Tejer… La pieza de algodón crecía entre sus manos. Poco a poco centímetro a centímetro, aparecía una escena. La escogida ese día era una fiesta de bodas griega. La joven novia era llevada a casa del novio en andas, vestida con un hermoso peplo. Mucha gente en las calles aplaudía y se regocijaba. En un costado la diosa Afrodita, resplandeciente de belleza, con un velo transparente que caía encima de su rubio y ondulado cabello y con su cinturón capaz de hacer emerger las pasiones en mortales e inmortales, bendecía a la futura desposada. El novio y sus padres a la entrada la esperaban sonrientes, llenos de presentes. La pieza sin duda era admirable, Aracne no era reconocida cómo la mejor tejedora de la región en vano. Los personajes más importantes y ricos iban a comprar sus trabajos, que eran muy codiciados en la región. Muchas personas la veían trabajar, pues su taller siempre estaba abierto al público. A pesar de su éxito en las artes de Atenea, Aracne era soltera. Desde niña su madre le había mostrado cómo trabajar las telas y la aguja. La pequeña quedó encantada y se enamoró de su arte. No le importó que su cuerpo se agachara para siempre cómo una anciana, ni que surgieran arrugas prematuras, ojeras y picaduras que se producía por terminar un tapiz. No le interesaban los hombres, de hecho, ni siquiera se tomaba la molestia de mirarlos. Aracne era algo seca, por así decirlo, con sus visitantes. Y también algo presumida. Un día dijo que era aún mejor tejedora que Atenea. Esta información llegó a manos de la diosa, quién enojada, escondió su apariencia inmortal en la de una andrajosa viejecilla. Bajó a la tierra y encontró rápidamente el lugar dónde estaba su adversaria. Se acercó lento, simulando tener dolor en la espalda y piernas por la edad. - Disculpe ¿Usted es Aracne?- preguntó la Tritogenia con voz achacosa y débil. - Así es, vieja – dijo descortésmente y con una mueca la tejedora. La hija de Zeus aguardó un poco ocultando su ira. - ¿Es cierto que usted ha dicho que es mucho mejor tejedora que la diosa protectora de su oficio?- Aracne se turbó un poco. Si decía que no, quedaría mal ante las personas que estaban ahí . Si decía que si se ganaría más admiración. - Claro que si, vieja. Los dioses del Olimpo sólo se la pasan haraganeando y divirtiéndose en lugar de trabajar cómo nosotros. – Atenea ya no se pudo contener y de nuevo recuperó su presentación divina ante los presentes. Los grandes ojos eran verdes grisáceos y demostraban una gran inteligencia. Los cabellos eran castaños y sujetados con el casco de guerra. En la mano derecha portaba una lanza de combate y en la izquierda su escudo con la horrible cabeza de Medusa en el centro. Sus facciones eran armoniosas en conjunto con sus labios finos y pequeños y su nariz recta, pero había algo que la hacia intimidante, peligrosa. - ¿Qué decías, mortal?- sonrió la diosa- Repítelo- Aracne se sobrepuso un poco y pasó saliva - No deseaba ofenderla, señora.-se disculpó - Te sientes muy valiente ¿no es así? Te reto a una competencia. En presencia de todas estas personas, cada una va a hacer un tapiz. La gente va a decidir cuál es la mejor y la perdedora recibirá un castigo. - De acuerdo, mi diosa.- Aracne acercó sus hilos de colores, agujas y dos telares, así cómo telas y demás cosas para el trabajo. Sacó igualmente dos sillas y en una de ellas se sentó, enfrente de la concurrencia. Atenea se sentó en la otra y las dos comenzaron el reto. Pasaron horas. Al mismo tiempo, terminaron y mostraron sus obras a las personas reunidas. El tapiz de Aracne representaba un banquete de griegos ricos. Las sirvientas traían los manjares y el vino. Los invitados parecían regocijados mientras el dueño de la casa se dirigía a un altar y hacia ofrendas a los dioses. Sin duda era un excelente trabajo El de Atenea era una representación de los Olímpicos. En un trono de oro y mármol negro con siete peldaños para llegar a él, Zeus, con una larga barba gris parecida a una nube de tormenta. Sus ojos eran azules eléctricos al igual que sus vestiduras y en sus fuertes manos portaba dos truenos. En el reposabrazos del trono un águila dorada observaba a el dios. A su lado derecho, en un trono de oro y plata su esposa Hera sonreía. El cabello café a juego con sus ojos estaba recogido en un chongo. Su túnica era dorada y a sus pies descansaba una vaca. Al lado izquierda del Cronión, su Poseidón, con una barba tan larga cómo su hermano, pero de un color más negro protegía a un caballo blanco que acercaba su hocico al Señor de los Mares. Los ojos del dios eran verdes, a combinación de su túnica. Los brazos de su trono estaban esculpidos en mármol blanco con figuras marinas y el trono resplandecía con madreperlas, turquesas y zafiros. A la derecha de Hera se sentaba Deméter en su trono de malaquita con espigas doradas de cebada. Sus cabellos eran rubios y sus ojos verdes cómo un campo recién regado. En su mano derecha acariciaba una roja amapola. A pesar de su presentación de mujer madura, era toda una diosa. El siguiente de Poseidón era Hefesto. Su asiento estaba repleto de todas las piedras preciosas , metales y aleaciones existentes. Si bien el dios era algo feo, su ingenio era considerable, pues el trono podía girar y se podía admirar toda la delicadeza del trabajo. En el brazo llevaba una codorniz que parecía estar a punto de remontarse en vuelo. La que seguía a su tía, era la misma Atenea. Se hallaba sonriente en un trono de plata con cestería de oro en el respaldo y sus brazos terminaban en caras de sonrientes gorgonas. Una corona de lapislázulis en forma de violetas era observada por una lechuza dorada. El siguiente dios era Ares. Su asiento era de bronce con calaveras en relieve. Los ojos tenían un toque que causaba escalofríos, pero que no le quitaba lo guapo. Su castaño cabello estaba un poco largo, pero no demasiado. La capa rojo carmesí caía al piso, hasta un jabalí salvaje que se había echado debajo del asiento y ocultaba un poco una hermosa armadura de guerra. Lo más terrible de Ares eran todas esas espadas, escudos, hachas, cuchillos y otros instrumentos de guerra que llevaba en las manos. Enfrente de él se sentaba Afrodita, cubierta con su velo rosa . Sus dulces ojos azules claros resaltaban con su cabello rubio. Su silla de plata tenía respaldo en forma de concha con incrustaciones de berilios y aguamarinas resguardaba a una blanca paloma a la que Afrodita dedicaba una sonrisa de sus labios rojos. Frente a frente se sentaban los gemelos Apolo y Artemisa. Él, sentado en su trono con inscripciones mágicas y respaldo en forma de lira sonreía. A sus pies un ratoncito fisgoneaba los rincones. Sus cabellos cafés cortos y ojos azules cómo los de su padre eran idénticos a los de su hermana. Ella se sentaba en un trono de plata pura, forrado con piel de lobo. El respaldo formaba dos ramas de palmera a perfil de la luna. En su mano estaba un arco y el carcaj en su espalda estaba repleto. Un lobo reposaba observando a su ama. Hermes se sentaba en un trono de roca gris. El respaldo tenía una évastica y entre sus manos se encontraba una grulla. Su sandalias aladas parecían a punto de volar, y sus ojos castaños y cabellos de igual color eran muy parecidos a los de su madre Hera. Dionisio era el último trono. Era de roca, pero tapizada de hojas de vid. Un tigre lamía sus manos. El cabello ensortijado negro y los ojos verdes claros recordaban más bien a su madre mortal que a Zeus. Por último, la diosa había plasmado en el centro a Hestia, la diosa del hogar, cuidando el fuego de la hoguera del Olimpo. Los ojos cafés cómo su pelo que caía en cascada sobre sus hombros, estaban absortos observando la bailante llama El jurado estaba asombrado y no atinaba a quién darle el premio. Entonces Atenea con un movimiento de mano hizo que las figuras empezaran a moverse. Afrodita le dedico una sonrisa a Ares, Hera miró celosamente a su marido, quién la tomó de la mano, Hefesto encontró una forma de mejorar su asiento, el caballo de Poseidón relinchó, el fuego llameaba mientras Hestia lo atizaba con una vara, Artemisa jugaba una competencia con su hermano para ver quién tiraba mejor las flechas, Dionisio hizo crecer más su vid… Era de esperar que eligieran el tapiz de Atenea. Llena de vergüenza, mientras todos aclamaban el trabajo de la diosa, Aracne tomó uno de sus hilos y los pasó por una viga , con la intención de pasárselo por el cuello. Sin embargo, la de los ojos de lechuza vio sus intenciones y la convirtió en un pequeño ser con ocho patas y un abdomen abultado y negro: una araña. A partir de ese entonces, Aracne y sus hijos e hijas se dedican a tejer y tejer incansablemente, en castigo por creerse superior a una diosa -
Asi que de ahi provienen las arañas. Me gustó la historia, no conocía esa leyenda. Lo que más megustó fue la descripción de los dioses y sus tronos, excelente. Sigue así.
Ha de ser el primer escrito que leo de su persona. Me gusta mucho el modo en que narrar y expresas tus ideas, me parece liviano y tecnico a la vez. Solamente note tu omisión de algunos puntos al final de tres párrafos, debes cuidar eso. Modo explendido de narrar, te felicito. Sin mas, me retiro. Pire<3
Me encantó la manera en la que narraste. Tan descriptiva y linda... El tapiz de Atenea me cautivó; casi pude visualizarlo frente a mí. Excelente manera de explicar el mito de la creación de las arañas. En cuanto vi el nombre de Aracne, empecé a relacionarlo con los insectos. Tienes algunas fallas en cuanto a ortografía y redacción, pero créeme que no son nada grave. Es más, casi ni me fijé en ellos de lo minúsculos que eran, aparte de que estaba atrapada en la historia. Sigue así. <3