Tus ojos son un mar de paz y tempestad. Me ahogan en silencios y me pierdo en ellos. Maldita sea, ¿por qué desprendes un sabor tan agridulce? Eres como un lobo perdido en el bosque de tu mente, entre humo y cenizas. Como un cachorro indefenso das vueltas en círculos, desesperado. Joder, ¿por qué lo haces todo tan complicado? Tan solo déjame estar ahí en cada momento, porque juro que adoro tus sonrisas amargas y tus afiladas palabras susurrándome “hasta mañana” mientras grito que te necesito. Cada noche seguiré mirando la luna preguntándome si estarás pensando en mí, maldiciendo cada minuto de mi soledad entre colillas y tinta, entre te quieros que jamás voy a pronunciar, hundiéndome en mis propias mentiras, en la misma mierda de siempre, repitiéndome por qué te volviste a marchar. Mañana seguramente estaré a las seis de la mañana contemplando desde mi ventana cómo amanece un día más, rodeada de bocetos y textos inservibles. Solamente quedarán mis cenizas, y de nuevo volverás a extenderme la mano hasta hacerme arder. Volverás a coser mis heridas aunque duelan, y a irte como ayer mientras me prometes que todo estará bien. Juras falso amor y nos intoxicamos en mentiras que apestan, pero está bien, porque hace tiempo que ya perdimos la cabeza. Tomaremos el último trago hasta estar borrachos de amor, y mañana veremos un nuevo amanecer ciegos de promesas. Sacarás uno de esos cigarrillos mientras fingimos que nada de esto ha pasado, que no significa nada. No nos queda nada que perder. Estamos demasiado podridos como para amar, demasiado débiles, sedientos de amor. Porque somos lobos solitarios corriendo en círculos, cansados y rotos, siempre tan perdidos.