inquietante en el hecho de que estuviera en el piso en vez de estar de pie. Fue en ese momento en que voces y risas comenzaron a rebotar en las paredes de la biblioteca, generando una tenebrosa cacofonía que hacía eco a su alrededor. Uno a uno, los candelabros en las manos de los jóvenes empezaron a iluminarse y poco después levantaron la vista, obligándolo a hacer lo mismo. Rennala, ataviada en la túnica de la academia y en una suerte de cuna, descendía arrullando a lo que parecía una especie de huevo de ámbar. La mujer era hermosa, pudo notarlo al detallar sus facciones y al reparar en el cabello negro que asomaba bajo la corona de luna cresciente, pero era obvio que estaba perdida. Siquiera lo había determinado.

    —Silencio, pequeña paloma. —La escuchó decir, acariciando el huevo de ámbar—. Pronto los haré nacer otra vez, serán pequeños frescos y nuevos…

    La mujer estaba cubierta por una especie de escudo dorado o de tono más bien ambarino, y aunque ella no reaccionó, sí que lo hicieron los renacidos a su alrededor. Libros comenzaron a volar hacia él, uno de ellos los golpeó de lleno, distraído como estaba en la melodía que se escuchaba y la cual intentaba ubicar en aquella sala. Resultó ser uno de los jóvenes académicos, entonaba una canción que parecía ser lo que creaba el escudo que protegía a la reina de la Luna Llena, de forma que el combate pasó a ser uno de desgaste. Había que encontrar al que cantaba, acabarlo y repetir el proceso hasta que, por un breve instante, Rennala caía al suelo.

    Sigues el camino que han trazado para ti los Dos Dedos, había dicho el caballero.

    Cayden empuñó la espada con manos temblorosas y golpeó una vez más a la mujer que ni siquiera se defendió. Ya de por sí dudaba cada vez que debía matar a uno de esos niños, frágiles, que volvían a renacer casi de inmediato, pero lo que aquel hombre había dicho debajo de la armadura estaba haciendo mella en su mente. ¿Por qué? ¿Era realmente tan importante? Algo en el centro de su pecho punzaba, había comenzado a doler desde que vio a la mujer arrullando aquel huevo como si fuese un niño, incapaz de nada más. ¿Era esto lo que quedaba de una campeona como ella?

    Si continúas, Tiznado, estarás eligiendo matar a tu reina.

    Alzó la espada una vez más y atravesó el pecho de la reina, retrocediendo de inmediato. La mujer todavía poseía fuerzas, pero las usó para intentar arrastrarse en dirección al huevo de ámbar que yacía más allá, fuera del calor de sus brazos. Cayden observó la escena confuso y dolido, empuñando el filo cariano en su mano todavía temblorosa y pasó saliva con dificultad. No se sentía correcto, no se parecía en nada a cuando había luchado contra Godrick, a sabiendas de que si lo dejaba con vida los injertos continuarían. Aquí incluso… Si los renacimientos de Rennala no se detenían, ¿por qué se sentía tan mal?

    —Mis amores —dijo la reina, usando los brazos para mover el resto de su cuerpo—. No tengan miedo, los abrazaré. Paciencia. Renacerán incontables veces, por y para siempre.

    Si continúas, Tiznado, estarás eligiendo matar a tu reina.

    Una bruma oscura empezó a elevarse del centro de la biblioteca y Cayden retrocedió un paso, angustiado. La neblina ascendió y se extendió, formando una especie de nube oscura que comenzó a tragarse la instancia, engulléndola lentamente. Consigo parecía tomar el aire del espacio, porque al pelirrojo de pronto le costaba respirar, incapaz de entender lo que pasaba.

    —Juro por mi nombre, Beatrix la Bruja, que no debes perturbar el sueño de Madre. —Una voz distinta se alzó, amenazadora a pesar de su suavidad, y allí donde la niebla había tomado lugar, comenzó a surgir una figura cerúlea que correspondía con la silueta de Rennala—. Nefasto intruso. Envía un mensaje a lo largo y ancho sobre la última reina de Caria, Rennala de la Luna Llena, y la majestuosidad de la noche que conjuró.

    No tenía idea de cómo o cuándo, pero de pronto el Tiznado estuvo en un lago iluminado por la luna llena, uno del que era imposible vislumbrar su fin, y en su centro o lo que debía serlo, estaba Rennala, de pie, sujetando el cetro real de Caria en cuyo final brillaba una destellita de un color puro que imitaba a una luna. Era la reina en toda su gloria, pero… ¿Dónde había quedado la mujer cuyo corazón había sido destrozado por Radagón? No tenía idea.

    Estaba enfrentando a una verdadera campeona.

    Hechizos de destellita surgían del báculo formando una lluvia insistente de magia que obligó a Cayden a abandonar el uso de sus propios hechizos o al menos parte de ellos, en una apertura entre las conjuraciones empuñó un arma distinta a la espada cariana y utilizó un sello para imbuirla de magia. Así, se lanzó contra Rennala cortando tanta distancia como le fue posible y en el espacio entre los esquives de magia, atacaba a la mujer esperando conectar al menos un ataque. Sin embargo, cuando la reina conjuró su luna llena, en el momento en que el satélite golpeó el suelo estalló y el pelirrojo se fue al suelo, lo que le dio a la hechicera la posibilidad de comenzar a invocar espíritus. Un caballero sabueso, un troll, incluso un dragón. Todas invocaciones que lo obligaron a distraerse y gastar los pocos recursos que le quedaban, pues ya había usado bastantes energías contra los dos que habían intentado detenerlo.

    —Necio. —Se oyó la voz de Beatrix de nuevo—. Atentaste contra el protector de Madre y ahora te resistes a su poder. Si sobrevives, lleva también la noticia de cómo tu raza continúa obedeciendo a ellos. A los Dedos.

    El dragón acababa de desvanecerse cuando Cayden logró retomar la ofensiva contra Rennala, habiendo imbuido la espada nuevamente, y en la nueva batalla de desgaste que ahora libraba contra la ilusión de Beatrix, comenzó a recuperar terreno con velocidad. A pesar de ello, el último tajo que arrojó fue tembloroso y aunque la reina cayó, en el momento en que el Tiznado levantó la espada de nuevo, dudó de forma visible. Sus manos fueron incapaces de ejecutar a la mujer y eso permitió una ventana de tiempo en la que las puertas de la biblioteca se abrieron nuevamente.

    —Pequeña Bea, mi querida hija… Teje para formar la noche.

    Cayden estaba girándose, incapaz de discernir si aquellas palabras eran de la Rennala verdadera o de la ilusión invocada por la Princesa Lunar ya que la noche no se había desvanecido del todo, cuando recibió el impacto, violento, de un proyectil de destellita y esta vez fue él quien cayó al suelo absolutamente desorientado. El ataque fue tal que quedó mareado y cuando intentó reincorporarse, le encajaron un golpe en el costado que lo apartó a la fuerza de la reina de la Luna Llena que yacía en el suelo, aferrada de nuevo al huevo de ámbar. El pelirrojo se quejó de forma audible e intentó buscar la espada que se le había resbalado de las manos, pero fue inútil. No pudo hacer más que rodar sobre sí y al mirar a su agresor encontró al mago de cabello negro con la sangre goteando por un costado de la cabeza. Su mirada estaba desorbitada.

    —No dejaré que pongas tus manos sobre la reina de Caria una vez más —advirtió, apuntando la piedra refulgente contra su rostro. La luz azulada le arrancaba destellos fríos a sus ojos que lo miraban con severidad desde arriba, a pesar de que lucía a punto de perder la conciencia—. Combates sin honor alguno, apuñalando a caballeros en las grietas de la armadura y arrojando a personas por elevadores. No te daremos más oportunidades, si insistes, esta sala será testigo de tu último aliento.

    —Dame un descanso —lloriqueó, dejando caer la cabeza en el suelo—. Puedo arrojarte por el ascensor, pero esto… No puedo matar a esta mujer. Ya lo sabes, ¿no? Su única preocupación es ese maldito huevo y estos infelices que renacen sin parar, pero son frágiles como el papel, imperfectos e inútiles, se mueren si les respiras encima. Ahora… peleaba contra una ilusión suya, de la campeona que era. Una mímica, nada más, y fue esa mímica y sólo esa mímica la que llamó a su hija. Beatrix, la Princesa Lunar, ¿no? Sus hermanos son Walthar… y Daniil.

    >>No puedo matar a una madre que ha olvidado a sus hijos, no puedo. Su Majestad y tú, mago, pueden quedarse esa maldita Runa Mayor y hacer con ella lo que más les plazca. Yo no puedo hacer esto. —Al escucharlo decir eso, Hubert se dio cuenta de que el Tiznado estaba llorando y que de su actitud irreverente no quedaba mucho… Se había referido a ella como Majestad, como hacía Moongrum—. No puedo matarla. He tenido suficiente con matar al perro del imbécil de Radagón, ¿cómo voy a matar también a la mujer que dejó enloquecida de dolor? ¿A la madre de una niña que quizás sólo quisiera volver a escucharla llamar a su nombre? Es demasiado. Es demasiado para cualquier alma.

    Y perdió la conciencia.

    Para cuando comenzó a recuperarla sus heridas estaban siendo atendidas por el hechicero, cuyo tacto era cuidadoso y constante. No se incorporó de inmediato, aturdido como se sentía, permaneció en el suelo de la biblioteca y le costó un poco lograr abrir los ojos. Al hacerlo notó que el mago estaba colocando de regreso el pendiente del lobo de Radagón y luego notó sus manos acercarse para reajustar el anillo de oro que descansaba entre su cabello, el que también había tomado de la bestia. En ese momento fue que se dio cuenta que el Tiznado estaba despierto, así que retrocedió y se quedó arrodillado a su lado. Más allá estaba Rennala sentada en la cuna, arrullando el huevo de ámbar otra vez.

    —Ha sido la reina quien solicitó clemencia por tus actos —le dijo en voz baja—. Es el único motivo por el que sigues con vida.

    —No creo que pueda decir más que algunas palabras, así que tendrás que esforzarte más, empollón —replicó Cayden, hostil, y oyó al hombre suspirar mientras giraba sobre su costado para empezar a incorporarse.

    —Le ofreció renacer a tu cuerpo inconsciente —corrigió entonces el moreno—. Una oferta como esa no llega todos los días, has visto que muchos son obligados a renacer sin más aunque te encargaste de que no quedara ninguno de ellos.

    —No se me apetece perder la memoria otra vez, si te soy sincero. —El pelirrojo tosió y arrugó las facciones al ver que tenía las manos cubiertas de polvo—. Si tanto te importa Rennala, limpia este lugar, tiene polvo desde que Marika ascendió a la divinidad…

    La queja permaneció en el aire, pero el hechicero no tardó en entender por qué. Había pretendido llamarlo de alguna manera, pero era claro que carecía de información para hacerlo. Eso de lado, era bastante quejumbroso, aunque se notaba que de alguna forma era para evitar lidiar con lo que ocurría en realidad. Incluso si era una queja sin fundamento o eso parecía, el mago arrugó las facciones, algo ofendido por la insinuación de que era descuidado y sucio.

    —Hubert.

    —¿Ah?

    —Me llamo Hubert.

    —Ya. Yo soy Cayden. —Se le escuchaba respirar con dificultad y de pronto estornudó, afectado de verdad por el polvo de la biblioteca. El mago sintió algo de pena genuina por él—. Eres un Tiznado también, ¿cierto? Otras personas… Kenneth Haight, en Limgrave, sus ojos tienen un color dorado frío, obtenido por haber nacido por la Gracia del Terrárbol. Tus ojos son negros.

    —Y los tuyos poseen el color el color del fuego, podría confundirse, pero tampoco naciste en estas tierras —contestó Hubert mientras se incorporaba, a pesar de que él sabía con anticipación de su origen más allá de la niebla—. Corren rumores sobre ti, de todas formas. Posees el núcleo de anclaje, ¿no es así, Cayden?

    —¿El qué?

    Hubert suspiró una vez más.

    —La Runa Mayor de Godrick, se trata de la parte central del Anillo de Elden, donde todas las demás deben unirse.

    Cayden guardó silencio, se sacudió el polvo de las manos y se quedó sentado en el suelo. Allí el mago se dio cuenta en realidad de lo cauteloso que era, cualquier otro habría alardeado sin parar sobre cómo luego de haber recuperado la primera Runa Mayor iría por las siguientes y se convertiría en Señor, pero este Tiznado, con todo y su pedantería, no pareció tener intención de hacer nada de eso. Su silencio fue casi incómodo y estuvo a punto de decirle que no tenía que responderle si no quería.

    —Lo tengo —confirmó en un murmuro entonces—, pero tú… ¿Qué haces aquí? ¿Ves la Gracia todavía?

    —La veo.

    —¿Entonces por qu-

    —Sorteé a Godrick y seguí la Gracia a través de las montañas hasta Liurnia, pero al llegar aquí tampoco fui capaz —contestó antes de que terminara de formular la pregunta—. No fui capaz de seguir el camino trazado por los Dos Dedos si eso significaba asesinar a sangre fría a una mujer que era incapaz de pensar en sus hijos debido a su corazón hecho pedazos.

    No eran diferentes el uno del otro.
     
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