Microrrelato Solo uno, Margaret.

Tema en 'Nano y Microrrelatos' iniciado por RedAndYellow, 31 Julio 2017.

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    RedAndYellow

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    Escritor
    Título:
    Solo uno, Margaret.
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    491
    —Vamos, es solo uno; nada te pasara —Roncó con sus palabras. Se sentó en la pequeña silla de madera. La silla crujió delatando su sobrepeso.

    Ella negó con la cabeza y siguió limpiando el suelo; iban ya tres días sin que tocara un trapero o el áspero tacto de las escobas. Su casa parecía un chiquero, había metido la basura en grandes bolsas negras dejándolas cerca de la puerta de entrada, el baño estaba lleno de arena y la humedad se palpaba en las blancas paredes; algún cuadro se calló por los oceánicos vientos.
    Luego le sirvió una taza de café y le advirtió de la silla. Ambos llevaron un mueble pequeño que entraba perfectamente por el marco de madera de la puerta. Él se sintió confortable en la tela azul.

    —Todo el mundo está llevándose esto a la boca, no lo tragas, solo inhalas y exhalas —Señaló un pequeño cilindro blanco con naranja mientras re rascaba el estómago por encima de la camiseta blanca y el chaleco azul de jean. Le quedaba tan apretado que parecía que los botones saldrían volando por el aire.

    Ella se sentó suavemente en la silla de madera. También tomó una taza de café sin azúcar y se quitó el amarillo delantal. Lo había comprado hace tanto que el estampado se había desteñido. Luego contestó.

    —No me llama la atención. ¿Has visto esos jóvenes de las esquinas? No pueden ni ver por esos cilindros —Se limpió el sudor de un día de limpieza con la palma de la mano.

    —Esos son casos excepcionales. Jóvenes estúpidos —Se tomó el café de un solo sorbo. Unas pocas gotas cayeron en el brillante suelo. —Tú y yo ya somos viejos, Margaret. No es algo nuevo.
    Se levantó con esfuerzo y desapareció unos pequeños minutos. Margaret escuchó un estruendo, luego él volvió con un encendedor rojo, a medio gastar, en la mano. —Puedo enseñarte a fumar, si quieres.

    Volvió a negar, se tomó el café y lavó las dos tazas en un pequeño fregadero hecho con un balde y un grifo atado con una cuerda para que no se salga. Luego buscó pan; había solo uno.

    —He odio que también quita el hambre; es una maravilla, Margaret —Volvió a roncar poniendo un cigarrillo entre sus carnosos labios. Lo apretó con fuerza y, el sudor que le caía por la frente, rebotaba en el cilindro.

    —Dame uno —Se levantó tocándose la pansa. —Solo hay un pan; mejor es ahorrar.
    Le dio un cigarrillo y los encendió a la vez; todo muy romántico. Margaret tosió las tres primeras veces, Carl le golpeaba levemente en la espalda hasta que se reincorporaba.

    Tardaron tres horas en comerse el pan y dos vasos de agua para luego ir a comprar otra cajetilla de cigarrillos. Su hijo llegó al hogar antes que ellos, no tenía llaves. Encendió un tabaco y se lo metió hasta la mitad en la boca, lo fumó hasta la media noche.
     
    Última edición: 31 Julio 2017

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