Colectivo Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 28 Septiembre 2020.

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  1. Threadmarks: I. Somebody turned the lights out
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Título:
    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    6
     
    Palabras:
    2998
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    Somebody turned the lights out
    The wolves are watching, damn
    This world will eat your heart out


    .
    .

    Eché a correr como una puta desquiciada, el pavimento dolía a través de las zapatillas, los pulmones quemaban y el aire frío me arrancaba el cabello del rostro. Era lo mismo, la misma mierda de la fiesta, lo supe desde el primer paso que me aplastó la planta del pie como una compresora industrial. Atravesé el callejón en una exhalación, doblé por la esquina hacia el parque, había dos gorilas esperándome. Me frené de inmediato y viré en ciento ochenta, los gritos y la adrenalina me mordían los talones. Corrí una, dos calles, me metí en una callejuela y me interceptaron por la derecha. El cemento áspero me arrancó un grito de dolor y frustración, sentir todo el peso de ese infeliz encima mío casi me hizo vomitar. Resollé con fuerza y no pude resistirme en cuanto llegaron los demás y me obligaron a descomprimir los puños. Oí sus risas estúpidas y el sonido de las bolsitas mientras las inspeccionaban.

    Hijos de puta.

    .

    .

    Estaba fumando más que de costumbre. Le di una calada profunda al porro, chequeando los alrededores con ojo de águila. Iba sentada sobre una caja de fusibles recubierta con cemento y el único sonido en metros a la redonda era el de mi talón golpeteando la tapa metálica a un ritmo ansioso. Liberé el humo con cierto apuro, otra pitada. Pestañeé entre la nube blanquecina y me rasqué las raíces del cabello por sobre la capucha. Bufé.

    El cabrón se estaba tardando.

    Apareció unos ¿dos minutos? después, por fin. Iba todo de negro, parecía un ninja o un auténtico ángel de la muerte, quién sabe. Se camuflaba entre las sombras de la noche y la decadencia urbana con una facilidad irrisoria, pero ¿qué diferencia había conmigo, que estaba ahí por voluntad propia?

    —Casi te mando un Uber a tu casa —le solté cuando estuvo lo suficientemente cerca para oírme. Otra pitada.

    —Ya. Tuve que encargarme de un imprevisto.

    Lo vi rebuscar en sus bolsillos y extraer el atado de cigarrillos junto al mechero de siempre. La llama iluminó sus facciones con dureza y mis labios se curvaron envueltos en una diversión extraña, casi retorcida. Igual y estábamos en la mierda, mejor hacerlo con humor, ¿no?

    —¿Nervioso, Al?

    —¿Nerviosa, An?

    Me arrancó una risa breve y le eché un vistazo a mi porro; se había apagado. Chasqueé la lengua y lo jalé de la chaqueta, llevándome el cigarro a los labios. No se lo tuve que pedir, él simplemente echó hacia atrás la tapa del mechero, lo accionó y me observó mientras inhalaba con fuerza. El aroma de su colonia viajó hasta mi nariz y se mezcló entre las nubes de humo. Exhalé lentamente.

    Estaba cerca.

    —En diez nos movemos —informé, revisando la hora en mi móvil antes de regresarlo a su bolsillo.

    —¿Quién te consiguió el contacto? —inquirió, apoyándose sobre la caja de fusibles que yo usaba de asiento; estábamos más o menos a la misma altura—. ¿Ishikawa?

    —Algo así.

    Sentí sus ojos sobre mí.

    —Tomaré eso como un no.

    Volví a reírme, lo vi de reojo mientras me cargaba los pulmones de mierda.

    —No lo entendería, ¿sabes? Es demasiado blando con ciertas cosas. Si se enteraba iba a ser un grano en el culo. Como sea, confío que los chicos no abrirán la boca.

    Gracioso, realmente él tampoco iba a entenderlo si le decía la verdad. Es decir, no me lo veía aceptando con mucha liviandad la idea de que hubiera acudido al jodido imbécil de Gotho para conseguir el contacto. Pensé que era un manotazo de ahogado pero al final había resultado en lo que canta un gallo; se ve que su punto débil por Kohaku era aún peor de lo que creía.

    Pobre idiota, enredándose así en las telarañas del cabrón que escondía todo detrás de sonrisas pero ya no sabía cómo sentir.

    La risa que vibró en el pecho de Altan me hizo volver la vista hacia él, con el ceño ligeramente fruncido. Me devolvió la mirada y presionó un dedo justo sobre el puente de mi nariz, masajeando la zona.

    —Pensé que no te iba la violencia, princesa.

    —No, no me gusta.

    —¿Qué hago aquí, entonces?

    —¿Me ves cara de suicida o de estúpida? —bramé, más áspera de lo que había querido; resoplé al notarlo, suavizando mi voz—. Sabía que si te decía ibas a venir conmigo.

    Lo sabía, ¿no? Aunque nunca me detuviera a pensar en ello, aunque lo diera por sentado como si hubiera estado siempre ahí. Me la había dado a voluntad, ¿verdad?

    La correa.

    —Es decir —agregué, junto a una risa floja—, que igual si te negabas iba a venir de todos modos.

    Altan meneó la cabeza al oírme y despegó la espalda de la caja de fusibles, recorriendo los alrededores con el mismo ojo de águila que yo. Como si le pidiera de lanzarnos a la puta boca del lobo, no iba a negarse y yo lo sabía.

    —Luego dices que no eres suicida o estúpida.

    Y me estaba aprovechando de ello.

    Sonreí, repentinamente suave, y estiré los brazos para atraerlo hacia mí. Su espalda alcanzó mi pecho y apoyé la barbilla en su hombro.

    —Tranquilo, te daré muchos cupones en recompensa~

    Soltó una risa floja, algo ronca, que me envió un escalofrío por la columna. Él se quedó allí, con la mano libre en el bolsillo, y se llevó el cigarrillo a los labios. Su cercanía era cálida y reconfortante, incluso allí, bajo el más frío y vacío de los cielos nocturnos.

    —Mínimo veinte —negoció.

    —¿Algún color de preferencia~?

    Buscó mi mirada apenas de soslayo y lo vi curvar los labios en una de sus sonrisas cargadas de diversión y prepotencia.

    —Ya sabes cuáles son mis favoritos.

    —Ah, hablando de eso —murmuré, presionando las palmas sobre su torso—. ¿Debería cobrarte uno ahora~?

    Puede que jugar así con él fuera mi manera de cobrarme una pequeña venganza. Por estar enamorado de Jez, pero hacer el imbécil con Konoe, pero seguir lanzándome esas señales dispares; como si no fuéramos más que piezas en su tablero de ajedrez.

    Eh, no aspiraba a ser la reina, pero al menos algo más digno que un peón~

    —¿Mhm? No los traje —resolvió; ahí estaba, la suavidad casi felina en su voz.

    Él, después de todo, no era mi rey.

    —Ah, pero qué conveniente, Al~

    Ni de coña.

    —¿Crees que salgo a la calle con los jodidos cupones como si fueran el móvil?

    Me sonreí, dejando escapar una risilla divertida.

    —Deberías, oye, ¡son un bien muy preciado! El mejor lugar para cuidar las cosas es encima nuestro, como hizo la perra de Dolores Umbridge con el horrocrux de…

    —Eh, ¿ese es nuestro tipo?

    Afilé mi vista al frente, Altan había detectado movimiento y todos mis sentidos se agudizaron en medio segundo. Lo vi, la silueta oscura desapareciendo por la entrada del callejón que me habían indicado en un mensaje de texto.

    —¡Muy bien hecho, gatito!

    Rodeé el cuello de Sonnen en un apretón cariñoso y finalmente lo dejé ir, saltando de la caja para sacudirme un poco la ropa y chequear la hora. Qué puntuales eran estos cabrones. Aplasté la colilla contra el concreto, la lancé dentro de un cesto y empecé a caminar sin más; los pasos amortiguados a mis espaldas me confirmaron que Altan me seguía a una corta distancia, probablemente escudriñando los alrededores como un puto guardaespaldas.

    O un perro guardián.

    Al doblar en la esquina del callejón me cercioré de no detectar ningún tercero a simple vista antes de internarme dentro. El tipo me esperaba con la espalda contra la pared, prácticamente encorvado sobre sí. Entre los vaqueros amplios, la sudadera con aquella capucha enorme y el tapabocas apenas lograba sacarle alguna característica distintiva.

    —¿Fujiwara? —preguntó al identificarme, se lo oía sereno y compuesto… hasta que vio a Altan—. Eh, ibas a venir sola.

    Seguía usando el apellido de Kakeru, a pesar de todo lo que había pasado y, obviamente, sin su consentimiento. La verdad, podían cegarme bastante mis metas.

    —Nunca dije eso —repliqué, seria, deteniéndome frente a él. Lo apremié con un movimiento de cabeza—. Vamos, tengo poco tiempo.

    Dudó, dudó un huevo y sus ojos no paraban de lanzarse con una precaución ridícula hacia la figura detrás de mí. Podía imaginarlo, erigido en toda su altura, envuelto en la oscuridad del callejón; seguro hasta sonreía el cabrón. Como para no cagar en las patas a un pobre dealer menudo y desgarbado que, con suerte, rozaría el metro setenta. Le faltaba pasta.

    ¿En serio este mondadientes le vendía a los lobos?

    No tenía su nombre, no tenía nada, sólo los emojis con los que los amigos de Gotho me pasaron el contacto: panda, trébol, dólares. Le lancé una mirada a Altan por sobre el hombro, y creo que tuvo la suficiente intensidad para que, sea lo que fuera que estuviera haciendo, lo dejara estar. No necesitaba al puto imbécil nervioso como para tener diarrea.

    —Eh, Panda —solté, buscando descomprimir un poco, mientras el susodicho esculcaba sus bolsillos—. Me la vendieron muy bien a esta, más te vale preceder tu reputación.

    Me pareció oírlo reír por la nariz pero no tenía forma de estar segura, al menos se veía un poco más relajado.

    —Claro que sí —concedió, socarrón—. Lo mejor para el Krait.

    Ah, qué pereza corregirlo. Le sonreí y lo dejé estar, sacando un fajo de billetes de mi bolsillo en cuanto me indicó que ya podíamos hacer el intercambio. Alcé una mano y Altan se acercó para agarrar la mercadería. Bajé la vista al dinero, lo empecé a contar con dedos veloces. El sonido de los papeles llenó el silencio del callejón durante mil, dos mil, tres mil yenes, antes del primer puñetazo.

    Mi sonrisa desapareció.

    Alcé la mirada poco a poco, devolviendo el dinero a mi bolsillo, mientras Altan se encargaba de inmovilizarlo luego de haberlo dejado totalmente estúpido. Le había apuntado directo en el rostro con una precisión aterradora, el ojo derecho le lagrimeaba y la capucha se le había caído. Suspiré.

    —Tenías que dejarme hablar primero —cuestioné; no sonaba enojada ni nerviosa, sólo ligeramente hastiada.

    Altan chasqueó la lengua mientras absorbía sin mucho esfuerzo los intentos del chico por zafarse.

    —Le viste la cara, Anna, conmigo ahí no iba a abrir la boca. La mínima de cambio que oliera algo raro se iba a ir a la mierda.

    Volví a suspirar. Bueno, puede que tuviera razón pero por el momento no era lo importante. Bajé la mirada hasta el chico, en impenetrable seriedad.

    —Lo siento, Panda, sé que esto apesta. Sólo necesito que me respondas un par de preguntas y te dejaremos en paz.

    —¿Qué mierda? —farfulló, se tropezaba con su propia saliva—. ¿Qué mierda tiene el Krait en la cabeza?

    —No vengo de parte del Krait, hace rato no sé nada de él —admití, y me acerqué para correrle el tapabocas y sostener su rostro firmemente con una mano; tenía el labio partido y la sangre patinó debajo de mis dedos—. Dime una cosa, Panda.

    ¿An-chan? Anna, ¿qué ocurre? ¿Qué te pasa?

    ¿Dónde estás, Ko?

    Yendo a la tienda, ¿por qué?

    Ven aquí, Ko. Vuelve a la escuela, por favor.

    Anna, ¿qué pasa?

    No puedo salir sola. Por favor.

    ¿Estás bien? ¿Qué ocurrió?

    —¿Dónde les vendes a los de Shibuya?

    Los lobos están aquí, Ko.

    Los lobos llegaron al Sakura.

    Un relámpago de miedo atravesó los ojos de aquel pobre infeliz e intentó huir otra vez. Altan le comprimió aún más los brazos tras la espalda, arrancándole un grito de dolor. Chasqueé la lengua.

    —Dinos dónde les vendes y te dejamos ir, Panda —masculló Sonnen, cerca de su oído—. Vamos, colabora.

    —¿De qué mierda te sirve saber eso?

    —¿Te piensas que eso es asunto tuyo? —repliqué, fastidiada—. Vamos, Panda, abre la puta boca, ¿o crees que esta bestia te tendrá compasión?

    La sonrisa que revoloteó en los labios de Altan al oír cómo le había llamado tuvo la intención suficiente para lanzarme un escalofrío a la columna. Sí, sabía dónde me había metido, pero a veces sencillamente se me olvidaba y… vaya. Ni en ese momento podía temerle, juzgarlo o sentir rechazo.

    Estaba totalmente cagada.

    El silencio del dealer sólo cavaba más y más su tumba, y Sonnen estaba que se moría de ganas por apresurar el trámite. Había clavado sus ciénagas sobre mí con una insistencia casi agobiante, fingí ignorarlo el tiempo que me resultó razonable… pero fue insostenible. Suspiré, molesta, y asentí.

    Otro grito de dolor.

    —¿Te queda claro ya? Hacerte el imbécil no te servirá de nada —mascullé, cerca de su rostro. Estaba sudando como un hijo de puta—. No vas a quedar pegado, Panda.

    —¿Qué mierda dices, perra? —replicó, la voz le temblaba en una mezcla de miedo y cólera—. ¿Quiénes te piensas que saben dónde les vendo? ¿Eh? ¡Ellos y yo, idiota! ¡Ellos! ¡Y yo!

    Me obligué a contener la sonrisa y fruncí aún más el ceño, fingiendo estar contrariada. Había pisado el palito.

    —Bien, entonces sólo dinos dónde mierda suelen quedar y ya. Eso no tiene nada que ver contigo, ¿eh, Panda?

    Pff, fue tan fácil. Apenas vio la oportunidad de no quedar pegado se lanzó a por ella como una mosca a la luz. Nadie en ese mundo asqueroso era de fiar.

    Ebisu Yokocho.

    Viernes y sábados, después de las diez.

    —Venga, felicitaciones, campeón —murmuró Altan, sedoso como un gato jugando con su presa—. ¿A que no era tan difícil?

    —Ya suéltalo, Al.

    Pero tenía sus propios planes. De un movimiento rápido lo giró sobre sí y lo estampó contra la pared, sujetándolo de la ropa. El muchacho gimió y podría jurar que, si aún no se había meado encima, estaba a punto de hacerlo. Mi cuerpo se tensó, dispuesto a detenerlo pero ¿qué sentido tenía? Permanecí estática en mi lugar, observando lo que hacía. Altan le echó su aliento encima, tenía las fauces abiertas.

    Su voz fue una amenaza baja, grave y pausada.

    —Dices una sola palabra, abres la boca con cualquier imbécil sobre lo que pasó aquí, lo que viste o escuchaste, y créeme que lo lamentarás. ¿Me oyes, Pandita?

    Todo ocurrió muy rápido. Me distraje, debería haber echado un vistazo alrededor mientras Altan se encargaba del dealer en vez de pretender vigilarlo, como si fuera a comérselo de un bocado o algo así. Los reflectores nos bañaron con una luz cegadora y fui capaz de asimilar la situación con una velocidad que sólo varios años en la calle lograría otorgarme.

    —¡Policía! ¡Deténganse!

    No lo dudé, metí la mano en el bolsillo derecho de Altan y eché a correr. Eché a correr como una puta desquiciada, el pavimento dolía a través de las zapatillas, los pulmones quemaban y el aire frío me arrancaba el cabello del rostro. Era lo mismo, la misma mierda de la fiesta, lo supe desde el primer paso que me aplastó la planta del pie como una compresora industrial. Atravesé el callejón en una exhalación, doblé por la esquina hacia el parque, había dos gorilas esperándome. Me frené de inmediato y viré en ciento ochenta, los gritos y la adrenalina me mordían los talones. Corrí una, dos calles, me metí en una callejuela y me interceptaron por la derecha. El cemento áspero me arrancó un grito de dolor y frustración, sentir todo el peso de ese infeliz encima mío casi me hizo vomitar. Resollé con fuerza y no pude resistirme en cuanto llegaron los demás y me obligaron a descomprimir los puños. Oí sus risas estúpidas y el sonido de las bolsitas mientras las inspeccionaban.

    Hijos de puta.

    —Bueno, señorita, va a tener que acompañarnos a la estación.

    Me obligaron a incorporarme y apreté los dientes, las rodillas me dolían como la mierda y toda la mejilla me ardía. No me resistí, sólo navegué el espacio en busca de Altan.

    —¿Y los otros? —mascullé, similar a un animal enjaulado.

    Uno de los gorilas me vio con desdén.

    —Uno se escapó como una puta rata, el otro allá está.

    Suspiré. No importaba, la que tenía la jodida hierba encima era yo. A lo sumo le harían un par de preguntas y lo largarían en un par de horas.

    Anna, ¿verdad? Tú eras la perra de Kakeru, ¿eh? Ah, qué desperdicio~

    No importaba, porque no planeaba arrastrarlo a mis mierdas y de por sí ya demasiado me había ayudado.

    Joder, hueles tan bien.

    No importaba, no me importaba nada.

    Ah, puede que no me recuerdes. Soy Tomoya, linda.

    Además, ya tenía la información que había estado buscando.

    Un placer.
     
    Última edición: 8 Octubre 2020
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  2.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Sale rant desde el móvil once again porque chingue su madre mi espalda de 80 años

    No logro poner en palabras lo mucho que amé esta mierda que parece un delirio de fiebre y FUCK. Mi guilty pleasure es Al siendo partner in crime de medio mundo, pero sobre todo de Anna bc this shady fucked up bitches son una maravilla. They are here to hate, to rage, to kill

    No espera esa no *patea bajo la alfombra el fact de que Al le partió el brazo a Tomoya*

    Voy con las QUOTES, que me quoteé medio fic pero mira I regret nothing

    Lo hemos dicho un chingo de veces ya (?) pero este hijo de puta fundido con las sombras es mi puta jam, te lo juro por mi madre.
    Siempre siempre que lo metemos en la oscuridad tengo esta imagen del pendejo siendo absorbido o cubierto como si fuese una suerte de neblina que no deja que se distinga bien su silueta, mucho menos sus intenciones, y es lo que lo vuelve super shady.
    Porque así como el imbécil puede pasarme de llorar como un crío puede estar ahí, haciéndole el trabajito sucio a Anna.
    ALSO weak af porque creo que fue en el rant de Al en el aula con Konoe? Que el wey soltó lo de que Anna también era capaz de fundirse entre sombras, que el hijo de perra se dio cuenta en el momento en que reconoció a Hiro y soltó el apodo del niño, y luego ya la vio en la fiesta como tal. No sabía el tea pero wey de lo olía a kilómetros y AQUÍ ESTÁ LA NIÑA EN LAS SOMBRAS AND I'M DEAD

    Hermoso ajejsbd
    La pregunta del pendejo de qué hace él ahí entonces JAJAJAJAJ porque pls es tan obvio, no le dice que vaya just for the funz. Si es que ya se lo dijo, solo sirve para darse de hostias y poco más.

    Also Anna, wey yo también querría este guardaespaldas

    Digo qué
    I'm just weak por Annita siendo consciente de esto

    Hijo de su pinche madre, o sea yo. No puedes tener piedad por idk las bragas que tiras al piso o algo????

    Qué chale igual me lleva la chingada con Annita, BITCH YA TÚ SABES POR CUÁLES EL NIÑO ES SUPER WEAK NO TE HAGAS LA BOLUDA

    Just CHALE

    Encima aquí está lo del tablero y aixbwjajdh ya te chillé un huevo en whats y se te fue la olla y aaaas

    Y seguimos *gritos de perra loca*

    Siempre weak nunca inweak por la imagen de Al como perro guardián.

    20/10
    That's all

    Estos dos momentos wey, idk los amé un huevo. La imagen mental que me hice fue una joya y me muero de fangirleo aquí

    Jujuju el tea

    Te juro que vi tan clara esa sonrisa que se le paseó por la boca a Al que DAMN. Y es que, de nuevo, con todo una parte de sí disfruta toda la mierda esta de una manera asquerosa.
    Ya sabes, his crush with THE POWER, un poder agresivo, dictatorial, violento. No le interesa tanto ejercer el poder como tal, sino provocar sumisión a través del miedo, al menos en estos rollos que se mete en la calle y que Anna se aviente y le diga bestia, sis el hijo de la grandisima puta está en su salsa. He just goes full:
    tumblr_5728c8bb1d0692b6b781eaa2d7737e88_1972dfd3_640.gif

    Esto refuerza mi punto de arriba. Full lethal, thirsty for blood wolf mode.

    And girl I'm here for it.

    Para cerrar es que *screams* me veo al jodido dejándose hacer cuando lo agarran, sabes? Con todo y lo que lo caga sentirse dominado, limitado, pero cuando ve que Anna le mete la mano en el bolsillo y echa a correr, pues sabe que la van a terminar agarrando también xd y no piensa dejarla sola. He's not that bitch y ella lo sabe, aunque el pendejo esté con su cacao mental, no la va a dejar ahí a su suerte nomás.

    Also creo que la única parte que me metió distress (porque el resto lo disfruté de forma insana) fue la conversación de Anna y Ko, que la niña le pide que se regrese, y el final con las líneas de Tomoya.
    I just felt my own lethal mode raising. Alguien me explica por qué vergas vivo tan emputada??? Por qué mi primera reacción es emputarme JAJAJAJAJ de hecho mi distress es siempre rage en un primer momento y acabo de darme cuenta acá (???) porque sentí la rage bien heavy al saber que la niña no puede ni tener paz en la escuela, luego puto Tomoya hijo de su madre, y yo que me lo quiero cargar todo como mi hijo istg. Le parto el brazo también, bueno no puedo, le aviento la navaja con todo gusto porque PUTA MADRE *tira la mesa y le prende fuego*

    Anyway, insisto en que me gustó demasiado esta wea y sigo living y omg gracias por esta joya babe <3

    Si hay typos es por eso de escribir del celular (?)
     
    • Fangirl Fangirl x 1
  3. Threadmarks: II. We've become echoes, but echoes are fading away
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
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    Drama
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    6
     
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    3614
    We're all afraid of pain.jpg



    We've become echoes, but echoes are fading away
    So let's dance like two shadows, burning out a glory day
    Devil's on your shoulder, strangers in your head


    .
    .

    Siendo francos, estaba bastante cagada en las patas. Esos gorilas eran repulsivos, se rieron de toda la situación, uno se guardó un poco de la hierba mientras alardeaba con los demás. Me echaron contra la pared del callejón y me palparon aunque fueran puros hombres. Realmente fue solo eso pero el estómago se me revolvió hasta lanzarme la bilis a la garganta. Resolvieron que no llevaba nada más que la marihuana y me dieron un empujón para que caminara hasta el móvil que había estacionado en la calle. Empezaron a bromear sobre si esposarme o no; al final no lo hicieron, pero ¿hacía diferencia? En definitiva la decisión recayó sobre su estado de ánimo, nada más. Empujaron mi cabeza dentro del coche y me doblé en dos, tragándome las lágrimas. Recordaba las luces de la patrulla azules y rojas, pero yo sólo las vi grises.

    Se cagaron en todos mis derechos.

    Me ignoraron durante todo el camino y honestamente lo agradecí. No sabía nada de Altan y no encontré voz para preguntar. De un segundo al otro, toda la furia se extinguió y volví a sentirme aquella niña sola y asustada que los chicos encontraron en la cancha de baloncesto, que Kakeru acogió como a un cachorro callejero. Esa niña que había olvidado muchas cosas, que deformó la gratitud en deuda y se rodeó de lobos a voluntad; tenía que sobrevivir, tenía que hacerlo de alguna forma y desarrollé mi propio veneno. Era ácido, corrosivo y quemaba.

    Lo derretí todo.

    Estaba cagada en las patas pero seguía siendo una estúpida orgullosa enterrada hasta el cuello en sus propias decisiones, y me puse la cara de perro cuando el coche se detuvo. Me hicieron entrar y, no lo sé, me dejaron por ahí en algún pasillo. No se preocuparon por apostar algún guardia o algo. Sólo era una estúpida niñita con algo de hierba encima, ¿no? Ninguno de esos gorilas me tomaría en serio o me consideraría una amenaza. Sin importar lo que hiciera, nadie me consideraría nunca una amenaza.

    Pero para mí, la maldita mitad del mundo lo era.

    Me frustraba a niveles asquerosos, la sangre me hervía en las venas y me llenaba del veneno suficiente para patearme los órganos. No podía retener la comida en mi estómago ni el aire en mis pulmones, y cuando era incapaz de probar bocado o respirar lo veía con una claridad agobiante. Era mi peor enemiga.

    Me frustraba, me frustraba y me seguiría frustrando, empujándome hacia un abismo oscuro que ciertamente no debería querer alcanzar, pero me frustraba y, peor que eso, me cegaba.

    Sorbí la nariz, echando la cabeza contra la pared. Me había lanzado sobre una silla fija con la suficiente prepotencia para fingir que nada de eso me afectaba, que quizás estaba algo hastiada y nada más. Era mi jodida armadura.

    El tiempo pasaba, y pasaba, y pasaba. Tenía el estómago retorcido sobre sí mismo y cada minuto se sentía como una puta hora. Algunos oficiales iban y venían, detallé la escayola vieja del techo, los tubos fluorescentes llenos de bichos muertos, las baldosas con las uniones ennegrecidas. Todo allí se veía opresivo y moribundo, y no encontraba la voz para formular las preguntas que me comprimían la garganta. La había cagado, probablemente como nunca y lo sabía. El problema era lo que no sabía.

    ¿Qué mierda había pasado con Altan?

    ¿Y cómo se suponía ahora que hablara con mi vieja?

    Apareció un imbécil, tenía cara de poker y me dijo que podía hacer una llamada mientras averiguaban mi identidad. Me escoltó hasta los teléfonos por puro protocolo, realmente no me estaba prestando atención. Podría haberme dado la vuelta, pateado sus huevos y echado a correr. Lo sabía, mierda, sabía que podía hacerlo. Podía hacerlo, tenía la agilidad y la fuerza. Podía ser una puta amenaza para ellos, pero era una imbécil y una cobarde.

    Estaba tan ciega en ese momento, siquiera fui capaz de ver que mis decisiones eran, de hecho, las correctas.

    No tenía el móvil encima, me habían sacado todo y me odié, me odié un huevo por sólo tener memorizados dos números: el mío propio y el de Kakeru.

    Ya era tarde, algo así de medianoche la última vez que chequeé, así que agradecí internamente que atendiera. Se oía una capa de música al fondo, bastante intensa, caótica, electrónica.

    —¿Hola?

    —Soy yo —solté sin más, bastante tosca—. ¿Puedes hablar?

    —¿Anna? —Realmente no recordaba haber percibido tanta confusión en su voz alguna vez, pero me reconoció de inmediato y… mierda—. Sí, claro. Dame un segundo.

    Ahí estaba, acudiendo al imbécil que le había cagado la vida porque a pesar de todo, de los meses que habían pasado y de la distancia que habíamos tomado, de las personas que había conocido y los lugares donde había ocupado mi cabeza, su número seguía memorizado en primera fila. Como una puta prioridad.

    —Ya —dijo tras unos segundos, había podido escuchar cómo se alejaba para hablar con tranquilidad—, ahora sí.

    —¿Cómo va?

    ¿Qué intentaba? ¿Entablar conversación casual? Estaba tan putamente nerviosa por toda la situación que, mierda, el cerebro no me funcionaba bien. Encima había fumado un montón de hierba. Cerré los ojos un segundo después de abrir la boca y dejé caer la frente en mi antebrazo, apoyado sobre la pared.

    —Oye —me apresuré en agregar—, no quería molestarte pero… puede que necesite ayuda.

    Podría haber visto de sortear otras opciones, ¿no? Pedir para ver los números de mi móvil, lo que fuera. Al final sólo era una estúpida conformista, una niña que pretendía meter miedo pero estaba sola en una comisaría, demasiado asustada como para dirigirle la palabra a cualquier gorila. No lograba sostenerles la mirada, no los almacenaba en mi retina y entonces mi mente los deformaba. Los oscurecía, los tornaba difusos, les ponía colmillos y ojos rojos.

    Lobos.

    —¿Qué ocurrió? ¿Dónde estás?

    Su voz sonó conciliadora y me arrojó una descarga de alivio por el cuerpo. Apreté los labios, tragándome las ganas de llorar.

    Por Dios, no quería molestarlo.

    —En una comisaría, aquí, en Shinjuku.

    —Anna, ¿pero qué-?

    —Me mandé una cagada, Kakeru —lo corté, contundente—. La cagué y mis viejos no están en la ciudad.

    Había cumplido dieciocho hacía algo de dos semanas, ¿verdad? Recordaba su cumpleaños, como recordaba su número de teléfono, el color de su voz, su estatura, dónde vivía. Su alergia al polvo, su cerveza favorita, las canciones que siempre sacaba puntuación perfecta y los chicles que odiaba porque no conservaban nada el sabor.

    —¿Qué pasó? ¿Estás bien, An?

    An.

    Solté el aire de golpe, rascándome las raíces del cabello. Tenía la coleta hecha un desastre y me arranqué la liga de un tirón; arrugué el rostro al sentir cómo algunas hebras se fueron con ella.

    —Sí, estoy bien. —Bueno, omitiendo las rodillas llenas de moretones y la mejilla ensangrentada—. Sólo me agarraron en mal momento. Oye, ¿podrías…?

    ¿Podrías venir por mí?

    Dudé, y dudé, y dudé, y al final me acobardé.

    —¿Podrías marcarle a Rei o alguno de los chicos, pedirles que me busquen si están libres? Lamento haberte llamado tan tarde, es que no me atendían.

    Mentira.

    Joder, no quería molestar a nadie. Qué puta mierda.

    —¿En qué comisaría estás?

    Volví a apretar los labios y cerré los ojos, organizando la información en mi cabeza para hacer memoria de la fachada del edificio. Le solté la dirección al lograr recordar y aguardé como una estúpida, aguardé a que tomara su decisión.

    —Vale —definió casi al instante—, en un rato estoy allá y, ¿Anna?

    Dios, gracias.

    —¿Hmm?

    Joder, no lo merezco pero gracias.

    —Nadie puede ponerte una mano encima, ¿me oyes? Ni encerrarte con otros detenidos, mucho menos hombres. No lo olvides.

    Sus consejos se sucedieron a tropel y cortó sin mayores complicaciones. Sostuve el tubo del teléfono un par de segundos más, en absoluto silencio, mientras el tono monótono palpitaba directo en mi oreja. Los dedos me temblaron apenas al colgarlo.

    De ahí me llevaron a recabar datos, me sentaron en una silla de gomaespuma frente a uno de muchos escritorios, y no pude evitar pasear la mirada por la oficina entera en busca de Altan. Nada. La ansiedad seguía acumulándose.

    Me retuvieron algo de media hora, vomité información entre algunos titubeos y para cuando me devolvieron al pasillo ya me había arrancado más de seis pellejos. No llevé la cuenta, pero seis eran los dedos enrojecidos, adoloridos o directamente ensangrentados. Me observé las manos sin la menor emoción impresa en mi rostro, lo sabía. Podía sentirlo por debajo de la ansiedad.

    El cansancio.

    El hartazgo.

    La apatía.

    Tick, tack.

    Tick, tack.

    Tick, tack.

    No era un reloj, era una puta bomba.

    ¿Qué eran? ¿Las dos de la madrugada? Creí haber empezado a calmarme cuando escuché una puerta a mi izquierda y, por alguna razón, me giré de inmediato. Abrí los ojos en redondo. Ahí estaba, la cabellera azabache alejándose hacia el otro lado. Iba acompañado de dos gorilas, lo escoltaban como un puto criminal o el alcalde de la ciudad, en su defecto.

    —¿Al? —murmuré, incorporándome, y las rodillas cedieron apenas; también lo hizo mi voz—. ¡Al!

    Creí haber empezado a calmarme, pero el huracán se reinició en una fracción de segundo y fue asfixiante. El miedo, el alivio, la ansiedad y la furia me golpearon como un puto tsunami y tuve tantas, tantas ganas de correr a sus brazos y echarme a llorar.

    Y eso hice.

    O al menos lo intenté, porque a mitad de camino apareció un jodido gorila por detrás y me jaló de regreso como la base de un resorte. Los hombros me lanzaron una punzada de dolor e intenté zafarme pero era una niña, una estúpida niña sin fuerza, ni voz, ni poder. Todas las heridas inertes, de cierta forma, me latieron de golpe. Las rodillas magulladas, los rasguños y cortes de la mejilla, los pellejos arrancados. Fue como reiniciar todos los sistemas y me aplastó, me aplastó con una intensidad demasiado cruel.

    —¡Suéltame! —le chillé al policía, al borde de las lágrimas, mi cabello de carbón líquido se sacudía en direcciones anárquicas—. ¡Ya suéltame, hijo de-!

    —¡Anna!

    Me congelé de forma casi literal. Todos mis músculos se agarrotaron en medio segundo y el cerebro me arrojó a los recuerdos de los casilleros. El perro-lobo de Shibuya, Kurosawa fuera de sí, mi propio incendio y la voz de Altan, colándose como un vendaval a través de mi ceguera, el dolor, el miedo y todo lo demás. Me congelé y me giré hacia él en cámara lenta.

    Dios.

    —Anna, cálmate —sentenció, no sabía si recordaba haberlo visto tan serio alguna vez—. ¿Qué pretendes conseguir así?

    Me permití observarlo con detenimiento por primera vez. Estaba entero, no poseía heridas visibles y, joder, eso me alivió tanto. Tragué grueso, me daba una vergüenza horrible echarme a llorar ahí, en medio del pasillo. Tenía que aguantar un poco más, ¿verdad? El gorila me soltó con movimientos suaves, precavidos, y yo me mantuve inmóvil. Sólo asentí.

    Pude jurar que el intento de una sonrisa revoloteó en sus labios.

    —Aguanta un poco más —dijo, como si hubiera leído mis pensamientos—. Te sacaré de aquí.

    Te sacaré de aquí.

    ¿Qué?

    No esperó una respuesta, se giró y siguió el camino que había comenzado antes de mi arrebato. ¿Cómo planeaba sacarme de todo este desastre? Joder, me sentí tan inmadura y podría jurar que el color me subió al rostro, en medio de toda esa puta situación. Bajé la vista a mis zapatillas, estaban algo maltrechas y se tornaron borrosas sin demoras. Tenía… tenía que cambiarle los cordones, ¿verdad? Quizá morados, puede que verdes.

    Aunque qué sabía yo de colores.

    Un par de lágrimas cayeron sobre ellas. Eran de miedo, alivio, cansancio, tristeza. Eran de todo lo que me había golpeado en el preciso instante que pude volver a verlo.

    No era más que una niña.

    Kakeru había tenido razón, no podían encerrarme con otros detenidos y aparentemente no tenían celdas libres. No les hizo falta, de cualquier forma, la comisaría entera se sentía como una jaula. La ansiedad siguió presionándome la garganta hasta que, algo de media hora después, por fin apareció. Cruzó la misma puerta que había atravesado Altan, pero viró de inmediato hacia donde yo estaba. Un oficial se quedó observando la situación a una distancia prudencial.

    Se sentó junto a mí y apretó los labios al echarme un vistazo general. Encontré mi reflejo en sus ojos oscuros y me acarició el cabello, puede que por mero impulso, puede que llevara queriendo hacerlo desde que lo llamé o mucho antes. Quién sabe.

    —¿Cansada? —susurró.

    Me encogí de hombros, desviando la mirada. Era pesado.

    —No es como si tuviera sueño —resolví—, me pasas un fósforo y prende.

    Me sentía una auténtica carga, una puta molestia. No merecía que él estuviera allí.

    —Me imagino —soltó, junto a una risa suave, y algo parecido a la culpa se me clavó en el pecho—. No le deseo a nadie una noche en la comisaría.

    —Una mierda, ¿eh?

    —Bautismo de fuego, An-chan. Iba a tocarte si seguías jugando con encendedores.

    Bufé, rodando los ojos, y él volvió a reír. ¿Por qué… todo era como antes? ¿Qué era esa liviandad? ¿Por qué no lograba encontrar ni la menor pizca de resentimiento en su rostro? ¿Por qué me hacía sentir que toda la mierda me la traía yo misma encima?

    Bueno, ya sabía la respuesta a eso.

    —Eh, touché. —Me permití sonreír con cierto desgano; mi cuerpo se iba aflojando de a poco—. No tuve cuidado.

    —¿Consumo?

    —Posesión.

    —No me digas, ¿Ishikawa?

    Se lo veía confundido y no lo culpaba, realmente. Ko siempre había sido mi proveedor.

    —No, no. —Me rasqué apenas la nariz—. Otro. No sé quién nos chivó.

    Esa era, de hecho, otra de mis preocupaciones. ¿De dónde habían salido los gorilas? ¿Cómo me habían agarrado con el proveedor de los lobos de Shibuya, de entre toda la gente?

    Esto podía cagarme todos los planes.

    —Es bastante arriesgado quedar con quienes no conoces de nada, Anna.

    Arrugué el ceño como una niña siendo regañada aunque, bueno, era más o menos eso. Solté el aire de golpe.

    —Unos amigos me consiguieron el contacto, como sea. —Lo miré—. ¿Y ahora qué?

    Una sonrisa suave estiró sus labios.

    —Ahora te saco de aquí, enana.

    Te sacaré de aquí.

    —Ya sabes —prosiguió—, las ventajas de ser hermano del Krait. Aunque no saldrás fácil de esta, Anna-chan. Probablemente te llamen a declarar y mierdas así, ¿sabes? Quizá y te salvas por ser menor, además del historial limpio, pero…

    Suspiró con pesadez, paseando la mirada por el pasillo, y agregó en voz baja:

    —Últimamente andan bastante insoportables con esto.

    Joder, de repente lo comprendí. Lo comprendí como una jodida bofetada. El historial limpio. No eran sólo las apariencias o mi resistencia, tenía la pasta para moverme en el mundo de sombras y Kakeru lo sabía. Lo que siempre había querido proteger era eso, ¿verdad? Había movido cielo y tierra, había hecho malabares para evitar arrastrar mi futuro al pozo. Algunos ya estaban condenados, pero él se había encargado de proteger mis posibilidades. Mi libertad de elección.

    Dios.

    —Me las arreglaré —resolví, logrando ocultar mis emociones debajo de la máscara que casi siempre había usado con él; era injusto, lo sabía—. Gracias por venir.

    Volvió a sonreírme, incorporándose, y me extendió la mano. Mi cuerpo se movió sin permiso y acabé por aceptarla, pese a arrepentirme de inmediato. Estaba hecha un desastre, sólo quería echarme a dormir o, no lo sé, llorar hasta caer redonda.

    Estaba agotada, pero la mano de Kakeru me ayudó a levantarme.

    El policía que había estado aguardando se acercó a nosotros y nos indicó dónde recoger mis pertenencias y todas las demás mierdas burocráticas. Tuve que firmar mil papeles, Kakeru también, y decidí que lo más egoísta que podía hacer era echarle encima mi culpa, la vergüenza y todo lo demás.

    —Gracias —murmuré quedo, antes de salir—. Por venir.

    Ya se lo había dicho pero ¿qué más daba, verdad? Estaba realmente agradecida.

    No creo merecer la simpatía de nadie.

    Dios, ¿por qué siempre aparecía en mi cabeza con semejante facilidad? Como si lo hubiera invocado, su silueta fue lo primero que reconocí al cruzar las puertas de la comisaría. Estaba recostado contra una barandilla, de brazos cruzados y la cabeza gacha; el largo cabello de cuervo le cubría el rostro. Parecía a punto de quedarse dormido, parado y todo. Se me escapó una sonrisa floja y me deslicé a su lado.

    —Si sigues así vas a besar el suelo.

    Se espabiló medio de golpe y logró enfocarme en menos tiempo del que había estimado. ¿Qué serían? ¿Como las tres de la madrugada? Lo vi suspirar y rascarse la nuca.

    —No había fianza —farfulló, se lo oía molesto.

    —¿Cómo dices?

    —Lo que oyes, tanuki. No había y me largaron. ¿Cómo saliste?

    —Ah, mis padres están fuera de la ciudad así que necesitaba algún mayor que me recogiera.

    Me giré mientras hablaba, en busca de Kakeru, y entonces reparé que había venido con su hermano. El Krait me sonrió desde la otra barandilla y le correspondí el saludo, algo tímida. Era una puta leyenda entre los chicos y, según recordaba, no tenía la mejor relación del mundo con Kakeru. ¿Las cosas habrían mejorado entre ellos? Mierda, esperaba que sí.

    Me haría tan feliz saberlo.

    Se acercaron hacia nosotros al buscarlos y no tuve que observar con demasiado detenimiento a Altan para saber que se había tensado. Mi mano viajó hasta su brazo sin mayor reflexión, estaba agotada y el cerebro me carburaba a media velocidad. Lo acaricié con mimo hasta que buscó mi mirada y le sonreí, suave.

    —Bueno, ¿nos vamos? Por Dios, no quiero seguir reteniéndolos aquí. Ya les invitaré una cerveza.

    El Krait soltó una risa fresca que hizo bastante ruido sobre el silencio de la noche y le dio una palmada a Kakeru en la espalda.

    —Te tomo la palabra, Hiradaira. Eh, voy a encender el coche.

    —¿Vamos? —preguntó Kakeru. Nos había visto, a mí y a Altan, pero fuera lo que fuera no se metió ni percibí cambios en su semblante—. ¿Te llevamos?

    Le había hablado a Altan. Alcé la mirada hacia él y lo encontré con la típica expresión de perro huraño.

    —Estoy bien —soltó sin más.

    Me permití una risa baja que, al parecer, sólo le hizo fruncir más el ceño, y asentí hacia Kakeru. Puede que mi mano hubiera viajado por sí sola hasta su brazo, pero cuando tuve que retirarla…

    Ah, no quería despedirme.

    No había nadie en casa, mamá había viajado a visitar a sus padres. Kakeru me dejaría en la puerta, se aseguraría que entre y entonces habría silencio. Oscuridad, frío, y ese maldito silencio. Lo sabía. Todo volvería a pesar, las heridas volverían a latir, y con suerte llegaría a mi habitación antes de ahogarme en lágrimas. Iba a tener miedo, los lobos iban a regresar para observarme desde las sombras, y no importaba cuánto me taparan las sábanas, seguiría sintiendo el sonido pausado de sus fauces abiertas.

    Esa noche, de entre todas las malditas noches, no quería estar sola.

    Pero… Dios, ya los había molestado tanto.

    —¿Tienes cómo volver a casa? —le pregunté a Altan, en tono conciliador.

    Él encontró la forma de relajar sus facciones al bajar la mirada hacia mí y sentí mi pecho desarmarse de un golpe seco. Deslizó los ojos sobre mi rostro y una leve nota de aflicción danzó en sus pozos oscuros. Asintió sin más.

    —¿Estarás bien? —murmuró.

    Entreabrí los labios, lo hice para tomar aire y, no lo sé, quizá estuve por decir algo; quizás estuve por soltarle toda la verdad en la cara. Pero no.

    —Sip~ —mentí, mentir fluía con tanta facilidad cuando era por quienes quería—. No te preocupes, Al.

    En el fondo sólo quería que leyeras a través de mis palabras.

    —Bueno, nos vemos más tarde, entonces.

    Porque soy esa maldita egoísta.

    —¡Claro! Descansa bien, te lo mereces.

    Sólo quería que me abrazaras.

    —Tú también, An.

    Porque soy esa maldita estúpida.


    Pero no.

    No pude hacértelo.

    Lo siento.
     
    Última edición: 8 Octubre 2020
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    Zireael

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    Título:
    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    6
     
    Palabras:
    3965
    Me voy a clavar un tochazo acá pero sorry not sorry JAJAJAJA no quiero dejarte sin el comment por la tontería que se me ocurrió luego.

    Pa empezar déjame decirte nomás que esto fue SAD AF. Like, no esperaba que fuese tan fucking sad pero esta niña siempre me desarma horrible, pero bien feo.
    Casi me largo a llorar alv aaaaaaa

    Voy con las quotes bc yeh *screams*

    Como siempre estas shits girl IM JUST DEAD. Porque todo el rollo del mundo sin color me pega duro, como te conté antes y bueno, es mi guilty pleasure verlo acá plasmado cada vez posible.

    I feel this like in my soul.

    Bc ya sabes, tanuki team.

    Yo fusionada con mi hijo o mi hijo fusionado conmigo, no sé, pero aquí ME LLEVÓ LA CHINGADA CON ANNA. CÓMO TE VAS A SABER SOLO EL NÚMERO DE KAKERU Y EL TUYO EH? NONONONONONONO *tira una mesa*

    ENCIMA ME AVIENTAS ESTO LUEGO Y YA, YA FUE MI SALTY ASS IS ON FIRE.

    Esta escena en general fue una maldita maravilla, te lo digo. La reacción de Anna al verlo, como ella misma recordó el momento de los casilleros, a Hiro, a Shio hecha un desastre y Al ahí, de quinta pata del gato, pero kinda salvando el día no sé yo ni cómo.

    Y LUEGO:
    VERGA MI CORASON BELU PAR FAVAR. Me morí, no te explico yo.

    Lo de la fianza lo dejó bien pinche salty, te lo digo desde ya (????)

    Este párrafo me hizo MIERDA, te juro es que no puedo con mi vida. Porque me la vi allí, cagada hasta las patas en su casa, sola y mira nonono.
    Son este tipo de momentos de esa niña que me destrozan la vida, porque me entra la rage y deseo cargarme a todos los que la dejaron así de jodida y pues ay no.

    Como siempre, una belleza de delirio ;---; lo disfruté un huevo, de verdad. Gracias por estos fics i lov them so bad.



    Comentario superado, voy con el delirio. Luego de leer esta joya que se clavó Belu como siempre, tuve la idea de querer desarrollar algunas cosas desde la perspectiva de Al, porque bueno así soy (?) pensé en hacerlo en The Alchemist, con otro The Justice x The Judgement, pero creí que calzaba muchísimo más si lo clavaba aquí, como un tercer capítulo, total que se lo dije a Belu y here we are.
    Inicialmente tuve una idea muy clara de una de las reacciones del pendejo, pero al final no salió así jsjsj.

    Sin más que decir, continuo, y les presento el primer delirio oficialmente escrito en conjunto (?)



    maybe im a sweetheart.png


    Maybe I'm a sweetheart trying to make my own scars
    Don't know how it looks like, just know how it feels like
    Scared to let it outside, scared of what I just might find


    .
    .

    Había aceptado, claro que lo había hecho, ¿cómo mierda iba a hacer otra cosa sabiendo lo que planeaba? Tenía que ser un puto imbécil para dejarla ir sola.
    En todo caso ella sabía que no iba a pasar ni en la peor de sus pesadillas, no había manera de que la dejara clavarse una cagada de esas sin un perro guardián encima.

    Era consciente de la correa.

    Y la estaba tensando.

    Y me daba igual.

    La sentía presionarme la piel del cuello, la yugular palpitando debajo, y me daba lo mismo.

    Porque de alguna forma Anna me estaba asegurando una cosa: parchar el mundo de rojo profundo.

    Lo que nos cagó fue una mezcla jodida de mi sed de violencia y la necesidad de asegurarme que el maldito Pandita no fuese a abrir la boca, porque si lo hacía iba a desmontarle la quijada contra el pavimento así tuviera que buscarlo en el mismísimo Infierno. Por eso no presté atención a nuestro alrededor y me di cuenta tarde de todo, cuando ya Anna había metido la mano en el bolsillo de la chaqueta.

    Puta suicida de mierda.

    Una parte de mí lo sabía, mi maldito cerebro de niño prodigio, mi propia mente de estratega militar o de lobo si era el caso sabía que alguien podían jugarnos sucio, mover las piezas y acorralarnos, y vaya que lo habían hecho.
    Una parte de mí sabía que debía haberlos llamado, a todos y cada uno de los lobos famélicos, que debíamos llevar una escolta que nos sirviera de ojos desde otros lugares.

    Pero fui ingenuo.

    Porque no íbamos por el alfa.

    Porque ella me había llamado

    antes de que colocara las piezas en el tablero.
    El puto Panda de mierda había estado por cagarse en los pantalones pero apenas lo solté echó a correr como una rata, directo a su alcantarilla, dejando solo a una jodida enana que corría como desquiciada con un poco de hierba encima y a mí, su guardaespaldas. En otras circunstancias hubiera echado a correr también, lo habría hecho sin dudar, como si cogían a alguien en lugar de a mí me daba igual.

    Pero era Anna.

    Y la iban a agarrar sin duda alguna.

    Ni siquiera chisté cuando sentí que uno de los cabrones me aplastaba contra la pared como yo había aplastado al dealer de cuarta de la manada de Shibuya. Me revolví por puro reflejo, pero desistí de inmediato aunque la sangre me hervía bajo la piel, aunque deseaba soltarme y aflojarle los dientes para que me dejara en paz, para poder llegar a la idiota de Anna que había salido corriendo. Para evitar que le pusieran una sola mano encima pero si hacía eso iba joderlo todo aún más para mí y por rebote para ella.

    Los putos policías podían ser lobos también. Lo vi en la forma en que ese puto mastodonte me sujetó, lo había visto en las noches cuando agarraban a los más idiotas, cuando algunas de las chicas también salían raspando.

    Y algo que había aprendido también de los lobos famélicos era cuándo agachar la cabeza aunque me estuviera muriendo de ganas de reventarle la yugular al pseudo-líder que tenía cerca. Era supervivencia básica, por eso siempre me metía solo con idiotas que sabía no iban a poder conmigo.

    No supe más de Anna en tanto tiempo que sentí que estaba por volverme loco, porque la cabeza de archivo había empezado a correrme a mil por hora, de aquí a allá, de una imagen a otra, de una idea terrible a la siguiente.
    Tenía parchones en la memoria porque no recordaba cuándo me metieron a la comisaría, las preguntas que me hicieron me resultaron tan aburridas como las clases y borré de mi cabeza incluso lo que respondí, porque era puro protocolo de mierda. Solo me importaba la jodida enana y cuando preguntaba por ella nunca respondían.

    —Voy a preguntar una última vez, ¿qué hicieron con la chica?

    —Entre menos te enredes con lo que estaba haciendo ella mejor. Tú no llevabas nada encima. —Habían enviado a uno de los más enclenques a hablarme, ¿por qué mierda? ¿Solo porque no había mostrado hostilidad?

    Había agachado la cabeza bastante ya y estaba putamente harto de esa mierda, harto de que no me respondieran, que la trataran como una criminal del estado por un puto poco de hierba. Además estaba segurísimo que se la habían quedado, los hijos de perra, siempre se quedaban una parte. Los había visto tantas veces que había perdido la cuenta.

    ¿Entonces por qué no me dejaban saber siquiera dónde la tenían?

    Estiré la mano sobre el espacio entre ambos, lo sujeté por el cuello del uniforme y prácticamente lo arrastré sobre la mesa. Le eché mi aliento encima y estuve al borde de perder el poco control que había logrado.

    Abrieron la puerta de golpe y me separaron del inútil con brusquedad, aunque no hubiese sido necesario, en cuanto los escuché entrar retrocedí.
    Había estado por atacar a un puto policía y aún así me tuvieron algo de piedad, la tuvieron porque había llamado no al emperador, jamás llamaría a papá para una mierda de esas, pero sí a una de sus manos derechas. Una de tantas.

    Papá no estaba metido en mierdas raras como tal pero conocía muchísima gente que sí, les había hecho favores inocentes a unos cuantos, los suficientes para tener el terreno cubierto, y yo me aprovechaba de eso de tanto en tanto.

    Tenía un puto diablo en cada parte de Tokyo para vigilarme la espalda si la cagaba, Shinjuku y Shibuya no eran la excepción.

    Nadie ahí podía tocarme.

    Mucho menos cuando tenía memorizados cada uno de los números telefónicos que podía llegar a necesitar, de forma que no importaba que me hubiesen sacado todo de encima. Tenía las cartas en la mente, podía sacarlas cuando me viniese en gana, así que a pesar de mi gracia me dijeron que podía ir tirando aunque me dejaron salir con dos gorilas como si fuese a matar a alguien en cualquier momento.

    Apenas había dado unos pasos en dirección a la salida con mi bonita escolta cuando la voz de Anna me alcanzó, fue como el murmullo de un fantasma colándose a través de una rendija, y para cuando me giré a mirarla ya la habían retenido porque había pretendido alcanzarme.
    Su imagen, sus palabras, el cabello de carbón agitándose sin ton ni son hicieron que su figura se fundiera con la de Shiori fuera de sí en los casilleros y el rasguño que ahora era una cicatriz palpitó como si fuese una herida fresca.

    Si perdía la cabeza Anna no iba a tener nada a lo que sujetarse, no podía darme el lujo de reaccionar a su desesperación de la forma en que deseaba hacerlo. Sería el equivalente de que aquel día Usui en vez de acercarse a Shiori hubiese ido por mí o por Anna.

    Las palabras me salieron casi sin permiso, una tras otra, y de nuevo me fastidió lo mucho que podía parecerme a wan-chan en ciertas situaciones.

    Cálmate.

    ¿Qué pretendes conseguir así?

    Aguanta un poco más.

    Te sacaré de aquí.

    La sacaría de cualquier maldito agujero de ser necesario, pero los jodidos tenían otros planes.

    ¿Qué no podía salir bajo fianza? Mis cojones.

    —¿Quieren que haga una nueva llamada o qué? —Siseé en respuesta pero no alzaron ni a mirarme.

    No había manera, ¿cierto? Y una mierda, encima no podía sacarla porque me faltaban meses todavía para cumplir los malditos dieciocho.

    Excelente momento para haber nacido en octubre, Sonnen, hermoso.

    No podía seguir jodiendo a mi diablo de Shinjuku tampoco, me podía salvar el culo a mí pero no iba a estar dispuesto a salvar el de una cría con pintas de gyaru y si había algo que yo no quería eran deudas de honor con los demonios de Tokyo. Podían volarle la cabeza a alguien o a mí mismo por una deuda de esa clase.
    Sin embargo, fui consciente en ese momento del camino que había estado tomando, de la línea que trazaba de forma casi imperceptible para convertirme precisamente en uno de ellos.

    De repente no me resultaba desagradable en absoluto.

    Había pedido una galaxia, ¿no?

    Y Suzumiya me había bautizado como Hades.

    Uno de los gorilas pasó de nuevo.

    —¡Hey! ¡¿La enana hizo su llamada?!

    —Por supuesto, imbécil.

    Gruñí en respuesta mientras me dignaba por fin a dejar la comisaría. Una vez fuera, luego de un rato que se me antojó eterno, aparecieron dos siluetas; surgieron de las sombras de la misma manera en que yo me fundía con ellas.
    ¿Venían en el coche que escuché antes de levantar la vista? Qué importaba.

    Lo supe.

    Lo supe de inmediato.

    Eran las cartas de Anna. Al menos el que entró, porque el otro se quedó afuera.

    Fujiwara.
    ¿Qué dirá Káiser sobre ti, rata de Shinjuku?

    Otra eternidad pasó mientras esperaba a que saliera, al final hasta había dormitado allí de pie, en la puta calle frente a la comisaría, y para cuando la voz de Anna me sacó de mi ensoñación reaccioné a una velocidad ridícula, enfocándola rápidamente.

    Otra conversación sucedió sin que apenas me diera cuenta, le solté lo de la fianza porque me habían tocado los cojones con esa mierda.
    En ese momento fue en que caí en que Hiradaira no tenía idea de nada, no sabía de Káiser, de la llave maestra, de mi familia y del dinero que me manejaba, de cómo tenía acceso a las cuentas de casa para hacer casi cualquier estupidez.

    Anna no sabía que, de habérmelo permitido, habría pagado esa puta fianza cagado de risa. Que de no ser porque una deuda con el Infierno era más peligrosa que beneficiosa la habría sacado de allí a punta de contactos nada más.

    Suerte tenían mis padres que realmente nunca hacía mayor cosa que sacar el efectivo de mi propia cuenta para el puto vodka y la hierba de los lobos hambrientos.

    Pero no iba a dudar en usar la confianza de mis padres para salvar el culo a esa jodida idiota, con sus planes mal hechos.

    Cuando los otros dos se acercaron no pude evitar tensarme por reflejo, fue tan evidente que ella, con el cerebro frito, se dio cuenta y probablemente debieron notarlo ellos también pero me daba igual. Ni siquiera el toque conciliador, el mimo de Anna, logró hacer desaparecer esa tensión. Cuando me sonrió solté el aire contenido con más fuerza de la planeada, sonó como una suerte de bufido.

    Cuando el jodido Fujiwara me ofreció el aventón no logré contenerme, comprimí los gestos en la mueca arisca que ya Anna debía conocerme de sobra. Me negué, obviamente, que le hubiese hecho el favor a Hiradaira no implicaba que tuviese que hacer nada por mí.

    Y ciertamente yo no quería nada de ratas.

    Como fuese, si lo había llamado implicaba que, con todo, mientras estuviese con el cabrón estaba segura.

    De nuevo la voz de Anna colándose a través de mi maldito mal carácter, preguntando si tenía cómo volver a casa.

    Eso se solucionaba también con una llamada.

    Además, ¿qué mierda hacía la estúpida preocupándose por mí, que estaba entero, cuando a ella le habían estampado la cara contra el cemento?

    La vi alejarse con ellos hacia el coche estacionado, subir, y finalmente desaparecer en el horizonte, hasta que las luces no parecieron más que luciérnagas antes de perder su brillo blanco en la negrura del mundo acromático.

    Saqué el móvil solo para darme cuenta de que pasaban de las tres de la madrugada ya, revisé los contactos y finalmente le di a la tecla de llamar a uno.

    Uno de mis lobos famélicos.

    Arata Shimizu.

    Timbró una, dos, tres veces.

    Vamos, hijo de perra, deja de follar o lo que sea un puto segundo.

    —¿Qué cojones quieres a esta puta hora, Sonnen? —soltó con voz pastosa una vez levantó el teléfono.

    —¿Ah? ¿No estás en la calle?

    —Hombre, no siempre estoy en la calle.

    —Como sea, necesito que me hagas un favor. Te pago en efectivo o en líquido, como prefieras. —Me quité el cabello de la frente con un movimiento de mano.

    —¿Dónde mierda estás?

    —Una comisaría de tu barrio.

    —¿Qué haces en puto Shinjuku y desde cuándo dejas que te agarre la ley?

    —Negocios de jodidos marginales, Shimizu, ¿qué más? Esto… fue un pequeño desliz. Puede que necesite tu ayuda con algunas cosas pronto, ya que estamos, pero por ahora solo levanta el puto culo y sácame de aquí.

    —Bueno, ve sacando la billetera para pasar a la licorería, ya que me despertaste al menos me voy a quitar la sed.

    Colgué sin responder, le envié la ubicación inmediatamente después y me regresé el móvil al bolsillo mientras alzaba la vista al cielo. Oscuro, sin estrellas, vacío.

    Terriblemente negro.

    Las luces artificiales siempre opacaban las constelaciones, al punto de que a veces parecía que no había nada en el cielo más que las mismas sombras en las que Anna y yo estábamos moviéndonos, como bestias.

    Pasaron unos veinte minutos cuando escuché el motor de una motocicleta meter velocidad como si la vida se le fuese en ello, antes de virar en dirección a la comisaría y pararse en seco, haciendo rechinar el caucho de los neumáticos.
    El jodido Shimizu me miró con una sonrisa socarrona en el rostro.

    —Sube tu puto culo de niño rico, en quince estamos en Chiyoda.

    —Treinta para que te quites algo de la sed, cabrón, pero sin que nos vayamos a matar. Ya bastante tuve por una noche.

    —¿Qué demonios te pasó de todas formas, baby boy?

    Bufé mientras subía a la motocicleta. Sin casco ni una mierda, como era usual en esa manada de idiotas, pero no podía importarme menos en ese momento. El tipo arrancó y volvió a meterle gas como un descosido, a pesar de estar frente a la maldita comisaría.

    El aire, afilado como sus jodidas navajas, me rozó el rostro y logró sacudirme algo de la mierda de la cabeza.
    Para cuando bajé en la licorera, me hice con la botella de vodka y Shimizu redireccionó el destino a uno de los parques ya estaba comenzando a llegar a una suerte de resolución o un delirio, no estaba demasiado seguro.

    Apagó el motor, tomó la botella y le dio un trago largo y tendido antes de que yo se la arrebatara luego de haber bajado de la motocicleta.
    Bebí un par de tragos que me calentaron la garganta mientras sacaba el móvil del bolsillo de nuevo.

    Anna Hiradaira.

    No.

    Anna Hiradaira Soria.

    02 agosto de 2004.

    Me salté todo el relleno innecesario solo para dar con el domicilio, lo único que necesitaba. Sentí que el idiota que me acompañaba me quitaba la botella de la mano de nuevo y estiré el brazo hacia él, mostrándole la pantalla del móvil.

    —¿Te ubicas? —pregunté sin más.

    No lograba sacarme la imagen de Anna de la cabeza, con esa mejilla hecha una desgracia, las rodillas magulladas y el hecho de que yo sabía, lo tenía clarísimo, que había estado por echarse a llorar allí.

    Cuando pretendió alcanzarme.

    —Sí, no es muy lejos.

    —Pues cambio de planes, hombre.

    —¿A quién mierda vas a buscar a las cuatro de la mañana, por fin te hiciste de una chica?

    —¿Qué pasa, Arata, estás celoso o algo? —Lo escuché bufar.

    —Venga, ya quiero deshacerme de ti.


    *

    *

    *

    It’s darkest
    before the dawn

    but you don’t need to do this alone

    En otro parpadeo Shimizu me había dejado en el nuevo destino que me había sacado de la manga. Una vez allí me detuve en la entrada, repentinamente aturdido, sin saber qué mierda hacer ni cómo justificarme por haberme aparecido luego de haberla dejado ir.

    —Buena suerte —masculló el rubio—, príncipe cuervo.

    Arrancó y desapareció antes de que pudiera reaccionar a su evidente provocación, dejándome solo con los que debían ser los últimos cincuenta minutos de oscuridad que quedaban.
    Finalmente toqué a la puerta.

    Una.

    Dos.

    Tres.

    Al final tuve que llamar a la cabrona al móvil porque debía haber caído muerta, al menos estaba dormitando o como última opción estaba haciendo la vista gorda como una campeona. También timbró su buen rato.

    —¿Qué pasa? —Su voz sonó como en el más allá—. ¿Llegaste a casa?

    —Abre.

    —¿Qué?

    —Que abras la puta puerta, Anna, estoy afuera.

    El impacto me dijo que el aparato tuvo que habérsele resbalado de las manos. Colgué para regresar el móvil al bolsillo.
    Cuando me abrió noté sus ojos enrojecidos y la evidente sorpresa de verme allí.

    —¿Cómo sabes dónde v-

    —¿Vas a dejarme pasar o no? —pregunté, serio como era usual.

    Abrió la boca, volvió a cerrarla y la abrió de nuevo aunque no dijo nada mientras se hacía a un lado para dejarme espacio.

    —Al, en serio, ¿cómo mierda sabes dónde vivo? —inquirió mientras me seguía con la mirada al entrar.

    —Te dije que podría rastrearlos.

    —¿No era coña?

    —Aunque no fue lo que hice realmente. Solo saqué tu domicilio de las bases.

    —¿Las… bases?

    —Estúpida, ¿ni siquiera te lavaste esos raspones o sí? Ni te sacaste la ropa con la que andabas. —Me giré para mirarla de costado, antes de que me respondiera volví a acercarme y la tomé de la muñeca con cuidado. Noté las heridas de sus dedos pero no dije nada, como siempre, al menos no más de lo que creí necesario—. Ven, vas a dejarme cuidarte.

    Las sombras estaban retrocediendo conforme se acercaba el amanecer.

    Podía ser un confianzudo si me daba la gana, ciertamente, sobre todo cuando tenía prioridades bien marcadas. Más que confianzudo era egoísta, tomaba lo que creía necesitar cuando quería y eso mismo hice al caminar por la casa de los Hiradaira, entrar al baño, esculcar hasta dar con algo para limpiarle los raspones y retroceder. Todo eso sin soltarla.

    La tomé por los hombros para hacerla sentarse en el sofá. Me acuclillé frente a ella en silencio, tomé lo quedaba del rollo de gasa que encontré en el botiquín del baño, lo humedecí con las últimas gotas de agua oxigenada que había en una botellilla y con un cuidado casi exagerado acerqué la mano a su mejilla, limpiándole el rostro con mimo.

    El mismo mimo con que ella me había acariciado el brazo al notar mi tensión.

    Noté que daba un respingo pero no se apartó. Cosa de unos segundos después la primera lágrima, al menos la primera que me dejó ver, resbaló por su mejilla y fue absorbida por la gasa. La aparté de su rostro, dejándola a un lado, para luego estirarme hacia ella y rodearla con los brazos.

    Dios, era tan pequeña.

    Sorbió ruidosamente por la nariz, a lo que solo la abracé con algo más de fuerza. Acaricié su cabello con cariño de nuevo, como había hecho en la enfermería, como había hecho en la cafetería también.
    Era mi manera de intentar alejar las pesadillas de ella.

    —Soy algo lento para eso de leer las necesidades de la gente, ya lo sabes, —murmuré—, por eso me demoré tanto. Lo siento, princesa.

    Las señales confusas. No podía evitarlas, pero siempre que la llamaba así era sincero, transparente como el más limpio de los estanques.

    No importaba qué tanto se mezclara con las sombras, no importaba que me buscara para que fuese su perro guardián para cobrar venganza o la mierda que fuese. Yo sabía lo que podía ser realmente.

    Sentí que correspondía al abrazo por fin, como si hubiese tardado en reaccionar también. Su llanto se transformó en un sollozo quedo, apenas audible de tanto en tanto.

    —No voy a dejarte hacer los planes nunca más, Anna. Se te dan muy mal.

    Soltó una risa floja, gangosa a través de las lágrimas, a la vez que apretaba su agarre en torno a mi cuerpo.

    —Sí, General.

    Bienvenida, An.

    En el Infierno cuidaremos de ti.
     
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  5. Threadmarks: IV. The tide is turning on you, baby, and I feel nothing anymore
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
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    Drama
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    The tide is turning on you, baby, and I feel nothing anymore
    We could have stayed this way forever but it would never be enough
    I wear your ache inside my heart, my dear, forever and evermore


    .
    .

    Vaya, cada paso se sintió como plomo. Siempre había tenido pies ligeros para huir, correr, bailar, saltar aquí y allá. Mi cuerpo podía convertirse en un montón de hojas secas siendo guiadas por el viento, apagar todos los interruptores, cerrar los ojos y ya.

    Soltar los hilos del titiritero.

    Dejar de luchar contra la corriente.

    No había luces en el cielo, realmente era difícil encontrarlas en medio de Tokio, siempre lo había sido, pero esa noche se sentía diferente. Alcé la mirada, pues mis pies eran plomo y temía hundirme demasiado. Busqué y busqué el mínimo rastro de una estrella, lo que fuera, la más pequeña luz a la cual aferrarme antes de subir al coche.

    No la encontré.

    Nos pusimos en movimiento y tampoco me volví hacia la comisaría, el lugar donde había dejado a Altan de pie, solo, a las tres de la madrugada. No le había agradecido, ¿verdad?

    Era una miserable.

    No importaba por dónde lo viera, sentí incorrecto no insistirle o quedarme junto a él. Siempre había sido buena huyendo, corriendo a máxima velocidad, y la idea de que eso fuera precisamente lo que acababa de hacer me lanzó una flecha al centro del pecho.

    De camino a casa no hubo más que conversación trivial. Kakeru y yo éramos expertos haciendo la vista gorda el uno con el otro, y se ve que algunas costumbres no morían porque sí. Le pregunté cómo andaba y su “bien” sonó sincero, su sonrisa también. Decidí conformarme con eso.

    Viajar por el pavimento sobre cuatro ruedas era similar a sobrevolar la ciudad, mi cuerpo no sufría las inclemencias de la gravedad y podía imaginarlo, podía hacer de cuenta que sólo era un montón de hojas secas. Un puñado de dientes de leche.

    —Que descanses, Anna —fue lo último que Kakeru me dijo, dentro del coche.

    Yo le sonreí y deslicé mis pies fuera hasta alcanzar tierra firme. El vaivén de la puerta sacudió suavemente mi cabello y ya no volví a mirar atrás. Ni recogiendo las llaves entre dedos temblorosos, ni soportando el escalofrío extraño que me rayó la espalda, como esos que aparecen de niño cuando apagas la luz del baño y corres hasta tu habitación, te encierras, miras hacia todos lados y suspiras. A salvo.

    Nunca estaba a salvo.

    Mantuve mis sentidos sobre los sonidos del caño de escape y la carrocería, hasta que sólo se convirtieron en un rastro lejano y, finalmente, desaparecieron. Ya conocía la oscuridad y el silencio que aguardaban dentro de la casa, los conocía de sobra y, aún así, arrastré los pies hasta el umbral de la habitación de mis viejos. Encendí la luz, contemplé la cama tendida y sentí en la punta de la nariz el leve escozor que anunciaba las lágrimas. Me la rasqué con fuerza, algo de maña incluso, y subí las escaleras hasta mi recámara. No busqué un espejo, no prendí las luces, nada. Berta apenas abrió un ojo, de esos suyos color esmeralda, para observarme unos segundos y se volvió a dormir.

    Suertuda.

    Me desplomé en la cama medio cruzada, boca abajo, y allí me quedé. No abrí las sábanas, no busqué calor, no acaricié su cabecita peluda ni le sonreí. Dejé las piernas colgando sobre el vacío, los pies dentro de las zapatillas estaban fríos, las yemas de mis dedos también. Y allí me quedé. Apenas si arrugué el ceño cuando los raspones de la mejilla me latieron, insistentes.

    Apatía.

    ¿Me quedé dormida? No sabría decirlo. Sea lo que fuera, resultó más liviano que la brisa del otoño. El móvil vibró junto a mi cabeza, en algún momento me lo había sacado del bolsillo y no lo recordaba. Intenté conectar los puntos, había creído escuchar unos golpes similares a llamados en la puerta pero no estaba segura de nada. El brillo de la pantalla impactó contra mis ojos resecos y me hizo entrecerrarlos, aunque el nombre que pude leer al centro me arrojó una extraña corriente de ansiedad por el cuerpo.

    Altan me estaba llamando.

    ¿Habría pasado algo?

    Me di cuenta entonces que no había descansado en absoluto, mi voz no sonó adormilada ni pastosa. Fue como si, en algún rincón oscuro de mi mente, hubiera estado esperando que Altan contactara conmigo de alguna forma pues yo no me atrevía a hacerlo. Pero quería que pasara.

    Dios, lo quería tanto.

    Lo quería tanto.

    Estaba afuera, por alguna razón estaba fuera de mi puerta y quizás el cerebro no me alcanzara para comprenderlo pero igual tuvo la facilidad suficiente para inyectarme estas ganas horribles de llorar. Otra vez. El móvil se me resbaló entre los dedos, me había sentado al borde de la cama y se fue de cara al suelo. Mierda, ¿qué pasaba con eso? Sentía el cuerpo tan jodidamente débil. Cuando me agaché para recogerlo lo hice con cierta brusquedad y casi me fui detrás de él. Ya había cortado.

    No quedaba mucho por hacer. Le eché un vistazo a Berta, seguía durmiendo. Bajé las escaleras y, aún sabiendo lo que encontraría al otro lado de la puerta, mi corazón omitió un par de latidos. Deslicé la hoja de madera y papel una, dos veces, y bajo su mirada atenta me sentí tan… pequeña. Pequeña y estúpida. Me di cuenta que seguía con la misma ropa, con el cabello enmarañado, los ojos inyectados y los raspones crudos. Era imposible encontrar algo en sus pozos oscuros pero me sirvieron como un perfecto espejo. Su tacto fue cálido y gentil.

    Ven, vas a dejarme cuidarte.

    ¿Qué hacía ahí? ¿Qué mierda eran las bases? ¿Por qué no estaba en su casa? Se suponía que estuviera roncando, enredado entre sus sábanas, intentando recomponerse de toda la mierda por la cual lo había hecho pasar. No tenía que estar ahí, pretendiendo cuidarme, siendo tan jodidamente amable.

    Me la pones difícil, Al.

    Tan difícil.

    Así y todo, lo dejé hacer. Me dejé arrastrar y lo dejé revisar los cajones y gavetas en silencio, hasta dar con lo que buscaba. Dejé que me ubicara en el sofá y lo dejé acuclillarse frente a mí, dispuesto a tratar mis heridas como yo había hecho por él, aquella vez en la enfermería. El contacto frío del agua oxigenada me obligó a cerrar el ojo por reflejo, pero me quedé allí; como cuando me había desplomado sobre la cama y dejé que la oscuridad y el frío me engulleran, sólo me quedé allí. Estaba el silencio, estaban sus manos tan gentiles y las ciénagas insondables. Estaba la certeza tácita de su presencia, su calor y su mera existencia. Estaba, estaba allí, y siempre reactivaba mis interruptores sin siquiera percatarse.

    Me devolvía los hilos, ahuyentaba a los monstruos.

    ¿Qué haces aquí, Al?

    Ven, vas a dejarme cuidarte.

    Las lágrimas no pidieron permiso. Sabía que lo haría, le había dado hasta unos jodidos cupones, pero eso no significaba que perdieran intensidad. Sus abrazos me desarmaban y me reconstruían al mismo tiempo, apartaban el frío y derribaban mis murallas. Era como si los cables se cortaran y perdiera el control sobre mi cuerpo de hojas secas, de dientes de leche, de apatía, lobos y silencio. Me dejé envolver, cuidar y mimar, me dejé como un bebé, un cachorro perdido o un niño demasiado asustado por la pesadilla que lo arrancó de la cama.

    Lo siento, princesa.

    Tan injusto.

    Lo envolví tímidamente, casi asustada, no sé muy bien de qué, pero bastó un centímetro, el roce más liviano de mis manos en su cuello, para recordarlo todo. Fue un golpe contundente, a puño cerrado o culata de madera. Recordé cada abrazo, cada sonrisa, cada vez que creí encontrar chispas azules en sus ojos negros. Recordé todas las razones por las cuales le temía al mundo, le temía a los hombres y su poder sobre mí, pero no a él. Nunca a él.

    —Eres tan injusto —susurré cerca de su oído, aferrada a su cuerpo como si pretendiera robarle todo el puto calor que desprendía, aunque mis dedos se deslizaran por voluntad propia entre sus plumas oscuras.

    El rey de los injustos.

    Curioso, ¿verdad? Pensar en todas las manos indeseables sobre mi cuerpo, a lo largo de mi vida. Minato, los lobos de Shibuya, Tomoya, los gorilas que pretendían llevar justicia, cualquier pandillero pasado de drogas y alcohol. ¿Cuántas veces me había resultado repulsivo? Lo odiaba, lo odiaba al punto de enfermarme, pero no allí. ¿Cuántas noches me había echado en vela, preocupada hasta la mierda por ser incapaz de volver a confiar en un hombre? No lograba sacarlo de mi cabeza, me convertí en un gato arisco y entonces, de repente, este idiota apareció, me abrazó y puso las piezas en orden.

    Agridulce.

    Tocar a Altan era agridulce. Me aliviaba lo suficiente al dejarme disfrutar de un par de manos a las cuales les permití estar allí, sobre mí. Era, si se quiere, una fuente de energía, un recordatorio fehaciente de que aún no estaba todo jodidamente perdido. Me aliviaba, me concedía otro tipo de silencio; uno similar al de la pereza después del almuerzo, el sol del otoño a través de la ventana, la pausa antes de tu canción favorita. Era dulce.

    Y era amargo. Cuando pensaba en el cuerpo que más disfrutaría abrazar, la persona con la cual más querría estar, el pecho se me doblaba en dos y las lágrimas fluían raudas, sin miras de parar. Sentía que lo retenía, que lo molestaba, aunque Altan realmente no me odiara ni le desagradara mi compañía; eso lo sabía. Pero ¿cómo tener la certeza? De que su mente no perfilara otros trazos sobre mi silueta, más esbeltos, modulara una nueva voz, dulce y paciente, me quitara el pigmento del cabello y me manchara las pupilas de motas doradas.

    ¿Cómo podía saber que yo era yo cuando él cerraba los ojos?

    ¿Preguntarle? Me aterraba la respuesta. Prefería seguir alimentándome de miedos invisibles, evitar grabar imágenes en mi retina para luego deformarlas a mi antojo. Prefería seguir siendo mi propio monstruo y conformarme con lo que yacía en la superficie.

    Era una cobarde.

    Pero también era egoísta, vanidosa y posesiva, y me pegué más a su cuerpo.

    No jalaría como una imbécil de la cuerda, no le pediría nada que no se mostrara dispuesto a concederme. Lo había pensado en la comisaría, ¿verdad? Al final no era más que una estúpida conformista y la mera idea del rechazo me provocaba genuino terror.

    Era cobarde y era débil, jodidamente débil a él.

    No hacía más que repetir mis pecados, ¿eh? Como una cinta descompuesta, de principio a fin. Me encadenaba a lo que no me pertenecía, apretaba hasta amoratar las extremidades, quebrar huesos, exprimirme los pulmones. No ser capaz de soltar a Altan era la única prueba que necesitaba.

    Así y todo, consiguió calmarme. En un momento indefinido el llanto empezó a mermar, probablemente producto del agotamiento. Él seguía ahí. Tenía estampada la mejilla sana en su hombro y los ojos cerrados, mientras cepillaba mi cabello con una paciencia de mil santos. Por primera vez pensé que quizá sería capaz de descansar apropiadamente esa noche si él se quedaba conmigo.

    —Me pegaré una ducha —murmuré, carraspeando la garganta—. Huelo a porros y cemento y hospital.

    Altan soltó una risa floja mientras me retiraba del abrazo y estiró el borde de la sudadera sobre su puño para secarme algunos rastros de lágrimas aquí y allá.

    —¿Hospital?

    —Bueno, institución pública. Como sea.

    Ciertamente no lo había analizado hasta ese momento, pero la comisaría y el hospital poseían un olor similar.

    Kakeru.

    Veinte de octubre.

    Me incorporé del sillón, secándome el rostro con bastante menos delicadeza que Altan, y dudé sobre mis pasos antes de verlo de costado.

    —¿Te quedas?

    Su sonrisa arrastró cierta nota de socarronería impresa y me aflojó un poco la tensión del cuerpo. Irónico, ¿no?

    —Sólo si tienes buen café.

    Logró conseguirse una risa, el cabrón realmente lo logró. Fue débil, sonó cansada, pero era una risa que viajó directa desde mi pecho y sin permiso.

    —Júzgalo por ti mismo, Sonnen. Tienes vía libre para revisar la cocina y lo que te pinte. Mi casa es tu casa.

    Lo último había sido en español pero era una frase bastante popular, ¿no? Seguro su cerebro de archivo lograría sacarla.

    Lo dejé sin mayores explicaciones, tan sólo había que ver la estúpida confianza que le tenía a ese tipo; bueno, tampoco era como si fuera a poder robarse un collar de diamantes. La casa, de por sí, dejaba mucho que desear; de construcción antigua, al estilo tradicional japonés, era propiedad de los Hiradaira y sólo estábamos ahí porque el alquiler era irrisorio. Tenía su encanto, con las puertas de papel, las paredes de madera y los muebles pequeños. El jardín delantero era diminuto pero a mamá le encantaba cuidarlo, y en el piso de arriba sólo estaba mi habitación. Era una especie de ático que había convertido en mi guarida, o al menos eso intenté.

    Lo cierto era que, a pesar de todo, muchas veces seguía sin encontrarme entre sus paredes.

    Los raspones y los pellejos ardieron bajo el agua caliente, que me aflojó todo el cuerpo y fue bastante agradable. Por fin me quité esa ropa mugrienta y me puse uno de mis pijamas, de blusa y shorts color… mayonesa, quizá. Algo así. Cuando salí a la sala lo encontré en la cocina, con Berta inmiscuyéndose entre sus piernas para hacerle mimos como una descarada. Me reí, captando su atención. Había una liviandad extraña en su rostro, como si realmente estuviera disfrutando del momento.

    —Veo que ya conociste a la comelona de la casa.

    —Me topé con los frascos de alimento y bajó hecha una tromba.

    Me senté en un taburete y apoyé los codos sobre la barra que dividía la pequeña cocina del resto, y seguí secándome el pelo con la toalla que llevaba en los hombros mientras lo veía alzar a Berta y rascarle tras las orejas. ¿Le gustaban los gatos? Sonreí sin tregua.

    Le sentaba, de cierta forma.

    —¿Cómo se llama?

    —Berta.

    —¿Berta?

    —Lo que oyes.

    —¿Berta? —repitió, arrugando el ceño y devolviendo a la pequeña al suelo—. La próxima vez que nombres a un pobre animal, hazle el favor de llamar a alguien antes.

    —Oye —me quejé, estirando el brazo y hasta incorporándome un poco del taburete para empujarle suavemente el hombro—. De donde vengo es un nombre muy bonito.

    —No te creo.

    —Qué bueno —dije, y sonreí divertida al recibir sus ojos—. Porque es mentira.

    Compartimos una risa breve y la pava empezó a pitar. Altan apagó el fuego y preparó unas tazas, como pancho por su casa. No me molestaba para nada.

    —¿Qué tomas? —me preguntó.

    —Un té, están ahí.

    Bajó la cajita que le indiqué y, bueno, se encargó del resto. Seguí sus movimientos en silencio, como él solía hacer en realidad, y puede que no fuera consciente hasta un rato después de lo jodidamente tranquila que me sentía.

    Gratitud, no deuda.

    Nos quedamos charlando de cualquier estupidez, echados en el sillón. Le mostré mis super pantuflas de Monsters Inc, jugamos con Berta, la acariciamos cuando se hizo un rollito entre nosotros, le conté un par de cosas. Las flores favoritas de mamá, cómo había llegado a la repisa aquel pisapapeles con forma de piña, la ridícula colección de VHS de papá, las mil y un fotos que tenía de gatitos en el móvil. Le hablé de los callejeros que solían llegar de todas partes, que los alimentaba aunque mamá me pidiera que no porque no cagábamos dinero. Había muchos que ya había bautizado: Coquito, Pipe, Batata, Baltazar, Cristóbal.

    Le pregunté si tenía mascotas, si era alérgico a algo, cuál era su comida favorita. Le pregunté qué hacía en casa cuando se aburría, qué película jamás se cansaría de ver, una canción que odiara.

    Hablamos y hablamos, el sol ciertamente ya había salido y bañaba la sala de una luz cálida y limpia. Me enjugué los ojos, bostezando, y reparé en algo. Eran algo de las seis.

    —¿Quieres darte un baño? Tú también apestas.

    —Ah, muchas gracias.

    No había molestia en su voz. Tomó la oferta sin mayores complicaciones y yo le dejé junto a la puerta una muda de ropa de papá que, bueno, esperaba más o menos le quedara.

    En cuanto oí la lluvia de la ducha cayendo arrastré las pantuflas y me tumbé en el sillón, dispuesta a tontear con el móvil hasta que acabara. Pero oh, sorpresa, caí redonda.

    Me desperté apenas por la sensación de movimiento y antes de abrir los ojos llegó a mi nariz el aroma del shampoo, del jabón que ya conocía, pero diferentes. Altan me estaba cargando por las escaleras, camino a mi habitación, estilo princesa. La idea me sacó una sonrisa irónica y, puede que sin ser consciente de ello, me acomodé mejor contra su pecho. Era cálido y reconfortante.

    Su idea sería dejarme en la cama y, no lo sé, dormir en el sillón o algo; lo que cualquiera haría, vamos. Pero me había relajado tanto y era tan débil a él que alcancé a enredar mis dedos entre los suyos antes de que se diera media vuelta para irse.

    —Quédate —susurré, adormilada, y a pesar de mi somnolencia vi que sería buena idea reformularlo un poco—. Es decir, puedes quedarte si quieres. El sofá es incómodo.

    No estaba prestando atención a sus reacciones realmente, apenas y tenía los ojos abiertos; sólo sentí, un par de segundos después, su peso hundiendo el colchón. Me acerqué a él por mero reflejo, en busca de su calor, su siempre agradable calor, y sólo entreabrí los ojos al oír su pregunta.

    Había juntado todos mis hilos, mis dientes de leche, uno a uno.

    —¿Qué es eso?

    Otra vez.

    —¿Hmm? Ah, es mi pared de buenos días.

    —¿Y eso? Suena a otra de tus ideas de preescolar.

    —Lo es, de hecho.

    Me permití una risa floja y le presté atención al mural, rascándome un ojo. Estaba justo frente a mi cama, del lado contrario de la habitación. La pared de buenos días era un rejunte enorme y algo anárquico de colores, colores por doquier. Recortes de revistas, dibujos, pegatinas, etiquetas de compras, de todos los tipos y estilos. Al medio, en letras de papel pintadas con rotuladores flúo, había una frase en inglés.

    IN THE MORNING
    I'LL BE BETTER

    —Es mi pequeño empujoncito para arrancar —expliqué con bastante pereza, volviendo a acurrucarme junto a él—. Me gusta la vida que le da a la habitación, y además…

    Ah, ¿debía decirlo? Una gotita de agua me cayó justo sobre la nariz de su cabello mojado y me reí.

    —No te lo secaste nada, Al. Como sea, además es bonito y está lleno de colores. ¿Qué tal? ¿Del uno al diez?

    Pregunté eso, pero la verdad es que no esperé por una respuesta. Los lobos habían desaparecido, el amanecer había barrido la oscuridad, y ya no había silencio ni frío. Le eché un brazo a Altan sobre el pecho y, Dios, me quedé dormida como un puto oso. Fue automático, fue un hechizo mágico.

    Y es que Altan estaba conmigo.

    Todo el miedo se había evaporado.



    Acá como luce la pared de Annita

    7f20658701c8a56130f42d5bdb9321ec.jpg
     
    Última edición: 8 Octubre 2020
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    Zireael

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    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    6
     
    Palabras:
    5301
    this life might choose you.png



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    No tengo idea en qué momento caí redondo, solo sé que fue después de preguntarle por la pared llena de recortes y luego de que ella me pasara el brazo sobre el pecho, antes de caer frita también. Su calor y su respiración pausada debieron adormecerme hasta finalmente noquearme.
    Sé que soñé algo, no tengo idea del qué, al menos no una idea clara, pero habían lobos.

    Todo Tokyo estaba lleno de putos lobos sacados del Infierno.

    Y yo era uno de ellos.

    El rey de los injustos.

    Luego negro.

    Creo que Anna no se apartó de mí prácticamente en ningún momento, porque el único instante en que tuve la sensación fue porque algo de frío me corrió por la piel y me sacó a medias del sueño.
    Solté una suerte de gruñido bajo, una queja al sentirme desprovisto de calor, y la atraje hacia mí de nuevo, presionándola contra mi cuerpo.

    Mierda, ¿qué estaba haciendo? Ser un maldito injusto. Ella me lo había dicho.

    Soy, de hecho, un cretino y lo disfruto.

    A veces no lo disfrutaba.

    Pero no sabía hacer otra cosa.

    Negro de nuevo.

    Me desperté definitivamente unas horas más tarde, luego de sentir a Berta darnos vueltas hasta decidir acostarse junto a Anna, pegada a su espalda.
    Si alguien hubiese aparecido para ver la escena ciertamente le habría dado risa. Sobraba espacio en la cama porque tenía a Hiradaira pegada a mí como una garrapata y a ella se había pegado Berta, de forma que éramos un solo amasijo.

    Me separé con un cuidado exagerado, para no incomodar a ninguna de la dos, y finalmente me incorporé de la cama con más sigilo del que había usado la gata para subir.

    ¿Qué hora se supone que era de todas maneras?

    Sentía la cabeza pesada, nublada de alguna extraña forma, y podría jurar que tenía los comienzos de una migraña.
    A pesar de eso sentía que había dormido mejor de lo que dormía normalmente.

    Antes de bajar le eché las sábanas encima a Anna, con cuidado de no ir a tapar demasiado a la gata.
    Lo siguiente fue un impulso que no pude contener con mi cerebro adormilado y fundido, me incliné hacia la chica y dejé un beso sobre su cabeza, delicado, apenas un roce.

    Solo seguía cometiendo un error sobre otro, ¿no?

    Estaba siendo un puto mocoso egoísta.

    Una vez en el salón me di cuenta que rayaba el sol, ya un poco más abajo de la línea del mediodía.

    Tomé el móvil que había dejado tirado en el sofá, revisé la hora y noté que tenía varias llamadas perdidas. Un par eran de casa, otra era de Shimizu y las otras eran de… mi diablo de Shinjuku.

    Fruncí el ceño por reflejo, contrariado, y en ese momento volvió a llamar. Atendí de inmediato.

    —Buenas tardes, Sonnen-kun —dijo antes de que yo respondiera.

    —Buenas —atajé con voz pastosa—, Nishiguchi-dono.

    Cabeza gacha, orejas aplastadas, vientre expuesto.

    —Nishiguchi a secas está bien, chico, te lo he dicho. No estamos en el antiguo Japón ni nada.

    Takeshi Nishiguchi. El hijo menor de Shigeo Nishiguchi.
    Tenía alrededor de treinta y tantos, había sido posiblemente la última corrida del viejo y para su gracia había sido exitosa. Se suponía que todo Kabukichō, junto a una buena parte del resto de Shinjuku, estaba controlada por Nishiguchi. Bueno no se suponía, lo estaba.
    Lo mismo ocurría con Ginza, en Chūō, el barrio especial unido a Chiyoda.

    Había tomado el control cuando sus hermanos mayores fueron cayendo ya fuese en la puta cárcel o en las manos del resto de los demonios de Japón.

    >>¿Volviste a casa luego de que llamara a la comisaría?

    —No, señor.

    —Sonnen-kun, eso va a preocupar a Erik y Janet. —Su voz era tranquila, casi plana, de alguna forma fue como escucharme a mí mismo y pude imaginar con nitidez la sonrisa casi prepotente que debía tener en el rostro mientras hablaba.

    Vestido con su traje caro, con la corbata perfectamente anudada y el cabello negro corto peinado hacia atrás.
    La ropa cubría los tatuajes, extensos por su piel algo aceitunada. No los había visto, pero sabía que existían.

    —Le pedí un aventón a-

    —Shimizu Arata-kun, sí.

    —A última hora le pedí que me dejara en otro lugar, tenía algo que hacer. Olvidé llamar a casa.

    Casi pude jurar que lo escuché caminar de un lado a otro, en donde fuese que estuviera, sin quitarse la sonrisa del rostro.

    —Me encargué de eso también. Uno de los sabuesos los vio, te dejaron en una casa… propiedad de… —Pasó unas hojas—, los Hiradaira.

    Tragué grueso por alguna razón.

    —Correcto.

    —Llamé a Arata-kun, le pasé el número de Erik y le dije que dejara un mensaje de que estabas con él. No creo que a tu padre le haga mucha gracia saber que te saqué de una comisaría, luego de casi agredir a un oficial, y luego te perdí de vista, ¿sabes?

    —¿Cómo consiguió-

    —¿El número de Arata? —Soltó una risa baja, parecida al ronroneo de un animal salvaje—. Estás en mi trozo de Tokyo, Sonnen-kun, no hay nada que no vea o que no pueda conseguir. Sería igual si estuvieras en Chūō.

    Quizás siempre me negué a verlo, el hecho de que obviamente no era el único que tenía canales de información por todas partes. Solo era un crío con acceso a información.

    Era mi ilusión de poder y seguridad.

    >>Te estás buscando a los de Shibuya, Rabe, y aunque sabes que a los grandes no nos importan los juegos de niños… Podrías lograr una partida de ajedrez de lo más interesante, porque vamos, no esperaría menos del hijo de Erik. De un Sonnen.

    Rabe.

    Cuervo en alemán.

    La yakuza decía no interesarse en los juegos de putos críos pero ciertamente se entretenían de lo lindo, tenían una relación simbiótica con las partidas que jugaban los más jóvenes y era porque les servían para hacer parte del trabajo sucio. Ayudaban a delimitar las zonas de movimiento de los grandes y de tanto en tanto hacían las veces de sabuesos, aunque en ocasiones se movían un poco entre áreas más grises, esperando ampliar su territorio más allá de las sombras que las llamas del Infierno les permitían.

    —¿Disculpe?

    —Le interesas a los demonios, demasiado quizás, tú y tu llave maestra. Nos provocas curiosidad, y a este paso los mismos diablos de Shibuya no tardarán en contactarte, dependiendo de los movimientos que hagas. Sin mencionar que los de tu propio Chiyoda deben estar ansiosos, a pesar de haber permanecido dormidos por años. Y lo sabes, ¿cierto? La ansiedad en el Yomi se esparce como pólvora, lo sabes porque has sabido provocarla desde que eras un crío. —Soltó un suspiro—. Estás hecho de azufre, Rabe, perteneces aquí pero antes de alcanzar el trono… Tendrás que jugar con los lobos de todo Tokyo. Eres un cuervo, ¿no es así? Siempre estás con lobos, no les temes siquiera, dejas que abran los cadáveres y luego entras a escena, pero eres tú quien les dice dónde caerán los muertos. Sin ti no son nada y por eso te creen su alfa.

    Estaba tan tenso que debía parecer una estatua, sin duda alguna.
    Era un discurso directo del Infierno y me atraía como polilla a la luz artificial. Era inevitable, porque un demonio, un centro de poder absoluto, me estaba hablando.

    Azufre. Se formaba en las supernovas, por nucleosíntesis.

    >>Puedes respirar, Sonnen-kun, no tienes deudas de honor conmigo. —Liberé el aire contenido—. No en tanto me permitas ver tu partida en primera fila.

    Respondí de inmediato, como si tuviera las palabras esperando desde hace rato.

    —Sí, Nishiguchi-dono.

    —Saluda a Hiradaira-chan y a Vólkov-chan de mi parte —dijo antes de colgar.

    Anna.

    Jez.

    Solo faltaba que metiera en el saco a Shiori pero sabía que me tenía comiendo de la palma de la mano solo con la primera. Jez había venido a coalición nada más para darle algo de fuerza extra a su punto.

    Él era un demonio.

    Y yo, aunque nacido del azufre, todavía no era más que un cuervo.

    Me despegué el móvil de la oreja, solo para ver la pantalla principal sin objetivo alguno. De fondo tenía una foto que le había sacado a Astarte, el gato de los jodidos ocultistas, entre los pétalos del cerezo a principios de año.

    Inhalé aire con algo de fuerza y dejé el teléfono en el sofá de nuevo, para luego entrar al baño donde había dejado la muda de ropa de la madrugada.
    Escuché pasos arriba, bastante torpes a decir verdad. Anna debía haber despertado mientras hablaba pero hasta ahora había reaccionado y por el sonido perfectamente podía haber estado por irse de boca al suelo.
    La escuché comenzar a bajar y entonces salí, a pesar de que seguía abotonándome la camisa. Olía a humo y a institución pública, como había dicho ella.

    —¿Ya te vas? —preguntó cuando prácticamente chocó conmigo. Me recorrió con la vista y pude jurar que, como no era raro de por sí, algo de color le había subido al rostro.

    Asentí con la cabeza mientras seguía con los botones, dejé los primeros abiertos antes de empezar a arremangarme.

    —Gracias por dejarme usar tu baño y por el café. —Dudé un instante, pero al final dije algo más sin mirarla directamente—. Y por dejarme dormir contigo.

    No hubo mayor cambio en mi expresión realmente, ni siquiera cuando me atreví a mirarla un segundo solo para darme cuenta que estaba más nerviosa que un conejo.

    —Bueno no es que acostumbre a dormir con mis amigos, no sé si tú acostumbrarás a dormir con Jez. —Se detuvo de golpe, como si recién cayera en lo que había dicho y yo enarqué una ceja.

    No era idiota, desde hace tiempo era consciente del matiz de gris por el que se movía ella y por el que me movía yo mismo, pero pretendía ignorarlo.

    —No he dormido con Jez, Anna —sentencié. De verdad no entendía cómo soltaba esas mierdas así, sin atisbo de nervios.

    Es decir, sí había caído dormido a su lado pero ella no al mío. En general Jez no era de dormirse e incluso en ocasiones, como la primera semana de clases en el Sakura, que había estado en mi cama, que me había arrullado hasta que yo mismo había estado al borde de quedar frito no se quedaba, como si no pudiese parar quieta realmente.

    De repente los recuerdos de la enfermería me rayaron la mente con una fuerza ridícula. Su llanto, el mío, el calor de su pecho y todas las cagadas que me había clavado en un solo día.

    No he dormido con ella.

    No he llorado frente a ella.

    No le he cantado nunca.

    Pude jurar que esa sola confesión le había detenido la respiración en el pecho, parecía una estatua de… un tomate. Me venía en gracia, al menos un poco, pero más que eso había algo dulce en esas reacciones siempre, así que en lugar de reír no pude evitar sonreír como un idiota mientras levantaba el móvil del sofá para meterlo en el bolsillo.

    Mi tacto sobre el aparato me lanzó otra serie de recuerdos de la enfermería también.

    Fujiwara Kakeru.

    Los lobos.

    El mensaje de Shibuya.

    Y la ignorancia que la había puesto en boca del enemigo.

    —An, tengo que ir hacer unas cosas —comencé, dejando ir el tema por completo, y mi atención la atrajo Berta, deslizándose entre mis piernas de nuevo—, y luego te contaré todo de principio a fin. Porque no quiero cometer el mismo error de mierda que Fujiwara, porque no quiero después transformarme en el imbécil que llamas a mitad de la noche porque estás en una comisaría de Shinjuku por un plan de mierda que te salió mal.

    Me acuclillé para acariciar a la gata entre las orejas y en el lomo.

    —Quiero que sepas lo que debas saber… Y puedas decidir así, para que puedas hacer lo que tú quieras, sabiendo que yo te tomé en serio. —Aún de cuclillas alcé la vista a ella, que me miraba como si no entendiera nada de lo que acababa de decirle. Entre que recién despertaba, le había soltado lo de Jez y el hecho de que yo no decía las mierdas muy claras que digamos debía tener el cerebro frito. Como fuese, allí era ella quien me miraba desde arriba, de alguna forma era mi manera de cederle aún más la correa… porque siempre había sido yo mirando a todos desde mi pseudotrono—. No soy partidario de proteger con la ignorancia, aunque he pretendido hacerlo. Ahora quiero que tengas la información, que sepas usarla de ser necesario. Que sepas jugar en el tablero o que puedas salirte de él de así quererlo.

    Quizás también fuese que con ese discurso de mierda estuviera reviviendo sus pesadillas, era una posibilidad, pero tampoco podía fingir ignorarlas. Tampoco podía pretender seguir oculto entre las sombras para ella, que me había recibido en sus brazos, que me había dejado dormir a su lado, a quien le había respondido esas preguntas triviales.

    No tenía mascotas pero acariciaba a todos los gatos de la calle y también a algunos perros, a pesar de que no eran mis animales favoritos.

    No era alérgico a nada, al menos que yo supiera.

    Era una tontería pero podía comerme, fácil, una docena y media de gyōzas fritas o al vapor.

    Me entretenía desarmando aparatos y volviéndolos a armar.

    Había visto una cantidad incontable de veces Colmillo Blanco, de 1991, luego de haber leído el libro cuando tenía alrededor de catorce años.

    Unos dos años antes de terminar enredado en los hilos de Shiori Kurosawa.

    Y eso que no me gustaban los perros, pero esa película me podía.

    Detestaba las canciones de los comerciales en general.

    *

    *

    *

    Let me introduce you to a brand new thing
    No one I gotta prove to. You’re looking at the king

    This life might choose you, so raise your wings

    Apenas había dejado atrás la casa de Anna por unos metros cuando llamé a Shimizu de nuevo.

    —Joder, pensé que Nishiguchi ya te había volado los putos sesos, ¿cómo mierda es que estás metido con la yakuza, baby boy? Las pandillas son juegos de niños comparadas con eso.

    —Tengo acceso a demasiada información, ya lo sabes, y mi padre ha hecho algunos favores. —No dije más sabiendo que estaba en media calle y los sabuesos de Nishiguchi debían estar ya en acción.

    —Qué puto peligro, Sonnen.

    —¿Qué te dijo?

    —Me pasó el número de tu padre, me dijo que no eran horas de llamar pero que le dejara un mensaje diciendo que era un amigo tuyo y que a última hora te había dicho de pasar la noche en casa, al final habías olvidado avisar.

    —Suena a coartada de empollón.

    —Justo lo que eres, ¿o no, Al-kun?

    Gruñí en respuesta, a lo que él dejó salir una carcajada.

    —¿Estás en casa, pedazo de inútil?

    —Sí, me bajé el vodka así que caí muerto luego del mensaje a tu padre, desperté hace un rato. ¿Qué mierda quieres?

    —Comenzar a preparar a la jauría.

    —Bueno, pues bienvenido seas. Pasa cuando te dé la gana, no saldré hasta pasadas las nueve de por sí.

    No me tomó demasiado llegar a la casa de Shimizu, otra construcción tradicional japonesa, que vete a saber cuántos años tenía de estar allí.
    Que yo supiera vivía con su madre y dos hermanos menores, que para su fortuna no habían parecido seguir las costumbres de Arata. No había rastros de su padre desde que el mayor tenía alrededor de siete u ocho años, y se había involucrado rápidamente con los lobos de Shinjuku antes de transformarse en una suerte de nómada.

    En lugar de un timbre fuera de la propiedad había una campanilla jodidamente herrumbrada, toqué a pesar de que parecía ir a desintegrarse.

    —¡Pasa, está abierto! —gritó el rubio desde adentro.

    Deslicé el portón de madera para entrar y luego hice lo mismo con la puerta de la casa. Di un par de pasos adentro luego de haberme quitado los zapatos, y escuché ruido en la cocina así que seguí avanzando hasta allí.

    Shimizu estaba sacando una caja de jugo de naranja de la nevera, a la que le dio un trago largo sin molestarse en buscar siquiera un vaso.
    Arrugué los gestos al pensar en que el resto de su familia iba a tener que tragarse su saliva sin saber siquiera; él soltó una risa.

    —Bien, ¿entonces por fin lo harás? —preguntó mientras apoyaba el cuerpo en la encimera de la cocina. Tenía el cabello alborotado y llevaba todavía la misma ropa de la madrugada, pero bueno en eso estábamos parejos.

    —¿El qué, imbécil?

    —Reclamar tu territorio, maldito empollón, ¿qué más? —Otro trago a la caja de jugo.

    —Algo así. —Me metí las manos a los bolsillos—. Solo digamos que tengo cuentas que ajustar con los hijos de puta de Shibuya antes de cualquier otra mierda.

    —¿Los de Shibuya? ¿Con quién específicamente, el perro-lobo o la hiena?

    ¿La… hiena?

    Fruncí el ceño.

    —El segundo, el primero ya no interesa. ¿Qué sabes del tipo?

    —¿No lo has visto nunca? —cuestionó—. Creo que a veces cruzan a Chiyoda, ya sabes, porque allí no hay una manada como tal desde hace años. Estoy seguro de que debes haberlo visto aunque sea una vez, porque te paseas por tu propio Triángulo del Dragón entre Chiyoda, Shinjuku y Shibuya, el problema es que el jodido no resalta.

    Dejó la caja de jugo en la encimera, antes de ponerse a buscar en la nevera de nuevo y sacar una caja de alguna comida rápida a medio abrir, todavía con los palillos en ella. Empezó a comer así, sin molestarse en calentar la comida ni una mierda.

    Dios.

    —Bueno pero suelta la pasta.

    —Es un puto enclenque, tiene pinta de que si tú le metes una hostia lo noqueas directamente, aunque para ser un mocoso casi anémico debe saber aguantar algunas hostias al menos —explicó entre bocados—. Les vendí un par de cuchillos, mínimo uno debió ser suyo, no eran cuchillos cualquiera.

    —¿Alguno que juegue a dos bandos?

    —¿Ahora? No estoy seguro, hace tiempo vi un jodido que también se paseaba con los de Shinjuku, con el hermano del Krait. Shinomiya o algo así, era un niño rico como tú.

    Shinomiya.

    Estaba archivando toda esa información sin esfuerzo realmente, creando una carpeta específica para ella.

    —Con Fujiwara —atajé y Shimizu asintió.

    —¿Llegaste a verlo?

    —Lo vi antes en la comisaría —respondí, conciso.

    —¿Agarraron al Krait?

    Negué con la cabeza.

    —El otro, Kakeru, sacó a la chica. No me dejaron pagar fianza y como no tengo los putos dieciocho pues en esencia me tuve que ir a tomar por culo.

    —¿Por qué coño no llamaste al demonio?

    —No quiero deudas de honor, jodido idiota. Pueden volarle la cabeza a alguien y lo sabes.

    Se encogió de hombros.

    >>Consígueme buenos lobos, Shimizu, esta vez no me sirven los mismos jodidos famélicos de siempre.

    —¿No tienes cachorros bien alimentados en el Sakura, baby boy?

    —¿Esa escuela de niños pijos? —solté con evidente desdén. De repente deseaba un cigarrillo—. No me vengas con mierdas. El único que serviría para el trabajo es el perro-lobo y tiene mejores cosas que hacer ahora mismo.

    —¿Usui fue a parar al Sakura? Qué gracia. Ya debe haberse conseguido una buena zorra~

    —Cuidado dónde pisas, Shimizu. —Clavé mis ojos de ciénaga en él, que me miró con genuina diversión—. No me hago responsable si después te buscan para partirte la puta jeta.

    —Ahora que recuerdo… La chica de la comisaría tiene que ser la misma de la casa donde te dejé, ¿es tu reemplazo a la princesa del Sakura? Ya sabes, buenas curvas, ojos de fuego. No la llevaste contigo nunca~ una lástima.

    Normal, podía ser mi cómplice y lo sabía pero Kurosawa se movía a plena luz del día, arrastrarla a las sombras era una absoluta locura. Significaba, además, ponerla en un peligro que no le correspondía no tanto por lo ilícito de todo el mundo donde me movía, sino porque implicaba ponerla a la vista de los lobos.

    Aunque bueno, ¿qué caso tenía si la jodida me había botado por Usui, un puto pandillero, en dos segundos?

    Estiré el brazo hacia él y le di un manotazo rápido a lo que sostenía, el recipiente fue a dar al suelo, esparciendo los últimos granos de arroz.

    —¡Cabrón de mierda, ¿qué cojones te pasa?!

    Lo fulminé con la mirada.

    —No hay reemplazos, idiota. Ahora regresa al tema importante, puedes sacar una buena pasta de aquí si haces bien tu trabajo. Es más, podrías ser un beta en lugar de un sucio omega.

    Frunció el ceño mientras cruzaba los brazos. No se molestó en levantar el recipiente del suelo.

    >>Y ya que estamos, ¿quién te tatuó?

    Sus facciones volvieron a perder fuerza, tornándose burlonas de nueva cuenta.

    —Veo que quieres hacerlo oficial al fin, Sonnen. ¿Qué piensas hacerte para inaugurarte, maldito consentido de la yakuza?

    Yatagarasu.

    Representación del sol.

    Enviado de Amaterasu.

    *

    *

    *​

    Shimizu me había dado un contacto tras otro de lobos mejor alimentados, con quizás algo más de estándares pero no menos enfermos que los malditos omegas famélicos.
    Para hacer mierda a la hiena de Shibuya me bastaban los omega hambrientos, lo sabía bien incluso antes de sentarme a hacer la debida investigación, pero ahora el objetivo era más grande.

    Yo también quería dar un maldito mensaje.

    Como ellos lo habían dado usando a Anna.

    Como fuese, a eso había sumado el número y dirección de quien lo había tatuado, aparentemente una chica en Chūo, metida en el neotradicional y el blackwork.

    Al final le había pasado la información a Nishiguchi, solo para confirmar qué tan confiables eran los jodidos, a lo que recibí únicamente una respuesta afirmativa del par de Shinjuku y uno de Chūo. Los restantes eran de Chiyoda y algunos de los otros barrios especiales, así que debía acudir al resto de mis diablos de Tokyo por información, además de lo que hubiera en las bases.

    Se me había ido el resto de la tarde en eso, para cuando llegué a casa las criadas estaban terminando de preparar la cena y mamá ya tenía cara de que se la iba a llevar el mismísimo Satanás.

    Se notaba un huevo de quién había heredado la cara de culo.

    La retahíla que me llevé por no haber llamado a casa la noche anterior y por no aparecerme hasta esa hora fue una cosa increíble. No respondí, no me defendí y no reclamé porque sabía que lo merecía. Lo merecía la mayoría del tiempo.

    —¡Sírvete la cena tú mismo! —espetó luego de haberme soltado los últimos regaños en italiano, mientras acudía a sentarse a la mesa.

    Yes, mamma —murmuré.

    Un terrible híbrido de inglés e italiano que de hecho salía solo con ella y con mis abuelos maternos de tanto en tanto.
    Papá ni siquiera chistó, aunque no sabría decir si estaba cagado por ir a salir regañado también o se estaba aguantando la risa, aunque quizás eran ambas.

    Subí, me pegué otra ducha y me puse, al fin, ropa limpia. La camiseta estaba jodidamente desteñida ya, pero bueno por eso mismo la usaba para estar en casa. Los vaqueros no se quedan atrás.

    Cuando bajé hice lo que dijo mi madre, qué más remedio tenía ya, me serví la cena ya algo fría y comí solo sin que me importara mucho. En el salón escuché la televisión en inglés y del estudio de mamá me llegó el canto de su violín.
    Recordé algo de repente y alcé la voz.

    —¡Papá!

    Le puso mute a la televisión, pausó lo que estaba mirando o lo que fuese.

    —Dime, Al. —Escuché que revolvía en una bolsa, posiblemente algunas frituras.

    —Le iba a pedir a una amiga que llegara en un rato, ¿está bien? Digo, teniendo en cuenta que mamá casi me traiga vivo y eso. Será un momento nada más.

    —Hombre, sí. Si está tocando ya debe habérsele pasado. ¿Quedó cena para tu amiga?

    —Ajá.

    No respondió más, volví a escuchar el sonido del televisor y me limité a seguir comiendo. Maldita sea, me estaba muriendo de hambre la verdad.
    Mientras me bajaba el último bocado le marqué a Anna, que tardó un rato en levantar el teléfono.

    —An, ¿estás en casa?

    —Vaya, hola a ti también, Al —atajó antes de responder a la pregunta—. Sí, acabo de llegar de la tienda.

    —¿Está bien si alguien pasa por ti en unos… veinte minutos? —Tomé un par de tragos de refresco.

    —¿Alguien? ¿Quién mierdas?

    —Un cómplice —solté sin pensarlo siquiera—. Es un jodido pesado pero es de confianza, te puedo asegurar que no hará nada raro. Te traerá a Chiyoda y te llevará de regreso sin problema. El imbécil lleva los brazos tatuados y va en moto, no hay pérdida.

    Me pareció que suspiraba con cierto hastío.

    —Vale, sí.

    —Bien. Te veo en un rato.

    Otra llamada a Shimizu, otras quejas de protesta, otra negociación y otro trato. Esta vez iba amenazado de llevarle un casco a la enana, si se mataba él por estúpido me daba igual, pero no iba a llevarse a Anna en banda.

    —Traerás y llevarás a la chica, ¿me oyes? Y ten mucho cuidado, puto imbécil, que tienes a tu cargo a la Torre de la partida.

    —Sí sí, King. De todas maneras sabes que nunca me gustó el rollo de los otros hijos de puta, de abusar chicas.

    Cuando por fin escuché la motocicleta fuera me levanté del sofá, donde había estado por quedarme dormido de nuevo. Al salir Anna se estaba bajando y le había prácticamente lanzado el casco de regreso a Shimizu, traía las mejillas enrojecidas por el golpe del viento.

    —¡Eh, eso estuvo genial! —soltó con una energía casi infantil.

    —Siempre para servirle, señorita. Sonnen, llama cuando me necesites de nuevo, iré a Chūō.

    —¿Takizawa? —Shimizu asintió—. Anna, pasa si quieres.

    Le di algo de espacio aunque seguía con la atención puesta en el rubio.

    —¿Hablas tú con el tipo entonces? Para saber y no llamarlo.

    —Sí, de todas maneras al cabrón no le gustan las llamadas, así que yo me encargo.

    No dijo mayor cosa, se dejó el casco colgando del brazo y arrancó de nuevo antes de dar tiempo a nada.
    Retrocedí sobre mis pasos, Anna me siguió mientras murmuraba un apenas audible "Permiso" y no tenía que esforzarme mucho para saber que se había dado cuenta.

    Era un puto niño rico.

    Como gran parte de algunos sectores de los barrios especiales habían bastantes propiedades tradicionales, las de esa calle no eran excepción, pero aún así el espacio, el estado de la construcción y un montón de cosas y restauraciones lo anunciaban a gritos.

    —¿Ya cenaste, An?

    —¿Qué? —La había tomado con la atención bailando de una cosa a otra, de seguro—. Algo así.

    —Deja te sirvo entonces, ponte cómoda. Mis padres están descansando ya, les avisé a última hora porque pues se me ocurrió a última hora también.

    Cuando regresé con la comida se había sentado a la mesa y estaba tonteando en el móvil, aunque se veía claramente tensa.
    Recordé que no le había traído nada de tomar, así que solo dejé lo que traía en las manos frente a ella. Arroz con verduras y algo de carne, nada del otro mundo.

    Al volver a la cocina, mientras servía dos vasos de Coca-Cola, por alguna razón me puse a esculcar las ollas y al parecer había buscado mal desde antes.

    —¡Mierda! —solté mientras dejaba la botella a un lado y casi metía la nariz en la olla—. ¿Por qué nadie me dijo?

    —¡¿Te pasó algo?! —preguntó Anna desde donde estaba.

    —No, no. ¿Quieres gyōzas? Me acabo de dar cuenta de que habían.

    —¡Dale!

    Al final, aunque ya había comido, me senté a la mesa con ella y perdí la cuenta realmente de cuántas gyōzas me había bajado junto al vaso de Coca-Cola.

    Fue después de que comiera que le solté toda la pasta, de principio a fin.

    Le conté sobre Káiser, el imperio de papá, sobre la sangre alemana e italiana revueltas, junto a la crianza japonesa porque había nacido allí. Le hablé de mamá, del violín y de nuevo de mi mente cuadrada incapaz de tocar un instrumento.

    Le mostré las bases, los datos a los que accedía como hijo del emperador. Todo porque papá había diseñado los sistemas que archivaban la información de los servicios de salud, de los centros educativos públicos y algunos privados, de diversas tiendas y había terminado por consumir a ciertas redes sociales bajo la sombra de Káiser.
    Entre la gente a la que le había vendido códigos, programas o sistemas estaba, precisamente, la yakuza. Eran favores más bien inocentes, porque los demonios no metían a los informáticos en la mierda al ser conscientes de que podían llevárselo todo cuando se les antojara si les daban demasiado acceso.

    Le hablé de mi manía de buscarme la bronca desde que era un crío, de que me metía con cuánto imbécil calcularla no iba a poder conmigo. Que había aprendido a hacerlo sin anunciar mis movimientos y que luego, junto a distintos lobos, había agarrado todavía más maña.

    Expliqué que Arata era un idiota, que me tocaba las pelotas de tanto en tanto, pero al final del día era leal y de confianza, incluso cuando decía hacerlo solo por las pagas que le ofrecía. Y, además, ubicaba a la hiena que estábamos buscando.
    Con eso llegué entonces al asunto de la comisaría de nuevo, a cómo a pesar de que me iban a dejar ir realmente, había llamado a uno de los diablos de Tokyo solo por si acaso, para asegurarme de que nadie iba a tocarme realmente y así poder, en realidad, pretender estar atento a ella aunque al final de nada había servido.

    El broche de oro a esa bomba de información fue la oferta que me había hecho Nishiguchi en la tarde, cuando atendí el móvil todavía en su casa. Me había hablado el Infierno directamente y yo, bueno, tenía una partida de ajedrez que preparar porque si algo no iba a negarme era el placer de joder a los de Shibuya.

    Asentía de tanto en tanto, a veces hacía una broma o reía, incrédula, si no guardaba silencio y yo me las arreglaba para seguir hablando.
    Sin embargo, no pude quedarme allí y le solté, quizás, algo que estaba entre lo más jodido.

    Veía el mundo acromático.

    Estaba hecho. Anna tenía todas las piezas del tablero, podía hacer con él lo que quisiera.

    La decisión final era suya.

    Y si decidía irse pues no iba a ser yo quien la detuviera.

    Si no quería terminar metida en la mierda de nuevo,

    ¿quién era yo para juzgarla?
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
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    6
     
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    Heaven, if you sent us down so we can build a playground
    for the sinners, to play as saints,

    you'd be so proud of what we made.

    .
    .
    .

    Despedí a Altan desde la puerta, con Berta entre brazos. Moví su patita como si lo estuviera saludando hasta que su silueta se perdió por la esquina y entonces la bajé, que ya se estaba poniendo nerviosa. Volvimos adentro, deslicé la puerta tras mis tobillos y conduje los pies descalzos hasta la cocina. Había unas milanesas en el freezer, creía, y podía hacerme una ensalada. Los tomates estaban un poco blanditos, pero qué pereza ir a la tienda. Le eché un vistazo al reloj en la pared, podía oír las manecillas segundo a segundo.

    Shinjuku, allá afuera, se había hundido en un extraño letargo.

    Dos de la tarde.

    No hice más que asentir cuando me soltó todo ese discurso de la nada, como si la cuestión le rondara la cabeza desde hacía tiempo. Puede que una parte de mí siempre lo hubiera sabido, puede que haya percibido algo en su inteligencia, su vanidad y los aires elitistas que de vez en cuando lo rodeaban como un vaho intermitente. Lo había arrastrado a mi mierda, siendo consciente de que jamás se negaría. Perro guardián, guardaespaldas, chaleco antibalas.

    Salvavidas.

    ¿Qué más? Chivo expiatorio, quizá. No.

    ¿Carnada? Más bien era el arma, la escopeta con la potencia de reventarle la quijada a los lobos.

    También podía ser el cazador, el cerebro, el instigador. El alfa.

    ¿El lobo?

    ¿El cuervo?

    No era el rey, no era un inútil necesitado de la protección de todo su ejército mientras él huía despavorido con pies ligeros y la cola entre las patas. Era la pieza estratégica, el cabecilla capaz de arremeter a la par de sus soldados. Observaba el terreno, se deslizaba dentro y atacaba en las formas más inusuales. Se movía como ninguna otra pieza, no avanzaba ciegamente ni se limitaba a casillas de lealtad. Podía retroceder, doblar, aguardar y asestar.

    Era el caballo.

    No tenía idea cuál era el plan de Altan, pero intentar detenerlo lucía francamente en vano. La mierda había escalado, no sabía muy bien cómo, pero la partida se había complejizado y la audiencia se iba aglomerando en las tribunas. Jamás había sido la intención pero, joder, así era esta mierda, ¿no? Debería haberlo considerado. Lo sabía mejor que nadie.

    Estábamos levantando un nuevo castillo en medio de un puto temporal.

    Dependía de nosotros si hacerlo de arena o cemento.

    En algún momento más o menos indefinido de la tarde le marqué a Kakeru, estaba echada viendo programas de variedad pero no podía dejar de pensar en todo el rollo desde ayer. Panda, la poli, el Krait, los planes misteriosos de Altan. El suelo bajo mis pies era algo inestable, ¿eh? Se derretía poco a poco, puede que por la ignición que le tiraba encima. Quién sabe.

    —Eh, Anna, ¿cómo va?

    —¿Estabas ocupado?

    Lo oí manipular unos plásticos y darle un trago a algo.

    —Nah, sólo veo tv basura. ¿Tú?

    Solté una risa floja.

    —Bastante parecido, aunque me faltan las papitas.

    —Ah, las papitas son parte fundamental del plan. Sin papitas no sobrevives a los efectos nocivos de la tv.

    —Sí, de hecho puedo oír cómo se me derrite el cerebro a cada minuto que pasa.

    —Venga, eso es un diagnóstico avanzado, An-chan.

    De repente lo recordé. Una vez me había dicho que le gustaría estudiar medicina, envueltos en una nube de alcohol y marihuana.

    —¿Qué me recomiendas para contrarrestar el avance de la enfermedad?

    —Puedes beber una Coca, que no me engañas, siempre tienes una en la nevera. Si no, hacerle mimos a Berta.

    —Eh, puedo hacer ambas —murmuré, llevando mi mano a la cabecita de la gata a mi lado para rascarle entre las orejas—. ¿Eso me salvará?

    —No estoy seguro, nunca antes se combinaron semejantes métodos. ¿Qué dices, Anna? ¿Te gustaría contribuir al avance de la ciencia?

    —¿Puedo morir?

    —Siempre puedes morir.

    —Buen punto. Como sea, me arriesgaré.

    —El mundo lo agradecerá. —Unos pocos segundos después agregó—: O te harán un funeral, probablemente. Aunque ¿sabes? También puedes apagar la tv y ya.

    Me arrancó una risa genuina, divertida y, de hecho, apunté el control remoto y presioné el botón rojo. No le estaba prestando atención de cualquier forma y no cagábamos dinero, como ya muchas veces mamá me había dicho.

    —Bueno, amenaza eliminada. Ya todos pueden relajarse —dije, incorporándome para ir a buscar un vaso de Coca; me había dado antojo—. Oye, les debo una cerveza a ti y al Krait. ¿Cuándo están libres?

    Como si lo hubiese invocado, oí una tercera voz de fondo en la llamada y a Kakeru alejándose del micrófono para responderle. Luego de un breve intercambio, dijo:

    —Por cierto, Anna pregunta que cuándo queremos salir a tomar algo.

    —¿Hmm? —Lo oí murmurar y pareciera que se abalanzó sobre Kakeru o algo así, pues el menor soltó un improperio por debajo de la emoción del Krait—. ¡Hola, Hiradaira! ¿Cómo va todo?

    Le di un trago a la gaseosa, sonriendo. Me habían puesto en altavoz.

    —Eh, Krait, todo bien ¿y tú?

    —Bien, bien, ya sabes, la pereza del domingo y eso, pero todo va bien. Eh, ¿qué pasó ayer? Menudo lío te armaste, oye.

    El mayor se carcajeó y algo de color me subió al rostro, avergonzada. Por suerte no podían verme.

    —¿Por qué mejor no dejamos eso para cuando nos veamos? —intervino Kakeru, salvándome el culo—. A ver, ¿mañana a la noche?

    —¿Mañana? —inquirí; era lunes, había clases y toda la mierda.

    —Ah, es que no estaremos el fin de semana —explicó el Krait—. Oferta de último minuto, Hiradaira, tómalo o déjalo.

    Solté algo similar a un bufido que se disimuló bastante dentro del vaso, y asentí.

    —Vale, mañana será. Elijan lugar y eso, son mis invitados de honor.

    —Eh, qué honor~ —soltó Kakeru, en su tono risueño usual, y oí su sofá quejándose. Debía haberse liberado del peso del Krait—. Hayato, tráeme un zumo si vas para la cocina.

    —Va. ¡Bueno, nos vemos, Hiradaira!

    —¡Adiós, Krait!

    La llamada volvió a salir por los auriculares del móvil y Kakeru soltó una risa suave, bastante baja. Sí que parecía estar llevándose mejor con su hermano, ¿verdad? Me ponía inexplicablemente contenta.

    —Bueno, Anna-chan, nos vemos mañana entonces. ¿Precisabas algo más?

    —Ah, nah, era un poco para definir eso y, bueno, agradecerte por lo de ayer y eso.

    Me había puesto a dibujar círculos sobre el granito de la cocina sin darme cuenta, y arrugué el ceño al escucharlo riendo otra vez.

    —No es nada, ya sabes. No está mal pasar por la comisaría de vez en cuando para revivir los buenos tiempos.

    —Qué idiota —me mofé, mordiéndome el labio, y me corrí el cabello del hombro—. Bueno, mejor voy a la tienda a comprar unas cosas. Nos vemos.

    —Dale, cuídate, Anna.

    Papá solía decirme que, pese a ser bastante distraída y liviana, igual nunca daba puntada sin hilo. Puede que tuviera más razón de la que alguna vez habría creído; en cierto punto, aunque no lo viera con suma claridad, ya me olía lo que se venía, lo que Altan planeaba, y me iría al infierno si hacía falta pero que me cortaran un brazo antes de siquiera sopesar la idea de abandonarlo. Era mi mierda, era mi venganza y era mi amigo. Quizá no fuera un lobo, ni un cuervo, ni una hiena. Puede que no tuviera esta habilidad para imprimirme la lealtad en la sangre, para oler dónde caerían los muertos y anticiparme a ello, o para moverme sin cagarla; pero podía abrigar a quienes eligiera bajo mi cuidado y calor. Podía protegerlos con uñas y dientes, mostrarle los colmillos a cualquier hijo de puta con la mínima intención de dañarlos.

    Aún no habían herido a ninguno de los míos.

    No tenían la menor idea de lo que era capaz.

    Y para la gracia, Kakeru había acabado entubado en una habitación de hospital y aunque no lo hubieran logrado directamente, estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta para alcanzarlos y cobrarme mi venganza.

    .

    .

    .

    Al final me entretuve con cualquier mierda y cuando el sol empezó a recortarse sobre las paredes, junté las ganas suficientes para ir a la tienda. Bueno, era eso o morirme de hambre.

    Estaba deslizando la puerta con la punta de la zapatilla, las bolsas en los brazos, cuando el móvil empezó a vibrar en el bolsillo de mis vaqueros. Ugh, odiaba las llamadas, tenías que interrumpirlo todo en ese preciso instante para poder atenderlas. ¿Para qué habían inventado los audios de voz, si no?

    Altan me invitó a su casa y acepté, en verdad no tenía razones para negarme y, si debía ser honesta conmigo misma, estaba algo ansiosa. El discurso del mediodía seguía palpitando contra mis oídos y no tenía dudas que esto iba relacionado a lo otro. ¿Apenas un día? ¿Eso le había tomado acomodar las fichas?

    Puto niño genio.

    No tenía tiempo de cocinar nada, me zampé unas Oreos que me habían quedado abiertas de la merienda y, bueno, ya le robaría algo a Altan. Me traía sin cuidado. Fui hasta el baño, ya me había bañado y eso pero igual no contuve el impulso de echarme un vistazo. Me cepillé el cabello, me puse unos vaqueros un poco más decentes y tal. ¿Chiyoda había dicho?

    No me digas que encima de genio eres un maldito niño rico, Sonnen.

    Para cuando el rugido de la motocicleta vibró entre las paredes quietas del vecindario yo estaba afuera, sentada en las escalinatas de entrada, fumando. Nada que hacerle, iba bastante ansiosa por toda la cuestión y eso me ayudaba a relajarme. El tipo estacionó justo frente a la puerta sin la menor duda, y se me cruzó la idea de que hubiera sido él quien trajo a Altan la noche anterior.

    Me incorporé y avancé hasta la vereda, echándole un mejor vistazo. El cabrón no llevaba casco y ya me iba haciendo una idea del tipo de capullo que era. Le sonreí, de cualquier forma, mientras liberaba el humo con calma.

    —Cómplice —lo saludé, no era como si Altan me hubiera facilitado más información—, ¿cómo va?

    —Torre —me dijo, y fruncí el ceño. ¿Qué cojones?—. Venga, ponte esto que no quiero perder las bolas.

    Me extendió un casco rojizo, acompañaba a las tonalidades de la motocicleta y lo sostuve con una mano y la ceja arqueada.

    —¿Tu sueño húmedo es partirte el cráneo contra el pavimento? —solté en un tono bastante plano, dándole otra calada al porro. Tendría que esperar unos minutos, que me lo quería acabar.

    —Puede que mis sueños húmedos incluyan pavimento, pero no mi cráneo.

    Su tono era ligero y risueño, ligeramente burlón. Sonaba al tipo de cabrón capaz de putearte de arriba abajo con la misma cara de todos los días. Lo repasé unos segundos y acabé por sonreír amplio, extendiéndole el cigarro.

    —Considéralo la propina —ofrecí, y guardé las manos en los bolsillos mientras lo veía fumar—. En fin, ¿cómo te llamas?

    —Puedes decirme Arata o Arata-oniichan, como te apetezca, niña.

    Fabriqué una risa vacía y le arrebaté el porro, pitándolo de puro impulso. Me observó bastante divertido.

    —Anna —solté porque, bueno, nobleza obliga, supongo—. Un gusto, idiota.

    —Eh, ya suenas como el imbécil de tu novio y todo. —Lo miré con severidad, pero el tipo ni se inmutó—. Ah, ¿o andas con la Clelia negra?

    ¿Clelia negra?

    Bufé, molesta, y acabé por soltar el porro para aplastarlo con la punta de la zapatilla y echarme el casco a la cabeza.

    —No ando con nadie, pedazo de idiota. —No soy la perra de nadie—. ¿Quién mierda es la Clelia negra, de todos modos?

    —¿Eh? ¿No lo sabes? —replicó, divertido, quitándole el pie a la motocicleta mientras yo me subía a su espalda—. Se ganó el apodo en los últimos meses, el pequeño cabrón. Digno hermano del Krait.

    El aliento se congeló en mi garganta por un segundo. ¿En qué mierda andaría metido? Nadie se ganaba un apodo en la calle del aire y, lo peor, los métodos más efectivos para conseguirse uno rayaban todo donde siempre había odiado ver a Kakeru metido.

    Me sostuve de las agarraderas, cosa que le arrancó una sonrisa odiosa a Arata en cuanto me vio de costado.

    —Yo que tú me agarro mejor de otra cosa.

    Rodé los ojos y bufé, pero no me quedó más remedio que hacerle caso. Al menos había tenido la decencia de avisarme que conducía como un puto loco. Algo renuente, solté las agarraderas y enganché las manos alrededor de su cintura. Arata se limitó a poner llave y girar el acelerador como maniático, el caño de escape libre rugió en todo el puto vecindario y el pavimento chirrió un instante antes de salir disparados por las callejuelas de Shinjuku.

    El corazón se me subió a la boca en un primer momento y preparé sin esfuerzo la lista bíblica de insultos que le arrojaría encima a Altan por enviar a ese loco de mierda como mi transporte, pero el enfado, por alguna razón, se fue transformando poco a poco. La velocidad, la agilidad, el viento sacudiéndome la ropa y la adrenalina.

    En el fondo también era una loca de mierda, que se había echado la infancia volando por los aires sujeta a un simple palo atado.

    Acabé disfrutando tanto el viaje que me entristeció haber llegado; además, por la velocidad a la que fuimos no había durado nada. Bueno, luego me llevaría a casa de regreso, ¿verdad?

    No le presté atención a lo que él y Altan charlaron, estaba demasiado ocupada intentando abarcar en mi campo visual la puta casa gigante de este cabrón. Tragué grueso. De alguna forma siempre me había figurado que no era un tirado viviendo de migajas, la ropa y la colonia cara lo evidenciaban. Pero… mierda.

    Su segundo discurso del día, considerablemente más largo que el primero, acabó por despejar mis dudas. No sólo era un niño rico, tenía un imperio entero a su disposición. Había nacido con el mundo entre sus manos. No me causaba resentimiento o frustración de forma pura, era más bien una mezcla de incredulidad y resignación al tener pruebas fehacientes, otra vez, de que el mundo era una puta mierda injusta.

    Ahora, ¿qué hacía un tipo como él cagándose la vida entre basura de pandillas y lobos? Tenía el dinero, tenía el cerebro, estaba segura que, si lo deseaba, podría tener también el carisma. Tenía todos los recursos para no ensuciarse las manos ni una sola vez en su vida.

    Bueno, puede que fuera justamente esa la razón.

    Lo más increíble fueron las bases. Me incorporé apenas dijo que me mostraría, y mientras tecleaba en su computadora me incliné detrás suyo con los brazos entrecruzados, recostados sobre la línea de sus hombros. Le eché mi peso encima y, claro, ni se inmutó. Era un armario empotrado. Acomodé la barbilla donde me quedara cómoda y fui soltando los comentarios que se me ocurrieran en voz baja, cerca de su oído. Podía y, de hecho, iba a permitirme esa clase de acercamientos; en el fondo era algo vanidosa y, quisiera o no, se me había subido un poco a la cabeza.

    No he dormido con Jez.

    Fue un auténtico bombardeo. Acabé caminando en línea recta, como si estuviera patrullando el comedor, intentando absorber y procesar todo lo que implicaba tener en el equipo a alguien como Altan Sonnen. Lo sentí una vez más, ahí, bien al fondo. La certeza implícita, dormida, aprovechando el momento para removerse y ponerse al frente de mi consciencia. Esta vez lo consiguió con una fuerza hasta ahora desconocida, y es que el cabrón lo había hecho.

    Había acomodado todas las piezas.

    Y me había mostrado el tablero.

    ¿Nishiguchi? Puta madre, Altan, hasta las ratas de mala monta con las que me movía conocen ese nombre.

    La jodida cabeza del Sumiyoshi-kai.

    Un escalofrío me atravesó raudo la espalda, detuve mi andar nervioso, casi frenético, y alcé la mirada hasta él. Hablaba totalmente en serio, claro, pero no lo asimilaba. Podía procesar su posesión de un imperio, su acceso a las bases, su manía estúpida por cagarse a hostias, por moverse entre lobos siendo un cuervo. Podía procesarlo y aceptarlo, pero la yakuza… joder.

    Joder.

    Joder.

    Joder.

    No tenía el menor sentido de la compasión, siendo francos, a menos que su objetivo hubiera sido desde un comienzo provocarme un cortocircuito. Hubo un silencio algo pesado donde no encontré palabras que formular de forma coherente y él, como había aprovechado las pausas anteriores, continuó el ataque. La última bomba, irónicamente, fue la peor de todas.

    Veo el mundo acromático.

    No tuve que detenerme pues no había reiniciado la marcha, sólo lo miré y apreté los labios en una fina línea. Lo miré y lo miré, porque la incredulidad seguía dándole batalla a mi capacidad mental y cuando creí que no ganaría, bam.

    Las lágrimas se aglomeraron tras mis ojos, pero no las dejé salir.

    Si me preguntaran, estaba genuinamente harta de llorar y quizá fue, no lo sé, mi forma de empezar a prepararme. Mis planes iniciales parecían de repente un juego de niños y lo supe, lo supe con una certeza dolorosa. En el tablero donde Altan quería brillar no había espacio para lágrimas. Él me lo había dicho, ¿verdad? Quería darme todas las posibilidades. Kakeru había deseado lo mismo pero empleando otros caminos, y no sabía definir si uno estaba equivocado y otro en lo cierto. No sabía decir si, esta vez, las cosas saldrían bien. Sólo sabía una cosa.

    Que si le antojaba bañarse en el azufre del infierno, me daba igual. Yo había sido quien jaló la correa con la intención suficiente para empujarlo al borde del tablero, y si quería dar un paso al frente, pues bien. No lo haría solo.

    Había elegido a Altan, lo había envuelto dentro de mi nido.

    Era un cachorro de mi propia manada.

    Y veía el mundo acromático.

    Me acerqué a él, aún sentado a la mesa, y lo atraje hacia mi pecho como aquella vez en la enfermería. Recorrí la extensión de sus brazos, acaricié su espalda, las plumas negras. No sabía si quería consolarlo, al menos no como la otra vez. No quería transmitirle lástima o condescendencia pues no las sentía.

    Quizá mi intención desde el principio siempre había sido reconstruirme con su calor.

    Quizás ahora, con las puertas del Infierno abiertas, ya había renunciado a ciertos privilegios.

    Silencio. Busqué los contornos de su rostro, los bordes de la mandíbula, para alzar su mirada hacia mí. Le sonreí con la dulzura usual, esa que emanaba directo desde mi corazón por las personas que quería, y acuné sus mejillas con caricias suaves.

    —Para eso es mi pared de buenos días —susurré, como si le estuviera confiando un secreto milenario.

    ¿Quieres convertirte en Hades, cariño?

    —A veces eres un puto espejo, Sonnen.

    ¿Eso quieres?

    Solté el aire más o menos de golpe, me incliné un poco y presioné mis labios sobre su mejilla. Mis dedos, un poco contra mi voluntad, presionaron la piel suavemente y el pulgar se deslizó hasta rozar el contorno de sus labios. Fue apenas un segundo, el aleteo de una paloma, y me alejé.

    Guíame, entonces.

    —Cuéntame adentro, Al.

    Dame la bienvenida al Infierno.

    .

    .



    .

    .

    Luego de eso no pasó mucho hasta que le pedí el número de Arata o, en su defecto, su móvil. Mamá llegaba esa noche del viaje y quería esperarla ya en casa, de ser posible, con la comida en proceso. Seguro estaría cansada y mañana se reiniciaba su espantosa rutina laboral. Aún había cosas que Altan debía saber si pretendía meterse en una partida contra los demonios de Shibuya con todas las de la ley, pero esa noche no podía contárselas. Le prometí hacerlo pronto, además necesitaba prepararme un poco.

    Para contarle del peor día de toda mi vida.

    El viaje de regreso fue tan o más emocionante que el primero, ya sabía qué esperar y la expectativa trabajaba así. Le agradecí por los aventones, aunque tuviera el presentimiento de que no lo había hecho de gratis, y me lancé de lleno a la cocina. Sazonar la carne, cortar las verduras, hervir el arroz, eran cosas que, a fuerza de necesidad, más o menos había aprendido a hacer. A mamá seguía quedándole todo más rico, pero igual me encantaba ver su sonrisa al llegar y olisquear el aroma danzando por la casa desde la cocina.

    Llegó una media hora después, le di un abrazo y la ayudé con las valijas. Me preguntó si había pasado algo bueno, que me notaba muy alegre, y realmente la pregunta me sorprendió ya que, en el fondo, me estaba muriendo de nervios.

    Había aceptado danzar con los demonios de Tokio.

    Estaba mal de la puta cabeza.

    Esa noche no dormí mucho, para colmo Altan había estado allí y los recuerdos se reiniciaban como la puta tortura de la Naranja Mecánica. Volver a la escuela lucía casi surrealista luego de todo lo que había ocurrido el fin de semana, pero me lo creyera o no seguía siendo una estudiante de secundaria.

    No es que hubiera evitado a Altan como tal, realmente no coincidimos y tampoco nos buscamos. Durante el receso lo vi pasando por la cafetería a lo lejos, junto a Jez, y yo seguí mi camino de vuelta al aula tras comprarme un zumo; me había traído unas sobras de la cena de ayer. Emily vino a mi clase y almorzamos juntas, charlamos un rato y básicamente no salimos del segundo piso. Tras las clases de la tarde no tenía clubes, Emi estaba ocupada con el de jardinería y yo tenía que trabajar. Preferí hacer a pie una parte del camino de regreso a Shinjuku, que hacía una tarde tan bonita. Por suerte, al hijo de puta de Tomoya tampoco le vi la cara en todo el día.

    Iba saliendo del sendero rodeado por árboles cuando el tono de llamada se antepuso a la música. Chasqueé la lengua, bajándome los cascos, y revisé la pantalla: era un número que no tenía agendado. No era de atender en esos casos pero no lo sé, había aceptado lanzarme dentro de mierdas raras y quizá empezara a recibir llamadas misteriosas con voces moduladas y cosas así.

    O quizá tenía muchas películas encima.

    —¿Hola?

    —Anna, ¿cierto? —La voz del otro lado era la de un hombre adulto, sonaba templado y hablaba formal—. Creo que es la primera vez que hablamos, ¿cómo estás?

    Me detuve un momento, intentando darle una cara a esa voz pero no tuve éxito.

    —¿Quién eres? —espeté, algo tosca.

    Lo oí sonreír.

    —Ah, claro, ¿cómo serías capaz de reconocerme? Mis disculpas, contaba con la esperanza de que Ema alguna vez te hubiera mostrado grabaciones de nuestra juventud o algo así. Soy Jun Hiradaira, Anna. Tu tío.

    Jun Hiradaira.

    El corazón se me atoró en el pecho y los dedos me cosquillearon, llenos de energía. Podría jurar que la sangre me chispeó en todo el cuerpo, como cables pelados a centímetros del agua. Como una cerilla acercándose a la gasolina. Como el serpenteo del rayo hundiéndose en la depresión de un valle.

    —¿Qué quieres?

    Soltó una risa algo áspera, y aún así sedosa y cortés. Me revolvió el estómago.

    —Anna-chan, ¿vas a decirme que nunca te enseñaron modales en casa? —No me dio tiempo a responder—. Bueno, ¿qué casa, no? Si vivían como animales.

    Hijo de tu puta madre.

    —No lo preguntaré otra vez, responde o cortaré. ¿Qué quieres?

    Se tomó unos segundos para hablar, no había un solo sonido de fondo que me permitiera figurarlo. Era una especie de demonio llamándome del más allá.

    —¿Ema llegó bien? Sé que papá insistió en llevarla, pero se negó.

    Se me escapó una sonrisa irónica mientras retomaba la marcha.

    —¿Jugando al hermano bueno? Ni siquiera te sale bien, Jun.

    —Ah, niña, ¿eso se supone que debería molestarme?

    —Tocarte los huevos es uno de mis sueños, pero sé que es imposible. No puedes joder a quien te ve como si fueras basura.

    —¿Pero qué cosas te han metido en la cabeza, Anna-chan?

    Lancé los ojos al cielo, resoplando. Mi paciencia se iba agotando y no aguantaría mucho más sin insultarlo de arriba abajo, como el hijo de puta que era.

    —Las verdaderas. Bueno, ¿qué quieres? Esta vez de verdad.

    —¿Te parece si subes y lo hablamos en persona?

    ¿Qué?

    Me despegué el móvil de la oreja al notar por el rabillo del ojo que un auto aparecía en mi campo de visión; era una jodida Mercedes negra e iba bordeando el cordón a mi velocidad. El vidrio polarizado de atrás descendió y apareció la sonrisa enervante de mi tío. Dejé caer el brazo en peso muerto y me detuve, el coche me imitó. Sus labios se curvaron un poco más, puede que al percibir la confusión en mi rostro.

    El cuerpo volvió a cosquillearme, esta vez con una sensación distinta. Corre.

    —Mírate nada más, estás tan grande, Anna-chan. —Me mostró una impecable hilera de dientes blancos en una sonrisa que me heló la sangre—. Vamos, no me gusta que me hagan esperar.

    Lo sabía, lo olía, la calle me había enseñado a darme cuenta cuándo valía la pena correr y cuándo no. Esta vez no tenía escapatoria. Tragué grueso y vi hacia ambos lados antes de meterme en el coche. Él se deslizó al otro asiento.

    —Ibas al gimnasio, ¿verdad? Te llevaremos, no te preocupes.

    Mis ojos se movieron por cada rincón del vehículo con una ansiedad casi paranoide. ¿Cómo sabía dónde trabajaba? ¿Se lo habría dicho mamá? No.

    Ya estaba en el Infierno.

    Podía toparme un demonio en cualquier esquina.

    —Bueno, si estabas siguiéndome como un puto acosador, ¿a qué vino la llamada?

    ¿Demostración de poder? ¿Mera e irracional satisfacción? ¿Qué mierda querían, en definitiva, los Hiradaira conmigo?

    —¿Hmm? ¿Seguirte? ¿De dónde sacas esas ideas, Anna-chan? —Cínico de mierda—. ¿Qué tal la escuela?

    —Bien.

    Clavé el codo en la puerta y los ojos en el exterior, con aires indiferentes. La simple verdad era que no soportaba verlo, me atoraba la bilis en la garganta. Había un par de personas en el mundo merecedoras de un odio que no me enorgullecía sentir, pero tampoco tenía idea cómo erradicar. La familia de mamá entraba en ese selecto grupo.

    —¿Has hecho amigos?

    —Sí, como todos.

    —Como todos, dices —saboreó las palabras de una forma que me dio escalofríos, y su silencio me atrajo como un puto imán; volví la vista hacia él y recién entonces siguió hablando—. ¿Hablas por experiencia propia, Anna-chan?

    —¿A qué mierda te refieres?

    Chasqueó la lengua y meneó la cabeza, reprobatorio. Su sonrisa había desaparecido.

    —Ah, niña, esos modales. ¿Acaso no sabes cuando tienes que agachar la cabeza? ¿Crees que mi paciencia es infinita?

    Tragué saliva. Era agresivo, mucho más agresivo de lo que alguna vez me habría imaginado. Dios, tenía seca la garganta.

    —No entiendo qué haces aquí —insistí, considerablemente más suave—, ni qué quieres de mí.

    Apenas me escuchó recuperó la liviandad de antes y volvió la vista al frente, lo cual agradecí. Fue como aflojar un par de garras alrededor de mi cuello.

    —No me extraña que seas hija de Ema, ciertamente corre por tus venas el mismo salvajismo que manifestó ella desde muy, muy pequeña. Una cualidad atípica, si me preguntas, pero indeseable. Altamente indeseable. —Me miró de reojo, relajando la espalda—. Yo estaba en contra de traerlos a Japón, ¿sabes? Me parecía un completo absurdo, pero a mamá le daba mucha ilusión la idea de volver a ver a su pequeña y, bueno, tú harías lo que sea con tal de ver a Ema feliz, ¿verdad, Anna-chan?

    Solté el aire a cámara lenta y asentí, aunque la pregunta fuera retórica. Era diabólicamente certero considerando la cena de ayer, y ya no sabía hasta dónde la fortuna le sonreía a esos demonios y hasta dónde poseían todos los hilos del mundo terrenal entre sus dedos. Recién entonces mi cerebro logró alcanzar la situación y creí que me desmayaría ahí mismo.

    Espera, ¿demonios? ¿Los Hiradaira?

    No, no puede ser. No, no, no.

    —Aún así, eres una niña de lo más curiosa. Sin educación, sin recursos, sin etiqueta, como un animalito rescatado de la jungla, vas y te codeas con personas harto interesantes. Tal parece ser que, en el fondo, sí te guardaste algo de los Hiradaira. —Su sonrisa se afiló—. Bien hecho, niña. Sólo te falta dirección.

    —¿Vas a ofrecerme trabajo ahora?

    No sé de dónde sacaba la capacidad para ser irónica, puede que sólo fuera el efecto rebote de cuán nerviosa estaba. Su primera respuesta fue un suave, casi sedoso meneo de cabeza. y por alguna razón reparé en el reloj que llevaba en la muñeca. Combinaba con sus gemelos y destellaba en plata y oro.

    —No es como si fueras a aceptarlo, pero puedo ofrecerte consejo.

    El coche se detuvo en un semáforo en rojo y, de costado, percibí todo el peso de su mirada sobre mí. Era helado, era agobiante y me congeló la espina dorsal. Una vez más, no habló hasta que le correspondiera el gesto. Debió encontrar tanto miedo en mis ojos, el suficiente para sonreír así de amplio.

    Se alimentaban de eso.

    —Anna-chan, ¿no te parece que ya te has divertido demasiado? ¿Por qué no te concentras en otras cosas? En pocos meses serás una estudiante de tercero, ¿has pensado qué hacer de tu futuro? Podríamos encargarnos de tu educación, incluso, si deseas asistir a una universidad. —Se permitió una ligera pausa para sacar algo de su bolsillo y extenderlo hacia mí; eran pequeñas tarjetas o similar—. Eres una Hiradaira, después de todo.

    En cuanto acepté lo que me ofrecía con dedos temblorosos, Jun regresó a su posición y le hizo una seña al chofer. El coche se desvió de la autopista y estacionó junto a la vereda.

    ¿Cuánto sabían?

    ¿A quiénes le rendían lealtad?

    ¿Desde cuándo seguían mis movimientos?

    —Perdona, Anna-chan, recordé que tengo un compromiso urgente que atender. No te molesta si te dejamos aquí, ¿verdad?

    Negué por mera inercia y me sonrió. Descansaba el brazo sobre su puerta y en la mano jugueteaba con una moneda en ademán nervioso.

    —Muy bien, mucha suerte, niña. Estudia con ganas, los jóvenes son el futuro de este país.

    Salí del coche con movimientos mecánicos, no volví a abrir la boca. Lo seguí con la mirada hasta que se perdió en la marea del tráfico y apreté las tarjetas entre mis dedos. No quería verlas. Por Dios, no quería verlas.

    Aún así, agaché la vista en cámara lenta a medida que las alzaba frente a mí. Recién entonces descubrí que no eran tarjetas, eran polaroid. Cuatro fotografías que conformaban una secuencia casi directa. Reconocí los destellos rojizos de la motocicleta de Arata entre la oscuridad, los arbustos frondosos y las luces prendidas en las ventanas. Las ventanas de la casa de Altan. En medio, como manchones negros, estábamos nosotros. Alcancé a distinguir el color de mi cabello rosado y la camiseta grisácea que llevaba Altan la noche anterior.

    No sabía que había retrocedido hasta que mi espalda dio contra la pared y arrastré mi flequillo hacia atrás, viendo en todas direcciones. Me sentía rodeada, total y absolutamente rodeada.

    Ya no de lobos.

    Eran demonios.

    Arrugué las polaroid con maña desmedida, como si buscara canalizar la furia allí, y unas lágrimas de pura rabia me salpicaron los ojos. Querían asustarme. Siempre, todos esos hijos de puta querían asustarme. Debía ser tan divertido, como jugar con cachorritos indefensos e ingenuos.

    Revisé la hora en mi móvil y tomé aire con fuerza, retomando la marcha. Más me valía moverme o llegaría tarde al trabajo.

    No. No podía dejarlo.

    No podía abandonar a Altan.

    Esa era mi mierda, al fin y al cabo.

    Mi venganza.

    Aproveché que tenía el móvil en mano y tipeé un mensaje rápido en el grupo que llevaba meses sin usarse. Red Boomslangs.


    Hoy a la noche, en el bar que quieran de Kabukichō 17:03
    A eso de las nueve salgo del trabajo 17:03
    Los quiero a todos ahí, sin excusa 17:04

    La primera respuesta fue la de Rei, Subaru lo leyó casi al mismo tiempo.

    Eh? 17:06
    Y esto tan repentino? 17:06


    Chasqueé la lengua, tecleando con ambas manos a la velocidad del rayo.

    Les explico allá, ustedes sólo vayan 17:06

    Subaru envió un sticker idiota que me valía como respuesta y un minuto después cayó un audio. Era Kakeru. Me llevé el aparato a la oreja para oírlo y no, ni me molesté en contener la sonrisa.

    Eh~ Qué seria, Anna-chan. No hace falta que lo diga pero bueno, ya sabes que estoy dentro. Vayamos adonde trabaja Hayato, de paso se suma a la fiesta como quedamos ayer y seguro conseguimos cerveza gratis.

    Luego otro.

    Nos vemos esta noche~ Te paso a buscar por el gimnasio, espérame.

    Una vez di eso por resuelto, cambié de chat y volví a teclear.


    Mañana estás libre, Al? 17:08
    Así nos vemos 17:09
    Hay varias cosas que tienes que saber 17:09

    Un rato después, antes de que llegara a leerme, volví a desbloquear el móvil. El tren iba alcanzando la estación y me agitó el cabello dentro de la coleta.


    Por cierto 17:23
    Te conseguiré un par de lobos bien domesticados 17:23
    No tienes que agradecerme~ 17:24
     
    Última edición: 11 Octubre 2020
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    Zireael

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    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
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    Drama
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    Please, remain calm, the end has arrived
    We cannot save you, enjoy the ride
    This is the moment you've been waiting for

    Don't call it a warning, this is a war
    .
    .
    .


    Lo sabía de sobra, era evidente, y quizás en parte por eso le había soltado en la tarde la mierda de Jez, se lo había soltado para que dejara de ser jodidamente estúpida comparándose con las que entraban en esa categoría de princesas que no sé de dónde mierda había salido, pero sobre todo que dejara de usar a Jez de comodín para pretender ignorar nuestros grises.

    Era un puto egoísta.

    No iba a ser yo quien la detuviese tampoco de echarme su peso encima, de hablarme en el oído, como no la había detenido en la cafetería hace tiempo, cuando la cabrona me había seguido el juego.

    Fue, de algún modo, mi manera de cortar la tensa cuerda que ella pretendía sujetar incluso si le destrozaba las manos. Tal vez no cortarla completamente, pero sí aflojarla. Había cedido.

    Después de todo ella sostenía mi correa y, mierda, estaba a un paso de ahorcarme.

    No la detuve de todo lo anterior mucho menos iba a detenerla de acunarme en su pecho, de acariciarme. Ya lo había pensado, ¿no? Siempre que ella me tocaba perdía toda fuerza, destensaba los músculos para que pudiera apartarme si así lo quería.
    Pero yo no la apartaba a ella y ella no me apartaba a mí.

    Gris.

    Anna podía pasearse por las sombras y por plena luz del día de una manera que otros solo deseábamos, como si ella misma fuera la representación absoluta del sol y la luna en una persona. Podía llamarme, decirme que fuéramos a puto Shinjuku por un dealer de mierda y estar allí en mi casa, acariciándome y prestándome su calor.

    Magenta.

    Para eso es mi pared de buenos días.

    A veces eres un puto espejo, Sonnen.

    Lo supe desde el día de la enfermería.

    Sus siguientes movimientos me dieron la sensación de que habían estado por cortar la cuerda de forma definitiva. El beso en la mejilla, sus dedos presionando apenas mi piel, y su pulgar alcanzando el contorno de mis labios.
    Tragué grueso por reflejo, era una reacción a la expectativa.

    Porque había deseado que me besara de una maldita vez.

    ¿De repente estaba metido con la yakuza y no podía comerle la puta boca a Anna por iniciativa propia?

    Sí. Siempre había sido esa clase de imbécil.


    *

    *

    *

    Como fuese, Anna había accedido, había decidido quedarse dentro del tablero y ser la torre a pesar de saber que no era un tablero cualquiera en el que íbamos a jugar.
    Supe entonces que si el jodido Kakeru le hubiese soltado toda la mierda cuando debió hacerlo habría hecho exactamente lo mismo, porque era esa clase de persona, ya no sabía si decir abnegada o suicida.

    El punto era que basado en esa respuesta tenía que seguir moviendo mis propias fichas a la sombra del Sumiyoshi-kai, porque el jodido demonio me había apadrinado en resumidas cuentas, se había adelantado a todos los demás y eso había sido porque yo había acudido a él como mi comodín. Sin pensar siquiera que había podido ser el que nos había cantado con el asunto del Pandita.

    Si hubiese caído en Shibuya, en mi propio Chiyoda, en Chūō o incluso en Taitō algo habría sido ligeramente distinto, ahora era consciente de que lo quisiera o no habría terminado por ser arrastrado al tablero de cualquier manera, lo único que hubiese cambiado habría sido el bando para el que iba a preparar el espectáculo.

    Después de clase había quedado en aparecer, de nuevo, en casa de Shimizu para que me dijera cómo le había ido con la mierda de Takizawa y para hablar de otras cosas que consideraba importantes al respecto. Sabía que de ahora en adelante iba a tener que hacer una mayoría de cosas de cara a cara, evitando las llamadas o los mensajes porque si alguien sabía bien que podían filtrarse era yo, con mi maldita llave maestra.

    Su madre estaba en el trabajo, sus hermanos debían haberse quedado en la escuela por clubes o estar haciendo el tonto por ahí con sus amigos, la cuestión es que no había nadie que pudiera oír más de la cuenta.

    Coloqué sobre la mesa las latas de cerveza que me había pedido, junto a unos gramos de hierba. ¿De quién los había conseguido? No me importaba ni a mí, pero obviamente no había sido del Pandita y tampoco de ninguno de los que trabajaban para los que ahora eran, directamente, el enemigo.

    —Parte de tu pago, el resto te lo daré en función de qué tan útil me parezca tu información. —Saqué de la bolsa una lata de café que había comprado para mí—. ¿Qué pasó con Takizawa?

    —Hombre, charlamos que da gusto. Fue de los que te confirmó el diablo también, ¿no? —Abrió una de las latas de cerveza para darle un trago, yo asentí sin mayor complicación—. Perfecto, aunque debiste haber confiado en mi palabra desde el inicio, puto niño rico.

    —¿Ah?

    —Takizawa no es solo un conocido, fuimos bastante cercanos durante un tiempo. Es lo que buscas, Sonnen, pero fui más que todo para saber qué tan dispuesto está a meterse en estas mierdas de nuevo. —Otro trago—. Con Takizawa en el tablero harás una jugada aún más interesante y Nishiguchi debió saberlo desde el segundo en que le preguntaste por él.

    —Shimizu, sabes que me toca los cojones no enterarme de nada así que o me das contexto o no te pago una mierda.

    Dejó salir una risa nasal mientras tomaba la hierba y se la metía en el bolsillo.

    —Primero te digo que Takizawa tiene estándares, no tocará nunca a una persona ajena a este montón de mierda, de forma que no correrás riesgo de tener subordinados que se carguen todo el trabajo duro haciendo que Chiyoda se cague hasta las patas por tener una pandilla que les va a robar hasta dónde caer muertos. Esa no es la forma de trabajar de la mayoría de contactos que te di. Estos lobos solo devoran a los de su misma especie, justo como le gusta a Nishiguchi Shigeo y a los viejos demonios.

    Abrí la lata de café para darle un trago.
    Había subestimado a Arata, ciertamente, sabía que se había movido entre varios de los barrios especiales pero no sabía hasta dónde llegaba su oportunismo o su red, que ahora me parecía una telaraña.

    —¿Recuerdas haber escuchado de problemas con pandillas en Chiyoda, Sonnen?

    —No en realidad. Excepto por un incidente viejo, antes de que naciéramos siquiera. Tenía que ver con el Sumiyoshi-kai.

    —Un incidente viejo, como dices. —Enarqué una ceja—. Aún así sé que tu cerebrito de maldito superdotado y tus datos saben quiénes estuvieron metidos allí hasta hace poco, después de la cagada del Sumiyoshi en el dos mil.

    —Inagawa-kai. —Él asintió con la cabeza.

    —Me metí con pandillas rápido, lo sabes. Fui algo así como el cebo de los de Shinjuku de los once a los trece, más o menos, cuando empecé a dejar de tener edad para colar como un crío inocente y levantarme algunas cosas. En ese momento me desecharon o algo así, y fue cuando empecé a moverme solo. A mi puta cabeza de imbécil se le ocurrió que era buena idea cruzar a Taitō y Chiyoda, había gente a la que robarle y tanta otra a la que venderle lo robado. Para hacerte el cuento corto, di con los lobos camuflados de esos dos barrios, que por entonces eran una sola manada. Honō no Jakkaru.

    —¿Qué mierda me estás contando, Shimizu?

    —Lo que oyes, baby boy. Al final terminé aliándome con los jodidos porque bueno… no era más que un lobo solitario, fui una suerte de comerciante si así lo quieres ver. Vendía mierdas aquí y allá que conseguía solo, sin que me asociaran a ellos, pero bueno el dinero y las conexiones las conseguía para los chacales. Cuando entré no hacía mucho que habían cambiado de alfa pero el chico se había ganado el respeto no solo por sucesión, sino por su propio crédito a pesar de ser jodidamente joven. Era un zorro de los buenos, sabía mover los hilos y a la gente pero realmente nunca hacía el trabajo sucio. Le clavaron el apodo de Yako.

    —¿Zorro de campo? Se supone que los zenko existen para proteger a la gente de los yako precisamente, así que no entiendo que no hubiera incidentes en Chiyoda.

    —Los yako no son necesariamente malvados, a algunos solo les gusta divertirse y al parecer en el panteón sintoísta la diversión es un pecado o algo, pero más importante, los yako no son blancos como los enviados de Inari.

    —Son oscuros, sí. Se les llama también nogitsune.

    —Bueno, seguro les dio paja o algo y cortaron el asunto a Yako y joder, te juro que nadie hubiese podido describir mejor a ese cabrón. Los incidentes se dispersaban en Shinjuku y Chūō, además de alguno de los barrios cercanos, es decir… En terreno enemigo. Como mucho en las zonas grises, donde ya no sabes dónde empieza un barrio para dar paso al otro. —Giró el cuello que tronó en respuesta.

    Recorrí con la vista los tatuajes en sus brazos, solo para dignarme a reparar por fin en que en ambos antebrazos llevaba tatuajes de cánidos: un zorro plateado y un chacal dorado. No, en realidad tenía ambos brazos cubiertos con tatuajes de animales, un lobo gris con rasgos particularmente perrunos, una hiena manchada, una serpiente que evidentemente era un krait. Esa le alcanzaba el cuello. Las curvas de la que parecía ser una segunda serpiente, con tinta en apariencia reciente, se desviaban de su cuello hasta perderse en la nuca e imaginaba bajar hasta la espalda.

    El jodido… ¿Llevaba encima un tatuaje de cada pandilla en los barrios especiales y de cada alfa?

    Aquí y allá había otras cosas llenando espacio, eso sí, que una máscara hannya, que una kabuki. Un crisantemo, una flor del infierno.

    Tenía el tablero en la piel.

    Ante mi silencio evidentemente siguió hablando.

    —En fin, zorros de campo, o chacales confundidos como tales, divirtiéndose y poco más, pero a la vez protegiendo la cerca del Inagawa-kai junto a los de Shibuya, que en ese entonces no sé quiénes eran realmente, nunca cruzamos demasiado con ellos hasta después… Cuando el perro-lobo entró a escena ya habíamos perdido a Yako y no había manera, incluso si fuese una persona capaz de dialogar, de que fuésemos a llegar a términos con él y mucho menos con la hiena. Se tornaron aún más violentos de lo que eran de por sí desde que ese puto palillo de dientes tomó un lugar que no le correspondía en el orden natural de la manada. Sonnen, ¿cargas cigarrillos?

    ¿Creía acaso que si Usui no hubiese dejado la mierda esa, habrían podido continuar moviéndose como una fuerza a pesar de no verse las caras? Estaba loco.
    Esculqué en el bolsillo para sacar la cajetilla junto al mechero. Ya que era él quien estaba preguntando, me tomé la libertad de encender uno antes de dejarlos en la mesa.

    —¿Qué mierda pasó con Yako? —pregunté, tratando de unir los hilos que Arata me estaba entregando a medias.

    —La palmó siendo un crío todavía, hará unos cuatro años. Un coche se lo llevó por delante si no recuerdo mal. Luego de eso el liderazgo pasó de mano en mano, pero no había manera de que pudieran replicar a Yako y por rebote no fueron capaces de seguir moviéndose en grupo, los más jóvenes no estaban interesados en la moral anticuada que Yako había seguido pero a la que accedían por él y los más viejos simplemente se dispersaron al ver que Shibuya había empezado a pasarse por los cojones los viejos valores yakuza. El mismo Takizawa intentó reemplazar al chico sin éxito, antes de dejar Chiyoda y moverse a Chūō.

    Cuatro años.

    Un coche se lo llevó por delante.

    Yako.

    Los hilos resplandecieron como plata bajo el sol, de Shimizu de regreso a Chiyoda, a mi propia casa y la que estaba prácticamente en frente.
    Saqué el móvil del bolsillo, abrí las bases del Sakura y escarbé en los expedientes hasta dar con el que buscaba. Estiré el brazo hasta Arata mostrándole la fotografía del muchacho.

    El mismo cabello de carbón.

    Los ojos de fuego.

    La sonrisa casi inocente.


    —¿Este es tu Yako, Shimizu? —Asintió sin más.

    —Espera, no había caído hasta ahora, se parece a-

    —La princesa del Sakura por la que preguntabas el otro día, sí. —No me importaba realmente cuándo nos había visto, debió ser algún día de paso en Chiyoda cerca de la tarde, que era cuando nos juntábamos—. Kurosawa Kaoru.

    —Exactamente.

    —Shimizu, no puedes decirme que este crío era parte de una puta pandilla. Su hermana no tiene idea de una mierda. —Dejé el móvil en la mesa, en el espacio entre ambos. Aunque de repente parecía exageradamente acertado teniendo en cuenta las costumbres de Shiori de acercarse a un montón de gente rara, como si fuese entonces una costumbre compartida por los Kurosawa. ¿Qué había llevado al mayor a mezclarse con pandillas, con la puta yakuza? Había… tenía que haber pretendido acompasar sus latidos a los de un tercero, pero luego había conseguido tocar una sinfonía para un grupo entero de idiotas y para al final acabar jugando en sus términos. Había sido, sin dudas, un Rey en su tablero—. El coche, no me digas que fue algo de Nishiguchi porque vamos a tener problemas bien importantes.

    —En tanto no le digas a la chica no hay problemas de ninguna clase y si nunca la llevaste contigo mucho menos irás a decirle nada sobre lo que acabas de enterarte o de lo que andas haciendo ahora mismo. —Me atajó de inmediato—. Como sea, no te aceleres, idiota, hasta donde yo sé el accidente de Yako no tuvo nada que ver con los demonios, el auto se salió de control por evitar darle a un crío que se zafó de la mano de su mamá. Digamos que el incidente quedó entre los mandamientos de los chacales, como una deformación de la antigua moral yakuza. Nunca dañamos a los débiles, Sonnen, y Yako al haber logrado sacar a su hermana del camino entregó la vida por alguien ajeno a los diablos de Tokyo.

    Bastante deformado el mandamiento, ciertamente. Lo que Yako había hecho era lo que haría cualquier persona capaz de razonar, cualquier ser humano con sentido de familia y pertenencia. No había que ser de la antigua yakuza para saber eso, sin embargo, entendía el punto que buscaba establecer. Los viejos oyabun se movían basados en la lealtad, una lealtad familiar.

    Me aparté el cabello de la frente en un movimiento claramente ansioso, apoyando el codo en la mesa y sosteniendo el flequillo hacia arriba. Cuando lo dejé ir le di una calada profunda al cigarrillo, antes de liberar una nube de humo entre ambos.

    Ciertamente ya no importaba nada de eso, no cuando el mayor de los Kurosawa llevaba años bajo tierra, pero aún así no dejaba de ser una mierda de los más jodida el cómo se las había arreglado no solo para salvar a Chiyoda de la línea directa de fuego, sin dejarla a merced de Shinjuku y Chūō, sino para ocultarle la peste a toda su familia y a su propia hermana.

    Protección mediante la ignorancia.

    —¿Qué se supone pasó al final con la pandilla?

    —Se dio por extinta de forma definitiva hace un par de años, incapaz de sostenerse con tres patas y entonces la Inagawa-kai se volcó en Shibuya, en la hiena, al no tener cómo delimitar terreno en Chiyoda y Taitō.—Se empinó lo que quedaba de la lata de cerveza—. Los contactos que te pasé, todos fueron altos mandos de Honō no Jakkaru, los que se separaron por otros motivos antes de la desintegración. No acabaron con todos nosotros, Sonnen, estamos dormidos.

    La cabeza ya se me había puesto a mil.

    El chacal dorado, por su parte, era un animal particularmente agresivo con su territorio. Monógamos, pero podían vivir en grupos familiares y cazar en manada, casi como lobos.

    Hasta que perdieron a su líder habían podido vivir así, pero luego con la muerte del alfa los machos jóvenes, seguramente hormonales e intolerantes comenzaron a librarse de las cadenas de la jerarquía y a morder no solo a los más viejos sino a los mismos diablos para los que trabajaban. Los restantes no lograron tener la autoridad para ponerlos en orden.
    Tenían suerte de que la yakuza no hubiese mandado a alguien a volarles la puta cabeza.

    La precisión de los nombres de las pandillas y de los apodos estaba empezando a resultar casi aterradora.

    Shimizu me sonrió de una manera que me recordó a mí mismo, era ciertamente inquietante, casi me envió una pulsación helada por el cuerpo. Era la sonrisa de un lobo, de un chacal, de un maldito cánido esperando por arrojarse sobre el pedazo de carne que le pertenece por derecho o incluso dispuesto a arrebatar uno ajeno con tal de poder saborear la sangre fresca.

    Supe lo que iba a decir incluso antes de que abriera la boca.

    —Esperando por nuestro siguiente alfa real para recuperar cada pedazo de Tokyo que nos corresponda.

    Este desgraciado… ¿Por qué no lo había investigado antes? Pasé por completo de su sentencia, mientras me llevaba el cigarro a los labios de nuevo, que ya casi no era más que la colilla.

    —A ti —atajé—, ¿cómo te llaman a ti, cabrón?

    No lo había escuchado nunca, ¿o sí? Estaba segurísimo que no, a Shimizu lo había conocido en el otro instituto, por antes de que se graduara y de empezar a topar con él de noche. Como siempre estaba solo o apartado del grupo no era que escuchara cómo se dirigían a él cuando se aparecía en presencia de pandilleros… O no se dirigían a él del todo.

    Y por algo era.

    Honeyguide —soltó sin más—. Fue idea de Yako unos meses después de estar haciéndoles negocios. Vamos, sé que tu cabeza de máquina dará de inmediato con el dato.

    Bufé.

    —Honeyguide, las aves. Indicadores ¿no es así? —Arata apoyó el codo en la mesa, alzando el antebrazo izquierdo verticalmente, y vi el tatuaje del ave correspondiente en el dorso. No era la gran cosa, ni siquiera era un pájaro vistoso pero eso no era lo importante—. Parasitismo de puesta, ponen huevos en los nidos de otras aves y entonces otros deben lidiar con sus crías. Guían a los humanos o a otros mamíferos a las colmenas para que las abran y así poder comer ellos la cera y las larvas.

    Eso era lo que hacía Arata Shimizu para los chacales. Ponía cosas en nidos ajenos si les aseguraba dinero y contactos, mamíferos que los guiaran a la más exquisita miel, a las crías indefensas, fáciles de devorar. Y todo habría fluido perfectamente hasta que probaran el oro líquido de no ser porque Yako había terminado destrozado bajo las ruedas de un coche.

    Tenía todo para haberse asegurado su propio trono… justo cómo se esperaba de un Kurosawa.

    ¿Quién cojones les había heredado esa habilidad desgraciada de dominar todo lo que les pusieran enfrente? En este contexto particular ser consciente de ello prácticamente me erizaba la piel.

    No había hecho bien mi maldita tarea, se veía.

    —¿Cuándo piensas hablar con el resto? —Shimizu aplastó la colilla bajo la mesa.

    —Entre hoy y el miércoles a más tardar —respondí mientras sacaba la billetera del bolsillo, para abrirla y poner frente a él exactamente diez mil yenes, el equivalente a casi cien dólares.

    —Habla con el diablo antes de moverte demasiado, baby boy. —Tomó el dinero sin miramientos, como era normal.

    —¿Qué dices?

    —Ayer creí ver un sabueso de Yamaguchi o de Inagawa luego de arrancar en tu casa, pero no estoy seguro. Vas a tener que negociar con Satanás, Altan, para que te empiecen a aceptar en los sectores de culto de Sumiyoshi o algo antes de que mi sospecha sea una realidad. Takizawa siempre va armado hasta los putos dientes, por eso lo necesitamos, pero te lo he dicho ya… preferiría no tener que armar un revuelo en Chiyoda. El único movimiento sin hablar con tu demonio que tienes permitido por ahora es ir a Chūō para que seas tú quien hable con Takizawa y cualquier otra movida que hagas aquí en Shinjuku, en terreno de Nishiguchi.

    Mierda.

    Mierda.

    Mierda

    Razón tenía de sobra el cabrón, Chiyoda ahora mismo era tierra de nadie, y si bien podían tener algún desgraciado que hiciera las veces de sabueso incluso en territorio ajeno, lo más peligroso era moverse en la zona de grises.

    —Sí, anotado. —Aplasté la colilla contra la misma caja de cigarros.

    —Y yo en tu lugar buscaría por dónde acercarme al Krait y a la Clelia negra. Quiero decir, es Shinjuku y están bajo la sombra de Nishiguchi, pero si termina por pasar lo que pasó con Shibuya y Chiyoda, bueno, qué caso tiene esta complicación.

    Me levanté, agitando una mano para restarle importancia al asunto y tomé las latas para tirarlas al basurero.

    ¿Clelia negra? No podía ser otro que el cabrón que había aparecido con el Krait, Kakeru.
    Las clelias eran constrictoras que comían otras serpientes, eran incluso inmunes al veneno. Podían no ser más largas que la altura total de Anna o estar cerca de los tres metros.
    En su etapa juvenil eran de un color rojizo que se transformaba en negro o marrón oscuro al madurar.

    La gracia de todo era que aunque fuesen inmunes a algunos venenos, no lo eran al de la serpiente coral y al ponerlo en contexto, eso había sido Shinomiya Kou para Fujiwara Kakeru.

    Recogí la cajetilla, el mechero y el móvil antes de despedirme de Arata. Me di cuenta que tenía unos mensajes sin leer de Anna.

    ¿Mañana? Vale, podía ir a Chūō ahora y punto, bastaba tomar el tren y no debía tardar más de treinta y tantos minutos en llegar, quizás cincuenta con la caminata a la estación aquí y luego allá. Podía estar en casa a una hora decente para evitar no solo otra cagada, sino cualquier cosa rara en los grises de Chiyoda.

    No podía demorarme mucho más en delimitar ese maldito barrio entero.

    Vale. 19:01
    Di hora y lugar. 19:01
    Bueno, no. Solo hora, el lugar te lo digo yo más tarde. 19:02
    Nos vemos, princesa. 19:02

    Era un puto cabrón de mierda.

    Un par de lobos bien domesticados.

    Más le valía, no se me apetecía domesticarlos a la fuerza.

    Bueno, en realidad no me importaba.


    *

    *

    *

    Cuando llegué a la dirección acordada tuve que subir al séptimo piso de una torre de apartamentos más o menos moderna y tocar la puerta.

    Me recibió un tipo alto, con pintas de que no había llegado a casa hace mucho, tatuado como Shimizu, en los brazos y el cuello. A través del cabello albino, casi tan desordenado como el mío, refulgían sus ojos verdes.
    Si me preguntaban, con ese no me atrevería a darme de hostias de no ser que fuera demasiado tarde para evitarlo.

    —Tú debes ser el empollón del que me habló Honeyguide —acotó. Su voz era bastante más grave de lo que esperaba y casi brusca.

    ¿Empollón? Gracias, Shimizu.

    Solté un pesado suspiro, bastante resignado a decir verdad, y asentí con la cabeza.
    Parecía tener la edad de Arata, es decir, tenía diecinueve o estaba por cumplirlos ese mismo año.

    —Sonnen Altan —dije sin más—. Takizawa Shigeru, ¿no?

    Ratel para putos pandilleros como tú. —Se hizo a un lado para dejarme pasar.

    Cerró la puerta una vez lo hice mientras se sacaba la chaqueta de cuero de encima y la arrojaba sin demasiado cuidado sobre un mueble del pasillo.

    —Seré conciso entonces, ¿cuento contigo para esta mierda, Ratel? —solté sin ningún tipo de tapujo, allí a mitad del pasillo.

    El tipo me rebasó en dirección a la cocina, encendió la cafetera y se giró hacia mí con los brazos cruzados bajo el pecho.

    —¿Qué tienes para ofrecerme? Eso no me lo respondió Honeyguide.

    —¿Qué es lo que quieres? —atajé, a lo que él soltó una risa floja.

    —No seas infantil, Sonnen. ¿Qué pasa si te pido, no sé, todo tu puto dinero de niño pijo?

    Me encogí de hombros porque me traía sin cuidado, que preguntara qué quería no significaba que fuese a dárselo.
    Balanceó el peso de un pie al otro, sin prisa realmente.

    —Hay preguntas que se hacen para generar una imagen mental, no porque se vaya a responder afirmativamente.

    Mis palabras parecieron venirle en gracia porque una sonrisa burlona danzó en sus labios, negándose a mostrarse del todo.

    —Bien, quiero saber cuál es tu plan porque recibí no solo a Honeyguide, sino una llamada de nada más y nada menos que Nishiguchi Takeshi y mira, yo no la pedí. Más que querer algo, enano, lo que quiero saber es si compartimos objetivos.

    No esperé que me ofreciera sentarme solo lo hice. Tenía una mesa común, es decir, con sillas altas así que tomé asiento de costado, apoyando el brazo en el espaldar, altanero como había sido siempre.

    La cafetera empezó a chorrear el líquido y el aroma a café comenzó a llenar el apartamento.

    —Tengo cuentas que ajustar en Shibuya antes que cualquier cosa, con la Hiena.

    —La mitad de Tokyo tiene cuentas que ajustar con ese malnacido, normal. La pregunta es… ¿Qué cuentas quieres saldar tú, un hijo de papi, con putos pandilleros y con esos en particular?

    Suspiré con cierto hastío, a lo que él dejó salir una risa nuevamente. No era difícil ver por qué había sido cercano a Shimizu.

    —Shinjuku tenía un traidor revuelto con los Lobos, digamos que era un lobo con piel de cordero o… Una serpiente venenosa, como quieras verlo. Esta chica, amiga mía, se apareció en una fiesta en casa del traidor… Shinjuku no estaba, solo había lobos. El resto se cuenta solo.

    Takizawa se había volteado para servirse una taza de café y estaba por servir una segunda, pero se detuvo a medio camino.

    —No me vengas con mierdas, Sonnen, ¿la-

    —No, pero fue como si lo hubiesen hecho sin tocarla siquiera. No tengo los detalles y tampoco quiero pedirlos, ya bastante metido estoy en esta mierda con piezas flojas del rompecabezas.

    Si supiera todo de principio a fin, si fuese consciente de cómo Anna, aterrada, había caído en una piscina; en cómo Shinomiya la había empujado al suelo... Si supiera solo algo más, era probable que se me nublara el juicio y terminara por mandar todo a la mierda para buscar a Shinomiya directamente, si es que no estaba tieso en un basurero municipal, para destrozarlo hasta mandarlo a cuidados intensivos y lo mismo pasaría con la maldita hiena y quizás con la desgraciada Clelia negra, que ya de por sí no era que me lo bajara ni con miel.

    El albino siguió vertiendo el café entonces antes de voltearse y colocar la taza frente a mí, a la vez que se sentaba por fin.
    El cabrón parecía haberme leído la mente o algo, porque ciertamente el café casero, el de cafetera en particular, me lo tomaba sin azúcar de ninguna clase.

    —Quieres dar un mensaje, ¿no es cierto, enano?

    Asentí con la cabeza después de darle un trago a la taza. Podía tomar café en lata cuando fuese, pero sabía reconocer café colado del bueno como si fuese un puto catador o algo.

    Como buen elitista.

    —Y necesito a los chacales de Yako para ello —solté sin más—. Recuperaré Chiyoda y Taitō en el proceso.

    Otra sonrisa de esas, casi desquiciadas, se formó en los labios de Ratel. Era su respuesta, lo supe sin que hablara siquiera.


    *

    *

    *

    Antes de salir de Chūō, no, antes de siquiera dejar el apartamento de Takizawa volví a llamar a mi demonio de Shinjuku. Atendió sin prisa y de nuevo casi pude escucharlo sonreír, prepotente, descubriendo los colmillos.

    —Dime, Sonnen-kun.

    —Buenas noches, Nishiguchi-dono —respondí de nuevo perfectamente consciente de ante quiénes debía bajar la cabeza, pero aún así no iba a andarme con rodeos—. Shimizu tuvo la sensación de ver un sabueso de Yamaguchi-gumi o en su defecto de Inagawa-kai.

    —Así que necesitas una guarida, Rabe.

    Respondí con un sonido afirmativo, poco más. Me pareció escucharlo levantarse, aunque esta vez en lugar de pasar páginas, lo pude escuchar teclear.

    —Toma nota, Sonnen.

    ¿Sin sufijo? Interesante.

    —No lo necesito —atajé y Takeshi soltó una risa floja. Claro que no lo necesitaba, bastaba con archivar la información.

    —En Shinjuku, Goldengai. Deathmatch in Hell. ¿Te ubicas?

    —Sí señor. —Era un bar diminuto en una de las callejuelas de Shinjuku, recordaba haber entrado alguna vez, el dueño no se interesaba demasiado impedir el ingreso de algún que otro menor, supongo que menos cuando veía las pintas de algunos de ellos. Fuera de eso, una buena parte de los que entrábamos a veces lo hacíamos solo por el wi-fi gratis.

    —El dueño está debajo de la sombra de Sumiyoshi, así que está bien. Sabe que si abre la boca, bueno, no resultará en nada agradable.

    Hijo de puta.

    —De acuerdo, muchas gracias.

    —¿Cómo vas?

    —Dos de siete, señor, contando a Arata. Y ya no puedo acudir al Yamaguchi-gumi para verificar a los otros, aparentemente, deberé confiar en la llave y en Shimizu.

    —Eso es bastante, diría yo. Considera que llevas cuatro de ocho, los de Shinjuku los tienes en la bolsa también, te quedan… Chiyoda, Taitō y… uno de Minato. Ya lo descubriste, ¿no?

    —Los chacales, sí.

    —Eres mucho más agresivo que el fallecido Yako, pero sabes cómo hacer bien las cosas, ¿no? Necesitamos algo de violencia para tomar lo que Inagawa-kai no pudo sostener.

    Algo de violencia decía.

    El triángulo del Dragón de la ciudad de Tokyo estaba por convertirse en un campo de batalla, él y todos los demonios debían saberlo de sobra, por eso estaban moviendo las piezas.
    Si Shimizu tenía razón y ya nos habían puesto el ojo, que era más que probable, yo no debía ser el único que estaba escarbando incluso en la basura con tal de prepararse para el momento en que el azufre se liberara.

    Tenía el cerebro.

    Tenía el dinero.

    Tenía los contactos.
    Tenía la ira.

    Si no lograba hacer buenas jugadas era porque, a fin de cuentas, no tenía potencial alguno como estratega pero incluso si el plan mayor terminaba por fracasar, lo que iba a sacarle a los Lobos de Shibuya, lo quisieran o no, era un susto de los buenos.

    Los iba a cagar al punto de que nunca se les olvidara mi puta cara.

    Volví a abrir el chat de Anna.


    Deathmatch in Hell, Goldengai. 20:40.

    Guardé el móvil, Takizawa me despachó y pronto estuve de regreso en la estación, apenas subí al tren me puse los auriculares. Las ventanas me regresaron mi reflejo, el cabello como ala de cuervo, los pozos insondables y el chispazo de rojo profundo en ellos.
     
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    Gigi Blanche

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    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
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    Drama
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    6
     
    Palabras:
    6378
    snakes are singing.jpg



    Wolves come out of the woodwork
    Leeches come from out of the dirt
    Rats come out of the holes they call home

    And I fall apart, and the snakes start to sing

    .
    .
    .

    Cuando mi turno terminó lo primero que hice fue revisar el móvil. Me resultó bastante… irónico tener mensajes sin leer de Kakeru, primero, y Altan después. ¿Sería acaso la idiota, o más bien la adicta que recaía en viejos hábitos por la mera fuerza de la corriente? Fujiwara sólo me había enviado un meme estúpido, me reí y le avisé que estaba saliendo. En cuanto a Sonnen…

    Nos vemos, princesa.

    Si sería cabrón.


    Ya conseguiste una madriguera? 20:46
    Woah, scary~ 20:46
    Genial, podré pasar a saludar a Gou-san 20:46
    Mañana a las 20 entonces 20:46
    Nos vemos, handsome 20:47

    Bueno, si tenía ganas de jugar ¿por qué rechazar la invitación? Puede que fuera la idiota, la adicta recayendo en viejos hábitos, y en ese momento me importaba genuinamente una mierda.

    Junté mis cosas, las metí dentro de la mochila y me encontré a Kakeru recostado contra la pared, fuera del gimnasio. Aún llevaba puesto el uniforme de… la escuela a la que fuera. Al pasar a su lado alcé su corbata apenas con la punta del dedo y la dejé caer, junto a una sonrisa burlona. Él sólo me vio hacer con las manos en los bolsillos y empezamos a caminar.

    —Pensé que no te gustaban.

    Y se ve que a mí sí, ¿qué tenía con tocar las corbatas de la gente?

    —Bueno, las apariencias son importantes. En especial cuando quieres dejar de meterte en problemas.

    —¿Ah? ¿Ahora eres un niño bueno?

    Me sonrió como un ángel, con los ojos cerrados y la cabeza ladeada. Me recordó a la facilidad que tenía Kohaku para echarse encima las pintas inofensivas, con la diferencia de que Ishikawa, probablemente, jamás fuera a levantarle la mano a nadie. Pero a Kakeru lo había visto, lo había saboreado; y eso no era todo.

    —Qué apodos extraños le ponen a los niños buenos hoy día —anoté, viéndolo de reojo—. ¿Verdad que sí, Clelia negra?

    Él no apartó la mirada del camino, siquiera tembló su sonrisa, como si siempre diera por sentadas las cosas para que no lo sorprendan. Puede que la información no viniera de él, pero así se le asemejaba. En ese caso no tendría problema en contestar, ¿verdad?

    Si hubiera hecho las preguntas indicadas en el momento apropiado, ¿habría recibido respuesta? ¿Las cosas habrían sido diferentes?

    —¿Qué tal? ¿Te gusta? —Soltó una risa suave—. Puede que falten muchos valores por estas calles, pero ingenio para inventar apodos te aseguro que no.

    —¿En qué andas metido, Fujiwara? Cuéntame tus grandes hazañas, anda.

    Lo piqué con el hombro, infantil, y le arranqué otra risa. Aún me resultaba extraño poder hablar con normalidad luego de habernos hecho tanto daño, pero… también me aliviaba. Lo veía bien, lo veía tranquilo y centrado, y aunque a mi estupidez se le dificultara asimilarlo podía darme cuenta.

    Ya nos habíamos perdonado, ¿verdad? De lo que sea que nos hubiéramos acusado antes.

    Puede que no hubiera habido nada que perdonar desde un primer momento.

    —No es nada importante, realmente. Sólo pasó que un trabajo recibió público innecesario, un tipo nos reconoció y a otro se le ocurrió la semejanza. Luego se esparció como pólvora, ya sabes. Las mierdas afiladas y los rumores vuelan con el viento en Shinjuku.

    ¿Nos? ¿Con quién estaría trabajando?

    —¿Qué semejanza?

    Una sonrisa orgullosa revoloteó en sus labios y sus ojos chispearon de un bronce profundo al verme.

    —Cambié el modus operandi, y al parecer a la gente le gustó.

    —¿Eh~? —Volví a codearlo, interesada—. ¿Me muestras?

    Reconocí la socarronería impresa en su rostro antes de esfumarse de mi campo de visión. Apenas un segundo después me había inmovilizado, estaba detrás mío, me había sujetado por la muñeca y su brazo me presionaba el cuello. Como una constrictora.

    Solté una risa floja y dejé caer la mano con la cual había intentado anular su agarre. El cabrón había sido increíblemente rápido.

    —¿Ahora es cuando aprietas y aprietas hasta partirme los huesos?

    Ni siquiera me estaba teniendo con la fuerza suficiente, podría haberme zafado en dos segundos de quererlo. Pero nos quedamos allí y su voz sonó cerca de mi oído.

    —¿Sabes una cosa, An-chan? Las constrictoras en realidad no matan a sus víctimas aplastándolas, por lo general las asfixian o causan una presión tal que les provoca un paro cardíaco.

    —Ya suenas como una Wikipedia. —Bueno, como otra Wikipedia—. Muertes bastante más piadosas de las que nos pintan en las películas, eso seguro.

    ¿Era demasiado retorcido encontrar los hilos conectados, la ironía del universo, Dios o lo que fuera riéndose en nuestras caras? Me habían negado el cómo respirar al hundirme en una piscina rodeada de lobos, lo había olvidado cuando Kakeru se me escapaba entre los dedos, y ahora era él quien se había adueñado del método para valerse de un jodido apodo.

    No respirar, sabía lo que se sentía. Tenía el poder suficiente para cagar en las patas a cualquiera. Pero no había nada de lo que preocuparme, ¿verdad? Si la brisa había cargado consigo algunos chispazos de arcoiris, todos habían desaparecido tras la noche en la comisaría.

    Hasta el monstruo le temía al mundo acromático.

    Me liberó a cámara lenta, podría jurar que sus brazos y manos se deslizaron sobre mi piel hasta dejarme ir por completo, como una serpiente, y empezó a caminar. Detallé los trazos de un tatuaje más o menos reciente en su nuca, entre el cuello de la camisa y los resquicios de cabello negro. Estiré la mano sin mayores complicaciones y alé la prenda hacia abajo, arrancándole otra risa de sorpresa. Me vio de reojo, risueño.

    Un uróboro.

    En realidad era un wuivre celta, pero no tenía cerebro de archivo y no sabía de la existencia de eso; como fuera, se relaciona bastante al uróboro y representan cosas similares. Lo recordaba un poco, de algunos juegos medievales más que nada. Infinitud, eterna transformación, dualidad. Todo es uno.

    —¿Ya nos reemplazaste? —solté, con fingida ofensa, y dejé ir su camisa.

    Él se acomodó un poco la ropa y retomamos el camino.

    —Como si pudiera —replicó, burlón, y presionó su dedo justo al centro de mi espalda baja; me hizo dar un respingo y rió—. A este paso tendré un serpentario entero ahí.

    Eso era cierto, también le había visto otros tatuajes; como la boomslang roja que se deslizaba sobre su columna, se enroscaba en su omóplato y llegaba a morderle el hombro. Las imágenes danzaron frente a mis ojos, el rojo lucía fantasmagórico bajo la luz pálida de luna cuando Kakeru me daba la espalda; recuerdo haberme divertido trazando su recorrido una y otra vez. Corría las sábanas, aprovechando el sonido acompasado de su respiración, y dibujaba las curvas serpenteantes con dedos de pluma. Era un somnífero.

    Eché un vistazo hacia ambos lados antes de cruzar, mientras él rebuscaba algo en sus bolsillos.

    —También tenías una frase, ¿no? —comenté, un poco al aire—. En inglés, sobre la línea de las caderas. ¿Qué decía?

    El bronce oxidado en la mirada de Kakeru chispeó frente al pequeño incendio que le dio vida a su cigarro. Inhaló, tranquilo, y me observó entre el humo y su sonrisa.

    And the snakes start to sing.

    .

    .

    .

    El Krait trabajaba en uno de los muchos bares de rock que había en Kabukichō. Pequeño, lleno de turistas y con la música que te cagas, pero era probablemente de los lugares más seguros para nosotros. Por eso siempre habíamos matado el tiempo por ahí.

    Kabukichō, después de todo, le pertenecía al Sumiyoshi-kai.

    A los Nishiguchi.

    Bueno, al viejo cuanto menos, pero había oído que ya estaba en las últimas y su hijo parecía ser la nueva cara bonita de la asociación. Aunque las decisiones importantes siguieran corriendo directamente por el anciano, no se necesitaba ser demasiado avispado para saber que ahora lo importante era lustrarle los zapatos al Nishiguchi joven, al futuro del Sumiyoshi-kai.

    Rei y Subaru ya estaban sentados a la barra para cuando llegamos, charlaban con el Krait al otro lado y se quejaron de lo que habíamos tardado. ¿Quizá nos habíamos entretenido? Kakeru tendía a caminar lento y solía acomodarme a su ritmo, así que ni idea. Prácticamente me eché encima de Subaru, a Rei lo frecuentaba en la tienda donde trabajaba con Kohaku así que lo veía seguido. Me correspondió el abrazo con movimientos algo mecánicos, era el japonés más japonés que conocía y solté una risa divertida al advertir el sonrojo suave que tiñó sus mejillas. No lo veía desde que los habían expulsado a la mierda de la escuela.

    —Eh, Krait, ¿tienes algo con Coca que no vaya a dejarme noqueada? Tengo clases mañana.

    Hayato me sonrió y asintió, disponiéndose a preparar un trago sin preguntarme realmente si me iba bien o no. Cuando notó la confusión en mi rostro se echó a reír, alcanzado una botella de ron dorado de la licorería espejada detrás suyo.

    —Tranquila, Hiradaira, sé que te gustan las cosas dulces. Yo me encargo.

    Bueno, mejor confiar en el Krait o, más bien, en lo que Kakeru le hubiese dicho; cuando lo busqué con la mirada por mero reflejo me regaló su sonrisa angelical y fue más que evidente que era el culpable de esa información.

    Esa noche no había mucha gente, contribuía que fuera lunes. Las luces rojas y azules bañaban el bar con un aspecto oscuro, de neón. Ya había ido un par de veces pero igual no me cansaba de detallar el estilo de decoración, la sobrecarga de pósteres, dibujos, murales y discos de vinilo de las bandas más emblemáticas del rock internacional.

    Cuando Hayato nos repartió las bebidas se dio la vuelta por la barra y se unió a nosotros; no sabía si su jefe era majo o ser el Krait en Kabukichō te daba más autoridad que cualquier imbécil, pero lo cierto es que colgó el delantal y nos reunimos alrededor de una mesa dispuesta al fondo, contra una esquina. Dejé la mochila en el suelo, entre los pies de todos, y me puse a girar el vaso mientras oía la conversación trivial rebotando de aquí allá. Estaba algo indecisa con respecto a cómo abordar el asunto, y de cualquier forma no me dieron mucho espacio para pensarlo.

    —Es algo extraño, ¿verdad? —anotó Rei, sonriente; se lo veía contento—. Quién hubiese dicho que volveríamos a juntarnos todos para beber algo.

    —Sí, hombre —coincidió Kakeru—. Parecía imposible hace, no sé, tres o cuatro meses.

    —Y hasta que volvimos a verte la cara, Krait —bromeó Rei, palmeándole el hombro al susodicho—. A ver, ¿vas a dejar de chuparle la polla a Nishiguchi para invitarnos algo de cerveza más seguido?

    Oír ese apellido activó todas las alertas en mi cerebro y fijé mi mirada sobre Hayato, procesando lo que recordaba a mil por hora. ¿No se había retirado del negocio? Eso es lo que todos habían dicho cuando le dejó el liderazgo de los Boomslangs a Kakeru. Una mierda sobre enderezarse, buscar trabajo y no sé qué más. Jamás me lo cuestioné porque no tenía razones ni ganas de hacerlo, pero si lo ponía en retrospectiva Rei y Subaru habían obedecido a Hayato antes que los conociera. De hecho, yo era la única que no conocía al Krait de nada.

    —A ver, idiota, yo siempre estoy acá —se defendió, luego de soltar una carcajada grave y pausada, casi musical; tenía unos… veintitrés años, ¿verdad?—. Si no se pasan a saludar es su problema y, encima, me rompen el corazón.

    Le di un trago a mi bebida. Mierda, estaba algo nerviosa.

    —¿Eh? ¿Qué oigo? ¿Que si paso a molestarte vas a regalarme cerveza? —Rei señaló a Hayato mientras miraba a Subaru—. ¿Oíste lo mismo que yo?

    Una sonrisa divertida revoloteó en los labios de Subaru, quien asintió.

    —La verdad que sí, oye. Deberíamos documentarlo.

    La risa del Krait volvió a escucharse sobre la música y, aún más, se escuchó el impacto de su palma abierta contra la espalda de Rei. El pobre imbécil casi escupió lo que estaba tomando y Kakeru soltó una carcajada.

    —¡Vengan, vengan! —exclamó Hayato—. Yo les invito, pueden colgarse todo lo que quieran de mi puto nombre. Pero cuidado con ahogarse, que aquí derramar cerveza se castiga con la muerte o, al menos, unas buenas hostias. ¡¿O no, Yukio-san?!

    Yukio-san no tenía idea de qué estábamos hablando pero igual alzó un pulgar en alto y asintió desde la barra, muy sonriente. Rei carraspeó, había devuelto el vaso ambarino a la mesa y el grupo se hundió en un pequeño silencio. Me relamí los labios, la Coca mezclada con el ron corría dulce y algo pastosa por mi garganta. Joder, no estaba acostumbrada a hablar, no frente a ellos, no frente al puto Krait. Una parte de mí les temía. Recordaba la incredulidad en sus caras al oírme alzar la voz, hacer preguntas o intentar defender a Kou. Me daba cuenta, con más fuerza que nunca, del chiste de persona que había sido estando con ellos, y me preguntaba si aceptarían a la verdadera Anna; si no se reirían en mi cara y seguirían a lo suyo.

    Quiero que sepas lo que debas saber.

    Para que puedas hacer lo que quieras, sabiendo que yo te tomé en serio.

    En serio, ¿qué manía tenía con aparecer en mi cabeza siempre en los momentos más oportunos? Sus palabras me arrancaron una pequeña sonrisa y mis dedos presionaron el vidrio frío del vaso, tragando grueso.

    —Así que —le dije al Krait, colocando mi mejor cara de toca-huevos y echándome sobre el espaldar—, le andas chupando la polla a Nishiguchi, ¿eh? Menuda jugada, hombre.

    Estoy segura que un relámpago de tensión atravesó la mesa, pero no fue lo suficientemente fuerte para que ninguno apartara la vista o se hiciera el idiota. Percibí una sombra de sorpresa en la expresión de Hayato, pero de inmediato volvió a reír como siempre hacía y echó el cuerpo sobre la mesa. Se había tomado mi intervención más que en serio. Por el rabillo del ojo busqué a Kakeru casi sin darme cuenta; estaba mirando a su hermano, plano, ¿y yo? Más nerviosa que la mierda.

    Pero si había accedido a jugar en el tablero de Altan tendría que hacer cosas así y mucho más, y era demasiado tozuda como para retroceder sin haber hecho mi movimiento.

    Iba a conseguir a todos esos idiotas de una forma u otra.

    Hayato me sostuvo la mirada antes de pasarse la lengua sobre los dientes y sacar una cajetilla de cigarrillos, poniéndose uno entre los labios. Sólo en el corazón de Kabukichō encontrarías un bar digno para vampiros que permita fumar dentro.

    —¿Suena raro? —replicó, la llamarada iluminó su sonrisa y el jade oscuro de sus ojos—. La mitad de Shinjuku le chupa la polla a ese cabrón.

    Rebusqué en mi bolsillo al verlo hacer y le indiqué que me acercara el mechero. Mi nube de humo fue más densa y blanquecina que la suya, grisácea y liviana.

    —Nada, pensé que te habías retirado, hombre. —Me encogí de hombros—. Todos decían eso.

    —Ah, sí, es tan fácil esparcir mentiras con la precaución necesaria. —Su mirada se deslizó hacia Kakeru por un breve instante y arrugué el ceño; el menor se tensó, fue más claro que el agua—. Qué mejor lugar para ocultar un grano de arena que el desierto, ¿verdad?

    Corrí mi atención de él hacia el bar a sus espaldas, puede que por mero reflejo, pero verme haciéndolo pareció satisfacerlo. Se levantó, buscó un cenicero y golpeteó el cigarrillo dentro. Aproveché el momento para alternar mi mirada entre los demás. ¿Por qué nadie hablaba? ¿Tanto la estaba cagando?

    No los noté incómodos, sin embargo, sólo serios.

    —Trabajar y eso —arriesgué—, ¿era todo parte del plan?

    —Algo así. —Asintió, dándole una calada al cigarro—. Digamos que todo privilegio acarrea sus responsabilidades, y esos demonios saben mejor que nadie sobre la importancia de mantener ojos de águila dentro del nido también.

    ¿Cómo se había ganado el favor del Sumiyoshi-kai? ¿Fue simplemente por su mano diestra liderando a los Boomslangs? Los jefes del Inframundo debían acunar a todos esos infelices perdidos, enfurecidos o demasiado tristes, ponerles un arma en la mano y criarlos bajo las leyes de la calle; y de entre los miles que resultaran en desperdicio, de vez en cuando surgirían apuestas prometedoras.

    Los líderes natos, la combinación exacta de genes y ambiente.

    El carisma, el ingenio y la crueldad.

    Los peones con el potencial para promocionarse en reinas.

    Solté una risa incrédula, ahuecando la mejilla para sostener mi rostro, y le di un trago a mi bebida.

    —Oye, ¿no es increíble? Que hayas captado la atención de los demonios. Entre las ratas y la basura esos no son más que cuentos de hadas.

    —¿Llamar su atención? —saboreó las palabras y arrugó la nariz—. No sé si le diría así. Podía sentir el aliento del viejo Nishiguchi desde antes de convertirme en el Krait. Por esa época había problemas pesados con Nakano por el puente a Suginami, que se había convertido en una puta guerra civil y, hombre. —Una risa extraña vibró en su pecho y compartió una mirada con Rei y Subaru—. Estaban desesperados por conseguir carne de cañón. Las cosas que prometían eran surrealistas pero, ya sabes, este mundo está atestado de carroñeros y carnívoros famélicos, y todos se tragan esta versión del Inframundo pintada de rosa. Hay que ser imbécil.

    —Arrastraron en el desastre a un montón de idiotas —agregó Subaru, monocorde—. No sé qué había en Suginami que les interesaba tanto, pero removieron todo el jodido azufre en busca de cadáveres que reanimar.

    —Al final ni lo consiguieron —dijo el Krait—, y diezmaron sus propias fuerzas, los muy idiotas. Llámale astucia o simplemente sentido común, me olí la situación a kilómetros de distancia y les prohibí a todos estos estúpidos poner un solo pie en las oficinas del Sumiyoshi-kai. Hombre, eso los enfureció.

    Estaba prestándole atención al relato con una concentración desmedida, estaba claro que allí era la única ignorante respecto a la historia. ¿Cuántos años tenía cuando eso ocurrió, de todos modos? ¿Estaba siquiera en Japón?

    —¿Enfurecer al Sumiyoshi-kai? —inquirí, soltando una risa sin gracia—. Eso parece tener el poder de hacer mear en la cama a cualquiera.

    —Siguen siendo hombres, Hiradaira, ¿sabes? Tienen el historial, el cerebro y los contactos, el dinero también, pero siguen siendo hombres. No demonios. Si comprendes cómo funcionan, conoces tu lugar y aprendes a ceder en el tira y afloja, el resto es cuestión de carisma y elegir el buen sake.

    Que eso viniera del Krait era similar a oírlo de Altan. No eran personas ordinarias, sin importar cuánta oscuridad hubiera brillaban de una forma tan extraña que para los demás, los imbéciles mortales, no nos quedaba mucho más que seguirlos embobados. Como abejas a la miel, como un mero insecto a la luz. Como un perro tras un hueso o un gato frente a su presa. Te sacudía cada célula del cuerpo, era instintivo. Era un vendaval o un incendio forestal.

    Puesto en pocas palabras, era ridículamente seductor.

    Deslicé mis ojos hasta la figura de Kakeru; se veía tan pequeño y grisáceo junto a su hermano. Era la historia de su vida, ¿verdad? Las constantes comparaciones, el peso de la presión, su incapacidad para hacerse de un nombre. Eso y más lo habían empujado hacia un puto frasco de pastillas y yo, bueno, yo no había hecho nada. En el fondo siempre lo pensé, ¿no?

    ¿Qué habría pasado si hubiera sido el Krait, y no Kakeru, quien me rescató de la calle?

    ¿Habría podido enamorarme de él?

    ¿Habría intentado salvarlo?

    ¿Habría valido la pena?

    Mi sonrisa se tornó sedosa al devolver mi atención al jade de Hayato; recordaba a un bosque perenne, hiedras venenosas o algas pantanosas.

    —Lo haces sonar tan sencillo, Krait. ¿No serás tú quien no es humano?

    Era un puto cabrón de veintitrés años, pero no parecía haberle importado. Lo leí en su sonrisa, de una u otra forma, y a mí tampoco me interesaba realmente. No tenía la cabeza llena del aire suficiente para creerme que el jodido Krait de Shinjuku iría a fijarse en mí, pero si lograba captar su atención apenas unos minutos… podría utilizarlo a mi favor.

    El más sutil pinchazo de culpa me molestó en el pecho al notar, por el rabillo del ojo, que Kakeru se incorporaba e iba hasta la barra.

    Pero no podía detenerme, ya había hecho mi movimiento y la partida había empezado.

    —El viejo Nishiguchi —agregué, echando el torso sobre la mesa—, ¿es verdad lo que dicen? ¿Que está más cerca del arpa que de la guitarra?

    Hayato entornó la mirada.

    —Algo así —cedió apenas, precavido, pero con el interés suficiente para no cerrarme la puerta.

    Sonreí.

    —¿Y qué tal su hijo? ¿Es razonable o un auténtico dolor de cabeza?

    —Hiradaira, ¿me pusiste micrófonos y no me di cuenta? —bromeó, liviano—. Siempre fuiste medio ninja.

    Ah, había pisado la raya, ¿verdad? Le di una calada al porro, recuperando posibilidades a toda velocidad.

    ¿Y si les lanzaba la propuesta y ya?

    —Como sea, dices que tienes el olfato digno de un sabueso. ¿Me ayudas con algo? —Me encogí de hombros y peiné mi coleta entre los dedos—. Ya sabes, de un boomslang a otro.

    —Eh, ¿qué puedo perder? Aviéntalo, Hiradaira.

    Le di un trago a mi bebida y aguardé, Kakeru estaba volviendo. Una vez se acomodó, liberé el humo lentamente y crucé las piernas debajo de la mesa. Sin rodeos.

    —Una guerra con Shibuya. —Paseé mi mirada entre los chicos y una extraña sonrisa me curvó los labios de improviso—. Con los Lobos.

    No se los veía sorprendidos, claro. Si el mismo Nishiguchi había contactado a Altan debía ser un terreno preparándose desde hacía tiempo; sólo nosotros apenas entrábamos al juego.

    —¿Quiénes? —preguntó Rei.

    Me encogí de hombros.

    —Shinjuku, Chiyoda, Chūō, puede que Taitō.

    —¿Chiyoda? —replicó—. Anna, ¿qué mierda planeas conseguir de esos idiotas pijos que vendieron su propio territorio?

    —No son más que un montón de carroñeros desperdigados ahora —anotó Kakeru, en tono plano.

    —¿Cómo planeas organizarlos? —inquirió Subaru.

    De repente toda su atención estaba puesta en mí y, bueno, no podía culparlos. Había soltado la bomba.

    —Más bien —intervino Kakeru, clavándome la mirada cuando abrí la boca pretendiendo responder—, la pregunta sería: ¿con quién estás trabajando?

    Arrugué apenas el ceño. Lo sabía, ¿no? Me había visto con él fuera de la comisaría. ¿Sólo quería oírme decirlo? ¿Era eso?

    —Altan Sonnen. De Chiyoda.

    —¿Y eso? —Rei soltó una risa incrédula—. Ah, debes haberlo conocido en el Sakura, ¿no? Esa Academia llena de imbéciles.

    —Sí, ¿y saben quién más asiste ahí? —lo atajé, filosa—. Hideki Tomoya.

    La hiena de Shibuya.

    El alfa de los Lobos.

    El más hijo de puta de todos.

    Fue como arrojar un balde de agua helada o desconectar la energía. Los Lobos fueron la fuerza destructora, el cerebro estratega y la turba instigadora. Las serpientes habían tenido que huir bajo tierra cuando el fuego lo devoró todo y acabaron aisladas, confundidas y desorientadas. Los Red Boomslangs habían desaparecido.

    Pero podían regresar.

    Porque no estaban muertos, sólo dormidos.

    —¿Qué hace ese ahí? —masculló Kakeru, más bien al aire, y el Krait atajó la pregunta.

    —Será cosa de Kiyota-san.

    —¿Kiyota-san? —encuesté.

    —Un tipo del Inagawa-kai.

    Abrí un poco más los ojos en sorpresa, aunque muy en el fondo sabía que, a partir de ahora, más y más demonios empezarían a asomar los cuernos.

    Sumiyoshi-kai.

    Inagawa-kai.

    —¿Y bien? —insistí, viendo fijo al Krait—. ¿Qué hueles?

    Me devolvió la mirada; había perdido parte de la liviandad usual, aunque no tanto como los demás. No había forma en que estuvieran bien con la existencia de ese cabrón, ¿verdad? No cuando había empujado a Kakeru al borde de la muerte. Tenían que sentir lo mismo que yo, era mi más grande apuesta.

    —Esta no es ninguna mierda de preescolar. Lo sabes, Hiradaira, ¿verdad?

    —Por supuesto, Krait, ¿me ves cara de idiota?

    Mi respuesta automática y filosa le arrancó una sonrisa.

    —Bueno, la cosa no pinta mal. Al menos no tan mal como aquella mierda de Nakano. —Paseó su mirada por los demás—. ¿Y bien? Nos están convocando a una guerra, no olvidemos que, en definitiva, es un honor.

    —Es patearle el culo al hijo de puta de Tomoya, ¿no? —La voz de Kakeru se alzó sobre la música; era oscura y poderosa—. Estoy adentro.

    Clelia negra.

    Estaba trabajando, probablemente aún más violento que antes, seguramente sin orden ni bandera. Sería un mercenario, un matón a sueldo, lo suficiente para saciar su sed de sangre y llenarse los bolsillos. Se había ganado identidad propia. Era lo que siempre había ansiado, ¿verdad? No iba a detenerlo, no cuando lo otro contuvo la oscuridad suficiente para matarlo.

    En ese sentido funcionaba similar a Altan, ¿verdad?

    Les estaba abriendo la puerta hacia la posibilidad de parchar sus mundos de rojo.

    Le sonreí, complacida, y miré a Rei y Subaru. Ellos compartieron un vistazo y el primero bufó, rascándose la nuca.

    —Mierda, Anna, me estaba enderezando —se quejó, robándome una sonrisa; era más que evidente—. ¿Es que no me dejarás ser un ciudadano honorable?

    —Yo me lo pensaré —sentenció Subaru, algo brusco—. Es más peligroso de lo que creen.

    —¿Y eso? —inquirió Rei—. ¿Has estado en contacto con los Lobos, blanquito?

    La pregunta era otra, todos lo sabíamos.

    ¿Has estado en contacto con Kou?

    —No exactamente, pero he sabido de ellos. He oído lo que están haciendo en Shibuya, presionando la frontera con Minato e incluso colándose en Suginami. —Clavó su mirada en el Krait—. El puente de Nakano al final acabó en manos de Yamaguchi-gumi, ¿verdad? Los Lobos lo están usando como si fuera su propio territorio. Tú lo sabes, ¿no? Estás empapado en los asuntos de los demonios.

    Observé el intercambio, intentando retener la mayor cantidad de información posible aunque muchos detalles se me pasaran. Mierda, lo útil que habría sido el cerebro de archivo de Altan ahí.

    —Dices que no lo hueles tan mal —agregó—, ¿pero no es la misma mierda repitiéndose? ¿No son los Nishiguchi con nuevos delirios de grandeza?

    Hayato soltó un pesado bufido y se revolvió el cabello, dejando caer el rostro sobre el dorso de su mano.

    —No lo sé, Ruru. No es como si me sentara a la derecha de los demonios ni nada así. Hiradaira, ¿cómo llegaste a todo esto? ¿Es por ese tipo, Sonnen?

    Asentí. No tenía sentido mentir, ¿verdad?

    —Nishiguchi lo contactó.

    Abrió un poco más los ojos y rumió, pensativo, mientras Subaru suspiraba a mi lado. Lo vi de reojo.

    —Eh, Yoyo —lo llamé por el apodo que le había inventado una vez, ese que él odiaba pero que siempre conseguía suavizarlo—. ¿No quieres hacer esto, todos juntos? ¿No quieres partirle el culo a ese hijo de puta?

    Libérala, Subaru.

    Déjala fluir.

    Sé que tú también la sientes.

    La ira.

    Los demás se mantuvieron en silencio, al margen. Subaru tenía la mandíbula tensa y evitaba mirarme, probablemente porque al hacerlo… sus facciones se relajaron.

    —No lo sé, Anna. —Vio a Kakeru—. Lo siento, hombre, no es que no quiera, sólo que… mierda, es peligroso, ¿qué no lo ven? Hablo de peligro real, el peligro donde el imbécil de Kou metió la nariz de lleno. ¿Cómo podemos saber que no estamos cayendo igual que él en una trampa de ratones?

    —Porque se los estoy pidiendo yo —sentencié, firme—. No es ningún imbécil de Shibuya, ningún niño pijo de Chiyoda, mucho menos un demonio de Tokio. Se los estoy pidiendo yo. Y puede que la mierda se oscurezca pero, joder, podemos ser nosotros, los Red Boomslangs, reclamando nuestra puta venganza. Podemos hacerles sentir en carne propia lo que nos tiraron encima el año pasado.

    La furia fue colándose cada vez más entre mis palabras, y es que al final del día era esa puta furia lo que mejor me movía.

    —¿No lo quieren? —insistí—. ¿No quieren vengarse?

    Nos desintegraron.

    Los expulsaron de la escuela.

    Enviaron un mensaje conmigo.

    Casi mataron a Kakeru.

    Casi lo mataron.

    Nadie dijo nada, pero dentro de ese silencio pude sentir una vibra, una brisa similar, como si nuestros corazones se hubieran sincronizado o algo así. Lo supe, entonces. Estaban dentro. Ahora sólo quedaba…

    —¿Y bien? —solté, viendo al Krait con una sonrisa victoriosa—. ¿Seguirás escondido en un bar diminuto o saldrás a divertirte un poco?

    Una risa vibró en su pecho y se incorporó para inclinarse hacia mí, pude oler su aroma a cigarrillo y su colonia. Era cara.

    Un protegido del viejo Nishiguchi, ¿eh?

    —Si me lo pide una hermosa señorita, ¿cómo negarme?

    Eran más parecidos de lo que uno creería.

    .

    .



    Come sink into me and let me breathe you in
    I'll be your gravity, you be my oxygen


    .

    .

    Deathmatch in Hell, ¿eh? Ese día resultó ser extrañamente tranquilo, a juzgar por la cadena de eventos recientes. Nada de llamadas extrañas, fantasmas del pasado ni sabuesos fotografiándome a escondidas. Viví mi vida como una estudiante ordinaria y puede que por un segundo haya sido gratificante; pero la campana sonaba, el sol desaparecía y sentía que las piezas caían en su lugar, una a una, otra vez.

    No iba a echarme atrás.

    Era la única certeza que tenía.

    No había vuelto a dar con Altan luego de que me arrojara toda la información a la cara y acabara besándolo, puede que en medio del cortocircuito. Bueno, había sido en la mejilla, pero ambos lo habíamos sentido, ¿verdad?

    La cuerda a medio pelo de cortarse.

    Reconocí su silueta oscura, inmersa entre las callejuelas decadentes de Kabukichō. Llevaba la ropa deportiva que usaba en el trabajo y él iba de negro, como siempre. Como el puto cuervo disfrazado de lobo que era.

    —Hola, guapo —solté a su lado, las manos en los bolsillos—. ¿Esperando a alguien, quizá?

    Soltó una de sus típicas risas por la nariz al repasarme de reojo y despegó la pared de la espalda, girándose para entrar al bar.

    —Llegas quince minutos tarde.

    —Eh~ Lo siento, Kronos. Me pidieron que ayudara con unos pagos.

    Igual no estaba molesto de verdad y se le notaba a kilómetros.

    Deathmatch in Hell era aún más pequeño que Bar Psy, pero jodidamente pintoresco y, en serio, adoraba a ese hombre. Lo amaba.

    —¡Gou-san! —exclamé, animada, captando su atención (y la de todos los clientes) de inmediato—. ¡Tanto tiempo, hombre!

    —¡Pero si es Annie-chan! Al fin te dignas a pasar a saludar, niña.

    Nos reímos mientras Altan y yo tomábamos asiento en la barra. Era un pub de lo más gótico, dark, metalero, y todo lo que pudiera utilizarse para prejuzgar a las personas. Las paredes estaban llenas de pósteres con películas clásicas del cine de terror y había figuras de acción por doquier. Agarré a un pequeño Yoda y me puse a juguetear con él mientras revisaba el mismo menú que Altan había conseguido por ahí.

    —¿Todos los tragos salen 666 yenes? —destacó, sorprendido—. ¿Cómo les funciona eso?

    —¿La verdad? No lo sé, ¡pero es genial! ¡Eh, Gou-san! ¿Y mis palomitas?

    El hombre tardó medio segundo en rellenar una cesta y dejarla frente a nosotros. Le sonreí contenta y me llevé un puñado a la boca, agitando al mini Yoda a centímetros de la cara de Altan.

    —Si comer palomitas quieres, apresurarte debes —entoné, en tono dramático, antes de recuperar la alegría usual—. ¡Porque me encantan las saladas!

    Se lo avisé y todo, pero igual se tomó su tiempo para comer. Como fuera, no iba a devorarlas y acabé por acomodarme a su ritmo, como solía adecuarme al caminar de Kakeru o como balanceaba mis energías cuando los demás así lo necesitaran.

    Me pedí lo mismo que Hayato me había preparado el día anterior, no estaba tan rico pero bueno, ¡Gou-san seguía siendo super majo! Y los tragos eran más baratos, por cierto.

    Hablamos un rato antes de ir al grueso de cualquier mierda importante, porque antes de compañeros del crimen seguíamos siendo amigos y me parecía sumamente relevante saber qué había cenado o cuántas veces se había dormido en clases, o si había visto ya el video de ese gatito trepando una palmera o el de la carrera de canicas.

    Le conté, antes de nada, que había tenido éxito en mis pretensiones. Aún me sorprendía un poco haberlo logrado y seguramente se notó en la ilusión casi incrédula que acompañó a mis palabras, ¿pero qué podía hacerle? Había reclutado soldados para una jodida guerra, era preocupante pero también muy satisfactorio.

    Como supuse, no recordaba ya muchos de los nombres nuevos que habían soltado ayer pero pude rescatar un poco, en especial lo de los Lobos utilizando el puente de Nakano como si anduvieran por su casa.

    Luego, bueno, el trago ya había hecho algo de efecto y me ayudó a soltar la lengua. Supuse que sería importante para Altan saber el orden y detalle de los eventos que habían derivado en la disolución de los Red Boomslangs, así que retomé desde la fiesta de Kou.

    Le hablé de muchas cosas. La Anna que había sido por ese entonces, esa cosa inerte y gris que no alzaba la voz, no se cuestionaba nada, mucho menos preguntaba. Esa Anna que tanto me avergonzaba y de la cual, gracias a Dios, había conseguido despegarme. La misma Anna que un día sintió una chispa, decidió tomarla y ardió. Ardió y ardió, y arrasó todo a su paso.

    La fiesta, primero, el encontronazo con Kakeru y Kou, después. Le conté que los había interceptado, los había provocado como una estúpida y acabé por arruinar todos los esfuerzos de Kakeru por evitar, justamente, lo que pasó.

    Abofeteé a Kou.

    Él me empujó.

    Y Kakeru se le fue encima.

    Y yo huí.

    A partir de allí, todo fue en picada. El club fue recibiendo cada vez menos solicitudes, yo casi no me aparecía, mientras los Lobos preparaban el terreno para asestar su golpe final. Derribaron el castillo de naipes, lo azotaron de un manotazo, y la escuela prefirió lavarse las manos antes de verse hundida en un escándalo mayúsculo. Los chicos fueron el chivo expiatorio y yo sólo me salvé gracias a los esfuerzos de Kakeru por mantenerme siempre al margen. Así y todo, seguía culpándolo de la mierda que había pasado.

    Y entonces, el veinte de octubre.

    El cuerpo inerte de Kakeru.

    El monstruo del hospital.

    Y el primer ataque de asma.

    No sé cómo logré soltarle todo sin romperme en mil pedazos, pero desde el sábado sentía que algo había cambiado. Jamás creí poder dejar de llorar cuando, de hecho, deseé hacerlo, pero esa noche en mi casa fue la última vez que lloré en sus brazos. En algún momento sentí el escozor de las lágrimas tras mis ojos, pero logré apartarlo sin demasiado esfuerzo y entonces llegué al presente. Era importante, así que incluí lo que había ocurrido ayer.

    —Investiga a los Hiradaira, Al, mi familia. Uno de ellos vive en Chiyoda, Jun Hiradaira. Regentea una empresa de transportes. —Le di el último trago a mi bebida y dejé el vaso sobre la barra—. Deben estar relacionados con Inagawa-kai o Yamaguchi-gumi, estimo, pero no estoy segura. —Estampé las polaroid maltrechas frente a él—. Estuvieron siguiéndonos en tu barrio y también me interceptaron a la salida del Sakura, pero me dejaron antes de ingresar a Shinjuku.

    Solté una risa sin gracia y me incorporé, indicándole que me siguiera. Quería fumar y Gou-san era muy majo pero no tan permisivo. Afuera el aire soplaba algo frío y las callejuelas se iban vaciando. Era martes, después de todo.

    —Aquí, cuanto menos, debemos estar seguros. Cortesía de tu demonio, supongo. ¿Las cosas por tu lado cómo van?

    Estábamos preparando el terreno para una jodida guerra y, mierda, aún no entendía cómo lograba hacerlo con semejante compostura. La hierba quemó en mi garganta con la satisfacción usual y me sonreí, liberando el humo al cielo; estaba oscuro, totalmente oscuro sobre nuestras cabezas, y cerré los ojos un breve instante.


    Normal, estábamos en el Inframundo.

    ¿Quién pediría por estrellas?
     
    Última edición: 20 Octubre 2020
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    Zireael

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    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
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    Drama
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    It may be rage or may be hope
    I'm at the stage that I fear the most
    I wanna know euphoria

    .
    .
    .

    Realmente nunca me había parado a mirar el menú del Deathmatch in Hell, pero aunque pareciera un sinsentido no iba a negar que era una genialidad temática eso de que todo saliera a ese precio. Como fuese pronto la conversación tomó el curso que correspondía.

    Casi hubiese querido que no fuese así.

    Sin duda Anna contaba con una habilidad increíble para traer pesadillas a la vida, como una víbora que sisea los secretos del Inframundo a puertas cerradas sin darte espacio a dónde huir.
    No le temía. No había manera de que Anna Hiradaira me provocara algo como el miedo, pero sus monstruos despertaban un sentimiento que conocía de sobra.

    Ira.
    A su vez yo contaba con una capacidad para invocar a las serpientes de una manera ridícula, no era que me molestara, no hasta que me revelaban los secretos del Edén corrupto.
    Había sido yo quien había pensando al hablar con Takizawa que si me enteraba de toda la mierda de los Lobos y el puto traidor iba a perder el juicio, y como si Anna en sus delirios de venganza me hubiese leído la mente a distancia me los soltó todos allí, en el Deathmatch in Hell.

    La antigua Anna.

    El mundo gris y silencioso.

    Shinomiya, la coral de la clelia, el empujón, la piscina, la fiesta. Los colmillos rodeándola apenas para cagarla de miedo e impedirle respirar.

    La bilis se me subió a la garganta como debía haberle subido a Kurosawa el día de los casilleros.

    El maldito inservible de Fujiwara había estado a punto de darle a los Lobos el gusto de morirse.

    Me caía como el culo, no sabía yo ni por qué, pero imaginar lo que tuvo que soportar Anna, imaginar al jodido más de allá que de acá, logró enviarme una corriente helada por la columna. No importaba quién fuese, había que ser un monstruo de proporciones apocalípticas para alegrarse por un intento de suicidio.

    No conocía la empatía para aquellos que no eran nada mío, no conocía empatía para nadie en resumidas cuentas que no fuesen mis padres y las tres cabronas que sujetaban cada una correa con distintas tensiones, y un par de gatos más. Pero incluso así el monstruo apático que llevaba dentro sabía que la mierda era demasiado seria para ignorarla.

    Y por ello pretendía hacer un circuito. Los Red Boomslangs serían las resistencias y, en lugar de alimentar una bombilla, lo que habría al final del extremo sería un cable pelado que arrojaría sobre mi océano.

    Todo Shibuya iba a terminar electrocutado.

    Y no por su perro-lobo que parecía hecho de electricidad sin dirección.

    Iba a vengar a todo Shinjuku. A Anna y su miedo, a Fujiwara y su visión de la muerte.

    E iba a recuperar el territorio de Yako, del rey fallecido.


    Quemar.

    Romper.

    Fracturar.

    Archivé cada palabra, cada nombre, cada escenario que me pareció importante y hasta los que no. Orden alfabético, valencia emocional.

    Jun Hiradaira.

    Los Hiradaira.

    Yamaguchi-gumi e Inagawa-kai, los antiguos padrinos de los Honō no Jakkaru.


    Las polaroid hechas una desgracia terminaron de atizar el fuego, fueron la cerilla que cayó sobre el petróleo derramado de mi océano embravecido y las llamas danzaron junto al agua. Shimizu había tenido razón, lo habían seguido y no sólo eso, la habían alcanzado.

    Al parecer iba a tener que partir los huesos de algunos Hiradaira en el proceso.

    Podía ser leal, tenía sentido de familia, era capaz de amar y todas esas mierdas. Al final de día los malditos cuervos pasaban toda su vida con una sola pareja, a pesar de coleccionar baratijas, reconocían rostros, hablaban, jugaban en la nieve y cagaban a palos a quien les cayeran en las pelotas. También advertían a su bandada de la gente que no servía, de los que había que odiar o evitar.

    En resumidas cuentas no me importaba que fueran familia directa de Anna, a mi visión ya la habían tocado, ya la habían amenazado; y así tuviera que cargarme a la mitad de las pandillas inservibles del Yamaguchi-gumi iba a cagar a los Hiradaira hasta las patas también si hacía falta, como mínimo.

    Para mi sorpresa logré mantener la compostura suficiente para responder a su pregunta, mientras veía el humo blanquecino elevarse hacia el cielo sin estrellas.
    Le conté todo lo que hablé con Shimizu, sobre los chacales, su trabajo con ellos como comerciante casi y su antiguo lazo con Shinjuku, le hablé sobre Yako y los veteranos repartidos entre Chūō, Chiyoda, Taitō, su propio Shinjuku y el último en Minato.
    Le dije por supuesto sobre la sospecha que al final había sido acertada de Shimizu del sabueso que los había seguido apenas entrar en Chiyoda y que por eso había acudido a mi diablo.

    —Ayer cuando te escribí estaba en Chūō, había terminado de hablar con un cabrón amigo de Shimizu, uno de los antiguos chacales que te decía. Podrán estar dispersos los hijos de puta, pero están deseando recuperar su territorio… No quieren realmente nada más que recuperar lo que perdieron luego de la muerte de Yako por culpa de un montón de críos que no quisieron seguir el legado de su mártir y por la incapacidad de siquiera dialogar con Shibuya, a pesar de estar apadrinados por la misma gente.

    Esa era su propia venganza personal.

    Los relegados chacales querían esparcir sangre de lobo por todo Tokyo.


    Aproveché para encender un cigarrillo, la llama del mechero me encendió los ojos como carbones e inhalé antes de seguir hablando.

    —Mañana después de clase buscaré a los otros cuatro, bueno mañana y pasado. Para el viernes por la noche debería estar todo listo, pero los quiero el sábado. A todos los importantes, cada cabecilla o posible cabecilla de barrio presente para hacer las formalidades necesarias. —Di otra calada profunda—. De momento nada además de Shinjuku y parte de Chūō son seguros al menos para estas cosas, así que es probable que le pida al demonio otra madriguera para esa linda reunión de monstruos, para no atestarle el lugar a Gou-san. No quiero que nadie que no deba se acerque a Chiyoda hasta que yo lo determine, Anna, ni siquiera tú. Si necesitas algo puedes decirme y vendré, ¿escuchas? Porque también vamos a tener que evitar hablar de estas cosas por mensaje o llamada.

    Por eso me estaba moviendo por los grises de Tokyo aunque fuese peligroso.

    Pero sobre todo por eso lo hacía solo.


    —Guapo, ¿me ves semejante cara de idiota? —atajó casi encima de mis palabras—. No pensaba salir de Shinjuku tampoco.

    —¿Hmh? No eres la mejor con los planes, cariño, siempre parece prudente recordar algunas cosas obvias.

    Soltó una especie de bufido nasal que me arrancó una risa.

    Cuando terminé el cigarrillo lancé la colilla al suelo para aplastarla, mientras despegaba la espalda de la pared y me giraba hacia ella. Me incliné apenas sobre su figura para alcanzar a hablar a su oído.

    —Canjeo un cupón de los rosa —avisé.

    Sentí que la leve brisa había hecho que las hebras de mi cabello rozaran su rostro antes de que la rodeara con los brazos, presionándola contra mi cuerpo. Suspiré con alivio mientras me permitía cerrar los ojos, casi podía también pasar por el ronroneo satisfecho de un gato al recostarse al lado de su dueño.

    No había prácticamente nadie, así que no importaba pero de todas formas la liberé rápidamente.

    No me había dado cuenta del todo del ruido que tenía en la cabeza desde ayer hasta que el calor de Anna le bajó el volumen.

    Terminada la charla logística le compramos otro par de tragos a Gou antes de dejar por esa noche el Deathmatch in Hell, y acompañé a Anna a casa pues porque qué más se supone que debía hacer. Regresé a casa en un Uber a pesar de que podía tocarle los cojones a Shimizu para que me hiciera el favor.

    Iba siendo hora, por otro lado, de que encontrara una forma de movilizarme.


    *

    *

    *


    You are insane
    My desire

    A violent daydream

    .
    .

    Podía ser un descarado de cuidado, porque le había contado todo a Anna pero seguía manteniendo a Jez en la más absoluta de las ignorancias. Siempre había sido así. Era hipócrita por decir lo menos.
    Una parte de mí quería contarle, decírselo para que supiera que haría todo para que estuviera segura, pero también me aterraba el cómo podía reaccionar.

    No quería su preocupación, no quería su discurso.

    No quería tener que decirle que esta vez no importaba lo que me dijera, no iba a detenerme.

    No quería que alcanzara a oler el sulfuro.


    De esa forma seguí con la farsa y con los movimientos de fichas. Me despedí de Jez luego de acompañarla a la biblioteca e inmediatamente después me dirigí a la estación, para iniciar el viaje a Minato. El sol pronto comenzaría su descenso sobre el horizonte.

    Minami Masaru.

    Akasaka.


    La estación no quedaba muy lejos de mi destino final, si acaso tardé diez minutos caminando hasta que llegué al edificio. Un pequeño, pero no por ello modesto, complejo de condominios.
    Después de todo Chūō, Chiyoda y Minato eran considerados barrios de, dirían Shimizu y Takizawa, niños pijos.

    En todo caso, me dejaron pasar al decir el apellido de quien buscaba, sin mayor complicación. En gran parte debió ser porque llevaba el uniforme de la Academia todavía y bueno, ¿qué iba a hacer un crío de instituto?

    Pff.

    Toqué la puerta correspondiente, a lo que escuché pasos al otro lado, hasta que abrieron la puerta por fin. Me recibió una joven esbelta, de rasgos finos y ojos filosos, de un tono pálido de púrpura; su rostro era enmarcado por un flequillo blanco como la nieve, que le cubría ligeramente el ojo izquierdo, y una cascada de carbón tan lisa que parecía seda y llegaba hasta sus caderas como un velo negro.

    ¿Poliosis como Tolvaj?

    Llevaba puesto un vestido de verano, vaporoso, de un brillante tono de amarillo.
    Tendría unos diecinueve también, veintiuno como mucho, no parecía mayor que Takizawa y el mismo Shimizu.

    Desde el interior de la casa surgió el inconfundible aroma del té verde.

    —Disculpe, ¿casa de Minami? —pregunté con fingida cortesía, a pesar de que llevaba el uniforme completamente desarreglado y no había sacado las manos de los bolsillos.

    —Si estás aquí ya sabes la respuesta ¿buscas a alguna de las gemelas? Se quedaron en la escuela pero puedo llamarlas. —Su voz era increíblemente calmada, suave y casi capaz de arrullar a alguien. Su figura se fundió con varias que ya conocía.

    —De hecho estoy buscando a Masaru —solté por fin.

    Noté de inmediato como sus ojos se afilaban aún más de ser posible, sus gestos aunque no perdieron delicadeza parecieron endurecerse un poco y cuando habló de nuevo noté sus incisivos, puntiagudos como los de un animal salvaje.
    Cualquiera hubiera pensado en un gato al verla, pero a mí me recordó a un perro. Me proyectó la misma energía que wan-chan, menos impulsiva, claro, pero con el mismo tinte de peligro.

    De violencia.

    Quizás no fueran agresivos por naturaleza pero si les tirabas tan siquiera un poco la cola te soltaban un mordisco con la fuerza para arrancarte un trozo de carne.

    Perros maltratados acostumbrados a defenderse.

    —¿Lo busca…? —Sonaba diferente, no había alzado la voz pero se notaba un dejo de amenaza en ella.

    —Sonnen Altan.

    —¿Quién te envía, hijo del emperador?

    Interesante. Sabía con quién estaba hablando.

    —Lo conseguí de Shimizu Arata.

    —¿Quién? —repitió no porque no supiera a quién me refería.

    Como era usual los hilos resplandecieron bajo la luz anaranjada del atardecer y, en lugar de parecer hechos de plata, recordaron al oro. Se unieron directamente a ella.

    No puede ser.

    —Honeyguide —solté entonces al darme cuenta de la posibilidad que estaba frente mí.

    Sus facciones perdieron algo de aquella agresividad y se permitió un pesado suspiro luego de hacer un gesto con la cabeza, indicándome que pasara.

    —¿No te siguió nadie?

    —No que yo sepa —respondí, repasando todo el trayecto que había recorrido.

    La muchacha siguió su camino hacia el interior de la casa, con la cascada oscura agitándose al ritmo de sus pasos, de su avance grácil. Por inercia detallé las curvas de su cuerpo, como había hecho con Laila Meyer mi primer día en el Sakura.
    Me hizo una nueva seña, indicándome que tomara asiento frente a una mesa tradicional japonesa.

    Minutos más tarde, luego de haberse perdido en la cocina, regresó para sentarse también mientras dejaba una tetera y dos tazas sobre la mesa. Sirvió el té casi con maña, como si llevara haciéndolo toda su vida.

    —¿En qué mierdas raras anda Honeyguide ahora? —preguntó mirándome. Aún se notaba la vibra pasivo-agresiva.

    Digno de una loba.

    —Nada en lo que no anduviera antes. —Le di un trago al té y su aroma me inundó las fosas nasales—. Puedo preguntar-

    —¿Masaru? En un mundo dominado por hombres tienes que, mínimo, tener el nombre de uno, ¿no crees? —Ella también bebió para luego tomar una libreta que había en la mesa junto a un bolígrafo, la abrió en cualquier lugar y trazó un kanji, su caligrafía era igual de delicada que toda su figura—. Aún así me negué a rechazar mi nombre del todo.

    Extendió la libreta hacia mí.


    Excelencia, superioridad.

    Lo que no terminaba de entender era cómo una chica de esa clase, que entraba en la categoría de princesas, estaba metida en ese mundo de mierda. Aunque se notaba, por demás, que no era ninguna niña indefensa. Parecía tener músculos firmes, aunque su cuerpo lucía más entrenado para la velocidad que para cualquier otra cosa. Debía ser escurridiza como una rata y asestarle un golpe tenía que ser todo un reto.

    —Te lo estás preguntando, ¿no? ¿Cómo mierda soy uno de los contactos de Honeyguide? —Otro trago de té—. El pajarito no es el único capaz de arrojar armas como un desquiciado.

    Pero no era eso por lo que Shimizu me había dado su contacto, no me lo había dicho pero estaba seguro y además se notaba a leguas.

    No era una simple lanzadora de navajas.

    —¿Estabas aliada a Chiyoda? —pregunté sin tapujos. No había por qué andarse con delicadezas.

    Ni siquiera con princesas.

    No.

    Era la maldita reina de Minato.

    —¿Qué tanto sabes de la historia del barrio, Sonnen-kun? O de antiguos clanes japoneses.

    —Los chacales —respondí sin más. ¿Clanes? Fruncí el ceño, buscando en el archivo el resto de información que me había pedido y solté una risa floja al darme cuenta de lo mucho que había tardado en darme cuenta—. Clan Minami. Una buena parte cometió seppuku, otros se perdieron, logrando que el apellido sobreviviera y...

    —No solo ha pasado a ser aliado de la yakuza, en sus inicios fue la yakuza misma. Desciendo de los antiguos samurai, de los que dejaron de ser útiles para Japón y se hicieron lugar en la ilegalidad, sin dejar sus principios. Bueno, suena honorable, más o menos… hasta que los hijos varones empezaron a ser cada vez menos y las mujeres nos tuvimos que comer una mierda, a pesar de ser hijas de yakuzas. Nos relegaron tareillas asquerosas como las finanzas del hogar o trabajar en los negocios de nuestros padres o nuestros hermanos. —Había tomado la libreta de regreso para seguir escribiendo—. Yo no quería eso, no quería hacerle los números a papá o trabajar en un bar de mierda en Ginza o cualquier cosa de esas.

    Quería su propia galaxia.

    —Entonces te nombraste como un hombre.

    —Y me comporté como tal sin dejar de lado mi feminidad. Me conseguí las armas, me conseguí los guardaespaldas y los lobos leales a mi mano, todo para evitar terminar aplastada, poseída y rota por un mundo que conocía desde cría. Son hombres, todos ustedes, pueden rompernos como palillos de dientes… pero nunca estuve dispuesta a dejarlos. Primero lograría matar unos cuantos si se atrevían a ponerme una sola mano encima.

    Solté una risa extraña, mezcla de genuina diversión e incredulidad porque se notaba de sobra que tenía el carácter para lograr hacerse su espacio en el mundo patriarcal que evidentemente era el universo yakuza y sus ramificaciones.

    Tenía el dinero.

    Tenía el carisma.

    Tenía el liderazgo.

    ¿Tendría la ira?

    —¿Y la relación con los chacales?

    —Nada nuevo bajo el sol, cariño. Terminé enredada en los hilos de Yako, era bien parecido, bueno con las palabras, protector como un puto perro guardián y sabía lo que hacía. Mi lealtad estuvo puesta con él desde que subió como alfa hasta que terminó bajo las ruedas del puto coche ese y quedé desprotegida, básicamente. Luego los chacales jóvenes empezaron a irrespetar a todo dios y nadie pudo ponerlos en su lugar, ni siquiera los más allegados a Yako. Además, terminé por mudarme de Chiyoda junto a mis hermanas y todo el imperio se desmoronó.

    La vi inclinarse para servir más té en ambas tazas, sin inmutarse siquiera por todo lo que acababa de contarme y no me sorprendía a mí tampoco su capacidad de mantenerse neutral.

    Hija de un miembro de la yakuza.

    Enredada en los hilos de Yako.

    Junto a Shimizu y Takizawa, Minami debía haber sido parte de la línea de defensa ofensiva de los Honō no Jakkaru y tal vez de algunos movimientos de inteligencia, era demasiado obvio.
    ¿Amenazas, quizás? ¿Interrogatorios? ¿Se colaba en los barrios y engatusaba a los putos pandilleros hormonales de mierda para sacar información? Todo parecía perfectamente posible.

    —¿Quién tiene a Minato ahora mismo? —pregunté luego de un rato de silencio.

    —Es una zona gris entre el Sumiyoshi-kai y el Inagawa-kai, mis perros se mueven de forma independiente en espera de que alguno de los dos se ponga los putos pantalones. Hemos tratado de mantener a los Lobos alejados, eso sí, no nos gusta cómo trabaja la Hiena. Deberías agradecer, porque es por eso que no han cruzado a Chiyoda, al menos no a cagarse en todo, y en su lugar han estado usando-

    —El puente de Nakano, sí.

    —Veo que te tienen bien informado, Sonnen-kun. ¿Me dices ahora con quiénes estás trabajando?

    —Shinjuku.

    —A la sombra de Sumiyoshi entonces. Se ve que ya estamos jugando, qué lindo~ ¿Cuál es tu plan, niño bonito? —Su voz pasó de ser un gruñido bajo a ser casi un ronroneo y se echó un poco hacia atrás. El cabello se deslizó de sus hombros, descubriendo los costados de su cuello, y pude notar las líneas de algún tatuaje, aunque no logré distinguir qué era.

    —Estoy despertando a la manada de Yako, vamos a declararle la guerra a Shibuya en resumidas cuentas.

    —¿Quieres debilitarlos, absorberlos o desaparecerlos?

    —Cualquiera de las tres en tanto entiendan el mensaje.

    Recorrí el borde de la taza con el índice, casi con desinterés pero sin perder el eterno aire prepotente y ella siguió el movimiento como si fuese un vigía.

    —Que es tu territorio, ¿no?

    —Y las consecuencias de tocar a mi manada.

    —Me gusta que desde el inicio estamos hablando el mismo idioma, muñeco. ¿A quiénes tienes además de Honeyguide? —preguntó ahora con genuino interés.

    Lo había dicho Shimizu, ¿no?

    Los zorros de campo, los chacales, a veces solo buscan divertirse.


    Levanté la taza para beber de nuevo mientras repasaba los nombres que me había dado Arata: Takizawa Shigeru, Minami Masaru, aparentemente un par de hermanos en Chiyoda de apellido Ootori y el de Taitō, Sugino.
    Y los de Shinjuku… Fujioka y otro, de apellido extranjero, Dunn, que debían ser otros dos oportunistas del mismo calibre.

    —Ratel en Chūō, Fujioka y Dunn en Shinjuku. No he hablado con los Ootori ni con Sugino.

    —No importa, los tienes a todos en la bolsa, a absolutamente todos y no te preocupes ya por nada, guapo, con los Ootori y Sugino hablaré yo esta noche. —Volvió a su posición original, apoyando los brazos en la mesa, y el vapor del té frente a ella le dio un aspecto casi fantasmagórico.

    —¿Así, sin más? —pregunté con cierta confusión en la voz, a lo que ella rio.

    —Hice un pacto con los chacales veteranos, cuando el siguiente alfa de Chiyoda llegara a mí tendrían que sumarse sí o sí, o iba a considerarlos traidores y bueno, ya sabes lo que pasa en este mundo con los traidores, ¿no? Y no quiero a ningún maldito de esos en el territorio que fue de Yako.

    Había hilado su propia red con las piezas desperdigadas para tenerlos a todos justo donde quería cuando decidiera.

    No pude evitar soltar una risa nasal ante la idea. Si alguien me lo preguntaba era una cuestión digna de admirar y ciertamente había que ser imbécil para dejar pasar la oportunidad de tener a una pieza como Minami en la partida.

    —Tu nombre —dije, a lo que ella extendió la libreta hacia mí una segunda vez, al kanji anterior se había sumado el de luna. Parecía igualmente apropiado que Masaru por sí solo—. Yuzuki, luna superior.

    Licaón para ti, cariño.

    Se levantó de la mesa, tomando la tetera y las tazas luego de haberse bajado de su té, prácticamente hirviendo, casi en dos tragos.

    Era, como ya venía siendo usual, ridículamente acertado. El licaón, lobo pintado o perro salvaje africano era un cazador excelente, de hecho era el depredador con más éxito en sus cacerías en el mundo y pues, ¿cómo no? Podían organizarse en grupos de hasta treinta malditos perros e incluso hacían reuniones antes de decidirse a cazar, como putos mafiosos.
    Un animal social, de manada, que podía abarcar territorios grandísimos sin necesidad de ser exageradamente territorial y aún así era difícil domesticarlos.

    Quizás debía tener eso en cuenta.

    Como fuese, la estructura social del licaón, así como la de las hienas, era en realidad un sistema matriarcal extremadamente complejo donde los altos rangos alimentaban a los viejos y los más jóvenes, incluso a los que se quedaban cuidando los cubiles.

    Para ganarse un apodo como ese con la precisión que requería debía tratarse de una reina que hacía una labor impecable, pero más importante, una que tenía a sus perros donde quería no porque los tuviera bajo el zapato realmente, sino porque era casi una madre piadosa para ellos. Era su refugio, su pilar.

    Le debían todo o estaban profundamente agradecidos.

    Cuando regresó de la cocina por segunda vez había atado su velo negro en una coleta alta, de forma que pude ver los tatuajes que había notado antes, mientras corría la puerta de papel que separaba ambos espacios.
    Los trazos corrían en parte de su nuca, por ello se veían en los costados de su cuello, eran los kanjis de dos piezas del tablero de shōgi.

    金将
    Kinshō. El general de oro.

    銀将

    Ginshō. El general de plata.
    La coleta se movió al ritmo de sus movimientos, dejando ver otros trazos en su espalda, entre los omoplatos: una camelia en tinta negra. La flor sin esencia.
    Muy apropiada para una mujer que había crecido bajo la sombra de la yakuza.

    Me retiré algunos minutos después y ella se despidió sin mayor complicación, educada como si no fuese cabecilla de un montón de perros salvajes. Bueno, educada antes de que estirara la mano y me acariciara la mejilla, para luego recorrer la línea de la mandíbula con el índice. Sentí el impulso de apartarla pero sabía que podía ser un error, porque estaba en medio de su tablero y si la rechazaba estaría rechazando a todo Minato.

    —¿Qué edad se supone que tienes, cariño?

    —Cumplo dieciocho a finales de octubre —respondí mientras ella retiraba la mano.

    —Pff, qué gracia seguirle el juego a un bebé~ —Soltó una risa floja—. Espero que uses el cerebro que heredaste de tu padre para compensar tu falta de experiencia en el mundo.

    No respondí, me limité a retirarme cuando ella cerró la puerta.

    Cuando iba de salida dos chicas estaban entrando al complejo, no había que ser ningún avispado para saber que eran sus hermanas puesto que tenían el mismo mechón blanco, aunque sus ojos eran casi tan oscuros como los míos. Debían tener mi edad.

    —¡Yuzu ya debe haberse bebido el té sin nosotras! —exclamó una. Sonaba ciertamente indignada.

    —¡Pues entonces me comeré la rebanada de pastel que le compré en esa panadería que le gusta y ya está! —respondió la otra con el mismo sentimiento en la voz.

    No habría necesidad de eso, antes de que saliera la mayor había comenzado a preparar una tanda de té negro.

    Allí estaba. Otra eterna cuidadora que había llevado sus habilidades al extremo.

    *

    *

    *


    I want domination
    I want your submission
    I see your not resistin', to this temptation

    .
    .

    Wild Dog Queen & The Jackals

    Cuando las gemelas entraron por la puerta Yuzuki acababa de colgar el teléfono luego de haber llamado a dos de sus perros para que le dieran alcance a Altan en su viaje de regreso a Chiyoda, con tal de asegurarse de que ninguno de los sabuesos de Inagawa o de Yamaguchi le siguieran los pasos.

    Sus hermanas entraron armando el desastre de siempre, arrojando sus cosas aquí y allá, pero pusieron sobre la mesa una bolsa que evidentemente era de la panadería, a lo que la mayor solo regresó a la cocina para volver con la tanda de té negro.
    Esa era su manera de darles la bienvenida a casa cada tarde.

    Las gemelas se zamparon el té y sus postres como si hubieran estado sin comer por días, antes de meterse a la habitación que compartían y ponerse a buscar una película que ver en Netflix.

    —¡Yuzu! ¿Qué te gustaría ver? —preguntaron casi al unísono.

    —Elijan ustedes, tengo que salir en un rato.

    —¿A dónde irás? —cuestionó solo una de ellas, ahora que la otra parecía haberse enfocado en el asunto de buscar la película.

    —Visitaré a unos amigos del otro barrio.

    La respuesta fue escueta pero bastó para quitarse a la menor de encima.

    Se llevó un bocado de pastel a la boca mientras marcaba un número de memoria, el móvil timbró un par de veces antes de que la persona lo atendiera.

    —Hola, hola. ¿A qué debo el honor de tu llamada, Licaón? —Al otro lado de la línea se encontraba un muchacho que ciertamente era un japonés prototípico, al menos de aspecto, cabello y ojos oscuros, no pasaba del metro setenta. A su lado caminaba su mellizo, algo más alto y de ojos claros.

    Unos pasos más atrás los seguían otros dos, uno que parecía la copia en negativo de Shimizu, de cabello oscuro, tatuado seguro hasta donde no daba el sol, y un muchacho pelirrojo y de ojos ámbar que evidentemente no era japonés.
    Los tres primeros llevaban chaquetas de cuero, ya fueran negras o amarronadas, el cuarto llevaba una tipo bomber, negra con las mangas grises. A la espalda, con hilo dorado, tenía bordado un dragón japonés.

    —¿Qué pasa, una dama no puede llamar a su amigo de tanto en tanto? —atajó la otra—. ¿Dónde estarás esta noche?

    —Curioso que lo preguntes, acabamos de llegar a Minato con Sugino y Dunn. Vamos al… ¡Hey, Dunn, ¿dónde dijiste que íbamos?!

    —Al dot&blue, Tomoki —respondió el pelirrojo con voz plana, con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta. Aún así la muchacha había podido escucharlo porque Ootori había extendido el móvil hacia su dirección, casi pegándoselo en la cara.

    —Ah, pero qué finos andamos hoy, cabronazos. ¿Con ganas de algo de música en vivo? —añadió Minami, con cierto tono burlón cuando le pareció que Tomoki se volvía a colocar el aparato contra la oreja.

    —Bueno, ¿qué necesitabas?

    —Se los diré cuando llegue con ustedes. Vayan pidiéndome un trago, manada de idiotas.

    —¿Ah? No seas grosera con nosotros, Yuzu-chan~

    La aludida colgó antes de decir nada más, a la vez que se hacía con una de sus chaquetas colgadas tras la puerta. Se la puso mientras iba de salida, guardando el móvil en uno de los bolsillos, antes de echar a andar hacia el bar donde iban a estar los otros cuatro. La brisa estaba algo fresca, la sintió acariciarle las piernas descubiertas y agitarle la cascada de carbón, que había vuelto a soltar luego de salir.

    El dot&blue era un bar visualmente agradable, con buena comida, buen licor y buena música. No era permisivo como los huecos de mierda en Shinjuku y Shibuya, pero poco importaba cuando aparecía un grupito relacionado a la hija del fallecido Minami.
    Al final hasta Dunn, el más joven de los tres con dieciocho cumplidos a principios de año, podía tomarse una que otra copa, disimulado entre los demás.

    El grupo de chicos conversaba, hablando uno casi encima del otro excepto por el pelirrojo que… Bueno, ¿qué hacía realmente allí? Pecaba de incompetente social, pero estaba más o menos habituado a esos tres idiotas, que después de todo conocía desde hace años ya, cuando Yako, meses antes de fallecer, lo había sumado a los chacales.

    Antes de que se dieran cuenta una quinta presencia, la de Yuzuki, se había aparecido y tomado el último banco libre de la pequeña mesilla. Se sentó de golpe, casi como un perro eufórico, y por poco no terminó en el regazo de Dunn, que trató de apartarse por puro reflejo como el incómodo que era. Ni los mismos japoneses que conocía se tensaban tanto como ese mocoso ante la gente y el contacto.

    —Pero miren nada más, han crecido un montón, hasta guapos se pusieron y todo —bromeó mientras alcanzaba la botella de cerveza que estaba en el espacio que había ocupado y le daba un trago—. Es bueno verlos luego de un par de años.

    No se veían pero lo cierto es que todos los chacales veteranos permanecían en contacto, en su mayoría mediante terceros ahora que estaban desperdigados por varios de los barrios. De tanto en tanto se hacían llamadas informales, charlaban cualquier tontería, pero no se veían las caras en vivo y a todo color desde la desintegración total de la pandilla. Los únicos que pasaban viéndose entre sí de forma más o menos constante eran los Ootori, Sugino y Dunn, porque bueno los dos últimos se paseaban por todos los barrios especiales como quien se pasea por su puta casa.

    —¿Debo asumir que la última pieza de la partida apareció? —preguntó uno de los Ootori, el de ojos claros, y la muchacha soltó una carcajada.

    —Tan siquiera invítame a otra cerveza antes de que empecemos a hablar de trabajo, Masaki.

    —Me llamó The Devil, ¿saben? Y también a Fujioka, así que yo que tú soltaría la pasta ya porque esta mierda está poniéndose peligrosa —añadió el pelirrojo sin alterarse siquiera—. Aparentemente nos quiere del lado de Shinjuku de forma definitiva, aunque bueno, eso me va a cerrar el mercado.

    The Devil era la forma en que los chacales en general habían empezado a referirse a Takeshi Nishiguchi en el momento en que Dunn y Fujioka pasaron a vivir a Shinjuku, puesto que el primero había iniciado en Shibuya y el segundo en Taitō. Aquí y allá se escuchaba el apellido de las cabezas del Sumiyoshi-kai, más de lo que se escuchaba en los otros dos barrios.

    Minami suspiró, buscando ordenar las palabras mientras bebía algo más de cerveza.

    —Dunn, ¿qué tanto te mueves por el Triángulo del Dragón últimamente? —preguntó entonces.

    —Llevo bastante tiempo sin meterme a Shibuya, al menos más allá de Harajuku, lleva ya su rato siendo un maldito desastre, si te descuidas te sueltan un batazo en la nuca y te dejan medio muerto en un callejón sin nada encima.

    Cayden Dunn no era lo que se dice un genio, en realidad su mente en la mayoría de los casos parecía si acaso alcanzar el promedio, pero era medianamente hábil con las manos. Confeccionaba armas con lo que tuviese disponible, sabía sacarle buen filo a los cuchillos e incluso darle mantenimiento a armas realmente viejas. Por demás era mano suelta, se levantaba cosas ajenas con la misma habilidad que Minami y se entretenía revendiéndolas a los pandilleros cercanos. Móviles, tabletas, laptops descuidadas, toda baratija que se le pusiera en frente se la llevaba y le sacaba su buena pasta. Era capaz de venderle objetos robados hasta a las mujeres refinadas de Chiyoda.
    No sería bueno en la escuela pero de que sabía hacer dinero, sabía. Se tenía hasta un pequeño grupo de pseudoadmiradores en el bajo mundo, ladroncillos de cuarta que no eran capaces de sacar una billetera de un bolso mal cerrado sin que se enterara todo Tokyo, a los que les parecía una maravilla que Dunn lograra, en un buen día, hasta zafar un reloj caro de la muñeca de un ricachón.

    Una parte de sí quería ser admirado.

    Alabado.

    No importaba demasiado el cómo y quizás por eso había terminado entre las pandillas japonesas.

    Aunque no había mucho remedio. Era hijo de la mafia irlandesa de todas maneras.


    —¿El antiguo territorio? —siguió Yuzuki.

    —No demasiado.

    —¿Alguno de ustedes ubica a Sonnen Altan? —escupió por fin.

    Los únicos que reaccionaron visiblemente fueron los Ootori, que fruncieron el ceño y se echaron miradas cruzadas, confundidos. La verdad era que todos los presentes ubicaban al chico por el que estaba preguntando Minami.

    —De vista. Se revuelve con piezas sueltas, consigue que paguen todo a medias a pesar de estar forrado y cuando te das cuenta se comió a alguien a hostias —respondió Tomoki—, el pobre miserable puede habérselo buscado o no, supongo que depende del mal genio que se cargue Sonnen esa noche o algo.

    La chica soltó una risa genuina, le dio un nuevo trago a la botella y le quitó una aceituna del plato a Dunn, que no se inmutó.

    —The Devil se lo metió al bolsillo. Está preparando una partida de ajedrez de lo más interesante, por eso fue que llamó a Cay-kun y a Fujioka. El mocoso tiene ya a Honeyguide y a Ratel, así que en resumidas cuentas… Llegó el verdadero sucesor de Yako, sí.

    —¿No te parece más agresivo de la cuenta? —cuestionó entonces la copia en negativo de Arata, Hikari Sugino.

    Yuzuki se encogió de hombros, ciertamente no tenía la suficiente información todavía y en parte por eso necesitaba a los Ootori, que eran los que estaban más cerca del chico.

    —No me dijo el qué, pero aparentemente anda buscando cobrarle unos asuntos a los Lobos, ya saben… El maldito enfermo de Tomoya siempre jodiéndolo todo. No seré yo quien le niegue al hijo del emperador su deseo de cobrar venganza por algún miembro de su manada.

    —No era que Usui le pusiera mucho orden a sus putos omega tampoco, pero me cago en Tomoya. Me jodió el negocio en Shibuya, si acaso me puedo arrimar a Harajuku y pensando a cada rato que algún jodido me va a romper el cráneo —comentó el pelirrojo, suspirando con hastío.

    No era sólo eso, es que en general a él le parecía que Tomoya era una mala pieza a secas. No era que pensara en su manada, si se movía parecía hacerlo simplemente por sus deseos y movía al resto hacia sus metas momentáneas.

    —¿Piensas cooperar con Sonnen, Minami? —atajó de nuevo Masaki.

    —Pienso recuperar Chiyoda —corrigió—, así tenga que aliarme a un empollón con problemas de ira. Está colocando las piezas de forma magistral, si logra unir a Taitō, Chiyoda, Chūō, Shinjuku y Minato para cercar a Shibuya de nada servirá el asqueroso puente de Nakano. Los Lobos podrán ser escapistas, pero con las rejas lo suficientemente altas no les queda más que permanecer en cautiverio.

    Los cuatro guardaron silencio, con la pregunta de Hikari dando vueltas.

    ¿No era demasiado agresivo?

    ¿No iba a faltar a los principios de Yako?

    En tanto la sangre de lobo no se derramara directamente en Chiyoda no había principio alguno roto.


    La diferencia era, en grandes rasgos, que ya no estaban protegiendo al rey del tablero… Su alfa estaba jugando con ellos, moviéndose como el caballo del ajedrez.

    桂馬
    Keima.
    Altan Sonnen y Yuzumi Minami eran el mismo tipo de pieza.

    Como fuese ya no podían negarse, Minami los había llamado y ellos sin más remedio acudieron, porque si se negaban iban a terminar en el botadero de alguno de los barrios.

    Había que ser idiota para negarle algo a la reina de los perros salvajes.


    *

    *

    *

    Llegué a casa cuando ya había oscurecido y no me había pasado desapercibido que apenas dar unos pasos lejos del condominio de Minami dos siluetas se me habían puesto al corte. Cuando hice contacto visual con uno de ellos en la estación el chico, un joven alto de piel oscura y facciones severas, alzó el brazo izquierdo, dejándome ver el tatuaje de un licaón. Sabía que eso debía darme la información necesaria.

    Me dejaron luego de que entrara a casa, sin acercarse de forma excesiva a mí, pasaron de largo como si solamente hubiesen estado de paso por la calle en dirección a otro sitio.
    En casa no había nadie y junto al interruptor de la luz había un post-it celeste con la letra de mamá.

    “Fuimos al supermercado, volvemos en un rato”.

    Debían haberse ido recién.

    —Bienvenido a casa, Al-kun. —Me recibió una de las criadas, la que más tiempo llevaba en casa. Parecía estar preparándose para irse—. Los señores se fueron hace unos diez minutos, tu madre me dijo que ella quería preparar la cena y que podía irme, ¿necesitas algo antes?

    —No, estoy bien. Puedes ir a casa tranquila, oba-san.

    La mujer, que siempre me había parecido la japonesa de cajón, me dedicó una sonrisa cálida y estiró la mano para darme una palmada suave en el brazo. No por nada me refería a ella como tía, cuando no era mamá la que me regañaba por imbécil era ella, que después de todo me había visto crecer y me había cuidado cuando mamá y papá tenían más trabajo.
    Era bajita, de hecho era casi tan pequeña como Anna, lo que me hacía algo de gracia.

    Terminó de recoger sus cosas, se colocó los zapatos y finalmente salió, no sin antes soltarme una advertencia.

    —No hagas enojar a la señora de nuevo, Al-kun, y cuidado con lo que sea que estés haciendo.

    No me dio tiempo de responder, pero tampoco lo hubiese hecho en su defecto. Era evidente desde hace tiempo que siempre había sido un crío extraño, rozando los comportamientos antisociales de manera peligrosa, pero llevaba ya algunos días apareciendo en casa cuando ya había oscurecido, en lugar de llegar de la escuela y salir luego cuando ya no había señales de vida.

    Sin mayor remedio subí, me quité el uniforme por fin y me volqué en la petición de Anna de la noche anterior.

    Investiga a los Hiradaira, Al.

    Uno de ellos vive en Chiyoda.

    Jun Hiradaira.


    No podía investigarlos como quisiera, no sin acudir directamente a los diablos del Yamaguchi-gumi y el Inagawa-kai, así que debía conformarme con cosas sencillas, con los datos a los que todo dios de la informática tendría acceso.

    Hiradaira.

    Los cabrones fundaron una empresa de transportes que ahora se había extendido a todo Japón y a países próximos, el imperio estaba empezando a parecerse al de los Akaisa pero invertido. Había iniciado en Japón antes de ramificarse.

    La madre de Anna, la madre de Anna… Bingo. Ema Hiradaira. Se perdió de los registros un tiempo, el que debió estar en Argentina, la infancia de Anna y finalmente tuvo que regresar aquí, posiblemente bajo las condiciones de los demás.

    Como fuese los Hiradaira habían firmado convenios con… Kenichi Shinoda. Mi diablo del Yamaguchi-gumi.

    No podía accesar a nada más allá sin que fuese peligrosamente evidente, pero me bastaba para trazar los hilos.

    Tomé un cuaderno algo maltrecho, que realmente no sabía por qué tenía, lo abrí en una página al azar y empecé a escribir las mierdas que tenía hasta el momento no tanto para recordarlas, sino para poder ver el tablero formado.

    Hiradaira —> Yamaguchi-gumi —> Inagawa-kai —> Shibuya (Lobos), parte de Chūō, en su momento Chiyoda y Taitō (Honō no Jakkaru) —> Lobos usando el puente de Nakano

    Shinjuku y Chūō —> Sumiyoshi-kai —> Krait —> Honeyguide

    El resto —> Zonas de grises —> Licaón impide ingreso de Lobos por Minato.


    Chasqueé la lengua, hastiado. Esa mierda de que los Hiradaira estuvieran metidos con la yakuza nos iba a joder bastante, sobre todo por ese cabrón de Jun en Chiyoda, pero me importaba una mierda, iba a desligar a Anna de las porquerías de su familia en cuanto tuviera oportunidad.

    No habían sabido sumarla a su manada, ¿cierto? Por putos imbéciles, porque la idiota prácticamente actuaba a ojos cerrados por quienes apreciaba, era la característica más valiosa de su carácter y lo sabía yo de sobra. Era leal como un perro, pero aún así...

    Anna no pertenecía a nadie.

    Ni a los Hiradaira.

    Ni a Fujiwara.

    Ni a mí.

    Era su propio incendio y lo iban a aprender tarde o temprano, así tuviese que estallarles un cilindro de gas en la puta cara.

     
    • Ganador Ganador x 1
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  11. Threadmarks: Índice de Información
     
    Gigi Blanche

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    Bueno, como esto se volvió bastante grande y complejo pensamos que sería buena idea dejar una guía porque vaya, hasta nosotras vivimos con el doc de información abierto xd

    w o l v e s & s i l h o u e t t e s
    caridad pa la comunidad

    • Anna Hiradaira Soria [Shinjuku]
    • Altan Sonnen [Chiyoda; Shinjuku]
    • Kakeru Fujiwara (la Clelia negra) [Shinjuku; Oportunista]
    • Hayato Fujiwara (el Krait de Shinjuku) [Shinjuku]
    • Rei Ishikawa [Shinjuku]
    • Subaru Yokoyama [Shinjuku]
    • Connie Dubois (la Araña errante) [Shinjuku]
    • Takeshi Nishiguchi (miembro formal del Sumiyoshi-kai; hijo de Shigeo) [Shinjuku; Chūō]
    • Shigeo Nishiguchi (presidente del Sumiyoshi-kai) [Shinjuku; Chūō]
    • Arata Shimizu (Honeyguide) [Shinjuku; Chiyoda; Taitō; Oportunista]
    • Shigeru Takizawa (Ratel) [Chiyoda; Taitō; Chūō; Oportunista]
    • Masaki Ootori [Chiyoda]
    • Tomoki Ootori [Chiyoda]
    • Hikari Sugino [Taitō]
    • Goro Fujioka [Oportunista]
    • Cayden Dunn [Oportunista]
    • Yuzumi Minami (Licaón) [Minato; Chiyoda]
    • Hideki Tomoya (la Hiena de Shibuya; Alfa de los Lobos) [Shibuya]
    • Kou Shinomiya [Shibuya]
    • Kazuo Uchibori (miembro formal del Inagawa-kai) [Shibuya]
    • Jiro Kiyota (miembro formal del Inagawa-kai; apadrina a Tomoya) [Shibuya]
    • Panda (dealer) [Shibuya]
    • Fuyuko Hiradaira (tía de Anna, hermana mayor de Ema) [Shibuya; Chūō]
    • Jun Hiradaira (tío de Anna, hermano menor de Ema) [Shibuya; Chūō]
    • Masahiko Hiradaira (abuelo de Anna) [Shibuya; Chūō]
    • Ema Hiradaira (madre de Anna) [sin bando]
    • Pablo Soria (padre de Anna) [sin bando]
    • Erik Sonnen (padre de Altan) [sin bando]
    • Janet Sonnen (madre de Altan) [sin bando]
    • Kohaku Ishikawa [sin bando]
    • Hiroki Usui (el Perro-lobo de Shibuya; ex Alfa de los Lobos) [sin bando]

    + Red Boomslangs: pandilla de Shinjuku actualmente disuelta, conformada en los altos cargos por Kakeru Fujiwara, Rei Ishikawa, Subaru Yokoyama y Kou Shinomiya. En el pasado era liderada por Hayato Fujiwara, mejor conocido como “el Krait de Shinjuku”. A la sombra del Sumiyoshi-kai.

    + Lobos de Shibuya: pandilla de Shibuya actualmente liderada por Tomoya Hideki, el alfa, también conocido como "la Hiena de Shibuya". Kou Shinomiya traicionó a los Red Boomslangs para unirse a los Lobos. Trabajan bajo la sombra del Inagawa-kai.

    + Honō no Jakkaru: la manada extinta de Inagawa-kai en Chiyoda, liderada en su momento por Kaoru Kurosawa, “el Yako de Chiyoda”. Desaparece en 2018 de forma definitiva, luego de dos años con alfas intermitentes. Era un puente de conexión entre Chiyoda y Taitō, al contar con miembros de ambos barrios especiales.

    + Sumiyoshi-kai: es el segundo grupo yakuza más grande de Japón. Fue fundado en 1958 por Ito Matsugoro, actualmente liderado por Shigeo Nishiguchi; su hijo, Takeshi Nishiguchi, es la apuesta más fuerte para sucederlo. Regentea especialmente distritos comerciales, como Kabukichō en Shinjuku y Ginza en Chūō.

    + Inagawa-kai: es el tercer grupo yakuza más grande de Japón. Fue fundado en 1949 por Kakuji Inagawa. Actualmente están en un período de incertidumbre ya que aún no han nombrado un nuevo presidente. Su base se encuentra en la región de Kanto y poseen gran dominio sobre el Área Metropolitana de Tokio, en especial en Shibuya y en su momento parte de Chiyoda y Taitō, creando una suerte de círculo que aislaba a la Sumiyoshi-kai en Shinjuku. El Inagawa-kai está aliado con el Yamaguchi-gumi.

    + Yamaguchi-gumi: es el grupo yakuza más grande de Japón. Su presidente es Kenichi Shinoda. Ingresó a la región de Kanto, y a Tokio en particular, tras absorber a una yakuza pequeña que tenía influencia sobre Chūō. Los Hiradaira firmaron un convenio de trabajo con Kenichi Shinoda hace algunos años.

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    Última edición: 22 Octubre 2020
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Wolves and silhouettes [Gakkou Roleplay | Altanna]
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    Drama
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    6
     
    Palabras:
    7258
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    Don't listen to what you've consumed
    It's chaos, confusion and wholly unworthy of feeding
    And it's wholly untrue


    .
    .

    No era la mayor partidaria del ballet, pero sabía reconocer su importancia. No sólo en mi formación, en la historia de la danza y en las raíces que anudó en torno a sus sucesores. Así surgiera como una evolución directa o como una reacción adversa, todo retoño le debía su semilla a algo más grande, más viejo. Puede que fuéramos una crítica, una queja, un intento de libertad y mundanidad frente a la excelencia y elegancia del ballet, pero seguíamos siendo algo de él.

    Primera posición, relevé, ciento ochenta grados a la izquierda. Una, y otra, y otra vez.

    Todo está encadenado entre sí, atado, quizá; unido por lazos invisibles, que trascienden el tiempo y el espacio. No es una cuestión de casualidad o causalidad, de orden o caos. Es el dominó, los efectos mariposa. Son el alcance inaudito de las más pequeñas acciones, encadenadas como el chaînes, el giro básico que te permite desplazarte sin barreras aparentes. Girar y girar y girar sobre tus empeines.

    Sencillo, realmente lo había dominado a los doce años pero me servía para calentar. Era difícil medir su precisión sin espejos pero, a decir verdad, nunca me había importado demasiado la perfección. No había ningún jurado al que impresionar ni público al que deslumbrar. Las gradas frente a mí llevaban muchos años vacías, oscuras, llenas de polvo y telarañas. Bailaba para fantasmas.

    Los días que no trabajaba en el gimnasio era cuando había reunión del club de baile contemporáneo. Había conseguido un mínimo presupuesto de la directora y había comprado cintas y palillos para hacernos accesorios a todos. Cuando las prácticas acababan solía quedarme para ordenar el salón de actos, apagar las luces y demás, pero no me resistía y siempre acababa deslizándome hasta el escenario para usurparlo un rato.

    Primera posición, plié de pies y brazos. Estiro, deslizo, extiendo. Relevé, passé, y giro. Una, y otra, y otra vez.

    Bajaba los reflectores para no llamar demasiado la atención y el eco de mis talones descalzos rebotaba entre las paredes de madera cada vez que descendía del relevé antes de volver a ejecutar un fouetté. Latigazo en francés. Era un movimiento exigido, llevaba unos pocos meses logrando más de un par encadenados.

    El chaînes era el avance ininterrumpido de un cuerpo ciego, de un cuerpo sin miedo.

    El fouetté eran las batallas a lo largo del camino, las que nos obligan a detenernos y asestar golpes certeros a las amenazas que nos rodean.

    A los lobos.

    A los demonios.

    A los cuervos, de ser necesario.

    Un fouetté tras otro, el sol rosado recortándose por las ventanillas altas, el silencio templado. Las motas de polvo navegando el enorme espacio. Mi cuerpo de hilos, de hojas secas, girando y girando y girando. Hasta que la sangre quemara, los pies dolieran y los fantasmas aplaudieran. Y aplaudieron.

    Ahí estaba, el fantasma de mi pasado.

    Las pesadillas de mi presente.

    Con suerte, las cenizas de mi futuro.

    Me detuve de golpe frente al enorme salón de actos, en medio del escenario, y distinguí su silueta recortada en el umbral de la puerta, frente al atardecer. Reconocí sus hombros ligeramente caídos, la cintura estrecha y, en general, su aspecto desgarbado de hiena famélica. Me causaba un rechazo de proporciones bíblicas.

    —Siempre es un placer verte bailar, Anna-chan.

    Mi expresión se mantuvo impasible, dueña de un repentino estoicismo bastante poco frecuente en mí pero, si debía ser franca, desde la noche en la comisaría todo se sentía diferente. Estábamos a dos días de entrar en el receso de verano y creí que lograría mantenerme invicta de su desagradable compañía. Pero no sería el caso.

    Era una hiena famélica pero su cerebro funcionaba con honores. Debí anticipar que no se negaría el placer de torturarme una última vez.

    —¿Vienes seguido? —indagué, con voz plana.

    —Bastante, sí. —Se encogió de hombros mientras se detenía frente al escenario, a escasos metros. Le clavé la mirada desde arriba—. Parece como si el mundo desapareciera para ti cuando bailas, así que es fácil visitarte de incógnito.

    Era obvio, ¿verdad? Desde aquella vez que nos cruzamos en el segundo piso, cuando tuve que volver por un cuaderno que había dejado en el aula. Siempre lograba interceptarme en las escasas ocasiones donde me encontrara sola, como si contara con un sexto sentido o, de hecho, no me quitara los ojos de encima. Como si fuera la sombra de Peter Pan, constante, silenciosa, atada a mis talones.

    Ese día se convirtió en mi monstruo, emergió de la oscuridad y me jaló del brazo con violencia; la luz se recortó hasta perecer tras la puerta que empujó con la espalda. Choqué contra los estantes llenos de productos químicos y sus manos alcanzaron a taparme la boca, palpar mi uniforme y más allá. Sus movimientos fueron rápidos y calculados, como si lo hubiera preparado o ansiado durante reiteradas noches en vela. Probablemente no lo olvidara nunca.

    La humedad pegajosa de su boca.

    El frenesí podrido de su respiración.

    La vibración dulce, casi melosa de sus palabras.

    ₥Ɇ₦ɄĐ₳ ₱ɆⱤⱤ₳ ₮Ɇ₦í₳ ₣ɄJł₩₳Ɽ₳

    JØĐɆⱤ, ⱧɄɆⱠɆ₴ ₮₳₦ ฿łɆ₦.

    S̵̼̼̯͎͇͇̯̣̈́̎̐͝h̶̫̲̟̦̾͛h̸̹̗̲̪̝͇̉̍̓̇̀͠͝h̵̢̯̝͕̉̉͜.̴̨͈̥̲͙͔̞͇̉̀͋

    Contraje los labios en una mueca de asco y mi voz emergió como un siseo cargado de desprecio.

    —Qué enfermo.

    Era obvio que al hijo de puta le atraía y no lograría nada acudiendo con adultos o autoridades para erradicar a la peste de raíz, no cuando Hideki Tomoya contaba con la jodida protección del Inagawa-kai. Tendría que aprender a reírme como hiena para atraerla a mi propia madriguera y aniquilarla.

    Quizá ya supiera hacerlo.

    Su mirada se entornó y adquirió una chispa extraña, cargada de intención. Su voz, como solía ocurrir, se asemejó a un ronroneo satisfecho.

    —Hmm, preferiría llamarle admirador. ¿A los artistas no les gustan los admiradores?

    Me crucé de brazos y suspiré.

    —Prefiero bailar para fantasmas.

    Su sonrisa danzó entre la diversión y la condescendencia y ejecutó una elegante reverencia, llevando una mano al centro de su pecho.

    —Me convertiré en uno, entonces. Por favor, sigue, dejemos de arruinar la canción.

    Retrocedió sobre sus pasos, apenas los necesarios hasta fundirse con las sombras de las cuales había emergido. El sol no lo alcanzaba, los reflectores tampoco. Hideki Tomoya era, de repente, un auténtico fantasma y como tal no podía verlo pero sí sentir su respiración contra mi nuca, su mera existencia allí, frente a mí. ¿Era yo un cordero de pie, forzado a bailar para el lobo? ¿Estaba esclavizada por la orden implícita de brindarle el espectáculo que demandaba?

    Relajé los brazos, los extendí hacia cada cortina del telón amarrado.

    ¿O bailar era, justamente, una forma de subversión? ¿Bailar le diría que no sentía miedo, que no podía dominarme? ¿Sería, acaso, mi carta de despedida?

    Primera posición, plié de pies y brazos. Estiro, deslizo, extiendo. Relevé, passé, y giro. Una, y otra, y otra vez.

    Planeaba destruirlo, quebrarlo, incendiarlo todo y danzar sobre las cenizas. Ocurriría, de una forma u otra. No me interesaban los caminos en tanto condujeran a Roma, tampoco era una cuestión de casualidad o causalidad, orden o caos. Era el aleteo de una mariposa al otro lado del océano embravecido, eran las cadenas que todo lo unían. Tomoya no existía en sí pues él mismo era pura, cruda oscuridad, la chispa de su mirada destelló como estrellas negras y giré, y giré, y giré observando fijamente esas sombras.

    No te temo, hiena.

    Fíjate bien, disfruta el espectáculo.

    Porque será el último.

    Seguí bailando, siguiendo las órdenes de una brisa extraña. Era grisácea, cargaba un vaho espeso dentro del cual danzaban formas extrañas, similares a pinturas rupestres o las imágenes que uno creería encontrar en los lengüetazos del fuego. Recorrí el escenario de punta a punta, extendiéndome, deslizándome, saltando o girando. Bailé hasta que el sol se extinguió tras el horizonte y la única prueba de luz eran los reflectores apuntando directamente a mí. Me cegaban, estaban diseñados para convertir a la audiencia en una masa negra homogénea. Tomoya podría acechar y cazarme si se le antojaba, pero no lo haría, ¿verdad? Porque quería verme bailar.

    Las motivaciones de la hiena eran volubles, espontáneas, caprichosas, y contra todo pronóstico aprendí a leer sus deseos. Puede que con el tiempo, a costa de golpes y dolor, hubiera absorbido, incorporado y almacenado todos estos idiomas en mi cerebro.

    El siseo de la serpiente.

    El aullido del lobo.

    El graznido del cuervo.

    La risa de la hiena.

    Puede que los utilizara sin ser consciente de ello, que tomara las mejores cualidades de cada uno y los manipulara bajo un antojo hasta ahora extraño; pero la brisa empezó a trazar formas contundentes en el espacio y allí, a través del idioma que mejor conocía, creí comprenderlo.

    Mi propio poder.

    Me detuve al centro del escenario y la figura de Tomoya resurgió al pie de las escaleras izquierdas. Llevaba una sonrisa satisfecha en el rostro y comenzó a subir.

    —Hermoso, como siempre —concedió, sin la menor pizca de burla o ironía; sonaba embelesado y su entonación me recordó a la profundidad casi lunática de Ophelia Byrne—. Este es, definitivamente, el lugar al que perteneces, Anna-chan.

    Arrugué el ceño y en cuanto puso un pie en el escenario las vibraciones me alcanzaron con un mensaje contundente: había traspasado los límites. Había entrado a mi maldito territorio.

    —¿Qué sabrás tú de eso, asquerosa hiena? —mascullé.

    Él se detuvo. Los reflectores incidían sobre su espalda y recortaban un halo blanquecino a su alrededor; podría haber lucido angelical, pero lo cierto era que sólo reforzaba la oscuridad de sus facciones y allí, a la luz de mi propio idioma, me reveló la crudeza más indiscutible de su verdadera naturaleza. Como la pintura de Dorian Gray, oculta en el ático de la mansión bajo mil y un candados. Las palabras del Krait resonaron en mi cabeza.

    Siguen siendo hombres, Hiradaira, ¿sabes? Tienen el historial, el cerebro y los contactos, el dinero también, pero siguen siendo hombres. No demonios.

    Ladeó apenas la cabeza y alzó las manos, resignado, antes de hablar.

    —¿No crees que ambos creemos saber más de lo que realmente sabemos del otro? —Se tomó un segundo para repasar lo que había dicho y arrugó la nariz, soltando una risa suave—. Vaya, qué profundo sonó eso~ Como sea, nada nos impide hablar y creer aunque, en verdad, no sepamos una mierda, ¿verdad? Es decir, lo hacemos todo el tiempo.

    Ciertamente ver a la hiena en Tomoya era el camino sencillo para alimentar mi odio y seguir manchando el océano de petróleo derramado, aunque supiera que no era del todo correcto. Ya lo había pensado en una ocasión, ¿no? La furia me ciega.

    La canción seguía sonando y solté una risa sin gracia por la nariz.

    —Hoy, de todos los días —pronuncié—, fíjate cómo la cosa más peligrosa es amar. ¿Puedes entenderlo, Tomoya?

    Las piezas ya están dispuestas, los jugadores y la audiencia ya se reunieron.

    Este no es un juego al que pueda ponerle freno.

    Pero si dejas de ser la hiena, al menos por un segundo, puede que tenga algo de piedad.

    La pregunta no pareció sorprenderlo exactamente, aunque tampoco encontró una respuesta inmediata. Me enfoqué en la melodía mientras rumiaba frente a mí, sin la menor de las prisas. Habíamos, si se quiere, establecido un cese al fuego tácito, y en verdad no podría haber sido de otra manera. Jamás derramaría sangre sobre un escenario y quizás él lo hubiera leído en mí así como yo había aprendido a entenderlo. Una duda repentina reptó hasta mi consciencia.

    Hienas, serpientes, lobos, cuervos, chacales.

    ¿Pero qué mierda era yo?

    Este es, definitivamente, el lugar al que perteneces, Anna-chan.

    Una increíble ironía, ¿verdad? Que Hideki Tomoya, de todas las posibles personas, fuera la primera capaz de sembrar una semilla de duda en mi terreno inflamable.

    Un rato después me sonrió y se dispuso a responder.

    —Creo que sí. Es amor lo que te lleva a hacer cosas tan estúpidas, ¿verdad, Anna-chan? Y fue amor, o la falta de él, lo que empujó las pastillas por la garganta de Fujiwara. —Me tensé y él lo notó; pude verlo en las estrellas negras de sus ojos—. Ah, se suponía que fuera un secreto, ¿no? Pues qué mal~ La información viaja con más facilidad de la que creen, quizá deban revisar dónde vuelcan tanto estúpido amor. Puede estar cayendo en el lugar incorrecto.

    Un espía. Un puto espía.

    ¿Otro más? ¿No bastaba con Kou?

    La puta madre.

    —Vas a caer, hiena.

    —Lo estaré esperando.

    —Van a caer, uno a uno.

    Una tercera voz hizo un eco rabioso entre las paredes y me sobresaltó, forzándome a mirar hacia la puerta. Era el conserje.

    —¡Eh! Ya estoy cerrando la escuela, ¿qué hacen ahí arriba, niños? ¡Vamos, abajo! ¡Ya es tarde!

    Tomoya aprovechó la distracción para avanzar hacia mí. Mantuvo un metro de distancia y aún así fue suficiente para obligarme a alzar la barbilla si quería sostenerle la mirada. Chispeó, me sonrió y se inclinó en otra elegante reverencia. Su voz fue una brisa que fluyó sosegada a mi alrededor y lo leí.

    —Te estaré esperando, Anna-chan.

    No tenía una pizca de miedo.

    Era su poder, ¿verdad?

    El poder de la incapacidad para amar.

    Ciertamente aterrador.


    .
    .



    In a nocturnal state of mind, children of the night
    But it's the only way of life

    This black hole's pulling me inside of this black heart
    The black soul underneath this black, black sky

    .
    .

    The Krait & Wandering Spider

    Hayato cruzó el tobillo sobre su rodilla y extendió los brazos hacia ambos lados del sofá. Era circular, trazaba el camino de una medialuna y rodeaba la mesa negra que, ahora mismo, seguía vacía. No por mucho tiempo. Entornó la mirada y sonrió tranquilo al advertir la silueta que se acercaba a él entre el humo y las luces rojas. La detalló sin perderse detalle, como siempre hacía. Las caderas pronunciadas, la piel lechosa y los pechos turgentes resaltando por el escote de la camisa negra. La falda vino tinto de colegiala, las botas altas y el cabello rubio en aquellas coletas de niña. Era una mezcla de lo más extraña, ciertamente.

    No lograba oír el repiqueteo de sus tacones por sobre la música, pero pudo imaginarlo. Después de todo, Connie siempre caminaba con la suficiente contundencia para reventar cráneos secos.

    Dejó los dos martinis secos que llevaba entre manos y tomó asiento junto a Hayato, cruzando las piernas de inmediato. Fujiwara repasó cómo la falda se había levantado ligeramente y la chica no se molestó en acomodarla; se ocupó, de hecho, en tomar su rostro y besarlo sin saludos o cortesías de protocolo. Fue repentino, algo brutal e intenso, y a los pocos segundos se apartó.

    —Buenas noches, cariño —dijo entonces, clavando un codo en el espaldar para girar el torso hacia él, y le indicó las bebidas con movimientos sedosos—. Martini seco, el mejor que ofrece la casa~

    Hayato se relamió tras recibir el beso y se pasó el pulgar por la comisura de los labios, echándole un vistazo luego. Venga, hasta que se dignó a usar labiales intransferibles.

    —Gracias, preciosa —ronroneó, dándole una probada a su copa, y estampó la palma sobre la piel desnuda de su pierna—. ¿Me extrañaste~?

    Connie se encogió de hombros con aquella indiferencia divertida impresa en su rostro, mientras enroscaba un mechón de coleta en su índice. Llevaba unas uñas postizas, afiladas, color rojo sangre.

    —Eh, ¿quizá? Puede ser, no lo sé~

    El Krait soltó una risa por la nariz y meneó la cabeza, volteando su atención hacia el bar. A unos cuantos metros de distancia estaban las siluetas negras de las bailarinas contoneándose alrededor de los caños metálicos, y la música se fundía por doquier entre las mesas pobremente iluminadas. Puede que no distinguiera rostros o voces pero los movimientos de las sombras eran más que evidentes. Los torsos encorvados, las siluetas arrodilladas, las melenas largas cayendo en cascada tras los espaldares. Eh, más allá le pareció notar una cabalgata de lo más enérgica.

    Seku kyabakura, generalmente ilegales, pertenecientes al Sumiyoshi-kai, la yakuza de Shinjuku. Bares de entretenimiento que llevaban el servicio de acompañantes femeninos a otro nivel, uno que se fundía más allá del terreno permitido por la Comisión de Seguridad Pública y la Ley de Regulación de Empresas que Afectan la Moral Pública. Los Nishiguchi compartían el negocio con uno de sus socios más estrechos, un francés estirado que había llegado hacía unos quince años a Japón para devorar el mundo del entretenimiento nocturno, tras divorciarse de su esposa y vaya uno a saber qué otras mierdas

    Y allí estaba su adorada hija, divirtiéndose a sus anchas en uno de los clubes que algún día serían suyos cuando el franchute estirara la pata, ya fuera por mala suerte, malos negocios, o el veneno de una mordida contundente. Quién sabe.

    La niña malcriada, consentida, heredera del imperio Dubois.

    La princesa cruel, salvaje y despiadada.

    La araña errante.

    —Bueno, bueno, no me tengas así. —La voz de Connie lo alcanzó mientras seguía distraído y sintió sus manos jalando los bordes de su camisa. La miró—. Viniste por algo, ¿verdad? Me da curiosidad~

    Hayato repasó sus facciones antes de echar la cabeza hacia atrás y verla desde allí. Una sonrisa divertida revoloteaba en sus labios.

    —La gente suele venir a relajarse, ¿no? —replicó, jugueteando con su cabello dorado—. ¿Por qué negarme el placer, cuando ni siquiera tengo que pelar pasta?

    Connie infló las mejillas y le dio un trago largo a su martini, arrugando todo el rostro después. Era tan extraña, impredecible, errática. Era una existencia de lo más curiosa.

    Pero, por encima de todo, estaba buenísima.

    —Eres tan frío, Haya-kun~ ¿Me estás diciendo que te da igual quien te acompañe?

    Puede que, en el fondo, sólo tuviera un retorcido y bien cagado complejo de inferioridad, soledad o lo que fuera; realmente ya no había nada que lograra expiar sus pecados a esas alturas. La había visto. Humillando a las chicas que trabajaban allí, drogándolas a posta, obsesionándose con hundirlas, torturarlas o hacerlas atravesar un infierno si, por alguna razón anárquica, se ganaban su desaprobación. Gabriel Dubois jamás se detenía a observar los detalles allí donde su hija metiera mano y la combinación de su ceguera con la crueldad de Connie era, probablemente, una de las cosas más aterradores que Hayato había visto nunca.

    Pero a él no podía tocarlo, nunca tocaba a los clientes y, por sobre todo, jamás le haría nada a él.

    Su futuro rey.

    Las luces comenzaron a parpadear al ritmo de la música, se movían del negro al blanco y consiguieron que los movimientos de Connie se sucedieran como fotogramas congelados cuando trepó hasta el regazo masculino y volvió a besarlo. Lucía hambrienta y Hayato recordó el nombre del club. Blackout.

    Bastante acorde. Los seku kyabakura eran conocidos por estafar a cuanto imbécil lograran convocar en las calles nocturnas de Kabukichō. Extranjeros con pobre nivel de japonés, estudiantes de secundaria, borrachos en el after work, lo que fuera. Ofrecían servicios atípicos pero también eran estúpidamente costosos, y se aprovechaban de la idiotez o la inocencia para succionarles la billetera.

    Hayato rodeó la cintura de Connie por inercia y le correspondió sin problemas. La maldita araña llevaba todo el peligro del veneno en sus colmillos y coló la lengua en su boca, aplastó los senos contra su pecho, le jaló del cabello y movió las caderas como un animal desesperado. Hayato sonrió sobre sus labios y la sintió gruñir. Estaba mal de la puta cabeza.

    Qué ganas de follársela.

    —A ver, princesa —murmuró ronco, tirando suavemente de sus coletas para apartarla—. Más despacio, que hay tiempo.

    Connie tensó la mandíbula y lo fulminó con la mirada antes de resoplar y bajarse de su regazo, bastante ofendida.

    —Qué aguafiestas —se quejó, en tono infantil—. No te recibiré más, ¿me oyes? Y no sólo eso, te enviaré a la perra más fea y estúpida que tenga.

    Hayato soltó una risa divertida porque, mierda, le creía cada maldita palabra. Deslizó la mano sobre su barba incipiente, era una costumbre suya cuando pensaba o estaba a punto de hacer algo.

    —Oye, colibrí —la llamó, captando su atención aunque la muchacha pretendiera no escucharlo—, ¿has visto a Nishiguchi en tu casa últimamente?

    El menor, claro. El viejo con suerte salía ya de la cama.

    Connie bufó y se cruzó de brazos.

    —Un par de veces, sí. Si no es eso, salen a beber o cenar o cualquier mierda. Parecen novios. —Iba a morderse la lengua, pero igual la curiosidad le ganaba y no se resistió al ver la sonrisita del Krait—. Haya-kun, ¿qué tienes ahora en mente?

    —Se está organizando un juego de lo más interesante, ¿sabes, linda? Puede que consiga una tajada bien grande de pastel si ordeno mis cartas.

    Sólo eso logró evaporar cualquier rastro de enfado u ofensa. Así era Connie Dubois.

    —A ver, ¿y eso?

    —Hay un crío moviendo los barrios muertos, finalmente. Todo se encadenó de una forma algo extraña, y jamás creí que el desastre del año pasado derivaría en esto pero, vaya, no me quejo.

    Compartieron una sonrisa extraña, digna del peor depredador, y Hayato alzó su martini. Las copas chocaron con un tintineo ominoso.

    —Chiyoda, ¿verdad? —Fujiwara asintió—. Venga, ¿quieres que el niño haga el trabajo sucio para luego arrebatárselo?

    Hayato soltó una risa grave que vibró en su pecho.

    —Pero no, qué va. Los chacales son demasiado especiales, por separado o unidos funcionan igual de bien. Pueden mutar de una manada a otra y, aún así, no aceptan a cualquiera como alfa. Si ya eligieron al niño no tiene el menor sentido meter las narices, así que lo mejor que puedo hacer es sembrar buenas migas con los vecinos, ¿no crees?

    —¿Y ya conoces al nuevo chacal dorado?

    —No, este sábado. —Una sonrisa casi ansiosa revoloteó en sus labios—. Apenas puedo esperar~

    —¿Quién es el crío, a todo esto?

    Hayato se tomó un momento para mostrar toda su hilera de dientes en una reluciente sonrisa; parecían las fauces de un animal abiertas.

    —El heredero de Káiser. —Connie abrió los ojos y el Krait asintió—. Así como lo oyes. Te digo, Connie, estuve moviendo las piezas, ya sabes, pero todo salió aún mejor de lo que esperaba.

    —Pensé que los Sonnen preferían mantenerse al margen de nuestras mierdas.

    —Bueno, al parecer las nuevas generaciones ven las cosas ligeramente diferentes. Suele pasar, ¿no? Pasó en Chiyoda, pasó en Shibuya, y el viejo Nishiguchi está que se caga del miedo en su cama pensando en eso. —Alzó la copa y suspiró, mientras observaba al líquido transparente danzar entre las luces rojizas—. Y todos se preguntan, ¿Takeshi será capaz de mantener a los críos a raya? ¿Prevalecerá el viejo orden en Shinjuku o acabarán arrollados por la insurgencia?

    —Bueno, ahí entras tú, ¿verdad?

    Hayato la observó de reojo y pasó un brazo por sus hombros, a lo que Connie se acurrucó a su lado como un gatito mimoso.

    —Algo así.

    —Restablecer el orden en Shibuya —reflexionó Dubois, con la mirada perdida entre los reflectores del techo—. ¿Una guerra con Inagawa-kai vale la pena por eso?

    —No lo sé. —Soltó otra risa corta—. Tampoco me importa, siquiera estaré en la vanguardia. Si la cosa se pone fea me aseguraré de huir antes de quemarme, total hay una cría que no sé cómo quedó al frente de la guerra y le llevará la correa a Kakeru. Él será mis ojos y oídos.

    Connie rodó los ojos y alzó una mano para observar su manicura.

    —Ugh, ¿tu hermano volvió a perder la cabeza por una estúpida perra?

    —Peor —soltó con sorna—, es la misma de siempre.

    —¿Sigue con la niña Hiradaira? —Bufó con fuerza y alzó la cabeza para verlo desde abajo—. Haya-kun, eso es una mierda y lo sabes. Siempre lo fue.

    El Krait se encogió de hombros.

    —¿Qué puedo hacer, colibrí? El imbécil está enamorado. Me eché meses intentando convencerlo que la dejara estar, pero se puso insoportablemente testarudo y debo admitir que hizo un gran trabajo apartándola de toda la mierda… hasta que las cosas cayeron por su propio peso, claro.

    —Normal. —Connie subió los pies al sofá y cruzó las piernas en el aire—. ¿Proteger con absoluta ignorancia? Eso nunca sale bien en la calle, y la tenía demasiado cerca como para pretender borrar su existencia de los registros. Los lobos tienen buen olfato.

    —Dentro de todo la sacó barata y el viejo Nishiguchi nunca se enteró que había una cachorra de Yamaguchi-gumi debajo de sus propias narices. Un logro bastante increíble, en verdad. —Suspiró con fuerza—. Pero eso se acabó, ahora la niña empezó a moverse sola y, obviamente, captó las alertas de medio Tokio. —Rió—. Santo cielo, fue tan sencillo leer sus intenciones y enviarla directo a Panda.

    La risa de Connie se antepuso a la música, era aguda y cantarina.

    —No me digas, ¿la niña Hiradaira está agitando las aguas contra Shibuya?

    —Ella y el heredero de Káiser, sí.

    —¿Por eso les sigues el rollo?

    —Algo así. —Hayato navegó a las bailarinas con cierto aire distraído—. Digamos que una guerra contra Shibuya no me genera ninguna clase de pérdida y, si nos movemos bien, podríamos incluso arrebatar parte del botín.

    Connie lo dejó estar, sabía que realmente no tenía sentido reprocharle esa idea cuando, en verdad, muchas cosas podían pasar. Gente podía morir, acabar expuesta ante la ley, en bancarrota o peor. Iba a haber dolor, peligro, sangre y miedo, y su maldito hermano pequeño estaría en el ojo de la tormenta. Otra vez.

    Pero era el puto Krait de Shinjuku por algo.

    —Haya-kun, tú lo que quieres es Shibuya, ¿verdad~?

    La sonrisa de Fujiwara fue respuesta suficiente. No era sólo el barrio, era deshacerse de los Lobos, de la jodida e incontrolable hiena; era meterse bajo las narices del Inagawa, cagarles la existencia, apoderarse del puente de Nakano. Era pase libre a Suginami y todo más allá. Chiyoda, Chūō, Minato siempre habían conformado una barrera bastante resistente contra Shinjuku. Se mantenían en buenos términos en tanto no metieran demasiado las narices en los asuntos del otro, y al Krait no se le antojaba avivar una guerra contra la reina de Minato o el futuro alfa de los chacales dispersos.

    Aún no lo conocía, pero había conseguido reunir a las antiguas cabezas de Honō no Jakkaru y, por si eso fuera poco, había captado el interés del viejo Nishiguchi. Puede que fuera un crío, pero no era lo suficientemente estúpido como para subestimarlo sólo por eso.

    Y si aún contaba con la agudeza suficiente, lograba intuir que mantener a Anna cerca sería clave.

    Hayato dejó ir a Connie, quien se acomodó a su lado y empezó a juguetear con los botones de su camisa. Infló el pecho y liberó el aire poco a poco.

    —Esa niña —comentó al aire—, no entiendo qué mierda tiene. Reunió a los Boomslangs en un día, y en ese mismo día los convenció de sumarse a una guerra desquiciada. Kakeru no razona si se trata de ella, te lo juro, y encima de todo… No lo sé, parece que tiene hasta al heredero de Káiser en la bolsa. Es una caja de sorpresas.

    La imagen de la caja de Pandora atravesó rauda su mente, pero no le concedió gran importancia. Por sobre eso, si tuviera que asignarle un nombre…

    Pitonisa, encantadora de serpientes.

    Aunque, juzgando la experiencia, sus talentos no se limitaban a una sola especie.

    —Es mujer, Haya-kun —resolvió Connie, sedosa, colando la mano dentro de su camisa—. Ninguno de ustedes, idiotas, sería capaz de controlar a una mujer que sepa jugar sus cartas.

    Fujiwara sonrió y la dejó hacer, observándola fijo. Parecía capaz de comérsela con la mirada.

    —¿Hablas por experiencia, colibrí?

    —Mhm —concedió, reptando suavemente sobre él una vez más; los brazos largos, delgados, la sutileza casi letal, como una auténtica araña cazadora—. Y no se trata sólo de sexo, ¿sabes? Nuestro poder es inmenso, cariño, siquiera serían capaces de imaginarlo~

    Se movía inadvertida hasta asestar un golpe certero, mortal, capaz de aniquilar a su presa.

    —Por cierto —continuó, llevando la mano libre a la dureza en su entrepierna—. ¿Este sábado, dices? Pueden venir aquí~ Les despejaré el lugar. Blackout siempre le abrirá sus puertas a demonios y almas podridas.

    Hayato alcanzó su nuca y la atrajo hacia él, echándole su aliento encima. Olía a cigarro y alcohol.

    —¿Y tú me abrirás las piernas~?

    Connie rió con fuerza y se incorporó casi de un salto, jalándolo alrededor de la mesa, más allá de la barra circular, alcanzando las escaleras que llevaban a su oficina. Abrió la puerta, lo empujó dentro y echó el pestillo. Todo era negro, absolutamente todo.

    Y el día que el Krait fuera el puto rey,

    ella sería la reina.

    .
    .




    .
    .

    Finalmente había llegado el último día antes de las vacaciones de verano. A la luz de todo lo que había pasado esta semana, más que alegrarme por ya no tener que levantarme temprano o ir a clases, sentía alivio. No salir de Shinjuku era lo más seguro por lejos y el Sakura me obligaba a atravesar medio Tokio. La había elegido, después de todo, para alejarme de la mierda en la que, una vez más, estaba hundida hasta el cuello.

    Había que ser imbécil.

    No volví a ver a Tomoya desde el encontronazo en el salón de actos, y una parte de mí sintió que la próxima vez que nos topáramos sería en condiciones bastante desagradables. Como fuera, creía estar lista.

    Hayato me había contactado la noche anterior, me llamó bastante la atención pero decidí no darle demasiadas vueltas. Era parte del equipo, ¿no? O algo así. Aunque fuera el jodido Krait de Shinjuku, bueno, él lo había dicho: si los demonios seguían siendo humanos, las serpientes también.

    Me clavé en los casilleros de tercero al acabar las clases, le había mandado un mensaje a Altan a mitad de mañana para que me encontrara allí. Hablar de estas cosas en el Sakura era muy difícil, siempre había más personas y si yo prefería no levantar la perdiz, él aún menos. Era demasiado evidente: Jez no tenía la más puta idea de nada. ¿Era sabio? ¿No estaba haciendo, acaso, lo mismo que le recriminaba a Kakeru? Tampoco me sentía muy cómoda metiendo las narices en el tema, así que al final del día lo dejaba fluir y ya.

    Despegué la vista del móvil al percibir una presencia junto a mí y alcé la cabeza hasta encontrar su mirada. Le sonreí como si nada, como la Anna que era de día.

    —Buenos días, senpai~

    —Buenas tardes —me corrigió con cierta diversión al fondo de su voz, y empezó a caminar; lo seguí—. ¿Vamos a Shinjuku?

    —Sip. Tuve una idea super genial. —Avancé hasta bloquear su avance y sonreí—. ¿Qué te parece si me ayudas a entrenar?

    —¿Cómo?

    —Bueno, ¿viste que trabajo en un gimnasio? —comencé, reanudando la marcha a su lado—. A veces también entreno ahí, me hacen descuento. Pero mi profe me avisó que no podría ir hoy y, bueno, básicamente necesito alguien que me sostenga las manoplas. Además tengo unas cosas que comentarte así que, senpai, ¿me harías los honores~?

    Se encogió de hombros y soltó algo similar a un “sí, como quieras” que me trajo sin cuidado. Ya lo conocía bastante como para saber que ese tipo no haría nada que no tuviera ganas de hacer. Sonreí, emocionada, y seguimos el camino hasta la estación, en tren y por Shinjuku charlando de cosas triviales. Bueno, más bien era yo hablando mientras él escuchaba y respondía alguna que otra pregunta.

    Tenía mis recaudos, así que no fue hasta alcanzar el corazón de Shinjuku que cambié drásticamente de tema.

    —Hablé con el Krait.

    Lo solté sin cambios aparentes en mi expresión, aunque mi voz se había aplanado un poco. Como fuera, recuperé la energía un instante para entrar al gimnasio y saludar a los chicos, y luego lo moderé otra vez. Contaba con esa ridícula facilidad para moverme entre los espectros.

    —¿Sobre? —indagó Altan, viéndome de brazos cruzados en la zona de lockers mientras dejaba la mochila.

    —Ya les dejé dicho que el sábado habría reunión —respondí, indicándole que me siguiera a los vestidores—, y me comentó que tenía un lugar donde hacerla.

    Él se quedó afuera, junto a la puerta, mientras me cambiaba el uniforme por las calzas y el top negro con las zapatillas deportivas.

    —¿Dónde? —preguntó desde ahí.

    Blackout. Es un oppai bar en Kabukichō, dijo que lo despejarían para nosotros. Seguro conoce al dueño, que será del Sumiyoshi-kai. Como sea, suena a un lugar libre de riesgos.

    No omitía la intención estratégica que había detrás de su ofrecimiento, claro. Aún no lo conocía demasiado bien pero debía tener bastantes neuronas en orden para llegar adonde había llegado, y desarrollar la reunión en el corazón de Kabukichō le convenía más que a nadie.

    Altan no opuso resistencia y fuimos hasta la zona de entrenamiento. Observó las manoplas con el ceño ligeramente fruncido antes de echarle un vistazo a lo demás en general.

    —¿Qué es lo que entrenas, exactamente?

    Kick boxing —respondí, colocándome los guantes de nudillos y las tobilleras tras quitarme las zapatillas—. ¿Qué pasa, guapo? ¿Pensaste que no sabía patear culos?

    Soltó algo similar a una risa por la nariz y se encogió de hombros, observándome indiferente mientras entraba en calor. Tenía que saltar a la soga y hacer algunas flexiones y sentadillas para, bueno, no desgarrarme algún músculo.

    —¿Qué tal tu semana? —inquirí, porque me ponía nerviosa que estuviera ahí, mirándome sin más. Lo prefería en modo radio.

    Me contó, en líneas generales, sobre su reunión con la reina de Minato y las conexiones que había entre ella y los Honō no Jakkaru. Las motivaciones personales de Altan para llevar adelante esa guerra estaban más claras que el agua, aunque eso no significara que dejaran de preocuparme. ¿Qué futuro le esperaba si metía tanto la cabeza en el azufre? No dejaba de ser un muchacho de diecisiete años.

    Aunque ¿quién mierda era yo para juzgar?

    Cuando me devolvió la pregunta le dije que nada había pasado, que había estado ocupada entre las clases, el club y el trabajo. No tenía sentido mencionar mi encuentro con Tomoya; jamás le había contado lo que me hizo en el armario del conserje, al fin y al cabo.

    Si debía ser honesta, no lo creía capaz de mantenerse controlado si supiera toda la verdad. Era muy probable que cortara la correa de un cabezazo y lo perdiera por completo.

    —Bueno, niño bonito, ¿estás listo?

    Su sonrisa socarrona podría haber respondido por sí misma, de todas formas no se tragó las ganas de replicar.

    —¿Con quién crees que estás hablando, cariño?

    Alzó las manoplas a la altura de su rostro y me coloqué en posición. La secuencia de la rutina base era sencilla, la importancia radicaba en entrenar velocidad, resistencia y precisión. Empuñé las manos y le asesté los primeros puñetazos, justo al centro de las manoplas; prefería evitar los guantes de boxeo aunque mi profesor me los hubiera recomendado ya que, aunque no fuera a confesarlo, gran parte de mi motivación para entrenar era tener medios de defensa reales. Y en la calle no andaría con mis guantes bonitos para protegerme las manos.

    Si tenía que doler, prefería que doliera desde el principio.

    Altan no tuvo que retroceder, aunque sí noté cómo tensaba las extremidades y se le escapaba una pequeña sonrisa. Me contagió el gesto y repartí una nueva serie de puñetazos seguidos de una patada circular que se las arregló para bloquear. El impacto sonó con fuerza y la sonrisa se convirtió en una risa por la nariz.

    —Anda, tanuki. A ver qué más tienes.

    Poco a poco nos fuimos metiendo en el entrenamiento, él asumió un rol activo y de tanto en tanto me lanzaba golpes que yo tenía que esquivar. Era difícil predecirlo, no seguía ningún patrón y me obligaba a mantener todos mis sentidos alerta. Puto niño genio. Así y todo, me las arreglé para evadirlo siempre. Al resguardo de las manoplas realmente me despreocupé por herirlo de alguna forma y, como fuera, era muy probable que hubiéramos perdido un poco la cabeza al calor de la pelea.

    Éramos unos testarudos, orgullosos y competitivos, ¿no? Volveríamos todo personal si nos descuidaban un minuto.

    Paramos una media hora después, el calor se sentía sobre Tokio y si no bebía agua iba a morirme. Él relajó la postura y le eché un vistazo a su uniforme.

    —Eh, puede que haya sido mala idea —anoté, mi voz salió algo agitada y le señalé su ropa—. Mira esa camisa, quiero hasta quemarla.

    De por sí nunca lo había visto con el uniforme prolijo, pero ahora era directamente desastroso. Solté una risa divertida y le lancé la botella tras beber un poco; se echó algo de agua encima sin demasiado problema y agitó la cabeza, las gotitas fueron de aquí para allá. Me acerqué y estiré el brazo para correrle el flequillo húmedo de la frente, él se agachó apenas para facilitarme el alcance, puede que por reflejo. No dejó de sorprenderme, sin embargo.

    A veces era un cachorro tan sumiso.

    —Pareces un perro mojado.

    En un impulso extraño intenté arreglar un poco su camisa; no pretendía convertirlo en un príncipe inglés pero, al menos, eliminar algunas arrugas y que la corbata cayera en línea recta… aunque lo último no resultó sin importar cuánto lo intentara, jamás había anudado una y acabé empeorándolo.

    —Eh, mala idea —solté, riendo, y busqué sus ojos—. ¿Qué hacemos? Tenemos un 3312.


    El aire se congeló un segundo en mi garganta, puede que tras chocar con sus ciénagas oscuras y ser consciente de lo que estaba haciendo al encontrar… no lo sé. Nunca podía definir lo que había en sus ojos, como el martes por la noche. Mentiría si dijera que no había esperado alguna clase de contacto; tendíamos a hacerlo, puede que desde la mañana en la enfermería. Buscábamos el calor ajeno, adueñarnos de él, como si poseyéramos algún derecho sobre el mismo. No por nada le había dado esos estúpidos cupones; más allá de los motivos aparentes, filantrópicos o lo que fuera, era mi manera egoísta de asegurarme la continuidad de lo que, repentinamente, había encontrado.

    Y en nada más y nada menos que Altan Sonnen.

    Amigos. Habíamos logrado sacar algo positivo del desastre que éramos y tendíamos a diseminar a nuestro alrededor para ser amigos. Si debía aferrarme a algo, si en algún momento perdía lo suficiente la cabeza como para no ver nada más allá, me aferraría a eso. Siempre lo había hecho, por ello lo supe desde un primer momento. Lo pensé cuando me avisó que canjearía un cupón rosa y cerré los ojos automáticamente. ¿Le quedaban ya de esos? Qué más daba.

    Iría hasta el fin del puto mundo si él me lo pedía.

    La brisa me trajo sus plumas suaves, sus brazos cálidos, y mi único equilibrio al suelo lo hallé en las puntas de mis dedos y su cuerpo contra el mío. Acaricié su cabello, siempre me calmaba y lo hice hasta que me soltó. Hubo frío, pero no iría a quejarme.

    Altan se tomó un momento para reír en voz baja tras oír mi broma y cubrió mis manos con las suyas. Estaban cálidas, y yo agradecía cada pequeño momento.


    —Recuérdame enseñarte a anudar corbatas —soltó, divertido; su voz vibró con cierta aspereza.

    Solté el aire más o menos de golpe. Si debía ser honesta, comenzaba a cansarme un poco de toda aquella historia interminable de tira y afloje. No iba a ningún puto lado.

    Ignoré la calidez gentil de sus manos y me las quité de encima para deshacer el nudo de la corbata. La tela se deslizó por el cuello de su camisa y retrocedí, victoriosa, mostrándole mi trofeo.

    —Esperaré las lecciones, entonces~

    Mi voz sonó sedosa, pude sentirlo, y le di la espalda para guardar la corbata en mi bolso de entrenamiento. No estoy plenamente segura de cuán consciente fui de ello, pero saber que tenía sus ojos sobre mí me envió un extraño impulso por caminar más lento, más grácil.

    Más sensual, ¿no?

    Como cuando provocaba al idiota de Kakeru.

    Había sido el último día de clases, al fin y al cabo, no iba a necesitar la dichosa corbata por tres meses, ¿verdad? Cerré la cremallera y no volví a buscarlo para medir sus reacciones, simplemente me eché el bolso al hombro y le sonreí como si nada.

    —¿Vamos?

    Empecé a caminar hacia la salida y unos metros más adelante me alcanzó. El aire nocturno soplaba cálido, sabía a verano y estiré los brazos sobre mi cabeza. Me llenaba de energía.

    —Oye, ¿quieres tomar algo? —lo invité sin mayores complicaciones, porque también podía ser esa descarada y hacer la vista gorda a las cagadas que me clavaba—. ¡Tenemos una super reunión secreta clandestina que planear!

    Altan se encogió de hombros y asintió, buscando por un cigarro en su bolsillo.

    —¿Deathmatch in Hell? —propuso.

    Mi sonrisa se ensanchó y le empujé el hombro suavemente, riendo.

    —Me gusta cómo piensas, oye.

     
    Última edición: 23 Octubre 2020
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