Colección So give them their halo [Multirol | Multi AU]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 1 Febrero 2024.

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  1. Threadmarks: I. The Outlaw [The Witcher]
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

    Leo
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    27 Agosto 2011
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    Escritora
    Título:
    So give them their halo [Multirol | Multi AU]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    6
     
    Palabras:
    4070
    Esta colección va a ser un dump donde voy a meter los fics que escriba para el challenge de la zona de rol y cuando digo dump lo digo en serio, va a ser un legítimo chiquero (?) lo más desorganizado que me verán hacer nunca. Voy a meter capítulos relacionados a los dos AU que tengo (Searching for that power that don’t exist y I went swimming with the devil/The Witcher, que ya lo separé del primer capi que lancé allí) capítulos de What if? de Gakkou y lo que me sirva para los retos a fin de cuentas.

    Los capítulos asociados a los AU contarán como canon todo lo establecido en mis temas principales, pero ocurrirán en otros momentos del tiempo que por A o B no he abarcado en las series principales (ej: el tiempo de Maze en USA o el tiempo de Anna en Novigrado antes de las primeras quemas). Esto porque no quiero alargar tanto los temas centrales de los AU o porque siento que ya no calza narrar cosas del pasado allí sin desviarme un montón de lo demás. Me alteraría más Searching for the power que el de The Witcher, así que pues para mandar todo al mismo archivo mental existe este tema.

    Con eso dicho, porque no puedo solo no usar un sistema, aquí sí voy a usar los arquetipos de Jung que al final no usé en Searching for that Power. Yes, tengo chorrocientas colecciones abiertas y vengo abrir otra porque tengo que usar esto let's gooooo. Voy a dejar una explicación como hice con las cartas de la colección, de la otra, no la del tarot I mean (?)

    Venía pensando hace días en cómo empezar lo del challenge y tuve una epifanía, don't mind me.


    ¿Qué son los arquetipos pues? Para resumir de forma extrema son patrones de personalidad o comportamiento que se consideran universales, se pueden observar en conductas del pensamiento o conductas emocionales en diferentes culturas humanas y con ellos es posible categorizar las diferentes personalidades de los grupos humanos. Estos arquetipos existen en lo que se conoce también como conciencia colectiva, pero pues no me voy a meter allí porque tremendo viaje me voy a pegar. Jueguen al Persona 5 y se ahorran mi explicación (???) Incluye la sombra, la persona, el sí mismo, la gran madre y el gran padre y ánima y el ánimus pero los arquetipos (más bien imágenes arquetípicas) como tal son 12 y cada uno de ellos posee un arquetipo de sombra, una suerte de otra cara de la moneda para ponerlo simple.

    En cualquier caso, representan las motivaciones básicas humanas, valores, premisas, creencias, etc; y están asociados a los arcanos del tarot también. Los arquetipos pueden dividirse entre aquellos que aseguran estabilidad, los que buscan el mundo espiritual, los que dejan una marca y aquellos que buscan conexión con los otros. Los nombres de las categorías me los voy a re conta inventar de acuerdo a como yo las comprendí.


    El arquetipo puede corresponder a uno de los personajes presente o a ambos, eso lo dejo a lectura de a quienes vaya a arrastrar en este bote de aquí a que me acabe los retos. Por cuestión de orden porque en las N/A y las explicaciones estas siempre me como un montón de texto, voy a dejar al final de cada capítulo de cuántas palabras fue, por el tema de los puntos y tal.

    Bruno TDF al final a Hubert no lo he podido mencionar en la línea principal del AU de The Witcher, como me pasa con Morgan y otros personajes que tengo muy claros en cuanto a su lugar en el universo, pero pues en mi cabeza el niño existe y creo que existe desde la primera vez que solté la pelotudez del hechicero oculto en las ruinas con su grimorio.
    Acá hay un montón de LORE pero siempre trato de escribir asumiendo que quien me lee no tiene mucho conocimiento de la saga esta. En resumidísimas cuentas, tenemos el universo donde existen hombres que fueron sometidos a mutaciones (brujos) para acabar con los monstruos que surgieron en el mundo durante un cataclismo que también dio origen a la magia (Conjunción de las Esferas). Los humanos dominaron la magia (dando origen a los hechiceros(as)/magos/druidas) y en el momento actual del tiempo estas personas que nacen con dotes mágicos son educadas en instituciones especializadas (Aretusa para las mujeres, Ban Ard para los varones).
    Skellige: un archipiélago conformado por seis islas, si no recuerdo mal.
    Hermandad: me refiero a la Hermandad de Hechiceros, una organización grupo de viejos decrépitos que regula a los usuarios de magia, las instituciones que la enseñan y surge luego de un pacto de no-agresión en el siglo VIII, shit is old as fuck. En su defecto, los usuarios de magia (Caos) envejecen lento desde el momento en que comienzan a usarla y pueden usar ilusiones sobre sus propios cuerpos.
    Acá Cay tiene 72 años, aparenta unos veintipico. Hubert debe tener unos treinta y pico, como mucho, no lo he establecido de forma específica.
    Dimerita: es un tipo de metal que anula la magia.

    Cualquier duda haces señales de humo (?)


    Structure Providers


    • Poseen un gran deseo de libertad aunque adoran la lealtad. Les encanta transformar cosas con tal de dar paso a algo totalmente nuevo, pues son creativos y de buenos ánimos. Puede convertirse en The Destroyer.

    • Son líderes clásicos y creen que deben traer el orden a cada situación. Son estables, apuntan a la excelencia y desean que todos sigan su mandato. Buscan el control y desean poder formar una vida próspera. Puede convertirse en The Tyrant.

    • Se sienten más fuertes que los otros, por ello ofrecen cuidado a los demás. Desean protegerlos de cualquier daño y es usual que pongan las necesidades de los otros antes que las propias. Puede convertirse en The Neglector.

    Social Hunters


    • Caminan por el mundo llenos de heridas abiertas, se sienten traicionados y decepcionados, por lo que aspiran a que otros tomen el control de sus vidas. Buscan conectar con los otros, sentirse parte de algo, por lo que valoran sus relaciones y a quienes los mantengan con los pies en la tierra. Puede convertirse en The Follower.

    • Disfrutan de reírse, incluso de sí mismos, no se molestan en enmascararse y tienden a colarse en las paredes de los demás por este motivo. Buscan vivir el momento con alegría, por ello usan el humor de forma constante. Puede convertirse en The Mocker.

    • Buscan intimidad, experiencias que involucren el amor y el placer. Valoran la belleza por sobre todas las cosas, toman decisiones con el corazón y expresan gran afecto por las personas a su alrededor, sean parejas, familia o incluso otras formas de vida o la vida misma. Puede convertirse en The Seducer.

    World Strikers


    • Poseen una energía y vitalidad fuera de lo común que utilizan para luchar por honor o poder. Se enfocan en mostrarse merecedores mediante actos de valor y aspiran a usar su fuerza para cambiar el mundo. Puede convertirse en The Villain.

    • Son grandes revolucionarios, cambian y renuevan los espacios no solo para ellos, si no para los otros. Están en constante transformación y crecimiento; apuntan a volver realidad los sueños y transformar el mundo a pesar de que valoran el conocimiento y las normas. Puede convertirse en The Trickster.

    • Son transgresores, provocan a las personas sin interesarse por las opiniones que se alzan a su alrededor y disfrutan de ir contra la corriente. No les gusta ser influenciados o presionados. Apuntan a cambios radicales, a la disrupción de las normas establecidas y la destrucción de aquello que ha demostrado no funcionar. Puede convertirse en The Criminal.

    Spiritual Seekers


    • Son viajeros valientes, se lanzan sin planes claros y están siempre abiertos a nuevas aventuras que les permitan descubrir nuevas cosas. Buscan comprender el mundo y su lugar en este; valoran la autonomía, la ambición y el ser genuinos. Puede convertirse en The Incarcerator.

    • Se trata de un pensadores libres, el conocimiento y su intelecto son lo que los define, por lo que buscan comprender el mundo mediante estas cualidades analíticas. Se enfocan en la búsqueda de la verdad y la comprensión, a la vez que valoran la sabiduría e inteligencia. Puede convertirse en The False Prophet.

    • Dan la sensación de haber leído y absorbido la información de cada libro a su alcance, son optimistas, ven lo bueno en todo y buscan la felicidad. Su deseo es saberse libres de todo mal o injusticia. Puede convertirse en The Victim.



    I
    [​IMG]
    I went swimming with the devil
    .
    .
    .


    .
    and I find you all unwoven,
    trying desperately to sew
    and I know the kindest thing
    is to leave you alone

    .
    and I find you with a thimble weeping
    "May I" I ask "May I?"
    and you gently gift it to me
    'cause you've no clue how to sew

    .
    and I know the kindest thing
    is to never leave you alone
    .

    | Cayden Dunn |
    | Hubert Mattsson |

    .
    .
    .

    .
    .
    Costas de Redania
    Mediados de 1264



    —¿Te castigó la Hermandad acaso? —preguntó el hechicero pelirrojo mientras el círculo de invocación en el suelo brillaba con mayor intensidad.

    Su voz calma a pesar del tono de la pregunta rebotó en las paredes de las ruinas élficas, la cámara se cerraba sobre él como el cuerpo rocoso que era, una caverna consumida por la montaña. El espacio estaba lleno de muebles desgastados hasta reventar de libros, artefactos extraños y frascos que contenían mezclas o cuerpos de aspecto animaloide, sin duda parecía una colección un poco cuestionable. Vete a saber cuánto tiempo llevaba allí recluido como un ermitaño con solo la compañía de su propio cuerpo y las bestias en los frascos.

    En un rincón estaba el megascopio, uno de los cristales reposaba en la mesa, impidiendo cualquier contacto indeseado, motivo por el que tal vez la persona a la que le hablaba había tenido que acudir personalmente en su búsqueda. El susodicho estaba clavado bajo el arco élfico de la entrada a la cámara, tan quieto como una estatua de las ruinas, ataviado con una túnica que parecía antigua, como una suerte de reliquia que había pertenecido a otra persona. Quizás un maestro o algo parecido a un padre, no había manera de saberlo. Bajo la luz de las lámparas de aceite lucía de un tono de verde amarillento, como el de las hojas de los árboles.

    La pregunta que Dunn le hizo causó que el joven de cabello oscuro diera un respingo en su lugar, como si se hubiese distraído el suficiente tiempo para olvidar la tarea que se le había encomendado, y separó los ojos del círculo (o lo que fuese) que brillaba en el suelo, bajo los pies del mago de las Skellige. No conocía muchos isleños que se hubieran educado en Ban Ard, la mayoría de ellos permanecían en las islas y se formaban como druidas.

    —¿No te parece una pregunta un poco extraña? —dijo desde su posición, como si se negara a invadir la cueva de otro que era como él.

    —En lo absoluto. Cuando la Hermandad no puede contactarme envía a los que les están estorbando a buscarme, para entretenerlos un rato con algo y que dejen de molestarlos —argumentó el pelirrojo mientras caminaba dentro de la figura brillante. Tenía el cabello largo como pocas veces, le alcanzaba los hombros y lo había atado en una media coleta desordenada; los rizos amplios caían en cualquier dirección aunque daban la sensación de ser suaves al tacto—. Parece que terminaste de estudiar hace poco, ¿no deberías estar junto a un rey?

    La comparación emparejó al desconocido con un mosquito molesto en medio de la noche, claro, y el joven se preguntó si esa falta de tacto era un resultado del tiempo que llevaba solo en estas ruinas. No apuntó a lo poco empático de la respuesta, solo se quedó en su espacio bajo el arco y respondió lo que correspondía.

    —Ah… No, la Hermandad no quiso enviarme como consejero. Desde que me llevaron a Ban Ard se enfocaron en enseñarme más sobre el cielo y la tierra que otras cosas —explicó el muchacho. No aparentaba más de dieciocho años, así que no debía tener más que treinta y pico de años.

    —Astromante. Eres un rastreador, por eso te mantienen con ellos. ¿Qué te dieron para encontrarme tan rápido?

    El círculo de invocación titiló, su brilló desapareció y Cayden chasqueó la lengua, fastidiado, antes de abandonar los límites de la figura para acercarse al libro que tenía en la mesa más cercana y pasar varias páginas. Eso le dio tiempo al joven hechicero para responder la pregunta y el nombre que le brindó hizo que separara los ojos del papel desgastado.

    —Me envió el maestro Myrddin, no la Hermandad directamente. Me dio uno de tus pendientes para llevar a cabo el ritual de localización, las estrellas no tardaron en revelar tu paradero.

    Fue decir qué le habían dado para rastrearlo y que los ojos del muchacho buscaran las orejas del pelirrojo, dio con un pendiente de plata en la izquierda. Una argolla modesta en principio, pero de ella colgaba un péndulo de jaspe que a la luz amarillenta de las lámparas parecía una gran gota de sangre. El mapeo involuntario de la silueta ajena, sin embargo, fue interrumpido por una nueva pregunta.

    —¿Qué quiere Myrddin?

    Era el viejo mago que lo había sacado de las Skellige luego del estallido mágico en el que había consumido un buen cacho de la isla de la que era originario. Con el paso de los años había acabado tomándole afecto, pues sustituía las figuras que había dejado atrás en el archipiélago. Myrddin era el que había intercedido por él ante el Cónclave y el Consejo de Magos después del incidente en Cidaris, cuando fue destituido de su puesto como consejero, era justo decir que le debía la vida no una, sino dos veces.

    Los vejestorios de la Hermandad habían querido recluirlo, pero Myrddin no lo permitió. Era gracias a él que podía viajar aunque estuviera atado a los reportes constantes a Ban Ard, que por supuesto era mucho mejor que tirarse la vida encadenado con dimerita en una mazmorra.

    —El maestro quería que te hiciera llegar esto —contestó el muchacho mientras escarbaba entre una bolsa de piel de venado hasta sacar dos libros—. Cree que pueden serte útiles.

    Trastabilló, pero dio un paso dentro de la cámara para acercarse a Dunn y colocar ambos libros sobre la mesa en la que estaba el otro que se había aproximado a leer. Al dejarlos sobre la superficie el pelirrojo se dio cuenta de que se trataba de un par de tomos restringidos por la Hermandad, escritos por el mismo Alzur, los que todavía no habían sido censurados. Solo Myrddin sabía el proyecto que Cayden estaba tratando de llevar a cabo bajo la mesa, mientras le entregaba reportes coloreados a la Hermandad.

    —Myrddin confía en ti —murmuró Dunn.

    —¿Por enviarme con los tomos? Diría que sí, que eso habla de la confianza que el maestro ha colocado sobre mí, pero también de la que te profesa a ti. —Ya a esa distancia el muchacho de cabello oscuro recorrió a Dunn con la vista. Reparó en sus ropas, que lo delataban como procedente de las Skellige todavía, el cabello de tono ensangrentado y los ojos dorados—. Dicen que eres el mejor hechicero piroquinético que ha visto el Cónclave en el último siglo.

    —Lo decían hasta que dejé de gustarles. Tu nombre, chico.

    —Hubert.

    —Mencionaste la tierra como una dicotomía del cielo, ¿no? —apañó Cayden mientras se sentaba en el borde de la mesa y tomaba uno de los libros que el moreno le había traído—. No conozco muchos hechiceros interesados en la producción de magia de elementos específicos, a pesar de que tomamos Caos de ellos. Todas las kinesis se utilizan de forma intermitente por lo general. El último geoquinético que conocí fue hace quince años, al menos.

    —Eres el primer hechicero que conozco que lee a Alzur —comentó Hubert aunque no significó que ignorara todo lo dicho por el isleño—. La Hermandad ha regulado su conocimiento según recuerdo.

    El pelirrojo no respondió, abrió el libro y leyó las primeras palabras sin prisa, como si el muchacho no estuviese allí siquiera. Pareció comprender algo al vuelo, más que por haberlo leído fue como si hubiese caído en su error de repente, y se levantó para corregir las líneas trazadas en el suelo. Lo que pretendía ser un círculo de invocación de alguna clase no era otra cosa que la Doble Cruz de Alzur y él había cometido un error en las líneas.

    Hubert recorrió el espacio con lentitud, en cierto ángulo entendió la naturaleza del hechizo y el cuerpo se le tensó de repente. ¿Qué hacía este hechicero recluido practicando magia que había sido censurada de por sí? Ya los magos habían tenido suficiente de los hueseros, de los koshchey. Eran demasiado problemáticos, causaban estragos donde sea que aparecieran.

    —Recuerdas bien. Prácticamente todos los hechiceros que han creado koshchey pierden el control de sus bestias en algún momento.

    —Hay quienes los describen como la muerte encarnada. Todos lucen como insectos o crustáceos, pero se reporta que son difíciles de eliminar incluso para los brujos.

    —Casi todos —corrigió Dunn, cerrando el libro. Sus estudios lo habían llevado a la hipótesis de que otras criaturas podían surgir de la Doble Cruz, más diversas en forma y fuertes, pero tal vez más controladas, menos peligrosas en el largo plazo—. Myrddin cree que eres capaz de guardar silencio a pesar de que estés irremediablemente atado a la Hermandad como astromante que eres. A mí me parece un riesgo demasiado grande. ¿Eres discípulo de alguien en particular?

    Hubert no respondió de inmediato, lo que hizo que Cayden lo mirara y pareció notar que tenía un debate mental. Fue breve, casi instantáneo, pero había dudado y a él no le pasó desapercibido en lo más mínimo. Puede que no tuviera los sentidos mutantes de los brujos, pero en general era bastante perceptivo. Era lo que hacía el miedo en las personas y él, mago o no, temía de forma constante que la Hermandad decidiera encarcelarlo.

    Esperó de todas formas, el moreno dio el nombre de Myrddin luego de su duda, pero él lo dejó así. Dudaba mucho que el Cónclave y el Consejo lo tuviera en especial estima dado el caso, incluso si les era de utilidad, así que la idea del castigo no había sido tan descabellada. Eso o tenía que haberle mentido a los viejos para venir hasta allí, incluso si era Myrddin quien lo enviaba los vejestorios no debían dejarlo salir sin avisar.

    —Traes un mensaje también, ¿cierto?

    —Me envía como tu aprendiz —dijo con cierta duda en la voz.

    —¿Perdón? —atajó Dunn, incrédulo.

    —Me envía como tu aprendiz —repitió Hubert con algo más de seguridad en el tono—. Cree que puedes ayudarme a mejorar mis habilidades kinéticas.

    —Joder con el viejo Myrddin, tiene que estar senil ya o algo. —Se lamentó Cayden y volvió a la mesa con tal de sentarse en el borde de nuevo—. Depende. Si la Hermandad te necesita no puedo mantenerte aquí, no sin mentir todo el rato y te aseguro que sostener las mentiras en el tiempo es agotador.

    El muchacho negó con la cabeza, la mata de cabello negro como el carbón siguió el movimiento y el fuego de las lámparas de aceite le arrancó destellos cálidos. La negativa en sí misma fue terriblemente confusa, así que el isleño volvió a esperar, asumiendo que aclararía el asunto con algo más específico.

    —Un antiguo astromante volvió a Ban Ard, en este momento no me necesitan más. Se debatieron entre asignarme a Cidaris o entrenarme un poco mejor, al final Myrddin intercedió por mí. Les dijo que podían darme un par de años más para entrenarme, ya que no había tenido tanta preparación en el ámbito-

    —Político —completó Cayden y lo observó un rato. El cabello, los ojos negros también y el aspecto joven que se emparejaba con algo parecido a la inexperiencia—. De mí no vas a aprenderlo tampoco. Me destituyeron de Cidaris apenas un año después de haberme asignado a su rey. ¿Solo kinesis?

    —Solo kinesis.

    —A los viejos no les hará gracia si se enteran, pero supongo que confías en la palabra del maestro y su capacidad para forzar a la Hermandad a ocuparse en cosas más importantes.

    El joven mago asintió con la cabeza, incluso si la visión de la Doble Cruz era una señal de alarma lo cierto era que no podía ser diferente al resto de hechiceros. Cada uno era más excéntrico, más raro y desligado que el anterior. Los que adoptaban aprendices lo hacían porque compartían ideas, si acaso, mientras el resto vivía jugando a Gwent mental el resto de su vida junto a un monarca, en la eterna partida de cartas que era el continente.

    Quizás hiciera bien al no rechazar el conocimiento de otro que, así como él, se pasaba la vida en medio de rocas y libros. No se trataba de convertirse en una imitación, sino de adquirir herramientas para afilar las habilidades que ya poseía. En un mundo donde eran apartados de sus familias, donde todo lo que les quedaba eran más personas nacidas con un don que al descontrolarse se volvía una maldición, puede que encontrar un maestro como lo era Myrddin para Cayden y como podía serlo él para Hubert era casi una fortuna.

    El detalle yacía, por supuesto, en que no se le asociara a Dunn. No lo suficiente para que fuese rechazado de la misma forma por la Hermandad, al proyectar su incapacidad para establecerse junto a un monarca al más joven. Todo se trataba de reducir los márgenes de error, recibir información y volver por donde había venido.

    ¿Qué eran unos años en la vida de los hechiceros? Un respiro, como mucho.

    Hubert escarbó de nuevo en la bolsa, algunas monedas sonaron en su interior, pero de ella extrajo otra cosa: un pendiente de plata. Era una pieza forjada como ornamento, no tenía piedras incrustadas, pero la figura que colgaba era una secuencia de tres flores de hortensia pulidas, unidas por aros tallados. Entre las piezas de metal se había quedado enredada una sola la hebra de cabello, pero había bastado para la astromancia.

    Cuando recibió el objeto, el tono con que el muchacho se refería a él cambió por completo a uno incluso más formal.

    —Es suyo, maestro.



    Palabras: 2249
     
    • Ganador Ganador x 1
  2. Threadmarks: II. The False Prophet [Searching for...: What if?]
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Mensajes:
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    Escritora
    Título:
    So give them their halo [Multirol | Multi AU]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    6
     
    Palabras:
    2221
    Opté por editar y poner abajo el título del AU del que proviene el fic en cuestión para llevarlo más ordenado, so there's that.

    Este fic narra lo que sería el primer encuentro de Maze con la secta en su pueblito. Es corto y todo, pero me divertí escribiéndolo porque yo qué sé, me puedo sacar del sistema algunas cosas que tenía pensadas para Night in the Woods JAJAJAJ

    Esta canción me cayó literal el primer día de Ilana en la academia, justo cuando el niño de Insane le preguntó por algo del pueblo y el bosque, y desde entonces es el himno de la Ilana loca del futuro. Lo siento, yo no hago las reglas, las hace el algoritmo (????)



    II
    [​IMG]
    Searching for that power that don’t exist
    .
    .
    .


    .
    I could doom your lineage with one look from these eyes
    I could name the date in which they'll put you in the ground
    you're the one who said it's justice watchin' witches drown

    .
    touch me again and I'll cut off your hand
    there are some things you'll never understand
    you do not dance everyday with the fear
    of living in headlights, the hunted, the deer

    .
    whore, mother, sister, slut
    I am the, I am the divine goddess of the smut
    nurse, sinner, virgin, bitch
    I am the, I am the vengeful daughter of the witch

    .

    | Ilana Jade Rockefeller |
    | David Maze Mason |

    .
    .
    .

    .
    .
    Northwood, Pensilvania
    Julio de 2022




    La risa liviana de la joven se abrió paso entre los árboles de Northwood, caminaba de espaldas, como si supiera el camino de memoria a pesar de que estaba en medio del bosque, y el vestido vaporoso que llevaba puesto se agitaba de formas que recordaban a fantasmas o corrientes de agua. Le llegaba a las pantorrillas, así que no se arrastraba por el suelo, y tenía unas mangas amplias de la misma tela de tono blanco hueso que bajo la tenue luz de la luna parecía azulado.

    Su cabello, que ya casi le alcanzaba las caderas, se movía como un velo platinado siguiendo sus movimientos, un flequillo de cortina le enmarcaba las facciones junto a los grandes ojos rosáceos y en su cuello rebotaba un colgante de jade, una figurilla extraña que nadie sabía lo que era en realidad. La chica estiró una de sus manos, llamó a su acompañante que la seguía varios pasos más atrás, aunque también parecía conocer los bosques de memoria. Era como si recordara dónde poner los pies, como si supiera dónde debían haber crecido las raíces y en qué dirección.

    Siguieron avanzando, cruzaron un puente de madera viejísimo y no hicieron más que internarse en los Apalaches. Los acompañaba el ruido de sus pisadas, del ulular de los búhos, los lamentos lejanos de los atajacaminos y la brisa; pero también había algo más, otro canto distante que Ilana podía oír. Uno que había oído desde que no era más que una niña que se acercaba a la línea de árboles.

    La Señora de los Bosques llamaba.

    La Cabra Negra.

    El terreno entonces comenzó a quebrarse, Ilana seguía en la delantera, sujetándose de las ramas luego de echarles un vistazo y el pelirrojo la siguió de cerca hasta que una boca se abrió en la montaña; era la entrada de una de las antiguas minas de carbón. Apenas unos metros dentro de la herida en la tierra brillaba una linterna amarillenta, varias siluetas encapuchadas estaban reunidas allí y cuando reconocieron a la joven rubia comenzaron a avanzar hacia el interior de la mina, en silencio.

    Una a una se encendieron tres linternas más mientras se internaban en la tierra, Ilana se coló entre las personas, que eran siete en total, y comenzó a guiarlos mientras tarareaba una canción. El sonido de su voz hizo eco en las rocas, liviano, y Maze sintió un escalofrío recorrerle la columna, pero no pudo resistir la tentación, el llamado que oía hace tantos años. Casi podía jurar que una segunda voz, femenina también, armonizaba con el tarareo de Rockefeller.

    Provenía del interior de la mina.

    El grupo continuó descendiendo, tomó uno de los elevadores y el mecanismo, viejo a cagar, se quejó aunque los llevó a su destino: varios metros bajo la roca. Una vez allí el vestido blanco de Ilana, que ahora parecía amarillento por las lámparas, siguió avanzando dentro de la mina, tan profundo que cualquier dudaría de la existencia de un sol sobre sus cabezas o un cielo más allá de esas paredes, al menos así fue hasta que una cámara se abrió, amplia.

    La joven detuvo su avance en el centro, en los bordes habían bancas de madera tan viejas como el ascensor, y las siete personas tomaron asiento, rodeando a la chica, aunque Mason permaneció de pie con las manos en los bolsillos. Todavía no entendía por qué demonios había aceptado la invitación de Ilana Rockefeller cuando topó con ella en el bar del pueblo esa noche, en su visita rutinaria por las vacaciones desde que había vuelvo a Estados Unidos en 2021, pero el canto distante, el tarareo que armonizaba con la voz de la rubia que ya había detenido su melodía, parecía seguir escuchándose incluso sin la voz de Ilana.

    Era ominoso por decir poco.

    —Esta noche he traído a un invitado muy especial —comenzó a decir la joven desde su posición y algunos de los presentes se quitaron las capuchas.

    Ante la luz amarillenta de las lámparas Mason reconoció un par de rostros, uno de ellos pertenecía a Steve Scriggins, el punk de turno que le había rajado la frente con una piedra a alguien de su antiguo grupo de amigos al que pertenecía también Ilana. Fue reconocerlo y que el tiempo volviera sobre sí, como un latigazo, y Mason recordó como Rockefeller con poco más de doce años hablaba de una supuesta Cabra Negra, una criatura que cantaba en el interior del bosque, más allá de donde se reunían.

    Siempre había estado loca, ¿no?

    Había estado loca desde antes de que mataran a su padre.

    —Me gustaría que algunos de ustedes le contaran sus experiencias, que le mostraran lo que ha pasado desde que nos reunimos aquí.

    David se mantuvo en su lugar, como un objeto extraño, y la chica sonrió de manera indescifrable mientras esperaba porque alguien tomara la palabra primero. Esperó varios minutos, sin apresurar el proceso, hasta que por fin una de las personas alzó la voz.

    —Los negocios de mi familia han comenzado a recuperarse luego de una crisis que se remontaba a la época de mis abuelos. —Era la voz de otra mujer—. Lo hicieron desde que acompañé a Jade aquí.

    —El viejo local del supermercado abandonado fue comprado por una cadena nacional de carnicerías —añadió después Steve Scriggins, serio—. Va a darle trabajo por lo menos a diez personas en su apertura y evitará que tengamos que tomar la autopista por una chuleta.

    —La Sociedad Histórica fue contactada por un historiador de Nueva York, en apariencia quieren restaurar ciertos espacios de importancia cultural en Northwood —dijo una tercera voz—. Aseguraría más empleos.

    —Los que estudiamos fuera del pueblo conseguimos buenos tratos, becas deportivas, artísticas, trabajos asegurados previos a la graduación…

    El pelirrojo presionó las manos contra sus piernas dentro de los bolsillos, ansioso al escuchar semejantes disparates, pero todos sonaron tan convencidos que tuvo que pasar saliva, tenso. Nadie más habló y él miró a Rockefeller en espera de una explicación más, pero ella seguía en el centro de la cámara. Había alzado la cabeza hacia el punto más alto, tenía los ojos cerrados y el cabello rubio caía por su propio peso. Parecía escuchar, nada más.

    Las lámparas le arrancaron a su cabello platinado destellos más cálidos de dorado y mientras la observaba Mason se dio cuenta de que parecía murmurar algo, al menos gesticularlo con los labios. No se oía nada además del canto distante e incomprensible de la voz que había armonizado con la joven, pero nadie parecía llevarle el apunte.

    O nadie más la escuchaba.

    —Ha prometido cosas para ti y para mí, Maze —dijo Ilana al regresar la mirada al frente, abriendo los ojos—. Fue ella quien me dijo que vendrías.

    —¿Ella?

    —La oyes, ¿no es así? —soltó sin anestesia y David se saltó una respiración—. La has oído toda tu vida, incluso en Japón.

    —La armonía detrás de tu voz.

    Ni siquiera supo por qué le contestó, pero de repente fue como si se diera cuenta de que no podía mentirle a Rockefeller y que ya no quedaba nada de la chica amable, cálida, que había llegado al Sakura en su tercer año de preparatoria. Su mirada había perdido el brillo esperanzado y sus sonrisas lucían huecas en comparación, aunque su cuerpo estuviera en buen estado y su voz no fluctuara en tono hacia ninguna dirección extraña. Sencillamente no era la Ilana de Japón, pero tampoco era la de Northwood antes de que él se fuera.

    Hace apenas un año y medio su padre había sido asesinado.

    Al escuchar su respuesta rubia estiró la mano en su dirección y él, dócil, caminó hasta ella para tomarla. No sintió absolutamente nada al hacerlo, de hecho la piel ajena estaba extrañamente fría incluso para ser de noche y fue antinatural en sí mismo. Ilana afianzó el agarre, comenzó a andar y Mason escuchó las botas de lazo caminar sobre las rocas, haciendo eco en la cámara, seguidas de sus pisadas.

    Antes de abandonar la estancia, para llamarla de alguna manera, Rockefeller tomó una de las lámparas que habían traído los demás y la llevó consigo previo a comenzar a avanzar más allá. Salió por el mismo pasillo estrecho por el que habían entrado, pero tomó un desvío en el que David no había reparado antes y comenzó un descenso ligero por el interior de la montaña. El camino no tenía bajadas bruscas ni nada extraño, pero conforme avanzaban se dio cuenta.

    El canto se escuchaba con más claridad.

    En los más o menos diez minutos que tardaron caminando hasta su nuevo destino la voz se volvió más nítida, pero no parecía cantar palabras en un idioma que él fuese capaz de comprender e Ilana no decía nada al respecto. Como resultado un sudor frío, claramente nervioso, le había comenzado a correr por la espalda y una sensación extraña, mezcla de miedo y euforia, le corría por el cuerpo sin permiso de nadie. No se suponía que entraran a las minas por más de una razón, pero la principal de ellas era que las de esa zona estaban todas clausuradas desde hace muchos años.

    Rockefeller se detuvo cuando alcanzaron una zona más plana, otra suerte de cámara, y antes de que ella hablara Mason bajó la mirada al área frente a él donde se suponía que la lámpara iluminase el suelo, pero todo lo que había unos pasos más allá era una negregura terrible que anunciaba un agujero; en esa oscuridad el canto extraño se escuchaba con más claridad que nunca. La chica seguía sujeta a su mano, ambos se habían detenido casi en el borde, la acción hizo que una piedra rodara hasta precipitarse y… nunca alcanzó el fondo.

    —En el Centro de Todo habita ella, la Señora de los Bosques —dijo la rubia por fin, en algo que fue más bien un murmuro y giró el rostro para mirar a su acompañante—. La Cabra Negra.

    Justo como cuando eran niños.

    —¿Qué dices? —preguntó él sin poder disimular la ansiedad en su tono.

    —Te está prometiendo lo mismo que a mí, Maze.

    —¿El qué?

    Recordó los sueños extraños que tenía siempre que se quedaba en Northwood, los susurros que hablaban de algo que él ni siquiera podía comprender y decían nombres que no reconocía. Eran sueños solamente, no respondían a nada más que información inconexa que se ordenaba de manera diferente al alcanzar áreas del cerebro y actividades neuronales un poco raras.

    Eran sueños, no profecías.

    Cuando Rockefeller respondió su pregunta el canto que provenía del fondo del abismo recitó una sola palabra en un idioma comprensible por fin, volvió a armonizar con la joven y la nota se perdió en su cabeza como un eco lejano. Los ojos de Ilana brillaron de un tono que se pareció más al rojo que al rosa y a David se le congeló la respiración en los pulmones una vez más.

    —Venganza.



    Palabras: 1819
     
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    Zireael

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    Más side stories del AU porque puedo (?) Creo que de este no tengo comentarios particulares, más allá de decir que es lo que pasa cuando el foro se me cae DOS veces en tan poco tiempo. No puedo pasar cuatro días sola con mis pensamientos, lo siento.

    Pobre Altan, es el único que no es cool con los apodos en este universo JASJAJ



    III
    [​IMG]
    Searching for that power that don’t exist
    .
    .
    .


    .
    go run and find your armor
    you're tough but, babe, I'm stronger
    I'll bring dеstruction with me
    it's time your reign is еnding
    won't find me in the shadows

    .
    I fight like I ain't never quittin'
    been number one since the beginning
    so try me out 'cause you ain't winning
    you've had your fun I'm gonna take your throne

    .
    I'm gonna take your throne
    .

    | Ilana Jade Rockefeller |
    | Cayden Kinryū Dunn |
    | Altan Sonnen |

    .
    .
    .

    .
    .
    Ginza, Chūō, Tokyo
    6 de junio, 2026




    El joven de cabello negro alzó el vaso sin prisa, le dio un trago modesto al whiskey que había pedido su acompañante como la oferta de paz usual y miró la hora en el reloj de su muñeca. La mata de pelo estaba algo más larga que en sus días de instituto, pero en la zona de la nunca asomaban los trazos que había grabado Tessa Myska en su piel ya hace seis años. La rueda solar, la cruz celta y todo lo que había aspirado a ser al aferrarse a un sol negro. Le había llevado tiempo comenzar a moldear su propio carácter.

    Frente a él una mano delgada rodeada por las líneas rojas de un tatuaje de dragón japonés tomó de su propio vaso un trago y Altan Sonnen encontró el ámbar de Dunn hijo cuando este estaba regresando el licor sobre la mesa, los ojos dorados lo observaban rodeados por los amplios rizos, también algo más largos que hace seis años. Desde el instituto había crecido un poco, rozaba la altura que él mismo había tenido entonces, aunque él también había sumado algunos centímetros. El chiquillo, sin embargo, le seguía pareciendo igual de flaco y pequeño que entonces. Ciertas de sus facciones se habían afilado, la línea de la mandíbula y los contornos de los ojos, pero para él daba igual. Cada vez que sonreía de verdad volvía a parecer el niño de entonces.

    No había sucumbido al mundo que reclamaba su sangre.

    Cayden hacía su propio repaso mental de las características de Altan cada vez que se reunían, algo que de por sí no pasaba con suficiente frecuencia. Le seguía ganando en altura y contextura, pero algo en sus facciones era más amable, más paciente, y sabía quién era la causante de ello. Habían pasado años, muchos, y las fuerzas que se revolvían en los corazones de las personas a veces amenazaban con destruirlas para siempre, pero Sonnen había seguido luchando hasta que pudo recuperar aquello que era importante para él. Viniendo de una criatura tan aparentemente racional y desapegada eso era algo que reconocerle, pues ceder no era una de sus cualidades, sin embargo, cuando se amaba a otros siempre había que dejarse moldear.

    No podía ser de otra manera.

    —¿Qué quiere Rockefeller de nosotros ahora? —preguntó Sonnen al cabo de unos minutos.

    —Sabes que Lana lleva varios años investigando, acudió a ti por información varias veces antes y también a mí. Lo ha estado haciendo desde que volvió de Estados Unidos, busca a los que se cargaron a su padre, pero también algo más. Creo que no lo busca para sí misma, aunque podría estar equivocado. Es una mera corazonada.

    —Lana —repitió Altan como para hacerlo consciente de la forma en que hablaba de ella—. What about her anyway?

    —¿Ah?

    —Le gustabas en tercero, aunque digamos que la niña apuntaba a todo sitio, también pasaba pegada a Paimon. —Altan disparó el comentario sin tacto alguno y Cayden soltó una risa liviana, como si la cosa no fuera con él—. Igual eso de la hija de un policía teniendo un crush de preparatoria con el hijo del boss suena como serie de Netflix. Una de bajo presupuesto encima.

    —No deberías preguntar esas indiscreciones sobre la vida de una dama —advirtió el pelirrojo en voz baja, conectando con el negro de los ojos de Sonnen, y ladeó la cabeza con un dejo de inocencia impostado—. ¿Acaso me ves pinta de rompecorazones?

    —Un poco, de hecho. Se te pegaron ciertas manías con el paso de los años y no tienes lo que se dice un gran grupo de amistades que puedan enseñarte nada bueno.

    Puede que Altan llevara razón, conforme los años pasaban y la gente dejaba de dudar de sí las cosas se tornaban distintas. Ninguno de ellos era el mismo que había sido durante su último año de instituto, habían adquirido nuevas manías, cambiado otras y se habían dejado moldear por las únicas manos que aceptaban en sus espacios. Las de aquellos que habían sostenido las partes más frágiles de ambos.

    —Cuando me dejaron ir la hostia en la cara fue ella quien me pidió un Uber para irme a casa, luego mantuvo su palabra cuando se lo pedí y acabó por convertirse en una buena amiga. Salimos algunas veces en tercero y también desde que volvió a Japón, confío en ella, si es eso lo que preguntas —contestó Dunn ya mucho más serio—. Por eso cuando se cargaron a su padre la acompañé durante las obras funerarias. No quise que estuviera sola, incluso si ella no deseaba que nadie se le acercara. La Ilana que conocía en ese momento habría hecho lo mismo por mí, lo sé con toda seguridad.

    Ambos sabían que no era la misma.

    Jamás podría serlo.

    —Tu noción de confianza implica demasiadas cosas —apuntó el moreno, sacándole otra risa—, así que tu respuesta sigue siendo terriblemente ambigua.

    —Porque lo que haga o deje de hacer con mi vida, como siempre, no es de tu incumbencia, cuervo.

    —Terminaste liado con Alisha una vez. Are you even into that?

    Into what? Blondes?

    Women.

    Altan lo soltó con tal cara de póker, con tan poca variación en los gestos, que a Dunn se le escapó de inmediato una carcajada directo del pecho que casi lo hizo escupir el trago de whiskey que tenía en la boca y tuvo suerte de que el licor no se le fuese por la vía incorrecta. Semejante reacción hizo que su acompañante alzara las cejas, ligeramente sorprendido, aunque no dijo nada y el otro siguió riéndose lo suficiente para atraer algunas miradas aunque a ninguno le importó en realidad, el sitio estaba casi vacío de por sí.

    El ataque de risa le duró un minuto, pero cuando se calmó miró a Sonnen como si fuese un niño de tres años que acababa de preguntarle por qué el cielo era azul. Era un hijo de puta que siempre se metía donde nadie lo llamaba y preguntaba cualquier cosa con esa cara de que se la sudaba todo en la vida, pero con el paso del tiempo había dejado de ser tan molesto y había pasado a ser hilarante.

    —Tan prejuicioso como siempre —contestó porque no podía quedarse tranquilo sin joderlo un poco—. I am, yes. Quizás no en porcentajes igualados, pero dudo que eso importe y a riesgo de parecer un loro, sigue sin ser tu asunto.

    Good for you, good for you.

    La respuesta de Sonnen fue sarcástica que dio gusto, pero la sonrisa que le alcanzó el rostro fue un poco menos ofensiva, como si de verdad el dato le viniera en gracia o, quizás, sí se alegrara por él. No podía juzgarlo demasiado, pero había una parte de Altan que se preocupaba demasiado por los excesos de Cayden, emocionales o de cualquier clase, como si cada uno lo acercara a solo convertirse en la misma clase de loco que parecía ser Liam Dunn. Sin embargo, había tanto amor en él que era imposible de imaginar ya para este punto.

    Podía ser muchas cosas, pero no siempre era la silueta del viejo. Al fin y al cabo el chico no tenía la culpa de que la genética lo hubiese hecho casi idéntico.

    —Lana se interesó porque creyó que podía cuidarme, porque me conoció hecho una desgracia —añadió el pelirrojo en algo que pretendió comenzar a darle cierre al asunto, pero dejó claro que conocía a Rockefeller con suficiente claridad. A su manera Dunn también guardaba registros de las personas, pero los suyos estaban marcados por emociones como quien resalta frases en un libro—. Disfruta los proyectos, las reparaciones… O la salvación. Una parte de ella anhela ser la entidad absoluta en la vida de otros.

    —Supongo que los polos idénticos se repelen. La líder de una secta jamás podría asentarse junto a un maestro de ceremonias, ¿cierto?

    El comentario de la líder de secta fue una broma de principio a fin, Sonnen no tenía manera de saber que una cosa tan descabellada como esa era verdad, pero las comparaciones incluso así no estaban mal. Quizás en ciertas fracciones de sí mismos Ilana y Dunn fuesen demasiado parecidos, lo suficiente para que él decidiera soltarse de cualquier intento de atadura que ella quisiera colocarle.

    Ocurría con personas específicas, como si al chocar con un fragmento demasiado idéntico y terrible de sí lo escupiera inmediatamente. Puede que también se tratara de que el chico ya había elegido al único espejo que aceptaba en su vida, el único que devolvía reflejos menos engañosos, pero eso tampoco era de la incumbencia de Altan. Nada de eso lo era, pero no dejaba de ser curioso.

    Porque una parte de Cayden seguía pareciéndose a Anna.

    —Quizás, pero en los espacios intermedios fuimos capaces de llegar a acuerdos. Justo como hago contigo —concluyó el pelirrojo.

    Si acaso pasaron cinco minutos cuando el traqueteo de unos tacones se escuchó por el suelo del restaurante, firme, y la silueta de Ilana Rockefeller apareció por la puerta envuelta en un vestido verde esmeralda de aspecto vaporoso. La figurilla de jade reposaba alrededor de su cuello, como un amuleto, y entre esos tonos verdosos y el rubio platinado de su cabello sus ojos resaltaban, delineados de un marrón bastante sutil.

    Eran ojos de ciervo, lo habían sido siempre.

    Al decir que sus acompañantes ya la esperaban y sus apellidos fue llevada a la mesa en que se encontraban los dos jóvenes. Ella le agradeció al empleado que la guio, pero no tardó en saludar a Altan con un apretón de mano y se inclinó hacia Cayden para saludarlo aunque él se levantó para recibirla, así que ambos movimientos acabaron medio fusionados. Él le rodeó la cintura con el brazo, ella le alcanzó los hombros y su mano le dedicó una caricia en la mata de cabello rojo, lo hizo con un mimo bastante evidente.

    Altan observó el intercambio en silencio, pero absorbió cada dato que algo tan simple como un saludo podía brindar y cuestionó hasta dónde era cierta la estupidez de los polos. Él parecía más resistente que Rockefeller, más rebelde quería decir, y puede que allí estuviera el verdadero problema como resultaba ser siempre. Su tendencia a la rebeldía siempre se volvía un obstáculo.

    No había querido aceptar el collar.

    Conversaron un poco de cuestiones triviales, de sus días y demás. Fue una charla de relleno, lo sabían los tres, pero ambos estaban esperando porque fuese ella quien estableciera por dónde comenzar. Los minutos pasaron y pasaron, incluso acordaron qué pedir hasta que la chica guardó silencio un rato, luego de beber de su copa de vino, y soltó la bomba.

    Jackals.

    —¿Por qué te llevó tanto tiempo? —preguntó Altan.

    —Porque desaparecieron hace ocho años —contestó la rubia mientras sacaba el móvil del bolso y abría un archivo. Era una perfilación de los chacales, la planilla principal, y se detuvo en la página que llevaba el nombre de Cayden junto a una foto suya de cuando tenía, como mucho, catorce años. Parecía ser de un registro escolar—. Estabas aquí. También tus amigos, te vi con ellos en la escuela, y a la hermana menor del comandante. Swallowtail, por eso Katrina Akaisa me dijo lo de las mariposas muertas.

    —¿Mariposas muertas? —rebotó el moreno de inmediato.

    —Las mariposas son difíciles de atrapar y se mueren por nada. Aunque una vez muertas sirven de adorno —parafraseó la chica—. Intuyo que fue una advertencia. Igual el intercambio fue muy raro.

    Holy fucking shit. Katrina siempre patea al hígado, de verdad.

    Dunn se hundió en la silla, se negó a mirarla a ella, pero sus ojos dorados permanecieron pegados en la pantalla que estaba sobre la mesa entre los tres. No se trataba de renegar nada, ya Ilana sabía de quién era hijo, pero estaba cerca de la fecha de la muerte de Kaoru, apenas a un par de meses que se cumplieran diez años. No era lo que se decía la conversación que le apetecía ahora mismo.

    Ilana bajó más en el documento, llegó a una página que llevaba el nombre de Altan y se detuvo allí. El susodicho frunció el ceño, contrariado, y suspiró con pesadez como si hubiera tenido que repetir lo mismo cientos de veces en seis años. En realidad solo lo había hecho una vez, cuando Dunn lo invocó en las Catacumbas del traidor.

    —Los rechacé.

    —Eso me dijeron los mellizos. También que Cayden lleva sin dejarse ver en el Triángulo del Dragón ya varios meses.

    —Eres el cronista del Triángulo, Sonnen. Hay nombres que no dejan de aparecer en la historia, ¿por qué? ¿Qué haces escondido como rata, Cayden?

    —Acepté venir a verte, yo no diría que eso sea estar escondido como rata. —La mirada de reproche que le lanzó la chica hizo que tomara aire—. ¿Qué nombres se repiten?

    —Arata Shimizu, Sasha Pierce, Hikari Sugino y una organización desaparecida ya–

    —Los fantasmas. ¿Qué coño buscas, Lana? ¿Cómo llegaste allí?

    —No atraparon al asesino de papá, hubo muchos arrestados esa noche, pero el que disparó el arma que acabó con él… Se esfumó. Al buscar información de 2021, la que me brindó Sonnen hace un par de años, el nombre de Shimizu no dejó de aparecer. Una y otra y otra vez, algunos registros lo reconocen como Capitán… y tuve que preguntarme, ¿de qué? Reacomodar la estructura de los Honō no Jakkaru fue algo que solo pude hacer a principios de este año, pues me había enfocado en lo de papá.

    —Qué remedio —lamentó Cayden con algo de hastío—. Al final te buscas los pactos de silencio a voluntad.

    —El 2021 fue un desastre a nivel cronológico —empezó Altan sin variaciones en el tono, esta vez fue él quien sacó el móvil y abrió un archivo luego de esculcar en el aparato. Era un documento entero sobre Arata, páginas y páginas; recolectaba información de su familia, sus amistades más cercanas, instituciones donde había estudiado y quién sabe cuántas cosas más—. Quizás la muerte de tu padre solo marcó el inicio de un período que de por sí se sabía que sería turbulento. No tengo mucha información de los fantasmas, su forma de funcionar era así, pero una oleada de ataques azarosos y algunos… un poco más cronometrados, ocurrieron el año anterior cuando estábamos en tercero y siguieron pasando durante parte del 2021. Se asocian a este grupo.

    —Parte de su desintegración, en cualquier caso, ocurrió después de un evento particular —añadió Dunn luego de darle un trago al whiskey y al seguir hablando un resentimiento bastante claro se oyó en su voz—. Uno que sí podemos rastrear. El intento de homicidio a Sasha Pierce.

    La rubia parpadeó, tardó en procesar lo que acababa de soltar Cayden y cuando logró metérselo en la cabeza su expresión pasó por el horror, el asco y la furia en un espacio de tiempo bastante reducido. Puede que fuese la cara más dura del barrio, viendo lo que había iniciado en Estados Unidos y había arrastrado hasta Japón, pero seguía estándares. Algunos.

    La reacción, en cualquier caso, venía de que sabía que Mason no tenía esa información, jamás lo había mencionado. Él había regresado a Estados Unidos antes y había vuelto a Japón recién para ver a Sasha, pero también porque Ilana le había dicho que necesitaba su presencia. No le había dado motivos claros, pero él tampoco se resistió.

    La escuchaba después de todo.

    A la Cabra Negra.

    Llevaba meses cantando sin pausa.


    —En el mundo que investigas, así como a la luz del día, las relaciones con los otros son muy importantes y ya lo sabes, pero cuando estás en las sombras las personas son tu debilidad y más grande fortaleza. Puedes matar por alguien, pero también alguien podría morir simplemente porque es importante para ti y eso es útil para tu enemigo. En este caso, sin embargo, diría que no se trató del segundo escenario pues lo que llamo el Incidente S no sucedió como una forma de coacción hacia alguien, pero sí que detonó a un individuo by proxy —siguió explicando Sonnen y bajó un poco en el documento, aunque Arata había logrado librarse del sistema hasta ahora él tenía listados sus delitos uno por uno y las posibles condenadas que le podían asignar—. Arata Shimizu, conocido como Honeyguide o como Capitán para algunos individuos, inició una cruzada entonces… La inició por ella.

    —Conozco a Arata desde que él tenía catorce años y yo trece. Sé lo importante que es Sasha para él, lo que le hicieron es sencillamente imperdonable y él no pudo solo sentarse a esperar que todo cayera por su propio peso. Ella, según entiendo, le reveló quiénes eran estas personas y entonces él se convirtió en un torbellino —continuó el pelirrojo todavía mirando el cristal—. Su madre decidió llamarlo Arata, como si conociera su destino, y le buscaron las cosquillas, el mundo llevaba veinte años buscándoselas y entonces reventó, no pretendo justificarlo, ¿pero puedo realmente culparlo?

    —Todos haríamos lo mismo —acotó Sonnen y miró a la rubia—. Es lo que tú estás haciendo aunque de forma mucho más ordenada. Si les sigo alcanzando información, si almacené datos todos estos años, es porque sé que alguna veces las cosas deben hacerse fuera de la ley. La justicia no es la misma para todos, nunca lo ha sido.

    —El otro nombre también proviene de la planilla principal que perfilaste de los chacales, como ya has notado. Hikari Sugino resultó estar involucrado con esta gente, cuando la mierda se destapó eso enloqueció a Arata incluso más y todo se fue la mierda —siguió Dunn luego de una pausa—. Death Valley tiene una recompensa por la cabeza de Sugino que sobrepasa los quinientos mil yenes. ¿Para quién buscas justicia, Lana?

    La joven no contestó de inmediato, tomó el teléfono de la mesa y empezó a escribir sin particular prisa. Altan la observó en silencio, aprovechó cuando un mesero iba pasando y pidió que les rellenaran las bebidas, además de algunas entradas que habían acordado antes y no dijo nada, esperando. Ilana Rockefeller tenía demasiadas telas de araña a su alrededor, muchas más que en 2020, aunque quizás lo más peligroso era que parecería estar en el vórtice de todas ellas.

    El movimiento de la chica de Japón a Estados Unidos y viceversa complicaba la tarea de investigar la naturaleza de sus movimientos, sabía lo que hacía al volver, pero no qué pasaba en el otro lado del mar. A su vez ella demostraba ser cautelosa, se movía únicamente en áreas donde sabía que estaba segura y donde, de hecho, solo dejaba los rastros que quería. Era un poco extraño en sí mismo, también actuaba como un fantasma y eso, desde luego, no era una buena señal.

    Además, aunque la chica sabía de quién era hijo Cayden era evidente que él estaba evitando mencionar la relación que tenía Sugino con él. Ni una sola vez pareció que fuese a mencionar que era Hikari quien había movilizado el ataque a su persona y que era por eso que la cabeza de Sugino tenía ese precio, no era solo la traición inicial, era el golpe que había recibido por un grupo comandado por él.

    La humillación y el miedo.

    —No creo que sea prudente dar nombres ahora mismo —comentó mientras se dejaba el móvil en su regazo y cruzaba las piernas bajo la mesa—. En las calles los irlandeses hablan de un Golden Dragon, Kinryū. No tiene rostro, pero le guardan el mismo respeto que a tu padre, Cay.

    Dunn guardó silencio, no reaccionó y contuvo sus propios movimientos ansiosos antes de que comenzaran, pero miró a Ilana y entendió que ella misma debía tener sabuesos, al menos uno o dos. Tenían que haber estado entrando a los pubs de Liam como clientes corrientes, de los que entraban a beber no a apostar, y habrían escuchado el apodo de boca de alguien.

    Kinryū no tiene lugar en la estructura de los irlandeses, no formalmente. Ellos responden a él como una extensión de Reaper, pero no mucho más, lo respetan porque el viejo lo hace. Lo que puedo decirte, en cualquier caso, es que la cabeza de Gaki, de Sugino, tiene precio justamente porque sucedió algo con Kinryū y desean cobrarlo… junto a otras cosas, quizás. Es toda la información que poseo —añadió Sonnen unos minutos después de darle vueltas al asunto con tal de omitir detalles vitales.

    —¿Lo de la chica?

    —Sugino no tuvo que ver en el Incidente S, estaba en la organización, pero no fue él quien… Bueno, tú entiendes. Al final supongo que es lo mismo, Hikari es un traidor y punto.

    La respuesta fue de Cayden, habló con calma como si no estuviera ocultando la otra parte de sí y Rockefeller asintió con la cabeza, como para decirle que entendía. Pareció rebuscar en sus propias ideas mientras le daba un sorbo a su copa de vino blanco, pero no recordó nada más en su entrevista así que le dedicó una sonrisa a ambos, suave y dulce.

    —Agradezco mucho su ayuda, como siempre. ¿Les parece si soy yo quien paga las bebidas? Les ofrecería pagar la cena que nos espera, pero sé que no accederían a eso.

    Ilana Rockefeller mantenía el anonimato de David Mason, lo hacía aunque la Señora de los Bosques había hablado hace años. Maze no escuchaba el canto con la misma claridad que ella, eso lo había entendido desde el principio, porque de haber sido el caso habría sido capaz de escuchar el nombre de Sasha Pierce en el Centro de Todo. Habría escuchado que la promesa de venganza llevaba escrita un solo nombre y de haber sido así, quizás, habría regresado a Japón antes.

    Cuando su torturador todavía no había sido alcanzado por Arata Shimizu.

    Ahora debería conformarse con Hikari Sugino.

    La conversación podría haberse dado por terminada, pero luego de que Altan y Cayden intercambiaran miradas un instante tomaron un riesgo que quizás deberían haber evitado. Realmente no sabían qué era lo correcto en ese momento, pero tampoco tenían demasiadas opciones, así que cuando Sonnen abrió la boca de nuevo, el pelirrojo solo dejó la vista posada en el líquido ámbar de su vaso.

    —Se sospecha que Hikari Sugino regresó al Triángulo hace algunas semanas. Hay muchas personas rastreándolo, si quieres alcanzarlo, en todo caso, tu mejor apuesta siempre ha sido y será Arata. Es el único que creo que podrá encontrarlo y matarlo sin cobrar la recompensa.



    Palabras: 3746
     
  4. Threadmarks: IV. The Magician [The Witcher]
     
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    No hay mucho que decir, solo era algo que quería narrar desde que establecí cómo se hizo Altan la cicatriz que tiene en el AU (?) Lo tenía escrito hace días, pero nada que me sentaba a corregirlo y añadir las últimas cosas JAJSHA im so tired, alguien deme de baja de la uni porfa.

    Hay un huevo de lore, inventado y canon, pero pues no lo explico porque perecita. Creo que si alguien lo lee se entiende más o menos bien sin saber esas cosas, creo *inhales* a

    Anyways, disfruté bastante escribirlo aunque sea cortito, so there's that. AH y nada, que me gusta mucho que incluso acá con los arquetipos Altan se mantenga como The Magician, como su carta base del tarot, i love my magician boy very much *he's a fucking mess*



    IV
    [​IMG]
    I went swimming with the devil
    .
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    | Altan Sonnen |
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    Cercanías de Blaviken, Hengfors
    Finales de 1221




    La canción viajó por el aire frío de la noche de otoño, la voz de la que provenía era suave, ligera y preciosa sin espacio a dudas. Incluso para los oídos del brujo fue imposible discernir en qué idioma estaba, pero la siguió no muy lejos del cauce del río Buina. Avanzó gracias a su caballo en un trote moderado hasta que distinguió una casa bastante humilde y de aspecto deteriorado por las inclemencias de los años. La melodía se escuchaba con claridad, venía del parche de bosque que cubría la orilla cercana del Buina trás la casa. Por ello bajó del caballo, husmeó por las ventanas y solo pudo confirmar lo que ya había escuchado: había una persona dormida.

    Altan entonces enderezó los pasos hacia el parche de bosque, allí de dónde venía la canción, y se internó entre los árboles hasta que la tierra se despejó ya bastante cerca del cuerpo de agua. Más allá, en una gran roca, una figura delgada cubierta por un vestido ligero y de extenso cabello negro, formado por amplios rizos, estaba sentada con las rodillas atraídas hacia el pecho. Cantaba, tranquila, y notó al brujo de inmediato.

    Los grandes ojos negros como los de alguna criatura acuática lo engañaron y siguió avanzando atraído por la canción que no se había detenido. Caminó y caminó, hasta que las botas se le hundieron en el barro suave de la orilla y estuvo tan cerca que, gracias a sus ojos mutantes, habría podido contarle los cabellos en el cráneo a la mujer. Estuvo completamente seguro de que era una náyade, una que estaba demasiado cómoda cerca de la casa.

    —¿Llevas mucho tiempo aquí? —Buscó saber, había suavizado el tono sin darse cuenta y sus ojos se deslizaron por la silueta femenina.

    Brujo o no, era un muchacho de veinte años.

    La melodía no se detuvo, la joven sonrió y entonces todo se fue a negro de repente. Hubo un grito, un chillido horrible, y la boca de la muchacha pronto se convirtió en una hilera de dientes afilados donde resaltaban los colmillos, pero Altan estuvo en el suelo apenas un instante después de haber sido capaz de arrojar una bomba, un Polvo Lunar. El explosivo reventó, pero ya las garras de la bestia lo habían alcanzado y la supuesta náyade, que había resultado ser una lamia, se había hecho invisible.

    El brujo boqueó por aire de forma audible, fue demasiado evidente incluso para él, y sintió cómo la sangre le bañaba el interior de la boca, le bajaba por la garganta y le llegaba al estómago. Se había desplomado en el barro de la orilla del río, así que también la sintió correr hacia otras zonas del rostro; la mandíbula, el pómulo, corrió hasta su oreja y se quiso empozar allí. Corrió hasta bañar el suelo, revolviéndose con la tierra húmeda y el agua, y cuando abrió la boca notó hasta dónde le había rasgado el músculo de la mejilla.

    Desde la comisura de los labios casi llegaba a la oreja.

    La criatura que había causado el destrozo apenas podía verse en la nube causada por el Polvo Lunar, arrastraba las partículas al pasar, pero se movía tan rápido que era casi imposible seguirle el ritmo. El Grifo escupió a un lado, se levantó tambaleante y no tuvo tiempo de mucho más que de dedicarse a esquivar los tajos que la lamia le dejaba ir con las inmensas garras. Uno, dos, tres y un empujón lejos de él con Aard; uno, dos, tres y un intento fallido de alcanzar la Sangre Negra en su cinto. Uno, dos, tres y un corte en la armadura, en el costado. Uno, dos, tres y más sangre derramándose de otras heridas.

    Había que ser imbécil para morir de esa manera, ¿no?

    Hasta el que se había partido la nuca consiguiendo el huevo de grifo habría tenido más honor.

    Fue un instante, pero logró conjurar Quen generando un escudo corpóreo a su alrededor, de un tono dorado. La lamia dejó de moverse entonces, al darse cuenta de que no podría quebrar la defensa de su presa, la presa que había llegado a ella de forma voluntaria. Intentó derribarlo con un potente grito que hizo vibrar el escudo aunque no lo derribó y Altan comenzó a sentir el cuerpo resentido.

    El monstruo rondó, todavía invisible, aunque no le duró mucho. El brujo pudo verla de nuevo en su aspecto de vampiro, con el cabello negro enmarañado, la piel pálida y deteriorada junto a los ojos hundidos en el rostro. Caminó a su alrededor, sacudiéndose la sangre de las inmensas garras de las manos, y volvió a la imagen que había hecho que Altan cayera en la trampa. El cabello cayó en amplios tirabuzones sobre la espalda y los hombros de una silueta delicada, joven, le enmarcó el rostro de facciones suaves y los grandes ojos oscuros. Su cuerpo estaba desnudo ahora, contrario a cuando la encontró cantando junto al cauce del río, así que pudo detallar mejor la cintura pequeña, las caderas ensanchadas de forma sutil y los pechos firmes, ¿quién mierda podría haberlo culpado?

    Altan comprimió los gestos, fastidiado, y volvió a escupir un montón de sangre que cayó a sus pies. La criatura siguió dando vueltas a su alrededor, negándose a tocarlo en tanto estuviera dentro del escudo que lo protegía y se permitió una sonrisa amplia, que no desentonó en lo más mínimo con su aspecto humano. Aspecto humano decía uno, pero él había pensado que era una ninfa. ¿Era mejor? No necesariamente, vete a saber cuántos muchachos habían acabado ahogados luego de intimar con ellas, pero también se creyó más listo. La inexperiencia y la prepotencia eran muy una mala combinación.

    Erik siempre se lo había dicho.

    —¿Qué esperabas, brujo? —dijo la lamia sin detener su caminar, su voz sonó suave, casi amable.

    —Náyade —respondió con cierta dificultad, las sílabas se arrastraron de formas extrañas por el tajo en su mejilla que le había dejado una boca inmensa.

    —Ninguna náyade habría querido tener que ver contigo, brujo, con tu peste a muerte. ¿Eres idiota? —continuó e incluso se permitió una risa.

    —Solo pretendía que te movieras río abajo, lejos de la casa —replicó Altan—. La próxima mato ninfas si quieres. ¿Vive alguien adentro, ya sabes, un suplemento constante de sangre?

    —¿Próxima? Cariño, baja el escudo y déjame emparejarte el rostro.

    No respondió a la pregunta, en lo más mínimo, pero él aprovechó la charla para pensar hasta que llegó a una idea. Escupió sangre una vez más apenas un segundo antes de bajar el escudo, la esfera se desvaneció y el brujo conectó la mano con el suelo en el momento en que la lamia volvió a su forma monstruosa, a su versión original, antes de lanzarse sobre él de nuevo. En el suelo se iluminó la señal de Yrden, la trampa se activó y en cuanto la bestia estuvo en sus límites quedó atrapada, apenas a un respiro de él. Otra señal: Aard.

    El cuerpo paralizado del monstruo salió despedido lejos de él, chocó contra un árbol cercano y la bestia quedó boqueando de la misma forma que él hace unos instantes. Altan caminó en su dirección entonces, la espada de plata girando en su muñeca en amplios arcos, y se plantó frente a la lamia que lo miró desde su lugar en el suelo, incapaz de hacer nada.

    Dearme —murmuró el Grifo en Lengua Antigua.

    Buenas noches.

    El filo de plata subió y bajó sobre el pecho del monstruo, encajándose directo en su corazón y deteniendo sus latidos de inmediato. Extrajo el arma, limpió la sangre en la armadura y la regresó a su vaina antes de sacar el cuchillo de caza; separó un mechón de cabello, también un dedo con su larga garra y reclamó así el trofeo que tal vez le diera una paga en Blaviken, con algo de suerte. Una paga que no le borraría la cicatriz del rostro, pero era mejor que nada.

    Luego de haber arrastrado el cuerpo lejos del agua y prenderle fuego con Igni, para alejar a los necrófagos, Altan se dejó caer a un costado del río y tomó del cinto un frasco lleno de una sustancia rojiza: Golondrina. Destapó el contenedor con brusquedad, lo sujetó en una mano y con la otra encontró el lado derecho de su rostro, la sangre patinó sobre su guante y presionó para unir su mejilla, para finalmente beber la poción de un tirón. Algo del líquido se desparramó por sus dientes, humedeció el tajo y le lanzó una sensación de ardor bastante violenta que lo hizo comprimir los gestos.

    La poción comenzó a hacer efecto de inmediato, detuvo el sangrado y empezó a unir de forma superficial el corte en el músculo. El brujo regresó el frasco vacío a su lugar, se quedó sentado en el suelo un rato hasta que el efecto de la poción desapareció, hubo recuperado el aliento y regulado su cuerpo. Todo a su alrededor se había sumido en un silencio absoluto, tan absoluto como podía ser para los oídos de los de su raza, pues solo se escuchaban los animales del bosque, lejos, y la corriente suave del río. No quedaba rastro de la canción de la lamia, nada del lenguaje antiguo de los vampiros.

    El brujo cortó distancia hacia la casa que había dejado atrás en búsqueda de la canción, se acercó apenas lo suficiente para escuchar la respiración regular de una persona en su interior, ahora despierta, y decidió abandonar el lugar todavía con el sabor a sangre en la boca. Bordeó la casa sin prisa, limpiándose el rostro con los guanteletes y pronto alcanzó el caballo, más allá, lejos de la vivienda en algún punto del camino. Un semental gris ratón criado por el viejo Keldar, era un poco temperamental, pero estaban acostumbrados a la compañía del otro.

    De todas formas el animal se alteró apenas percibió el olor de la sangre, empeoró cuando entró en su campo de visión, así que tuvo que trazar Axia en el aire para calmarlo. Así pudo acercarse, rebuscar en las alforjas y sacar un botella llena de agua con la que enjuagarse la sangre de los guantes y de parte del rostro antes de extraer una pasta de hierbas de entre sus cosas para colocársela en la herida. Terminaría el trabajo de cicatrización que la Golondrina había comenzado, pero que sanara por completo tardaría incluso para alguien de su complexión.

    Un mutante.

    Al cabalgar hasta Blaviken lo recibieron dos cosas: una porquería contrato por quince miserables denares a quien matara a la bestia que habitaba el Buina, que no debían ser ni doscientas coronas de Novigrado, y un escupitajo en una de las botas luego de verle el rostro herido. Así el Grifo regresó sobre su recorrido con tal de dormir en algún lugar del bosque en vez de en una posada. Un lugar donde no hiciera falta lidiar con la bestia más terrible que había traído la Conjunción.



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    Esto también era algo que quería narrar hace bastante, desde que lo establecí básicamente, así que aquí estamos. Los nombres de la dinastía Cidaris los inventé, porque no pude ubicar bien en la timeline quién tenía el reino en ese momento de los reyes registrados en la wiki, lo mismo con la dinastía Brugge. El único nombre que no inventé fue el del rey de Kerack, Osmyk, aunque lo que decía la wiki nomás era "principios del siglo XIII", así que me calzaba.

    Hay una referencia a un diálogo del Laberinto del Fauno que siempre me gustó mucho, so there's that (?) Ah, el elder speech que sale:
    Oiach caen m’a'baeth aep arse: Todos pueden besarme el culo.

    Tiene una modificación personal que es improvisada, pero esa es la noción JAJAJA



    V
    [​IMG]
    I went swimming with the devil
    .
    .
    .


    elden som tek - liv
    the fire that takes life
    elden som gjev - liv
    the fire that gives life

    .
    og vegen eg følgjer og dei spora eg trår
    and the path I follow and the tracks I entered
    er kalde, så kalde
    are cold, so cold

    .

    | Cayden Dunn |
    .
    .
    .

    .
    .
    Palacios Reales de Cidaris y Brugge
    Mediados de 1216




    El cuerpo de la muchacha yacía entre los brazos del hechicero, la herida mortal se la había dado una flecha disparada con una precisión espantosa. Le había atravesado el pecho desde la espalda, mientras ella huía, y ahora la princesa de Cidaris, de apenas quince años, estaba muerta y con ella habían muerto otras dos personas: su tía paterna y uno de los caballeros, primo suyo. La princesa estaba muerta y era culpa suya, porque no había querido seguir los planes del padre de la joven, el actual rey: Damon de Cidaris. Quería prometerla en matrimonio al príncipe de Brugge, de casi veinte años, y la chica se echaba la vida llorando desde que se había enterado, en apariencia porque estaba enamorada del hijo de uno de los caballeros de su reino.

    No tenía que terminar así, con el hedor a sangre y carne quemada a su alrededor.

    ¿Cómo había llegado a eso?

    —Mañana Amalia será llevada a Brugge, como acordamos durante la reunión del Consejo —dijo Damon desde el trono, observando a Dunn que estaba frente a él—. Cuento contigo para escoltarla, como acordamos.

    Cayden, que para ese momento no tenía más de veinticuatro años, había sido despojado de las ropas que hasta entonces lo identificaban como un descendiente de las Skellige. Los colores de su clan, el rojo profundo, gris y amarillo añejado, habían sido reemplazados por el azul, en este caso cerúleo, de la dinastía de Cidaris. Las ropas eran ligeras, pues se trataba de un reino costero y el ambiente era húmedo. Aún así, una capucha liviana reposaba sobre los hombros delgados del mago, sujeta cerca de su pecho por un emblema de plata de la dinastía a la que servía: una concha marina. La tela devolvía reflejos azulados y blanquecinos, parecidos a los del agua.

    Cidaris estaba aplastando el potencial de Dunn, así él no lo supiera, como el agua que extinguía al fuego. Obedecer a una persona por la que no guardaba ninguna clase de lealtad más que la que se le enseñaba limitaba sus alcances, había pasado en Ban Ard bajo las lecciones de los viejos decrépitos y pasaría ahora, junto a un rey. No era culpa de Damon de Cidaris en lo más mínimo, las cosas simplemente eran así.

    Damon había aceptado como consejero real al hechicero que la Hermandad le había asignado sin renegar, incluso cuando se dio cuenta de que no era norteño, pero le exigió mostrar su lealtad al menos con la vestimenta y Cayden así lo hizo. Sin embargo, aunque tenía un año de servirle al rey, en el momento en que todo comenzó a reducirse en prometer a Amalia para formalizar la relación con el reino de Brugge habían empezado los roces entre ellos. Cayden le pedía que pasara tiempo con Amalia, que fuesen a cabalgar como hacían cuando él recién había llegado a Cidaris, que conversara con ella y la escuchara.

    Damon se negaba.

    La reina, la madre de Amalia, había fallecido durante una epidemia cuando la niña tenía diez años, dejándola sola con su padre. Hasta que el plano político había entrado en juego Damon se había mostrado como un buen hombre, interesado por el bienestar y la relación con su única hija, pero las cosas en el palacio estaban tensas. Quizás demasiado.

    —La Princesa no desea viajar a Brugge, eso usted lo sabe, Majestad —respondió el isleño, firme, y los ojos del rey lo observaron con severidad—. ¿Qué beneficios inmediatos encuentra en establecer una unión política entre Cidaris y Brugge?

    El pelirrojo sabía que había emociones en juego, de la joven Amalia y de él mismo al ver lo que le parecía una injusticia, pero sabía cómo había sido educado en Ban Ard y por ello siempre se aproximaba a Damon desde la lógica. Visto desde fuera entregar la mano de su hija parecía un capricho, porque una unión con Brugge no cambiaba demasiado nada del mapa político de Cidaris hasta ahora, tampoco de sus importaciones o exportaciones, ni siquiera respondía a acuerdos previos entre los reinos.

    —Nos separa el Bosque de la Muerte.

    —Brokilon, Majestad —corrigió Dunn con suavidad, pero no por ello dejó de sonar a desafío contra su monarca.

    Obedecer por obedecer, sin pensarlo.

    No lo hacían personas como él.

    —Al unirnos con Brugge podremos presionar más a los no-humanos dentro del Bosque de la Muerte, tal vez llegar a un acuerdo que nos beneficie a todos de una vez por todas. Es diferente que Brugge y Cidaris actúen por separado a que lo hagan en conjunto, también motivará a los otros reinos cercanos. Mi hija viajará a Brugge, muchacho, punto.

    El pelirrojo deseó replicar, quiso hacerlo esperando poder retrasar el asunto como mínimo, para no tener que acudir al plan al que había accedido cuando la joven Amalia se lo pidió, pero el padre de la joven lo había dejado sin opciones. El mundo que lo rodeaba se empeñaba constantemente en dejarlo sin mejores salidas que las más desesperadas. Por ahora asintió al pedido de su monarca, pero no mucho más.

    La mañana siguiente el hechicero se reunió con Hefina, la tía de Amalia, en las bodegas de vino del palacio real. Detrás de los barriles la mujer de unos cuarenta años y cabello castaño oscuro esperaba, jugueteando con las manos de forma ansiosa. Cuando Cayden apareció, ataviado en ropas similares a las de la tarde anterior, pero de un azul oscuro, casi negro, la pobre dio un respingo y él estiró las manos a sus hombros, acariciándolos en un gesto que pretendió tranquilizarla.

    —¿Amalia está lista?

    —Están preparando el carro. Según lo acordado, entre los tres caballeros que la escoltarán está Selwyn —respondió la mujer, dándole vueltas a su falda entre los dedos—. Yo iré con ustedes como acompañante de la Princesa, fue lo que Damon solicitó al rey de Brugge luego de que usted se lo pidiera, joven Dunn.

    El isleño despegó las manos de la mujer, escarbó entre las cosas que cargaba y le entregó una pequeña caja metálica, ornamentada con conchas marinas y una red de pesca. La tía de la princesa la recibió, todavía claramente nerviosa.

    —Viajaremos hacia Gors Velen, pasaremos por Dorian y seguiremos hacia Brugge, llegaremos hasta allí y entonces yo hablaré con el rey, en vez de solo dejarlas instaladas y volver a Cidaris. Hablaré para tratar de convencerlo de postergar la boda, le hablaré de beneficios, de otras formas de negociar con los habitantes de Brokilon y de dejar que Amalia siga su vida de niña algún tiempo más. —El isleño respiró con pesadez—. Iremos juntos, todos, como debe ser. Si algo pasa, si Amalia se siente en peligro, dile que abra la caja y corra contigo, con Selwyn o conmigo, ¿de acuerdo? Nadie más.

    La mujer asintió con la cabeza, todavía claramente nerviosa, pero sus ojos avellana encontraron los ambarinos y sus facciones se suavizaron. Sabía que Amalia no podría casarse con el muchacho que amaba, que su posición como princesa la privaba de esas cosas como a otras, menos afortunadas en cuanto a recursos materiales, se veían privadas de cumplir sus deseos por necesidad. Verano tras verano, las jóvenes eran utilizadas como piezas de una partida sin fin.

    Sin embargo, la tía de la joven reconocía el riesgo que estaba tomando este joven mago solo para poder darle algunos años extra a su sobrina. Si algo salía mal, lo que fuese, perdería su lugar como consejero real y jamás se le asignaría otro, eso en el escenario más amable, pero ella se había dado cuenta apenas lo vio aparecer ante Damon. Delgado, de aspecto frágil, rasgos casi femeninos y grandes ojos de cervatillo, Cayden Dunn no era tan racional como su gremio se lo exigía.

    Su mirada brillaba demasiado.

    Si era el brillo del amor o de la rebeldía, solo él lo sabía.

    Rápidamente se había vuelto cercano a la Princesa, de entonces catorce años, y la muchacha le contaba sus inquietudes, alegrías y hasta la mínima tontería. Él cada noche, en el salón real, creaba animales de fuego que correteaban a su alrededor; conejos, comadrejas, aves y tantas otras criaturas rodeaban a Amalia, mientras ella reía encantada, con el cabello castaño rebotando a su espalda. Algunas de esas noches, junto a las damas que acompañaban a Amalia, Hefina lo había escuchado entonar canciones en su lengua materna: la jerga de las Skellige. Se parecía mucho a la Lengua Antigua, aunque más brusca, más informal y salvaje.

    Algunas recordaban a los lamentos entonados por los elfos, perdidos ya en el tiempo, otras parecían canciones de celebración o de guerra. Cuando Damon empezó a distanciarse de Amalia, al menos una estación atrás, la relación más estable que conservaba la princesa de Cidaris era con el hechicero, que se había convertido en un hermano mayor para ella. Fue por eso que lloró y suplicó ante él que no la dejara ir a Brugge, que no la apartaran de su tía ni del muchacho que amaba, el hijo del caballero.

    Y tampoco de Cayden.

    Hefina había escuchado el alboroto desde la cocina, Amalia, descompuesta en llanto, le decía que no quería vivir ese tiempo en Brugge, que no sabía qué haría sin los animales de fuego y las canciones o a quién le contaría sus cosas. Había bastado eso, esa simple mención a él, su relación y la idea de que la niña no pudiera ver las personas que amaba para que el hechicero quebrara su lealtad. Respetaba a Damon como su rey, pero Amalia era la niña que cuidaba.

    Como a él lo había cuidado Myrddin.

    —Gracias por hacer esto por Amalia —murmuró Hefina con un hilo de voz—. Selwyn y yo no podríamos hacerlo solos.

    El viaje sucedió como debía, por tierra, sin uso de magia ni nada más porque a Amalia la mareaban demasiado los portales. Incluso durante su traslado las quejas de la muchacha persistían, a pesar de que conocía el plan, persistieron hasta que fueron recibidos en Brugge varios días después. Ingresaron al palacio, fueron guiados a la sala real. Cayden abría la marcha, con la capa tornasolada sobre los hombros y el emblema de Cidaris sobre el pecho, lo seguía Amalia ataviada en un liviano vestido coral, también con el emblema de su reino, un par de pasos tras ella estaba Hefina y los caballeros se habían quedado en la puerta principal, frente a la plazoleta.

    Cayden realizó una reverencia perfectamente entrenada, correcta y fluida. El rey de Brugge, Ragnar, lo observó con seriedad, junto él estaba el joven que sería el futuro esposo de Amalia: un muchacho que parecía más joven que el mago apenas por un par de años, de cabello negro, ojos igualmente oscuros, pero no muy alto. Parecía amable, pero seguían sin ser los deseos de Amalia.

    Deseo.

    ¿Los reyes lo calificarían de capricho?

    —Princesa Amalia —comenzó el rey, levantándose para acercarse a ellos. Dunn había mantenido la reverencia, así que cuando Ragnar pasó a su lado no pudo hacer más que tensarse—. Es un placer poder darle la bienvenida al reino de Brugge, el que pronto se volverá su hogar. También es un placer para mi hijo poder conocerla por fin.

    —Bienvenida, Princesa —dijo entonces el joven, su tono tuvo el mismo tinte amable que su aspecto.

    —Gracias por su calidez, Majestad —respondió la muchacha, compuesta y educada.

    El monarca pidió a sus damas que acompañaran a Amalia y Hefina a los aposentos que serían suyos en su estancia y que luego le dieran un recorrido por el palacio, pero la chica, aunque dudó, le pidió al hombre si eso podía esperar pues deseaba despedirse de sus caballeros y el consejero real. Él accedió, le permitió a la joven retirarse entonces para que hablara primero con los caballeros y así Cayden quedó solo ante la dinastía de Brugge. Ragnar volvió a su lugar en el trono.

    —Puedes enderezarte, hechicero. Gracias por haber escoltado a la joven hasta aquí.

    Dunn no irguió la espalda.

    —Requería hablar con usted, Majestad.

    —¿Conmigo? Damon dijo que solo dejarías a la princesa y su tía y volverías a Cidaris.

    —Se trata de mi voz, no la de mi Señor.

    —Tu voz —repitió el monarca, serio—. Habla entonces.

    —Mi Señor desea formalizar esta unión para movilizar a los reinos cercanos a Brokilon y lograr un acuerdo con el matriarcado de las dríades y hamadríades del bosque. Cree que entre más reinos se unan para este fin será posible negociar con ellas —comenzó el mago.

    —¿Crees lo contrario, pirata?

    Pirata.

    Los norteños siempre pensaban en los hijos de las Skellige como piratas.

    —Creo que apresurar el compromiso de una muchacha tan joven no cambiará la manera en que las dríades defienden su hogar, como lo han defendido por siglos —respondió con calma el isleño, sin reaccionar a la manera en que había sido llamado—. La Princesa perdió a su madre a muy temprana edad, como bien sabrá. Todavía se comporta y siente como una niña, si usted le diera algo más de tiempo para crecer, tenga por seguro que el matrimonio sucederá cómo se acordó, ella misma lo aceptará sin problema. Por ahora, pueden comunicarse con los demás reinos, llegar a otros acuerdos y establecer más relaciones político-comerciales, sé que todos accederán. Formarán una unión más estable entre Verden, Temeria e incluso Cintra, aunque no esté tan cerca de Brokilon.

    —¿Tienes algo en contra de Kerack, no es acaso Osmyk un pirata también?

    —La relación de Cidaris y Kerack es tensa todavía, Majestad. Osmyk tomó los mares de la dinastía Cidaris en su momento, con tal de autoproclamarse rey de Kerack —explicó Cayden aunque el hombre lo sabía perfectamente—. Mi Señor confía en que también la unión de los demás reinos suavizará esas tensiones, todo por Brokilon.

    Mientras el monarca hablaba su hijo navegó el espacio, pasó junto a Cayden que seguía sosteniendo la reverencia y continuó hasta dejar la sala. El hechicero no pudo ver su rostro, pero seguía tenso y algo, podría uno llamarle corazonada, aumentó la presión sobre su cuerpo. No se movió de todas formas, pasó saliva y esperó hasta que el rey de Brugge volvió a levantarse de su trono para acercarse a él. Uno, dos pasos.

    En el exterior de la sala, más allá en la plazoleta principal frente al pasillo, comenzaron a alzarse voces. El hombre siguió cortando distancia hacia el mago de las islas, caminó hasta quedar a un costado del joven, momento en que su mano alcanzó de repente el emblema de Cidaris que sujetaba su capa y lo desprendió de un movimiento brusco haciendo que la tela tornasolada se desprendiera de sus hombros, desplomándose hacia el suelo como las alas recién desprendidas de una mariposa moribunda. Los destellos de la prenda rebotaron en los rostros de ambos.

    —Desafiaste a tu rey, hablaste contra las decisiones ya tomadas por él y llenaste la cabeza de la niña con ideas descabelladas sobre libertad, animales de fuego y amor verdadero en tus canciones. Las canciones de piratas —comenzó a decir el rey, serio, arrojando el emblema al suelo y Cayden alzó el rostro, los ojos abiertos en una mueca de terror. Sabía demasiado, ¿cuánto tiempo llevaba espiando a Cidaris?—. Osmyk lo sabía, sabía que serías un problema. Damon nunca debió dejar a un pirata entrar a sus puertos, el agua en las venas de tu gente hierve todavía con demasiada fuerza, la suficiente para convertirse en llamas. Los piratas como tú son impulsivos, problemáticos y se creen demasiado listos para nosotros, ¿no? Por eso tuve que recurrir a uno de su raza como lo es Osmyk, a un pirata, por eso envié los espías hace meses. Vas a huir, ¿no es así? Qué ingenuo.

    —Amalia —murmuró el isleño de repente al ser consciente de la trampa en la que habían caído.

    En la que él los había metido.

    Un grito femenino, pero sin duda el grito de una niña, se abrió paso por el aire casi al mismo tiempo en que Dunn emprendió la carrera hacia el exterior del palacio. Nadie lo detuvo, todos los guardias y caballeros de Brugge lo dejaron pasar bajo órdenes anteriores de Ragnar, a cuyos pies había quedado la capa tornasolada. Las alas de la mariposa.

    Déjenlo salir.

    Que observe lo que sus acciones causaron para el reino al que debía serle leal.

    Corrió, corrió y corrió hasta que salió al inicio de las escaleras que llevaban a la plazoleta donde yacía el cuerpo de Hefina, atravesado por una flecha al corazón. Amalia observaba la escena, pálida como un jarrón de leche, y solo se puso en marcha cuando Selwyn, su primo, se apresuró a empujarla en dirección a los jardines para dejar el palacio. Los ojos del caballero chocaron con los del hechicero un instante, después de que tomó impulso y se arrojó desde la cima de las escaleras, saltando la baranda, hasta la plaza. Una corriente de aire amortiguó su caída, pero una flecha salió disparada desde arriba, en algún punto de las escaleras, y le atravesó el cuello al caballero por una abertura casi invisible en la armadura.

    —¡Amalia! —gritó Cayden al ver la chica petrificada de miedo, el llamado de una voz conocida la hizo reaccionar.

    Escarbó entre los pliegues del vestido, extrajo la caja ornamentada y retomó la carrera, ahora perseguida por los otros dos caballeros de Cidaris y los guardias de Brugge. Dunn conjuró un hechizo, las raíces de los jardines crecieron, enredándose en las piernas de una mayoría de los perseguidores, pero tantos otros pudieron escapar y entonces la princesa abrió la caja; era una filacteria. La velocidad de reacción debió estar diferenciada de forma ínfima, porque una ilusión de fuego, un inmenso lobo, se materializó llevándose a los perseguidores consigo y consumiéndolos en el acto.

    Pero el cuerpo de Amalia cayó.

    Dunn vio la flecha demasiado tarde, esta vez había oído la tensión de la cuerda del arco al liberarse varios metros por encima de su cabeza. Atravesó a la princesa por la espalda, directo en el corazón, y el hechicero corrió hacia ella aunque los cuerpos de los caballeros y guardias seguían ardiendo no muy lejos. Se desplomó a su lado, levantó su cuerpo del suelo y la arrastró a hacia sí.

    —Amalia —la llamó en voz baja. El lobo de fuego ya había desaparecido—. ¡Ama!

    Le habían atravesado el corazón.

    >>¡Ama!

    Al tercer llamado los ojos se le llenaron de lágrimas, buscó la flecha a tientas y pretendió sacarla del cuerpo de la muchacha, pero no hizo más que llenarse las manos de sangre. Sangre que detonó su llanto por fin, mientras seguía llamando al nombre de la niña y aunque el aire se cargó de electricidad, como lo haría décadas más tarde cuando el cuerpo inerte que tendría brazos fuese el de Kohaku Ishikawa, no estalló. No del todo al menos, en lugar de iniciar la combustión espontánea de todo lo que le rodeaba, el fuego a su alrededor, el de los hombres incinerados por el lobo, comenzó a agruparse formando cuerpecillos. Conejos, gatos, gaviotas y ciervos: las ilusiones que había creado para Amalia cada noche.

    —Qué sentimental —murmuró alguien apenas unos pasos detrás de él, desbaratando un grupo de conejos con un gran arco que agitaba cerca de sus pies—. Y peligroso. No perteneces a estas tierras mago, un hechicero de fuego jamás debió ser aceptado en un reino costero.

    Dunn sollozaba con la cabeza apoyada contra la de la princesa y la mecía como si fuese una niña pequeña, como si ese arrullo pudiera traerla de regreso. Aún así al escuchar la voz levantó la mirada, sus ojos empapados de lágrimas dieron con la silueta del príncipe de Brugge, cuya amabilidad ya no existía, no quedaba rastro de ella en sus facciones. El sonido que escuchó después lo procesó demasiado tarde, el ruido de los eslabones la anunció, pero no reaccionó y el joven príncipe envolvió su cuello con una pesada cadena de dimerita. Los animales de fuego se deshicieron todos al mismo tiempo y el heredero al trono de Brugge arrastró a Cayden de regreso a la plazoleta.

    Como si no fuese más que un animal salvaje.

    O un berserker, una bestia de guerra.

    El isleño se resistió, pero incapaz de usar magia no poseía fuerza alguna, ni siquiera pudo seguir aferrado al cuerpo de Amalia que se desprendió rápidamente de sus brazos, aunque sentía la sangre en las manos y la ropa, donde las manchas casi desaparecían en el azul oscuro de la tela. En la plazoleta el príncipe lo arrojó en el centro de un portal recién abierto, desenredando la cadena de dimerita justo antes de hacerlo para no alterar el flujo de magia de su propia hechicera. El portal los arrojó en la sala real de Cidaris, frente a Damon, quien estaba recibiendo las noticias de una bruja de cabello castaño cruzado por un mecho blanco.

    —Mi hija —dijo al ver a Cayden en el suelo, apiñado como un saco de huesos—. ¿Mi niña está muerta por culpa tuya?

    Los gestos del hechicero se comprimieron, se dobló sobre sí mismo y sus manos mancharon el suelo de la sala real de Cidaris con la sangre de la princesa. Su llanto se reinició mucho más intenso, más caótico, y ni siquiera lo distrajo cuando dos objetos golpearon el suelo a su lado: la cadena de dimerita y al filacteria que le había entregado a Amalia.

    Damon se levantó, con los gestos deformados de furia, tomó la cadena y volvió a enredarla alrededor del cuello del hechicero que ni siquiera pudo resistirse más. La bruja que había estado hablando con el rey suspiró de forma audible y otro portal se abrió, del que emergieron dos ancianos del Consejo de Hechiceros y se detuvieron uno a cada lado del joven mago.

    —Cayden Dunn graduado de la Academia Ban Ard en Kaedwen —comenzó uno de ellos—. A partir de este momento eres destituido de tu puesto como consejero real de la dinastía Cidaris. Serás trasladado a Kaedwen, a la academia, para determinar cómo serás castigado por los crímenes de insurgencia, complot y violencia hacia las familias nobles.

    ¿Violencia? ¿Pero quién le había disparado a Amalia por la espalda?

    El joven mago llevó las manos a la pesada cadena que le rodeaba el cuello, el contacto anterior del metal solo había contenido su magia, pero ahora que el tiempo pasaba y la cadena seguía unida a su cuerpo comenzó a sentir sus efectos reales. La saliva se le empozó en la boca, haciéndolo consciente de que podría vomitar en cualquier momento, y el dolor le estaba alcanzando la cabeza con rapidez. ¿Por qué usaban cadenas tan pesadas en el cuello? Su cercanía con el cerebro era peligrosa, tenía que serlo, porque ni siquiera era un collar de los que usaban en los niños que no podían controlar su don todavía. Era una maldita cadena enorme, con la que habrían podido someter un relicto de haber querido hacerlo.

    Lo estaban tratando como si fuese un monstruo.

    Como Radovid trataría a todos los no-humanos y magos años más tarde.

    ¿Alguien se los había dicho? Al rey de Brugge y su hijo. Alguien tenía que haberles dicho que existía la posibilidad de que detonara un estallido capaz de acabar con cualquiera de los dos reinos, que si todo se salía de control debían aprisionarlo si no querían acabar convertidos en cuerpos incinerados. No estaba lejos de la realidad, ¿pero por qué? No tenía que terminar así.

    Estrías oscuras comenzaron a cubrir la piel del cuello del pelirrojo, clara señal de que el efecto de la dimerita se esparcía. Entre las lágrimas, el dolor que empezaba a sentir y las náuseas no podía ver nada. No podía, pero el dolor acrecentó la furia que hasta entonces no había sentido, fue terriblemente consciente de la sangre de Amalia en sus manos, del rostro del príncipe de Brugge al llamarlo sentimental y antes de que la saliva se convirtiera en vómito, escupió en dirección a uno de los viejos del Consejo.

    Oiach caen m’a'baeth aep arse —balbuceó cortando palabras como lo hacían los isleños en su jerga.

    Una risa estridente se escuchó, proveniente de la bruja castaña del mechón y los viejos del Consejo no reaccionaron más que para mirarlo con asco, decepcionados con el comportamiento de uno de los hechiceros graduados de su academia. No mucho después el cuerpo de Dunn colapsó, alterado por la dimerita. Regresó las bilis, su columna se dobló de forma dolorosa y un grito terrible hizo vibrar los cuerpos en la instancia a pesar de que no había magia alguna surgiendo de él. La hechicera castaña acudió para tomar la cadena, arrastrándolo otra vez como un animal, y no pareció reaccionar a la dimerita, ni siquiera el portal que había creado se desestabilizó cuando pasó por él todavía llevando a Cayden Dunn como un saco de patatas.

    .
    .
    .
    .
    .

    Academia de Hechiceros Ban Ard, Kaedwen


    Cuando despertó, solo Freya sabría cuántos días más tarde, estaba en los aposentos de Myrddin en Ban Ard. Un candelabro titilaba sobre su cabeza, tan viejo como uno podría imaginarse, y cuando estuvo por levantarse el mundo le dio vueltas con agresividad. La silueta de su maestro correteó hacia la cama justo a tiempo para extenderle un cubo metálico y el pelirrojo no pudo retener los contenidos del estómago ni siquiera de haberlo intentado. Fue ácido, avinagrado y extraño, pues no tenía alimento real en el cuerpo. Sabía que Myrddin debía haberlo estado atendiendo con mezclas de hierbas, pero seguía sintiendo los efectos de la dimerita.

    Myrddin por entonces era viejo, pero no tan viejo aún. Conservaba el cabello negro, cruzado por mechones de canas y tenía la barba más corta. La túnica que llevaba encima, sin embargo, parecía tan vieja como todas las demás. Al verlo vomitando sus facciones se descompusieron de angustia, incluso si cuando lo trajeron estaba en peor estado que ahora.

    Le quitó la cubeta apenas notó que ya no tenía más que regresar, se sentó a su lado en la cama que se quejó bajo su peso y le limpió la boca con un trozo de tela. Bastó el contacto para que Cayden se desarmara, los ojos se le llenaron de lágrimas y con dificultad envolvió el torso de su maestro entre sus brazos, ahogando el llanto en la túnica. Myrddin no dijo nada, lo recibió en su espacio y lo rodeó luego de haber ajustado la postura, acariciándole la espalda como si fuese un niño pequeño.

    —Perdóname —murmuró el hombre, hundiendo la otra mano en los rizos de su muchacho—. Perdóname, Dunnie, debí decirles que no estabas listo. Que era mejor que te quedaras en Ban Ard, tenías que quedarte aquí conmigo y habríamos investigado cualquier cosa, todo menos enviarte a los reinos. No puedes, niño, no puedes estar allí si sientes de esta manera… No puedes, la gente acabará muerta o tú terminarás encerrado.

    Era eso, ¿no?

    No podía sentir de esa manera, era un peligro para todos.

    No pudo hablar ni preguntar, el llanto era tal que le imposibilitó cualquier cosa y como no verbalizó nada en lo absoluto Myrddin no pudo corregir la idea extraña que había quedado en la mente de su aprendiz. La noción ilógica de que su mayor pecado y error era sentir de la manera en que lo hacía, que esa cantidad de emociones acabarían matando a más personas. Que, así como habían creído en su diminuta isla, podría iniciar un cataclismo solo por ser quien era.

    Myrddin continuó haciéndole de soporte, solo dejándolo llorar la pérdida de la niña que había cuidado, de los otros que habían confiado en él y los efectos residuales de aquella cadena de dimerita tan horrible con la que lo habían traído a Ban Ard; una monstruosidad entre las monstruosidades. En un instante en que el joven pudo despegar apenas el rostro del torso de su maestro lo vio, prácticamente chocó con él: un collar de dimerita reposaba en el cuello del viejo Myrddin.

    —Tienes que dejar la academia apenas te hayas recuperado, Dunnie —explicó en voz baja al notar la mirada desorbitada de Cayden, suspendida en su pecho—. Viajarás a partir de ahora, es necesario que estés en movimiento, que entregues reportes al Cónclave y el Consejo, pues es eso o esposas de dimerita. Fue el acuerdo al que pude llegar con ellos, te quieren lejos de los reinos. Lejos de ellos.

    —¿Cuánto tiempo debe llevar usted la dimerita? —preguntó el muchacho en su susurro, con la voz gangosa y los ojos pegados al collar en el cuello del hechicero.

    —Dos años, pero tú no pienses en eso. No pienses en ello, Dunnie, ¿me escuchas? Nos hemos librado de todo hasta ahora y así seguirá siendo. —El maestro le limpió el rostro con la manga de la túnica, despacio, con cuidado—. Mientras yo siga vivo nadie podrá tocarte.

    Mientras yo siga vivo nadie podrá tocarte.

    El isleño no lo sabía, pero Myrddin lo había salvado no una, no dos, sino tres veces ya. Lo había sacado de Hindarsfjall antes de que su supuesto padre acabara con su vida, lo había representado ahora frente a la Hermandad de Hechiceros y años atrás, no mucho después de haberlo traído a Ban Ard, había ocultado el origen del poder de sus genes. El nombre de Cayden Dunn no existía en la genealogía de la Vieja Sangre gracias a Myrddin.



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    Zireael

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    Como el foro se fue al carajo quedé sola con mis pensamientos (???) este no encontré en qué reto del challenge encajarlo, pero no importa porque quería escribirlo igual.

    Bruno TDF retomé la lectura de la saga de The Witcher y terminé volviendo acá, ni modo.
    La traducción a inglés de la canción, que está en Lengua Antigua:

    My love for you will never abatе
    For these memorries will never fade
    This flower you left behind
    A sign of endless love
    Resigned will never die

    But do you know why
    Because my fair Etariel
    This flower's not damp with dew
    But damp with tears, tears of you

    Enchanted flowers will never wilt

    Una parte de la traducción que puse abajo, ya en el capítulo, sale de los subs de la serie como tal y por eso es distinta.



    VI
    [​IMG]
    I went swimming with the devil
    .
    .
    .


    me mein a te deirerede'n eipynig
    my love for you will never cease

    omilden ei ryndrere'nvort ynig
    for these memories will never fade

    i blath kwe'th t'eivith helshte ys
    and this flower you left behind

    me gainem ein te mein dereideth
    a sign of endless love

    thein gavole'n vort ynig
    shall never die

    .

    | Cayden Dunn |
    | Hubert Mattsson |

    .
    .
    .

    .
    .
    Costas de Redania
    Mediados de 1264




    —¿Siempre te costó tanto esto? —preguntó el pelirrojo con la vista zambullida en un libro.

    Su aprendiz batallaba y batallaba con la misión de crear un muro de rocas alrededor de la mesa en la que Dunn estaba sentado, justo como el día en que lo encontró para entregarle los tomos de Alzur que Myrddin le había dado. Mostraba la misma cuota de indiferencia extraña que entonces, casi forzada, antinatural. Contrastaba con la manera, necia, en la que observaba siempre el entorno, lo notaba caminar incluso cuando no lo miraba y le preguntaba todos los días qué quería comer, si quería ir a pueblo o si se sentía bien allí en las ruinas.

    Sin embargo, la conexión le duraba poco y se escurría entre sus dedos. Mattsson llevaba ya una semana conviviendo con él y no creía haberlo visto sonreír una sola vez, tampoco hablaba más de lo que le parecía necesario y sus correcciones, por mucho que sonara terrible, ayudaban entre poco y nada. Era poco técnico, casi escueto y brusco, hasta costaba creer que hubiese completado sus estudios en Ban Ard.

    Para el menor era raro, pues cuando lo veía tomar Caos de la tierra a sus alrededores para convertirlo en fuego, grandes esferas de llamas, animales y potentísimas ilusiones entendía el potencial que Cayden tenía. Era un hechicero poderoso, casi un prodigio, pero no era el mejor maestro. Además, ¿no parecía siempre vacío? Cuando Hubert lo observaba cuando leía o preparaba brebajes notaba como su mente se desconectaba, se elevaba en pensamientos que no parecían estar en el mismo espacio temporal.

    Tenía la mirada del que anhela algo que quizás nunca recuperará.

    Del que está atado a un pasado que ya no puede replicar.

    —Tengo dificultades para movilizar el Caos y convertirlo en otros elementos —contestó el muchacho casi en un murmuro.

    —¿Entonces por qué geoquinésis?

    —Mostré potencial en ciertos momentos, el maestro Myrddin me ayudó tanto como le fue posible hasta que el Consejo y el Cónclave decidieron darle prioridad a mi astromancia.

    Cayden no contestó y su aprendiz retomó su tarea, concentrado. Pequeños montículos de roca surgieron alrededor de la mesa, tambaleantes, y se desplomaron rápidamente aunque el chico no dejó de intentarlo. Una y otra vez las piedras que surgían del suelo se desbarataban, dejando solo una capa de polvo.

    En algún momento el isleño dejó el libro en la mesa de un golpe seco que sobresaltó a Hubert, haciendo que otro puñado de rocas cayera al piso y se pulverizara. Dunn no le llevó el apunte al suspiro del más joven, solo se deslizó fuera de la mesa y pasó encima del polvo. Sobre sus hombros llevaba una piel de huargo, el pelaje era terriblemente oscuro, casi negro. El animal del que procedía debía ser inmenso porque al seguir su movimiento golpeó su espalda, pero también sus piernas incluso más abajo de las pantorrillas.

    —Descansa o acabarás conjurando polvo directamente. Vamos a comer, quedó algo de conejo del almuerzo.

    El chico miró los montones de polvo entre resignado y frustrado, pero siguió a su maestro por la cámara hasta la mesa en la que compartían las comidas. Lo vio prepararla, sacó el conejo asado de temprano, las verduras, el caldo y la hogaza de pan que lo había enviado a traer al pueblo más cercano. Todo lo hizo con cuidado y hasta se podría decir que cariño, pero sus ojos seguían perdidos más allá. En las ideas lejanas que parecía no poder alcanzar.

    Mattsson tomó asiento, empezó a comer antes que el pelirrojo pues este siempre esperaba que diera el primer bocado y el silencio se sostuvo. Todo lo que se escuchaba era el sonido de los cuencos al pasar por la mesa cuando uno se lo alcanzaba al otro y el goteo del agua por las rocas de las ruinas.

    —Maestro —lo llamó Hubert mientras partía un trozo de pan.

    —Dime.

    —¿Hace cuánto conoce al maestro Myrddin?

    Cayden, que estaba llevándose un trozo de carne a la boca, bajó la mano de inmediato al plato y por un instante el moreno creyó haber sobrepasado, sin quererlo, un límite invisible. El isleño guardó silencio, dejó la carne en el plato y no dijo nada, de hecho parecía que no iba a contestar, pero lo hizo pasado un rato.

    Su tono hasta entonces plano y desligado se quebró de forma evidente, se tornó muy suave y cargó consigo un afecto profundo, teñido de agradecimiento. Notarlo hizo que Hubert pausara su tarea con la comida con tal de girar el rostro y observar su perfil, solo para darse cuenta de que la desconexión en su mirada había desaparecido un momento, el ámbar de sus ojos destelló con calidez ante el fuego de las antorchas que iluminaban la estancia.

    —Myrddin terminó de criarme. Me sacó de las Skellige cuando era muy joven, algunos años después de que supiera que tenía dotes mágicas, y me llevó consigo a Kaedwen, hasta que ingresé a Ban Ard unos cuantos años después. Por eso confía en mí y yo confío en él.

    —El maestro parece ser alguien servicial, ¿no cree? —acotó el menor, regresando la atención al pan y desmenuzándolo en un tazón de caldo de verduras—. En Kaedwen siempre estaba pendiente de mis necesidades, si tenía dificultades con las clases o cualquier otra cosa. Cuando me invitaba a comer a su estudio también preguntaba qué quería y esperaba a que empezara a comer primero, como usted.

    Otro silencio, Cayden suspiró y luego de una suerte de debate mental tomó la pierna de conejo que estaba en su plato, dejándola en el de Hubert. El gesto sorprendió al muchacho, pero Dunn se levantó luego de limpiarse las manos y se quitó la piel de lobo de encima, colocándola con delicadeza sobre él. Evitó tocarlo de más, pero trastabilló y antes de retroceder para irse posó las manos en sus hombros sobre el pelaje, los presionó con cuidado y entonces se separó de él. Hubert no pudo ver que había estado por acariciarle el cabello.

    Quizás fuese mejor así.

    —Dentro de las ruinas siempre hace frío, la roca nunca recibe sol y absorbe demasiada humedad. Quédatela, saldré a la entrada un rato, y termina de comer lo que queda —dijo cuando ya estaba unos pasos más allá—. Cuando vuelva podemos leer juntos los libros de kinesis otra vez, esta vez solo mis apuntes. Tal vez sea más sencillo.

    No esperó respuesta, se alejó hasta salir de la cámara y sus pasos hicieron eco hasta perderse por los pasillos de las ruinas. El muchacho se quedó sentado, sintió el peso de la piel de lobo sobre sus hombros y luego de limpiarse las manos también llevó los dedos al grueso pelaje, acariciándolo. Había querido preguntarle de dónde había sacado una piel de lobo tan inmensa, pero los límites de su nuevo maestro eran un poco extraños incluso para él. No sabía hasta dónde estaba dispuesto a compartir sobre sí, pero era el mismo que hacía estas cosas.

    Era, de hecho, un reflejo del hombre que lo había criado.

    Terminó de comer, limpió la mesa y volvió a donde habían quedado los montículos de polvo antes, alrededor de la otra mesa. Dudó, pero Cayden seguía afuera y tuvo una idea proveniente de un recuerdo distante, tan distante que parecía casi desdibujado, pero no vio por qué no replicar el escenario. Se sentó con cuidado sobre el mueble entonces, respiró lentamente y cerró los ojos, concentrado en la imagen que había llegado a su cabeza. Pasó algún tiempo, pero a su alrededor surgieron rocas que formaron una pared, encerrándolo.

    La torre de la que había saltado.

    Apenas abrió los ojos las paredes se resquebrajaron, se convirtieron en polvo y él lo miró desde su lugar, resignado. Entendía que solo podía generar tierra y rocas bajo condiciones muy específicas, que de hecho su origen se remontaba a un pasado que algún día sería tan lejano como el estallido mágico de Dunn lo era ahora, pero eso no impedía que fuese frustrante. Lo era porque probablemente eso significaba que no importaba en realidad qué tanto estudiara con su nuevo maestro, no habría avance alguno. Aunque quizás lo del aprendiz solo había sido una excusa de Myrddin para sacarlo de Ban Ard y enviarlo con el isleño, pero con el anciano nunca se sabía en realidad.

    Como Mattsson estaba atorado en sus ideas el primer chisporroteo de las antorchas en las ruinas se diluyó en uno de sus parpadeos, pero el segundo no. El fuego vibró, inquieto, y su movimiento creó figuras aterradoras con las sombras, siluetas filosas que por un segundo recordaron a garras y dientes. El peso de la piel de lobo sobre él fue más notorio y las flamas titilaron de nuevo, más agresivas, más descontroladas, y la antorcha cercana a la salida de la cámara lamió la pared con su fuego hasta dejar la roca al rojo vivo.

    Hubert bajó de la mesa con rapidez y buscó la salida de las ruinas a la misma velocidad, repentinamente nervioso. Durante todo su camino el fuego siguió haciendo lo que le vino en gana, pero en ningún momento una llama lo tocó ni amenazó con hacerlo. Solo cuando llegó a la boca de las ruinas notó que afuera ya había caído la noche y allí en el exterior los árboles, rocas y arbustos cercanos eran recortados por un destello azulado que vibraba al ritmo errático del fuego dentro de las ruinas.

    El joven dio un paso, luego otro, hasta que estuvo al borde de la salida y fue allí donde notó varias cosas. Cayden estaba de pie en el bosque, varios metros más allá y su voz se arrastraba como un murmuro, como un lamento, recitando en Lengua Antigua; sobre él un ave de fuego celeste volaba entre las ramas de los árboles. La distancia no le permitió definir el tipo de ave en lo absoluto, pero escuchaba el crepitar su fuego, en la semana que llevaba con él jamás lo había visto generar fuego de otro color. Ni siquiera sabía que era posible.

    Me mein a te deirerede'n eipynig, omilden ei ryndrere'nvor ynig. I blath kwe'th t'eivith helshte ys. —Una pausa y el lamento continuó, lejano—. Me gainem ein te mein dereideth, the gavole'n vor ynig.

    I ve shet enkwe thei.
    Ynkwe, m'elein Etariel.

    Gwyn blath kwe's't hom ein shan.

    T'er hom ein kervem ein te wan.

    In gwеld blathana dwek ynig.


    El ave descendió, prácticamente se lanzó sobre Dunn, y al pasar junto a su cabeza previo a volver a elevarse en el aire iluminó el pendiente de hortensia con el que Hubert había aparecido, el que había usado para rastrearlo. Fue entonces que el aprendiz comprendió que quizás no fuese tan diferente del maestro, pues se le ocurrió que había dejado el objeto atrás por decisión propia y que cada noche, cuando salía a tomar aire, repetía este ritual. Que simplemente hoy no había logrado modular las emociones que desataba y por eso el fuego había crepitado con más violencia.

    Es sentimental, había dicho Myrddin antes de enviarlo.

    Debes aprender a tratarlo, se resistirá al principio.

    Se resistirá incluso más que antes, lo sé porque lo conozco.

    Pero pueden aprender el uno del otro.

    —Espiar es de mala educación, Hubby —apañó Dunn no mucho después, haciendo que el moreno diese un respingo—. Sal, el aire es agradable aquí afuera.

    El apodo solo él sabría de dónde lo había sacado, de hecho al más joven le dio algo de vergüenza, pero como había sido pescado con las manos en la masa no pudo hacer otra cosa que tomar la invitación o seguir la orden. Dio el paso que lo separaba de las ruinas y el bosque, el ruido hizo que el ave de fuego se extinguiera dejándolos nada más con la trémula luz de la luna que recortaba las figuras.

    Mattsson caminó hasta donde percibía la silueta de su maestro, se detuvo junto a él y esperó por si iba a reclamarle algo, regañarlo o lo que fuese, pero nunca sucedió. Solo permaneció a su lado hasta que comenzó a tararear la misma melodía que había estado cantando antes, el tono se abrió paso con suavidad y al muchacho un nudo se le apretó en el pecho.

    —Maestro —llamó de nuevo, en un murmuro quedo—. Puedo hacerle compañía si gusta, cuando sale cada noche quiero decir.

    El tarareo ajeno se detuvo de repente y el pelirrojo suspiró de forma audible, lo que hizo que Hubert contemplara la posibilidad de que lo rechazara. Que le dijera que prefería seguir llevando a cabo esta suerte de ritual en soledad, como parecía haber sido hasta entonces y desde solo Freya sabría cuándo, pero entonces Dunn abrió la boca y su tono, en vez de indiferente, sonó derrotado.

    —Estaría bien que me acompañaras.



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