Sobrevivir

Tema en 'Relatos' iniciado por Sumine-chan, 20 Julio 2013.

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    Sumine-chan

    Sumine-chan Intérprete de la Condolencia

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    Nota: Waaa solo me dio por escribir esto mientras vagabundeaba en mi mente. Angst a todo lo que da... creo que ando un poco deprimida últimamente u.u

    Sobrevivir

    Estaba agotada. Acababa de revisar por toda la ciudad tratando de buscar sobrevivientes, pero los mercenarios y asesinos que había encontrado no eran exactamente la clase de personas con las que se quería asociar. ¿O sí?

    La verdad es que dentro de sí misma sabía que estaba en su naturaleza matar. Era como si guardara una bestia salvaje dentro de sí, enjaulada, dando vueltas en círculos, esperando el menor indicio de que bajara la guardia para saltar fuera y apoderarse de su mente. Podía saborearla, la olía, la sentía y le tenía miedo. Le aterraba de lo que podía ser capaz si la dejaba libre. Ya había sucedido una vez, cuando era niña, en otro momento en que su vida corría peligro.

    Tenía apenas 8 cuando sucedió el accidente. Paseaba por las calles de la ciudad buscando una nueva presa. Alguna pareja grande, algunos jóvenes idiotas. Lo que fuera le venía bien. Mentir, robar, correr, esconderse; todo formaba parte de su vida para sobrevivir. Hasta que llegó él.

    Daniel era un extranjero rico que venía de paseo a “perderse” como le decía él. La vio caminando un día por la calle y comenzó a hacerle plática, a acercarse a ella, a ganarse su confianza. La niña aceptó sin pensarlo. Nadie jamás le había tendido una mano amiga si no eran otros niños de la calle. Le encantaron los vestidos, las pulseras, los peluches, los pasteles, todo lo que Daniel le daba era bienvenido. Jamás pensó que el hombre quería algo a cambio.

    Había algo dentro de ella que le decía que se alejara de él, que el hombre era peligroso, pero no escuchó sus instintos de supervivencia y reaccionó demasiado tarde. Para cuando supo lo que había pasado, se encontraba atada en un sótano. Su vestido rosa de seda estaba desgarrado y sucio, le dolía verlo así. Su cabello que Daniel había cepillado con tanto cuidado estaba trasquilado y enredado. Su pequeño cerebro no alcanzaba a procesar lo que sucedía a su alrededor. ¿Por qué Daniel no la ayudaba? Estaba ahí frente a ella riendo como los demás. Entonces entró en pánico.

    “Voy a morir” pensó mientras comenzaba a hiperventilar. “Voy a morir” se repitió mientras intentaba zafarse de las cadenas que la mantenían presa, pero la fuerza, irónicamente, no era exactamente uno de sus fuertes. No podía romperlas sola, sencillamente no podía salir de ahí.

    “Voy a morir” era lo que su cerebro le decía cada segundo. Nadie iba a venir a buscarla, nadie la iba a salvar, porque a nadie le importa una niña de la calle que muere.

    “No voy a morir aquí” se escuchó decir a sí misma mientras se balanceaba sobre las cadenas y subía al tubo donde la habían colgado. Pateó fuertemente el metal hasta que cedió y cayó junto con él. Aún con las manos atadas era más rápida y ágil que todo el cerdo asqueroso alrededor de ella. Los mató a todos, uno por uno, dejando a Daniel al final. Estaba aterrado, hecho un ovillo en una esquina.

    “Eres una maldita” le había gritado entes de sacar una pistola. Para su suerte el hombre temblaba tanto que la bala atravesó su hombro. Ni siquiera sintió el impacto, lo único que su cerebro procesaba era la matanza, el sufrimiento ajeno.

    Llegó dos horas después a los túneles subterráneos donde Jenny y Jhon, que en aquel entonces tenían tan solo 12 y 15 años, estaban buscándola desesperadamente. Se desmayó antes de poder contarles lo sucedido. Jhon nunca dijo nada, pero Sumine sabía que había decidido dedicarse a la medicina después de ese incidente. No tenían ninguna persona con conocimientos médicos y tampoco dinero para pagar un hospital. Ni siquiera podían comprar vendas o analgésicos. La pequeña estuvo gritando por días mientras su familia intentaba robar pastillas para el dolor, agujas, hilo, lo que pudiera ayudarla. Fue difícil pero no fue la peor parte.

    Lo peor de todo fue el sermón de Jenny. Sabía que había matado a esos 6 hombres y a pesar de que le decía una y otra vez que había sido en defensa propia, Jenny no terminaba de tragársela. Le explicó que tenía que aprender a controlarse, que no podía matar porque sí, que cada vida era tan importante como las demás. Nadie podía valer más que alguien.

    Desde ese día intentaba contenerlo, no era una doble personalidad, no era un trastorno. Era ella, lo sabía, podía hacerlo en cualquier momento que quisiera dejarse llevar, darse rienda suelta; pero no lo hacía. Porque estaba mal. Aún con todo encima, Jenny enseñaba a los niños de moral. Podían robar sólo lo indispensable para sobrevivir pero no podían quitar una vida jamás. Para Sumine, Jenny y Jhon eran lo más parecido a una figura a la cual seguir y los otros niños y niñas eran sus hermanos, tenía que protegerlos, ponerles el ejemplo.

    Por eso aceptó ser adoptada por el viudo Thompson. Pagó por los estudios de medicina de Jhon con el dinero del anciano y compraba juguetes para sus hermanos y hermanas. Estudió todo lo que pudo para después enseñarles a ellos y entrenó duro para poder defenderse en un futuro, pero sin necesidad de matar a nadie. La bestia estaba controlada.

    ¿Pero ahora qué?

    El mundo se había ido a la mierda. Cosas como la moral, los valores, la humanidad también se habían jodido. Por lo que sabía el mundo entero podía estar como su ciudad y de no ser así, ¿quién la iba a culpar por un par de asesinatos? Todos los sobrevivientes que había encontrado eran gente como ella, con sangre en las manos. La buena gente había muerto, los inocentes ya no estaban. Todos habían muerto: Jenny con sus ideales de moral, Jhon con sus recién terminados estudios de medicina para ayudar a los de la calle, sus hermanos y hermanas que apenas conocían del mundo. Todos muertos.

    Pero ella estaba viva. Porque había matado para sobrevivir y lo seguiría haciendo. Se acomodó en el sillón donde solía leerle las historias a sus hermanas y se cubrió con la bata de Jhon.

    Si en el mundo solamente quedaban personas como ella, entonces quizá los demás estaban mejor en ese otro lugar al que se habían ido. Se preguntó si alguna vez podría alcanzarlos, si podía llegar a hacer suficiente bien como para borrar la sangre que tenía en su cuenta.
     
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