Su presencia Termino de hablar con mi amigo, el único amigo que tengo desde que soy pequeña. Encontrarnos en la misma plaza de siempre parece un plan aburrido, pero extraño las charlas con él, y es mejor que nada, así que solo queda esperar a que llegue mañana. Doy algunas vueltas. Soy de por sí algo inquieta, pero hoy por alguna razón en particular estoy peor que nunca. Decido olvidarme de mi existencia, y enciendo el TV con ese fin, sin saber que mi existencia pronto cobraría otro matiz. “(...) el 25 de febrero del 2009, el día en que fue capturado y sentenciado a prisión perpetua por el asesinato de más de veinte mujeres, cifra aún sin esclarecer, en lo que al parecer, según las investigaciones locales arrojaban, se trató de un ritual en el que cada víctima era indispensable para una finalidad de carácter religioso indeterminada. Tras dieciséis años de silencio, hoy se ha dado a conocer la fuga de este infame personaje. Las autoridades indican que el escape se habría producido hace al menos cuatro días ya, lo cual parece inverosímil, pero es real. Se especula con su paradero, pero señalan que podría dirigirse a completar su ritual, al sitio donde se halle la única sobreviviente de su ola de masacres (...)”. El volumen se va, junto con la imagen del TV. Los golpeteos del tejado junto con el clamor de la noticia me hacen sonar el alma. La persiana está alta, y el patio nocturno se deja ver a estas horas de la noche, a pesar de la pobre iluminación del barrio. Un perro pasa, junto a un gato que lo persigue, ansioso por conocer su paradero final. Una bicicleta acompaña este desfile, probablemente uno de los chicos que hacen mandados a toda hora, porque ellos no pueden darse el lujo de vivir el ocio. El vecino levanta la persiana, y desde la casa de enfrente me observa directamente, con sus ojos clavados en mí. Su calvicie solo me pone más nerviosa. Me recuerda a él. Ya es suficiente con saber que está libre. Bajo mi persiana de un arrebato. El silencio de la noche inunda todo, hasta que el cantar de los grillos acompaña la incesante melodía. Un tiránico ruido se oye. ¿Será él? Llega para cumplir con lo que dejó sin terminar. No. Es la pava, que finalmente hierve tras largos minutos a fuego lento. Apago el fuego. Otra vez el silencio. Esta vez los grillos se someten. No me apetece un té. No me apetece un mate. Tampoco un café. Esta noche es la peor en dieciséis años. En el pasado las noches no eran fáciles, no obstante, había logrado empezar a olvidar. Ahora vuelvo a vivir la pesadilla, y todos los esfuerzos por olvidar quedarán en el olvido. Entro al baño, me quito el maquillaje. Me lavo la cara. Oigo algo, lejano. Proviene de la cocina. Escucho que sacan el cuchillo del taco de madera, su chirrido metálico es inconfundible. Oigo algo más. Muy cerca, el pasillo. Me inmovilizo, me fracciono en cuerpo y espíritu. Soy un ente. Recupero mi vitalidad, y levanto los ojos, el reflejo del espejo revelará la verdad. No veo nada. Oigo otra cosa, aún más cerca. Me doy vuelta furiosamente. El gato. Resucito. Le quito el cuchillo al gato. Seguramente recuerda que a esta hora corto las verduras. Su entrenamiento para quitar el cuchillo del taco es algo que no desconozco, solo que ahora parece ser que mi mente se enfoca en una sola cosa. Regreso a la cocina. Cierro con llave la puerta que da al patio trasero, no fuera a ser que… Recorro la casa, reviso ventana por ventana, todo debe estar asegurado, con doble cerradura. Me siento en el sofá. El gato en mi falda. El día fue largo, mucho trabajo. No es momento para ceder ante el sueño, mi adrenalina debe subir. Debo permanecer despierta… Mis párpados comienzan a sentir el peso de las horas. Me dejo ir. Un estímulo del mundo posible me trae de nuevo a la vida. Oigo algo, no sé que és. ¿Cuánto he dormido? Segundos quizás. Él aún sigue ahí. No debo dormir, ya que si lo hago… puede que no vuelva a despertar. Me levanto, no puedo permanecer sentada. Pierdo levemente el equilibrio y a los tumbos llego a la cocina. Ahora sí tendré un café, no me apetece, pero lo necesito. El sabor inconfundible de los granos, la reacción de la lengua al agua ardiente y mi cuerpo llenándose de eso que quema. ¿Será suficiente? Verifico de nuevo la cerradura que da al patio trasero. Hago lo mismo con la puerta principal. Comienzo a buscar noticias, novedades. Si se escapó, tiene que decirse algo más. Tocan la puerta… tres golpes firmes, ya puedo imaginar los nudillos de una aparatosa mano… y su rostro. Él. Los pasos hasta la puerta se sienten irreales, como si yo no estuviera en mi cuerpo. Es una sensación que nunca antes había tenido, ni siquiera aquella vez, cuando intentó asesinarme. La mirilla me salva de la ominosa ansiedad. Puedo verificar que él… no es él. Se trata del vecino. Abro. Sus condescendientes preguntas no son bienvenidas. Contesto lo justo y necesario, lo suficiente para que entienda que al bajarle la persiana no lo estaba despreciando, lo que tampoco significa que lo aprecie en lo más mínimo. Parece entender la situación, a fin de cuentas, sabe quien soy, y la noticia seguramente no le ha sido esquiva. No hace ninguna mención del tema, seguramente cree que yo no me he enterado. Estúpido bribón. Detrás de él yace una enigmática figura, con gorra y lentes de sol en una noche de verano, lo que me genera curiosidad. La expresión de sorpresa en mi alopécico vecino parece indicar, junto con sus palabras, que la presencia de ese hombre también le es extraña. Aun así dice que no se trata de otra cosa que un vendedor, de estos que pululan más y más en estos tiempos de miseria. Cierro la puerta. Me echo en la cama, no puedo hacer mucho. ¿Pedir custodia? ¿Ir a un hotel? ¿Y si ha intervenido mi teléfono? Pedir custodia aceleraría sus planes. ¿Si me está esperando? Salir a buscar un lugar podría ser lo que espera. Entre pensamientos se hace sentir la traición del café. Los párpados vencen la resistencia de la cafeína, y mi sueño llega junto con el sonido de algo más: dos gatos se disputan el territorio, y el territorio no es otro que el tejado de mi casa. … Con el penetrante calor mi cuerpo comienza su retirada de ese otro mundo en el que volcamos nuestros miedos íntimos, ocultos deseos y pasiones descuidadas. La realidad del sueño deja paso al sueño irreal del mundo que habitamos. El despertar es tan irreal como el nacer, pero despertar en otro sueño es un fenómeno aún más extraño. Así es como se siente vivir esta vida: algo tan real como encerrarse en una cáscara de nuez y considerarse rey del espacio infinito. Quizás Shakespeare me perdone por esto último. Lo que no perdona es mi necesidad de un vaso de agua, y como la piedad aún no ha llegado a mi vida, me aboco a lo que mi cuerpo demanda. ¿Será que él ha decidido cambiar de vida? ¿Será que no completará su ritual? ¿Su escape será, quizás, no hacia otra ola de crímenes, sino a una redención solitaria en una granja con ovejas y vacas? Ojalá. La plaza no está completamente abandonada gracias a algunos padres y niñas jugando y columpiándose. Salir a caminar refresca. El miedo se ha disipado un poco con la luz del día. Una parte de mí quería creerlo, otra parte pensaba que aún tenía que exigir custodia estatal. Sea como sea, un mate ayuda a relajar mi mente cerca del mediodía, los mosquitos todavía no han aparecido a arruinar mis tardes, y esto es algo que me merezco luego de la última noche que pasé. La primera plana de un diario se debate con el viento su permanencia en el suelo. Resolví ese debate acercándome a leerlo, sosteniéndolo con la punta de mi calzado: <<29 de diciembre de 2025 - “Basta de jodas. Ahora sí, la verdad: Mastantuono no se irá a Barracas Central, sino que jugará en el Barcelona para la temporada siguiente. Ampliaremos”>> Fútbol, siempre lo mismo. Y parece que el diario se desdice a sí mismo, el periodismo ha perdido todo el respeto en estos días. Ni un rastro de la noticia que a mí me incumbe. Luego buscaré en la web algo más. Padres y niños van dejando la plaza, la hora del almuerzo llegó. La paz se agradece, esta plaza es una joya oculta en los márgenes de la ciudad, donde una puede estar tranquila. Tomo mate. Cierro los ojos y gozo del sol que ilumina mi piel. Poco a poco todo ruido molesto se disipa. El silencio se apodera del entorno. En la plaza estoy yo, y el placer del verano, de la calma. En la plaza está… Una mano se posa sobre mi hombro. … él.