FanficsLandia Sweet home [Experiencias entre calles]

Sweet home​

Fue un trece de marzo cuando me mudé.

Había visitado el lugar meses atrás, cuando había decidido explorar fuera de mi ciudad. Donde había vivido toda mi vida no era una metrópoli, por lo que a donde quiera que fuese, me encontraba con personas que reconocía de mi infancia. Nunca había sido feliz del todo allí, mi amor por la lectura, mi afición por ver anime y entusiasmo de adquirir manga me hacían sentir como un raro espécimen en una sociedad que me oprimía.

Era por eso que me decidí a viajar, conociendo lugares donde la imaginación no era mal vista. Fue en uno de aquellos viajes en el que, saliendo de una gigantesca y abrumante capital, tomé un descanso en un pintoresco pueblo.

Al principio, el contraste de ambos lugares me causó curiosidad, pues veía como citadinos llegaban y recibían sus mudanzas en las adoquinadas calles. Las construcciones se veían nuevas y sencillas, aunque no perdían el toque de calidez y vida que se podía respirar en el aire.

Observando la dinámica que comenzaba a inundar el ambiente, un ligero cosquilleo me recorrió el cuerpo hasta la médula. Quería vivir ahí, quería empezar de cero en aquel lugar que parecía acogedor.

Cuando regresé a casa, preparé una maleta con semanas de antelación para la fecha que había destinado para mi cambio de vivienda. Dejar atrás la ciudad no me dolió, pues la veía gris cada vez que recordaba el vibrante pueblo.

Aquel trece de marzo tomé un tren sin boleto de regreso. Y no miré atrás.



—Hey, Pipilup.

Así me llamaban todos en el lugar. O al menos era el nombre que había escogido.

A mi llegada, me percaté de que tenía la oportunidad de definirme como me placía, como la mayoría de los de ahí. No era la única que se mudaba, viajeros paraban para refrescarse en las cafeterías, y al cabo de pocos días, decidían quedarse indefinidamente.

Me recibieron con cálidas bienvenidas, principalmente un muchacho que me hacía reír constantemente y una tierna chica de ademanes dulces. Frankling y Fernandha se convirtieron en mis amistades más cercanas durante los primeros meses en la villa.

El pequeño departamento al que iba añadiéndole decoración poco a poco lo adquirí en un barrio rebosante de vida, pues era uno de los más frecuentados por los turistas, y siempre había algo nuevo que ver y probar. Frankling pasaba por ahí de vez en cuando, y aunque a veces se quedaba para charlar, generalmente me tomaba de la mano para curiosear en el centro. Vivíamos aventuras en los callejones, descubriendo barrios en construcción y topándonos con vecinos amigables.

Las charlas me enriquecían en medidas inmensurables, los paseos me abrían los ojos, mi curiosidad crecía con cada día que pasaba.

Recordaba como las construcciones eran finalizadas para dar comienzo a otras, como zonas habitacionales, cafeterías, tiendas, e incluso, barrios enteros.

En mis paseos diurnos tenía la oportunidad de ver como las callejuelas se iluminaban y se aumentaba la actividad de la comunidad. Todos regresaban de escuelas o trabajos, y a pesar del cansancio que les llegaba a aquejar, salían como lo hacía yo misma, para disfrutar de nuestras veladas.

Era gracioso ver como grupos de chiquillas se escabullían por todas partes en búsqueda de aquél sarcástico personaje que había adquirido fama en los vecindarios. Me gustaba su interés por ayudar y guiar a aquellos que se perdían entre las corrientes de turistas y residentes, y sin duda me hacía reír cuando él les sacaba la vuelta a sus admiradoras.

También la presencia de un joven que se movía con gracia había marcado mis experiencias en aquel pueblo. Había llegado como muchos otros, pero su manera de expresarse y desenvolverse en la sociedad había flechado muchos corazones. Cuando él necesitaba unos momentos de tranquilidad, pasaba al departamento a tomar una taza de chocolate. Buenos días que habían sido en verdad.



Vi cómo mi hogar había pasado a ser una ciudad, pero antes de que ésta se desarrollara aún más, el que algunas amistades se fueran para nunca volver le generó una herida a mi entusiasmo y alegría.

No quería irme, ¿pero qué sentido tenía quedarse, cuando todos se iban? No empaqué. Dejé todo en su lugar, me dirigí al aeropuerto y me marché.

Viajé y viajé, conociendo gente nueva en el camino. Y, sin embargo, nunca encontré otro lugar como aquel: vibrante y rebosante de vida, con una diversidad inigualable, con olores y sonidos reconocibles de cada barrio y vecinos sonrientes declamando poesía o leyendo libros en parques.

Una inquietud en el fondo de mi corazón me hizo volver.

Grata sorpresa me llevé al notar que viejas amistades seguían merodeando por los alrededores, incluso algunos conocidos habían vuelto. Había zonas nuevas en la ciudad, hasta habían instalado una torre de radio.

El caminar nuevamente por las calles transitadas con la música callejera inundándome los oídos, oyendo de vez en cuando declamaciones poéticas desde los balcones, y retomar mi carrera como escritora me hicieron ser feliz de nuevo.

Finalmente había vuelto a casa.

Contenido oculto

Una actividad que me hizo tener sentimientos encontrados. Al principio no sabía muy bien sobre qué escribir, aunque finalmente me decanté por lo que está aquí escrito.
Sin lugar a dudas, sería increíble poner en palabras cada una de las experiencias vividas en este foro, pero bueno, creo que aún no estoy lista para ello.
Me alegra muchísimo haber participado y compartir un poquito de lo que me ha tocado vivir.