No necesito disfraces para compartir su almohada. Sus ojos verdes son mi semáforo de entrada a sus piernas. Me llama de improviso, a las tantas de la madrugada, y yo abandono mi cama, escondiéndome entre las calles, y corro a la suya. Él se sienta en el borde, me da la hermosa visión de su espalda, y a mí no me hace falta ningún maquillaje, ninguna contraseña; no necesito nada. Bastan mi ropa interior y mi pelo de recién levantada para tenerlo de rodillas, acurrucado en mi cintura. No hay humillaciones, no hay dramas. Él y yo, y la calma de su colchón, sin ningún tipo de adorno externo. Nos bastamos para convertir un par de sábanas en nuestro santo grial. Sin prisas, sin pausas, honestamente, sin mentiras ni falsedad.