El Señor de los Anillos The Fate of the Valar (Legolas) | Libro I

Tema en 'Fanfics sobre Libros' iniciado por mgstories, 30 Marzo 2021.

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    Título:
    The Fate of the Valar (Legolas) | Libro I
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    59147
    The Fate of the Valar

    La comunidad del anillo




    Prólogo

    Parte I: Valyanna, “la Gracia de los Valar”

    En el principio, era solo Eru Ilúvatar, quien con su pensamiento dio existencia a aquellos que fueron enviados a Arda para preparar la llegada de los hijos de Ilúvatar, los elfos y los hombres. Estos seres fueron “Los poderes”, en quenya: Valar. Adoptaron formas físicas, parecidas a las de los hombres y elfos que lograron distinguir en la visión de Ilúvatar.

    Eran catorce los Valar y Valier, siete masculinos y siete femeninos. Dentro de ellos se encontraba Yavanna, la Dadora de frutos. Con su poder, fue capaz de crear los animales y las plantas. Creó también los Dos Árboles de Valinor, la tierra que los Valar habían escogido por hogar, cuya luz iluminaba cada rincón de esta y eran amados por los Valar. La más venerada después de Varda, la Reina de las estrellas. Su esposo era Aüle, el Herrero. Creador de los enanos, el que le dio forma Arda, forjador de gemas. Juntos dominaban la materia viva e inerte.

    Pero cuando los elfos despertaron durante la Primera Edad de la Edad de los Árboles, y fueron llevados a Valinor, fueron acogidos por los Valar como sus protectores, recordando que eran los hijos de Ilúvatar. Por su parte, Yavanna y Aüle, al ser creadores por naturaleza propia, quedaron maravillados con la idea de crear este tipo de vida. Previamente, Aüle ya le había dado forma a unos seres a los que se les conoció como los enanos, pero los Valar no eran capaces de crear vida, solamente Ilúvatar podía hacerlo. Y aunque Ilúvatar, al ver el amor que Aüle tenía por sus creaciones, no los había considerado dentro de su visión, decidió adoptarlos por hijos, y así darle vida a dicha creación. Por su parte, Yavanna creó a los seres Ents, para que cuidaran a sus creaciones más indefensas: las plantas, los árboles, los bosques. Era lo más cercano que tenían al verdadero deseo que Yavanna y Aüle tenían, pero seguía sin serlo.

    Era bien sabido que los Valar no podían procrear descendientes de ellos mismos. Y esta era la maldición de atormentaba a Yavanna y Aüle, cuyo poder les permitía crear lo que fuera, menos lo que su corazón anhelaba. Y por ello, Ilúvatar se compadeció.

    Tras la Primera Edad de la Edad de los Árboles, Yavanna dio a luz a la única descendiente que verían los Valar, con el permiso de Ilúvatar. Su nacimiento fue la alegría y emoción de todos los Valar, Maiar y elfos. Y aunque, si bien era hija directa de Yavanna y Aüle, los Valar la tomaron como su descendiente. Manwë, el más poderoso de los Valar, la bautizó en nombre de todos como Valyanna, “la gracia de los Valar”. Sus cabellos eran de un blanco dorado, sus ojos como dos gemas plateadas, y su belleza digna de su raza. Y su poder, incomparable. Había heredado el poder de su madre de crear y sanar la materia viva más vulnerable, y la habilidad de su padre de crear objetos únicos y poderosos. Era capaz de controlar y destruir objetos que carecieran de poder o distinción, y de entender el lenguaje de los animales y plantas.

    Sin embargo, el poder de los Valar tenía voluntad propia. Al ser seres del bien, el poder de los Valar se usaba únicamente para el bien, lo que hacía que su poder fuera incapaz, cada vez más, de inclinarse al mal. Por ello, debían de instruir a Valyanna, para que la voluntad de su poder no se tentara a ser usado para controlarlo todo, sino para ayudar.

    La desgracia, entonces, sucedió a los 300 años valianos (2,880 años sol) de Lyanna, como le decía su madre de cariño, durante una fiesta que se celebraba en Valinor. Al ser una Valier, un ser eterno, Lyanna aún era pequeña. Su poder no había sido usado, su cuerpo físico aún no desarrollaba bien el habla, y su mente aún era tierna. Era un bebé. Yavanna y Aüle habían asistido a la fiesta, y habían dejado a su hija en su hogar, custodiada por muchísimos elfos y maiar ante cualquier amenaza.

    Melkor, el décimo quinto Valar cuyo poder se inclinó al mal y lo arrastró a la oscuridad, había sido atrapado al inicio de la Edad de los Árboles, con el fin de proteger a los elfos de él. Manwë lo dejó libre cuando cumplió su sentencia, tres edades, y al creer que las palabras de arrepentimiento de Melkor le habían hecho cambiar por completo, regresando al bien. Manwë era un ser incorruptible, no comprendía el mal, y por eso le creyó. Pero Melkor jamás dejó de ser el mal. Después de inculcar el deseo de poder entre los elfos Noldor, especialmente Fëanor, creador de los Silmarils, los Valar se dieron cuenta de sus intenciones y buscaron retenerlo de nuevo. Pero este había huido. Por lo que la amenaza que en mucho tiempo no se conoció en Valinor, ahora mantenía alerta a todos.

    El día de la fiesta, la guardia se bajó. Y Melkor aprovechó. Se alió con Ungoliant, uno de los maia corrompidos por el mismo Melkor, e inyectando de su veneno a los Dos Árboles de Yavanna, los mató. Su luz se apagó, dejando a oscuras Valinor y alertándolos a todos. Los Valar y los elfos más importantes corrieron hasta los árboles, mientras Melkor iba hasta la ciudad de Formenos y robaba las joyas más importantes jamás creadas, los Silmarils. A su vez, mató a Finwë, rey supremo de los Noldor y, como la mayor desgracia, secuestró a Valyanna.

    Como la descendiente de los Valar y apenas empezando a vivir, Melkor sabía que si lograba corromper su poder, ni siquiera los Valar podrían detenerlo, pues el poder de Lyanna habría de ser maldad desde su comienzo.

    La tristeza e ira llevó a los Valar a querer ir tras Melkor, especialmente Aüle y Yavanna, pero Manwë, tras interpretar el mensaje de Ilúvatar, lo negó.

    - Que la ira de nuestros corazones no doblegue la voluntad de nuestro poder. ¡Quién sabe la destrucción que causaríamos si se vuelve incontrolable! - les advirtió Manwë – no es nuestro turno de actuar. Aquí comienza el destino de Valyanna. Como Vala, su misión era desconocida para mí. Arda está creada, los elfos ya han despertado, los hombres y enanos también. Valyanna nació después de que la misión del Vala concluyera, ¿a qué vino el mundo, entonces? Eso es lo que comenzará a saberse hoy.

    - Pero Melkor corromperá su poder desde el primer día que lo desarrolle – exclamó Varda – Su maldad será todavía más grande que la de Melkor, podría poner en riesgo todo lo que hemos creado y cuidado.

    - Ilúvatar ha previsto y permitido este destino, querida – le respondió Manwë – debemos recordar que la gracia de los Valar no es sólo su nombre – señaló – sino una voluntad misma, también.



    Parte II: Morgoth

    Fëanor, hijo de Finwë, decidió ir tras Melkor, ahora llamado Morgoth por los Noldor, y vengar la muerte de su padre. Él y muchos elfos más partieron a la Tierra Media con el fin de darle muerte a Morgoth.

    En la fortaleza de Angband, al norte de Beleriand, Morgoth estableció su ciudadela. Ahí, encerró en una de las torres a Lyanna. Al ser aún pequeña, Morgoth cuidó de ella. No empezaría a corromper su poder hasta que ella pudiera dominarlo. Pero para eso, él debía de tener un plan.

    - Capturarla no fue muy difícil – le explicó Morgoth a su más leal sirviente, Sauron – lo cual es raro. Pero su poder… es demasiado grande – su mirada estaba perdida en sus pensamientos - No creo que los Valar no hagan nada para intentar rescatarla, pero se han demorado ya varios meses en venir.

    - No les conviene utilizar su poder para la fuerza – exclamó Sauron, con una voz profunda y varonil – pues fácil se corrompería. Se les llenaría la voluntad de ansias del control y fracasarían en su misión. Desde luego que no han de venir por ella, su plan debe ser algo más grande – ambos libraban una guerra en sus pensamientos por intentar descifrar el plan que habían decidido ejecutar los Valar.

    Sauron era el más poderoso de los Maiar que bajaron a Arda, poseía una enorme sabiduría y podía persuadir a cualquiera que no fuera precavido al escucharlo hablar. Su belleza era única, y era mucho menos temperamental que Morgoth

    - Tiene que ver con ella – descifró Sauron – De ser un ser indefenso, los Valar habrían venido por ella o enviado un ejército digno de hacerte frente – Morgoth lo escuchaba con atención – pero no lo han hecho, y no parece que vayan a actuar con guerra. Lo que me hace pensar que a lo mejor ella es suficientemente poderosa como para resistir el mal – Morgoth hizo una mueca

    - Pero nuestro poder es fácil de corromper, solo hay que mostrarle de lo que somos capaces y él mismo cobrara autocontrol – al haber dicho eso, Morgoth lo entendió – a menos que ellos la hayan bautizado… ¡Malditos imbéciles! – exclamó – tiene sentido, no solo posee un poder vulnerable, le han bautizado con la llama de los Valar – Se detuvo a pensar lo que debía hacer – hay que quitarle su poder – Sauron cerró los ojos, sabiendo que esa no era la respuesta efectiva – Sí, hay que quitárselo por la fuerza

    - Correrás el riesgo de matarla – habló Sauron, con calma – no sabes si se le puede despojar a alguien de sus poderes, y si la matas, ¿cómo conseguirás ese poder? – Sauron le miró, tratando de hacerle entrar en razón – no va a ceder a la oscuridad a menos que lo haga por voluntad propia. Incluso la llama de los Valar puede caer si su corazón así lo desea – Morgoth parecía comprender

    - Hay que engañarla – se le iluminaron los ojos – sí, pero su poder igualmente debe explotarse. Es un ser del bien, no va a querer buscar la guerra por voluntad propia, de eso se aseguraron los Valar al depositar en ella esa llama – se frotó la barbilla, pensante – sí, hay que engañarla, pero hay que obligarla a usar su poder para nuestro servicio – una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro – tú serás quien la persuada. Te harás pasar por su amigo, deja que confíe en ti. No debe saber jamás de la magnitud de su poder, correríamos el riesgo de que lo desate contra nosotros. Hazle creer que estás de su lado, y convéncela de cederte su poder. Me parece casi imposible que decida unirse a mí por voluntad propia, pero si decide unirse a ti, creyendo que usarás su poder para el bien… podríamos ganar – Morgoth rio, Sauron sonrió de forma triunfante – Será más fácil si nunca sale de la torre. No hablará con nadie, no le des ningún escrito del exterior. Debemos aislarla, de modo que no sepa la magnitud de su poder, y que lo único que reina es el mal. Hazla creer que eres el único ser de bien. Logra este objetivo, y la Tierra Media será nuestra

    Y así fue como la vida de Lyanna se convirtió en una tortura durante miles de años. No hablaba con absolutamente nadie más de Sauron, a quien ella le consideraba su amigo y confiaba con todo su corazón. Día tras días era llevada frente a Morgoth para ser sometida a castigos si no cumplía lo que él decía, pero siempre se trataba de dañar a un ser indefenso, todo lo que ella aborrecía. La mayoría de las veces era obligada a usar su poder para torturar a alguien más indefenso que ella. A veces eran animales, otras veces elfos. La obligaba a crear armas para su ejército, armas poderosas que le dieran a sus orcos mayor ventaja sobre sus oponentes. Todos y cada uno de sus días fue torturada por Morgoth.

    Pero al caer la noche, siempre recibía la visita de Sauron, a quien ella conocía por nombre Mairon, pues era el nombre que recibía cuando era aún bueno y seguidor de Aüle, y que significaba “el Admirable”. Sauron le decía a Lyanna que él era un prisionero de Morgoth también. Que no sabía por qué quería su poder, pero que deseaba quitárselo. Sauron había tratado por todos esos años de convencer a Lyanna de cederle su poder y así acabar con Morgoth, y Lyanna estaba convencida de dárselo, pero no sabía cómo.

    A pesar de ser el ser más poderoso en el mundo, junto con Morgoth, Lyanna no lo sabía. Sabía que era una Vala, por Sauron, pero no sabía qué era un Vala. Tampoco sabía nada de Arda, ni de la Tierra Media. No sabía dónde estaba, ni cómo había llegado ahí, y Sauron, supuestamente, tampoco lo sabía. Todas estas dudas hacían que Lyanna fuera inocente de pensamiento y pura de corazón, pues esa era su naturaleza. No entendía de dónde provenía su poder, y por qué odiaba tanto lastimar seres indefensos o crear objetos que destruyeran. No sabía nada.

    Por ello, se enamoró profundamente de Sauron. Después de sufrir torturas durante el día, Sauron siempre llegaba a su habitación y la consolaba. La trataba con delicadeza y nunca buscaba ni herirla físicamente, ni sentimentalmente. Era un caballero, y Lyanna soñaba con el día en que ambos huyeran de ahí, para vivir únicamente los dos.

    Morgoth sabía esto, y estaba orgulloso de Sauron. Él había planeado que Lyanna lo considerara su amigo, pero que se enamorara de él había venido por sorpresa, y una muy buena. Sin embargo, Morgoth no contaba con que el corazón de Sauron también empezara a latir por la Valië. Aunque Sauron veía, por encima de todo, su belleza y codiciara con locura su poder, había un encanto en Lyanna imposible de ignorar. La deseaba para él, quería que ella se uniera a él.

    Morgoth, entonces, le dio a Sauron uno de los Silmarils, para que se lo entregara a Lyanna como obsequio de su parte. Lyanna, ante semejante regalo, le confesó su amor a Sauron y decidió seguirlo a donde fuera que el destino los llevara.

    Como parte del plan, Morgoth le quitó el Silmaril a Lyanna, recuperándolo. Pero Lyanna nunca sabría aquello. Para ella, había sido un regalo del amor de Sauron.



    Parte III: La Dama de Mordor

    Sucedió entonces que, al final de la Primera Edad, Eärendil viajó hasta Valinor a pedir perdón a los Valar en nombre de los elfos y buscar su ayuda para derrotar a Morgoth. Los Valar escucharon, y mandaron un ejército enorme a la Tierra Media, pero ninguno de los Valar marchó en ese ejército. Se libró en las afueras de Angband la Guerra de la Cólera, donde participaron balrogs, dragones, orcos, elfos Noldor, Síndar, maiar de alto rango como Eönwë y Sauron. Pero al final, la batalla para el mal estaba perdida. Los pocos balrogs sobrevivientes huyeron, los dragones fueron aniquilados en su mayoría, la tierra de Beleriand se empezó a hundir en el mar por la furia de la guerra y Sauron entendió que el fin estaba cerca.

    Dejó la batalla y corrió hasta su amo, quien le dijo que tomara a Lyanna y se la llevara a un lugar donde no los pudieran encontrar. Que después les alcanzaría. Sauron obedeció y convenció a Lyanna que huestes aún peores que el mal de Morgoth venían por ella, por su poder. Fue entonces cuando Lyanna entendió que su poder era más grande de lo que ella pensaba, como para que se hubiese librado una guerra solo por este. Escapó con Sauron hacia el este, y fue testigo de cómo la tierra que dejaba atrás iba hundiéndose poco a poco. Al poco tiempo, Sauron entendió que su señor había sido capturado por los Valar, y que ahora, el heraldo de Manwë, Eönwë, buscaba a Lyanna para regresarla a Valinor.

    Así empezó la Segunda Edad del Sol. Sauron huyó con ella hacia el sur, donde fueron emboscados por las huestes sobrevivientes de Morgoth, y fingió ser capturado por sus mismos hombres, siendo así llevados hacia Mordor. Aquí, Sauron encerró a Lyanna, y dejó de visitarla constantemente, pues con la caída de Morgoth, yacía en sus manos el destino de continuar con su misión. Lyanna creía que seguía bajo el dominio de Morgoth, pero ya nunca más lo vio. Al contrario, la torturaban únicamente los orcos, y muchas veces pudo utilizar su poder para eliminarlos y buscar huir, pero siempre era detenida por una figura oscura en armadura al que ella nunca había visto. Al intentar usar su poder, se daba cuenta que por más que quisiera dañarle, no lograba controlarlo. Se dio cuenta, con el tiempo, que su poder ya no la escuchaba. Lo único para lo que respondía era para hacer el mal, aunque fuera lo último que deseara hacer.

    Sauron, por otro lado, odiaba herir a Lyanna, pero sabía que era necesario ahora más que nunca obtener su poder. Muy pocas veces iba a verla, pues pasaba estudiando a las demás razas de la Tierra Media y preparar el plan para acabar con ellas. Ahora que Lyanna y él se habían declarado su amor, Sauron estaba seguro de que adonde fuera él, Lyanna lo seguiría. Le propuso matrimonio y, en secreto, le dio el título de “La dama de Mordor”, como la futura reina de la Tierra Media. Él mismo se encargó de entrenarla para batalla. Él la instruyó con los mapas de Arda, especialmente la Tierra Media. Él le enseño el arte de la persuasión.

    Al cabo de un tiempo, Sauron decidió engañar a los elfos e infiltrarse, con una forma bella, entre ellos para persuadirlos e inclinarlos al mal. De todos lados fue rechazado, menos de Eregion, donde aprovechó al máximo sus habilidades aprendidas con Aüle y proveyó consejo a los elfos Noldor. Se forjaron entonces los Anillos de Poder, donde Sauron planeaba crear el vínculo para someter a todos los pueblos libres, pero, especialmente, a los elfos.

    Luego de varios meses, regresó a Mordor, donde Lyanna esperaba todas las noches que él apareciera de nuevo, a consolarla o instruirla en algo nuevo. Sauron había planeado en secreto crear el Anillo Único, donde depositaría su propio poder, y donde le pediría a Lyanna depositar el suyo, de una vez por todas.

    Sauron mandó a traer a Lyanna de sus aposentos al Monte del Destino, donde la esperaba él en una armadura negra y enorme, con sólo su rostro y su largo cabello a la vista. Al verlo, Lyanna lo reconoció.

    Reconoció la figura oscura de la armadura, reconoció también al que la vestía

    - ¿Mairon? – lo llamó ella - ¿Qué está pasando? – su voz era débil, y temerosa

    - Debo confesarte algo, querida – había cierto temor en la voz de Sauron también, tal vez por la incertidumbre de que Lyanna no se retractara sobre él – Hace muchos años dejé de llamarme Mairon, mucho antes de que tú nacieras – los ojos de Lyanna se llenaron de lágrimas – mi nombre es Sauron. Soy el mayor servidor de Morgoth – Lyanna dejó escapar un suspiro – cuando eras pequeña, Morgoth y yo ideamos un plan para atormentarte y extraer tu poder. Pero Morgoth me escogió a mí para persuadirte de cedérmelo. Pero, Lyanna – volteó a verla a los ojos, y sostuvo su rostro entre sus manos – jamás imaginé que me enamoraría de ti – Lyanna supo discernir un encanto en esas palabras, pero ya no estaba segura si era un engaño – No podía desafiar a Morgoth a liberarte de las torturas, era más poderoso que yo y estaba empeñado en hacerte daño y corromperte. Y cuando fue capturado… - se calló, tampoco podía hacerle saber que había seres del bien ahí fuera – quería sacarte de ahí y que no te encontraran. Lyanna, tu poder es inmenso. Miles de años de tortura y tu poder no se dejó corromper, ¿sabes cuántas personas no están allá fuera buscándote para intentar quitártelo?

    - ¿Eres malvado? – sollozó Lyanna, apenas entendiendo lo que Sauron le estaba confesando

    - Lyanna – la llamó – mi amor por ti ha sido real siempre. Por favor, no dudes de eso. Y no quiero hacerte daño. Quiero que luches conmigo – Lyanna lo miró a los ojos, confundida – he convencido a nuestros enemigos de forjar unos Anillos de Poder, pero crearé el mío con los fuegos de este monte para controlarlos a todos y así derrotarlos, y que tú y yo gobernemos. Viviremos juntos, Lyanna, como siempre me lo dijiste – cierta esperanza se asomó en el interior de Lyanna – solo necesito que deposites tu poder en el Anillo

    Lyanna dudó en ese mismo segundo. El mismo Sauron le había advertido que su poder era tan inmenso que todos lo deseaban, todos allá afuera se lo querían quitar, pero ¿era aquello cierto? ¿y si se lo decía para que fuera más fácil cederle su poder? ¿qué había pasado con los elfos que solía ser obligada a asesinar? Tal vez si huía y los encontraba, podrían ayudarle a esconderse de aquellos que la perseguían. La llama de los Valar la abrazó, y, a pesar de tener el corazón roto por la verdad, se zafó del agarre de Sauron

    - No – le dijo, con las lágrimas de furia cayendo por su rostro. Sauron, entonces, procedió a su plan B. Si bien nunca había querido dañarla, su misión de conquistar la Tierra Media era más grande que el amor que le profesaba. Tenía que lanzarla al fuego, para que su poder se uniera a este y de ahí se uniera al Anillo Único.

    Sauron intentó tomarla, pero Lyanna se defendió. La tomó con fuerza y la arrastró por el pasillo hasta la punta. Pero Lyanna, en un intento desenfrenado por escapar, dejó escapar su poder en un grito tan inmenso que hizo caer a Sauron y debilitarlo. Aunque, al mismo tiempo, debilitó a Lyanna en gran medida.

    Escuchó los pasos de los orcos acercándose, y sin saber muy bien qué hacer, huyó del lugar, dejando a Sauron atrás. Logró escabullirse hasta conseguir salir de Mordor, no sin enfrentarse, debilitada, ante varios de los servidores de Sauron intentando detenerla. Sauron tuvo que enfocarse en crear el Anillo antes de que Lyanna alertara a alguien de aquella traición. De todos modos, sabía que su poder, aunque mayor que el de él, ya no podía ser controlado por ella. Su poder era un caos, se había usado únicamente para el mal y no reconocía nada más que este. No sería difícil encontrarla. Sauron, erróneamente, confió en que sería una tarea fácil.

    Lyanna huyó de Mordor hasta el reino de Eregion. Gracias a la instrucción de Sauron con los mapas, recordaba muy bien el camino de este. Pensó que tal vez ahí encontraría aliados que la protegieran, y no se equivocó. Al principio, creyeron que era una enemiga, y fue llevada como prisionera por Celebrimbor, el señor de Eregion, durante su viaje a Lothlórien para pedir consejo a la dama Galadriel, pues Sauron se había puesto el Anillo Único y Celebrimbor lo había sentido. Ahí, en Lórien, Galadriel reconoció a Lyanna y fue liberada. Había temido decir quién era y de revelar su poder, pues no sabía en quiénes podía confiar y en quiénes no. Pero Galadriel la tranquilizó, y le dio hogar en Lothlórien, donde gracias a su consejo pasó largos años intentando domar su propio poder, atrayéndolo al bien, con la esperanza de que algún día fuera capaz de controlarlo y utilizarlo para derrotar a Sauron. Lyanna conoció y vivió en muchos lugares, especialmente con los elfos. Era instruida en conocimiento, batalla y poder por los más sabios, y había descubierto que, en realidad, el mal aún no dominaba toda la Tierra Media. No todos codiciaban su poder como lo hacía Sauron. Ella se encontraba rodeada de aliados.

    Sin embargo, después de que Sauron le rompiera el corazón, Lyanna no conoció un amor tan profundo de nuevo, a pesar de que lo buscaba con ansias. Anhelaba volver a amar a alguien como una vez amó a Sauron. Muchos caían ante su belleza, y aunque ella se llenaba de esperanzas cuando alguien le confesaba su amor, y se entregaba a esa persona, al final su corazón no lograba corresponderle.

    Después de la Guerra de la Última Alianza, en la que ella, con un poco más de control sobre su poder, Gil-Galad, rey de los Noldor, y Elendil, rey de Angmar, le dieron muerte a Sauron, Lyanna había creído que todo había terminado. Que su destino con Sauron había acabado. Se dedicó a prestar servicios en batallas importantes, a aprender de los elfos y de los enanos, cuyo más venerado Valar era su padre. Se había hecho amiga de muchos pueblos en la Tierra Media y se dedicó a tratar de olvidar todo lo que la había atormentado durante miles de años.

    Hasta que, en la Tercera Edad del Sol, se reencontró con el Anillo de Sauron.

    Capítulo Uno: El Anillo Llega a Rivendel

    Al escuchar el caballo de Glorfindel, Lyanna salió corriendo desde el balcón hasta la entrada de Rivendel. Antes de incluso ver bien a los viajeros que acompañaban a su amigo, pudo sentir una sensación fuertemente malvada. Y al por fin cruzar por la entrada, se encontró con un pequeño cuerpo en los brazos del elfo Glorfindel, con quien noches atrás había dado fin a su relación.

    - ¿Quiénes son ellos? – preguntó la hija de los Valar - ¿qué has traído a Imladris, Glorfindel? – el elfo no le decía nada, pero al ver que detrás de él venía Aragorn, hijo de Arathorn, corrió hacia él por respuestas – siento un gran mal acompañado de ustedes

    - Es, en definitiva, un gran mal – le respondió él – te lo explicaré luego, necesitamos que sanes al hobbit, ¿dónde está lord Elrond?

    Tres hobbits más fueron siguiendo a Lyanna hasta donde Glorfindel había llevado el pequeño cuerpo. Lyanna había conocido a un solo hobbit durante toda su vida, pues era bien sabido que estos preferían mantenerse aislados de lo que fuera de sus fronteras pasara, y ella no buscaba invadirles tampoco.

    Elrond, el medio elfo y señor de Rivendel, llegó hasta el cuarto donde yacía Frodo, el hobbit que cargaba Glorfindel, con una herida por un arma de Morgul. Se habían enfrentado a los Nazgûl y ahora luchaba por no convertirse en uno de ellos. Lyanna le había curado la herida, gracias a las habilidades que el mismo Elrond le había enseñado durante su tiempo en Rivendel. Y desde luego que su poder fue esencial para poder sanarle la herida a Frodo, aunque, por ser de Morgul, no corrió el riesgo de usarlo mucho tiempo.

    Lyanna tenía cerca de tres mil cuatrocientos años de haber escapado de las garras de Sauron, y en todo es tiempo había vivido aquí y allá, sobre todo con los elfos en los distintos reinos, para aprender a controlar su poder y a aumentar su sabiduría. Conocía la medicina, el lenguaje, las tradiciones y formas de vivir. No había tenido la oportunidad de vivir con las creaciones de su padre, puesto que la sensación de vivir encerrada le recordaba su vida en Angband y Mordor. Y aunque tenía ahora un increíble control sobre su poder comparado con antes, utilizarlo en gran medida podía hacerle perder el control de este y destruir no solo a sus enemigos, sino también a sus aliados. O, en este caso, intentar sanar a Frodo con todo su poder podría salirse de control y terminar matándolo.

    Lord Elrond se encargó del resto, y Lyanna, agotada por el uso de su poder para una herida tan grave, decidió descansar en los jardines de Imladris, donde había vivido, de nuevo, los últimos 10 años.

    - Ten – escuchó decir a alguien. Abrió sus ojos y se encontró con unos ojos de un dorado reluciente, al igual que su cabello – Té de hojas de manzano – Lyanna lo aceptó con una sonrisa, y haciendo espacio para el elfo.

    Glorfindel era uno de los elfos más respetados de la Tierra Media. Era casi tan sabio como el viejo amigo de Lyanna, Gandalf el gris, un maia enviado por los Valar. La sabiduría de los elfos era impresionante, pero compararlos con los Maiar era absurdo. Y sin embargo, Glorfindel lograba posicionarse a su altura. Esta era su segunda vida. Había caído contra un balrog luego de la Guerra de la Cólera, donde Morgoth había sido capturado. Pero los Valar le habían mandado de regreso, a proteger la Tierra Media.

    Los elfos, a diferencia de los hombres, enanos y hobbits, habían sido bendecidos con la vida eterna. Su alma era inmortal, y al morir físicamente esta despertaba en las estancias del Vala Mandos, en Valinor, donde aguardaban hasta ser liberados en Valinor. No se conocía otro caso además de Glorfindel de nadie que hubiese regresado de las estancias a la Tierra Media, y solo lo había logrado porque los Valar e Ilúvatar lo habían permitido.

    Lyanna no tenía este poder de otorgar permiso, pues su poder era muy inferior a lo que inicialmente fue. Este estaba corrompido por el mal, “defectuoso”, como decía Saruman el blanco, líder de los Ístari enviados, orden a la que Gandalf el gris pertenecía. Por ello, Lyanna no había podido regresar a Valinor, y no podría hacerlo hasta que su poder recobrara la fuerza de voluntad de los Valar, pues era peligroso en esas tierras poseer un poder con voluntad incontrolable.

    - ¿Has pensado en lo que te dije? – le preguntó Glorfindel a la Valië, quien recordó la conversación que había tenido con él hacía un par de noches, antes de que saliera en busca de los hobbits. Meses atrás, Glorfindel había conocido a Lyanna y había caído bajo su encanto. Lyanna, una vez más, ilusionada por encontrar aquello que había estado buscando desde que Sauron rompió su corazón traicionándola, entregó su corazón. Sin embargo, como le había pasado con cada elfo u hombre con el que había intentado sentir aquel sentimiento de enamoramiento, no pude corresponderle. Lyanna tenía la gracia de decir lo que los otros deseaban escuchar, y por ello nunca terminó una relación con rencores, mucho menos con Glorfindel, quien tomó muy bien la decisión de la Valië. La había aconsejado. Lyanna no entendía por qué no era capaz de corresponderle, aunque sí tuviera la intención de amar como una vez lo hizo. Glorfindel le interpretó que a lo mejor ella sí quería amar, y su corazón quería ser amado por alguien, pero no por las personas a las que se había entregado. Con esas palabras, Lyanna había estado luchando en sus pensamientos, imaginando cómo sabría ella quién sería el que su corazón escogería.

    - Podrías ser el elfo más sabio que habita la Tierra Media y mi corazón dice “no quiero ser amado por ti” – dijo ella, negando inconscientemente - ¿Es que hay alguien mejor que tú? Soy incapaz de amar a un hombre o un enano por su mortalidad, y mi corazón no quiere el amor de los altos elfos como tú o Elladan – dejó escapar un suspiro – Por tu prestigio, creí que eras tú – confesó. Sabía que con Glorfindel podía hablar lo que fuera. Eran un gran equipo, pero no una gran pareja – Si no eres tú, ¿entonces quién?

    - No creo que tenga que ver con el poder o la sabiduría, Lyanna – habló él, colocando una mano sobre el hombro de ella – Ilúvatar no te hizo amar a un ser maligno y después cargar con ese dolor para siempre. Estoy convencido que vas a encontrar el verdadero amor que tanto buscas y mereces – Lyanna lo miró, con un brillo de esperanza – pero no tiene que ver con el prestigio. Se trata de tu hogar, donde te sientas de regreso en casa – ella bajó la mirada – y lo puedes encontrar incluso con un elfo silvano.

    Gandalf había llegado a Rivendel unos días más tarde que Glorfindel y los hobbits. Elrond le había notificado a Lyanna sobre un Concilio que se realizaría cuando el resto de los invitados llegaran en un par de días más. Nadie había querido notificarle a la Vala sobre el mal que presentía cerca de Frodo Bolsón, ni porqué había sido atacado por los Nazgûl. Y para asegurarse de que no lo descubriera por ella misma, Elrond le había encomendado mil y una tareas antes de la llegada de los invitados.

    Gandalf encontró a Lyanna paseando con un libro en los pasillos de las recámaras de los invitados. Lyanna había acompañado a Gandalf en muchos de sus viajes. Había sido uno de los principales consejeros de ella. Manwë, el más alto de los Valar y quien había depositado la llama en Lyanna para contrarrestar el mal causado por Morgoth, lo había enviado a él personalmente. Gandalf recordaba a Lyanna cuando era un bebé. Había estado en su nacimiento y su nombramiento. Había sido testigo de la muerte de los Dos Árboles y de su secuestro. Encontrarla de nuevo, para él, llenó de alegría su corazón y se comprometió a instruirla lo más que pudiera. Lyanna les tenía una gran estima a los tres magos de la Tierra Media: Saruman, Radagast y Gandalf. Los tres conocían a los demás Valar, incluyendo a sus padres. Los tres la habían instruido. Lyanna pensó que sería mucho más cercana a Radagast, pues era el maia que su madre había enviado y cuyo poder se asemejaba más al de ella. Pero Radagast se desvió de su misión y terminó estando al servicio de los animales y plantas, por lo que Lyanna terminó siendo más cercana a Gandalf, cuya sabiduría y humildad estaban por encima de la del resto.

    - ¿Cómo va tu progreso con tu poder? – le preguntó el mago, quien no había tenido mucho tiempo de sentarse a hablar con ella por estar pendiente de Frodo – Elrond me dijo que lo usaste para sanar a Frodo

    - Lo usé para extraer el veneno de la superficie, no me atreví a ir más profundo. No quería correr el riesgo de matarlo – explicó ella, a lo que Gandalf asintió – He mejorado un poco. Aún no puedo usarlo para derrotar todo un ejército de orcos sin temer que se salga de control y mate también a mis aliados o a mí misma. Pero puedo apagar el fuego o destruir las flechas lanzadas, aunque me quita mucha energía – trató de pensar qué más había desarrollado en los últimos años que no había visto a Gandalf – Puedo sanar por completo heridas menores, y a interpretar las estrellas – Gandalf frunció el ceño. Lyanna sonrió al ver su expresión – Las estrellas han sido testigos de lo que sucede bajo su esplendor. En su destello, viven las imágenes de lo que pasó y pasará. Muchas veces en mis sueños he visto batallas o coronaciones que han sucedido, y también he visto fragmentos que mucho después se vuelven realidad – Lyanna sonrió – es algo maravilloso – los ojos del mago se enternecieron – También he aprendido a controlar la temperatura de algunos objetos, incluso hacer que de mi propio cuerpo emerjan llamas, sin hacerme daño – Gandalf extendió su sonrisa

    - Eso es bueno, Lyanna – dijo el mago – poco a poco tu poder volverá a estar bajo tu dominio, solo hay que perseverar

    Lyanna sabía interpretar el lenguaje de los animales y a conocer lo que las plantas decían. No en palabras, sino en sentimientos. No podía darles vida a los árboles muertos, pero sí podía alejar la oscuridad y sanarlos. Era capaz de destruir una roca si es era necesario, pero el esfuerzo la dejaba sin fuerzas y resultaba inútil por el resto de la batalla. Por ello no utilizaba su poder en gran medida a la hora de luchar, pues pensaba que era más útil tener un soldado más con un poco de poder capaz de aguantar toda la batalla.


    Los días siguientes había tenido la oportunidad de hablar con el hobbit que había sido herido por los Nazgûl. Lyanna quiso saber la razón por la que lo hirieron y qué hacía en Rivendel, pero Gandalf le había advertido a Frodo de no decirle nada a ella. No le quiso revelar la identidad de Lyanna, pero sí le dijo que aún no era el momento de decirle la misión que lo había llevado a Imladris.

    Frodo le explicó que su tío, Bilbo, había partido hacía varios años y ahora vivía con los elfos, y había viajado con sus amigos para volverle a ver, pero que se toparon con los Nazgûl y los intentaron matar, aunque no entendía por qué.

    Lyanna discernió la mentira bajo los ojos de Frodo, pero no quiso decir nada. Todos le estaban ocultando algo, pero entendió que si Elrond y Gandalf lo preferían así, esperaría al momento que ellos consideraran indicado para conocer lo que le ocultaban.


    Los días pasaron y el fin de la semana llegó. Lyanna se encontraba leyendo viejas leyendas de la Tierra Media cuando escuchó los galopes de caballos acercándose. Cerró el libro y se acercó al balcón de su habitación, donde distinguió la figura de un hombre a caballo traspasando la entrada. La piel de Lyanna se erizó al reconocerlo. Boromir, capitán de Gondor bajó de su caballo, seguido por un par de hombres más que a lo mejor ni venían con él. Los siguientes en pasar por la entrada de Rivendel sí que sorprendieron a Lyanna, pues se trataba de un grupo de enanos de Erebor. Reconoció a Glóin entre ellos, lo había conocido tiempo atrás, junto con el tío de Frodo, cuando era más joven.

    Pero fue el elfo de cabellos dorados quien tomó por mayor sorpresa a la Vala. Habían pasado casi sesenta años desde la última vez que lo había visto cuando vivió en el Bosque Negro. Había desarrollado una amistad tan única con el elfo Síndar, que no había tenido una igual con nadie más. Por alguna razón, congeniaban tan bien para esa amistad. Nunca cayó bajó el encanto de Lyanna, lo que les permitió tenerse más confianza.

    Legolas bajó de su caballo y se apresuró a preguntar por Gandalf y Aragorn. Lyanna no quitó su vista de él, la alegría le invadía el corazón de volver a ver a su viejo amigo de nuevo.


    Elrond había convocado a todos los invitados, secretamente, a un Concilio a realizarse dentro de tres días. Nadie sabía el motivo más que el mismo señor de Rivendel, Gandalf, Aragorn, Frodo y Glorfindel. A Lyanna le había parecido un poco humillante que el hobbit supiese la razón de tanto secretismo y no ella, siendo una de los Valar.

    Esto llevó a Lyanna a pensar demasiado y caer en la duda. Siempre había librado en su cabeza batallas que la atormentaban tanto como los recuerdos de su pasado en Angband y Mordor. Siempre se había sentido un ser inútil. Tanto poder para no poder usarse. Tanto sufrimiento causado por Sauron, pudiendo ser derrotado por ella si no fuera por su debilidad. ¿Desde cuándo un Vala necesita que lo asistan para derrotar a alguien inferior? No podía ni derrotar a Sauron, ¡un maia! ¡un ser menor a ella! La vergüenza que sentía cuando le decían aquello no era tanta como la tristeza al saber que era verdad. Muy legendaria sería cuando escuchaban sobre ella, pero al conocerla resultaba nada más en una decepción.


    Capítulo Dos: El Concilio de Elrond

    Lyanna paseaba bajo la luz de la luna, tratando de despejar sus pensamientos una vez más. El día siguiente se realizaría el Concilio, y por fin entendería aquello que todos le ocultaban. Pero esos dos días había forzado a su cabeza a pensar sobre a qué se debía todo aquello. Por un momento, temió que se tratara de Sauron, pero se convenció de que aquello no podía ser. En primer lugar, ella misma le había derrotado en la Batalla de la Última Alianza, donde Elendil y Gil Galad habían luchado junto a ella para derrotarlo y los tres habían muerto. Había sido la única sobreviviente, junto con el anillo. Segundo, ese anillo se había perdido. Lo último que supo de él es que se había perdido en el río Ánduin tras la muerte de Isildur, y Saruman había dicho que llegó al mar y se perdió. Era imposible recuperarlo.

    Se abrazó a sí misma para protegerse de la incertidumbre que la invadía, pero distinguió a sus espaldas la presencia de un ser silencioso. Apenas lo había logrado escuchar, y antes de que ella misma se diera vuelta, aquella voz tan familiar llegó hasta sus oídos luego de casi sesenta años de no haberla escuchado.

    - Así que aquí te has escondido durante todo este tiempo – le dijo el elfo. Lyanna se volteó y sus ojos se iluminaron de la alegría que le causaba verle de nuevo.

    - He estado aquí y allá, conociendo la Tierra Media, sus razas y costumbres – informó ella, acercándose a él con paso elegante – luego de que abandonaras tu reino sin noticia alguna, decidí que era hora de seguir conociendo el mundo que mis padres hicieron para ustedes – la sonrisa del elfo le indicó a la Vala que había entendido su ligero sarcasmo. Ambos soltaron una pequeña risa, lo que llevó a Lyanna a lanzarse sobre su viejo amigo y abrazarlo luego de tanto tiempo de no haberlo visto - ¡Qué bueno es volverte a ver! – exclamó ella, con gran alegría en su voz.

    - Me alegra que nuestros caminos se hayan vuelto a cruzar, Lyanna – le dijo él, devolviéndole el abrazo.

    Ninguno de los dos tardó en poner al otro al día desde su último encuentro. Ni siquiera habían tenido la oportunidad de despedirse. La última vez que Lyanna había visto al príncipe del Bosque Negro había sido poco antes de que la Batalla de los Cinco Ejércitos terminara. Ella había terminado herida, y Thranduil, el padre de Legolas y rey del Bosque Negro, la había encontrado inconsciente cerca del cadáver del rey enano Thorin. Para cuando despertó en su habitación en el reino del bosque, Thranduil le había informado que Legolas había partido. Poco después de recuperarse, ella había decidido partir también. Legolas le comentó, entonces, que la batalla le había demostrado que grandes males habitaban aún la Tierra Media, y que no deseaba volver a ser sorprendido por ese tipo de amenazas, por lo que decidió investigar por sí mismo los mitos que aún atemorizaban a los pueblos libres. Por otro lado, Lyanna había querido mejorar su control sobre su poder y crear alianzas con las demás razas. Había vivido entre hombres, magos y elfos. De los elfos y magos aprendía, y a los hombres les enseñaba.

    En un intento desesperado, Lyanna intentó sacarle información a Legolas sobre el Concilio que se llevaría a cabo el siguiente día, pero él no tenía idea de por qué lord Elrond le había pedido estar ahí, si solo había llegado para entregarle un mensaje a Gandalf.

    - ¿Qué mensaje? – preguntó ella, esperando obtener pistas.

    - Aragorn capturó a una criatura llamada Gollum y la llevó hasta el Bosque Negro, pues Gandalf quería interrogarle. Tras sacarle información, se fue a la Comarca a buscar a un hobbit, dijo que estaba en peligro. Dejó a Gollum como nuestro prisionero, pero hace unos días los orcos nos tomaron por sorpresa en el reino. Debido al ataque, Gollum se las ingenió para escapar. Lo buscamos por todos lados pero no lo encontramos. Mi padre me envió para informarles a Gandalf y a Aragorn sobre ello – Lyanna frunció el ceño.

    - El hobbit era Frodo… - descifró ella - ¿Por qué interrogó a Gollum? ¿Qué hizo él?

    - Gandalf no quiso revelar la razón del interrogatorio, pero Aragorn me dijo que se trataba de Sauron – el rostro de Lyanna cambió, y Legolas bajó la voz – sé que a lo mejor no debería decirte eso, pero como su antigua doncella – Lyanna le lanzó una mirada amenazante – creo que mereces saberlo. Creo que no quieren decírtelo para que no quieras usar eso como excusa para usar tu poder, pero eso sería subestimar tu voluntad – Lyanna esbozó una sonrisa. Sí, Legolas jamás la había ni sub o sobre estimado por su poder. ¡Cómo había extrañado ser tratada como la guerrera que era y no por lo poderosa que debería ser! – Se rumorea que Sauron ha regresado. Ha estado recuperando su forma física en secreto, y legiones de soldados llegan a Mordor día tras día. Está reuniendo un ejército. Pero hay algo en esta guerra que presiento que es diferente… A lo mejor mañana nuestras dudas son aclaradas…


    En el Concilio, Lyanna se sentó en medio de Gandalf y Glorfindel. Al lado de Gandalf, y en el extremo, se encontraban Bilbo y Frodo. Al lado de Glorfindel, más al centro y en nombre de los elfos, le seguían Erestor, Legolas y Galdor. Seguidos de Glóin y Gimli, en representación de los enanos. Finalmente, por la raza de los hombres, Boromir, capitán de Gondor, y Aragorn, hijo de Arathorn.

    Elrond les pidió a Legolas y a Gimli que compartieran el mensaje que traían desde sus tierras. Legolas explicó lo de la fuga de Gollum a Gandalf y a Aragorn, y del ataque que habían recibido ese mismo día. Gimli expuso que mensajeros de Mordor habían llegado a Erebor preguntando por Bilbo y un anillo. Al escuchar hablar del anillo, las miradas de Legolas y de Lyanna se encontraron casi al instante. Lyanna mantuvo la postura, pero el temor le recorrió las venas.

    Bilbo explicó la historia sobre ese anillo por el que los mensajeros de Mordor preguntaban, y lord Elrond le explicó al resto de los asistentes la historia del Anillo Único. Todos comenzaron a sospechar si el Concilio se trataba de que Sauron había recuperado el Anillo, pero cuando Elrond le pidió a Frodo pasar al frente y mostrarlo, cierto deseo invadió sus corazones.

    - Así que es cierto – susurró Boromir, poniéndose de pie – En un sueño, vi el cielo oriental oscurecerse… - comenzó – Pero en el oeste persistía una luz pálida, una voz gritaba “La maldición está cercana, el Daño de Isildur ha sido hallado” – susurró, cada vez más acercándose al anillo, con su mano extendida y listo para tomarlo – el Daño de Isildur… - pero justo en ese momento, Gandalf se levantó de su asiento, y comenzó a recitar el poema inscrito en el Anillo, cubriendo Imladris de oscuridad, demostrando así la maldad que habitaba en aquel pequeño objeto.

    A Elrond le disgustó la acción, pero Gandalf no pidió perdón por aquello, pues la lengua de Mordor debía ser escuchada por todos. Boromir, entonces, insistió que se usara el Anillo como arma contra Sauron, que fuera entregada a los hombres para defender a todos los demás pueblos. Aragorn le insistió que el Anillo no podía ser usado por nadie más que Sauron, pues solo a él respondía el Anillo.

    - ¿Qué sabe un montaraz de estos asuntos? – se burló el gondoriano.

    - No es un montaraz cualquiera – se levantó Legolas – Es Aragorn, hijo de Arathorn – reveló, causándole sorpresa a Frodo – le debes tu lealtad – Boromir también había quedado sorprendido por aquello. Ahora entendía la razón de su presencia en el Concilio. Era el rey perdido de Gondor. El linaje de Isildur aún perduraba.

    - Gondor no tiene rey, ni necesita uno – espetó – lo que necesita es un arma poderosa para hacerle frente al enemigo, ¡mi pueblo es el que está en la línea del frente por todos ustedes!

    Lyanna, quien había estado callada tratando de procesar su reencuentro con el Anillo, estalló contra Boromir.

    - Boromir, ni siquiera Gandalf o yo somos capaces de tocar el Anillo Único – Boromir volteó a verla, un poco sorprendido – Nadie es capaz de dominarlo. Solamente Sauron, es su señor. Su poder está impregnado ahí, un poder con voluntad propia. Un poder que solo responde al mal.

    - ¿Qué sabes tú de controlar el poder? – atacó él de vuelta – Estamos aquí por tu culpa. Si lo hubieras matado antes de que pudiera forjar el Anillo, las cosas serían diferentes ahora…

    - Ella se encargó de Sauron años después – contestó Glorfindel, molesto por el tono con el que un hombre le había hablado a una de los Valar – asesinó su cuerpo. No olvidemos que fue la voluntad de los hombres lo que permitió que el Anillo sobreviviera – Boromir sonrió

    - ¿El mismo Isildur del que desciende Aragorn? – contraatacó. Todos se encontraban incómodos con la situación, por lo que lord Elrond los interrumpió.

    - Aragorn y Valyanna tienen razón, el Anillo no puede ser usado – Boromir resopló, negando al mismo tiempo con su cabeza – Sólo nos queda una opción: El Anillo debe ser destruido – explicó. Gimli se levantó de su asiento.

    - ¿Qué estamos esperando? – dijo, antes de alzar su hacha y golpearla contra el Anillo. Esta se rompió en varios pedazos alrededor, pero el Anillo permaneció intacto.

    - El Anillo no puede ser destruido, Gimli hijo de Glóin, por ninguna de las armas que los presentes poseen. Fue forjado en los fuegos del Monte del Destino, y ahí debe ser destruido – el recuerdo de aquella noche apareció en la mente de Lyanna – Uno de ustedes deberá hacerlo…

    El silencio invadió la sala. Lyanna entendió por fin la razón del Concilio, pero no entendía por qué la selección de los invitados. Intentó descifrar a lord Elrond al convocar a Boromir o a los enanos, y no a sus dos hijos, por ejemplo.

    - No es tan sencillo entrar en Mordor – habló Boromir – Son más que orcos los que aguardan la Puerta Negra. Ahí habita un mal que nunca duerme. Y el Gran Ojo… siempre está alerta… Es un páramo desolado, saturado de fuego, cenizas y polvo. El mismo aire que respiras es un humo venenoso. Ni con diez mil hombres lo lograrían… ¡Es una locura!

    - ¿Qué no escuchaste nada de lo que dijo lord Elrond? – exclamó Legolas, poniéndose de pie - ¡El Anillo debe ser destruido!

    - ¿Y supongo que crees que eres el indicado para hacerlo? – soltó Gimli el enano

    - ¿Y si fracasamos qué? – siguió Boromir, poniéndose también en pie - ¿Qué pasará cuando Sauron recupere lo que es suyo?

    - ¡Preferiría morir antes que ver el Anillo en manos de un elfo! – espetó el enano, y entonces los demás elfos se pusieron en pie y comenzaron a discutir con Gimli, Glóin y Boromir - ¡Nunca confíen en un elfo! – Gandalf se unió al pleito, tratando de explicar la razón por la que igual había que arriesgarse a ir a Mordor. Los elfos le enumeraban a los enanos las incontables razones por las que ellos no serían capaces de cumplir aquella misión, mientras los enanos hacían lo mismo con los elfos. Aragorn se quedó sentado en su asiento, simplemente pensando. Bilbo hizo lo mismo. Frodo sentía una gran presión sobre él, mientras escuchaba el poema inscrito en el Anillo en su cabeza.

    Lyanna no lo entendía. Boromir tenía razón, ella pudo haber asesinado a Sauron aquella noche en el Monte del Destino y el miedo la dominó. Ella, una Vala, huyendo de Sauron. Y aunque lo mató en aquella batalla junto al rey elfo y al rey numenoreano, el mal sobrevivió. Como culpable de ese error, sentía que la responsabilidad de la misión recaía en sus hombros. ¿Pero cómo lo lograría? Si ella tocaba ese Anillo, todo estaría perdido. Era el modo más rápido con el que Sauron conseguiría lo que le había pedido que hiciera aquella noche en los fuegos del Monte. Si Lyanna caía en la tentación del Anillo, se convertiría, en efecto, en la Dama de Mordor… y el mal, entonces, sería imparable.

    Descartó la opción de ser quien llevara el Anillo, pero entonces… si alguien tan poderosa como ella no era capaz de hacerlo, ni Gandalf o Elrond, ¿quién? ¿los hombres? Conocía muy bien el corazón de Aragorn, pero Boromir también tenía razón, era descendiente de Isildur. Su debilidad corría en su sangre. No por nada se le conocía al Anillo como el Daño de Isildur. Boromir ni siquiera era una opción, ya se había visto lo tentado que estaba de usarlo. ¿Los enanos? Definitivamente no, el simple oro les podía crear una enfermedad que los cegaba de sensatez. Nadie quisiera imaginar lo que semejante poder les provocaría. Y los elfos… por más puros que fueran, serían igualmente tentados a usar el Anillo y que llegara a manos de Sauron. ¡Nadie tenía la fuerza suficiente de resistir semejante tentación!

    Nadie, excepto alguien que ya la hubiera cargado…

    - ¡Yo llevaré el Anillo! – exclamó el hobbit Frodo, Lyanna alzó su vista hacia él - ¡Yo llevaré el Anillo! – dijo de nuevo, pues por los gritos apenas se había escuchado. Esta vez, todos callaron – Yo llevaré el Anillo a Mordor – afirmó, por tercera vez. Todos estaban sorprendidos de escucharlo. Un hobbit acababa de ofrecerse a llevar el mismísimo mal hasta el lugar más terrible del mundo. Lyanna había escuchado a Gandalf hablar del coraje de aquellos seres. Lo había visto en Bilbo durante la expedición de los enanos hacia Erebor, pero esta misión la había tomado por sorpresa – Aunque… no conozco el camino…

    - Yo sí – habló de pronto Lyanna, quien le había tomado un gran respeto al pequeño hobbit – he estado ahí mismo – volteó a ver a lord Elrond, antes de que este pudiera tratar de evitar que se sumara a Frodo – en nombre de los Valar, mi misión en la Tierra Media es el de luchar contra el mal, para que el mundo no sea consumido por este. Quiero ir a casa, Elrond, y para eso debo acabar con Sauron de una vez por todas – Elrond sabía que Lyanna tenía razón. Con un mejor control de su poder, Lyanna era la única capaz de derrotar a Sauron y a Saruman, quien les había traicionado y había decidido unirse a Sauron – Además, - siguió, volteando a ver a Frodo – yo sé lo que es cargar con semejante poder, temiendo usarlo porque podría terminar en la destrucción de todo aquello que amo… - finalizó colocándose al lado del hobbit y dedicándole una sonrisa – la gracia de los Valar te acompañará en esta misión

    - Y yo te ayudaré a llevar esa carga, Frodo Bolsón – dijo Gandalf, avanzando hacia ellos – mientras sea tu responsabilidad…

    - ¡Hey! – se escuchó un grito, desde detrás de una de las macetas que adornaban el lugar – El señor Frodo no va a ningún lado sin mí – dijo el hobbit Sam, fiel amigo de Frodo, mientras corría hasta su lado

    - No, de hecho ya veo que es imposible separarlos aún cuando él es convocado a un Concilio secreto y tú no… - dijo lord Elrond, haciendo que los invitados soltaran una pequeña risa – De acuerdo, sin duda esta misión debe permanecer secreta, pero con gente capaz de hacerle frente a lo que se venga en el camino. No puedo obligar a ninguno a ir en contra de su voluntad, pero tampoco dejaré que asistan aquellos cuyo propósito reside en otro lugar. Frodo Bolsón, me encargaré de brindarte la compañía ideal que ha de ayudarte a cumplir esta importante misión. No se trata solo de llegar a Mordor y destruirlo. El Anillo les tentará a todos para ser usado. Sauron sabrá que lo tienen, Saruman también. Enviarán a sus sirvientes por ustedes, con la orden de capturarlos o asesinarlos. Un solo error… y todo lo que amamos perecerá…


    Capítulo Tres: La Selección de la Comunidad

    Elrond y Gandalf se encontraban en el salón del señor de Imladris, discutiendo sobre los acompañantes de Frodo para esta misión. Ambos deseaban que fueran grandes guerreros y de voluntad fuerte, capaces de enfrentarse tanto a los guerreros de Saruman como a los Nazgûl. Sin embargo, también entendían que la misión debía de permanecer secreta, o jamás lograrían llegar a Mordor.

    - Lyanna es un arma de doble filo – dijo lord Elrond – su poder les puede venir bien, por no hablar de que es la mejor guerrera de la Tierra Media, y la llama de los Valar la protege de la tentación del Anillo Único. Pero tanto Saruman como Sauron la conocen bien. Saruman sabe que tu intención es destruir el Anillo, pero Sauron no… - Gandalf asintió

    - Sauron no cree que alguien sea capaz de destruir el Anillo. Para él, es imposible que alguien lo intente siquiera. Sin embargo, si descubre que Lyanna y el Anillo están juntos, lo descifrará. Sabrá que ella se encamina a Mordor para destruirlo, y bloqueará las entradas de Mordor, y las del Monte del Destino. La misión se perderá…

    - Pero sé que debe ir… - exclamó Elrond, en medio de un suspiro – debe recuperar el control de su poder. Mientras el mal aún exista, su poder seguirá siendo incontrolable… Su destino es salvarnos, Gandalf… Los Valar no la buscaron porque debe atravesar esto ella sola, como uno de ellos. Por ello Ilúvatar permitió que su poder sea ahora inferior… para que la balanza sea justa… - meditó. Elrond cerró sus ojos, convencido de que la presencia de Lyanna en la compañía era peligrosa, pero necesaria – Está bien, igual hubiese ido aunque se lo negáramos – Gandalf sonrió, pues Elrond tenía razón – Por el momento son cuatro: tú, Lyanna, Frodo y Sam. Que sean diez… suficientes para enfrentarse a los Nazgûl si estos los persiguen, y por si alguno cae – Gandalf sacó su pipa y se la colocó en la boca – Hablé con Aragorn, le dije que me parecía esencial que fuera con ustedes. Tengo la esperanza de que en esta travesía recuerde quién es, y en quién se debe convertir…

    - Él lo sabe, puede que en el viaje encuentre el valor para tomar lo que le pertenece – Gandalf asintió – Aragorn, entonces…

    - Por la importancia de la misión, y dado que toda raza depende de esta, sería ideal que cada una se vea representada en la compañía. Glóin ya es mayor, que sea Gimli, su hijo, que asista en nombre de los enanos. Es un gran guerrero, no espero menos de un enano de Erebor

    - ¿No crees que haya problemas con quien represente a los elfos?

    - No tienen por qué congeniar, deben recordar que la importancia de la misión es mayor que las diferencias entre nuestras razas. Confío en que Glorfindel sabrá manejar muy bien esta situación. Sin embargo, me gustaría que un elfo más los acompañe

    - ¿Glorfindel? – preguntó Gandalf en voz baja, confundido. Elrond le ignoró

    - La sabiduría de nuestra raza les puede venir muy bien, por no hablar de las destrezas con las que contamos. Con tres elfos capaces de pasar inadvertidos y tener una vista de gran alcance, irán más seguros. Glorfindel es nuestro mejor guerrero, conoce el arte de la medicina tan bien como Lyanna, les puede venir de maravilla – Gandalf seguía confundido, no esperaba que el elfo de cabellos y mirada dorada fuera una opción para la Compañía – y es capaz de ignorar los comentarios de los enanos. Me gustaría que fueran mis dos hijos, pero ¿quién reinaría si la misión falla y yo muero, o si la misión es un éxito y yo parto a las Tierras Imperecederas? Si quisiera sacrificar a un príncipe elfo, sería uno del que estuviese seguro de que es capaz de sobrevivir… y de tolerar a los enanos…

    - ¿Hablarás del hijo de Thranduil, lord Elrond? – preguntó Gandalf, adivinando al medio elfo. Elrond sonrió

    - Espero que Thranduil no se lo tome a mal… - dijo, en medio de una sonrisa

    - El mismo rey conoce la habilidad de su hijo, ¿o no recuerdas que ambos estuvieron en la Batalla de los Cinco Ejércitos? – Elrond rio – Thranduil sabe que no debe preocuparse por Legolas. Y le son muy indiferentes los enanos… - añadió, con una sonrisa juguetona – Además, le vendrá muy bien un gran amigo a Lyanna…

    - Muy bien – alguien llamó a la puerta, y Glorfindel se asomó por ella, informándole a Lord Elrond que los elfos encargados de inspeccionar el camino de la Compañía ya habían sido avisados – Ah, perfecto, muchas gracias Glorfindel. Avísale a Elladan y a Elrohir que serán los encargados de ir hasta Lórien, que visiten a sus abuelos de paso – Glorfindel asintió - ¡Oh! Glorfindel, una cosa más – Gandalf suspiró y entrecerró sus ojos, pensativo – Acompañarás al hobbit en la misión de destruir el Anillo – el rostro de Glorfindel reflejaba sorpresa – Avísales a Aragorn, Legolas y al señor enano Gimli que ellos también han sido escogidos para la Compañía. Si tienen algún inconveniente, por favor, que me lo hagan saber… aún nos quedan dos por escoger – Glorfindel asintió y se retiró del salón – Bueno, ¿en qué estábamos?


    Las risas resonaron bajo la fuente de Rivendel, donde los jóvenes elfos pasaban el rato, jugando a adivinar acertijos o a revelar una verdad. Lyanna había empezado el juego con una flecha amarrada a una piedra ovalada. La hacía girar y si la flecha la apuntaba a ella, el resto le hacía una pregunta, a lo que ella debía contestar con sinceridad. Y así con cada uno de los que se encontraban ahí.

    - ¡Ah! – exclamó la Vala, riendo – Es el turno de Legolas – dijo, al ver que la flecha apuntaba a su amigo de cabellos rubios. El elfo solo sonrió y arqueó su ceja, esperando su pregunta. Lyanna lo meditó muy bien - ¿Por qué no te preocupa morir y dejar a tu reino sin su futuro rey? – Legolas sonrió, Calion y Hallatan, dos de los elfos, rieron

    - Confío en mis instintos – contestó el elfo, con su mirada en sus piernas, teniendo una extendida y la otra doblada, y sobre su rodilla descansaba uno de sus brazos. Lyanna frunció el ceño – No voy a esconderme en el reino a esperar la noticia si ascenderé al trono o no. Me gusta pelear por lo que yo considero que hace falta hacerlo, y usualmente tiene que ver con defender mi hogar… - por fin elevó su vista hacia la de Lyanna. Ella le sonrió, agradeciendo su respuesta

    - Entonces… - exclamó Elladan, rompiendo el contacto de visual de ambos. Giró la piedra y la flecha se detuvo en Lyanna. Esta rio con emoción y Elladan fue el que preguntó. En ese momento, Glorfindel se les unió, sentándose al lado de Lyanna – A ver, Val – Elladan la llamaba Val – Esta es interesante… - siguió, con un tono misterioso, pero al mismo tiempo coqueto. Como se algún modo le fuera a beneficiar - ¿Hay alguien aquí que conozca algo de ti que el resto no? – la sonrisa de Lyanna se desvaneció, y pudo sentir la mirada de Legolas sobre ella. Elladan la miró con desafío. Lyanna frunció el ceño, confundida pero intentando tomarlo con gracia

    - Uh, sí, creo que Glorfindel conoce algo de mí que el resto no… - Elladan borró su sonrisa, que a Lyanna le había parecido un tanto triunfante pero prefirió pensar que no era así. Legolas frunció el ceño – Oh, Legolas también… - Elladan la interrumpió

    - A ver – rio – No, no cuenta. Ese secreto entonces lo saben ambos… - Lyanna rodó los ojos

    - No, Elladan, son… dos cosas distintas. Glorfindel no sabe lo que Legolas sí, y al revés – Lyanna estaba muy incómoda con la situación. Glorfindel lo supo e interrumpió el jueguito de Elladan

    - Tu padre me ha dicho que tú y Elrohir inspeccionarán el camino de la Compañía hacia Lothlórien. Quiere que visiten a sus abuelos de paso – le dijo a Elladan – Partirán mañana, lord Elrond espera que los alrededores por los que cruzaremos con Frodo queden limpios, sin enemigos que nos descubran… - Lyanna lo miró, sonriendo

    - ¿Nos? ¿Cruzaremos? – indagó, con un poco de emoción - ¿Tú también vienes? – Glorfindel le sonrió

    - Sí, lord Elrond me lo ha dicho hace un momento. Legolas también ha sido seleccionado – dijo, volteando a ver al elfo Síndar – partiremos cuando los últimos vigilantes regresen de asegurar los alrededores.


    Glorfindel había reprendido a Elladan por poner a Lyanna en esa situación incómoda, y el medio elfo le había asegurado que aquella no había sido su intención. Aunque sí lo hubiese sido.

    Elladan habían caído ante el encanto de Lyanna cuando la conoció, hacía ya bastantes años. Cuando escapó de Mordor, vivió cerca de mil ochocientos cuarenta años en Lothlórien. Luego, vivió otros quinientos en Lindon, tras la caída del rey Gil Galad en la Guerra de la Última Alianza y comenzando la Tercera Edad del Sol. Después anduvo de aquí y allá con Gandalf por quinientos años más. Visitó Rivendel por primera vez y se quedó ahí por mil años, donde había conocido a Elladan y al ver que este había caído encantado con ella, creyó que a lo mejor a él sí le podría corresponder. Después de todo, era descendiente de Eärendil, poseedor de uno de los Silmarils y quien consiguió el perdón de los Valar en nombre de todos los elfos. Sin embargo, el corazón de Lyanna no pudo corresponderle, a pesar de que ella sí tenía la intención de hacerlo. Tras su ruptura, Elladan no se lo había tomado muy bien, pero intentó olvidarla, y olvidar sus sentimientos. Tras su ruptura, Gandalf pensó que ya era hora de que Lyanna conociera el Bosque Negro. Lyanna había escuchado de este cuando era aún el Bosque Verde. Gandalf pensó que tal vez ella podía alejar la oscuridad y sanar el bosque, pero el mal era muy fuerte, por lo que Gandalf comenzó a sospechar del regreso de Sauron, sin avisarle a Lyanna aquello. En el Bosque Negro, Lyanna vivió mil años más, conviviendo con los elfos silvanos y siendo instruida por el rey Thranduil.

    Lyanna se encontraba en su habitación recordando esa época, cuando Gandalf la llevó hasta el Bosque Negro y la presentó con el rey. Recordó cuando Thranduil le habló de su hijo, aunque en ese momento no estuviera en el reino. Lyanna conoció a Legolas casi diez años después de que llegara al Bosque Negro, pues su padre lo había mandado a Lindon a recibir instrucción de los elfos de aquella ciudad.

    A pesar de que Legolas era el primer hijo de un rey que no deseaba tomarla como su esposa, Thranduil sí que deseaba que su hijo se casara con la Vala. Él no podía, puesto que los elfos solo podían tomar una esposa en toda su vida, o los Valar les castigarían. Una vez amado a otro ser, los elfos eran incapaces de encontrar ese amor de nuevo. A Lyanna le molestaba que cada señor o rey de cualquier ciudad se interesara por unirla a su sangre. Lo había hecho Elrond, Elendil, Círdan, Isildur, Thranduil, y otros más.

    Sin embargo, en el Bosque Negro fue diferente. Lyanna sí se había dejado llevar por Thranduil cuando este le decía que su hijo era alguien ideal. No le molestaba que Thranduil le insistiera que fueran más cercanos. Lo inesperado para Lyanna fue que Legolas no mostraba ningún interés en ella, sino en la capitana de la guardia del rey.

    Legolas le había pedido a su padre que dejara de insistirle con conquistar a la Vala. Thranduil sabía que Legolas sentía un cariño por una elfa silvana, lo que le parecía ridículo sabiendo que Lyanna le tenía cariño, pero le prometió no interferir ni en su amistad ni en su relación. Y Thranduil lo respetó.

    Mientras Lyanna no entendía por qué Legolas no cayó bajo su encanto, Thranduil se lo había guardado.

    Tres toques en la puerta obligaron a Lyanna a regresar al presente. Al abrir la puerta, esperaba encontrarse con cualquier persona en el mundo, menos con el capitán de Gondor.

    - Oh, Boromir – dijo ella, parpadeando sorprendida - ¿Qué…? – pero él la interrumpió

    - Me han informado que los acompañaré hacia Mordor – la confusión invadió el rostro de Lyanna – Mira, Lyanna… ya que vamos a pasar el resto del viaje juntos… quisiera que reconsideraras, ya sabes… - Lyanna cerró los ojos, sabía a qué se refería Boromir – nuestra relación

    - Boromir, yo no puedo darte lo que tú quieres – dijo ella, mirándole a los ojos – aunque quisiera, ¿crees que sería justo para ti? ¿ser como un abrir y cerrar de ojos en la eternidad de mi vida? – Boromir iba a decir algo, pero Lyanna se adelantó – No sé porque no lo entiendes… yo no soy como tú. No puedo casarme contigo ni ser tu mujer y cuando mueras buscar a otro. No puedo, Boromir. Unir mi vida con la de alguien más es algo sagrado. Por eso debo unirme con alguien inmortal. Y creo que te mereces algo más que un acto de lástima de mi parte…

    - ¿Y entonces porqué me permitiste enamorarme de ti, Valyanna? – dijo él, con dureza y tomando a la Vala del brazo, con fuerza – Si sabías que no ibas a corresponderme, ¿por qué me sedujiste? – Lyanna no se soltó de su agarre, aunque le lastimara – Yo no soy un elfo, Lyanna, mi corazón no ha podido olvidarte en todos estos años y no es nada más que tu culpa… - se paró al observar que Aragorn les observaba de lejos, junto con Glorfindel. Soltó a Lyanna, no sin antes decirle: – esto no ha terminado – y se marchó.

    Capítulo Cuatro: La Comunidad del Anillo

    Antes de que Lyanna pudiera decir una última cosa, Elladan partió de Rivendel junto a su hermano, con la misión de limpiarle el camino a la Comunidad del Anillo, como los había nombrado lord Elrond. Sabía que no lo vería en un buen tiempo, y había querido arreglar las cosas entre ambos. Elladan entendía que Lyanna no pudiera corresponderle, pero en su corazón deseaba que sí lo hiciera.

    - Namárië – le había dicho él, besando su mejilla – tal vez no lo entienda, pero aun así tienes mi cariño – finalizó.

    Lyanna tocó su mejilla, ahí donde Elladan le había depositado el beso. Cerró sus ojos y con todo su corazón rogó a Ilúvatar que los protegiera.

    Los abrió al sentir una presencia a sus espaldas. Se giró y vio a Glorfindel caminando hacia los establos. Lyanna corrió hasta este, buscando un poco de compañía.

    - ¿Ya decidió lord Elrond quién será el otro elfo que se nos unirá? – preguntó ella, acercándose a Nahar, su caballo, nombrado así por el caballo de su pariente, el Vala Oromë. Glorfindel la miró de reojo, un poco apenado de la noticia que estaba por darle

    - Me temo que solamente los acompañará uno – le comentó. Lyanna lo volteó a ver, confundida, aunque el elfo le sonrió coquetamente – las buenas noticias para ti es que ese elfo no soy yo – dijo él en un tono juguetón. Lyanna frunció más el ceño, no entendía el gesto de su amigo.

    - Asumo que solo nos acompañará Legolas, entonces, pero por favor quita esa cara – dijo ella entre pequeñas risas – pareces alguien macabro – Glorfindel extendió su sonrisa y clavó su mirada en Asfaloth, su caballo.

    - Gandalf ha convencido a lord Elrond de que sean Merry y Pippin quienes los acompañen, en vez de dos elfos más. Al principio él no estaba muy convencido, pero terminó accediendo. Me necesita aquí por si las cosas salen mal – Glorfindel dejó escapar un suspiro, como meditando una vez más algo que seguía preocupándole. Lyanna le miró con ternura y posó su mano en su rostro.

    - ¿Qué tienes, mellon nîn? – le preguntó ella, en un tono cálido

    - ¿De verdad es necesario que vayas tú? – preguntó por fin él, como si decirlo le hubiese sido difícil después de haberlo pensando por mucho tiempo – No porque te crea incapaz de sobrevivir, Lyanna, eres una Valië – se tardó un momento en volver a hablar – Me refiero a ¿qué tan sabio es que viajes tan cerca del Anillo? ¿Y si Sauron lo recupera? ¿Y si busca matarte?

    - No lo hará – respondió ella, buscando calmarle – Glorfindel, él no me matará. No puede. Si lo hace, mi poder morirá conmigo y jamás podrá tomarlo. Además, aún espera a que me una a él y gobernemos juntos. Me capturaría antes de asesinarme, porque aún me ama. Tiene la esperanza de que, al ver que el bien no tiene ninguna oportunidad contra él, acepte ser su dama.

    - Si recupera el Anillo, lo logrará. Pero si decides viajar al lado de este, ¿qué nos asegura que no serás tentada?

    - Llevo más de tres mil años superando la tentación de mi propio poder, Glorfindel, ¿de verdad crees que me interesa el poder de Sauron? ¿Un maia? – rio ella – Sí, sé qué implica si me llego a poner el Anillo. Las visiones de mí misma como la Reina Oscura. Mi poder se entregaría por completo a esta vida, pero como te digo: he resistido mi propio poder por todo este tiempo. El Anillo me es indiferente, la Llama de los Valar me ha permitido ser lo suficientemente fuerte. Y me seguirá apartando el deseo de utilizar mi poder para controlarlos a todos – Glorfindel la miró, con ojos esperanzados – No tienes por qué preocuparte – recalcó la Vala, con una sonrisa llena de amor – Debo partir con ellos para derrotarlo de una vez por todas, y así poder regresar a casa.

    Glorfindel asintió y tomó el rostro de Lyanna entre sus manos, depositando en su frente un cálido y sincero beso. Él la amaba. Y aunque entendía que ella no quisiese ser amada por él, no podía evitarlo.


    Elrond presentó a la Comunidad del Anillo a los ciudadanos de Rivendel. El portador del Anillo Único: el hobbit Frodo Bolsón, junto con sus leales amigos de la Comarca, Sam, Merry y Pippin. En nombre de la raza de los enanos: Gimli, hijo de Glóin. En nombre de la raza de los elfos: Legolas, príncipe del reino del Bosque Negro. En nombre de la raza de los hombres: Boromir, capitán de Gondor. Y por último, en nombre de toda la Tierra Media y de los tres personajes que habían acabado ya una vez con Sauron: Gandalf el gris, Aragorn, heredero de Isildur, y Valyanna, portadora de la Llama de los Valar.

    Al caer la noche, se celebró un festín en nombre de la Comunidad. Elrond pensó que tal vez así las tensiones y preocupaciones por el significado de la misión se olvidarían por un momento, trayendo un poco de alegría a los días tan oscuros que se aproximaban.

    Tanto los enanos invitados como los hobbits se esforzaban mucho por disfrutar de una fiesta sin cerveza o sin la música que en sus respectivas tierras acostumbraban a danzar. Merry y Pippin, sin embargo, se las habían ingeniado para cantar y bailar frente a todos, y que los mismos invitados les siguieran los pasos.

    - No recuerdo que te pasaras aislada de la música en una fiesta, contemplando la oscuridad – escuchó decir a Legolas mientras se acercaba a ella. Vestía de plata y con la respectiva corona que solía usar cuando no se encontraba en su reino. Al contemplar aquella imagen, Lyanna soltó una risita

    - No puedo creer que un príncipe vaya a acompañarnos en esta misión casi suicida – dijo ella con una amplia sonrisa. Había peleado lado a lado con Legolas antes, y había bailado con él en galas reales. Conocía al guerrero y al príncipe, y a pesar de que eran el mismo, al compararlos parecían dos personas distintas.

    - Básicamente, Boromir también es un príncipe – Lyanna negó con su cabeza mientras no paraba de reír, insistiendo que no era lo mismo, ya que Boromir tenía un hermano que podía suceder la silla del Senescal – También nos acompaña un rey, Lyanna, no agarres ese argumento solo contra mí – respondió él entre risas, apoyándose sobre el balcón y contemplando la belleza de la noche. Lyanna lo miró, con sus ojos llenos de cariño

    - Vine aquí porque quería tomar un poco de aire – Legolas volteó a verla, y las miradas de ambos se encontraron – No sé qué es lo que nos depara el destino. Ojalá pudiera conocer todos los finales, o pedirles a las estrellas que me digan lo que han visto sobre el mañana. Pero es un misterio. Y a pesar de que me parecen interesantes, no me entusiasma si se trata de mi vida, o la del resto de los pueblos libres. Además, es la única forma en la que puedo regresar a casa.

    - ¿Tienes miedo de fallar? – adivinó el elfo. Lyanna mantuvo su mirada sobre la de él, tratando de responder.

    - Tengo miedo de jamás llegar a ser tan grande como un Vala debe ser – le confesó. Legolas tomó su mano, sin decirle nada. Y no había necesidad de que lo hiciera. Con aquel gesto, el elfo le decía a la Valië todo lo que necesitaba recordar. No estaba sola.

    En el otro lado del salón, un capitán les observaba con curiosidad. Y con recelo ante aquella imagen, Boromir dejó la fiesta.

    Capítulo Cinco: La Llama Blanca

    - ¿Lista? – le preguntó Legolas a la Vala, que había mantenido la mirada baja durante el discurso de lord Elrond. Ella asintió, segura de afirmarlo.

    Y entonces partieron, tres meses después de la llegada del Anillo a Rivendel. Los viajeros enviados por Elrond habían regresado apenas unos días atrás, y aunque era imposible limpiar por completo las tierras por las que tendría que pasar la Comunidad, se habían encargado de facilitarles la tarea en gran medida.

    En esos tres meses, los miembros se habían tomado el tiempo de conocerse entre sí. Excepto Legolas y Gimli. O Boromir y Aragorn. Sin embargo, Boromir y Lyanna sí que habían logrado convivir más de quince minutos juntos, y dado el pasado que tenían, era un aspecto positivo que resaltar.

    - ¿Cuál es tu historia con él? – le preguntó Legolas a la Vala, cuando Gandalf indicó la primera parada para pasar la noche. Lyanna se había alejado del grupo, y Legolas había pillado al gondoriano observando de lejos a su amiga. Ya lo había descubierto en varias ocasiones, y desde el Concilio había deducido que ellos dos debían de tener una historia, pero nunca le había querido preguntar a Lyanna por ella.

    - Estuve en Gondor un breve tiempo, no más de tres años – le confesó ella – Conocí a Boromir y buscó ganarse mi corazón. Y aunque sabía que era un mortal, me dejé llevar por mis emociones – a lo lejos, ambos escucharon las risas de los hobbits – Podía ver un amor tan real en sus ojos, pero estaba cegado por esa ilusión. Ignoraba mi inmortalidad y aunque nunca tuve intención de lastimarlo, terminé haciéndolo. Cuando su padre se enteró de lo que él sentía por mí, las cosas se salieron de control. Obligó a Boromir a forzar sus sentimientos. Lo que alguna vez se sintió como un sueño para él, terminó siendo una pesadilla. Sus sentimientos hacia mí eran controlados por su padre, y detrás de ese deseo de que me uniera a su hijo, supe que lo que en verdad deseaba era mi poder – Legolas frunció el ceño – Terminó en una pelea muy desagradable. Por todo ese control que su padre ejerció sobre sus sentimientos, por todas esas ideas que Denethor le metía sobre cómo desposarme significaba casi una obligación que debía cumplir, terminó repugnando el hecho de amarme. Al final, entendió por las malas que jamás podríamos estar juntos.

    - ¿Y tú lo amabas? – preguntó el elfo. La mirada de Lyanna se detuvo en la de su amigo.

    - Le guardo un tremendo cariño, pero no puedo evitar recordar las palabras hirientes que me dijo. Y sé que él piensa que soy una egoísta por nunca haber frenado las cosas antes de que fuera muy tarde. Y tal vez lo sea, pero recuerdo el brillo en sus ojos y la sonrisa que se le formaba ni bien me veía, y no puedo evitar enternecerme ante semejante imagen. La de alguien que en el fondo sabe que no puede poseer lo que más quiere, pero que aun así se arriesga amándolo – una pequeña lágrima se asomó por la esquina del ojo de Lyanna, pero la controló – En su corazón, él guarda la esperanza de que podrá convencerme de ser felices aunque sea lo que dure su vida. Pero mi corazón no funciona así – iba a decir algo más, pero no lo hizo – Nuestra relación ha mejorado, pero los hombres y sus emociones me son impredecibles.

    Lyanna no era la única que sufría por aquella relación tan complicada. Posiblemente, Boromir era quien se la pasaba peor. Al igual que Lyanna, él ansiaba recuperar su amistad con ella. Para él, debería ser suficiente por lo menos mantener una relación afectuosa con la Vala. Pero cuando lo intentaba, el rencor aparecía y el encanto se desvanecía. En Rivendel, habían coincidido en varias ocasiones en los pasillos, los establos o en los entrenos. Tanto ella como él querían que las cosas entre ambos se arreglaran, y aunque en tres meses no lo habían solucionado, poco a poco volvían a tolerarse más.


    Los días pasaron y la emoción del viaje aún se mantenía viva dentro del Comunidad. Merry y Pippin se habían vuelto bastante cercanos a Boromir, caminando casi siempre a su lado o delante de él. Frodo y Sam casi siempre pasaban pegados a Gandalf o a Aragorn, pues iban al frente. Gimli se llevaba mejor con los hobbits que con cualquier otro miembro, y Legolas y Lyanna caminaban la mayor parte del tiempo juntos, de último. Ambos eran más cercanos tanto con Gandalf como con Aragorn. Y Lyanna había mantenido una tierna relación con Frodo desde que lo había sanado de la herida de Nazgûl.

    - ¿Por qué no puedes tocar el Anillo? – le preguntó el hobbit, mientras se llevaba un pedazo de carne a la boca. Se encontraban en Acebeda, antiguo reino de Eregion, donde Lyanna había acudido tras escapar de Mordor. Ahora era un terreno desolado con ruinas por doquier. Legolas montaba guardia subido en una de las rocas. Sam preparaba la comida, mientras Boromir le enseñaba a Merry y Pippin a usar la espada. Aragorn les observaba de cerca. Gandalf meditaba, intentando ignorar las quejas de Gimli sobre no tomar las Minas de Moria. Había pasado casi una semana desde su salida de Rivendel.

    - Por la misma razón por la que ningún ser poderoso se atreve a hacerlo – le respondió ella al terminar de tragar la manzana que masticaba – Aunque quiera usarlo para hacer el bien, no me obedecerá – Lyanna lo miró, sin una gota de tentación en sus ojos. Frodo pareció confundirse – Que no te engañe mi capacidad de resistirme a él, cargar con mi poder es como si cargara con el Anillo. No puedo usarlo en gran medida. Luego de miles de años usándolo únicamente para hacer el mal, es lo único que sabe hacer. Aunque lo quiera usar para el bien, no responde a nada más que al mal – Frodo bajó la mirada, entendiendo poco a poco la carga que llevaba la Vala – Pero… – dijo ella – el Anillo es la última pieza que Sauron necesita para corromper mi poder. Mi Llama se apagaría y entonces yo me convertiría en el ser oscuro a la que tendrían que destruir – le advirtió ella, posando su mirada en el Anillo que colgaba del cuello del hobbit, mientras este lo rodeaba con su mano, como protegiéndolo de ella

    - ¿Y por qué no me lo has quitado? – preguntó él, con un rostro aterrorizado. Frodo no estaba seguro de por qué había hecho esa pregunta, ni de si había sido correcto hacerla – Eres muchísimo más poderosa que yo, podrías destruirnos a todos y huir con él – dijo él, tan rápido por la preocupación que le invadía que tuvo que tomar aliento al acabar de hablar. Lyanna rio, como si fuera algo que todos supieran menos el hobbit. Ella lo volteó a ver, y la cálida mirada de la Valië alejó los temores que le habían surgido. Ella sonrió, y se llevó una mano a su pecho. Tras cerrar sus ojos, tomó aire y lo dejó escapar en un solo aliento. Al hacerlo, Frodo casi lanza un grito al ver cómo de su pecho una brillante llama blanca salía y se sostenía en su mano

    - Esta es la Llama de los Valar, literalmente – el brillo de esta captó la atención de Sam y del resto. Todos admiraban el esplendor de un fuego tan vivo como aquel que sostenía Lyanna – Manwë la depositó en mí el día que Ilúvatar me dio la vida. Y por ella puedo estar a pocos centímetros del Anillo sin sentir ni un poco de tentación en tomarlo. Gracias a ella, mi poder jamás se sometió al dominio de Morgoth ni de Sauron, y gracias a ella he sido capaz de controlarlo. Con ella pude sanarte la herida que te hizo el Capitán Negro de los Nazgûl – Frodo la volteó a ver, sorprendido – Es la que me da fuerza para usar mi poder aunque sea un momento, sin que se descontrole

    - ¿Y eso te mantiene viva? – preguntó Pippin, asombrado. Lyanna la escondió dentro de su pecho, donde esta habitaba.

    - En sí, la Llama no es vida. Es solo una voluntad poderosa que me ayuda a controlar mi poder. Su fin es que este no caiga ante el mal. Sin la Llama, habría sido como Morgoth y hace muchos años que mi propio poder me habría arrastrado hacia la oscuridad. Lo único que podría derrotarla sería el Anillo, pero para ello Sauron tendría que recuperarlo, y ponérmelo a la fuerza. Y por más imposible que suene, no le resultaría tan difícil si lo llegara a recuperar – advirtió ella – Es fuego divino. No sobrevive mucho tiempo en un cuerpo que no sea el mío. Únicamente en seres moribundos y en los Valar – finalizó ella. La imagen de la Llama aún seguía presente en la mente de todos, incluso en la de Gandalf, que había estado ahí cuando Manwë la había depositado en ella.

    Solamente Legolas se había perdido de admirar el fuego que habitaba dentro de la Vala, pues se había alejado un poco del grupo para observar mejor la extraña nube que divisaba a lo lejos. Sam también logró identificarla, aunque tanto él como Gimli asumieron que se trataba de nada más una nube

    - Va muy rápido – habló Boromir, levantándose del suelo tras haber sido derribado por Merry y Pippin al practicar con la espada – y contra el viento – se escuchaba preocupado.

    - ¡Crebain de Dunland! – gritó Legolas. Todos menos los hobbits comprendieron lo que significaba aquello. Tenían que esconderse para que las aves no los vieran, si es que no lo habían hecho ya. Apagaron el fuego y se apresuraron a guardar todo.

    Cuando las aves pasaron de largo, Gandalf fue el primero en hablar

    - Son espías de Saruman – explicó

    - El paso al sur debe de estar siendo vigilado – habló Lyanna, mientras ayudaba a Frodo a salir del escondite en el que se había metido.

    - Tendremos que buscar otro camino – resopló el mago, volteándose hacia las montañas.

    Capítulo Seis: Nieve, Minas y Huargos

    Gandalf decidió que tomarían el paso de Caradhras para atravesar las Montañas Nubladas. Sin embargo, el camino se les volvía más complicado conforme más subían. La nieve los cubría cada vez más y más, con excepción de Legolas, quien gracias a su liviano peso de elfo era capaz de caminar sobre la nieve, sin hundirse.

    Legolas se adelantó al resto, avanzando varios metros más para asegurarse de que no hubiese obstáculos más adelante. Los hobbits y Gimli eran los que peor se la estaban pasando, pues por su tamaño la nieve les congelaba casi todo su cuerpo. Boromir se aseguraba de proteger a Merry y a Pippin, mientras Aragorn y Gandalf lo hacían con Frodo y Sam. Lyanna se encargaba de Gimli. Pero era inútil, si no pasaban rápido la montaña, los hobbits iban a terminar congelándose.

    Cuando Legolas regresó, le advirtió a Gandalf sobre una extraña voz que había escuchado en el aire. En el momento en el que Gandalf descifró que a lo mejor se trataba de Saruman, parte de la montaña que tenían por encima se desprendió, y ligeras piedras rozaron el camino por el que pasaban. No había donde ir, la nieve los tenía atrapados y a su lado un enorme precipicio los esperaba. Gandalf tomó su bastón y comenzó a recitar hechizos que alejaran los del Mago Blanco.

    Pero no dieron resultado, y lo siguiente que sucedió fue que un gran rayo impactó en la punta de la montaña, derribando la nieve y las rocas que se encontraban por encima de la Comunidad. Lyanna tomó a Gimli y lo cubrió con su cuerpo, para que parte de su calor corporal lo protegiera de la nieve que estaba por caerles. Boromir tomó a Merry y a Pippin. Aragorn a Frodo y Sam, y Legolas a Gandalf, quien se había ubicado muy cerca de la orilla y la nieve estaba a punto de empujar.

    Con desesperación buscaron la superficie y entendieron que ya habían tenido suficiente de la montaña. Era imposible atravesarla, pero y entonces ¿qué camino irían de tomar?

    - ¡Tomemos el paso de Rohan! Y crucemos el Folde Oeste hasta mi ciudad – gritó Boromir

    - ¡El paso de Rohan nos lleva muy cerca de Isengard! – exclamó Aragorn

    - ¡No podemos cruzar sobre la montaña! ¡Hay que ir bajo ella! Podemos tomar las Minas de Moria – insistió Gimli, pero Gandalf permaneció callado. Al sentir la mirada de todos, esperando a que dijera algo, el mago se dirigió a Frodo

    - Que el portador del Anillo decida – le dijo, con cierta inseguridad en su voz.

    - ¡No nos podemos quedar aquí! ¡Sería la muerte para los hobbits! – gritó Boromir, casi desesperado y apresurando a Frodo a hablar. Sabiendo que tenía que apresurarse a decidir, Frodo gritó:

    - ¡Iremos por las Minas!

    Ya casi habían dejado la nieve atrás, y los muros de Moria podían verse a lo lejos. Gandalf iba al frente y Legolas se mantenía de último. Lyanna se acercó a los hobbits y con su Llama les brindaba calor a sus cuerpos, ya que seguían helados debido a la nieve de la montaña. La noche caería en un par de horas, y la Comunidad disfrutaba de los últimos rayos de sol que verían hasta que lograran salir de las minas.

    Un aullido se escuchó, y Gandalf paró en seco. Tanto él como Aragorn y Lyanna voltearon a ver a Legolas, quien se encontraba arriba de una de las piedras, forzando a sus ojos a encontrar al responsable de aquel sonido. Legolas podía sentirlo cerca, pero no lograba verlo.

    Entonces un enorme huargo saltó desde detrás de una de las rocas que lo ocultaban y se lanzó contra el elfo. Los reflejos de Legolas le permitieron reaccionar para esquivar los dientes de aquella bestia, pero fue empujado por esta, cayendo de la roca.

    Aragorn estaba a punto de ir a socorrerlo, pero entonces más lobos huargos salieron de los alrededores. Los hobbits corrieron hasta Gandalf, mientras Lyanna, Gimli y Boromir se colocaban al frente. Aragorn corrió hasta uno de los huargos y consiguió matarlo. Estuvo a punto de ser atacado por uno, cuando una flecha rozó su hombro e impactó en la bestia. Legolas había matado al huargo que lo había empujado, y comenzaba a subir de nuevo hasta la ruta en la que se encontraban sus compañeros.

    Los demás ya habían empezado a pelear con ellos, mientras Gandalf y los hobbits corrían fuera del peligro, con el mago acompañándolos para protegerlos. Consiguieron derrotar a la mayoría de los lobos, pero entonces más aullidos se escucharon.

    - Deben ser más de dos docenas – exclamó Boromir, en medio de una respiración agitada.

    - ¡Gandalf! – se escuchó gritar a Frodo. Los huargos estaban por atacarles más al frente.

    - ¡Vayan! – les dijo Lyanna a los demás – Me puedo encargar del resto – sin discutirlo, Aragorn, Boromir y Legolas corrieron hasta los hobbits y Gandalf, quienes habían sido alcanzados por tres huargos. Gimli se quedó con Lyanna, pues por su tamaño no iría a alcanzar al resto tan rápido como los otros – Mantente un poco alejado, Gimli – le advirtió Lyanna.

    Los huargos llegaron a su encuentro, y efectivamente eran muchos más. Gimli tragó saliva, pero tomó con más fuerza su hacha. Pero Lyanna tenía otro plan. Haciendo uso de su poder, extendió sus brazos y atrajo la pared de piedra hacia abajo. Si tuviera control absoluto sobre su poder, aquella proeza habría terminado con grandes rocas aplastando por completo a los huargos, pero ella era consciente de que no podía usarlo en gran medida. No pudo derrumbar toda la pared, sino solo un poco de ella. Las piedras que cayeron sí aplastaron a varias de las bestias, pero no a todas.

    Algunas, al ver lo que la Vala era capaz de hacerles, huyeron del lugar. Pero otros pocos les atacaron igual. Lyanna desenvainó sus dagas que cargaba en su espalda, y Gimli se abalanzó junto a ella. Mientras la Vala lograba deshacerse de uno, dos más la atacaron al mismo tiempo, pero usando su poder de forma reactiva, los lanzó lejos, haciendo que sus cuerpos chocaran fuertemente con la pared y murieran al instante. Pero tal acción la debilitó bastante, pues el peso de los lobos le había requerido gran cantidad de poder.

    Al haberse librado de sus atacantes, la Vala y el enano corrieron hasta donde estaban sus amigos, descubriendo que justo acababan de derrotar al último que los había atacado. Aquellos también habían huido al ver cómo la Vala tiraba parte de la montaña sobre ellos, pero era seguro que, si no entraban en las minas, regresarían y los volverían a atacar.

    - Bueno, hemos llegado – dijo el mago, dándose la vuelta y subiendo unas escaleras que se encontraban un poco más adelante. Gimli dejó escapar un suspiro de asombro, señalando lo que se cernía ante ellos

    - Los muros de Moria – exclamó el enano, emocionado porque por fin habíamos llegado.

    - Démonos prisa, los huargos volverán, eso es seguro – dijo el mago, llamando a Frodo a que le ayudara. Lyanna corrió hasta Legolas, asegurándose de que el ataque del huargo no le hubiera hecho ningún daño.

    - Sí, estoy bien – le dijo él, se había cortado la palma de la mano con una roca, pero la herida no era profunda y apenas le molestaba. Lyanna, de todos modos, no la vio.

    - … las puertas de los enanos son invisibles – se escuchó decir a Gimli

    - Cierto, Gimli, ni sus propios creadores pueden encontrarlas, si sus secretos caen en el olvido – dijo Gandalf, mientras caminaba pegado a los muros.

    - ¿Por qué no me sorprende? – dijo Legolas en un tono sarcástico, que hizo al enano rodar sus ojos.

    Gandalf se detuvo frente a una pared con ciertas marcas apenas visibles en ellas.

    - Ah, Ithildin. Solamente refleja la luz de la luna y la estrellas – se volteó a ver el cielo, buscando donde se escondía la luna. Alejó las nubes que la cubrían y entonces una puerta se iluminó frente a ellos, maravillándolos a todos – “Las puertas de Durin, señor de Moria. Habla amigo, y entra” – leyó Gandalf, sobre las inscripciones élficas que se encontraban inscritas en la puerta.

    - ¿Qué quiere decir eso? – preguntó Merry

    - Es muy sencillo, si eres amigo dices la contraseña y las puertas se abren – contestó Gandalf, despreocupado. Sin embargo, tras intentar con un par de hechizos élficos, las puertas no se movieron ni un milímetro. Intentó con cada lengua que conocía, pero no pasaba nada.

    - ¿Qué vas a hacer entonces? – preguntó Pippin

    - ¡Golpear estas puertas con tu cabeza, Peregrin Tuk! Y si eso no las derriba, y consigo que me dejen en paz evitando hacerme preguntas estúpidas – el mago recuperó el aliento, tranquilizándose – intentaré encontrar las palabras adecuadas.

    Mientras Gandalf pensaba sobre qué se le estaba olvidando, el resto lo dejó tranquilo. Merry y Pippin jugaban a lanzar piedras al agua. Gimli se sentó en una de las rocas, a esperar. Boromir se aisló un poco y se sentó a contemplar el agua. Frodo se mantenía detrás de Gandalf. Aragorn y Sam preparaban a Bill, un pony que habían conseguido en la ciudad de Bree, para que retornara a su hogar, ya que las minas no eran un lugar para él. Legolas también se aisló del resto, sentado en un tronco cerca del agua, afilando con una piedra una de sus dagas. Lyanna lo alcanzó, luego de asegurarse de que ninguno de los hobbits estuviera herido por la reciente confrontación. Sin embargo, logró distinguir la herida en la palma del elfo.

    - Estás herido – le dijo ella, sentándose a su lado. Legolas se miró la herida, que había sangrado un poco, pero solo un poco. Él rio

    - ¿Esto? Es solo un rasguño, Lyanna, no va a matarme. Tú estás débil – le advirtió él, notando los párpados caídos en su rostro y el ligero temblor en sus manos. Ella desvió su mirada – No deberías usar tu poder en cada encuentro que tengamos, aunque sé que a lo mejor no tenías opción – adivinó él. Ella le sonrió débilmente, y dejó escapar un suspiro.

    - Ya me recuperaré, tampoco fue para tanto – dijo la Vala. Un pequeño movimiento en el agua alertó a los dos, quienes se pusieron de pie de inmediato y llevando sus manos a sus armas. En eso, escucharon las puertas de Moria abrirse, tras escuchar a Gandalf decir “Mellon”. Al parecer, se trataba de un acertijo.

    Gandalf se adentró a las minas, seguido por un entusiasmado Gimli, y con los hobbits quedándose de últimos. La oscuridad del interior era aterradora. Los sentidos de Lyanna se pusieron en alerta.

    - Pronto, señor elfo, disfrutará de la famosa hospitalidad de los enanos. Cálidas hogueras, cerveza de malta, ¡carne directa del hueso! – habló Gimli, dirigiéndose a Legolas – Este es el hogar de mi primo Balin. Lo llaman una mina – Gandalf iluminó el lugar, y cuerpos de enanos yacían muertos en el suelo - ¡Una mina! – las caras de horror de la Comunidad no tardaron en aparecer

    - Esto no es una mina – susurró Boromir, pero lo suficientemente audible - ¡Es una tumba! – exclamó, al ver los cadáveres por todos lados. Gimli corrió hasta ellos y soltó un grito de dolor y confusión, sin creer lo que sus ojos veían. Legolas tomó una de las flechas de uno de los cuerpos, y al examinar su punta identificó que se trataba de gnomos. Todos desenvainaron sus armas – Nunca debimos venir aquí. Hay que regresar y tomar el paso de Rohan. ¡Rápido, salgan! – dijo Boromir, pero entonces los gritos de Frodo anunciaron el inicio de un nuevo ataque.

    Un tentáculo tenía a Frodo rodeado de las piernas, y los hobbits consiguieron liberarle de este, pero entonces del agua aparecieron más de estos, empujando a los mediano y tomando al portador, arrastrándolo por el agua y levantándolo por el aire, mientras el hobbit pedía ayuda entre gritos de terror.

    La bestia del agua se asomó a la superficie, y Legolas lanzó una flecha hacia el tentáculo que sostenía a Frodo, intentando que lo soltara. Boromir defendía a Merry y a Pippin de los ataques de los tentáculos, Gandalf y Gimli protegían a Sam a que este lograra meterse en las minas, y Aragorn y Lyanna trataban de liberar a Frodo, mientras Legolas atacaba a la bestia directamente. Aragorn consiguió cortar el tentáculo con el que sostenía a Frodo, y este cayó en los brazos de Lyanna, quien no tardó en correr hasta las minas, antes de que aquella criatura pudiera arrastrar de nuevo a Frodo. Al ver que este ya estaba a salvo, Gandalf les ordenó que todos se metieran. Legolas seguía disparándole a aquella criatura gigante.

    - ¡Legolas! ¡Metete a la cueva! – le gritó Boromir, mientras cargaba con Merry y Pippin. Legolas consiguió clavarle una flecha a la bestia en uno de sus ojos, dándole tiempo para correr con el resto, antes de que su atacante les cerrara la entrada apilándola con rocas, obligándoles a permanecer dentro. Todo quedó a oscuras, y solo se podía escuchar la respiración de los diez compañeros, agitada por aquel enfrentamiento.

    - Solo nos queda una opción – dijo Gandalf, en voz baja, mientras golpeaba su bastón y de la punta de este emergía una pequeña luz – Enfrentarnos a la larga oscuridad de Moria. Permanezcan alerta, hay criaturas más antiguas y peligrosas que los orcos en las profundidades del mundo. Y guarden silencio, son cuatro días de viaje hasta el otro lado – Lyanna discernió un tono temeroso en las palabras del mago, pero consideró inoportuno preguntarle por ello en aquel momento – Confiemos en que nuestra presencia pase inadvertida.

    Capítulo Siete: Inmune

    Tras un par de horas de caminar en completo silencio, y con el bastón de Gandalf como única luz, el mago se detuvo, dejando que los hobbits, Gimli, Aragorn y Boromir descansaran. Ni Legolas ni Gandalf lo necesitaban, y Lyanna debía hacerlo únicamente porque al usar su poder se había debilitado un poco.

    Legolas tomó la primera guardia, así que Gandalf aprovechó a explorar el mundo de los sueños, mientras el resto de la comunidad dormía. El bastón de Gandalf seguía iluminando un poco, y el elfo se mantenía alerta, pues lo único que podría advertirle si el peligro estaba cerca era su oído.

    Avanzada la noche, Lyanna despertó. En su sueño, había visto una criatura acercarse a Frodo mientras dormía, y extendiendo su mano buscaba arrebatarle el Anillo. Una vez despierta, Lyanna observó a Legolas oculto detrás de un muro, arco y flecha en mano, apuntando un objetivo que no podía ver, y sí escuchar. Pero al no presentir más los movimientos del intruso, bajó su arma y regresó con el resto.

    - Lo vi – dijo Lyanna, atrayendo la atención de su amigo – un brazo pálido y esquelético, una mente corrompida – habló ella, recordando los fragmentos de su sueño – una vida maldita. – Legolas se acercó a ella, ofreciéndole un poco de agua.

    - Gollum – le dijo él. Lyanna frunció el ceño, sin entender qué quería decir aquello – eso fue lo que viste. Sin sonido alguno, es más fácil escuchar hasta los latidos de la criatura más silenciosa – Legolas tenía razón, el silencio de las minas era casi tan aterrador como su oscuridad – Al parecer, tras escapar de mis hombres se las ingenió para terminar aquí.

    - ¿No deberíamos eliminarlo? – preguntó ella, aunque nunca había conocido ni visto a Gollum. Legolas negó con la cabeza

    - No, no es una criatura peligrosa. Aunque quiera recuperar el Anillo, tampoco lo haría para llevárselo a Sauron. Mientras Frodo tenga a alguien para cubrirle la espalda, Gollum no será ninguna amenaza

    Lyanna se puso de pie, mientras presentía la profundidad de los sueños de sus compañeros. Los hobbits dormían profundamente, al igual que Gimli. Los latidos de Aragorn le daban la sensación a Lyanna de que su sueño era agradable, contrario a Boromir, pues la Vala sintió el terror de su mente. Se acercó a este y, entonando una cálida melodía, acarició su frente y desvió la pesadilla hacia un lugar más tranquilo. Gandalf tenía el sueño más ligero, y si Lyanna usaba su poder para volvérselo más pesado, el mago probablemente se daría cuenta y terminaría despertando al usar su poder para rechazar el de ella, y ambos terminarían debilitados.

    - Hay algo en este lugar que me tiene inquieta – le confesó ella al elfo, sentándose a su lado. Legolas admiró la delicadeza del rostro de Lyanna, digno de la belleza de los Valar. Y aunque la oscuridad de las minas fuera terrorífica, sus ojos brillaban como dos estrellas distantes en el cielo nocturno. En el corazón de Legolas, se asomó el recuerdo de la primera vez que conoció a Lyanna. Su padre se la había presentado como la “hija de los Valar”, pero al aventurarse fuera del reino conoció los demás títulos con los que era conocida: Portadora de la Llama de los Valar, la hija de Yavanna y Aüle, la unión de los poderes, la princesa de Valinor, la defectuosa, la Vala menor. E incluso había llegado a descubrir el título que el mismo Sauron le había dado, “La dama de Mordor”.

    - Estas minas son inmensas, quién sabe qué tan profundas son y qué se arrastra por ellas – respondió él. Ambos se voltearon a ver al mismo tiempo, instintivamente y sin razón alguna. Y al percatarse de ello, esbozaron una sonrisa. A Lyanna le vinieron recuerdos también de su estadía en el Bosque Negro, y de los mil años que había compartido ahí con Legolas. Era probablemente la amistad más larga que tenía con alguien, aunque tampoco es que considerara a mucha gente como su amigo o amiga. Formalmente sí los llamaba así, pero en su corazón Lyanna sabía que muchos de sus amigos la veían a ella más como una superior que como una igual o inferior. No le molestaba, pero tampoco creía que se lo mereciera. Muchos hombres, enanos, e incluso elfos la llamaban “mi lady”, por el simple hecho de que era una Vala. Lyanna lo sentía fuera de lugar. No estaba casada con ningún lord, ni con ningún rey o príncipe, ni siquiera estaba casada. Tampoco era lugarteniente de ninguna tierra. La trataban como de la realeza porque todos veneraban a los Valar. A simple vista parecía ser una mujer humana más, y la gente la trataba como una simple mortal más. Pero su comportamiento cambiaba drásticamente cuando se enteraban quién era realmente. Y aunque los más poderosos de la Tierra Media no la llamaban “mi lady”, sí que la trataban como una.

    Excepto el elfo que tenía al lado en aquel momento. Legolas parecía, de alguna forma, inmune al encanto de Lyanna. O al menos es lo que ella pensaba. Entre una elfa silvana y ella, Legolas había preferido enamorarse de una elfa de rango menor al de él. Y aunque para Thranduil aquello le había parecido casi humillante, a Lyanna le resultaba confuso. En su corazón, sabía que aquello tendría que alegrarle. Que alguien no estuviera interesado en ella ni por su poder ni por su belleza. Que su amistad se mantuviera igual sin que los conflictos del corazón de ambos intervinieran. Lyanna debería alegrarse porque el elfo no se interesara en ella.

    Pero no lo hacía.

    - ¿Cómo está Tauriel? – le preguntó ella por fin. ¿Habrían acabado juntos? Dudaba de que estuvieran casados, ninguna noticia de alguna boda le había llegado a ella, y estaba segura de que si el hijo de Thranduil se hubiese casado, las noticias se habrían esparcido por los reinos élficos.

    - Sigue siendo la capitana del ejército del Bosque Negro – respondió Legolas, indiferente. Aunque Tauriel era amiga de Lyanna, le había tomado por sorpresa su pregunta. Y el rostro coqueto de la Vala lo confundió aún más.

    - ¿Y le expresaste tus sentimientos? – preguntó ella, con un tono curioso. Esa pregunta tampoco se la había visto venir.

    - Esos sentimientos desaparecieron conforme el tiempo pasó – confesó él, formando una pequeña sonrisa – tampoco eran profundos. Además, mi padre se rehusaba mezclar la sangre de los Síndar con la de los silvanos – rio él, al igual que Lyanna

    - Pero sí quería mezclar la de los Valar con la de los Síndar – a pesar de que en su cabeza aquello se había escuchado gracioso, Lyanna se dio cuenta de sus palabras y se sintió avergonzada. Aunque no sabía por qué. Ella soltó una risa nerviosa, y Legolas rompió el contacto visual mientras sonreía, también con nerviosismo.

    Ambos se quedaron callados, tratando de pensar en algo más de qué hablar y evitar tocar el tema de cómo Thranduil quería que ellos se amaran. Aunque ninguno comprendía por qué aquel tema les incomodaba tanto.

    - Una vez me contaste un secreto – le dijo él, recordando aquella noche en la que ambos se habían alejado demasiado del reino, y habían tenido que pasar la noche en el bosque. Legolas la había visto pelear, pero ese día habían apostado que quien perdiera en un duelo, hacía la primera guardia. Lyanna había vencido al elfo tan rápido, que Legolas casi se había sentido ofendido. Lyanna no había usado su poder en absoluto, y aunque el elfo sí consideraba la posibilidad de ser derrotado, no esperaba que lo hiciera en menos de diez minutos. Y Lyanna, esperando que su amigo no se infravalorara por aquel duelo, le contó sobre su entrenador – Me dijiste que lo habías guardado desde el día que huiste de Mordor, y que temías que contárselo a alguien fuera a jugarte en contra alguna vez, por lo que nunca se lo irías a decir a nadie – Lyanna asintió, tragando saliva.

    - Eres el único que lo sabe. Ninguno de los altos elfos lo sabe, tampoco los Ístari. Los únicos en este mundo que lo sabemos somos Sauron, tú y yo. No es que esté segura, pero algo me dice que si se supiera que la guerra la aprendí de Sauron, creerían que de algún modo simplemente estoy fingiendo y que en verdad soy su aliada – Legolas sabía que ella tenía razón. Él mismo había pensado que a lo mejor todo aquello era un plan de ambos, como cuando Sauron había adoptado una forma físicamente bella y había engañado a los elfos de Eregion, incluido a Celebrimbor. Pero confiaba en Lyanna, y la conocía muy bien. En el fondo, sabía que sus temores no eran ciertos. Tal vez los altos elfos y los Ístari también la comprenderían, pero Lyanna prefería no correr el riesgo.

    - Solo quería agradecerte por eso – le dijo él, mirándola directamente. Lyanna frunció el ceño – me refiero, agradecerte de nuevo – explicó, riendo – por confiar en mí. No sé qué hice para que me consideres alguien digno de confiar algo tan importante, o para que me consideres un amigo tan confiable – Lyanna frunció el ceño

    - ¿De qué hablas, Legolas? Desde luego que lo sabes – dijo ella – No te importa ni mi poder ni mi pasado – explicó ella, como si fuera obvio – No buscas nada de mí – él desvió su mirada, meditando mejor lo que la Vala le estaba diciendo – No buscas ser mi amigo para tenerme como aliada. Tampoco me tratas como tu superior con tal de que me agrades y así piense bien de ti – él rio – No digo que todos lo hagan con esa intención. Sé que algunos han sabido reconocer y apreciarme por quien soy y no por quién soy. Pero de todas los seres que conozco, Legolas – el corazón del elfo pareció reaccionar tiernamente, adelantándose a las palabras de la Vala, y cierta emoción saltó en el pecho de ella, confundiéndola un poco, ya que ese brinco le parecía familiar – contigo me atrevo a ser más corriente o inferior sin que eso te parezca incorrecto para mí – confesó ella, riendo, y provocando que Legolas también lo hiciera – como cuando pasaste la mitad de la noche inventándote apodos de burla con los cuales llamarme – Legolas rio más al recordar algunos de ellos. Lyanna rodó los ojos, sin dejar de reír – “la bruja del bosque”, sabes, conocí gente que de verdad pensaba que había una bruja en el Bosque Negro – le dijo ella entre risas – casi me creas la reputación de Galadriel – sus risas siguieron al recordar todo aquello que habían vivido durante aquel tiempo, y sus miradas se encontraron para decirse el uno al otro que esos recuerdos los guardaban con cariño. Pero al ver aquella sonrisa en el rostro de cada uno despertó una chispa de nostalgia. No por los momentos que compartieron, sino por ellos mismos. Lo cercanos que eran, y que haberse separado luego de mil años juntos, aunque hubiesen sido solo sesenta años, se habían sentido eternos. Y que estar juntos de nuevo, de alguna forma, había vuelto a llenar ese vacío que les había dejado. Aquel sentimiento había aparecido en Lyanna estando en Rivendel, cuando vio a Legolas entrar a la ciudad. Y también se presentó en el elfo cuando lord Elrond le informó de que ella se encontraba en Imladris, y la noche en la que la reconoció de espaldas contemplando la belleza de las estrellas.

    Ambos adoraban tener la compañía del otro, se entendían tan bien, y se querían profundamente. Pero ambos se negaban a llevar ese cariño a un nivel superior. Ninguno deseaba perder ese vínculo tan único que no tenían con nadie más. Y a pesar de que a Legolas le gustaba ver a Lyanna como alguien igual y no superior, y a ella le gustaba ese trato, la Vala no comprendía por qué en una relación tan íntima y única, el elfo no había caído bajo el encanto de ella. Y por sobre todo, ¿por qué aquello no le daba igual?

    - Legolas – empezó ella, dispuesta a preguntarle sobre su increíble resistencia al encanto de ella. Él ya le había explicado una vez por qué, pero ambos habían estado bromeando todo el rato previo y siguieron haciéndolo posteriormente, que podría decirse que incluso su respuesta no la había dicho en serio. Y entre más lo pensaba, más deseaba que lo fuera - ¿por qué tú no…? – pero se calló al sentir en su mente un ligero empujón. Gandalf se había despertado, y ella lo había podido sentir. Ambos voltearon a verlo, y este tomó su bastón mientras se ponía de pie y caminaba hasta donde se encontraban el elfo y la Vala.

    - Descansa un poco tus ojos y oídos, Legolas, los vas a necesitar mañana como nuevos – le aconsejó. Lyanna desvió la mirada hasta el suelo, desilusionada por no haber podido terminar de preguntarle aquello tan personal a su amigo. Aunque igual se lo podría preguntar luego.

    Legolas se retiró del lado de Lyanna y se propuso a descansar. Lyanna depositó un profundo y pacífico sueño en la mente del elfo, haciendo que este cayera dormido casi al instante. Aquel poder se lo había dado el Vala Ilmo, el “Maestro de los sueños”. Sin embargo, únicamente podía guiar los sueños, como si la mente tuviera caminos, pero no podía depositar imágenes. También podía controlar la profundidad de estos únicamente si el ser ya estaba dormido, pero seres como los elfos o los Maiar eran capaces de discernir si alguien les estaba obligando a no despertar. Y podía depositar la necesidad de descansar en alguien únicamente si el ser así lo deseaba, si deseaba dormir.

    Aunque igual Lyanna podía debilitarse si aquello le tomaba mucho esfuerzo.

    - ¿Cómo te sientes? – le preguntó el mago a la Vala. Ella le aseguró que había recuperado sus fuerzas – Bien, bien – susurró él, un tanto distraído – guárdalas bien, Lyanna – ella lo miró, confundida – puede que vayamos a necesitar que uses gran parte de tu poder…

    Capítulo Ocho: La Estrella de Náriël

    Las palabras del mago seguían vagando por la mente de Lyanna. Él solo le había dicho que era importante que su presencia no fuera percibida, porque grandes males se habían escondido en las profundidades del mundo.

    Lyanna no le preguntó más al mago, pues sabía que Gandalf prefería mantener en secreto las cosas y revelarlas hasta que el momento fuera el indicado, o jamás decir nada porque la necesidad nunca llegara a existir. Sin embargo, ella misma lo dedujo. Al inicio de la Tercera Edad se había levantado el rumor de que los enanos se habían encontrado con una bestia de Morgoth en las profundidades de Moria, y por eso el reino había decaído. Lyanna nunca supo qué criatura era, pero realmente dudaba de que fueran a encontrarse con ella. Su camino era hacia arriba, no hacia abajo. Cualquier ruido que hicieran en la superficie tampoco podría ser tan escandaloso para que se escuchara en lo profundo de las minas.

    El siguiente día la dinámica fue casi la misma. Caminata larga y en silencio. Gandalf les mostró las salas donde se encontraba el Mithril, el metal más precioso de la Tierra Media, cuya producción se había detenido casi dos milenios atrás, luego de la expulsión de los enanos por aquella bestia de Morgoth. El Mithril ahora solo podía ser encontrado en piezas ya existentes conservadas desde la Segunda Edad.

    Lyanna había conocido al rey de la ciudad en su primer y última visita al reino de Khazad-dûm, durante los quinientos años en los que anduvo de aquí a allá con Gandalf. Durin IV fue el único de los Durin reencarnados que conoció a la hija de su creador, y había quedado tan maravillado con ella que le entregó uno de los objetos más valiosos hechos de Mithril: dos dagas resplandecientes, que colgaban de su espalda desde hacía ya más de dos mil años. La espada no se le daba tan bien a la Vala como las dagas, y Durin IV la escuchó. Además, le había regalado Mithril puro, para que ella misma creara algo con los dones de su padre.

    Después de aquella visita no regresó más al reino, pues para aquel entonces ya se encontraba viviendo en Rivendel, instruyéndose. Tras la caída de Moria, tampoco pudo visitar Erebor antes de la llegada del dragón Smaug, pues aún seguía en Rivendel. No conoció aquel reino sino hasta que Thorin Escudo de Roble reclamó de vuelta la Montaña Solitaria, varios años después.

    Gandalf les habló de las dagas de Lyanna a los hobbits, ya que el resto de la Comunidad por supuesto que lo sabía. A su vez, les contó a todos de que Bilbo, el tío de Frodo poseía también una cota hecha de aquel metal, como regalo de su amistad por parte de Thorin II. Boromir también comentó que los cascos de la Guardia de la Ciudadela de Minas Tirith estaban hechos de Mithril.

    Aparte de todo aquello, no se conocía nada más hecho de aquel material.

    Casi no hablaban entre ellos, salvo en susurros y no por mucho tiempo. En las dos paradas para descansar, Lyanna pudo presentir la tristeza en los sueños de Gimli, por lo que decidió quedarse más pegada a él al caminar. Ella, Gandalf y Legolas eran los encargados de vigilar mientras el resto descansaba.

    Sin embargo, Legolas y ella no había vuelto a tener un momento completamente a solas en el que ella pudiera preguntarle al elfo su secreto para evitar caer en su encanto, porque Gandalf permanecía despierto con ellos, pendiente tanto de cualquier bestia con la que se pudieran encontrar como de Gollum, que los venía siguiendo pasos más atrás.

    Bajo las minas, cada parada que hacían para descansar la tomaban como la noche, aunque no podían saber realmente si en el exterior efectivamente era de noche. Al despertarse de la segunda parada de descanso, siguieron caminando hasta llegar a tres túneles. Según Gandalf, escoger el incorrecto podría costarles bastante caro, pero no recordaba cuál de los tres era el que debían tomar.

    Decidió hacer la tercera parada mientras intentaba recordar qué camino era. Todos descansaron, incluso Legolas y Lyanna, a quienes el mago les insistió en que lo hicieran. Sin embargo, para cuando todos despertaron, Gandalf seguía sin recordar el camino.

    Boromir se encontraba con Merry y Pippin, contándoles en susurros sobre Gondor y la Ciudad Blanca de Minas Tirith. Aragorn y Legolas se encontraban en otra esquina. Sam preparaba un poco de comida, con fuego que Gandalf le había encendido, mediante su poder como maia. Frodo hablaba con Gandalf, y Lyanna intentaba distraer a Gimli, escuchando al enano recitarle poemas o canciones hechas para su padre.

    - Gandalf dijo que Durin IV te había dado también Mithril puro para que crearas algo con los dones del padre Aüle – dijo Gimli, con cierto asombro en su voz.

    - Sí, lo hizo – le dijo ella, adivinando el camino por el que iba la conversación.

    - ¿Creaste algo con eso? – preguntó el enano, sacándole una sonrisa a la Vala. Ella, volteando a ver a su alrededor para asegurarse de que nadie los estuviera viendo, sacó de su pecho un colgante resplandeciente. Tuvo que cubrirlo con sus manos, pues aquel brillo era tan intenso que podía llamar la atención del resto. No solía usarlo cuando usaba prendas descubiertas, pero aquel vestuario de viajera le permitía mantenerlo oculto bajo tanta ropa. Gimli se maravilló del colgante. Era una cuerda fina de mithril que sostenía una pieza, también de mithril puro, con forma bastante extraña.







    Dos figuras unidas, una rodeando a la otra su cabeza con sus brazos, y la otra rodeando a la otra su cintura, y una forma de hoja que simulaba el cuerpo de una silueta y al mismo tiempo la falda de la otra. En los brazos que rodeaban la cabeza del otro corría un brillo dorado, mientras que por los brazos que rodeaban la cintura del otro corría un brillo de plata. Y en medio, en las siluetas, estas dos luces se encontraban, creando un esplendor precioso, pues uno podía estar seguro de nunca haber visto nunca tal brillo.

    Gimli estaba boquiabierto

    - Es la estrella de Náriël – le dijo ella – bueno, no existe ninguna estrella en el cielo que se llame así. Esta es especial. No la ubiqué allá arriba porque su luz es muy tenue para brillar como el resto. Pero contiene el brillo de las dos estrellas más importantes de Arda, y por eso es una estrella. Pequeña, terrestre, pero aun así una estrella.

    - ¿Qué estrellas? – preguntó el enano, aún maravillado. Lyanna sonrió

    - El sol y la luna. Gracias al poder de Varda, la Reina de las estrellas, pude pedirle a Arien, la dama del sol, un rayo de este. Y a su amante, Tilion, el señor de la luna, una luz de ella. Cuando escuché sobre su historia, mi corazón se compadeció. Clamé a Ilúvatar que escuchara las penas de mi corazón y diez años comencé a forjar esta joya. Quería que fuera digna de la hija de Aüle y Yavanna. Con ella, conseguí que los amantes del día y la noche no vivan separados más de su amor. Gracias a Náriël, no importa qué tan lejos ellos estén el uno del otro, sentirán el amor del otro con ellos, abrazándolos – le explicó Lyanna, con un tono suave y esperanzador. Gimli no pudo evitar sonreír, completamente feliz al escuchar aquello que la Vala le contaba. Era precioso.

    - ¿Por qué “Náriël”? – preguntó él

    - Según el calendario élfico, hay un evento que ocurre cada año, en la misma fecha y sin excepción: el encuentro del sol y la luna. Esto ocurre en el mes de Nárië, el sexto mes del año. Y, de acuerdo con los cálculos de Gandalf, fue el mes en el que Ilúvatar me concedió la vida. En honor a ese suceso, decidí nombrarla así

    - Pero en ese encuentro su brillo no se ve así – comentó Gimli, confundido por la diferencia de la luz.

    - Tienes razón, el encuentro de ambas estrellas es oscura. La luna se apaga y forma un anillo precioso de fuego tapando al sol, oscureciendo el mundo. Pero siempre me pregunté cómo se verían ambas luces juntas. Cómo brillaría el amor de dos amantes que están destinados a vivir separados, si estuvieran juntos – la sonrisa de Lyanna se desvaneció, y su mente vagó – Es un recordatorio también, Gimli – el enano la volteó a ver – de que encontraré a alguien cuyo amor brille tanto como el mío, y que juntos cree el más bonito de los brillos – Gimli sonrió, y colocó una mano en el hombro de la Vala, haciendo que esta volteara a verle

    - Estoy seguro de que así será

    - ¡Oh! – se escuchó decir a Gandalf. Lyanna guardó el colgante bajo sus ropas de inmediato - ¡Es por ahí!

    - ¡Ah! ¡Lo ha recordado! – exclamó Merry, poniéndose de pie con gran entusiasmo. Los demás hicieron lo mismo.

    - No, pero el olor no es tan desagradable allá abajo – contestó Gandalf, colocándose su puntiagudo sombrero – En caso de dudas, Meriadoc, siempre sigue a tu nariz – Gandalf tomó su bastón y guio el camino.

    El resto de la Comunidad le siguió, bajando las escaleras y adentrándose en los salones del reino. Gandalf sabía que ahora se encontraban en las salas más impresionantes construidas por los enanos, que desde luego era un lugar digno de apreciar.

    - Me voy a arriesgar a iluminar esto un poco más – susurró el mago, haciendo que de su bastón una luz más potente le permitiera a la Comunidad admirar los enormes y perfectos pilares que los rodeaban. La sala era inmensa, y a los ojos de ella se sentían tan pequeños, especialmente los hobbits.

    Incluso Legolas no pudo evitar admirarse ante aquella construcción tan asombrosa. Gimli pareció quedar satisfecho al ver la cara del elfo. Lyanna recordaba aquellos salones, pero eso no le impidió quedar maravillada de nuevo.

    La Comunidad fue avanzando mientras seguían admirando la majestuosidad del lugar. Gandalf sabía que estaban cerca de la salida. Faltaba poco para que sus preocupaciones quedaran atrás. Aunque, de que sus miedos se cumplieran, igual Lyanna estaba en perfecto estado.

    En su corazón, Gandalf no deseaba usar a la Vala de aquella forma. Sabía que le iba a tomar mucho poder y que incluso sería peligroso para el resto de la Comunidad estar cerca de ella si aquella bestia despertaba, pero al menos ella tenía más oportunidades de vencerlo que el propio Gandalf.

    Su plan, si llegaban a despertar a la criatura llamada “El daño de Durin”, era atraerlo hacia el puente y que Lyanna lo enfrentara, mientras todos ellos salían de las minas y la esperaban. Ya le había comentado a la Vala de que ella tendría que distraer los males que habitaban en Moria para que los demás salieran, puesto que aquella maldad podía ser superior a todos, menos a ella.

    Lyanna había accedido al plan de Gandalf. Estaba segura de que el único ser casi tan poderoso como ella era Sauron, y Gandalf le había asegurado que el control que tenía ahora sobre su poder sería suficiente para hacerle frente a esa amenaza, pero que sin duda la dejaría bastante debilitada, incluso al punto de desfallecer.

    Lyanna ya estaba convencida de que Gandalf se refería a los dragones de tierra que habitaban en las profundidades del mundo, pero no le quedaba claro por qué Gandalf asumía que un dragón de tierra era superior a él, un maia casi tan poderoso como Sauron o Saruman.

    Se encontraban a mitad del salón cuando Gimli vio a lo lejos una luz dentro de un cuarto. Lleno de esperanzas de encontrar a su primo o a alguien con vida, corrió con prisa hasta aquel cuarto. Gandalf intentó llamarlo para que regresara, pero tuvo que seguirle. El resto de la Comunidad se les unió a los dos, excepto Lyanna, a quien una ráfaga helada le recorrió el cuerpo, poniendo todos sus sentidos en alerta.

    Aquella sensación no la había sentido desde hacía casi seis mil años. Aquella sensación de miedo que sentía cuando la llevaban ante Morgoth y era sometida a diversas torturas y castigos. Lyanna presentía un terrible mal cerca.

    ¿Qué maldad es la que habita en estas minas? Pensó ella, dudando ahora de que se tratara de un dragón terrestre.

    Alcanzó al resto de sus compañeros, solo para encontrarse a un Gimli completamente desconsolado frente a la tumba de su primo. “Aquí yace Balin, hijo de Fundin. Señor de Moria” se leía en esta. Lyanna se acercó al enano y colocó su mano en su hombro, al igual que Aragorn. Gandalf leía un libro que los enanos habían escrito en aquel cuarto antes de ser masacrados, y Pippin sostenía el sombrero y bastón del mago.

    - “Han tomado el puente, y la segunda sala. – leyó Gandalf – Atrancamos las puertas, pero no resistiremos por mucho tiempo. El suelo tiembla. Tambores, tambores en lo profundo – la ráfaga helada volvió a invadir a Lyanna, y como reflejo volteó a ver a la entrada, con cierto temor – No podemos salir. Una sombra se mueve en la oscuridad. No podemos salir. – en lo profundo de su mente, una enorme sombra se presentó, y la sensación de un látigo ardió en su espalda. Aquello la aterró más – Ellos ya vienen”.

    Y entonces, un potente ruido los asustó. Lyanna y Gandalf se voltearon aterrados hacia el origen de aquel golpe. Al parecer, Pippin se había distraído observando un cadáver que yacía sobre un pozo. Un pozo sin fin, profundo, y por donde había caído el cráneo junto con el casco de hierro de aquel cadáver.

    Pero aquello no fue todo. El cadáver entero, aún cubierto con la armadura de hierro, cayó también, creando un ruido todavía más estrepitoso. Los rostros de horror del mago y de la Vala se oscurecieron todavía más al ver la cubeta de hierro caer también. Fueron más de seis golpes los que se escucharon por todas las minas hasta que el silenció volvió a reinar.

    El rostro de Pippin demostraba que estaba totalmente apenado y arrepentido de aquello. Sabía que aquello les podía costar caro. Gandalf le quitó de un solo jalón su sombrero y su bastón.

    - ¡Idiota de Tuk! ¡¿Por qué no te lanzas tú la próxima vez y nos libras de tu estupidez?! – le reprendió el mago, a lo que Pippin bajó el rostro, bastante apenado.

    - Gandalf, tenemos que irnos ya – le dijo Lyanna, con un tono realmente angustiado. El mago asintió y se propuso a caminar hacia la salida, pero fue detenido por el sonido de un tambor. Sonido que todos escucharon, y puso cada uno de sus sentidos en alerta. Más tambores resonaron. La sombra en la mente de Lyanna se expandió, y la espada de Frodo se tornó de un azul espeluznante.

    Los habían descubierto.

    Capítulo Nueve: El Balrog de Morgoth

    - ¡Orcos! – exclamó Legolas, escuchando el ruido de sus pasos acercándose cada vez más hacia ellos. Boromir corrió hasta la entrada, pero fue detenido por dos flechas que se clavaron en la puerta, a pocos centímetros de su cara. Lyanna corrió hasta él y le ayudó a cerrar la puerta.

    - Tienen un trol de las cavernas – exclamó Boromir, en un tono irónico. Como si la situación no estuviera demasiado jodida ya.

    Legolas y Aragorn les pasaron hachas y lanzas que los cadáveres aún sostenían, mientras Boromir y Lyanna las trababan en la puerta. Gimli tomó su hacha y se subió en la tumba de su primo. Los hobbits desenvainaron sus espadas, al igual que Gandalf.

    Cuando terminaron de trabar la puerta, los cuatro retrocedieron y se formaron uno al lado del otro. Aragorn y Legolas apuntaban con sus arcos y flecha la entrada, mientras Boromir sostenía en su mano su espada. Lyanna tomó una lanza de uno de los cadáveres y la apuntó hacia la entrada.

    En menos de un minuto, los orcos ya estaban tratando de abrir la puerta. Poco a poco le abrieron un hoyo, por el que las flechas de Aragorn y Legolas pasaron para derribar uno o dos orcos. Parecía que podrían controlarles al menos por un tiempo.

    Pero entonces la puerta se vino completamente abajo y todas aquellas criaturas entraron casi uno encima del otro. Lyanna lanzó su arma, y desenvainó de su espalda las dos dagas de mithril. Aragorn guardó su arco y sacó su espada. Legolas también guardó su arco para tomar también sus dos dagas. Boromir se abalanzó sobre un grupo de orcos cerca de él, y los hobbits también fueron a la carga detrás de Gandalf.

    Matar orcos no era realmente difícil. Muchos de ellos solamente atacaban por instinto, como animales. A pesar de que había unos que sí sabían pelear, como los Uruk-Hai. Los orcos no eran hábiles en el combate, a veces lo único que hacían era lanzarse sobre su oponente y atacarlo con su arma. Pero por su torpeza, resultaban fáciles de eliminar. Por ello los hobbits lograron derrotar más orcos de los que se imaginaron.

    Sin embargo, un fuerte gruñido proveniente de la entrada les llamó la atención a todos. Un enorme trol con un mazo con púas entró a la cámara. Legolas le atacó con una flecha, aunque pareció que solo le había hecho un rasguño.

    Sam, que estaba frente al trol, fue el primero en ser atacado por este. El hobbit logró escabullirse del trol, pero este insistió en perseguirlo. Sam estaba acorralado con aquella bestia frente a él y la pared por detrás. Aragorn y Boromir fueron a socorrerlo, tomando las cadenas con las que los orcos guiaban al trol. Con todas sus fuerzas lo alejaron de Sam. El trol se desequilibró, pero logró darse la vuelta y casi arrollar con sus tambaleantes brazos a los dos hombres. Aragorn soltó la cadena, pero Boromir aún la sostenía. El trol se dio cuenta de aquello y, de un solo golpe, lo lanzó por los aires. Chocó con la pared y después cayó, aturdido por el golpe. No se había percatado que tenía a un orco frente a él, a punto de atacarlo, pero Aragorn le lanzó su espada, clavándose en el pecho del orco.

    El trol se dio la vuelta al sentir el ataque de Gimli con su hacha. Persiguió al enano, estrellando su mazo en la tumba de Balin, mientras Gimli se lanzaba de esta y tropezaba al aterrizar. Estaba a punto de ser atacado por el trol, cuando Legolas le disparó dos flechas a este. Aquello lo detuvo de aplastar al enano con su mazo, pero su atención se volvió hacia el elfo. El trol buscó golpearlo con la cadena que colgaba de él. El elfo lo esquivaba lo mejor que podía, pero los ataques del orco no parecían cesar, y volverse más rápidos e intensos, que no le dejaba ni tiempo para salir de aquel espacio en el que estaba o de sacar su arco de su espalda. Pero entre tanto lanzarle la cadena, esta se terminó enredando en uno de los pilares que se encontraban ahí. Aprovechando aquello, Legolas trepó hasta el trol, que estaba atrapado del cuello por la cadena. Legolas se paró sobre la cabeza de su oponente, y le disparó una flecha hacia esta. Pero su cabeza era dura, y la flecha salió disparada hacia otro lado. Al sentir el ataque, el trol comenzó a moverse desesperado, desequilibrando al elfo y obligándolo a bajarse de él. Por aquellos movimientos tan bruscos, la cadena se rompió y el trol logró liberarse, enfocando su atención en los tres hobbits frente a él.

    Pippin gritó, y entonces el trol les lanzó su mazo. Frodo giró hacia un lado y Merry y Pippin hacia el otro. Aragorn, Gandalf y Lyanna voltearon a ver a Frodo, para estar seguros de que este estuviera bien. ¿Quién cargaría con el Anillo si Frodo era asesinado?

    Lyanna se apresuró a matar al grupo de orcos que la estaba atacando. Aquel trol ahora buscaba a Frodo con una lanza exageradamente grande. Lyanna sabía que podía encargarse del trol usando su poder. Ya casi no quedaban orcos, por lo que eliminar al trol de una vez por todas con su poder era un buen plan. Seguiría el plan de Gandalf, lo atraería hasta el puente y se enfrentaría a él. Le iba a tomar bastante fuerza, pero estaba segura de que no iría a necesitar ser auxiliada después de derrotarlo.

    La Vala se encaminó hasta el trol y, usando sus dagas, le hirió en sus piernas, haciéndolo soltar un gruñido. El trol se giró hasta ella y buscó atravesarla con la lanza, pero ella logró esquivarlo. Lyanna entonces guardó sus dagas y utilizó su poder para detener el brazo del trol. La punta de la lanza quedó a pocos centímetros de su cara, y el trol miró con asombro y terror su propio brazo siendo inmovilizado. Lyanna sonrió triunfante.

    - ¡No! ¡Lyanna! – escuchó gritar a Gandalf, mientras el brazo del trol soltaba la lanza - ¡No uses tu poder con él! ¡Él no es la bestia! – las palabras de Gandalf desconcertaron a la Vala - ¡Lyanna! – el poder que estaba ejerciendo sobre el trol se debilitó, al igual que la misma Lyanna, pues la misma fuerza del trol había logrado rechazarla gracias a que su mente se desconcertó.

    Lyanna cayó al suelo, y el trol le estrelló su puño en su rostro. La Vala alargó su brazo, buscando sus dagas, pero el cansancio no la dejó. El trol la tomó de sus piernas y la alzó. Todos voltearon a verla, y aunque todos intentaron correr a ayudarla, los orcos no la dejaron. Legolas le disparó dos flechas al brazo del trol, tratando de que soltara a su amiga, pero el trol las esquivó. Aragorn también le disparó dos flechas más, pero dieron en su espalda. Gimli le lanzó otra hacha y los hobbits pedazos de roca que se encontraban en el suelo. Pero el trol no soltó a la Vala.

    La alzó hasta su altura y, con una gran fuerza, la arrojó hacia el suelo, para volverla a alzar y volverla a estrellar una y otra vez hasta matarla. Pero antes de aterrizar en el primer intento, Lyanna ocupó su poder de forma reactiva. Detuvo el arrojo del trol, y aunque no pudo aguantarlo mucho tiempo y aquello la había debilitado aún más, la salvó de ser estrellada contra el suelo.

    El trol volvió a alzarla pero esta vez, Legolas y Aragorn le lanzaron dos flechas cada uno al mismo tiempo. El trol gruñó y arrojó a Lyanna por los aires. Aterrizó en la esquina de uno de los pilares que estaban dentro del cuarto, abriéndole una herida en la cabeza y dejándola completamente inconsciente.

    El trol se volvió hacia el hobbit Frodo, quien había buscado huir de la esquina en la que estaba. Aragorn acabó con los orcos que lo rodeaban y se dirigió a Frodo y al trol. Le hizo frente atascándole una lanza en su costado, pero el trol lo lanzó a él también por los aires. Aragorn quedó inconsciente, y Frodo intentó despertarlo. El trol se sacó la lanza y buscó atravesar a Frodo con ella. Hasta que por fin, el trol dejó al hobbit sin salida alguna y le clavó la lanza en su abdomen. Todos se percataron de aquello. En aquel momento, todos acababan de terminar con todos los orcos del lugar. Merry y Pippin se lanzaron contra el trol y lo atacaron en su cabeza, mientras Gimli se acercaba a atacarle las piernas. Frodo gimió de dolor y terminó cayendo al suelo, inconsciente. Sam corrió a su encuentro.

    Boromir y Gimli fueron lanzados por el aire por el trol. A Merry lo tomó por sus piernas y lo lanzó hacia el suelo, pero Gandalf estaba en su paso y fue derribado por el mediano. Pippin no podía bajarse de la cabeza del trol, y Legolas le apuntaba directamente a su boca, pues sabía que así conseguiría matarlo de una vez por todas.

    Pippin le hirió y el trol gruñó. Legolas disparó la flecha hacia su boca abierta, y por fin el trol cayó. Aragorn despertó, y al ver a Frodo caído con la lanza en su abdomen, corrió hasta él, al igual que Gandalf y los demás.

    Para sorpresa de todos, cuando Aragorn lo levantó, Frodo seguía respirando. Frodo despertó y, con ayuda de Sam, logró erguirse sin dolor alguno.

    - Estoy bien. No estoy herido – dijo el hobbit, en un solo aliento.

    - Deberías estar muerto – le dijo Aragorn, todavía sin poder creerlo – esa lanza habría atravesado a un jabalí – En aquel momento, una débil Lyanna despertó y se incorporó lentamente.

    - Parece que este hobbit tiene algunos talentos ocultos – dijo Gandalf, pero él sospechaba de la razón de aquella maravilla. Frodo se descubrió, entonces, una cota de malla plateada debajo de su ropa, con un brillo único.

    - Mithril – susurró Gimli, impresionado de observar aquella pieza – Usted está lleno de sorpresas, señor Bolsón – le animó el enano al hobbit, con una sonrisa.

    Lyanna llegó al encuentro del resto de la Comunidad, con su visión bastante distorsionada y un potente dolor de cabeza. Gandalf y Frodo fueron los primeros en observarla, y sus rostros se llenaron de horror. El resto se percató de eso y se giraron hacia ella, a lo que sus rostros cambiaron también como los del mago y el hobbit.

    El cabello de Lyanna estaba lleno de sangre, y esta aún corría desde su herida y por todo su rostro. Boromir se acercó hasta a ella para sostenerla cuando la Vala se tambaleó y estuvo a punto de caerse. Sam sacó de su mochila un pedazo de tela que usaba como manta, la arrancó y se la extendió a Gandalf, quien buscó cubrir con ella la herida de Lyanna, y hacerle presión para que la hemorragia parara. Gandalf sostuvo su rostro en sus manos y buscó su mirada, pero esta estaba bastante ida.

    - Lyanna, Lyanna, mírame – le pidió el mago. A Lyanna le ardía la cabeza cuando alzaba la mirada, pero la voz de Gandalf la obligaba a hacerlo. Estaba muy débil, y el mago sabía qué significaba aquello. Tenían que salir ya de las minas – Al puente de Khazad-dûm – le ordenó a la Comunidad. Todos se apresuraron a salir del cuarto. Lyanna apenas podía mantenerse de pie por su cuenta, y a Boromir cargarla lo estaba retrasando del resto. Gandalf se volteó hacia ellos y le dijo a Boromir que se adelantara, que él se encargaría de la Vala. El hombre, no muy convencido de querer dejarla, terminó accediendo al ver que más orcos salían de los alrededores del salón principal. Gandalf se volteó hacia Lyanna y la sostuvo de sus brazos – Ten – le dijo el mago a la Vala, quitándose el anillo que llevaba en su poder y colocándoselo a ella – Ya lo conoces, Lyanna. Este es Narya, el anillo de fuego – Lyanna sintió el poder del anillo élfico recuperarle un poco de sus fuerzas – Te reanimará y te permitirá sobrevivir mientras salimos de estas minas – le explicó Gandalf, en un solo aliento. Gandalf la soltó y Lyanna pudo ser capaz de mantenerse sobre sus pies sin decaer.

    Ambos corrieron con el resto, Lyanna un poco más lento que Gandalf debido al dolor que aún penetraba de forma insoportable en su cabeza. Cada paso era una tortura para ella, pero el anillo le proveía el ánimo para seguir avanzando.

    Por fin, los diez compañeros se vieron rodeados por completo por una gran cantidad de orcos que los habían alcanzado. Eran demasiados, era seguro que no podrían enfrentarlos a todos. La salida estaba cerca, tal vez unos podrían lograr escapar.

    Pero un fuerte golpe llamó la atención de todos, y una extraña luz se observó a lo lejos. La ráfaga helada volvió a invadir a Lyanna, y la sensación de un látigo ardió en su espalda. Los orcos huyeron, y Gandalf soltó un largo suspiro.

    No. No puede ser pensó Lyanna, entendiendo por fin que aquella criatura era de la que Gandalf le había advertido. Pero si fueron todos derrotados.

    - ¿Qué es esta nueva brujería? – susurró Boromir, una vez el silencio reinó de nuevo los salones, y únicamente el rugido de aquella bestia se escuchaba tras aquella luz de fuego. Legolas volteó a ver a Lyanna. Ambos sabían qué era.

    - Un balrog – le respondió Gandalf, con un tono completamente frío – un demonio del mundo antiguo – la espalda de Lyanna le recordó la sensación del látigo de aquellas bestias, con las que Morgoth les ordenaba azotarla como castigo – Esa cosa es superior a todos ustedes – aquello era cierto. Con Lyanna debilitada, el balrog la asesinaría sin complicación alguna - ¡Corran!

    Todos se dirigieron a la entrada, con Gandalf y Lyanna de último. Boromir fue el primero en llegar a la salida y casi cae por el precipicio que se formaba al final de las gradas, si no fuera porque Legolas llegó a evitarlo, jalándolo hacia atrás. Los pasos del balrog se escuchaban a lo lejos.

    - Gandalf, aún puedo enfrentarlo – le dijo Lyanna. Ella sabía que Gandalf había decidido que se tendría que enfrentar él contra aquella bestia. Los balrogs eran los terceros en la sucesión de poder en la Tierra Media, después de Morgoth y Sauron. Gandalf sabía que podía enfrentarse a él, pero únicamente si Ilúvatar le auxiliaba en aquel momento.

    - ¡Gandalf! – le llamó Aragorn, sosteniéndolo mientras el mago recuperaba el aliento.

    - Guíalos, Aragorn. El puente está cerca, y Lyanna necesita ser atendida, está perdiendo mucha sangre.

    - ¡Puedo vencer al balrog! – repitió ella, con el dolor martillándole la cabeza.

    - ¡Te necesitamos! – le dijo el montaraz.

    - ¡Hagan lo que les digo! – exclamó el mago – Aragorn, la espadas no sirven aquí. Y Lyanna, estás demasiado débil. De los dos, soy el único que tiene la oportunidad de matarlo – le dijo, mientras los pasaba y corría con el resto hacia las escaleras. Aragorn y Lyanna se voltearon a ver, para luego alcanzar a los demás.

    A mitad de las escaleras, se dieron cuenta que esta había sido derribada y un gran precipicio se encontraba entre ellos y el otro lado de la escalera. Legolas fue el primero en saltar, seguido de Gandalf. Una flecha rozó el rostro del elfo, y otra más los pies de los hobbits. Había orcos que los estaban atacando. Legolas y Aragorn sacaron sus arcos y comenzaron a atacar de vuelta. Gandalf le ordenó a Lyanna que saltara, a lo que ella obedeció. Boromir tomó a Merry y a Pippin y saltó con ellos, pero al hacerlo, parte de las escaleras donde estaban se desprendió, y aunque ellos lograron aterrizar en el otro lado, el salto de los restantes iba a tener que ser mayor. Aragorn lanzó a Sam, y Gimli insistió en que nadie arrojaba a un enano. A pesar de que logró saltar bastante, casi cae al abismo de no ser porque Legolas lo sostuvo de su barba.

    Otra parte de la escalera en la que aún estaban Frodo y Aragorn se desprendió. Y el balrog ahora estaba casi encima de ellos. Por el golpe de sus pasos, una gran roca cayó detrás de Aragorn y de Frodo, destruyendo gran parte de la escalera y haciendo que el resto aún en pie comenzara a tambalearse. La temperatura en aquel lugar subió, la cabeza de Lyanna le comenzó a doler más, y la parte de la escalera en la que estaban los últimos dos de la Comunidad caería en cualquier momento.

    Aragorn se las ingenió para que aquel pedazo se inclinara hacia adelante y les permitiera saltar una distancia más corta. Tanto él como Frodo lograron reunirse con el resto, y Gandalf les ordenó que siguieran. Todos corrieron hasta el puente, pero las llamas comenzaron a invadir el lugar. Boromir fue al frente, seguido por los hobbits y Gimli. Aragorn y Legolas iban detrás de ellos, y Lyanna se había quedado con Gandalf.

    - ¡Voy a enfrentarlo contigo! – esa fue la decisión de la Vala – Y no me vas a decir qué hacer, Gandalf – espetó ella. Gandalf resopló. Estuvo a punto de decir algo, pero un fuerte rugido llamó la atención de ambos. El balrog salió de entre las llamas, observando de cerca a sus dos oponentes. Al verlo de frente, Lyanna sintió de nuevo la sensación del látigo en su espalda.

    - ¡Ve! – le gritó Gandalf a Lyanna – encárgate de proteger al resto de sus llamas – con un gran esfuerzo, por el dolor en su cabeza y el ardor en su espalda, Lyanna corrió con el resto de la Comunidad.

    Las llamas estaban cerca de ellos. Lyanna alejó el fuego que poco a poco los estaba encerrando por los lados. Entre más poder usaba, más débil se sentía. Cuando Boromir estaba a punto de cruzar el puente, una enorme pared de fuego lo detuvo, pero Lyanna extendió sus brazos y, apretando sus dientes y tragándose el dolor que aquello le iba a suponer, alejó las llamas. Tropezó al sentir su visión distorsionarse, pero el anillo de fuego la obligó a no decaer. El balrog, al ver que Lyanna estaba bastante débil y que la Comunidad estaba a medio puente, decidió dirigir todas las llamas de fuego hacia ellos. El calor incrementó y la Comunidad tuvo que pararse, sintiendo cómo el aire desaparecía y el fuego pronto los consumiría.

    - ¡Lyanna! – gritaron Gandalf, Aragorn y los hobbits. Al escuchar aquellos gritos y observar como una nube de fuego estaba por caerles encima a todos, Lyanna cerró sus ojos, y en un grito de dolor y furia, impidió que el fuego los llegara a tocar. Las llamas se habían detenido, el camino frente a ellos estaba despejado y Lyanna, con sus dos brazos alzados mientras detenía aquel fuego, sabía que tenía que resistir y rechazarlo por completo.

    Todos cruzaron, y el balrog atrajo las llamas hacia él, con el plan de lanzarlos con todas sus fuerzas de nuevo. Lyanna se tambaleó, pero Gandalf la tomó, impidiendo que cayera, y la empujó hacia el puente - ¡Cruza ya! – le ordenó el mago. Su visión era borrosa y se tornaba poco a poco más oscura. Ella y el mago habían llegado a la mitad del puente cuando el balrog les alcanzó. Ambos se voltearon a este, y sin tener muy claro lo que estaba pasando, Lyanna pudo sentir la fuerza con la que el balrog les lanzaba de nuevo las llamas. Los hobbits se abrazaron, y los demás cerraron sus ojos, todos esperando cómo aquella nube pronto los incineraría.

    Pero con sus últimas fuerzas, Lyanna dejó ir todo su poder. Todo. En un grito tan ensordecedor que penetró hasta en las salas más profundas de las minas. No solo contuvo el fuego, lo expulsó y lo extinguió, dejando solo las llamas que emergían del cuerpo del balrog.

    Lyanna cayó el suelo, sin fuerzas y con el agrio sabor del dolor en todo su cuerpo. Legolas corrió hasta ella, aprovechando que el balrog se había echado hacia atrás. La tomó en sus brazos y la sacó del puente. Su cuerpo entero temblaba, más sangre salía de su cabeza y a pesar de que no estaba inconsciente, gracias al anillo de fuego, su oído y visión no distinguían nada.

    Gandalf sabía que tenía que derrotar al balrog, o este podría perseguirles incluso fuera de las minas. Frodo observaba a Lyanna y le preocupaba que la Vala pudiera morir en brazos del elfo, y el temor de que Gandalf terminara así o peor lo tenía bastante inquieto. Gandalf se había quedado a mitad del puente, y el balrog le estrellaba su espada de fuego al mago. Pero Gandalf había creado un escudo de luz invocando su propio poder. La espada se derritió y el balrog tuvo que sacar su látigo. Al escuchar cómo este resonaba sobre la pared, Lyanna pareció reaccionar, pero solo porque aquel sonido la hizo sentir como si el látigo hubiese sido azotado sobre ella. Su visión se hizo más clara, y observó lo diminuto que se veía su amigo frente a aquella criatura demoníaca.

    - ¡Tú no vas a pasar! – le gritó el mago, mientras golpeaba con fuerzas el puente con su bastón. El puente comenzó entonces a derrumbarse del lado en el que el balrog se encontraba, y este sin poder sostenerse de ningún lado cayó en el abismo. Frodo admiraba aquella escena con gran temor, al igual que el resto, pero él a diferencia de los demás necesitaba a Gandalf. En su mente el pequeño mediano le rogaba a Gandalf que no muriera. Gandalf respiró con tranquilidad al saber que el balrog había caído, y estaba dispuesto a reunirse con el resto de la Comunidad, cuando la bestia lanzó su látigo y logró alcanzar a Gandalf con él, arrastrándolo hacia el borde del puente, donde este se intentó sostener. Frodo chilló y buscó correr a ayudarle, pero Boromir lo detuvo. Frodo estaba aterrado, Aragorn no parecía comprender lo que pasaba, los demás se sentían tan impotentes de saber que no podían hacer nada. Y una lágrima recorrió el rostro adolorido de Lyanna, quien sabía qué significaba aquella mirada del mago - ¡Corran, tontos! – fue lo último que les dijo el mago, antes de caer por el abismo.

    Capítulo Diez: El Capitán y el Príncipe

    La muerte de Gandalf había afectado a toda la Comunidad, pues era la prueba de que aquella misión podría requerir sus propias vidas para poder cumplirla. Todo con el fin de derrotar a Sauron de una vez por todas.

    Salieron de las minas apresuradamente al ver cómo los orcos llegaban desde el otro lado del puente y comenzaban a atacarlos con flechas. Pero ni bien volvieron a encontrarse con la luz del sol, no tardaron en derrumbarse por lo que acababan de presenciar. Los hobbits lloraban desconsolados, Gimli parecía gritarle al viento. Aragorn, Boromir y Legolas lo intentaban procesar. Pero Lyanna no podía llorar a su amigo en aquel momento, pues con el dolor de su cabeza y el gran uso de su poder, la Vala no tenía fuerzas para soportar un dolor más.

    Legolas, quien la había tenido en brazos desde que había caído a mitad del puente, retiró de su cabeza el pedazo de tela con el que Gandalf había tratado de pararle la hemorragia. La sangre había dejado de correr, pero había perdido mucha, y tras haber enfrentado el fuego del balrog, ella se encontraba demasiado débil. No podía ni siquiera usar su propio poder para curarse ella misma, y ninguno de los restantes de la Comunidad tenía la habilidad de sanar a una Valië. Lyanna necesitaba medicina élfica.

    Aragorn se acercó a ella y al elfo. Intercambiando miradas con este, el montaraz dio un largo suspiro. Tenían que partir ya.

    - Legolas, levántalos – le dijo al elfo, y aunque sabía que debían partir, no se creía capaz de obligar a los hobbits a dejar de llorar a Gandalf.

    - ¡Ten compasión y dales un momento! – pidió Boromir, observando a los pequeños.

    - Para cuando el sol caiga, estas colinas rebozarán de orcos. Lyanna está muy malherida, y ninguno de nosotros puede curarla. Debemos ir al bosque de Lothlórien, tal vez nos dan refugio. Lyanna vivió mucho tiempo ahí – dijo Aragorn, guardando su espada – Vengan, Boromir, Legolas, Gimli. Levántenlos.

    Legolas, con una tierna mirada, convenció a Merry y a Pippin de ponerse en pie, mientras Boromir seguía a Gimli. Aragorn levantó a Sam y fue tras Frodo, quien había decidido alejarse y poder llorar en paz a su gran amigo.

    Narya aún le enviaba fuerzas a Lyanna, las suficientes para que ella pudiera ponerse de pie por su cuenta. Boromir llegó a socorrerla, pero ella le aseguró que podía mantenerse por su cuenta.

    Lothlórien se encontraba en las faldas de la colina. El viaje no sería tan largo para llegar a las fronteras de este. Pero el viaje hasta Caras Galadhon, donde se encontraban los elfos, sí que suponía un viaje de más de un día. Lyanna no estaba segura si lograse aguantar tanto tiempo.

    Durante el viaje, su paso era bastante lento. Aragorn iba cerca de cinco kilómetros más adelante que todos. Los hobbits le seguían varios pasos atrás, cuidados por Gimli. Luego seguía Lyanna, tomándose su tiempo para caminar, pues cada paso que daba era un dolor cada vez más grande. La seguían Boromir y Legolas.

    - Deberías haber ido con Aragorn, tu vista nos podría advertir mejor si nos acecha alguna amenaza – le dijo Boromir al elfo. Pero Legolas sabía que lo único que quería era quedarse a solas con la Valië.

    - Es mi amiga, no la voy a dejar sola – le advirtió Legolas. Boromir parecía desesperarse

    - No, al parecer nunca la sueltas – espetó él, un poco molesto ya de tener que ver a los dos casi siempre juntos.

    - Por más que quieras insistirle, ella no va a cambiar de opinión con respecto a ti – soltó Legolas, provocando más al gondoriano. Lyanna oía que discutían, pero el martilleo en su cabeza distorsionaba las palabras.

    - Al menos sé lo que es amar al ser más bello de este mundo – le contestó el hombre, con una mirada de lástima – No como tú, que jamás has conocido lo que es. Y sí, mi señor elfo – se apresuró a decir – es algo maravilloso – concluyó, sonriendo de forma triunfante. Boromir se adelantó y le alcanzó el paso a Lyanna, mientras Legolas se quedaba ahí un momento más, reflexionando sobre aquellas palabras.

    Boromir tenía razón, Legolas no sabía qué era amar a la Valië, ni ser amado por ella. Se había encariñado tanto con la amistad de Lyanna que jamás consideró ir más allá. Pensaba en su padre, y entendía por qué le frustraba que él no buscara conquistar el amor de la Vala. Era seguro que cada príncipe elfo lo había intentado hacer, e incluso conseguido. Legolas sabía que si él hubiese intentado ganarse el corazón de Lyanna, ella le habría dejado intentarlo. Con una simple mirada, un simple gesto, o una simple afirmación, que él jamás llegó a hacer, él pudo saber qué era amar a aquel ser tan divino.

    Pero nunca lo hizo. Estaba seguro de que sus razones para no hacerlo eran las mismas por las que ella no había podido amar ni a Glorfindel ni a Elladan ni a Gildor Inglorion, que tenían mayor prestigio que él. Se lo había dicho a su padre, y le había pedido no contarle sus razones ni a Lyanna, ni a nadie, pues temía que su amistad tan única con Lyanna se arruinara si llegaba a conocerlas.

    Legolas rodó sus ojos y se le adelantó a Boromir, pasando a Lyanna, a los hobbits y Gimli y por fin alcanzando a Aragorn. Le había hecho caso al gondoriano, y lo había dejado a solas con la Vala.

    Pero de todas formas, Boromir no molestó a Lyanna, pues las palabras del elfo también lo habían detenido. Legolas tenía razón, y Boromir en el fondo lo sabía. Pero aún esperaba convencer a Lyanna.

    Legolas y Aragorn llegaron a la frontera del bosque, y decidieron esperar al resto, que se demoraron un poco en alcanzarlos. Boromir venía de último, junto con Lyanna. Cuando alcanzaron a los demás, Aragorn examinó a la Vala. Su herida se había vuelto a abrir, la sangre volvía a correr por su rostro y la mirada de la Valië apenas distinguía figuras frente a ella. Su oído era lo único que la orientaba.

    - Con suerte, encontraremos a los elfos silvanos en guardia. Con Lyanna herida, tal vez nos dejen pasar con ella – dijo el montaraz, aunque no se escuchaba convencido de aquello.

    Un punzante dolor recorrió la cabeza de Lyanna. Su cuerpo se tambaleó y todo alrededor de ella giró, haciéndola perder fuerza en sus piernas y caer hacia atrás. Boromir y Legolas se encontraban detrás de ella y ambos reaccionaron para sostenerla, pero Boromir la atrajo hacia él, haciendo que Lyanna lo rodeara con sus brazos y se sostuviera de él. Boromir le lanzó una mirada triunfante al elfo y, sin entender por qué, aquella imagen le molestaba.

    Entraron al bosque. Gimli se sentía bastante incómodo sabiendo que tendría que convivir con los elfos, pero sabía que eran los únicos capaces de ayudar a su amiga.

    - Acérquense hobbits – los llamó el enano, y los hobbits se acercaron a él – Dicen que una bruja habita en estos bosques – empezó – una bruja elfa de un poder terrible – Frodo escuchaba una voz en su cabeza. Parecían susurros que traía el mismo viento – Dicen que todos los que la miran son hechizados – un par de ojos aparecieron en la mente de Frodo y de Lyanna. El anillo Narya pareció arder en su dedo, y ese ardor se extendió por todo su cuerpo. Era un calor abrazador, su dolor fue desapareciendo, pero así también sus sentidos – y no se vuelve a saber nada de ellos – al terminar aquella frase, tomó su hacha con más fuerza – Bueno, pero aquí hay un enano al que no atrapará tan fácilmente. Tengo los ojos de un halcón y el oído de un zo…, oh. – dijo al segundo, pues una flecha lo apuntaba directamente a su rostro. Más flechas aparecieron, y detrás de ellas había elfos de cabellos claros. Todos eran apuntados, menos Legolas, quien se había visto obligado a apuntarles a sus compañeros junto con los de su raza. El encanto del bosque le había dado a Lyanna la capacidad de volverse a poner de pie por su cuenta, y aunque no distinguía bien con sus ojos lo que pasaba, pudo sentir la presencia de alguien muy conocido.

    - El enano respira tan fuerte que podríamos haberlo matado de noche – dijo un elfo saliendo de entre los demás que rodeaban a la Comunidad. Aragorn se inclinó un poco hacia él.

    - Haldir, necesitamos su ayuda – le dijo a este, el elfo volteó a verlo y entonces se encontró con aquel ser cuyo encanto había invadido su corazón por varios centenares de años. Haldir se acercó a la Vala, tomando su rostro delicadamente con su mano, con miedo de dañarla más

    - Lyanna – susurró él - ¿Qué le ha pasado? – preguntó el elfo. Aragorn evadió la pregunta

    - Necesitamos que los señores elfos la vean, está muy débil. No podemos seguir nuestro camino sin ella – Haldir volteó a verlo, con el entrecejo fruncido.

    - Lyanna es parte de nuestro pueblo, y será llevada con la Dama de Lothlórien – ordenó a sus soldados – Pero ustedes vendrán conmigo, y se les juzgará si son bienvenidos en el reino – los elfos guardaron sus arcos y flechas – pero al enano le vendaremos los ojos. No puede conocer los caminos al reino

    - ¡Haldir! – exclamó Lyanna al escuchar aquellas palabras. Había preferido no decir nada, pues el dolor no se lo permitía. Pero aquellas palabras no las iba a tolerar – Como hija del creador de su raza, eso es un insulto para mi padre y para mí – había tomado una gran cantidad de aire para decir aquello – los enanos son sus enemigos únicamente por mera tradición. Respeto tus órdenes, pero si vas a prohibirle ver el camino a un hermano mío, lo harás conmigo también – le espetó – y no pienso entrar al bosque sin ellos – pero eso fue lo último que dijo antes de que todas las luces a su alrededor se apagaran de forma brusca y cayera. Hablar le había requerido toda la fuerza que le quedaba.

    Los elfos de Lórien la tomaron y, siguiendo las órdenes de Haldir, se la llevaron. Boromir y Gimli protestaron, pero Aragorn sabía que, aunque no los dejaran pasar, Lyanna podría sobrevivir.

    Otros elfos procedieron a vendarle los ojos al enano, pero apoyando las últimas palabras de Lyanna, Merry pidió que también lo vendaran. Pippin le siguió, así como Sam y Frodo. Aragorn y Boromir también se negaron a seguir a Haldir si no les vendaban sus ojos. Y a pesar de que al capitán elfo no le importaba lo que desearan los demás e iba a proseguir a vendar solamente al enano, que el mismo hijo de Thranduil se pusiera del lado del enano no le dejó a Haldir otra opción que escuchar la petición de la Comunidad entera.

    Y todos fueron vendados.

    La caminata hacia la frontera del reino les tomó casi toda la noche. Sus vendas fueron removidas cuando llegaron a una sala de espera creada sobre un árbol. Haldir les comentó a otros elfos de alto rango militar sobre la situación de los viajeros, pero omitió mencionar que Lyanna los acompañaba. La presencia de la Valië no debía por qué influir en el resto de los desconocidos, y ninguno de ellos olvidó la advertencia de la Dama del bosque sobre posibles viajeros que traerían un terrible mal.

    A pesar de que conocían a Legolas y a Aragorn, a los demás no les tenían confianza. Y por ello no les permitieron pasar.

    La noche pasó y Aragorn y Legolas hablaban con Haldir y los demás soldados para que los dejaran pasar. Les comentaron sobre el Anillo, sobre Lyanna y sobre por qué no podían seguir sin ella.

    Por otro lado, Lyanna no había despertado mientras los elfos silvanos la cargaban hacia Caras Galadhon, el hogar de la Dama de Lórien. Llegaron al anochecer, y llevaron a Lyanna a la habitación de los enfermos, donde Galadriel la visitó y atendió.

    Lyanna se encontraba muy débil. Había caído en un sueño profundo, y la Noldor no podía saber cuándo despertaría. Reconoció el anillo Narya en su dedo y un mal presentimiento invadió el corazón de la Dama. Galadriel curó la hemorragia de Lyanna y ordenó transportar a la Valië al estanque de aguas plateadas que se encontraba cerca de su infame espejo. El agua de aquel estanque era bastante densa, por lo que el cuerpo de Lyanna se mantuvo en la superficie, dejando que el poder del agua misma restaurara las fuerzas que había perdido. Sus ropas habían sido retiradas, y fue envuelta en una túnica blanca. Galadriel encontró el colgante de mithril en las ropas que le habían retirado, y lo colocó en el cuello de Lyanna. Su pecho brillaba como una tenue estrella. Usando su poder, Galadriel recitaba hechizos que le devolvieran las fuerzas a la hija de Yavanna y Aüle, pero al haber intentado todo, Lyanna no despertaba. Y no lo iba a hacer hasta que ella misma lo decidiera.

    Galadriel suspiró, y cuando el agua había limpiado los dolores, heridas y mente de la Vala, ordenó llevarla a una sala iluminada con luz de estrella, esperando a que ella despertara.

    Capítulo Once: Lothlórien

    Legolas convenció a Haldir de que los dejaran pasar al mencionar la misión de Frodo y porqué Lyanna debía ir con ellos, y ellos con ella. Haldir no tuvo otra opción más que aceptarlo y llevarlos hasta los señores de Lothlórien. Luego de medio día caminando, llegaron a Caras Galadhon. Ahí, conocieron a Celeborn y a Galadriel, quien les dio la bienvenida y les permitió quedarse cuanto quisieran antes de volver a su misión.

    Al ver a la Dama de Luz, Gimli quedó encantado bajo su encanto y belleza. Los hobbits quedaron sorprendidos, menos Frodo, que, junto a Boromir, le temió por su poder. Legolas y Aragorn ya conocían a los señores de Lórien.

    Los elfos les prepararon pequeños cuartos en los huecos de los troncos de los grandes árboles del pueblo, y la Comunidad se mantuvo cerca en todo momento. Dentro de un largo tronco había cuatro camas hechas para los hobbits. Los demás tenían sus propios huecos. Los elfos les ofrecieron ropas nuevas, algunas prendas ya las tenían reservadas para visitantes como Legolas, Aragorn y Boromir, pero los costureros tuvieron que prepararles unas nuevas a los hobbits y a Gimli.

    Sin embargo, Boromir no podía concebir el sueño. Las palabras de lady Galadriel en su mente le habían recordado la situación de Gondor, y cómo él se sentía impotente de no poder hacer nada para mejorar la situación de su pueblo.

    Ni siquiera lo dejaban usar el Anillo para el bien. Y aunque sabía que a lo mejor los demás tenían razón, guardaba la esperanza de que él fuera distinto, y pudiera usarlo propiamente. Ante las tribulaciones que se libraban en su mente, Boromir decidió caminar por el bosque, en busca de Lyanna.

    Frodo tampoco descansó lo suficiente esa noche, pues la Dama de Lórien lo despertó con su poder, similar al de Lyanna, y lo llevó hasta su espejo, donde Frodo vería imágenes del futuro si fallaba en su misión. En las imágenes, observó a la Comunidad, a cada uno.

    La imagen pasó a entonces a Lyanna.

    Esta miraba a Frodo, y lo llamaba. Y entonces Frodo vio cómo ella se levantaba de un trono, y detrás de ella había cuerpos muertos amontonados. Elfos, hombres, hobbits y enanos. Su armadura era negra y la hacía ver mucho más grande de lo que él recordaba. Su mirada era letal. Estaba esperando a alguien en las costas de un lugar extraño, que Frodo no conocía. Y de pronto, unos barcos se aproximaban a lo lejos. Varios barcos. Lyanna sonreía y alguien en una armadura parecida a la de ella se acercaba a su lado, pero Frodo no le pudo ver la cara.

    La imagen cambió a él mismo en un barco, pero frente a él no estaban los puertos donde se encontraba Lyanna y aquel extraño en la imagen anterior. Frente a él había unas arenas blancas. No pudo distinguir lo que había más allá, pues una luz blanca le impedía ver lo que había sobre aquellas bonitas arenas.

    Luego miró la Comarca, su hogar y a sus amigos ser destruidos, esclavizados y asesinados por la expansión del mal. Asimismo, vio un colgante de luz romperse en mil pedazos, y uno rodeado de una Llama blanca apagarse. Y la imagen cambio a un ojo de fuego, que atraía a Frodo hacia él. El Anillo se escabulló y logró quedar a la vista de aquel ojo y de Galadriel. Era como si el mismo Anillo hubiese salido por su cuenta, queriendo ir con aquel ojo de fuego. Pero Frodo lo tomó y se echó hacia atrás, alejándose del ojo y cayendo de espaldas en el suelo, rompiendo el encanto del espejo.

    Aquello se alojó en la mente de la Dama Galadriel también.

    - Esos son los diferentes escenarios que pueden pasar. Si Sauron recupera el Anillo, si Valyanna se pone el Anillo, o si destruyes el Anillo. Una pequeña decisión mal ejecutada y uno de esos destinos se cumplirá – le explicó la elfa al hobbit.

    Mientras Frodo se encontraba con Galadriel en el espejo, Legolas había decidido horas antes ir con Lyanna y ver cómo estaba. Al conocer el bosque, sabía que ella debía de estar en una de las salas de luz de estrella, o la sala de los heridos.

    Lyanna estaba siendo cuidada por una elfa, designada por Galadriel para chequearla y estar pendiente de ella hasta que despertara. Legolas entró al pequeño cuarto donde Lyanna descansaba, y la elfa, al ver a Legolas entrar, le hizo una breve reverencia.

    - ¿Cómo está ella? – le preguntó él, observando a su amiga con mejor aspecto comparado al de la última vez que la había visto, a pesar de que estaba dormida. Su piel lucía menos pálida, su cabello estaba limpio, su herida se encontraba mejor y su rostro… se veía tan relajado, sin preocupaciones o dolor alguno. Se veía preciosa.

    - Cayó en un profundo sueño, es imposible decir cuándo despertará – le dijo la elfa – un Vala despierta cuando quiere hacerlo. Y despertar a uno es peligroso – Legolas asintió, pues Lyanna se lo había dicho.

    - Sí, podría causar una reacción desastrosa – dijo él, mientras caminaba por el cuarto hasta llegar al lado de la Valië. Legolas se sentó en una de las sillas que estaban al lado de la cama donde Lyanna reposaba – Solo espero que no quiera quedarse en el mundo de los sueños – dijo, más para él que para la elfa – oh, perdóname, ¿cuál es tu nombre? – preguntó Legolas, al darse cuenta de que no lo había hecho. La elfa sonrió, un poco nerviosa.

    - Failië, mi señor – dijo ella, Legolas le sonrió de vuelta.

    - Es un nombre precioso, Failië – le dijo él, extendiendo aún más la sonrisa de la elfa – Por favor, si necesitas ayuda con algo, házmelo saber – la elfa asintió, y aquellas palabras le venían realmente oportunas.

    - De hecho, debo ir a chequear a otra persona. No aquí en las salas de luz, sino en su hogar. Si puede quedarse con ella un momento, se lo agradeceré mucho – Legolas asintió – No me tardo, vuelvo enseguida – dijo ella, mientras tomaba un bolso con un par de frascos y salía del pequeño cuarto.

    Legolas volteó a ver a Lyanna, y fijó su atención de nuevo en el fino rostro de la Vala y cómo aquella imagen tan tranquila e inerte le daba un aspecto mucho más hermoso del que el elfo recordaba. Era una belleza que él no se había detenido a contemplar como lo hacía en aquel momento.

    Legolas apartó del rostro de Lyanna unos cabellos que interferían con la imagen que estaba apreciando. La respiración de ella era tranquila, relajada. Sus manos se encontraban sobre su abdomen, y todo el cuarto era de color blanco.

    Lyanna frunció el ceño, e hizo un gesto de dolor. Legolas pensó que estaba despertando, pero al ver que ella no abría los ojos y que por el dolor, inconscientemente, estaba usando su poder, tomó el trapo que se encontraba en una mesa, y lo empapó del agua de plata que estaba en los estantes de al lado. Legolas pasó el trapo por la frente de la Valië, aligerando su dolor y viendo cómo los puños de ella se deshacían y volvía a descansar.

    Legolas suspiró y volteó a verla con un rostro un poco entristecido.

    - Necesitamos que despiertes, Lyanna – le susurró él, inclinándose hacia ella y dejando su rostro a pocos centímetros del de ella, esperando que pudiera escucharlo. Legolas tomó la mano de la Valië con una de sus manos, mientras con la otra pasaba el trapo por su rostro – Yo necesito que despiertes – dijo, aún más bajo.

    Legolas se enderezó y retiró su mano de la de Lyanna al sentir la presencia de alguien más. Sabía que no era un elfo, por lo que debía de ser alguien de la Comunidad. Pero al voltearse, no vio a nadie.

    Boromir había logrado saber dónde se encontraba Lyanna, pero al llegar se percató de que alguien más había llegado antes que él. La imagen del elfo estando tan cerca de la Valië mientras sostenía su mano le provocó cierta molestia, y al ver que Legolas había notado su presencia, se apuró a esconderse tras un muro que tenía al lado.

    Boromir se asomó por este un momento después, asegurándose que Legolas no lo hubiera visto. Observó cómo sostenía un trapo con agua por la frente de Lyanna. En aquel momento, una elfa ingresó al pequeño cuarto y le agradeció a Legolas por haberse quedado con la Vala. Legolas asintió, le cedió el trapo y se despidió, para después salir de ahí. Boromir suspiró.

    Estaba dispuesto a entrar, pero aquella imagen aún le molestaba como para querer entrar con Lyanna. Le molestaba que Lyanna parecía infravalorarlo por ser mortal, y le molestaba más ver cómo al elfo, alguien inmortal, le daba aquello que Boromir deseaba tener. Pasaban juntos casi todo el tiempo, le confiaba secretos que tal vez ni siquiera conocería jamás, y quién sabía de qué hablaban o qué tan íntimos eran al ser los únicos dos capaces de mantenerse despiertos mientras todos los demás descansaban. Para Boromir, que Legolas asegurara de que no sentía nada por la Valië no le parecía nada más que una excusa para distraer a los demás. Estaba seguro de que el elfo también había caído bajo el encanto de Lyanna, y que estaba más cerca de obtener su amor de lo que él jamás estaría.

    Pues para él, no amar a la Valië era algo imposible de lograr.

    Capítulo Doce: De Vuelta en Casa

    Los días pasaron, y la Comunidad había decidido quedarse en Lórien hasta haber recuperado todas sus fuerzas, tanto físicas como mentales. Además, los hobbits iban a necesitar más instrucción en el combate conforme se acercaban más y más a Mordor, y Aragorn y Boromir eran los encargados de enseñarles.

    Legolas se había disculpado con Gimli por hacerlo sentir culpable por la muerte de Gandalf, y le ofreció ayuda en lo que fuera con tal de enmendar aquel error. El enano, por su parte, no dudó en pedirle al elfo que le hablara más sobre lady Galadriel y le enseñara a hablar en Sindarin para poder impresionarla.

    No fue hasta el quinto día de su estadía en Lórien que Lyanna despertó. Legolas se encontraba a su lado, leyendo sobre el reino de Arnor y de su caída, cuando observó a la Vala moverse. Cerró el libro y se acercó a ella, esperando a que abriera los ojos. Failië también se había percatado de ello y se apuró a preparar un té de hierbas.

    Lyanna abrió sus ojos, y tras parpadear un par de veces, distinguió al elfo de cabellos dorados que se encontraba frente a ella. Inconscientemente, ella sonrió.

    - Bienvenida de vuelta – le dijo Legolas a ella. Lyanna sentía su cuerpo bastante pesado, además de encontrarse bastante desorientada. ¿Dónde estaban? ¿Dónde estaba el resto? ¿Quién era la elfa que estaba a su lado?

    - Haga que tome eso, por favor. Iré a informarle a lady Galadriel que ha despertado – le dijo Failië a Legolas, quien asintió y le ayudó a Lyanna a sentarse. Por las palabras de la elfa, Lyanna pensó que a lo mejor estaban en Lórien. Recordó la conversación con Haldir y a los elfos apuntándoles con las flechas. Sí, tenían que estar Lórien.

    - ¿Dónde está el resto? – preguntó ella, Legolas le tendió la taza con el té.

    - Los hobbits están entrenando con Aragorn y Boromir, y Gimli leyendo sobre la vida de lady Galadriel. Se ha enamorado de ella – le respondió él, riendo ante lo último. Cuando Lyanna se percató de que Legolas no había mencionado a Gandalf, y a punto estaba de preguntarle por él cuando observó el anillo Narya en su dedo, y recordó todo lo que había pasado. El troll, su sangre, el balrog, el fuego, el látigo. Y a Gandalf cayendo por el abismo.

    Las lágrimas se asomaron en los ojos de la Valië, y aunque no tenía la intención de hacerlo, terminó rompiendo en llanto frente al elfo. Lyanna cubrió su rostro con sus manos, sollozando desconsolada con las imágenes que acababan de llegar a su mente.

    - Hey, Lyanna – dijo Legolas, viendo cómo la Vala se quebraba - ¿Qué sucede?

    - Gandalf – dijo ella, descubriendo su rostro y tomando un poco de aire – Gandalf me pidió que guardara mi poder para enfrentar a una criatura. Cuando vi al trol pensé que se trataba de él, y dejé que me lastimara y debilitara. Pero en realidad era el balrog – los ojos de Lyanna mostraban profunda tristeza y arrepentimiento – Fui una tonta, ¿por qué iría a usar mi poder contra un estúpido trol de las cavernas? ¿Por qué asumí que Gandalf querría que guardara todo mi poder para algo tan insignificante? – decía Lyanna en voz alta, negando con su cabeza. Legolas se sentó a su lado en la cama, pasando un brazo por su espalda, tratando de calmarla.

    - Si no fuera por ti, todos estaríamos muertos debido al fuego del balrog – le recordó él, mirándola a sus bellos ojos, cristalinos por las lágrimas que caían de ellos – Los caminos que terminamos tomando, eventualmente, nos llevan a donde pertenecemos. Tu destino sigue siendo el mismo, Lyanna – ella lo miró, confundida, y él le sonrió – derrotar a Sauron – Lyanna bajó su mirada, pues entendía lo que Legolas le estaba diciendo. Tenía razón, después de todo. Ella no quería morir, quería regresar a Valinor.

    - Gracias – le dijo al elfo, mientras tomaba un poco del té de hierbas. Failië regresó en aquel momento, seguida de la Dama Galadriel. Legolas se puso de pie y le hizo una reverencia. Galadriel les sonrió a ambos.

    - ¿Cómo te sientes, Lyanna? – le preguntó la elfa Noldor, acercándose a ella.

    - ¿Cuánto tiempo estuve dormida? – preguntó. Para ella, había parecido tan solo un par de horas.

    - Cinco días – le contestó Galadriel. Lyanna la volteó a ver, con sus ojos bien abiertos – perdiste mucha sangre y usaste gran parte de tu poder. Si no fuera por Narya, probablemente te habrías desmayado mucho antes – le dijo la elfa – El agua del estanque de plata ayudó a que recuperaras tu fuerza, y los cuidados de Failië fueron esenciales para que tu herida sanara – señaló a la elfa silvana que se encontraba tras ella. Failië hizo una reverencia a la Vala, a lo que ella le sonrió - ¿Estás lista para regresar con la Compañía? – preguntó Galadriel. Lyanna asintió, terminándose de tomarse el té.

    Legolas le tendió la mano y la ayudó a ponerse de pie. Hasta ese momento, Lyanna se percataba que estaba vestida únicamente en una túnica blanca. Failië se apresuró a buscar las ropas que le habían guardado a Lyanna. Como Lyanna había vivido bastante tiempo en Lothlórien, tenía su propio hogar en el bosque, junto con algunas pertenencias. Las ropas que Failië le entregó provenían de su mismo armario. No necesitaba llevar ropa de viajera, pues al haber decidido que se quedarían en Lórien un par de días, podrían vestir casualmente. Por ejemplo, el atuendo que la elfa silvana le había entregado era un sencillo vestido de mangas largas y cuello descubierto, de un celeste bastante claro. La dejaron sola para que pudiera vestirse.

    Lyanna reconoció a Náriël colgando de su cuello, y su preciosa luz seguía igual de brillante. La guardó en uno de los bolsillos del vestido, puesto que aún no se sentía lista para mostrarla libremente.

    Se encontró con Legolas y Galadriel de nuevo, Failië ya no estaba. La Noldor le dijo que su habitación había estaba lista y podía ir cuando deseara, o que podía quedarse con la Comunidad en los troncos designados a los invitados del bosque. Lyanna le propuso a la elfa que mejor acomodaran a sus compañeros en su hogar, pues estarían más cómodos y así no estarían separados. Galadriel aceptó su propuesta y mandó a avisarles a todos que serían trasladados a los aposentos de Lyanna.

    Una vez reunidos, Sam, Merry y Pippin corrieron a abrazar a la Valië, alegres de encontrar a su amiga sana y en mejor estado. Boromir también le dio un abrazo, junto con un beso en la mejilla y las palabras “temía que no despertaras”. Aragorn y Gimli también le expresaron a la Vala la felicidad que les daba tenerla de vuelta, y Frodo le confesó, aparte, que verla tan débil mientras presenciaba la muerte de Gandalf había sido una experiencia devastadora. Lyanna le aseguró que no iría a ningún lado, y que su lugar se encontraba junto a él, para protegerlo de lo que fuera.

    El hogar de Lyanna era lo suficientemente amplio para alojar a toda la Comunidad. Eran tres habitaciones y una sala principal. En su recámara ubicaron a los cuatro hobbits, para que estuvieran más cómodos. Contaban con la cama más cómoda y amplia, además del librero de la Vala. Al lado se habían alojado Aragorn y Boromir, cuyo cuarto era una clase de arsenal de sus obras. Había tanto armas como objetos de joyería. Eran las creaciones de la Vala. Del otro lado se encontraban Gimli y Legolas, y su habitación contaba con el pequeño estudio de Lyanna, lleno de mapas y cuadernos llenos de apuntes hechos por ella.

    Lyanna había tomado un sillón de estilo diván para ella en la sala principal. De todos modos, únicamente utilizaba su cama para visitar el mundo de los sueños, pues realmente dormir no era algo que necesitara como los hobbits, los hombres y Gimli. Y Legolas no lo necesitaba siempre tampoco, pero eventualmente sí.

    La Comunidad había acostumbrado a cenar con los señores de Lórien en el Gran Salón del bosque, donde Celeborn y Galadriel, todos los días, se sentaban a comer junto con sus ciudadanos. Aquel salón era enorme, pues cabían todos los habitantes de Lothlórien. Sin embargo, aquello solo ocurría en la cena.

    Eso cambió cuando Lyanna despertó, pues ella acostumbraba a compartir el desayuno, almuerzo y cena con Celeborn y Galadriel. Aquel día, entonces, los diez compañeros fueron hasta los aposentos de los señores del bosque y se sentaron en su mesa a la hora del almuerzo. Compartieron carne, frutas y vino. Lyanna consiguió sentar a Gimli al lado de la Dama de Lórien, por lo que pudo platicar con ella un poco más. Frente a ellos dos se encontraban la Vala y Legolas, seguido por Aragorn y Boromir. Los hobbits Merry y Pippin se encontraban al lado del gondoriano, mientras de Frodo y Sam estaban al lado de Celeborn, que a su vez estaba al otro lado de su esposa.

    La única que no comió carne fue Lyanna. En primer lugar porque no necesitaba comer, lo hacía únicamente por el placer que le daba el sabor de las frutas o para recuperar fuerzas si las necesitaba, como en aquel momento. Y en segundo lugar, como hija de la creadora de los animales le era inadecuado saciar una necesidad inexistente a partir de la vida de los seres amados por Yavanna. El resto de los presentes comió de todo lo que se encontraba en la mesa.

    Gimli le contaba a Galadriel sobre algunas tradiciones de los enanos, y la risa cálida de la Noldor era música para los oídos de él. Celeborn platicaba con los cuatro hobbits sobre la historia de la Segunda Edad, explicándoles un poco mejor cómo Sauron se había logrado convertir en el Señor Oscuro. Aragorn le contaba a Boromir sobre la vez que había estado en Minas Tirith, y aunque el hombre de Gondor escuchaba al montaraz hablar, su vista estaba fija en el elfo y la Valië en la esquina de la mesa. Legolas comentaba anécdotas que recordaba de su tiempo en el Bosque Negro con Lyanna, y ella reía de forma melodiosa junto a él.

    La imagen de ellos dos siendo tan cercanos le molestaba. Él debería estar con Lyanna en aquel momento, haciéndola reír, recordando los momentos que habían compartido, gozando del afecto de la Valië sin que ella le recordara sobre lo diferentes que eran por su mortalidad e inmortalidad.

    Boromir se levantó de pronto de su silla, haciendo ruido con esta y atrayendo la atención de todos. Abrió su boca, pero parecía titubear sobre lo que quería decir.

    - No me encuentro muy bien, mis señores – explicó él a Galadriel y Celeborn, y aunque ninguno identificó mentira en sus ojos, había algo en aquel comportamiento que les resultaba confuso – Tendré que retirarme a descansar un poco

    - Boromir, ¿qué tienes? – preguntó Lyanna, preocupada por la reacción de alguien a quien le tenía, en el fondo, un gran afecto. Boromir no respondió y prosiguió a retirarse de ahí. Lyanna volteó a ver a Galadriel, y con aquel gesto le indicó que se retiraría también – Discúlpame – le dijo a Legolas, mientras se levantaba de su silla y corría detrás del gondoriano. Legolas volteó a verla y alcanzó a observarla llegando hasta Boromir y dedicarle toda su atención a él. El elfo no pudo evitar sentir cierta inquietud al ver cómo la Valië lo tomaba del brazo y se alejaba caminando con él, dejando atrás al resto.

    Capítulo Trece: Sentimientos Confusos

    La noche llegó y la Comunidad decidió ir a dormir. Sin embargo, Lyanna y Boromir no habían aparecido desde que se habían retirado en el almuerzo. No se habían presentado ni a la cena y nadie los había visto. Legolas tomó uno de los diarios de Lyanna y se sentó en la sala principal a leerlo. Se trataba de notas que la Vala había hecho sobre algunos acontecimientos históricos. Legolas estaba sorprendido por el nivel de detalle con el que Lyanna describía algunos sucesos de los que realmente no se tenía mucho registro, por ejemplo de las Guerras de Beleriand, tierra que existió durante la Primera Edad del Sol y ahora se encontraba bajo el agua. Le impresionaba porque ¿cómo ella sabía de aquello si no había estado ahí, sino en Angband encerrada? ¿o cómo sabía aquello si había muy pocos registros de aquella edad y casi nadie de los que vivieron en la Primera Edad seguía en la Tierra Media?

    Aragorn llegó a la sala principal junto con Legolas y se sentó a su lado, mientras sacaba su pipa y comenzaba a fumar de ella. Tomó otro de los diarios de Lyanna y se dispuso a hacerle compañía a su amigo.

    - ¿Te vas a quedar acá hasta que regrese? – le preguntó Aragorn, con su pipa aún en su boca y ojeando las páginas de aquel cuaderno – podrías ir a buscarlos también – sugirió él, en un tono casi irónico, haciendo que Legolas resoplara divertido

    - No creo que necesite ayuda con Boromir, me parece que lo puede manejar sola – le respondió él, con su vista aún fija en el diario – De hecho, me preocupa que él la haga enojar y ella descargue su ira contra él. Boromir va a necesitar que alguien lo saque de esa situación – inquirió el elfo, haciendo sonreír a Aragorn. De todas formas, el montaraz no se movió de aquel lugar y decidió esperar junto a Legolas a que Boromir y Lyanna regresaran.

    Lyanna había pasado junto a Boromir toda la tarde. Al principio, ambos habían empezado a atacarse, Boromir por los celos de ver a Lyanna tan cerca de Legolas, y ella defendiendo la idea de que todo era un malentendido por Boromir.

    - Y si tuviéramos algo ¿qué, Boromir? ¿acaso no soy libre de buscar al indicado? – preguntó ella - ¿Por qué no entiendes que mi destino y el tuyo no están atados? – esta vez lo había dicho con una voz tierna, buscando calmar el corazón del hombre.

    - Dime una cosa – empezó él, casi en un susurro y con su mirada baja. Lyanna sabía que no poder tenerla lo atormentaba, pero no comprendía qué tanto hasta que veía aquella expresión en su cara en aquel momento – Si yo fuera inmortal, ¿me amarías? – le preguntó. Las palabras le habían venido por sorpresa a Lyanna, y aunque era algo que ella ya había considerado, no estaba segura si Boromir se lo tomaría bien o mal.

    - Lo intentaría, créeme que sí. Pero no puedo decirte con seguridad que mi corazón te correspondería – le dijo ella – Nunca he podido hacerlo, ni con los más grandes elfos. Así que por favor no pienses que esto es personal

    - ¿Y si Legolas te declarara su amor, lo tomarías? – preguntó él por fin. Lyanna no se esperaba tampoco aquella pregunta, y definitivamente no lo había meditado propiamente. Aquello era algo que ella misma se preguntaba cuando vivía en el Bosque Negro. Si Legolas hubiera caído bajo su encanto, ¿le habría dado la oportunidad? ¿arriesgaría su amistad con él?

    - No lo sé – le confesó ella, y aquello llamó la atención de Boromir – no sé si me atrevería a arruinar mi amistad con él de esa forma, Boromir. Nunca me ha tratado como algo más que su amiga, pero si empezara a hacerlo… se lo permitiría – confesó – creo… - dijo en el último instante. No se sentía cómoda hablando de una posible relación con el elfo. Era como si quisiera evitar ese tema a toda costa, pero no entendía por qué le causaba tanto drama pensar en eso.

    Después de aquello, Boromir le había confesado a Lyanna que no podía prometer dejar de quererla. Que él no era un elfo que tuviera toda una eternidad para vivir. Su tiempo era limitado, y en ese corto tiempo quería vivirlo todo. Pero le advirtió de que no estaba seguro soportar ver cómo aquel amor que él tanto deseaba se lo diera a otro.

    Su conversación fue cada vez menos tensa, y de hablar sobre ellos pasaron a hablar de Gondor, del futuro y de lo que les esperaba luego de aquella misión. Boromir le comentaba que tenía la fe de que, si Sauron era derrotado, devolverle la gloria a su pueblo. También le comentó que estaba confiando más en Aragorn, y que estaba dispuesto a aceptarlo como rey, pues entendía que eso podría mejorar la situación de su gente. Lyanna le confesó, por su parte, las ansias que tenía de regresar a Valinor, con su poder completamente curado y volver a ver a sus padres, y a los que en el camino había perdido.

    Las horas se pasaron, y ellos apenas se habían percatado de aquello. Ya era bastante entrada la noche cuando decidieron regresar a la casa de Lyanna. Ambos irradiaban felicidad, pues no recordaban haber compartido tanto tiempo juntos de aquella forma en bastante tiempo. Y aunque para Boromir aquello solo le hizo convencerse más de que tenía que conquistarla de algún modo, a Lyanna le conmovió el corazón darse cuenta de que de no ser por su mortalidad, le habría encantado intentar corresponderle a él. Pero no podía jugársela de aquel modo. No podía arriesgarse a sentir el dolor en su corazón de amarlo y perderlo para siempre.

    Al llegar a su casa, se encontraron con Legolas y Aragorn, quienes leían los diarios de Lyanna en la sala, junto al sofá donde ella descansaba. Parecía que ambos habían acabado ya un cuaderno cada uno, y no parecían estar cansados.

    Boromir se despidió de la Vala con un beso en la mejilla, haciendo sonrojar a la Vala mientras le deseaba las buenas noches. Aragorn cerró el cuaderno que tenía en sus manos y apagó su pipa. Al ver que ambos estaban en muy buenos términos, y que no había nada de qué preocuparse, se dispuso a regresar a su habitación, detrás del gondoriano. Entonces quedaron solo Legolas y Lyanna en la sala.

    - Me alegro de que hayan solucionado sus diferencias – Lyanna sabía identificar el sarcasmo casi tan bien como identificar la mentira. Se volteó hacia Legolas con ambas manos en sus caderas

    - Legolas, que intente fortalecer mi amistad con él no significa que vaya a “desplazarte” a ti – le explicó ella, pues entendía que el elfo se pusiera celoso de que la amistad tan única que tenía con él la tuviera con alguien más. Pero Legolas cerró el diario que tenía en sus manos y volteó a verla, con el ceño fruncido y una expresión de confusión.

    - ¿Insinúas que estoy celoso por tu amistad con él? – preguntó, casi entre risas – Lyanna, eres libre de ser amiga de quien quieras y como quieras. Mi problema con Boromir es que no se va a dar por vencido a la idea de que lo ames – por un momento aquellas palabras le dieron la impresión a Lyanna de que Legolas estaba a punto de confesar algo, pero se le pasó al escuchar el resto – Y me preocupa que eso nos lleve a un mal desenlace, considerando que es alguien bastante temperamental – Lyanna se sentó junto al elfo, rozando su hombro con el de él

    - ¿Crees que pasar mucho tiempo con él lo confunda y termine ilusionándolo? – preguntó ella, meditando en lo que Legolas le estaba diciendo. Él la miró

    - Pienso que tenemos mejores cosas en las que enfocarnos, Lyanna – le dijo él, y aquellas palabras, por alguna razón, le dolieron a la Vala – Yo no soy quién para decirte con quién deberías salir y con quién no – aunque las palabras de Legolas se escuchaban pesadas, su mirada era más suave – Pero ten en cuenta que lo que sea que decidas, que no se interponga con la misión que tenemos – concluyó. Lyanna bajó su mirada e intentó pensar en aquellas palabras. Ella sabía que su mirada tenía que estar fija en la misión de derrotar a Sauron. No podía estar jugando a aquel juego con Boromir, tenían el destino del mundo en sus manos.

    Legolas y Lyanna se quedaron en la sala, charlando hasta que Aragorn despertó primero y se les unió. Poco a poco el resto fue despertando, hasta que llegó la hora del desayuno y bajaron con los señores de Lórien. Había pasado casi una semana de su llegada al bosque.

    - ¿Cuánto tiempo han decidido quedarse? – preguntó lord Celeborn, mientras llevaba un poco de fruta a su boca.

    - Un mes, creo que es suficiente tiempo para que los hobbits aprendan bien a pelear con la espada y para que Lyanna se recupere por completo. Además, sin Gandalf, Lyanna es la única capaz de derrotar a Sauron, si recupera su forma física, y a Saruman.

    La conversación siguió, pero Lyanna se perdió en sus pensamientos. No se había detenido a pensar en todo lo que estaba pasando realmente con la misión de destruir el Anillo. Gandalf ya no estaba, su poder seguía siendo incontrolable, y disponía de un mes para que al salir del bosque fuera lo suficientemente capaz de no volver a cometer un error como el de las minas. Legolas tenía razón, tenían mejores cosas por las que preocuparse que el lío de sentimientos que le suponía Boromir. Lyanna no había reparado en la enorme carga que ahora llevaba sobre su espalda. Una vez dejaran Lórien, ella iba a tener que tomar las riendas de su destino y cumplirlo. Y disponía de un mes para ello.

    Capítulo Catorce: Una Conversación Incómoda

    Los días pasaron y la Comunidad se iba comprometiendo más con sus objetivos durante su estadía en Lórien. Los hobbits mejoraban con su habilidad para sus espadas. Gimli avanzaba en el lenguaje élfica y hasta se la pasaba bien en compañía de Legolas. De vez en cuando ambos se detenían a compartir viejas historias de sus reinos. Legolas incluso llegó a saber que Gimli casi se une a la compañía de Thorin, Escudo de Roble, lo que implicaba que pudo haberlo conocido mucho antes.

    Lyanna se había perdido en esos días. Solamente Legolas la había visto cuando llegaba de vez en cuando a su casa. Lo que le parecía raro era que Lyanna dormía. Llegaba a su hogar cuando todos descansaban, se dormía y despertaba antes de que todos se levantaran. No había asistido a las comidas con los señores de Lórien, y nadie sabía a dónde iba durante el día, puesto que nadie la veía.

    En realidad, Lyanna se mantenía bastante ocupada. Había estado meditando sobre las medidas que tenía que tomar para que la Comunidad pudiera lograr su objetivo. Además, no quería que nadie más cayera. Era la única capaz de protegerlos de lo que se les presentara.

    Siempre y cuando permanecieran juntos.

    Lyanna salía con la guardia del bosque a vigilar la fronteras durante la mañana. Al cambio de turno, regresaba al bosque y se iba con los herreros de Lórien. Quería terminar de perfeccionar su estrella, pues, por muy bella que fuera, realmente no tenía la intención de cargarla como una simple joya.

    Por las noches, a veces, le gustaba conectar con las estrellas y que estas le compartieran lo que bajo su esplendor había sucedido o sucedería en la Tierra. A veces las imágenes la transportaban al pasado, a otros lugares que ella no conocía. Había tenido la esperanza de visitar Valinor mediante ellas, pero nunca lo había logrado. Pues Valinor había sido separada de Arda. Escondida, y Varda no permitía que las estrellas compartieran lo que en sus tierras ocurría. Ni siquiera con Lyanna.

    Lyanna solamente había visto a Legolas en las noches que llegaba a casa y lo encontraba leyendo sus diarios. Nunca le preguntaba qué era lo que tanto hacía, y apenas hablaban pues ella iba directo a los sueños. Y cuando se levantaba simplemente tomaba sus dagas y se iba.

    Pero el onceavo día en Lórien decidió ir con ella. Lyanna despertó, un poco agitada, y se encontró con Legolas vestido con ropas cómodas y una ligera armadura que pertenecía a uno de los elfos guardias. Se estaba ajustando las muñequeras, con arco y dagas a su espalda. Lyanna lo observó con curiosidad

    - ¿A dónde vas? – le preguntó, mientras se levantaba del sillón. Legolas le sonrió

    - Contigo – le dijo – escuché que estás acompañando a la guardia en la jornada de la mañana – ella alzó su ceja

    - ¿No le estás enseñando a Gimli el Sindarin?

    - Ya conoce lo básico, un día sin mí no va a matarlo. Además, un soldado necesitaba que lo cubrieran, es el cumpleaños de su esposa – Lyanna rio, pero no se opuso a la compañía de Legolas.

    Ambos salieron de la casa y se dirigieron a donde la guardia se estaba preparando para salir. Haldir estaba al frente, y al ver que todos se encontraban listos, partieron a sus respectivas ubicaciones. Legolas y Lyanna se ubicaron en una de las plataformas de un árbol en las fronteras más cercanas de Caras Galadhon, y observaban a su alrededor sentados. Estaban solos, la otra plataforma se encontraba a unos dos kilómetros lejos de ellos.

    - Los demás no paran de preguntarse qué has estado haciendo que has desaparecido – le mencionó Legolas, mientras inspeccionaba una flecha con detenimiento – te echan de menos

    - ¿Y tú no? – preguntó ella, volteándolo a ver. Él le sonrió

    - Pasé sesenta años extrañándote, puedo tolerar un par de días – le dijo, sin quitar su sonrisa de su cara

    - Pues al parecer no, pues has venido detrás de mí hoy – lo molestó la Vala, diciendo eso entre suaves risas. Él le lanzó una mirada juguetona – Tengo que mejorar para cuando salgamos de Lórien. Debo ser más ágil, no puedo permitir que vuelva a suceder lo de las minas y el trol. Es que de verdad, Legolas, casi me mata un trol, ¡de las cavernas! – el tono indignado de Lyanna le dio la sensación a Legolas de que aquello la había atormentado durante un tiempo – Por mi descuido, Gandalf murió – confesó ella, con su mirada en sus piernas, que se extendía a su lado – sé que los defendí de las llamas del balrog, pero si hubiese sido más sabia…

    - Lyanna – la interrumpió Legolas, antes de que terminara de culparse por aquel suceso. Ella lo miró, con gran decepción en sus ojos – Aunque existan maneras en las cuales evadir el destino, es imposible lograrlo. Todos tenemos un camino marcado, y el de Gandalf en la Tierra Media acababa ahí. No puedes atormentarte por eso – Legolas había tomado su mano, y aquel gesto envió una corriente eléctrica a todo su cuerpo. Ella amplió sus labios, sonriendo – Además, cuando recuperes el control de tu poder y el mal sea derrotado, volverás a verlo una vez regreses a Valinor – la animó, recordando que al morir, el alma de Gandalf había tenido que retornar a Valinor, y aguardar en los salones de Mandos hasta ser liberado y retomar su vida junto a los Valar y a los demás inmortales que habían caído y retornado a las Tierras Imperecederas.

    - Volveremos a verlo, querrás decir – aunque a Lyanna le daba la impresión de que Legolas sí había tenido la intención de referirse únicamente a ella. El elfo bajó la mirada y la desvió hacia los árboles, contestando las dudas de Lyanna - ¿no deseas partir a Valinor? – le preguntó, con un rostro casi aterrado por la idea de que un elfo rechazara el regreso a las tierras más preciosas

    - He vivido la mayoría de mi vida rodeado de elfos silvanos. Y, al igual que ellos, he desarrollado un gran cariño por la Tierra Media. Me siento bien viviendo entre los bosques – Legolas se calló al notar la tristeza que parecía invadir el rostro de su amiga - ¿Qué pasa, mellon nîn? – le preguntó, llevando su mano hacia el delicado rostro de la Vala. Ella lo miró

    - Tenía la esperanza de que iba a gozar de tu compañía durante el resto de la eternidad – le confesó, sosteniendo su mirada – dado que el resto de la Comunidad es mortal – observó – y desde luego que sabes que no me puedo quedar aquí para siempre – le dijo. Legolas sabía aquello. Si Lyanna lograba recuperar el control de su poder, no se podía quedar en la Tierra Media. Un Vala no pertenecía a aquellas tierras, sino a Valinor.

    - Es lo que mi corazón desea en este momento. No conozco lo que me depara el futuro, así que no pienses que no volveremos a vernos nunca más, por favor. Solo Ilúvatar sabe si terminaré embarcándome a las Tierras Imperecederas, Lyanna. Pero por el momento, no es una idea que me atraiga – aclaró, pero aquello pareció calmar a Lyanna.

    El mediodía llegó y ambos regresaron a Caras Galadhon. Lyanna decidió almorzar con los señores de Lórien y la Comunidad. Todos la recibieron con alegría al verla de nuevo. Se sentó junto a Aragorn y Boromir, dejando a Legolas platicar con Gimli.

    A pesar de que le preguntaron a dónde había estado esos días, Lyanna se limitó a decir que estaba acompañando a la guardia en la jornada de la mañana, y por las tardes ayudaba a distintas áreas del pueblo. Pasaba con los herreros, los cocineros, los costureros y los curanderos. Galadriel sabía que aquello no era del todo cierto, pero le siguió el juego mencionando que en su estadía en Lothlórien, Lyanna ayudaba a casi todos cuanto podía, cosa que era verdad.

    Boromir se había percatado de que Legolas tampoco estaba, y que ella y él aparecieran para el almuerzo al mismo tiempo lo hizo levantar sospechas. Estaba cada vez más convencido de que el elfo tenía otras intenciones con Lyanna, y no se tragaba para nada el hecho de que la viera solo como una amiga.

    Sin embargo, Boromir no era el único que empezaba a sacar sospechas. Gimli, quien había pasado con Legolas los últimos días y había podido conocerlo mucho más, también comenzaba a levantar sospechas de aquellos dos. Pero Legolas y Lyanna eran bastante difíciles de adivinar, por lo que no estaba seguro si lo que sospechaba era correcto.

    - Legolas – lo llamó lady Galadriel, a lo que el elfo centró su atención en ella - ¿cómo está tu padre? Escuché que tuvieron un ataque hace algunos meses – le preguntó la elfa, llevando una copa de vino a su boca.

    - Él está bien, se siente orgulloso de las defensas del Bosque Negro

    - ¿No le preocupa que su único heredero se encuentre en una misión tan peligrosa? – le preguntó Celeborn, recordando que el rey Thranduil no tenía más hijos y su esposa ya había muerto – Porque no te has casado, ni tienes hijos… ¿o sí? – Legolas le sonrió, un poco apenado.

    - No, aún no – respondió él

    - ¡Oh! – exclamó lady Galadriel – Bueno, conozco varias elfas de nobles casas que sé que han estado interesadas en el príncipe del Bosque Negro desde hace un tiempo – le dijo ella, con una sonrisa coqueta - ¿No has pensado en encontrar esposa? – le preguntó la Dama. Lyanna, que hasta ese momento se había mantenido callada, intervino

    - ¿Esposa? – rio – en todo el tiempo que te conocí, no recuerdo que mencionaras estar interesado en conseguir esposa – dijo, con su mirada puesta en el plato que tenía frente a ella.

    - No, pero mi lady tiene razón – contestó Legolas, refiriéndose a lady Galadriel – tarde o temprano tendré que asegurar el linaje de mi familia – los cubiertos de Lyanna resonaron en toda la mesa. Se le habían caído de las manos.

    - Pido disculpas – dijo ella, al haber causado aquel ruido. Su mirada era baja, fija en los platos que tenía frente a ella en la mesa, de los que no paraba de tomar ingredientes. A Galadriel le daba la impresión de que se encontraba nerviosa, pero ¿por qué? ¿por la conversación?

    - ¿Y nunca consideraste a la hija de los Valar como futura esposa? – preguntó Galadriel, atrayendo la atención del elfo y de la Valië, cuyas expresiones de sorpresa casi la hacen reír. A decir verdad, todos en la mesa la habían volteado a ver con un rostro digno de recordar. El corazón de Legolas comenzó a latir con más rapidez, y Lyanna no podía creerse lo incómodo que resultaba ahora el completo silencio que había en la mesa.

    - Uh – empezó Legolas, aclarándose la garganta, y Galadriel arqueó su ceja, esperando a que hablara – por un tiempo, mi padre lo sugirió – contestó él

    - Pero ¿y tú? ¿lo consideraste tú? – insistió ella, bebiendo un poco de su copa. Lyanna se había terminado su copa de un solo trago. ¿Pero qué tanto le cuesta a Legolas decir que no? Se preguntaba ella, pero también cuestionaba ¿por qué no decía que no ella? ¿por qué quería escuchar la respuesta del elfo?

    - La verdad… - empezó él, pero fue interrumpido por Haldir, quien llegó al salón en aquel preciso momento.

    - Mi lady, lamento interrumpirlos – dijo, casi sin aliento – pero hay un asunto que requiere su presencia ahora mismo en las fronteras del pueblo – les dijo a los esposos. Celeborn frunció el ceño – y la presencia de Lyanna también

    - ¿Qué esperamos, entonces? – se apuró a decir Lyanna, levantándose y yendo con Haldir.

    Capítulo Quince: Alguien Más

    - ¿Qué piensas? – le preguntó Haldir a la Valië, que se encontraba analizando el cuerpo del orco que yacía muerto en el suelo. Lyanna resopló

    - Es raro que un orco se atreva a entrar a Lórien sin Sauron. Creo que lo mandaron para ver qué tan peligroso sería entrar en el bosque – contestó ella, poniéndose de pie

    - Bueno, ya sabrán que les conviene no hacerlo – dijo un soldado detrás de ellos. Galadriel y Celeborn se encontraban frente a ellos, viendo a los cuerpos muertos de varios orcos que habían sido aniquilados por los elfos al entrar en aquellas fronteras.

    - Habrá que duplicar la guardia, Saruman debe de estar intentando entrar al bosque para hacerse con el Anillo. De tener éxito, Sauron se enterará que las defensas del bosque han bajado y mandará a sus sirvientes también – dijo Celeborn, mientras caminaba de vuelta al pueblo. Haldir acató órdenes, y Lyanna se retiró detrás del señor de Lórien, seguida de Galadriel.

    - Es una pena que no hayamos tenido la oportunidad de escuchar lo que Legolas tenía para decir – recordó la elfa, obteniendo una mirada amenazante de la Vala

    - Esta vez te has pasado – le dijo Lyanna - ¡Eso fue muy incómodo! – Galadriel soltó una risa

    - ¿Y por qué habría de ser incómodo si no fuera cierto? – cuestionó ella – Si le hubiera preguntado a Gimli o a algún hobbit lo mismo, creo que habría tenido un rotundo “no” por parte de ellos y tuya – inquirió Galadriel, dejando a Lyanna sin argumento alguno – ¿Por qué no has intentado encontrar en él aquello que tanto buscas? – le preguntó por fin, haciendo que Lyanna dejara de caminar y la mirara de frente, aunque su mirada estaba pegada en el suelo

    - No creo que Legolas me vea de esa forma. Creo que no soy lo que él busca – confesó ella, a lo que Galadriel frunció el ceño – Cuando estuve en el Bosque Negro, Thranduil me convenció de que su hijo era alguien a quien debía de darle una oportunidad. Y lo hice, Galadriel, cuando lo conocí estuve dispuesta a salir con él pero… - se calló, desviando su mirada a los árboles alrededor – él posó su mirada en alguien más. Fue cuando entendí que no estaba interesado en mí. Casi siempre prefería pasar con ella, y yo podía ver la diferencia. Era evidente que sentía algo por Tauriel, podía verlo en sus ojos y en cómo la trataba a ella y cómo me trataba a mí. Era obvio – le explicó, por fin mirándola a los ojos

    - ¿Entonces por qué le cuesta tanto hablar de temas como desposarte o tener una relación contigo? – preguntó ella, en un tono divertido – Casi le da un ataque de nervios cuando le pregunté sobre ti, bastaba con decir un sencillo “no”, Lyanna – la Vala sabía que Galadriel tenía razón – He observado a cada uno de ustedes en los últimos días, sabes que no me gusta bajar la guardia nunca, especialmente conociendo que su misión es bastante delicada – Lyanna sostuvo su mirada, pero no entendía a qué quería llegar – No soy ninguna tonta, sé que tuviste sentimientos por él en algún momento. Me lo acabas de confirmar contándome que Legolas estaba enamorado de alguien más – Lyanna frunció el ceño, y estaba a punto de negarle aquello, pero Galadriel se le adelantó - ¿Lo ves? Aún después de tantos años, sigues negando lo que tu corazón siente. ¿No te parece algo curioso? Tú, la más codiciada de la Tierra Media, codiciando a alguien que dice no quererte – Lyanna resopló, ¿tendría ella la verdad? – Creo que tienes que dejar e huir de ese sentimiento. Sé que no estás acostumbrada a ser rechazada – no, de hecho, ella nunca había sido rechazada, ¡era una Vala! – y que nunca habías experimentado ser tú la que deba dar ese paso

    - No, siempre soy la que espera a que se le declaren – confesó, jugando con sus manos, sintiéndose pequeña ante aquel sentimiento – Está bien, sí, tienes razón – los ojos de la elfa se iluminaron – hubo un tiempo que deseé que me correspondiera. Y que no lo hiciera nunca, de cierto modo aún me persigue y me da esperanzas de que tal vez llegue a hacerlo. Es que me parece increíble que, de todos los que tienen la suficiente confianza de atreverse a pedir mi mano, sea el único que no lo haya hecho. Es decir, ¿por qué no le gusto? ¡soy un Vala! Y aunque adore que no me trate como una, ¿cómo es posible que no me desee? – por fin había dicho aquello en voz alta, y no podía creérselo que lo hubiera hecho.

    - ¿Por qué no se lo preguntas? – le sugirió la elfa – Lyanna – la llamó, atrayendo la mirada de ella – no puedo adivinar los deseos del corazón de las personas, pero sí sé reconocer el deseo en los ojos de cualquier ser – le dijo, llenando de esperanza el corazón de Lyanna – conozco a Legolas, y conocí a sus padres. Y hay un destello que existe en los ojos del príncipe, que recuerdo haber visto en los de su padre cuando la reina aún vivía – fue lo último que le dijo, antes de seguir con su camino hacia el pueblo.

    Las palabras de Galadriel habían hecho que el calor de la Llama invadiera el cuerpo entero de Lyanna. ¿Sería posible que Legolas sí sintiera algo por ella? Pero ¿por qué ninguno se atrevía a decírselo al otro? Ninguno era conocido por ser cobarde. Lyanna conocía el valor que tenían ambos de enfrentar cualquier destino, pero ¿por qué aquello les aterraría tanto?

    Lyanna no regresó al pueblo aquella tarde, decidió quedarse con la guardia y ayudarlos a vigilar las fronteras. Tampoco regresó a su casa en la noche, se quedó cerca del riachuelo que se encontraba en las afueras de Caras Galadhon, observando las estrellas hasta quedarse dormida y ver las imágenes del pasado, presente y futuro. Amaba que su poder le permitiera ver aquello. Era algo simplemente hermoso.

    Más días pasaron. Lyanna no había hablado con Legolas sobre ellos desde aquel almuerzo, ni él había querido tocar el tema. Sin embargo, por azares del destino, sus caminos se veían cruzados más de lo normal en esos días. Legolas había terminado de enseñarle a Gimli lo básico, y acompañaba a la guardia del bosque junto con Lyanna por las mañanas. Se la pasaban los dos solos por horas, disfrutando de la compañía del otro. Y Legolas no le daba señales a Lyanna de que sintiera algo por ella, por lo que cada vez se convencía más y más de que a lo mejor Galadriel había malinterpretado las intenciones del elfo.

    - Lyanna, ya no aguanto más. Tengo que hacerte dos preguntas – le dijo él, atrayendo la atención de ella. De un segundo a otro, Lyanna se sintió nerviosa. ¿Le diría algo respecto a ellos? ¿le declararía su amor? Un brillo de esperanza apareció en los ojos de ella - ¿por qué estás durmiendo? – preguntó él, matando aquellas esperanzas – no lo necesitas, y no has usado tu poder, ¿por qué estás descansando? – Lyanna desvió la mirada, decepcionada y molesta por haberse ilusionado de aquella forma – también he estado leyendo tus diarios, sobre eventos pasados. ¿Cómo es que conoces tan a detalle sucesos tan antiguos en los que ni siquiera estuviste presente? – finalizó. Ella fingió una sonrisa antes de responderle

    - Son la misma respuesta – le confesó, y una brillante idea se le asomó en la mente - ¿sabes qué? Encuéntrame en el riachuelo de las afueras del pueblo a la hora en que la luna se asome en el cielo – le dijo, mientras se ponía de pie – así tus dudas serán respondidas.




    Capítulo Dieciséis: Un Viaje al Pasado

    Al caer la noche, Legolas llegó al riachuelo donde Lyanna le había pedido que la encontrara. Ahí estaba ella, observando unas flores y utilizando su poder para embellecerlas. Aquella imagen le causó ternura al elfo, que se sentó a su lado y atrajo la atención de la Vala. Lyanna sonrió al verlo

    - Para que entiendas cómo conozco tan a detalle sucesos pasados y por qué he estado descansando, necesito que te duermas – le dijo, a lo que el elfo la miró un poco confundido – confía en mí

    - ¿Y cómo voy a obtener mis respuestas estando dormido? – le preguntó él, Lyanna lo miró divertida

    - Confía en mí – le repitió – puedo hacer que te duermas en un segundo, pero necesito que primero lo desees – Lyanna se recostó en el pasto, mirando hacia el cielo. No había ninguna nube, por lo que las estrellas se veían preciosas a la distancia. Eärendil era la que más brillaba, resaltaba entre las demás. Legolas suspiró y se recostó junto a la Vala, quedando realmente cerca de ella, y sus rostros a poco centímetros del otro

    - Bien, hazme dormir – le susurró, mirándola a los ojos. Lyanna dudó un segundo cuando llevó su mano hasta el rostro de Legolas, pero al final terminó haciéndolo. Legolas cerró sus ojos al sentir el contacto de la Vala, y poco a poco pudo sentir como ella, de su poder, lo iba haciendo caer en el mundo de los sueños.

    - Losto si (Duerme) – le susurró ella, y Legolas por fin se durmió. Admiró aquella imagen por un segundo, antes de proceder a dormirse ella. Los elfos rara vez dormían, y Legolas era uno de los que apenas lo hacían. No era la primera vez que lo veía dormir, pero había un encanto en el elfo cuando todas sus cargas y heridas pasadas desaparecían cuando descansaba. Lyanna sonrió ante aquella imagen.

    Con un poco titubeante, y bastante nerviosa, Lyanna acercó su mano al pecho del elfo, y se pegó un poco más a él.

    ¿Qué estoy haciendo? Se preguntó la Vala, a punto de arrepentirse de aquella decisión. Ambos estaban bastante cerca, pero realmente quería compartir con Legolas aquella experiencia. Alejó la cobardía de su corazón y se acercó a él, cerrando sus ojos y pasando las imágenes de su mente hacia Legolas, quedándose poco a poco dormida.

    Los rayos del sol se colaban por el bosque, cuyas hojas verdes relucían preciosas en todo el lugar. Lyanna y Legolas abrieron sus ojos al escuchar un cuerno. Legolas se percató de que Lyanna estaba a su lado, con su mano en su pecho y su rostro a escasos centímetros del suyo. Ambos, al contemplar aquella imagen, se separaron de pronto, sin atreverse a ver al otro a los ojos. Legolas estaba a punto de preguntarle a Lyanna qué había pasado, pero volvió a escuchar el cuerno. Sin embargo, aquel no era el cuerno de Lórien.

    Era el del Bosque Negro.

    La confusión invadió a Legolas, quien observó a su alrededor y supo identificar en dónde estaban. Estaban en el Bosque Negro, pero mucho tiempo atrás. No había oscuridad, y el aire era ligero, y los árboles se veían sanos. ¿Cómo era posible? Parecían los días antes de que la oscuridad cayera, parecían los días del Bosque Verde.

    - ¿Qué está pasando? – le preguntó él a Lyanna, con un tono un poco angustiado, pues no entendía cómo habían llegado ahí - ¿Dónde estamos?

    - Tú sabes dónde estamos – le dijo ella, con un tono tranquilo – Solo que… estamos en la Segunda Edad – le dijo ella, haciendo que Legolas frunciera el ceño y mirara hacia todos lados

    - ¿Esto es un sueño? – le preguntó, pero las imágenes frente a él parecían no serlo. Era como si de verdad estuvieran de vuelta una edad atrás.

    - No, Legolas, no es un sueño – le dijo Lyanna – aquí es donde he estado viniendo por las noches. Gracias a mi poder, puedo pedirle a la estrellas que compartan sus memorias conmigo al dormir – le explicó la Vala, mientras caminaban en dirección contraria a él. Legolas la siguió – Estamos presenciando algo que sucedió hace mucho tiempo, y que las estrellas han querido compartir esta noche con nosotros – Lyanna lucía diferente. Vestía ropas blancas, al igual que él, pero ella se veía mucho más majestuosa. Y podía sentir un intenso poder cerca de ella. Lyanna se percató de eso, y prosiguió a hablar – en este lugar, mi poder no está corrompido. Mantiene su esencia original, puedo controlarlo. Pero casi nunca lo hago. Al final de cuentas no importa, pues son cosas que ya han pasado, no las puedo cambiar – le dijo. Ambos llegaron a las puertas del reino de Thranduil, aunque si estaban en la Segunda Edad, sería el reino de Oropher, su abuelo.

    Las puertas del reino se abrieron, y ambos entraron. Se encontraron con los elfos silvanos reunidos en los pasillos que conducían hasta la casa del rey. Los soldados estaban en sus trajes de gala, y parecía que todo el reino se encontraba alegre. Legolas no recordaba aquel día. Buscó en su memoria pero no había visto nunca tanta alegría ni a los ciudadanos reunidos en las afueras de su casa. Tal vez aún no había nacido.

    Poco a poco, ambos fueron caminando entre la gente hasta llegar a la casa del rey. Varios soldados se encontraban aguardando la puerta. Ni Legolas ni Lyanna entendían qué era lo que se estaba celebrando, así que decidieron entrar a la casa, donde ambos habían vivido por bastante tiempo.

    Al entrar, escucharon un grito. Lyanna no lo reconoció, pero Legolas sí. Corrió escaleras arriba hasta el lugar donde se había originado aquel alarido, seguido de Lyanna. Todo el lugar estaba custodiado por guardias. En la sala, las escaleras, el pasillo de las habitaciones de los huéspedes. Toda la casa.

    Legolas había escuchado el grito proveniente del cuarto de heridos, cerca de la habitación de su padre y la de él. Se encontraba en el último piso, y al entrar por fin donde aquella voz se encontraba, su corazón casi saltó de su pecho, y sintió que sus piernas en algún momento iban a dejar de funcionar.

    Su madre se encontraba en la cama, con un rostro lleno de dolor mientras gotas de sudor caían poco a poco por su frente. Thranduil estaba a su lado, sosteniendo su mano y tratando de tranquilizarla. Varios elfos se encontraban ahí, al pie de la cama. Y Oropher, su abuelo, daba vueltas por la habitación, en un traje bastante elegante. Pero se podía ver la desesperación en su rostro.

    Lyanna llegó por fin al cuarto de heridos, se apoyó sobre sus piernas tratando de recuperar el aliento tras haber subido todas aquellas gradas, y vio cómo Legolas parecía haberse quedado petrificado en la entrada. A punto estaba de preguntarle qué le sucedía, cuando vio a la elfa que se encontraba la cama gritando de dolor. Lyanna nunca la había visto en persona, pero sí en cuadro y sabía que se trataba de la madre de Legolas. Reconoció a Thranduil y a Oropher también. Pero ¿dónde estaba Legolas?

    Estuvo a punto de hablar, pero un llanto curioso la detuvo. No era el de la elfa. Se escuchaba más como el de…

    Legolas dio un paso atrás, como si aquella imagen lo hubiera aterrado. Ambos observaron cómo uno de los elfos médicos sostenía en brazos a un bebé, mientras el rostro de la elfa que había estado sollozando de dolor poco a poco se recuperaba, mientras tomaba aire de forma acelerada y juntaba su frente con la de Thranduil, haciendo que ambos esbozaran una amplia sonrisa. Entonces el elfo caminó con el pequeño cuerpo, envuelto en una manta verde, hasta donde los entonces príncipes se encontraban, y le entregó a la elfa en brazos a su hijo.

    Legolas caminó hasta el borde de la cama, seguido por Lyanna, que no estaba segura si Legolas quería estar ahí o no. Ambos observaron cómo Legolas jugaba con los cabellos de su madre, que lo sostenía en sus brazos y no dejaba de sonreírle, mientras lágrimas de felicidad bajaban por su rostro.

    - Prometo que te cuidaré con mi vida – escucharon ambos que le decía al pequeño bebé, que esbozó una sonrisa y estiraba sus brazos hacia su madre.

    Thranduil besó a su esposa y ella le tendió a su hijo. Thranduil también sonrió al tener a Legolas en sus brazos y se volteó hacia su padre, a quien también se le iluminaron los ojos al ver a su nieto.

    - ¿Cuál es su nombre, mi lady? – preguntó el elfo médico, mientras Thranduil y Oropher salían al balcón a presentarle al pueblo a su nuevo príncipe. La elfa volteó a verlo, con una sonrisa de completa felicidad

    - Legolas

    Legolas se levantó de golpe, con la respiración bastante agitada, sin siquiera percatarse de la cercanía con la que Lyanna se encontraba. La imagen de su madre aún seguía presente en su cabeza, y no podía creerse lo que acababa de ver.

    Lyanna abrió sus ojos al mismo tiempo que Legolas se despertaba y se sentaba en el pasto. Al ver que se encontraba aún agitado por aquel recuerdo, esperó a que él dijera algo, pues no sabía cuál iría a ser la reacción del elfo ante aquel encuentro.

    - ¿Qué fue eso? – le preguntó, mientras trataba de recuperar el aliento - ¿Cómo lo hiciste?

    - Ya te lo expliqué – le dijo ella, con calma – mi poder me permite ver la memoria que guardan las estrellas – le recordó. Legolas parecía poco a poco calmarse, pero desvió su mirada hacia el suelo. Su expresión era imposible de descifrar para Lyanna, por lo que rompió el silencio – Perdóname si te he hecho ver algo que no deseabas – le dijo, casi inaudible – No puedo controlar lo que las estrellas quieren que vea, no tenía forma de saber que sería esto lo que veríamos. De todas formas, tuve que haberlo previsto, te pido perdón – susurró ella, un poco apenada porque aquella experiencia hubiera salido mal. Lyanna bajó su mirada hacia el pasto, bastante triste por haberlo hecho pasar por aquel momento. Pero entonces sintió el tacto de Legolas cuando este tomó su mano. Lyanna volvió su vista hacia él, cuya mirada parecía estar llena de esperanza y su sonrisa llena de alegría

    - Hannon le (Gracias) – le dijo él, y Lyanna pudo descifrar la sinceridad con la que se lo decía – es lo más hermoso que he visto en mucho tiempo – le confesó, haciendo que Lyanna sonriera por sus palabras.

    - Para serte sincera, es la primera vez que comparto esto con alguien – le dijo – Es una de las cosas más íntimas que poseo, y si he de compartirlas con alguien… me parece que eres el indicado – dijo ella, esbozando una leve sonrisa y observando directamente los ojos del elfo. Hasta aquel momento, no se habían percatado de lo cerca que se encontraban sus rostros. Lyanna podía sentir la respiración de Legolas chocar con la de ella, y bastante se esforzaron ambos por no bajar su mirada de los ojos del otro hasta sus labios. Era como si ambos estuvieran librando una batalla en sus mentes sobre cerrar aquel espacio que los separaba. Lyanna no sabía si sería una buena idea confesarle sus sentimientos. Tal vez si Legolas, la rechazaba, al fin desaparecerían por completo. Pero ¿y qué pasaba si no? Legolas no estaba seguro si sería buena idea besar a Lyanna. ¿Qué iría a ser de su amistad si daba aquel paso? ¿Se volvería tensa? Lyanna había compartido aquella experiencia con él porque lo consideraba alguien confiable, porque lo consideraba su amigo. ¿Iría a ser así si se arriesgaba a tener algo con ella?

    - Deberíamos regresar – le dijo él, observando cómo el sol poco a poco se asomaba en el este, rompiendo aquella tensión que los tenía en el debate a cada uno sobre si dar aquel enorme paso. Pero Lyanna no estaba segura si pudiera soportar el rechazo, y Legolas no quería arriesgarse a perder aquel vínculo tan único que tenían.

    - Te alcanzo en un rato – le dijo ella, con la voz apagada. Lyanna no entendía porqué aquello le resultaba tan complicado. Legolas era su amigo, ¿acaso no podrían hablar de sus sentimientos sin que las cosas cambiaran? ¿no importaba más conservar su amistad que volver las cosas tensas? Legolas se puso de pie y se dispuso a regresar al pueblo, cuando la voz de Lyanna lo detuvo – eres bienvenido a acompañarme cuando quieras – dijo ella – estaré aquí todas las noches – Legolas le dedicó una tenue sonrisa, agradeciendo aquella invitación.

    Lyanna llegó tarde al desayuno con el resto de la Comunidad y los señores de Lórien. Esta vez se sentó junto a los hobbits, pero su mente aún vagaba en sus pensamientos sobre el tenso momento que había compartido con Legolas recientemente. Galadriel notó que tanto Lyanna y Legolas parecían distraídos, pero no quiso intervenir y hacerles pasar otro momento incómodo. Legolas aún se debatía qué tan mala idea sería intentar algo con Lyanna. Sabía que Lyanna podría aceptarlo, pues era un príncipe y tenía la bendición de la vida inmortal. Por otro lado, a Lyanna le aterraba el hecho de que el elfo la rechazara, y que su amistad entonces cambiara por eso. Pero tal vez si ella le confesaba sus sentimientos, a Legolas le llamaría la atención tener la oportunidad de salir con ella, una Vala.

    La idea de Lyanna se vino abajo cuando sintió la mirada de Boromir sobre ella. Las palabras del gondoriano vinieron a su mente, cuando ella le dijo que no sentía nada por Legolas, y cuando él le había dicho que no podría tolerar verla con alguien más. Todo aquello comenzó a agobiarla

    - Con su permiso, tengo que retirarme – avisó ella, abandonando el salón.

    Capítulo Diecisiete: Celos y Confrontaciones

    Sin decírselo al otro, Lyanna y Legolas habían tomado una decisión respecto a sus sentimientos. Los dejarían pasar. Se enfocarían en lo importante, destruir a Sauron, y se quedarían con la amistad tan única que ambos apreciaban. Los dos habían vivido un milenio conviviendo como buenos amigos sin intentar elevar su relación, un par de años más no serían nada.

    Legolas siguió encontrándose con Lyanna por las noches al lado de aquel riachuelo, donde ambos se recostaban en el pasto, uno cerca del otro, y visitaban las visiones pasadas que las estrellas compartían con la Vala. Desde aquella primera noche que Legolas había experimentado eso, Lyanna y él se habían hecho mucho más cercanos de lo que ya eran. A Legolas le fascinaba presenciar batallas y eventos pasados, y le ayudaba a Lyanna a describir en sus cuadernos los sucesos que ambos testificaban. Hacían guardia juntos, comían juntos, pasaban la mayor parte de la tarde juntos escribiendo en aquellos cuadernos, y pasaban toda la noche juntos. El único momento en el que no era así era luego del almuerzo, en el que Lyanna iba con los herreros y trabajaba en Náriël, mientras que Legolas se la pasaba con Gimli.

    Todo aquello había sucedido en el lapso de casi una semana. Para la Comunidad, era algo bastante evidente de que el elfo y la Vala eran ahora inseparables, cosa que desde luego le molestaba al capitán de Gondor. Boromir a veces los seguía de lejos, pues sabía que si lo hacía de cerca Lyanna y Legolas podrían sentir su presencia. Los había visto riendo en las copas de los árboles mientras montaban guardia. Los observaba en la mesa y cómo sus miradas parecían brillar estando en compañía del otro. Y hasta los había seguido por la noche, donde los había encontrado descansando uno al lado del otro, tan cerca que la imagen le había confirmado todos sus temores de una vez por todas: estaba perdiendo a Lyanna, a manos de un elfo.

    Llegó entonces la tercera semana de su estadía en Lórien. Aragorn informó que partirían en diez días más. Los hobbits ya sabían dominar mejor la espada, por lo que Aragorn les dio esa última semana para disfrutarla antes de que volvieran a la realidad de su misión. Gimli sorprendió a la Dama Galadriel hablándole en Sindarin, y se había ganado un tierno beso de la Noldor como agradecimiento ante aquel detalle. A su vez, el enano le agradeció a Legolas por su instrucción con la lengua élfica, pues le había empezado a agarrar cariño al elfo.

    Aquella semana se iba a celebrar una fiesta en honor a la misión de la Comunidad del Anillo. Galadriel les había avisado a todos con anticipación, pues serían los invitados de honor de aquella celebración. Como tradición, aquel evento abriría con los señores de Lórien danzando, mientras poco a poco tomaban un elfo y una elfa y los juntaban para el baile. Por ello, a los hobbits, a Gimli y a Boromir se les instruyó sobre los pasos de aquella danza, especialmente al enano y a los medianos, cuya estatura podría suponer un reto.

    Lyanna, era su instructora, aunque Aragorn y Legolas igual estaban presentes en los ensayos, por si acaso. Los músicos ya estaban hartos de tener que tocar la misma melodía una y otra vez, pues los hobbits y Gimli no lograban alcanzarle el paso a la Vala. Y, después de varias hora de ensayo, lo consiguieron. Pero ahora era el turno de Boromir.

    - No necesitan tocar más, me parece que tengo muy bien grabada la armonía – les dijo el gondoriano a los músicos, quienes dejaron escapar un suspiro de alivio y procedieron a retirarse del salón. Los hobbits y Gimli se sentaron junto a Legolas, observando el ensayo de Lyanna y de Boromir. Este se paró frente a la Vala, rodeando su cintura con un brazo y tomando la mano de ella con el otro. El corazón de Lyanna comenzó a acelerarse ante aquel roce, y desde luego que podía sentir el de Boromir palpitar desenfrenadamente. Ella buscaba su mirada, pero él la mantuvo baja, como si se encontrara inseguro de aquello.

    - Es solo un baile – le susurró ella, llevando su mano a su rostro, esperando que él la mirara – no un juicio – bromeó, y ante la ternura del tacto y de las palabras de Lyanna, Boromir por fin la miró a sus ojos, confiando más en disfrutar aquel momento en el que la tenía en sus brazos, tan cercana.

    Lyanna fue indicándole a Boromir qué pasos dar, hacia dónde y en qué momento. Poco a poco fue agarrándole el ritmo a Lyanna y finalmente se encontraban bailando de forma libre. Aquello pareció agradarle a Lyanna y se dejó llevar con Boromir. Él la levantaba, giraba alrededor de ella y hacía que ella girara frente a él, causándole risas de alegría y creando un momento realmente íntimo entre ambos. Para cuando Boromir se cansó de tanto bailar, se escucharon un par de aplausos y risas provenientes de los hobbits, quienes habían gozado de aquella pieza. Tanto Lyanna como Boromir hicieron una pequeña reverencia, aún tomados de la mano.

    - Bueno, creo que ha sido todo – dijo Legolas, poniéndose de pie y dando un solo aplauso, indicando que efectivamente eso debería de ser todo – aunque ese baile no haya tenido nada que ver con el que se bailará – había un tono en la voz de Legolas que parecía ser de disgusto. Boromir también lo notó y le respondió

    - Bueno, tal vez los elfos deban dejar de ser tan tradicionalistas y dejarse llevar un poco – dijo el gondoriano. De pronto la tensión reinó en el aire, pues, debido a que todos en la Comunidad habían visto cómo Legolas y Lyanna se habían vuelto más cercanos, ligaron aquella mínima discusión entre el elfo y Boromir con el hecho de que este, a lo mejor, estaba celoso. Aunque no entendían por qué Legolas había dicho aquello con ese tono de desagrado, si tanto él como Lyanna aseguraban que entre ellos dos jamás pasó ni iría a pasar nada.

    En la cena, Lyanna se sentó con Boromir, cosa que sorprendió a todos, incluyendo a los señores de Lórien y a algunos soldados, como Haldir, que se encontraban con ellos. Lyanna le había avisado antes a Legolas que haría aquello porque no había pasado mucho tiempo con el resto de la Comunidad, y que de algún modo la hacía sentir culpable.

    De todas formas, ambos se volvieron a encontrar a las orillas del riachuelo, listos para viajar por el tiempo estando dormidos. Hasta aquel momento, solamente habían visto imágenes del pasado, mas nada del presente o del futuro. Lyanna le aseguró que rara vez veía imágenes futuras, y que si lo hacía, eran solamente fragmentos cortos. De hecho, la razón por la que había decidido dormir todas las noches era para ver intentar que las estrellas le mostraran imágenes del presente, para conocer los planes de Sauron y Saruman, pero no había tenido suerte con ello.

    - Losto si (Duerme) – le susurró la Vala al elfo en el oído, haciéndolo dormir de inmediato. Como siempre, ella colocó su mano en el pecho de Legolas y se recostó a su lado. Cerró sus ojos, y espero a quedarse dormida.

    Estaban dentro de un lugar, que Lyanna reconoció al instante. Era la torre de Orthanc, donde vivía Saruman. Legolas y Lyanna escucharon voces, escaleras arriba. Lyanna se adelantó al elfo, buscando el origen de aquel sonido. Finalmente, llegaron al salón principal, donde ambos observaron a Gandalf y a Saruman conversar. Ver a Gandalf de nuevo los conmovió, aunque fue un duro recordatorio de que él ya no estaba con ellos. Parecía que ambos magos discutían, y a Lyanna le dio la impresión de que aquello se trataba de algo no muy antiguo.

    Ambos presenciaron la conversación en la que Saruman le confesaba a Gandalf que tenían que unírsele a Sauron y hacerse con el Anillo, mientras Gandalf lo reprendía. Saruman atacó a Gandalf cuando esté lo trato por loco, y ambos magos empezaron a luchar usando sus varas. Saruman terminó venciendo a Gandalf al quitarle su vara, y lo lanzó hasta la parte superior de la torre. Una vez solo, Saruman prosiguió a tomar la Palantir e intentar comunicarse con Sauron. Cuando Lyanna vio que el ojo de Sauron se formó en la piedra vidente, rompió de pronto la conexión con la imagen.

    Lyanna se levantó, un poco agitada por haber estado cerca de que Sauron la hubiese visto. Legolas se incorporó a su lado, sin comprender qué había pasado.

    - ¿Estás bien? – le preguntó él, viendo como Lyanna parecía seguir agitada y un poco nerviosa. Ella se apoyó sobre sus piernas y cerró sus ojos, mientras asentía - ¿Por qué despertaste?

    - Las Palantir son capaces de ver lo que sea y cuando sea. No importa si eso pasó meses o años atrás, quien esté al otro lado de ella podrá verme. Y no necesitamos que Sauron sepa dónde estoy ni con quién estoy – le dijo la Vala, recuperando el aliento. Sin embargo, había algo más que tenía nervioso a Legolas.

    - Lo que vimos no fue una batalla ni un encuentro especial – susurró él, con el ceño fruncido y su mirada en Lyanna – fue una simple conversación, un encuentro cualquiera – siguió, Lyanna asintió – Lyanna ¿puedes ver, entonces, lo que sea? ¿incluso conversaciones… secretas? – Legolas parecía aterrado de aquello, atrayendo la atención de Lyanna

    - Sí – contestó ella, a lo que el elfo desvió su mirada. Aquello eran malas noticias para él. Si Lyanna tenía acceso a poder ver lo que fuera que en el pasado hubiese ocurrido, entonces aquella conversación con su padre no era tan secreta como él lo habría querido. Dudas invadieron la mente del elfo, ¿habría visto ya aquella platica? ¿sabría Lyanna la razón por la que él jamás se atrevió a cortejarla? Y si lo sabía, ¿por qué nunca se lo había dicho? – Estás ocultando algo – adivinó Lyanna, entrecerrando sus ojos y evaluando la actitud de su amigo. Legolas volteó a verla, lo había descubierto - ¿No es así? – estaba a punto de mentirle, pero era imposible, Lyanna tenía el don de discernir la mentira. Aquel era un poder otorgado por Manwë, aunque no lo había logrado desarrollar hasta que huyó de Mordor.

    - Una conversación con mi padre – confesó él

    - ¿Sobre qué? – insistió ella

    - Sobre mi madre

    - Mentira – dijo ella, casi al instante. Por un segundo Legolas había olvidado que sí, era imposible mentirle a la Vala. Pero no quería confesarle aquello a Lyanna, no en aquel momento y no después de que había decidido dejar de lado sus sentimientos y aferrarse únicamente a su amistad. Lyanna discernió en la mirada de Legolas que realmente no quería confesarle aquello. Y aunque ella le había confiado el secreto más grande que ella guardaba, no fue capaz de obligarlo a decirle el suyo, pues ella misma aún no le confesaba dos secretos – Tú tienes tus razones para mantenerlo oculto, está bien – le dijo ella, sonriéndole. Legolas se sintió aliviado, y terminó dedicándole una sincera sonrisa a Lyanna – mañana no vendré aquí, tengo que ayudar a Galadriel con algunos preparativos para la fiesta – Lyanna había dicho aquello con cierta pesadez, como arrastrando las palabras, y eso le pareció al elfo bastante encantador. Y por si aquello había sido poco, Lyanna hizo un puchero, haciéndolo reír mientras admiraba ese encanto que poco a poco comenzaba a atraparlo – deberíamos regresar – dijo ella, mirando a Legolas a los ojos, pero sin intención de moverse.

    - Sí, ya casi amanece – le contestó él, sin despegar sus ojos de los de ella y sin intención de moverse. Siempre les costaba romper aquel momento, donde solamente la luz de la luna y las estrellas los acogía y no había nadie más que ellos dos. Aunque tampoco les gustaba romperlo, porque, por un momento, se sentían capaces de expresarle al otro sus sentimientos. Por un momento, querían dejar de lado cualquier preocupación que les impidiera dar aquel paso e intentar por fin una relación.

    Pero al final, el miedo al rechazo terminaba ganándole a Lyanna, y el miedo de arruinar aquella amistad terminaba venciendo a Legolas.

    Regresaron a la casa de Lyanna y se prepararon para el desayuno. Después de comer, Boromir le pidió a Lyanna un baile de ensayo más, y aunque ella estuvo a punto de aceptar, Legolas la convenció de irse con él y montar guardia, pues qué pasaba si más orcos intentaba pasar las fronteras. Lyanna le dio la razón al elfo, quien con sonrisa triunfante caminó al lado de la Vala, alejándose de Boromir. Luego del almuerzo, Boromir aprovecharía a pedirle de nuevo el baile a la Vala, pues sabía que Legolas pasaba ocupado con Gimli. Pero de nuevo, el elfo intervino, diciéndole a Lyanna que lo ayudara con los trajes de gala de los hobbits y de Gimli, pues Galadriel le había pedido que se encargara de sus vestuarios. Boromir se fastidió con aquello. Pero no fue hasta que Legolas impidió por tercera vez que Lyanna y Boromir bailaran que este último se dio por vencido, aunque bastante molesto con el elfo.

    Legolas, después de arreglar lo de los trajes de gala de los hobbits y de Gimli, y que Lyanna se fuera a ayudar a lady Galadriel con los preparativos, sin riesgo de que Boromir se la llevara a bailar y se quedaran solos, se la pasó con el enano el resto de la tarde, hasta que a este le ganó el cansancio y se dispuso a retirarse a dormir.

    - Descansa, Gimli – le dijo el elfo, mientras el enano se dirigía a su habitación. Legolas decidió salir al balcón de la casa de Lyanna y leer uno de sus diarios a la luz de la luna. Pero cuando observó una sombra moverse detrás de él, se apresuró a enfrentarla, pero aquella sombra fue más rápida y lo acorraló contra el tronco del árbol sobre el que se encontraba la casa de Lyanna. Boromir ubicó su daga en el cuello del elfo, y Legolas pudo sentir lo afilada que esta estaba, impidiéndole, así, moverse.

    - ¿Te crees gracioso alejando a Lyanna de mí? – le dijo Boromir entre dientes, y con gran desagrado – No engañas a nadie, sé que sientes más de lo que dices por ella y que buscas obtener su amor, sé que la has estado alejando de mí porque no soportas vernos juntos. Pero déjame recordarte algo, Legolas – Gimli, que había regresado a la sala principal para preguntarle al elfo sobre una palabra en élfico, escuchó la voz de Boromir y observó la escena en silencio, atento ante cualquier locura – que Lyanna es mía – dijo él, de forma pausada para que a Legolas le quedara claro aquello.

    - Lyanna no es de nadie, Boromir – le respondió Legolas, apenas pudiendo hablar pues la hoja de la daga rozaba su cuello al hacerlo – Acepta de una vez por todas su amistad y deja de esperar algo que sabes que no pasará – las palabras del elfo parecieron desconcertar a Boromir, y Legolas aprovechó para empujarlo y alejarlo de él. Boromir retrocedió, pensando mejor la locura que acababa de cometer.

    Legolas le pasó de largo a Boromir y decidió salir a recorrer el bosque y despejar sus pensamientos, pero había algo que Legolas había olvidado decir, y era que no había negado lo que Boromir le había dicho sobre sus sentimientos a Lyanna. Y aunque para Boromir aquello no le sorprendía…

    A Gimli sí.

    Pero no solo al enano, sino también al mismo Legolas, pues al caminar entre los árboles las palabras de Boromir resonaban cada vez más y más en su cabeza. Y aunque Legolas tratara de convencerse de que aquello no era verdad, no se podía engañar para siempre.

    Sí, le molestaba ver a Lyanna tan cercana a Boromir. Le molestaba pensar que al final, de tanto insistir, Lyanna terminara aceptando salir con él y que su corazón lograra corresponderle a alguien que no fuera él. Por dentro, lo había sabido todo ese tiempo, pero había querido negar sus sentimientos por proteger su amistad con Lyanna. Pero sabía que no podía seguir así para siempre. Él no era un cobarde, así que tenía que enfrentar el único miedo que lo agobiaba.

    Tenía que confesarle a Lyanna sus sentimientos, de una vez por todas.

    Capítulo Dieciocho: Enredos del Corazón

    A Gimli aún se le reproducían las imágenes de la noche anterior, y no paraba de preguntarse si era posible que el elfo realmente sintiera algo por Lyanna, y se pusiera celoso de verla con Boromir. A la mañana siguiente, en el desayuno, el ambiente se sentía bastante raro. Si bien Gimli no era un elfo, con sentidos agudos, sí sentía una gran tensión alrededor del elfo, quien se encontraba a su lado. Galadriel habló a la mente de Gimli, preguntándole si sabía por qué el príncipe del Bosque Negro parecía estar más tenso que nunca, confirmándole al enano sus sospechas.

    - ¡Eh! ¡Orejas picudas! – lo llamó Gimli cuando todos comenzaban a retirarse del salón. Usualmente, Legolas y Lyanna montaban guardia con el resto de los elfos de Lórien, pero aquella mañana Legolas no acompañó a la Valië, lo que al enano le pareció curioso y le hizo sospechar más del elfo - ¿Te encuentras bien? Te noté muy tenso en el desayuno – le dijo él. Legolas se recostó en uno de los pilares de la entrada de aquel salón.

    - He estado meditando sobre un asunto. Tomé una decisión, pero sigo pensando cómo llevarla a cabo – habló Legolas, un tanto distraído en sus pensamientos. Al notar que a lo mejor Gimli ni siquiera le entendía lo que le estaba diciendo, añadió: - perdona, Gimli, tengo mi mente en otro lado. Puede que me tome el día para pensar mejor cómo enfrentar esto – dijo, y luego se retiró. Pero Gimli sí que había comprendido de qué hablaba el elfo. Sabía que Legolas tarde o temprano le expresaría a Lyanna sus sentimientos, pero se preguntó: ¿Por qué no darle un empujón?


    Lyanna regresaba de las fronteras del bosque cuando se encontró con Gimli en el camino. Aunque ella pensó que había sido una linda casualidad, el enano había estado esperando ahí desde hacía un buen rato. Ambos caminaron hasta llegar a la armería, donde Lyanna guardó el arco que solía tomar todas las mañanas al salir con la guardia. Gimli le confesó que tenía que hablar con ella a solas, por lo que, cuando la armería quedó sola, el enano se dispuso a hablar.

    - Sé que no es mi asunto, pero le he tomado un poco de cariño a Legolas – Lyanna enarcó su ceja, divertida, haciendo al enano bufar – no se lo vayas a decir, por favor – ella rio – Lyanna, eres preciosa. Y hay una gracia en ti que únicamente la hija de los Valar podría poseer. No me sorprende que los solteros con mayor renombre hayan buscado ganarse tu corazón, o que los hombres y elfos se peleen entre ellos para buscar tu mano – Lyanna mantuvo su sonrisa, bastante complacida con las palabras que el enano le decía – Y me temo que eso ha llegado a pasar incluso dentro de la Comunidad del Anillo. – pero aquello la hizo fruncir su ceño y borrar su sonrisa – Lyanna, todos sabemos que Boromir delira por ti – eso la hizo sonrojar – pero todos sabemos también que entre tú y el elfo hay mucho más de lo que ustedes dicen tener – pero esas palabras la afectaron más – Conozco a Legolas y sé que es todo menos cobarde. Y sin embargo, tú le aterras – dijo él – creo que la única razón por la que no se atreve a confesarte sus sentimientos es porque tiene miedo de que su amistad ya no sea la misma – aquellas palabras reconfortaban a Lyanna, pues parecía que, después de todo, sí había una explicación para que Legolas no quisiera caer bajo su encanto – Pero algo me dice que hay algo más que lo detiene, aunque no se me ocurre qué – Gimli le había llenado de esperanzas el corazón a Lyanna.

    - ¿Y tú por qué crees eso? – le preguntó ella, con ternura en sus ojos - ¿Te lo dijo él?

    - Boromir y Legolas tuvieron una pequeña… confrontación, anoche – aquello hizo que Lyanna abriera aún más sus ojos, bastante sorprendida. ¿Legolas confrontando a Boromir? ¿Por ella? – Vamos, Lyanna, el elfo ayer se la pasó impidiendo que te quedaras a solas con Boromir todo el santo día – Lyanna había pasado tan agitada que apenas se había puesto a pensar en eso, pero notaba que el enano tenía razón – Bueno, a Boromir al final no le hizo mucha gracia aquello. Le dijo que a él no lo engañaba con su discurso de “solo somos amigos”, que sabía que en el fondo él sí sentía algo por ti y que dejara de estar celoso, y prácticamente lo amenazó diciéndole que dejara de arruinar su relación. Que tú eras suya – aquello sacó de lugar a Lyanna, quien se sintió molesta por aquel comentario. ¿Ella, una Valië, propiedad de un hombre? Puedo acabar contigo en un parpadeo, pensó Lyanna, casi sacando humo por la molestia.

    - ¿Y qué le dijo Legolas? – preguntó ella, recordando que Legolas había estado ahí. ¿La habría defendido? ¿Habría declarado que era suya, rebajándose a ese nivel? Al ver que Gimli sonreía, cierta alegría la calmó.

    - Que tú no eras de nadie – ella bajó su mirada, pero entonces recordó:

    - ¿Y sobre… estar, ya sabes, celoso? ¿sobre sentir algo por mí? – Gimli amplió su sonrisa

    - Ese es el detalle, mi venerada Lyanna – respondió él – que eso no lo negó – las palabras de Gimli le habían venido con tal sorpresa, que la fuerza con la que su corazón palpitaba casi la obliga a tener que sentarse. ¿Sería cierto, entonces? ¿Tenía razón Galadriel y, tras todos esos años, Legolas sí había caído bajo su encanto? Pero ¿por qué? ¿estaría tan aterrado de arruinar su amistad, que se había mantenido callado por eso?

    - Gimli – dijo ella, casi en un susurro – no se lo cuentes a nadie. Por favor – le suplicó ella – tengo que… pensar mejor en esto – y se dispuso a marcharse, no sin antes volverse para darle las gracias al enano. Gimli sonrió satisfecho. Él había descubierto lo que Legolas había escondido por algún tiempo. El enano desconocía desde hacía cuánto lo ocultaba, pero ahora ya no podría seguir huyendo.

    Aunque ahora, Gimli rogaba a todos los Valar que Legolas fuera al que el corazón de Lyanna quisiera corresponder. Pues si no lo hacía y su amistad, en efecto, se arruinaba por aquello, la culpa no lo dejaría dormir tranquilo nunca más.

    Lyanna sabía que Legolas, entonces, sí sentía algo por ella, y que ella sentía algo por él. Legolas también había aceptado que tenía sentimientos por Lyanna, y estaba dispuesto a arriesgar su amistad. A decir verdad, él sabía que siempre había estado dispuesto a hacerlo, con tal de amarla.

    Pero era aquel secreto el que siempre le impidió, en el fondo, dar ese paso. Se había intentado convencer todos aquellos años de que era porque no quería perder esa conexión con la Valië. Pero no, había un motivo que, si se lo confesaba, seguramente Lyanna ya no lo vería igual. Pero estaba cansado de huirle a ese destino.

    Ambos iban caminando, con su cabeza baja, en dirección al salón donde tomarían la cena. No se habían visto todo el día, y por ir tan concentrados en sus pensamientos ni se percataron del otro cuando chocaron en la entrada que daba al comedor. Al levantar su vista y encontrarse con el otro, la sorpresa invadió su rostro y su corazón comenzó a latir con rapidez. Lyanna abrió su boca para decir algo, pero al final no logró articular palabra alguna. La mente de ambos se había quedado en blanco ante aquel momento.

    - Ah, ya han llegado – habló Galadriel, quien había observado la escena pasos atrás y se había contenido la risa al ver la reacción de ambos. La voz de la Noldor les dio tiempo al elfo y a la Vala de recuperarse, y Lyanna comprendió que aquella había sido la intención de Galadriel – Estoy segura de que los demás no tardan en venir – dijo, entrando al salón. Lyanna volteó a ver a Legolas, con una mirada nerviosa. ¿Qué te pasa? ¡has hablado con él miles de veces! Se preguntó Lyanna. Eres una Vala, actúa como una.

    - No te he visto en todo el día – le dijo ella, rompiendo la ligera tensión que se había formado. Ahora que Lyanna sabía lo que el elfo ocultaba sobre ella, le resultaba más difícil hablarle, ¿sería que su amistad sí se arruinaría?

    - Había cuestiones sobre las cuales pensar – respondió él, en una voz un tanto ronca y baja. Lyanna se preguntó si aquellas cuestiones implicaban sus sentimientos hacia ella – enredos del corazón – dijo él, casi como intentando querer decirle algo a la Valië. Lyanna no pudo evitar pensar que tal vez sí se trataba de ella, pero no quería obligarlo a confesárselo

    - ¿Quisieras hablar sobre ellos… conmigo? – preguntó ella, en un tono cauteloso y tragando saliva, esperando no ser rechazada por él. Legolas le sonrió.

    - Sí, Lyanna – le dijo él, con seguridad – sí quiero hablar de eso contigo – el corazón de Lyanna dio un brinco al escuchar aquello. Estaba asegurado, entonces. Aquella noche, Lyanna y Legolas por fin conocerían la versión de la historia del otro.

    - Encuéntrame donde siempre



    Capítulo Diecinueve: El Síndar y la Valië

    Luego de la cena, Lyanna y Legolas se habían separado. Lyanna se había ido con Galadriel a ayudarle con algunos preparativos. Legolas se había ido con el resto de la Comunidad, pues tenían que probarse las vestimentas que había trabajado con Lyanna el día anterior para la fiesta que se llevaría a cabo la siguiente noche. Aunque Legolas trataba de disimular lo distraídos que estaban sus pensamientos pensando en lo que pasaría más tarde, Aragorn y Gimli lograron notarlo, pero no le dijeron nada.

    Gimli ya sabía la razón y no le había dicho nada a Aragorn, pues le había prometido a la Vala no hablar de aquello. Pero para el montaraz era lógico. Lyanna y Legolas habían pasado bastante juntos la última semana, más de lo habitual, y ahora parecían sentirse tensos estando uno cerca del otro. Él lo había vivido, conocía aquellos sentimientos.

    Galadriel también observaba a la Valië un poco distraída desde la cena. Estaba segura de que se trataba de Legolas, por lo que decidió no incomodarla con comentarios de curiosidad.

    Lyanna terminó de ayudarle a Galadriel y se apresuró a llegar al riachuelo de las afueras de Caras Galadhon. Al ver que Legolas no estaba ahí aún, soltó un suspiro de alivio. Aún tenía tiempo para tomar aire y prepararse para lo que estaba a punto de pasar.

    Por más silencioso que Legolas quisiera ser, su presencia igual fue advertida por Lyanna cuando este por fin llegó hasta el riachuelo. Lyanna se dio la vuelta para encontrarse con él, y el corazón de ambos se aceleró al conectar su mirada con la del otro. Ni los cientos de años que tenían de conocerse y de ser tan cercanos les impidieron sentirse como que si aquella fuera la primera noche que se conocían. Toda esa confianza que tenían sobre el otro al hablar de lo que fuera… parecía no acompañarles esa noche. Pues ambos sabían la razón de aquel momento. Algo que ninguno se había atrevido a aceptar, hasta ahora.

    - Me enteré lo que pasó con Boromir – dijo ella, rompiendo el silencio. La oscuridad de la noche los invadía a ambos, y la única luz que tenían era la de la luna y las estrellas. El silencio que reinaba en aquel lugar, de cierto modo, los tranquilizaba a los dos. Legolas se acercó un poco más a Lyanna, sin despegar su mirada de la de ella – lamento el malentendido.

    - Eso no fue tu culpa, Lyanna – habló él. A la Vala le gustaba escucharlo decir su nombre, pero aquella noche cierta emoción la invadió todavía más - ¿Cómo te enteraste de eso?

    - Eso no importa – se apresuró a decir ella, con un tono nervioso – el pueblo no es muy grande – Legolas dejó pasar la respuesta de Lyanna. No estaba ahí para averiguar aquello. Estaba ahí para expresarle sus sentimientos. Legolas bajó su mirada hasta el suelo y suspiró. Ya era hora de confesárselo

    - Lyanna – comenzó. La Vala tembló de nuevo al escucharlo decir su nombre – hay algo que debes…

    - ¿Por qué nunca te enamoraste de mí? – le preguntó por fin. Lyanna no podía creer que el impulso de saberlo le había ganado. Aquello había salido de su boca casi sin pensarlo. Las palabras en la boca de Legolas quedaron en el aire. Él tampoco se esperaba que todo pasara tan de repente. Pero consideró que tal vez era mejor de ese modo – Legolas – susurró Lyanna, acercándose más al elfo. Sus rostros estaban a escasos centímetros del otro. Lyanna ya había dado el primer paso. No había vuelta atrás - ¿Por qué nunca me amaste?

    - Esa es la cuestión, Lyanna – susurró el elfo, sosteniendo la mirada de la Valië – siempre lo hice – Lyanna sintió un cosquilleo en su estómago y en su pecho. Legolas por fin se lo había confesado – Siempre me comentaste que mi trato hacia ti te encantaba, porque nunca te traté como alguien superior. Que por eso nuestra amistad funcionaba tan bien… pero Lyanna, la verdad es que – él suspiro – siempre te he visto como alguien superior – los ojos de Lyanna mostraban confusión. Aquello no se lo había visto venir – Nunca te lo confesé porque temía que, al hacerlo, cambiaras tu forma de verme, y que nuestra amistad perdiera eso que la hacía tan única – Lyanna se alejó un poco, casi como asustada.

    - Si me veías como tu superior, ¿por qué nunca me trataste como tal? – preguntó ella. Lyanna no se esperaba aquella respuesta del elfo, y jamás la había contemplado. Le había venido por sorpresa.

    - Tú eres una Vala – le dijo él, y cierta tristeza invadió su mirada – Lyanna – rio – eres la hija de los Valar. Estás destinada a ser la más grande de este mundo – ella lo miró, y un brillo esperanzador resaltó en sus ojos – Cuando mi padre me insistió en que intentara ganarme tu corazón, le pedí que dejara de insistir en eso, porque nadie era digno de ti. Se me hacía lógico que no hubieras podido corresponderle ni a Elladan, hijo de Elrond, ni a Gildor, de la casa de Finrod, ni a Glorfindel, posiblemente el elfo con mayor renombre – Lyanna bajó su mirada. Legolas podía tener toda la razón al explicarle aquello – Si ellos no habían podido ser correspondidos, ¿por qué habría de serlo yo? – confesó él. A Lyanna le enternecieron sus palabras – por ello disfruto no tratarte como alguien superior. Porque, en el fondo, me da la esperanza de que, aunque solo como amigos, esté a tu altura – la mirada de la Valië era de felicidad pura. Una lágrima se asomó por su ojo y recorrió su rostro. Su corazón latía con fuerza. Aquello era, sin duda, lo más precioso que alguien le había dicho.

    - ¿Y por qué has decidido confesarlo ahora? – preguntó ella en un susurro apenas audible. Más lágrimas recorrieron su rostro. Legolas tomó el rostro de la Valië en sus manos, y con sus pulgares, delicadamente, le limpió las lágrimas.

    - Thingol y Melian – dijo él. Lyanna los ubicó en su mente, y sin que el elfo se lo explicara, ella ya había entendido lo que quería decirle

    - El Síndar y la Maia – susurró ella, entre suaves risas.

    - El único elfo que logró ser amado por una de los Ainur de Eru Ilúvatar fue un elfo Síndar – Lyanna sonrió ante aquello, y el corazón de Legolas se llenó de esperanzas – Tú eres un Ainu – sus frentes se juntaron, y las sonrisas de ambos prevalecieron – y yo soy un Síndar – otra lágrima cayó del rostro de Lyanna – y estoy dispuesto a amarte con todo mi corazón. Y mi amistad seguirá manteniéndose firme si tu corazón decide que no soy lo que busca – finalizó él. Pero Lyanna lo tenía más que claro.

    Todos esos años, y al fin lo había encontrado. Era él.

    Ella rodeó su cuellos con sus brazos, y cerró por fin el corto espacio que los separaba. Los labios de la Valië y del elfo se unieron por fin, danzantes ante el deseo del otro que largos años habían querido ocultar.

    La felicidad en los corazones de ambos los envolvió por completo, y cualquier miedo que habían tenido, ahora les era desconocido. Solo importaban ellos en aquel momento. Lyanna estaba segura de que era a Legolas a quien ella quería corresponder. Largos años, con cada amante que escogía, dudas la invadían sobre si esta vez sería el indicado. Y, para consuelo de ella, algo en su interior le dijo que nunca más las tendría.



    Capítulo Veinte

    Lyanna y Legolas se encontraban recostados en el pasto junto al riachuelo, ella sobre su pecho mientras trazaba círculos en su torso, mientras él contemplaba las estrellas que se cernían en el cielo nocturno, con una sonrisa que no había podido quitar desde que la Vala lo había besado. Lyanna tampoco podía dejar de pensar en todo lo que había pasado esa noche. Después de mil años, por fin enfrentaba sus sentimientos. Por mil años tuvo frente a ella la persona a la que su corazón quería corresponderle, y siempre huyó de ese destino. Pero, como bien le había dicho el mismo Legolas, no podía huir para siempre de este.

    Poco a poco, el sol comenzó a salir, y el elfo y la Vala se levantaron, dispuestos a regresar a Caras Galadhon y unirse con el resto en el desayuno. Sin embargo, cuando Legolas comenzó a caminar, se dio cuenta que Lyanna no lo seguía.

    - ¿Sucede algo? – le preguntó él, viendo a Lyanna concentrada en sus pensamientos. Ella abrió su boca, lista para decir algo, pero al elfo le daba la impresión de que no encontraba las palabras adecuadas. Legolas se dio la vuelta y caminó hasta ella – Lyanna, ¿qué sucede?

    - Sé que no debería pedirte esto, porque no es justo – empezó ella, jugando con sus manos mientras veía al elfo a los ojos. Legolas frunció el ceño – ¿Podemos mantener esto en secreto? – dijo ella, con una mirada casi apenada. La expresión de Legolas fue imposible de descifrar – Tú sabes lo que Boromir aún siente por mí – explicó Lyanna – Hace unos días él… me confesó estar molesto porque tú y yo pasábamos mucho tiempo juntos. Le aseguré que tú y yo – ella se calló un momento – le aseguré que entre tú y yo jamás iba a pasar algo – Legolas comprendió lo que Lyanna quería decirle – No solo eso, me dijo que intentaría conformarse con mi amistad, pero que verme amando a alguien que no fuera él… no lo soportaría

    - Pero eventualmente tendría que enfrentarlo – respondió el elfo

    - Lo sé – se apresuró a decir Lyanna, rozando con una mano el rostro de Legolas – lo sé. Y eventualmente te prometo que se lo diré, pero estamos en una misión que no puede verse afectada por este tipo de problemas. Ya tuvieron una confrontación ustedes dos, y no quiero que Boromir comience a guardarse el rencor para que más adelante lo desate contra ti o contra mí. Gandalf ya no está, lo último que necesitamos es que la Comunidad se siga rompiendo – ante aquellas palabras, una ráfaga de calor recorrió la espalda de Lyanna. Como un presentimiento, pero no pudo descifrarlo. Legolas no se percató de eso, por lo que comenzó a asentir con su cabeza

    - Tienes razón – susurró, esbozando una ligera sonrisa – nuestra misión es más importante – Lyanna le sonrió

    - Si nadie lo sabe, será más fácil que él no se entere por susurros. Además, tampoco sé qué tan conveniente es que los demás lo sepan. Podrían sospechar de un conflicto de intereses hasta cierto punto – Legolas rio al escuchar aquello – Nunca se sabe – finalizó ella, entre risas. Legolas acercó sus labios a los de la Valië y le depositó un tierno beso en ellos.

    - Hora de regresar


    Luego del desayuno, Legolas perdió de vista a Lyanna, al igual que el resto de la Comunidad. Nadie la había visto. En el transcurso del día, varios elfos iban de aquí a allá preparando el salón para la fiesta de aquella noche en honor a la Comunidad del Anillo. El pueblo de Lórien se veía bastante movido. Los hobbits y Gimli practicaban por última vez el baile, cada uno por su cuenta. La tarde cayó, y Lyanna seguía sin aparecer. Legolas había escuchado a Boromir preguntarle a cada elfo que pasaba por la Vala, al parecer quería hablar con ella de algo importante. Desde su confrontación, Legolas no había hablado con el gondoriano, ni este con el elfo.

    - ¿Sigue sin aparecer? – le preguntó Aragorn a Legolas y a Boromir, quienes se encontraban ahora en la sala de la casa de Lyanna, guardando sus armas, lo suficientemente alejados del otro.

    - Es casi hora de la fiesta, ¿y si está en peligro? – sugirió Boromir, en un tono preocupado

    - ¿Ella? ¿En peligro de quién? – dijo Legolas, por fin dirigiéndose al capitán.

    - Será mejor que bajemos, de seguro nos alcanzará al iniciar el baile – dijo Aragorn, dejando su espada junto al arco de Legolas.

    El salón estaba lleno de elfos con copas en mano, y se veían niños corriendo de esquina a esquina. Los señores de Lórien aún no habían llegado. Boromir fue directo a conseguir una copa, mientras Aragorn era detenido por Haldir. Legolas vio a Gimli cerca de uno de los ventanales, y decidió unírsele. Los hobbits estaban a su lado, un poco intimidados por ser los adultos más pequeños del salón.

    - Lyanna ha desaparecido todo el día, ¿no la habrás lastimado cuando hablaste con ella? – preguntó el enano, mientras se empinaba su copa y se la bebía en un solo trago, aunque haciendo una mueca. Legolas frunció el ceño

    - No he hablado con ella – mintió, tratando de mantener su relación con la Vala en secreto, como ella se lo había pedido. Gimli pareció confundirse ante aquello – Es decir, nada fuera de lo común – un elfo pasó frente a Legolas con una bandeja de copas de vino, y él se apresuró a tomar una y beber de prisa, esperando haber sonado convincente para el enano.

    - Escuché a Boromir decir que le iba a confesar su amor incondicional frente a todos esta noche – Legolas casi se atraganta con el vino al escuchar al enano decir eso. Gimli rio para sí al ver la reacción del elfo.

    - ¿Qué? – logró decir Legolas, lo más indiferente que pudo. Gimli no le respondió, su mirada se había centrado en alguien en la entrada – Gimli – Legolas se aclaró la garganta

    - Mira – susurró el enano, asombrado y señalando la entrada

    - Gimli, ¿qué dijiste…?

    - ¡Cállate y mira! – le apuró el enano, haciendo que Legolas volteara su vista a la entrada y entendiera la admiración de Gimli.

    Lyanna se encontraba parada bajo el umbral, y su presencia había atraído la mirada de todos en el salón. Lucía un vestido de un azul profundo de mangas acampanadas, con un delicado cinturón dorado. En su cuello portaba un reluciente colgante de un brillo incomparable. Su cabello iba suelto, pero arreglado con finas trenzas adornadas por pequeñas flores. Se veía preciosa.

    Legolas esbozó una sonrisa al verla desde la distancia, y Lyanna supo identificar que él la estaba observando, haciéndola sonreír también. Los señores de Lórien entraron justo después de la Vala, y se ubicaron en el centro del salón. Los músicos tomaron lugar junto con los instrumentos, y al cabo de unos segundos, el baile comenzó.

    Galadriel y Celeborn comenzaron danzando de forma elegante y melodiosa. Ambos se movían al compás de la tranquila melodía que resonaba en el salón. Lyanna era la primera persona a la que Galadriel tomaría de la Comunidad, y Aragorn el primero al que tomaría Celeborn. Por fin los esposos se separaron y los jalaron a los dos a la pista, juntándolos para que se unieran al baile junto con ellos. Aragorn tomó a Lyanna de la cintura y de su mano, mientras ella se sostenía de su agarre y seguía el movimiento de sus pasos. A su vez, Lyanna tomó a Frodo y Aragorn a otra elfa, y los juntaron para que también se unieran al baile. Y así poco a poco cada persona dentro del salón fue tomada por cada pareja que se encontraba danzando, hasta que todos adentro terminaron bailando.

    Con cada cambio, las parejas rotaban, y Lyanna buscaba con su mirada de forma desesperada a Legolas, esperando bailar con él. Pero eran muchas personas dentro del salón, y ella ni siquiera podía ubicarlo. El baile llegó a su fin, y los aplausos de todos resonaron en el lugar, junto con risas y gritos de alegría. Aunque Lyanna se sintió decepcionada de no haber podida bailar con el elfo.

    - ¡Por la Comunidad del Anillo! – gritó Galadriel, elevando una copa al aire, mientras cada elfo tomaba una y se unía al grito de la Noldor.

    Lyanna estaba dispuesta a buscar a Legolas, cuando uno de los soldados de la guardia la arrastró hasta un grupo de elfos que se encontraban cerca de ellos.

    - ¡Ah! ¡Lyanna! Te ves preciosa en ese vestido – dijo uno de ellos mientras la tomaba de la mano y le depositaba un beso en ella – de todos los presentes en esta fiesta, sin duda eres la más admirable.

    - Y la más importante dentro de la Comunidad del Anillo, qué bueno que los acompañes – señaló otro

    - Seguro que todo estaría perdido sin ti, Lyanna

    - ¡Eres la más bella de todas! – La Vala ya se estaba empezando a agobiar con tantas adulaciones que los elfos le lanzaban con tal de quedar bien ante ella. Al principio le halagaba, pero conforme el tiempo pasó se dio cuenta que esos comentarios, muchas veces, no eran honestos. Sabía que solo se lo decían para tener algo a cambio de ella. Su aprobación, su bendición o incluso regalos. Los elfos siguieron hablando entre ellos, pero Lyanna apenas les prestaba atención. No quería ser descortés y marcharse, pero realmente no quería escuchar más adulaciones - … por todos los reinos. No me cabe duda de que alguien como tú, tan admirable… - Lyanna bajó su mirada, un poco desesperada ya de sentirse atrapada en aquel círculo, pero de pronto advirtió la presencia de alguien a sus espaldas. Al identificar de quién se trataba, ella sonrió - … ¿no lo cree así, mi señor Legolas? – el elfo se acercó al grupo, quedando al lado de la Vala.

    - Totalmente – respondió, pero no tenía idea de qué le hablaba – Espero no les moleste que venga a robarles a esta bella dama – Lyanna amplió su sonrisa y tomó el brazo que Legolas le extendía – lady Galadriel desea hablar con la Comunidad – sin esperar respuesta de los elfos, Legolas y Lyanna se alejaron de aquel grupo, haciendo que la Vala soltara un suspiro de completo alivio

    - Gracias por eso – le dijo ella, mientras caminaban entre la multitud – estaba a punto de perder la cabeza

    - ¿En dónde estuviste hoy? – preguntó él, sin dejar de caminar por el salón – desapareciste del ojo de todos

    - Salí del pueblo, fui a nadar al río. Quería darme el día – Legolas sonrió y dejó de caminar. Lyanna lo observó, curiosa - ¿me extrañaste? – preguntó ella, entrecerrando sus ojos y sonriendo divertida

    - Claro que no – dijo él. Lyanna discernió la mentira en los ojos del elfo, y se rio, pues esa había sido la intención de Legolas al decir aquello.

    La noche siguió y el ambiente se volvió cada vez más alegre. Los hobbits bailaban entre ellos, Lyanna bailaba animadamente con Gimli, mientras Aragorn, Haldir y Legolas charlaban en una de las terrazas. Boromir platicaba con unos soldados, cuando se percató que el enano por fin dejaba sola a la Vala. Aprovechó a acercarse a Lyanna, había estado esperándolo toda la noche.

    - ¿Me concedes un baile? – preguntó él, extendiéndole la mano. Lyanna se dio la vuelta y se encontró con la mirada del hombre. Un poco dubitativa, accedió. En aquel momento, la melodía se volvió más lenta – Estuve preocupado por ti

    - Ningún orco se atreve a entrar en el bosque de Lórien, Boromir. No sin Sauron, al menos – le recordó ella, mientras se movían al ritmo de la música

    - Lyanna – la llamó él, con la mirada un poco perdida – estaba pensando… estamos a pocos días de regresar a la misión – ella lo escuchó con atención – después de esta larga estadía será un viaje directo hasta Mordor, pero pienso que sería mejor reagruparnos en Minas Tirith – le dijo él – Piénsalo. Podremos descansar, al igual que como lo hemos hecho acá. Recuperar fuerzas, atacar Mordor con el ejército de Gondor. Además, con la llegada de Aragorn al trono…

    - Creí que pensabas que Gondor estaba mejor sin un rey – le recordó ella, Boromir resopló

    - Me equivoqué, ¿sí? Pienso que Aragorn es la última esperanza para mi pueblo. Que el rey regrese – le confesó, y Lyanna no discernió mentira alguna en sus ojos – Con mi padre fuera del poder superior… tal vez entonces lo nuestro pueda funcionar – Lyanna se soltó de su agarre y se alejó de él ni bien escuchó esas palabras. Boromir la miró, confundido, y por encima del hombro de la Valië identificó a Legolas, de brazos cruzados y recostado sobre uno de los pilares, observándolos con curiosidad

    - Boromir, yo no puedo darte lo que quieres – le dijo ella, sin mirarlo a sus ojos

    Galadriel se acercó a ellos y le indicó a Lyanna que era hora de su “sorpresa”. Lyanna fue tras ella, dejando al gondoriano, de nuevo, con el corazón herido.

    Las luces del salón se apagaron, y Lyanna alzó sus brazos al cielo. Cerró sus ojos, y con Náriël en su cuello, recitó un poema a las estrellas. Los presentes no paraban de preguntarse por qué estaba todo a oscuras, pero en eso el salón se volvió a iluminar.

    Entre ellos, fragmentos de luz de estrella los rodeaban a todos. Los elfos de Lórien alzaron un grito de emoción al contemplar la luz pura de estrella frente a sus ojos. Los hobbits se había quedado maravillados, y Gimli reía del asombro que aquello le causaba. Aragorn no podía creer lo que veía, y Legolas sonreía en dirección a la Vala, la causante de aquel precioso momento. Pero Boromir no podía dejar de pensar en las palabras de Lyanna, y ni siquiera la pura luz de estrella le consoló el corazón.



    Capítulo Veintiuno: Un Adiós a Lothlórien

    La estadía en Lothlórien llegó a su fin, y el corazón de cada uno de los miembros de la Comunidad se entristeció al recordar la razón por la que debían partir. Con cada día que pasaba, el poder de Sauron incrementaba. No podían quedarse para siempre, y aunque Celeborn podía sentir la tristeza de sus corazones y les ofreció quedarse a los que no estuvieran dispuestos a partir, Galadriel leyó en sus pensamientos el deseo de seguir con la misión.

    - Así es, mi lady – dijo Boromir, inclinando su cabeza – mi camino a casa yace al frente, y no detrás – le dijo él, explicando la razón por la cual su deseo por partir era superior al deseo por quedarse.

    - Es verdad – interpretó Celeborn, con cierta curiosidad – pero ¿te acompañarán todos a Minas Tirith? – le preguntó. Todos voltearon a verse, pues esa había sido una discusión, más que una conversación, que habían tenido los últimos días. Boromir había propuesto ir a su ciudad y reagruparse. Presentar a Aragorn al trono y que su padre saliera del poder, para atacar Mordor y, al derrotarlos, ir todos al Monte del Destino y destruir el Anillo. Merry, Pippin, Sam y, para sorpresa de todos, Legolas apoyaban la idea de Boromir de ir a Minas Tirith, mientras Aragorn, Gimli y Lyanna estaban seguros de que ir por las Emyn Muil sería un camino más discreto. Frodo no sabía qué hacer, por lo que se había abstenido de dar su opinión, pues todos sabían que esa era la decisiva.

    - No lo hemos decidido aún – respondió Aragorn, queriendo evadir el tema de una vez.

    Lyanna y Legolas habían discutido también entre ellos por aquella decisión. Legolas quería convencerla de que era más seguro tener refuerzos, especialmente los de Gondor. Lyanna intentaba explicarle que Minas Tirith los dejaría atrapados si Sauron atacaba antes, y que además de lidiar con la amenaza de Sauron, tendrían que lidiar con las del deseo de poder de los hombres.

    - Bueno, que los Valar los iluminen para que sean lo suficientemente sabios de elegir bien – dijo Galadriel, sonriéndoles a todos. Y, con un asentimiento de cabeza, les indicó a los elfos silvanos que se encontraban ahí que procedieran a colocarles las capas hechas por los costureros del bosque. – un regalo para la Comunidad del Anillo. Que los protejan del ojo enemigo – les indicó, mientras un broche de hoja de Lórien les era ajustado para sostenerles las capas. – Cargan con el destino de cada una de sus razas, y de más – les recordó, mientras se posaba frente a ellos – Cada uno de ustedes tiene un don excepcional que desempeñar para que esta se cumpla. Y a cada don, le ofrezco un regalo – dijo, mientras se dirigía a Legolas y una elfa le alcanzaba el obsequio para el elfo – A ti, Legolas, te doy un arco de los Galadhrim. Digno de ser usado por nuestro pariente del bosque – Legolas se maravilló ante aquel arma. Él sabía que era mucho más fuerte y grande que el que siempre llevaba, tensado con cabellos élficos. Con el arco, venían también las flechas – A ti, Boromir, te obsequio este fino cinturón de oro – se lo tendió, y Boromir sonrió ante aquella pieza – Un complemento a la altura de un capitán gondoriano – le dijo ella. Prosiguió con los hobbits Merry y Pippin – Estas dagas que les entrego hoy pertenecieron a los Noldor, y han servido ya en la guerra – los hobbits inspeccionaban las armas, sin podérselo creer – Para ti, Sam, cuerda élfica trenzada con Hithlain – Sam la tomó, un poco dubitativo. No estaba seguro cómo sentirse con respecto a la cuerda, pero un regalo de la Noldor no se podía despreciar. Galadriel llegó hasta Gimli, cuya cabeza estaba bastante baja - ¿Y qué le pediría un enano a un elfo como obsequio? – le preguntó ella. Gimli resopló.

    - Nada más que ver a la Dama de los Galadhrim una última vez. Pues es más bella que todas las gemas que se ocultan bajo la tierra – le dijo él, mirándola a los ojos con un brillo tan único que a la elfa le enterneció. Gimli, apenado, buscó retirarse, sintiéndose incapaz de poderle pedir algo. Pero su corazón le ganó y se volvió hacia la Noldor – De hecho, hay que sí pediría. A lo mejor es una tontería, algo absurdo, imposible… - aquello último parecía decírselo más para él que para Galadriel.

    - Escucho – le animó ella. Gimli la miró, esperanzado, y suspiró

    - Tan solo uno de sus cabellos, mi lady – le dijo él, con un tono lleno de esperanza – que la luz de este, tan cálido como el rayo del sol, me acompañe a cualquier lugar que yo vaya – Galadriel sonrió aún más, y, sin dudarlo, le entregó al enano tres de sus cabellos. Gimli no podía creerse aquello. Estaba fascinado.

    Lyanna y Aragorn se encontraban más apartados del resto, discutiendo qué iban a hacer con los que querían ir a Minas Tirith. Tenían que buscar un argumento para convencerlos de que no era buena idea. Galadriel entonces se acercó a ambos y les habló sobre sus obsequios.

    - Va a serte útil – le dijo Galadriel a Aragorn, mientras le tendía una daga élfica y una funda para su espada – Los enemigos con los que lucharán serán numerosos – Galadriel se acercó más al montaraz, queriendo ver directamente a sus ojos. Aragorn se percató de aquello – No volverás a ver los bosques de Lórien, Elessar – le dijo, mientras, al mismo tiempo, le entregaba literalmente una elessar, o una piedra élfica – ninguno de ustedes lo hará – dijo, antes de dirigirse a la Vala – Oh, Lyanna – sonrió, colocando su palma en la mejilla de Lyanna - ¡Por cuánto has pasado y por cuánto has de pasar! – exclamó, manteniendo su sonrisa. Galadriel movió su mano al pecho de la Valië, donde un relicario de luz de sol y luna se escondía bajo su ropa – Su amor brilla más que Náriël – le susurró, y Lyanna entendió a lo que la Noldor se refería, y su corazón se sintió feliz por ello – Este secreto que has forjado me es imposible entender a qué te llevará, o a dónde – Lyanna parpadeó y tragó saliva – Tus padres guían el camino de tus compañeros, pero tú guías el tuyo – Galadriel le extendió una larga espada, casi como forma de lanza. Lyanna la observó con confusión, nunca había visto aquel tipo de espada. Había inscripciones en élfico en la hoja, y solo su forma era suficiente para intimidar a cualquier oponente – Sé que la espada no se te da tan bien como las dagas, pero esta es especial – le indicó Galadriel. Lyanna frunció el ceño, esperando que le dijera más – Esta es Rigil, fue la espada con la que Fingolfin se enfrentó a Morgoth y logró herirle gravemente. Después de su muerte ante ese mismo enfrentamiento, Eönwë la convirtió en esta arma tan única – recordó – que fue la que le cortó los pies a Morgoth cuando fue capturado – Lyanna reaccionó con gran asombro ante eso, y Galadriel le sonrió – Si Sauron recupera su forma física, tú tendrás que matarlo con esta espada – le susurró – Ninguna otra arma lo hará. Ningún otro soldado la blandirá – finalizó ella, alejándose de la Vala y caminando hacia Frodo, a quien le entregó luz de la estrella más brillante de todas: Eärendil. Aunque aquello no era luz de estrella. Era luz del Silmaril. Luz de los Dos Árboles de Yavanna.

    Lyanna se acercó a Legolas y le ayudó a empacar las últimas provisiones que faltaban. Los elfos les habían brindado tres botes, y ella viajaría junto con Legolas y Gimli. Ninguno en la Comunidad se había percatado de su relación con el elfo. Ni siquiera Gimli creía que estuvieran juntos. Aragorn y el enano sabían que se atraían, pero nada más que eso.

    Aragorn subió a Frodo en uno de los botes junto con Sam, y Boromir tomó a Merry y a Pippin. Por fin listos, se despidieron una última vez de los elfos de Lórien, y emprendieron su camino por el Anduin.

    Como bien había dicho Galadriel, ninguno volvería a ver aquel bosque. Jamás.



    Capítulo Veintidós: “Así Lucen los Valar”

    - ¡No se detengan hasta encontrarlos! – les ordenó Saruman a los Uruk-Hai que estaban siendo equipados – Ustedes no conocen el dolor ni el miedo, ¡y probarán carne humana! – los orcos rugieron con emoción y deseo de sangre, dándole a entender al mago que estaban listos para ir tras la Comunidad. Una vez acabado su discurso, Saruman se volteó hacia el líder de aquel grupo que partiría, con una orden específica – Uno de los medianos carga algo de gran valor. Tráemelos vivos y sin dañar – al decir eso, le tendió un carcaj con flechas peculiares, que el orco observó con curiosidad y confusión – Con ellos viaja lo que para ti parecerá una mujer – dijo el mago, recordando haberla visto en las imágenes que los Crebain le habían llevado. El orco tomó el carcaj y el arco – pero es capaz de acabar con todos tus guerreros si se encuentra sola. – el orco rugió, molesto ante la idea de que alguien pudiera vencerlos – He encantado estas flechas con un veneno que la inmovilizará, necesito que me la traigas con vida – el capitán asintió – mata al resto – finalizó, para que el Uruk-Hai se dirigiera de una vez a la cacería de la Comunidad


    Habían pasado ya dos noches desde que habían dejado Lothlórien y se encontraban remando río abajo hasta que llegaran a las cataratas de Rauros, donde decidirían por fin qué camino tomar. Habían descubierto que Gollum había logrado escapar de Moria y los seguía por el río, escondido detrás de un tronco de árbol.

    Se encontraban en la orilla, comiendo y que los que remaban recuperaran fuerzas. El sol casi se ponía, y para ellos la hora de regresar al río se aproximaba. Estaban viajando de noche, para no ser detectados tan fácilmente por ningún enemigo, pues Celeborn les había advertido de extrañas criaturas que deambulaban los alrededores.

    Estaban todos juntos alrededor de una fogata que Boromir y Aragorn habían preparado. Los hobbits comían y hablaban sobre la Comarca al resto. Todos les prestaban atención, menos Frodo y Lyanna, quienes se encontraban divagando en sus pensamientos acerca del destino que les esperaba. Frodo no podía dejar de pensar sobre qué camino tomar. Y Lyanna no paraba de ver la espada que Galadriel le había dado. Que Sauron recuperara su forma física haría la misión más difícil, porque aunque destruyeran el Anillo, Sauron igual sobreviviría. No le quedaría ninguna otra opción más que enfrentarse de nuevo a él. Pero ¿qué destruirían primero? ¿y cómo? tenían que enfrentarse a dos problemas. Si una de esas misiones fallaba, ambas fallaban. Si Sauron era asesinado, pero el Anillo no, el maia aún tendría la fuerza de volver a crear otro cuerpo. Si el Anillo era destruido y Sauron sobrevivía, su poder sería suficiente para crear otro Anillo Único.

    El peor de los casos era que Sauron sobreviviera al igual que el Anillo. Y si este sobrevivía significaría que habría derrotado a Lyanna, capturándola y encerrándola de nuevo, para obligarla a ponerse el Anillo y así convertirla en la Dama de Mordor.

    Es decir, no podían fallar.

    - ¡Lyanna! – escuchó que la llamaban. Lyanna salió de su mente y se dirigió hasta el dueño de aquella voz. Legolas le tendía un pedazo de Lembas, pan élfico. A pesar de que no necesitaba comer, igual le brindaba fuerzas. Lyanna lo tomó y le dedicó una pequeña sonrisa.

    - Lyanna, estoy muy confundido – escuchó decir a Pippin. Ella lo miró, con el ceño fruncido – Por favor, no te lo tomes a mal – ella enarcó una ceja, divertida – es solo que… no lo sé, ¿los Valar lucen así? ¿como tú? – todos voltearon a ver a Pippin, con una cara casi de horror al atreverse a decirle esas palabras a la Vala. Legolas se aguantó la risa – Es decir… quiero decir… es que, bien, pareces más una mujer que una Valië. No es que conozca muchas Valier pero, ya sabes, creí que serían más… - en aquel momento, todo a su alrededor pareció oscurecerse, pero una potente luz llamó la atención de todos. Lyanna se había levantado y conforme la oscuridad los invadía más, ella se volvía cada vez más grande. Sus ropas de viajera desaparecieron. El rostro que estaban acostumbrados a ver desapareció. Ante ellos se cernía un espíritu de luz, y Frodo podía jurar que aquel ser podía tocar las estrellas con sus blancos brazos. El rostro de lo que Legolas identificó como un Ainu puro era imposible de apreciar, pues la luz que lo rodeaba era demasiado potente. Sus cabellos eran largos y brillaban casi tanto como su rostro.

    - ¡INCLÍNENSE! – una estruendosa voz se escuchó, como el trueno de una violenta lluvia nocturna. La Comunidad, intimidados ante aquel espíritu tan tenebroso, se postró ante él.

    En un abrir y cerrar de ojos, la oscuridad se disipó, el espíritu se encogió y Lyanna cayó de rodillas al suelo, con sus brazos y piernas temblando y la respiración bastante agitada. Legolas y Boromir corrieron hasta ella. El elfo la alcanzó antes y la atrajo hacia él, dejando a Boromir de pie, con los brazos extendidos. Los hobbits estaban aterrados aún, y Gimli y Aragorn no sabían cómo procesar aquella imagen.

    - Así… lucen los Valar, Pippin – le dijo Lyanna, sosteniéndose del agarre de Legolas. Aquello le había significado muchísimo poder, por lo que ahora se encontraba débil – Cuando bajaron a Arda, lo hicieron en esa forma, en la de los Ainur. Pero al estar aquí, buscaron un cuerpo… físico – intentó explicar – Sin embargo, andar como espíritu significa andar con todo tu poder. Por eso no puedo mantenerme así mucho tiempo, porque al ver la grandeza de lo que los Valar somos por naturaleza, la maldad de mi poder comienza a dominarlo. Al ordenarles que se inclinaran ante mí… no es propio de un Vala. Al menos no de mis padres, únicamente de Morgoth – el latido de los hobbits comenzó a calmarse, y entonces una idea se le vino a Frodo a la mente.

    - Lyanna – la llamó él, y la Vala prestó atención - ¿qué hubiera pasado si tú te hubieses enfrentado al balrog? – cuestionó. Lyanna bajó su mirada, recordando aquel gran error.

    - Si lo hubiera enfrentado estando malherida, seguramente me habría matado – Legolas tragó saliva, y los hobbits bajaron su mirada, imaginando cómo hubiese sido la escena – Si lo hubiera enfrentado estando en perfecto estado, habría podido desarmarlo. Habría tenido que usar mi poder en gran medida para matarlo. No puedo decir si hubiese logrado hacerlo. Los balrogs son casi tan poderosos como Sauron. Superan a los Nazgûl. Incluso Gandalf sería capaz de derrotarlos. A lo mejor y lo hizo – aquello hizo que los ojos de los hobbits brillaran. Gandalf podría haber sobrevivido, entonces – o a lo mejor y no. No sé qué pudo haber pasado de haberme enfrentado yo a esa bestia. A veces no se trata del poder – les dijo ella, en un tono más tranquilo – sino de estrategia.

    Después de aquello, el sol terminó de ocultarse y decidieron que era momento de seguir su camino. Un par de horas después, los hobbits y Gimli ya se habían dormido.

    - No puedo creer que te vi como un Ainu – escuchó que le susurraba Legolas. Ella le sonrió y se sentó a su lado, vigilando que ni Boromir ni Aragorn voltearan a verlos. Ambos iban más adelante – Eres magnífica

    - Cuidado, puede que se me suba el ego – bromeó ella, acercando su rostro al de él. Un ronquido de Gimli los asustó por un segundo, pero al ver que seguía dormido, relajaron sus hombros – Lamento que esto tenga que seguir así. En secreto – le dijo ella, observándolo a los ojos

    - Está comenzando a gustarme esto del romance oculto – le dijo él, intentando hacerla reír. Ella lo hizo – Es emocionante – Legolas dibujó una sonrisa cuando acercó sus labios a los de la Vala y le depositaba un profundo beso. Lyanna lo tomó del cuello, esperando que no se separara y aquel beso durara tanto como fuera posible.

    - Sé que han sido días difíciles – le recordó ella, refiriéndose a las ligeras discusiones que habían surgido sobre el camino que deberían tomar para ir a Mordor. Lyanna tomó en una de sus manos el rostro de Legolas – pero no importa a qué nos enfrentemos, mi corazón sigue, y seguirá, siendo tuyo – Legolas esbozó una sonrisa, teniendo la nariz de la Vala y la suya juntas. Él tomó la mano de Lyanna y la acercó a su pecho, justo donde su corazón se encontraba.

    - Cada latido que da, lo hace por ti – le susurró él, Lyanna juntó sus labios de nuevo. Seguía sin poder creerse que su corazón volvía a palpitar de amor hacia alguien como lo hizo una vez con Sauron. Pero esta vez, sabía que no había engaños. Era real, puro y precioso. Un amor más cálido.

    Legolas estaba a punto de decirle algo, cuando logró escuchar una rama quebrarse en los bosques que se encontraban tras la orilla del río, a su izquierda. Lyanna también lo escuchó y se apresuró a tomar a Rigil. Legolas tensó una flecha en el arco, atento a cualquier movimiento.

    - Son cerca de tres decenas – susurró Lyanna, habiendo ubicado ya a sus enemigos – están detrás de esos árboles.

    Casi como si esa hubiese sido una señal, los orcos salieron de los árboles y comenzaron a lanzarles flechas. Los gritos despertaron a Gimli y a los hobbits, que observaron la escena con horror. Legolas y Aragorn se encargaron de contraatacar con las flechas. Boromir tomó su escudo y protegió a Merry y a Pippin. Frodo y Sam se agacharon, y Gimli se quedó detrás de Lyanna.

    La Vala, a pesar de que seguía un poco débil por haber usado su poder, de lo cual ahora se arrepentía, extendió sus brazos y logró destruir las flechas que se dirigían hacia ellos. Eran varias, pero lograba deshacerse de todas. Los orcos comenzaban a retirarse al ver que Lyanna les hacía imposible su ataque, mientras Legolas y Aragorn acababan con varios de ellos. Sin embargo, un fuerte y agudo grito en el cielo les puso los pelos de punta a los hobbits. Ya lo habían escuchado antes, pero creían que habían muerto.

    - Nazgûl – susurró Lyanna. Los orcos volvieron a juntarse para atacarlos. En aquel momento, una enorme criatura alada apareció en el cielo y logró cubrir por completo a la luna. Montado en aquella bestia, la Comunidad logró distinguir a un Nazgûl, con espada en mano, listo para atacar. Lyanna no podía encargarse de este, pues estaba ocupada destruyendo cada flecha que era disparada en su contra. Aragorn seguía concentrado eliminando tantos orcos posibles. Legolas fue quien, con su nuevo arco, tomó una de las largas flechas y disparó contra la bestia alada. La flecha logró atravesar la cabeza de aquella criatura, y cayó en algún lugar de los bosques que se encontraban a su alrededor - ¡Gran tiro! – lo felicitó la Vala, mientras veía cómo los orcos huían aterrados al ver caer al Nazgûl. Legolas le guiñó un ojo, haciéndola reír. Boromir se percató de eso, y un sentimiento de incomodidad lo invadió de nuevo. Aquello, de algún modo, se le hizo sospechoso – salgamos de aquí – dijo Lyanna en voz alta, usando su poder para hacer que la corriente del río fuera más rápida y los sacara de aquel lugar.



    Capítulo Veintitrés: Malos Presentimientos

    La siguiente noche, Aragorn y Boromir se encontraban demasiado cansados para seguir remando, por lo que la Comunidad decidió no seguir hasta que hubiesen recuperado fuerzas. Lyanna montaba guardia mientras el resto dormía, incluido Legolas, que también tenía que recuperar un poco de fuerzas.

    Lyanna prestaba atención al tronco que se encontraba más arriba en el río, en el lado opuesto. Gollum sabía que ella no le quitaba el ojo de encima, por lo que no había podido salirse del agua. Tendría que quedarse toda la noche ahí, detrás del tronco, esperando que las sospechas de ella se disiparan al ver que no había nada. Pero la verdad era que Lyanna, y todos en la Comunidad, ya sabían que se trataba de él.

    Avanzada la noche, Frodo despertó de su sueño, con la respiración un poco agitada. Había sentido que su cabeza lo obligaba a abrir los ojos, aunque él se resistía. Era como una clase de presión, como si algo quisiera controlarlo.

    Frodo observó a la Vala con su mirada fija en el río. Pensó que a lo mejor ni se había percatado de que se había despertado, por lo que, en silencio, intentó recostarse de nuevo y volverse a dormir. Pero la voz de Lyanna lo detuvo.

    - Yo te desperté – le dijo ella, en voz baja pero lo suficientemente claro para el hobbit. Frodo volteó a verla, confundido.

    - ¿Qué? – preguntó él. Lyanna volteó su mirada al mediano.

    - Fui yo quien te hizo despertar – repitió ella, y Frodo comprendió entonces que esa presión que había sentido había sido el poder de Lyanna despertándolo.

    - ¿Por qué? – siguió Frodo

    - Quiero darte algo – dijo Lyanna, en un tono relajado. Frodo se levantó y caminó hasta ella, y observó cómo en su mano sostenía un relicario bastante interesante, puesto que el brillo de este era simplemente único – quería depositar mi Llama en esta estrella para que pudiera sobrevivir fuera de mí – le explicó ella – pero ya cargas con un objeto de gran poder, sería imprudente hacer que llevaras también parte de la Llama de los Valar – Frodo no comprendía de qué le estaba hablando la Vala.

    - ¿Qué quieres decir? – preguntó, entonces. Lyanna le sonrió, y acto seguido llevó su mano a su pecho. Tomó aire y cerró sus ojos, usando su poder para extraer una pequeña parte de la Llama que los Valar habían depositado en ella. Aunque Frodo ya la había visto hacer eso, no paraba de sorprenderle. Lyanna abrió sus ojos, y una ligera llama de fuego blanco se sostenía en su mano

    - Tengo un extraño presentimiento. No podría explicártelo, no estoy segura si es uno bueno o uno malo. En cualquier caso, prefiero tomar precauciones, y una de ellas es dándote un poco de la Llama

    - Pero dijiste que no sobrevive en cuerpos mortales – le recordó Frodo.

    - Pero lo hace por un tiempo determinado. Depende en cada individuo, supongo. En fin, pienso que sobrevivirá lo suficiente por si algo sale mal en el futuro cercano – la voz de Lyanna mantenía tranquilo a Frodo, pero él seguía sin entender el objetivo de Lyanna – además, dentro de ti es poco probable que alguien la robe, por eso he descartado la opción de darte el relicario – lo señaló. Frodo no podía quitar su mirada del colgante que la Vala tenía en su otra mano.

    - ¿Y qué harás con la Llama dentro de mí? – preguntó él.

    - Te ayudará a resistir la tentación del Anillo. Jugará un rol en ti como lo hace conmigo. Aunque, por ser un cuerpo mortal, entre más nos acerquemos a Mordor esta se irá apagando cada vez más – Lyanna observó el rostro confundido del hobbit, por lo que decidió dejarse de rodeos y explicarle su propósito de una vez por todas – Está bien, lo siento. Te estoy confundiendo. Quiero colocar parte de mi Llama en toda la Comunidad, de modo que si algo malo sucede… pueda ser capaz de saber si se encuentran bien. Al menos en el futuro cercano. Si esta se apaga antes de completar nuestra misión, simplemente pondré de nuevo otra. Es más como una precaución – Frodo terminó de entender lo que Lyanna quería decir con aquello, y accedió a que la Vala depositara en él aquella llama blanca. Lyanna la acercó al pecho del hobbit, y este pudo sentir un calor reconfortante una vez fue ubicada. Lyanna le sonrió – la Llama no otorga ningún poder en particular, ni protege de alguna manera especial tu vida. Solamente ayuda a combatir el deseo de poder. Sin embargo, poco a poco se irá apagando. Podré sentir cómo se desvanece, y podré reemplazarla rápido. Pero tu misma voluntad podrá acabar con ella si te entregas cada vez más al Anillo – Lyanna abrió su boca para decir algo más, pero antes dejó escapar un suspiro – Si… no estoy cerca, y necesitas ayuda, podré sentir tu angustia. Con esa Llama en ti, podré usar mi poder para auxiliarte, aunque me tomará mucho poder, y tal vez un poco de tiempo. Pero sí, podré auxiliarte – Frodo le sonrió a la Vala y terminó por darle un abrazo. Ella lo envolvió con sus brazos, esperando que nada de lo que le preocupada llegara a pasar. Pero debido a que Moria había sido un despertar para ella de que cualquier cosa podría salir mal, y teniendo en cuenta que habían visto a un Nazgûl alado, no quería correr riesgos. Y eso era lo único en lo que podía pensar por el momento, darles un poco de su Llama como precaución.

    - ¿No despertarás al resto? – preguntó el hobbit al separarse de Lyanna. Ella volteó a ver a los demás, que dormían cómodamente.

    - Cuando lleguemos a las cataratas de Rauros mañana por la tarde, y decidamos qué camino tomar. Es solo que sentía que contigo, ya sabes, entre más pronto mejor – Frodo le dedicó una sonrisa, y luego volvió su mirada al relicario en la mano de ella.

    - Dijiste que no querías hacerme cargar con otro objeto con poder – le dijo el hobbit - ¿qué poder tiene ese relicario? – preguntó. Lyanna volteó a ver su estrella, y tragó saliva ante la pregunta de Frodo.

    - Ninguno – le dijo – es solo que está hecho de mithril, y hecho por mí. Cualquiera que vea el brillo lo sabría y se pensaría que, por ser de mi creación, a lo mejor pueda tener un poder. Pero no, no tiene ninguno – Frodo asintió, comprendiendo. Pero Lyanna quería dejar esa conversación – Bueno, puedes dormir. Mañana es el último día en barca, así que aprovecha y descansa lo suficiente – Frodo le obedeció y regresó con el resto. Lyanna depositó en el hobbit el sueño y este pronto se quedó dormido.

    Lyanna escondió a Náriël en su cuello, y su ropa cubrió el brillo de la vista. Tras un largo suspiro, meditó en su decisión de depositar en la Comunidad parte de su Llama. Sabía que tenía que hacerlo, y no era ningún problema para ella.

    Lo que le preocupaba era el presentimiento de tener que hacerlo porque algo malo sucedería.

    Al principio, Lyanna estaba convencida de darle el relicario a Frodo. Lo que le había dicho de que alguien podría tomarlo más fácilmente había sido solo una excusa. Lyanna podía apagar la Llama de otro ser si así lo quería. Además, hacerlo cargar con otro objeto de poder también había sido una excusa. Lyanna sí quería darle el relicario.

    Pero la sabiduría de sus padres la frenó. Recordó el propósito de aquella estrella. Reconoció que el portador de Náriël era alguien más.

    Y, con el secreto que había depositado en la estrella, sabía que el portador ya no podía ser ella.

    Capítulo Veinticuatro: Amenazas

    Sam preparaba el desayuno, pero Aragorn insistía en que debían partir ya, puesto que no quería ser sorprendido por más orcos. Boromir lo confrontó diciéndole que para él era fácil saltarse una comida, pero tanto Gimli con los hobbits necesitaban desayunar.

    - Hay lembas para el camino – señaló el montaraz, alistando sus cosas.

    - Ese pan es por si la comida escasea, y por lo que veo aún quedan un par de provisiones – contestó Boromir. Legolas estaba juntando madera, un poco más alejado. Los hobbits y Gimli estaban en la fogata, esperando el desayuno. Y Lyanna ya estaba hartándose de la discusión de Aragorn y Boromir.

    - Entre más tiempo nos quedemos en un lugar, más fácil nos convertimos en presa de orcos – dijo Aragorn. Lyanna se puso de pie y tomó a Rigil.

    - Bien, si tanto te preocupa que seamos atacados por orcos… iré a inspeccionar los alrededores. Boromir tiene razón, los hobbits aún necesitan desayunar – Legolas dejó la madera al lado de Gimli y se acercó a la Vala.

    - Voy contigo – le dijo. Lyanna asintió y se dispuso a caminar hacia el bosque, pero Boromir los detuvo.

    - Yo también – dijo él.

    - ¡No! – la respuesta de Lyanna había sonado mucho más desesperada de lo que esperaba – No – dijo, en un tono más tranquilo – si Aragorn tiene razón y son atacados, será mejor que sean más para enfrentarlos – excusó Lyanna, aunque sabía que en parte tenía razón.

    - Entonces sería mejor que tengan los sentidos élficos con ellos, ¿no? – respondió Boromir, de brazos cruzados. Legolas volteó a ver a Lyanna, al igual que Aragorn. Y ambas miradas le decían lo mismo: Boromir tenía razón. Lyanna abrió la boca para intentar refutar, pero la cerró al saber que era inútil.

    - Muy bien – terminó diciendo, volteándose y encaminándose al bosque. Boromir le lanzó una sonrisa triunfante a Legolas, pero el elfo no se molestó.

    Boromir siguió a Lyanna por el bosque, con espada en mano por si eran atacados. Lyanna iba varios pasos adelante, con sus sentidos alerta ante cualquier amenaza cercana. Boromir logró alcanzarle el paso, pero ella prefirió solo ignorarlo.

    - ¿Por qué querría venir Legolas contigo, a solas? – preguntó él, con un tono que a Lyanna se le hizo sospechoso. Como si intentara acusarlo de algo.

    - Porque somos bastante cercanos y su compañía se me hace familiar – contestó ella, sin voltearlo a ver – pasé un milenio estando “a solas” con él.

    - Vamos, Lyanna. Eres demasiado lista para no ver lo obvio – Lyanna se detuvo y volteó a verlo, con un rostro lleno de confusión – es obvio que eso de que solo te ve como una amiga lo dice solo para distraernos de sus verdaderos sentimientos – Lyanna frunció el ceño, casi sorprendida – sé que, muy dentro de ti, sabes que es verdad – ella no sabía qué responderle. No podía mentirle, los Valar no podían hacerlo. Claro que sabía que era verdad, se lo había confesado aquella noche. Pero no era momento de decírselo a Boromir. No era momento de crear tensiones innecesarias en la Comunidad, aún les faltaba mucho camino por recorrer.

    - No hay orcos cerca – dijo Lyanna, en voz baja – hay que partir

    - ¿A Minas Tirith? – cuestionó él. Lyanna suspiró y cerró sus ojos, cansada ya de aquella discusión.

    - Boromir, ya te lo explicó Aragorn. No vamos a llevar el Anillo a una ciudad repleta de hombres. Quién sabe cómo reaccionaría Denethor al saber que el Anillo está en la ciudad, junto conmigo.

    - Entonces iré por mi cuenta – le dijo, Lyanna se detuvo de nuevo y volteó a verlo. Eso era algo que ella no iba a permitir – Sea cual sea el camino que Frodo decida tomar, yo iré a mi ciudad y reuniré al ejército para atacar Mordor

    - ¿Vas a separar la Comunidad? – lo cuestionó ella, indignada. La Comunidad ya se había dividido lo suficiente con la muerte de Gandalf, y no iba a permitir que lo siguiera haciendo.

    - Eso depende de ustedes – Lyanna soltó con brusquedad a Rigil y caminó hasta Boromir con paso acelerado. Él se sintió intimidado por lo cerca que el rostro de la Vala se encontraba del suyo, pero la expresión en su rostro le decía que estaba furiosa.

    - Guárdate tus amenazas, Boromir. No me importa lo que intentes hacer, tú no vas a separar esta Comunidad, vas a tomar el camino que Frodo decida.

    - Si mi memoria no me falla, recuerdo que Elrond dijo que no estábamos atados de ir más allá de nuestra voluntad – contestó él, y Lyanna resopló, todavía más indignada.

    - Eres un pésimo soldado – le dijo ella con repugnancia. Boromir no tomó aquel insultó con ninguna gracia, y en un ataque desesperado empujó a Lyanna con brusquedad. Él sacó su espada y buscó derribarla, pero Lyanna tomó sus dos dagas y detuvo el ataque.

    - Podré ser un mal soldado, pero al menos estoy a la altura de mi raza – aquello enfureció a Lyanna, quien utilizó su poder para empujar lejos a Boromir. Este voló hasta chocar con un árbol, lo que le hizo soltar su espada. Lyanna, aún furiosa, tomó un tronco caído que se encontraba frente a él, buscando lanzárselo encima. Boromir reaccionó y se arrastró lejos de este. Logró tomar la daga que lady Galadriel le había dado y la lanzó en dirección a la Vala, quien apenas logró esquivarla, pues logró hacerle un corte en su mejilla. Lyanna rugió y avanzó hasta Boromir, quien aun seguía sin su espada, y ahora sin su daga. Boromir se levantó y corrió a buscar su espada, pero cuando logró tomarla y voltearse a enfrentar a Lyanna, ella ya estaba sobre él. Lyanna empujó los brazos de Boromir y logró estrellar su puño en el rostro del gondoriano, rompiéndole el labio.

    - Vas a seguir el camino que sea que tomemos, aunque tenga que arrastrarte para que lo hagas – le escupió ella. Boromir pateó las piernas de Lyanna y la hizo caer al suelo. Al hacerlo, este se lanzó contra ella, con espada en mano, pero Lyanna usó su poder para detenerlo.

    - Es cierto, olvidaba que eres incapaz de pelear sin usar tu poder – aquella había sido la gota que rebalsó para Lyanna. Lanzó lejos la espada de Boromir, y a este lo elevó en el aire. Lyanna usó su poder para cerrarle el cuello a Boromir y que este sintiera cómo se quedaba sin aire.

    - Estoy hecha de poder – escuchó que dijo Lyanna, pero su voz se escuchaba como la había escuchado la noche en la que les mostró su forma natural. Y ante eso, observó cómo los ojos de ella se volvían completamente blancos y resplandecientes. Era como si poco a poco estuviera adoptando esa forma natural – fui dotada de gran poder – su voz se volvía cada vez más estruendosa, y Boromir luchaba por tomar aire – mi mayor arma es mi poder – y al decir eso, Boromir cayó al suelo, golpeándose con el tronco que Lyanna había dejado ir sobre él. Lyanna había parado de usar su poder, y había vuelto a la normalidad, aunque con la respiración acelerada. El rostro de Boromir mostraba varios golpes, aunque no graves, y la mejilla de Lyanna seguía sangrando.

    Lyanna y Boromir se miraron de frente y entendieron que habían cruzado la línea. Ambos se habían dejado llevar por sus emociones y el enojo. Ninguno le dijo nada al otro, pero ambos comenzaron a caminar de vuelta con el resto.

    Aragorn y Legolas habían guardado todo en las barcas, y solo esperaban a que Lyanna y Boromir regresaran, y que los hobbits y Gimli terminaran de alistarse. Legolas tomó su arco y se apresuró a tensar una flecha en este cuando escuchó pasos fuertes provenientes del bosque. Aragorn tomó su espada al ver la reacción del elfo, pero ambos bajaron sus armas al ver a Lyanna y a Boromir salir de entre los árboles. Aunque las heridas en los rostros de ambos llamaron la atención de la Comunidad.

    - ¿Qué pasó? – preguntó Pippin, en un tono bastante asustado. Lyanna se limitó a caminar hasta su mochila y tomar un poco de agua. Ella no podía contestar aquello, como se lo había dicho a Boromir.

    - Un pequeño grupo de orcos, nada más. Pero será mejor que nos vayamos ya – dijo Boromir, caminando hasta su barca y esperando a que Merry y Pippin se subieran.

    Aragorn sabía que algo más había pasado, pero prefirió no decir nada. A Boromir se le cayó su daga cerca de los pies de Legolas, y cuando este se agachó para tomarla y dársela, observó una ligera mancha de sangre. La sangre era roja, no negra.

    - Gracias – le dijo Boromir cuando el elfo se la entregó, pero Legolas no ignoraba lo que había visto.

    Lyanna subió a la barca junto con Gimli, seguidos por Legolas. La Comunidad comenzó a adentrarse en el río, y Lyanna volteó a ver el lugar donde el tronco tras el que se escondía Gollum. Casi al instante en que ellos habían empezado a avanzar, el tronco comenzó a moverse.

    - Así que… un grupo de orcos – dijo Legolas en voz baja. Lyanna mordió su labio y sabía que no se había creído las palabras de Boromir - ¿eso fue lo que pasó? – ella volteó a verlo, y Legolas parecía estar molesto. Aunque sabía que no con ella.

    - No – le confesó la Vala. Lyanna observó cómo su mirada se volvía hacia Boromir, y podía ver cierta furia en sus ojos – pero fue necesario.


    Capítulo Veinticinco: Recuerdos del Bosque Negro

    A Legolas no acababan de gustarle las palabras de Lyanna con respecto a lo que había pasado con Boromir, sentía desconfianza de él y de sus intenciones de ahora en adelante. Lyanna le aseguraba que ella lo había provocado, pero Legolas seguía inconforme con lo que había pasado.

    - De todas formas no le quitaré el ojo de encima – le dijo el elfo en voz baja. Lyanna le había contado lo sucedido tanto a Legolas como a Gimli.

    - Lyanna, si fue capaz de atacarte… ¿qué le impide atacarnos a nosotros? ¿Y si ataca a Frodo? Ninguno de nosotros somos poderosos como tú – le recordó Gimli.

    - ¿Por qué discutieron, de todos modos? – preguntó Legolas. Lyanna soltó un largo suspiro.

    - Él está decidido a ir a Minas Tirith, sea el camino que Frodo elija o no – confesó. Gimli rodó sus ojos y negó con su cabeza.

    - Mala idea – resopló. Legolas frunció el ceño.

    - Lo sé, pero está decidido. Me molesté por querer dividir la Comunidad. Tenemos una misión, y debemos permanecer juntos – dijo Lyanna, con su mirada fija en el tronco que los seguía más atrás.

    - Tal vez sea mejor que vaya por su cuenta, ¿no? – dijo Legolas, sorprendiendo a Lyanna con aquellas palabras – aún nos queda mucho camino y quién sabe si volverá a atacar a alguien más – Lyanna frunció el ceño y lo miró con recelo.

    - Esta Comunidad se mantendrá unida, sea como sea – espetó la Vala – Frodo nos necesita a cada uno. Incluyendo a Boromir – Legolas y ella cruzaron miradas, y él entendió la importancia que Lyanna veía en mantenerse juntos. No confiaba en Boromir, pero sí confiaba en Lyanna. Le dedicó una sonrisa, que a su vez la hizo sonreír también.

    Las horas pasaron y todos platicaban animadamente en cada barca. Pippin le platicaba a Boromir sobre algunas tradiciones de los hobbits. Aragorn les contaba a Frodo y a Sam un poco de las tierras del sur y de sus viajes. Gimli, por otro lado, le recordaba a Legolas que el rey Thranduil había encarcelado a su padre, Glóin, cuando iban camino a recuperar Erebor.

    - ¡Qué deshonorable! – se quejó el enano. Legolas y Lyanna rieron al acordarse de aquello.

    - Sí, recuerdo haberle decomisado su relicario donde guardaba un retrato tuyo – Gimli se cruzó de brazos – y también meterlo a su celda – el enano se exaltó al escuchar aquello y le lanzó agua a Legolas. Lyanna rio y Legolas usó el remo para devolverle el ataque, aunque Gimli terminó más mojado.

    - Pero, Lyanna, ¿por qué no los ayudaste? – preguntó Gimli – es decir, somos creaciones de tu padre. No es un reclamo, pero siento curiosidad por saber – Lyanna le sonrió.

    - Por más poderosa que sea, no podía desafiar las órdenes del rey. Además, sabía que cierto hobbit andaba posesión de un anillo mágico y podía pasar desapercibido por cualquiera. Eventualmente iban a escapar sin mi ayuda – dijo ella, en un tono despreocupado.

    - Espera, ¿sabías que Bilbo tenía el Anillo Único? – preguntó Gimli, un poco incrédulo.

    - No, sabía que tenía un anillo mágico. Los elfos de Eriador forjaron muchos de ellos, todos capaces de volver invisible a su portador. Todos los anillos menores se perdieron, y supuse que Bilbo tendría uno de esos – respondió ella.

    - ¿Y no levantaste la mínima sospecha de que podría tratarse del Anillo de Sauron? – cuestionó Legolas. Lyanna negó.

    - Saruman le aseguró al Concilio Blanco que el Anduin había arrastrado el Anillo hacia el mar y se había perdido para siempre. En ese entonces, nadie sospechaba de él y seguía siendo considerado el más sabio. Además, se me hacía ilógico que un hobbit tuviera posesión de un Anillo con tremendo poder – al decir eso, suspiró y volteó a ver a Frodo, esbozando una sonrisa – supongo que los subestimé.

    - Entonces… ¿sabías que los enanos iban a escapar y no me lo dijiste? – intervino Legolas, lo que la hizo reír.

    - Yo hice mi parte al no liberarlos, pero tampoco iba a ponerme en contra de los hijos de mi padre – dijo mientras reía. Legolas entrecerró sus ojos.

    - Ahora comienzo a sospechar que tu caída al río siempre fue tu plan, y no un accidente – dijo el elfo, haciendo que Lyanna riera aún más al recordarlo. Mientras Legolas, Tauriel y ella luchaban con los orcos para alejarlos del reino, los enanos y Bilbo atravesaban el río metidos en barriles. Pero por salvar a los enanos de un grupo de orcos, Lyanna fue sorprendida por uno y había caído junto con él al agua. La corriente y los constantes ataques de los orcos no la habían dejado salir de río, por lo que había terminado acompañando a la Compañía de Thorin durante su estadía en Esgaroth.

    - ¿Por qué no mataste al dragón tú? ¿por qué no fuiste con ellos? – preguntó Gimli al recordar que su padre le dijo que Lyanna no los había acompañado a la montaña. Ella se mordió el labio.

    - Me desmayé la noche previa a su partida. Fui envenenada.

    - ¡¿Qué?! – reaccionó de pronto Legolas, pues eso era nuevo para él – Nunca me dijiste eso.

    - Bueno, te fuiste junto a Tauriel montados en tu caballo y me dejaste a cargo de cuidar a los sobrevivientes del ataque del dragón – espetó ella. Legolas recordó aquel momento y sintió arrepentimiento por haberlo hecho – En fin, cuando llegamos a Esgaroth tuve que hacerme pasar por alguien más, no quería que nadie supiera quién era realmente. Ni siquiera les dije a los enanos quién era. Cuando este hombre apestoso y extraño me vio, me llevó con el gobernador. Me hicieron sentir bienvenida, pero lo único que querían era encerrarme y usarme para ayudarlos a cumplir sus planes. Yo no supe ver sus intenciones, hasta que una noche previa a la partida de los enanos pusieron una clase de veneno en mi sopa. Letal para los mortales, pero una clase de somnífero para los que no. Cuando desperté, tenía cadenas en mis brazos y piernas, y los enanos ya habían partido. Y cuando logré liberarme, el dragón ya había despertado – contó Lyanna, admirando tanto a Gimli como a Legolas. El elfo no conocía aquella versión de Lyanna. No habían ni tenido tiempo de sentarse a hablar. Como bien había dicho Lyanna, simplemente había subido a un caballo con Tauriel y la había dejado atrás.

    - Lamento haber hecho eso – le dijo él en voz baja mientras tomaba su mano. Lyanna lo miró, enternecida.

    Estaba a punto de responderle, pero tanto ella como Legolas sintieron una extraña presencia en los bosques, a su izquierda. El crujido de las ramas les avisaron que algo avanzaba entre los árboles. Lyanna le ordenó al resto guardar silencio, y así lo hicieron. Varios cuervos salieron volando, como si hubiesen sido espantados por algo.

    Definitivamente algo andaba cerca.







    Capítulo Veintiséis: Tensiones en la Comunidad

    Tras un rato de espera, y sin recibir ningún ataque, se despreocuparon y decidieron remar con más prisa. El mediodía había pasado y, según los cálculos de Lyanna, no tardarían mucho en llegar a su destino.

    Aunque para el resto aquello les alegraba, a Frodo le preocupaba. Sabía que tenía que decidir el mejor camino para seguir hacia Mordor, pero desde que había decidido tomar el camino que le había costado la vida a Gandalf, se sentía abrumado por cometer el mismo error.

    Por un lado, Boromir y Legolas querían ir a Minas Tirith, al igual que el resto de los hobbits. Por otro, Lyanna, Aragorn y Gimli querían ir por las Emin Muil. Aragorn le había advertido que en Minas Tirith estarían rodeados de hombres, en cualquier momento alguien podría sentirse tentado a usar el Anillo, incluso el senescal, y que se verían atrapados en la ciudad si eso llegaba a pasar.

    Sin embargo, Boromir tenía un punto. Ir a Minas Tirith significaba recuperar fuerzas y partir a Mordor con un ejército mayor. Tal vez si mentían sobre la razón de la Comunidad y no le decían a nadie sobre el Anillo, podrían ir sin ningún problema. Además, estar rodeados de gente evitaría que alguien más en la Comunidad cayera.

    Aragorn lo sacó de sus pensamientos al tocarle el hombro y señalarle al frente, ni siquiera se había percatado de las dos piedras gigantes que se extendían frente a ellos, una en cada lado del río.

    - Los Argonath – susurró Aragorn, con asombro – por muchos años he deseado ver a los antiguos reyes de antaño – Frodo se admiró ante la majestuosidad de aquellas rocas – mis ancestros.

    Las rocas habían sido talladas en una forma humana, de dos reyes: Isildur y Anárion. Con una mano sostenían su espada pegada a su cuerpo, y la otra la tenían extendida al frente, como una señal para los viajeros que cruzaban por esa zona de que se detuvieran. Eran increíblemente grandiosas.

    Lyanna también se asombró ante aquellas figuras y se aseguró de guardar en su memoria cada detalle que pudiera apreciar. Y al pasarlas, se dio cuenta que las cataratas de Rauros se encontraban a pocos metros. Por fin habían llegado a su destino.

    Avanzaron hasta llegar un poco antes de las cataratas. Ahí, buscaron la orilla y bajaron de las barcas. El pulso de Boromir se comenzó a acelerar una vez su barca tocó tierra, puesto que sabía que el momento decisivo se acercaba, y temía por cómo Lyanna se tomaría su decisión de dejar la Comunidad si Frodo decidía ir por las Emin Muil. Frodo, por otro lado, también se encontraba con bastante presión sobre sus hombros. Era hora que él decidiera qué camino tomar, pero seguía sin estar seguro de cuál era el mejor.

    - Acamparemos aquí y esperaremos hasta el amanecer para seguir – Gimli y Boromir fueron a buscar madera para la fogata que harían más tarde. Lyanna y Aragorn se encargaron de bajar algunas las cosas de las barcas.

    Legolas montaba guardia un poco más alejado del resto, y había algo entre los bosques que lo tenía inquieto. Era como si presintiera algo malo, pero no había nada cerca que mostrara amenaza alguna.

    Boromir y Gimli regresaron del bosque con un par de ramas secas, y las dejaron junto a sus mochilas. Los hobbits se encontraban sentados uno al lado del otro, y al ver que todos se encontraban de regreso, Aragorn los reunió.

    - Muy bien, el trayecto por el río ha terminado y es hora de decidir por dónde seguir – Boromir bajó su mirada al saber que su ciudad era una de las opciones. Él verdaderamente quería ir para reagruparse y tener mejor oportunidad de atacar Mordor – pienso que el mejor camino a seguir es el de las Emin Muil. Pasaríamos desapercibidos. Es un camino aislado y nadie transita por ahí. Una vez lleguemos a la ciénaga, la niebla nos ocultará del ojo enemigo, especialmente los Nazgûl.

    - ¡Esas bestias! ¿No se suponía que estaban muertos? – preguntó Sam, aterrado al recordar que el río los había arrastrado cuando casi llegaban a Rivendel.

    - No, solo perdieron sus prendas y montajes. Tuvieron que regresar a Cirith Ungol, y al parecer sus montajes mejoraron – respondió Lyanna, de brazos cruzados al lado de Legolas.

    - Muy bien, ¿y qué haremos cuando lleguemos a la Puerta Negra? ¿Tocamos y pedimos pasar? – dijo Boromir. Aragorn rodó sus ojos.

    - Podemos hacernos pasar por hombres del sur – sugirió Lyanna.

    - No creo que los orcos crean que los hombres del sur tengan la estatura de un hobbit. Peor aún, si te interrogan a ti estaríamos acabados – volvió a atacar Boromir. Aunque Lyanna sabía que tenía razón.

    - Bueno, ¿qué sugieres tú? – preguntó ella, en un tono tranquilo.

    - Ir a Minas Tirith, podemos recuperar fuerzas, ya casi solo nos queda pan de lembas. Además, con el regreso del rey las personas verán un poco de esperanza en medio de todo esto. Reunimos al ejército, llamamos a nuestros aliados de distintas tierras y enfrentamos al ejército de Sauron. Tal y como sucedió en la Última Alianza. Una vez tengamos un espacio de ir hasta el Monte del Destino, vamos y destruimos el Anillo – sugirió. A Frodo le pareció que era un camino más seguro, pero requería más tiempo.

    - ¿Y qué pasa si tu padre se quiere hacer con el Anillo? – dijo Lyanna, y aquello le había llamado la atención a Frodo - ¿Qué pasa si es cegado por su ambición de poder y quiere quitárselo a Frodo? ¿O qué pasa si resiente la llegada de Aragorn y se vuelve contra él? ¿O qué hay de mí? ¿No recuerdas nuestro último encuentro? – Boromir lo recordaba – Minas Tirith está plagada de hombres con ansias de poder. Si se enteran de que el Anillo está en la ciudad, jamás nos dejarán salir de ahí. Estaríamos atrapados – Frodo ya no sabía qué opción era la más viable.

    - El camino de las Emin Muil es más peligroso. Un paso en falso y cualquiera de nosotros puede terminar con una pierna rota o incluso muerto – dijo Boromir, en un tono todavía más calmado. Pippin, que masticaba un pedazo de comida, dejó de hacerlo al pensar en la imagen que Boromir describía – No podríamos cargar con un herido hasta la Puerta Negra, ni dejarlo a su suerte. Y no hay ninguna ciudad cerca a la que acudir – Frodo meditó un poco más en ello, pero le gustaba la idea de no ser detectado por ninguna otra alma.

    - Muy bien, ¿quiénes están a favor de ir por la Emin Muil? – solamente Aragorn, Lyanna y Gimli alzaron la mano – y ¿quiénes a favor de ir a Minas Tirith? – el resto, menos Frodo, alzaron su mano.

    - Parece que la mayoría prefiere hacer una parada antes de acercarnos a Mordor – señaló Boromir. Aragorn lo fulminó con la mirada.

    - La decisión aún es de Frodo, de todos modos – habló el montaraz, y todas las miradas se dirigieron al portador - ¿Frodo? – el hobbit se sentía abrumado de tener que lidiar con aquella decisión de nuevo. No quería tomar las Emin Muil porque Boromir tenía razón, si alguien resultaba herido, sería imposible atenderlo y arrastrarlo hasta Mordor. Pero si en Minas Tirith los hombres comenzaban a codiciar el Anillo, si el senescal se volvía en contra de Aragorn y al mismo tiempo buscaba hacerse con el poder de Lyanna, tendrían mayores problemas.

    - Yo… necesito pensarlo a solas – dijo Frodo, levantándose y encaminándose hacia los bosques – lo pensaré bien, lo prometo.

    - No te alejes demasiado – le recordó Aragorn. Cuando Frodo desapareció, el resto se quedó en completo silencio. Ninguno se sentía con ánimos de hablar. Lo único que podían hacer era esperar a que Frodo regresara con la respuesta.



    Capítulo Veintisiete: Desconfianza

    Legolas volvió a sentir esa incomodidad y se volvió hacia los árboles, era como si se sintiera observado por alguien, pero sus sentidos no le indicaban que algo estuviese cerca. Pronto temió por Frodo, y que a lo mejor había sido estúpido haberlo dejado ir sin protección, pero aquella sensación parecía no ser nada más que un mal presentimiento, porque no escuchaba pasos cerca.

    - Le sugiero que descanse, señor enano – le dijo Aragorn a Gimli, viendo cómo este caminaba de un lado a otro, inquieto por saber qué camino irían a tomar al fin.

    - ¿Descansar? – preguntó Gimli, indignado. Comenzó a quejarse en voz baja, pero Lyanna lo invitó a sentarse junto a ella.

    Aunque el sol seguía en lo alto, los hobbits ya podían sentir el frío poco a poco, además de que aún no habían comido. Boromir, al ver que todos se encontraban un poco distraídos, se acercó a Merry y a Pippin, quienes se encargaban de preparar la fogata.

    - Esas ramas no serán suficientes para calentar la comida para todos. Iré a buscar más, no tardo – les dijo, pero nadie más que ellos dos habían escuchado a Boromir decir eso. Ni bien desapareció de la vista del resto, Legolas caminó hacia Aragorn.

    - Deberíamos partir en cuanto Frodo regrese – le dijo. Aragorn negó.

    - No, los orcos vigilan la costa este. Esperaremos al amanecer para avanzar – Legolas suspiró, era como si Aragorn no confiara en sus instintos élficos.

    - La costa este no me preocupa – dijo el elfo, mirando de nuevo hacia el bosque. Aragorn se extrañó de escuchar eso de Legolas, puesto que, por lo que Celeborn le había dicho, había orcos vigilando esos alrededores, pero según Legolas no era así – Una sombras y una amenaza han crecido en mi mente. Algo se aproxima – al decir eso, volteó a ver a Aragorn – puedo sentirlo – el montaraz soltó un suspiro y le devolvió la mirada.

    - Bien, en cuanto regrese Frodo y los hobbits coman algo, seguimos nuestro camino.

    Boromir se había alejado un poco del campamento por estar recolectando un par de gruesas ramas que servirían mejor para la fogata. Gimli y él no habían querido alejarse tanto al principio, pero ahora que solo se encontraba él nada le impedía adentrarse hasta donde él quisiera.

    Sin embargo, no contaba con encontrarse a Frodo dando vueltas entre los árboles, aún pensando sobre el mejor camino a seguir. Boromir pensó en dejarlo solo, pero al ver que no había nadie más a su alrededor pensó en que podría hablar con más calma con el hobbit, y darle razones más precisas de porqué ir a su ciudad era la mejor idea.

    - No deberíamos alejarnos tanto – le dijo a Frodo. Este se sorprendió al escucharlo, pero al ver que cargaba con un montón de ramas descartó la idea de que lo estuviera siguiendo. De todos modos, no le dijo nada – En especial tú. Cargas con el destino de muchos… - pero Boromir dejó de hablar y su sonrisa se desvaneció al ver que Frodo parecía alejarse de él, como intentando huir - ¿Frodo? – pero el hobbit no le contestó. Boromir suspiró y miró hacia el suelo – supongo que aún no decides qué camino tomar.

    - Cada uno tiene sus peligros – le dijo él, Boromir asintió – Pero si Lyanna piensa que somos capaces de ir por las Emin Muil, tal vez no sea un camino tan complicado – al escuchar eso, la furia en Boromir comenzó a crecer.

    - ¿Lyanna? – rio, y disimuló su enojo rascando una de sus cejas – Bueno, sí, es poderosa y conoce bien el camino a Mordor. Pero, no sé, no me siento cómodo yendo a solas con ella hasta las mismísimas tierras de Sauron. Ya sabes, por su pasado.

    - ¿Su pasado? – preguntó Frodo, no sabía qué tenía que ver el pasado de Lyanna con el camino a Mordor.

    - Sí, Frodo. ¿No se te hace un poco extraño? Es decir, si fuéramos a Minas Tirith, estaríamos rodeados de aliados, gente que me conoce, y que al ver a Aragorn regresando como el rey… todos apoyarían nuestra causa de atacar Mordor. Y eso le impediría a Lyanna eliminarnos uno por uno. No es que piense que quiere hacerlo ahora, pero puede ser que al estar una vez en Mordor su pasado quiera dominarla – Boromir esperaba que su plan para persuadir a Frodo funcionara.

    - ¿Por qué Lyanna querría eliminarnos? – preguntó Frodo, inocentemente.

    - ¿Es que no te lo ha dicho? – Frodo frunció el ceño, confundido – Lyanna se comprometió con Sauron. Lo amó como a nadie en este mundo, ¿crees que dentro de ella ese amor no vuelva a resurgir?

    Las horas pasaron y el sol comenzaba a bajar. Los hobbits ya habían tomado su almuerzo y ahora parecían descansar un poco. Aragorn juntaba las ramas que habían servido para la fogata, mientras Gimli lo observaba, y Legolas y Lyanna se encontraban platicando en una esquina.

    - Vamos a necesitar más ramas para la fogata de la noche – dijo Aragorn en voz alta – será mejor que vaya por más – y se dispuso a tomar su espada, pero Merry lo detuvo.

    - ¿Más ramas? Pero se supone que Boromir fue a conseguir más – dijo el hobbit, llamando la atención de Aragorn – aunque… creo que ya se ha tardado un poco – y eso hizo que la atención de todos se dirigiera a Merry.

    - ¿Hace cuánto se fue? – le preguntó Aragorn, un tanto asustado. Merry juntó sus labios.

    - Antes del almuerzo – dijo el hobbit. Aragorn hizo una mueca de disgusto y comenzó a caminar hacia el bosque, seguido por todos - ¿Crees que fue tras Frodo? – preguntó, tratando de alcanzarle el paso.

    - ¿Tú qué crees? – le respondió él.

    - Oh, no – escucharon decir a Sam, que no paraba de negar con la cabeza, sintiéndose culpable por no haber estado pendiente de su señor. Lyanna tomó a Rigil y llegó al lado de Aragorn.

    - No deben haber ido muy lejos, si Frodo hubiese visto algo sospechoso en Boromir habría venido corriendo de vuelta al campamento. Deberíamos empezar… - pero se cayó al sentir una extraña sensación en su pecho. Había sido como cuando solía sacar su Llama de su pecho. El resto volteó a verla, confundidos por su repentina reacción. Lyanna entendió la razón de aquel sentimiento y abrió sus ojos de par en par – Frodo – susurró, en un tono preocupado – se ha puesto el Anillo – le anunció a los demás, y sus rostros adoptaron una expresión parecida a la de la Vala. Gracia a la Llama que había puesto en Frodo, ella había podido sentirla luchando contra la fuerza del Anillo. Tenían que encontrar a Frodo y a Boromir.



    Capítulo Veintiocho: La Comunidad Se Rompe

    - Pero Frodo es invisible con el Anillo, ¿cómo lo encontraremos? – preguntó Pippin, corriendo tras Aragorn, que había empezado a correr ni bien Lyanna les había dicho lo que pasaba, pero se detuvo al escuchar a Pippin. Tras un largo suspiro de angustia, se volvió hacia los demás.

    - Hay que separarnos – les dijo. Lyanna, quien se había quedado parada pasos atrás tratando de usar la Llama de Frodo para saber dónde estaba, reaccionó al escuchar a Aragorn sugerir aquello, espantada.

    - ¿Separarnos? – pero Aragorn no la escuchó.

    - Entre más terreno abarquemos, más fácil será de encontrarlos – comenzó él a indicarles a cada uno por dónde ir, por lo que Lyanna comenzó a caminar hasta ellos, esperando frenarlos – Lyanna, tú vigila el campamento. Puede que a lo mejor uno de los dos regrese – escuchó que le gritó. Lyanna apresuró el paso, pero cuando comenzaba a acercarse vio cómo todos salían corriendo al lado que Aragorn les había asignado.

    - ¿Qué? ¡No! ¡Esperen! – gritó Lyanna, pero todos se alejaron, y cada quien por su camino, dividiéndose – No deberíamos separarnos – susurró Lyanna, teniendo un mal presentimiento sobre no permanecer juntos. Molesta por aquello, se dispuso a cerrar sus ojos y buscar dónde se encontraba la Llama de Frodo. Forzó a su poder a ayudarle a ubicar a Frodo, y finalmente sus sentidos le indicaron el lugar en el que se encontraba. Sin perder más tiempo, Lyanna corrió hasta la cima del lugar.

    Cuando un ojo gigante de fuego se posó frente a Frodo, este retrocedió y buscó escapar de él, pero al sentir que caía, se obligó a sacarse el anillo de su dedo. Frodo cayó al suelo y se encontró con unas ruinas a su lado. No había árboles alrededor, y podía ver el cielo con claridad. No estaba seguro de cómo había llegado ahí.

    - ¡Frodo! – escuchó una voz, lo que le hizo reaccionar y dirigir su mirada al lugar de donde provenía. Al ver a Lyanna parada a un par de metros de él, recordó las palabras de Boromir y buscó huir de ella.

    - ¡Ha tomado a Boromir! – dijo él, y Lyanna entendió que se refería al Anillo. Ella suspiró, decepcionada, y avanzó hacia el hobbit - ¡No! ¡Aléjate!

    - Frodo, sabes que no quiero el Anillo – le dijo ella, acercándose a él con un paso lento. Frodo seguía alejándose de ella.

    - Tal vez no para ti – le espetó. Lyanna frunció el ceño, confundida por sus palabras. A pesar de que Boromir se había arrepentido de poner a Frodo en contra de Lyanna, y le había confesado sus intenciones, aquel pensamiento no había dejado de inquietar al mediano. Al ver que Lyanna no comprendía de qué le estaba hablando, le preguntó: - ¿por qué no nos dijiste que estuviste enamorada de Sauron? – Lyanna comprendió que aquello probablemente lo había sabido por Boromir. Su expresión fue de enojo, pero cerró sus ojos y buscó calmarse. Tenía que llevar de vuelta a Frodo al campamento.

    - Porque fue hace muchísimo tiempo, y nada más tuve esos sentimientos porque fui manipulada por él toda mi vida. Me hizo creer que era alguien bueno, pero el día que forjó el Anillo descubrí quién era realmente. Fue el día que escapé de Mordor – le explicó Lyanna, y poco a poco fue avanzando de nuevo hasta Frodo. Esta vez, Frodo no buscó alejarse.

    - ¿Y cómo puedo saber que esos sentimientos no volverán a aparecer? – le preguntó, asustado ante la idea - ¿cómo puedo saber que, dentro de ti, tu amor por él no sigue vivo? – Lyanna se arrodilló ante él y con una mano rozó su mejilla. Ella le sonrió.

    - Porque amo a alguien más – le confesó. Frodo la miró, sorprendido – mucho más de lo que lo amé a él – con esas palabras, Frodo cerró sus ojos un momento, sintiendo cómo sus miedos desaparecían. Al abrirlos, fijo su mirada en los de la Vala.

    - ¿Lo destruirías? – le preguntó a ella, extendiéndole el Anillo. Lyanna observó un cansancio y súplica en los ojos de Frodo. Al verlo, casi extiende su mano y tomar el Anillo. Pero sabía que no podía hacerlo. Desde luego que ella no podría. Por más resistencia que tuviera a su maldad, si Sauron la atrapaba, sería como entregarle en bandeja de plata tanto el Anillo como ella. Era el modo más rápido de que todo se estropeara. Y Frodo también lo sabía. Lyanna volvió su mirada a él, y cerró la mano del hobbit alrededor del Anillo. – Poco a poco se irá tomando a cada uno – Lyanna asintió, ella entendió lo que Frodo ya sabía: no podía confiar en nadie. Si el Anillo ya había corrompido a Boromir, nada impedía que lo fuera haciendo con la Comunidad uno por uno. Era peligroso que todos se volvieran contra todos y al final terminaran estropeando la misión.

    Lyanna cerró sus ojos, meditando por última vez la decisión que estaba a punto de tomar. Frodo tenía que seguir por su cuenta, pero ella era la única capaz de soportar la tentación del Anillo. Tenía que ir con él, para protegerlo y guiarlo hasta el Monte del Destino. Al abrir de nuevo sus ojos, le dedicó una última mirada antes de decirle lo que harían.

    Pero en el momento en el que abrió su boca, la cerró de vuelta. Escuchó los pasos que se acercaban a ellos y vio una ligera luz azul escabullirse del cinturón de Frodo. Lyanna comprendió, entonces, que su destino no era ir con Frodo. Era un camino que debía seguir él solo.

    - Vete – le dijo, mientras ella tomaba con firmeza a Rigil y se ponía de pie. Los orcos se encontraban casi encima de ellos – Y que mis padres te protejan – dijo, como última palabras hacia él. Frodo observó cómo la Vala le dedicaba una última mirada, y podía sentir cómo la Llama que ella había depositado en él lo abrazaba y lo obligaba a mover sus pies para huir de aquel lugar. Cuando Frodo se alejó lo suficiente, Lyanna salió al encuentro del gran grupo de orcos que se encontraban frente a ella. Con Rigil en su mano, esperó al primer ataque.



    Capítulo Veintinueve: La Batalla de Amon Hen

    Escuchó una flecha volar hacia su dirección, y alzando su brazo para utilizar su poder, fue capaz de destruirla antes de que la tocara. Un par de Uruk-Hai corrieron hacia ella y buscaron atravesarla con sus espadas, pero Lyanna usó a Rigil para detener el ataque y atravesarlos con ella. Al escuchar una segunda flecha en su dirección, alzó de nuevo su brazo y volvió a destruirla. El líder del grupo rugió al ver cómo la Vala se deshacía de las flechas con tal facilidad.

    Más orcos fueron hacia su encuentro, y alzando sus dos brazos, el poder de Lyanna destruyó a los que se encontraban frente a ella. El resto rugió y no se atrevió a atacarla, puesto que parecía que ella sola podía encargarse de todos ellos.

    - ¡Encuentren al mediano! – rugió el líder, obligando a los orcos a expandirse por el bosque y buscar a un hobbit. También le ordenó a los demás atacar a la Vala por todos los frentes. Lyanna fue rodeada, pero aún así logró deshacerse de todos con su poder. Sin embargo, sabía que no podría usarlo todo el tiempo, puesto que ya comenzaba a perder un poco de fuerza.

    Aunque pensaba usar su poder un poco más de tiempo, la presencia élfica que tan familiar se le hacía le indicó que ya no podría usarlo más. Un momento después, Legolas, Gimli y Aragorn aparecieron de entre los árboles para pelear junto con los Uruk. Lyanna corrió hacia ellos y se alegró de ver de estaban juntos. Pero no sabía dónde estaban los demás hobbits, o Boromir.

    - ¡Van por Frodo! – dijo Lyanna, señalando a un grupo de Uruk que corrían colina abajo. Legolas acabó con dos orcos que estaban por atacar a Aragorn.

    - ¡Ve! – le dijo al montaraz. Aragorn corrió hacia los orcos que iban tras Frodo, impidiéndoles seguir con su camino.

    A pesar de que Lyanna no era tan buena con la espada como con las dagas, se sentía bien usando a Rigil. Parecía que la manejaba con mucha más facilidad que el resto de las espadas, lo que le daba confianza de seguir peleando con ella. Cuando Lyanna se encontraba demasiado ocupada con un orco y tenía sus dos manos sujetando su espada, el arquero líder volvió a dispararle otra de las flechas que Saruman le había dado. Lyanna escuchó el sonido de esta viniendo hacia ella, y desesperó por moverse de aquel lugar para que la flecha no la alcanzara. Pero Legolas también logró escuchar el sonido del disparo, y en un rápido movimiento sacó su daga y la lanzó hacia el lugar donde la flecha estaba por pasar, desviándola de la Vala.

    Legolas corrió a recogerla y se acercó al orco que tenía acorralada a Lyanna contra un árbol. Lo mató de un disparo de su arco, y ayudó a Aragorn a deshacerse del que traía encima. Más orcos corrían colina abajo, y parado sobre una piedra y con ayuda de su vista de elfo, disparó flecha tras flecha hacia los orcos que corrían. Se detuvo al escuchar un cuerno sonar, en la dirección en la que se dirigían los orcos.

    - ¡El cuerno de Gondor! – avisó. Aragorn tomó del suelo su daga y corrió hacia donde el cuerno se había hecho escuchar.

    - Boromir – indicó. Lyanna acabó con el Uruk con el que había estado luchando y corrió hacia Boromir. Aragorn apenas lograba avanzar pues los orcos se volvían hacia él, intentando evitar que llegara al auxilio de su amigo. Lo mismo pasaba con Legolas y Gimli. Pero Lyanna presentía que Boromir estaba en problemas, y no se molestaba en detenerse a combatir con ningún orco.

    Cada orco que se volvía hacia ella era destruido por el poder de la Vala. Lyanna quería llegar lo antes posible hasta Boromir y socorrerlo, puesto que ese cuerno había sido soplado con desesperación. Cuando apenas lograba escuchar el sonido del metal contra el metal, que suponía que se trataba de la espada de Boromir contra la de los orcos, uno de los Uruk saltó por detrás de ella y la derribó. Estaba a punto de elevar su brazo cuando este le estrelló su puño en su rostro y pateó su brazo con fuerza. Lyanna rugió y sintió la sangre salir de su nariz. Buscó zafarse de su agarre moviéndose con brusquedad, pero no logró nada.

    El orco sacó un cuchillo de su muñequera, y Lyanna lo pateó con fuerza. El orco se echó hacia atrás, tambaleante, pero lanzó el cuchillo en dirección a Lyanna. Este se clavó en su brazo y la hizo soltar la espada. Lyanna gritó y se lo sacó del brazo. Sangre salió de este, pero devolviendo el ataque, lanzó el mismo cuchillo en dirección al orco, clavándose en su ojo y matándolo al instante.

    Cuando se agachó para recoger a Rigil, el líder del grupo, que se encontraba a unos metros de ella, se percató de que estaba distraída. Sin perder otro segundo, tensó la flecha en su arco y la disparó en su dirección. Los reflejos de Lyanna la permitieron escuchar a tiempo el sonido del arco tensándose, y se volvió hacia la dirección en la que la flecha venía hacia ella, con su palma extendida lista para que su poder destruyera aquella flecha. Sin embargo, el Uruk había sido más rápido, y aunque la flecha fue alcanzada por el poder de Lyanna y los pedazos salieron volando, esta ya se encontraba demasiado cerca de ella, por lo que la punta logró atravesar el centro de su palma.

    Lyanna se quejó de aquel ardor, pero fue apenas un rasguño. Alegre de que había alcanzado a destruir la flecha a tiempo, volvió su mirada hacia el Uruk, pero la sonrisa en el rostro de este la desconcertó.

    El arquero había visto cómo la punta de la flecha la había atravesado, por lo que su sangre había hecho contacto con el veneno con el Saruman había encantado las flechas. Lyanna tomó a Rigil y se dispuso a ir contra el arquero, pero un orco salió de entre los árboles y se dispuso a atacarla. Lyanna extendió su mano para destruirlo, pero al hacerlo sus piernas perdieron fuerza y cayó. El orco se tropezó con ella y también cayó al suelo. Lyanna volvió a levantar su brazo para atacarlo, pero aquello la cansó todavía más. Era como si hubiese usado en gran medida su poder y ahora se encontraba demasiado débil para luchar.



    Capítulo Treinta: El Camino A Seguir

    - ¡Tonta! ¡Tonta! – se gritó a ella misma. Al sentir de nuevo el ataque del orco, tomó sus dos dagas y la lanzó hacia este. Atravesó el rostro del orco y este cayó al suelo.

    - ¡Tómenla! – escuchó que el arquero les dijo a dos de sus soldados. Ambos se dirigieron hacia Lyanna, quien se encontraba debilitada en el suelo. No acababa de entender cómo era posible que se sintiera tan débil si no había hecho nada más que usar su poder contra un par de orcos. Sabía que aquello no era algo común, algo tenía que haberle pasado.

    Los orcos la tomaron de sus brazos y la arrastraron en dirección al resto. Cuando Lyanna tuvo una mejor visión de lo que ocurría más adelante, se dio cuenta que Boromir se encontraba de rodillas, con tres flechas atravesándole el cuerpo, y el arquero Uruk listo para dispararle una última flecha en la cabeza. Al ver aquella escena, Lyanna tomó todas sus fuerzas y se soltó del agarre de los dos orcos. Tomó su daga y la lanzó contra uno de ellos, clavándola en su cuello. Al no tener a Rigil cerca, corrió hasta el orco caído y tomó su espada. Se defendió del ataque del otro orco y, llena de furia, no tardó en acabar con él al cortarle su cabeza. Lyanna volteó a ver en dirección a Boromir. Se encontraba tendido en el suelo, pero no había ninguna flecha en su rostro. Al ver que su pecho aún subía y bajaba con dificultad, corrió, a tropezones, hacia él. Cuando logró alcanzarlo, Boromir soltó una lágrima de alegría y dibujó una débil sonrisa.

    - Lyanna – susurró su nombre. Lyanna comenzó a llorar al verlo en aquel estado. Sus sollozos no la dejaban articular palabra alguna, se sentía completamente impotente al ver que no había nada que pudiera hacer para salvarlo.

    - Lo siento, lo siento tanto – le dijo ella, mientras tomaba el rostro de Boromir en sus dos manos – Lamento no haber estado contigo – Boromir tomó con su mano el brazo de Lyanna, y ella pudo sentir cómo este temblaba desenfrenadamente.

    - Frodo, ¿dónde está? – preguntó él.

    - Dejé que se fuera – le respondió, tratando de que sus palabras fueran claras.

    - Perdóname, traté de volverlo en contra tuya – Lyanna negó con su cabeza – No fui sabio, ni valiente. Dejé que se apoderara de mí – la voz de Boromir se cortaba, pues a este se le hacía difícil hablar.

    - Peleaste con valentía, Boromir – le dijo ella. Lyanna escuchó los pasos de los demás detrás de ella. Boromir miró por última vez el rostro de Lyanna, admirando la belleza que lo había conquistado desde el momento en que la había visto. Esbozó una sonrisa al evaluar cada centímetro de este, y suspiró.

    - Espero que sepa la suerte que tiene – le susurró a ella, pero Lyanna sabía que se refería a Legolas. Lyanna soltó una última lágrima al ver la expresión de Boromir al observarla por última vez. Lyanna llevó su mano a su pecho y extrajo una parte de su Llama. No era en esas circunstancias como quería dársela, pero no había nada más por hacer.

    - Alejará el dolor y te permitirá ir en paz – le dijo ella, mientras la ponía en su pecho y al mismo tiempo depositaba un beso en su frente. Boromir le dedicó una mirada de agradecimiento, y esta se volvió hacia Aragorn. Lyanna se percató de eso y se levantó, haciendo que más lágrimas brotaran de sus ojos.

    Caminó despacio hacia donde Legolas y Gimli se encontraban, y los tres se dieron un abrazo de consuelo. Los sollozos de Lyanna le rompían el corazón al elfo y al enano. Legolas, siendo cauteloso, depositó un beso en la cabeza de Lyanna, y ella escondió su rostro en su cuello, tratando de encontrar paz en su interior.

    Cuando Lyanna sintió cómo la Llama que acababa de depositar en Boromir se apagaba, comprendió que ya había muerto. Se separó del agarre de sus dos compañeros y miró en dirección al cuerpo de Boromir, que yacía sin vida en el suelo.

    - Esperarán su regreso desde la Torre Blanca – dijo Aragorn – pero él no regresará – un par de lágrimas más se escaparon de sus ojos. Las palabras de Boromir le habían hecho entender la esperanza que él tenía de que Gondor sobreviviera si el rey regresaba.

    Aragorn se volvió hacia el resto y les dedicó una mirada triste. Legolas se acercó a él y lo ayudó a tomar el cuerpo de Boromir del suelo. Los cuatro caminaron juntos de regreso al campamento, donde colocaron a Boromir en la barca en la que él, Merry y Pippin habían viajado. Aragorn tomó sus muñequeras y se las colocó, llevando con él un recuerdo de su promesa para con Boromir. Lyanna empujó al río la barca, y esta se alejó poco a poco hasta llegar a las cataratas, donde desapareció de la vista de todos.

    Legolas caminó con la barca restante hacia el río, listo para partir.

    - ¡Rápido! Frodo y Sam ya deben de haber llegado al otro lado – dijo. Gimli caminó hacia él, pero Aragorn y Lyanna se mantuvieron en sus puestos, con sus miradas bajas. El montaraz había escuchado cuando Lyanna le dijo a Boromir que había dejado ir a Frodo, por lo que descifró que el hobbit tenía que seguir aquel camino solo - ¿no piensas seguirlo? – le preguntó Legolas a Lyanna. Al ver que Lyanna no parecía estar lista para hablar, respondió él.

    - Frodo debe continuar con su destino sin nosotros – Legolas y Gimli intercambiaron miradas.

    - Entonces la Comunidad ha fallado en la misión – dijo el enano. Lyanna aún se sentía débil y triste, pero no podía dejarse vencer. Era una Vala, y todo aquello tenía que volverla más fuerte. Cada vez más fuerte.

    - No si nos mantenemos unidos – escuchó que les dijo Aragorn – no vamos a dejar que Merry y Pippin sean torturados hasta morir. No mientras nos queden fuerzas – Lyanna se volteó hacia ellos, con una mirada mucho más firme y decidida – Dejen todo lo indispensable, viajaremos ligeros – él les sonrió a cada uno – vamos a cazar algunos orcos – Gimli gritó de emoción y corrió tras Aragorn. Legolas rio y se dispuso a seguirlos, pero se detuvo al ver que Lyanna se encontraba observando fijamente la otra esquina del río, donde los cuerpos de Frodo y Sam desaparecían entre los árboles

    - Que los Valar guíen su camino – susurró ella, dibujando en su rostro una sonrisa. Ella se volteó hacia Legolas – y el suyo – ambos se sonrieron – Soy un Vala. Yo guiaré el mío.
     

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    Ay, ha sido tan emocionante que no sé por dónde empezar ://.
    Me ha gustado mucho leerlo y además estuve enganchadisima desde el principio :3.
    Solo como consejo, te recomiendo releer desde la mitad hacia el final, porque recuerdo algún error. No he sido capaz de ver nada ahora rápido porque es muy denso todo.
    Me voy ahora con los otros 2 libros. Incluso he retomado la lectura del libro de ESDLA y estoy volviendo a ver las películas de la emoshion uwu.

    Felicidades y mucho ánimo!
     
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