Self-insert .There Goes the Summer.

Noche (I)

La pesada puerta de la habitación se abrió sin el más mínimo reparo, emitiendo un inusual chirrido hasta que la perilla que le adornaba golpeó contra la pared y se detuvo. Si el ruido no había sido suficiente para despertarme, el de los pasos y siluetas penetrando la estancia me hicieron brincar y poner los sentidos más alerta. No, no me levanté por completo del catre, pero entre mi falta de noción intenté ajustar la visión e incorporarme, aunque les confieso no fue tarea sencilla; los objetos del lugar se mimetizaban en la penumbra, y la luz fría que irrumpió por el vano luchaba por aturdirme.

– ¿Qué sucede? –Pregunté distante, desconociendo si los usurpadores eran habitantes de la casa.

–Papá se ha puesto mal. –Respondió la voz quebrada quién logré tantear era mi tía. Ella buscaba entre las bolsas que ocupaban la cama contigua a la mía. Al no compartir cuarto con nadie, habría espacio suficiente para que yo guardase allí todas las pertenencias de mi papá. –Iremos a verlo ahora. –Terminó de poner unas camisas de franela en una mochila, y se retiró de la misma manera en la que había ingresado: sin mirarme a la cara.

Papá se ha puesto mal. Papá se ha puesto mal. MAL.

Dudo que en el momento haya entendido la gravedad de esas palabras, pero mis piernas siguieron a la mujer escaleras abajo hasta que, en el borde del último contrapaso, supe con amargura que esto era la realidad. Mi presente.

–Voy contigo. –Nunca en toda mi vida había sonado con más convicción. Ella lo notó en mi voz, pero no en mi lenguaje corporal.

–No, tú te quedas… tu tío también está en camino. –Tomó las llaves que descansaban sobre el mueble de la televisión y las guardó en el bolsillo más pequeño del macuto que se llevaría consigo. –Necesito que acompañes a las niñas. –Se volvió a mí casi suplicándolo, y luego se fue.


Cerré la puerta tras de mí, apoyando la espalda en el acto. Al no moverme del lugar, me percaté del frío que pretendía entumecer mis pies; todo ese tiempo había estado descalza. Emití un suspiro, y dejé, nuevamente, que mi ser se envolviera en la oscuridad de la habitación.

Con un segundo suspiro fue imposible contener el llanto, y cubriéndome la boca para acallar los sollozos y gemidos, marché hasta la cama, donde pude recostarme. Sentía como mi cuerpo, parte a parte, cedía ante la tristeza, el dolor y la impotencia. Toda mi coraza, mi fuerza era horada por la aspereza de mis lágrimas.

Las lágrimas parecían no tener fin, y aquella noche tampoco.